Naufragios, leyendas marítimas y todo tipo de misterios relacionados con las embarcaciones son algunos de los temas más interesantes que podemos pensar para tener en un film de terror. Si a eso le sumamos la presencia de grandes actores como Gary Oldman («Darkest Hour») y Emily Mortimer («The Bookshop») están dados todos los condimentos para tener, por lo menos, un film entretenido. No es el caso de «La Posesión de Mary» («Mary»), que desperdicia todo el talento involucrado en una trama genérica con espíritu Clase B que incurre en jumpscares de manual, situaciones sin explicación y momentos involuntariamente absurdos. La historia gira alrededor de David (Oldman), un navegante que decide separarse de su empleador para abrir su propio negocio de transporte marítimo. Es por ello que decide invertir el dinero que ahorro con mujer, Sarah (Mortimer), en un pequeño y viejo navío que esconde un terrorífico secreto en su interior. El problema es que tanto la pareja como sus hijas descubrirán la maldición que esconde la embarcación una vez que el buque se encuentre mar adentro. El director, Michael Goi, proveniente de la dirección de fotografía, y solo oficiando como realizador de series como «Nashville» y «Swamp Thing», no logra hacer pie en este pequeño relato de bajo presupuesto donde nada tiene sentido ni justificación aparente. La leyenda es comunicada mediante un poema marítimo introductorio en el comienzo del film y luego no es retomada de ninguna una forma, muchos aspectos deben ser imaginados por la audiencia y la misma nunca llega a empatizar del todo con los personajes. Muchas escenas parecen una serie de acontecimientos inconexos sin relación aparente. El ritmo narrativo que lleva la cinta es de lo más dispar, alternando entre los fatídicos acontecimientos y el presente donde el personaje de Sarah es interrogada por una oficial de policía. Oldman y Mortimer hacen lo que pueden con un material bastante pobre y muchas veces sus interacciones parecen vacías y exageradas. Sus intentos por mantener al largometraje a flote son en vano ya que el guion está muy por debajo del potencial de la obra y su puesta en escena. «La posesión de Mary» es una de esas películas en las que uno espera un entretenimiento efectivo por todo el talento involucrado pero se lleva una desagradable sorpresa al encontrarse con una historia poco inspirada y paupérrimamente ejecutada. Un thriller insulso que no se salva del naufragio.
El prolífico realizador coreano, Bong Joon-ho («The Host», «Memories of Murder»), nos brinda uno de los trabajos más notables de su carrera y uno de los films más interesantes del año. No por nada, la cinta se alzó con el máximo galardón del prestigioso Festival de Cannes en 2019 y ahora está nominada a los Oscars como Mejor película extranjera, Mejor director y Mejor película. Bong Joon-ho nos ofrece un film de género con una fuerte metáfora social hacia la cultura coreana, las formas de vida, la distinción de clases y muchas otras ricas cuestiones. Una obra potente, impactante y vertiginosa que no para desde que inicia hasta su fin, llevando al espectador a ser testigo de un acelerado e impredecible relato donde se lucen sus intérpretes y un maravilloso guion. El largometraje cuenta el presente de Gi Taek (Song Kang Ho), que tanto él como su familia se encuentran desempleados. La sociedad coreana moderna los tiene marginados sin posibilidades de insertarse en el sistema, y logran subsistir a base de pequeñas changas que realizan los distintos miembros del clan familiar. Cuando el hijo mayor de Gi Taek, Gi Woo (Choi Woo Shik), empieza a dar clases particulares en casa de Park (Lee Sun Gyun), las dos familias, que tienen mucho en común pese a pertenecer a dos mundos totalmente distintos, comienzan una interrelación de resultados imprevisibles. Básicamente la historia gira en torno a una familia de clase baja que termina trabajando para una de clase acomodada, siendo que los integrantes de la primera van recomendando a sus propios parientes a llenar los espacios vacíos en los distintos empleados que va requiriendo la familia rica (con algún que otro fraude mediante). Ahí es donde se presenta el tono sardónico e irreverente del director que busca teorizar sobre la desigualdad y otros tantos temas que sobrevuelan la escena sociocultural del mundo capitalista. La capacidad narrativa de Bong Joon-ho es inconmensurable, nos sumerge inmediatamente en un atrapante e intrigante relato del cual somos rehenes hasta su culminación, algo similar a lo que sufren sus personajes que no pueden o no tienen las herramientas necesarias para escapar a sus propios destinos que parecen estar prefijados. No obstante, se va cosechando poco a poco una atmósfera opresiva que además de tener un aire enrarecido va agregando cierta cuota de imprevisibilidad. Este nuevo opus del realizador coreano mezcla la comedia con el drama e incluso el thriller para mostrarnos que sus films comprenden un género en sí mismo. Algo que ya podíamos inferir en películas como «Memories of Murder», donde también se coqueteaba con la comedia y el comentario ácido en medio de un aura oscura y contemplativa. Incluso desde su título ya plantea la ironía del asunto. En los aspectos técnicos se destaca la fotografía de Kyung-pyo Hong, quien trabajó con Bong Joon-ho en «Mother» y «Snowpiercer» y en grandes relatos como «The Wailing» y «Burning». Esta alianza entre el director y Kyung-pyo Hong comprende un gran acierto para crear ese clima denso pero a la vez sugerente, logrando un verdadero triunfo en lo que comprende a la estética visual. «Parasite» es una obra maestra, un relato salvaje e impiadoso que se nutre de una excelsa dirección, una maravillosa puesta de cámara y un elenco espectacular (con varios actores recurrentes de Joon-Ho) para erigir esta fábula social sobre la estratificación y la distinción de clase.
Los aparatos tecnológicos y sus consecuencias en nuestra vida cotidiana es una de aquellas temáticas que se vienen tratando en la pantalla grande desde la explosión de las nuevas tecnologías y el advenimiento de los nuevos medios masivos de comunicación. Internet cambió nuestra forma de relacionarnos y permitió que se desarrollen novedosos artilugios para estar constantemente conectados. El hombre versus la máquina es una de esas complejas relaciones que fueron tratadas en infinidad de películas, algunas brillantes como «Matrix» (1999) o «Her» (2013), por mencionar un par de ejemplos tan disímiles como arraigados en sus bases filosóficas, y otros tanto olvidables como «La Hora de tu Muerte» o «Countdown», en su título original. La ópera prima de Justin Dec nos trae de manera poco novedosa un relato de horror bastante convencional que sufre su parecido con otras películas similares de mayor inventiva. El film aglutina elementos de obras como «Ringu» (1998) y «One Missed Call» (2003) del J-horror, «Final Destination» (2000) o su contacto más cercano y directo con la reciente e igualmente fallida «Bedeviled» (2016), aquí titulada «Aplicación Siniestra», que tuvo un breve paso por nuestra cartelera hace algunos años. El largometraje nos presenta a Quinn, (Elizabeth Lail, a quien tendrán vista de la serie «You»), una joven enfermera, que tras conversaciones con sus colegas y un paciente, decide descargar una aplicación para smartphones llamada «Countdown». Dicha app dice tener la capacidad de predecir el momento exacto en el que una persona va a morir, y lo que empezó siendo un juego inocente termina convirtiéndose en una peligrosa realidad cuando comienza a presenciar extrañas situaciones que la rodean. En ese momento la joven descubre que a ella sólo le quedan tres días de vida. Con el tiempo jugando en su contra y tras ser perseguida por una aterradora figura, tratará desesperadamente de burlar al destino antes de que se le agote el tiempo. El relato, pese a tener ciertos pasajes entretenidos, se va tornando bastante predecible cuando incurre en simples y vacíos jumpscares que se ven a kilómetros de distancia. Por otro lado, el guion tampoco ayuda demasiado al ir presentando explicaciones bastante inverosímiles y tiradas de los pelos a pesar de transitar un género que se puede tomar varias licencias. Lo que comienza siendo un relato de apariciones paranormales va girando hacia una historia de demonios sin ser demasiado convincente. Lail hace lo posible con el material que tiene y su compromiso/interpretación es bastante persuasiva. Con respecto a los aspectos técnicos, considerando que estamos ante un film de bajo presupuesto, están bastante «logrados» para la finalidad del relato. Quizás una de las cuestiones más atractivas de la cinta resulta ser la subtrama que vincula a la protagonista con el jefe del hospital, el doctor Sullivan (Peter Facinelli), en un caso de acoso laboral, que igualmente termina siendo desaprovechado a nivel dramático y solo tratado de manera superficial. «La hora de tu Muerte» es un film poco original y olvidable que solo atraerá la atención de los aficionados al terror menos demandantes. Un film que toma elementos de mejores películas y que no logra destacarse pese a un par de breves y entretenidos pasajes.
El Acoso: Abuso de poder. La documentalista israelí Michal Aviad dirige este sentido drama que muestra el reiterado acoso laboral que sufre una mujer en su nuevo trabajo. Un relato que se estrena en un momento más que indicado para representar el horror que sufren miles de mujeres hoy en día. Con el surgimiento del #MeToo y las crecientes denuncias de mujeres de todo el mundo ante una inmensa cantidad de casos de acoso, abuso, violación y todo tipo de conductas inapropiadas en el ámbito laboral, también es considerable la cantidad de relatos que llegan al cine y al resto de las artes en general para hacer eco de esta situación. En los últimos años, hemos tenido diversos films que intentan reflejar estos problemas, pero probablemente ninguno sea tan realista, medido y cuidado como El Acoso (o Mujer Trabajadora, si nos atenemos a la traducción estricta del título hebreo Isha Ovedet). Este drama con varios momentos de pura tensión e incomodidad busca ponerse en el lugar de Orna (Liron Ben-Shlush), una madre de tres hijos que acepta un puesto como asistente de un poderoso agente inmobiliario, Benny (Menashe Noy). Su marido (Oshri Cohen) tiene algunos inconvenientes para mantener su restaurante, el cual acaba de inaugurar. Orna comienza a ser acosada sexualmente por Benny, pero intentará hacerle frente a la situación ante el complicado panorama económico de su familia. Lo interesante del largometraje es que se centra en la raíz de la encrucijada en la que se ven envueltas muchas mujeres donde tienen que contraponerse ante la situación mencionada, pero también al escepticismo de la gente que las rodea, tirando frases del estilo de “¿por qué no renuncio?”, no solo demostrando una total falta de empatía, sino también un desconocimiento profundo de este tipo de situaciones. Los argumentos mencionados dan por sentado que las mujeres tienen un montón de oportunidades laborales pero en la mayoría de los casos esto no es así o por otro lado, este tipo de confrontaciones sin resguardo o sin denuncia pueden traerles consecuencias en sus carreras. Es por ello que esta obra pone el foco en todas estas cuestiones o problemáticas con el objetivo de brindar un relato reflexivo y de denuncia. Una película que pese a estar situada en medio oriente retrata una temática completamente universal. Para tal ardua tarea fue necesario un elenco poderoso en el cual se destaca Liron como la protagonista que lucha contra su jefe y también con la falta de contención de su esposo. Noy y Cohen también componen dos solidas interpretaciones para redondear un perfecto trabajo interpretativo del cast. El guion también es otro de los puntos fuertes de la obra que opta por un buen desarrollo de sus personajes, por una mirada realista y por exponer sus ideas de manera acertada sin incurrir en el mero melodrama, la exageración o una grandilocuencia desmedida que busque el golpe bajo. Asimismo, el trabajo de cámara de la cinta es bastante interesante ya que los planos fijos de larga duración, la cámara en mano, los detalles en profundidad que permiten varias capas de atención dentro de un mismo plano y los movimientos de cámara favorecen a esa mirada cuasi documental que busca la directora. En síntesis, El Acoso es un film potente y duro (incluso con algunas escenas impactantes), inquietante y sumamente relevante que viene a manifestarse a un tema muy vigente en la sociedad contemporánea. Una carta de denuncia pero que no se queda en el molde sino que busca trascender mediante sus destacadas actuaciones así como también un guion consistente y una mirada enfocada y determinante de su directora. Una película para reflexionar y debatir en las charlas post visionado.
Hay ciertas cosas con las que es difícil hacer humor. El holocausto es una de ellas. Algunos incluso podrían decir que es una línea que no debería cruzarse y dejar la comedia para otros acontecimientos. Infinidad de veces se debatió hasta qué punto se puede llegar con el humor negro en distintos medios y nunca se consiguió una respuesta válida o aceptada socialmente. No obstante, ha habido varios cineastas a lo largo de la historia que salieron airosos al intentar ver desde un costado irónico, irreverente y humorístico un evento histórico tan repudiable y nefasto como el antes mencionado. Entre ellos se puede destacar el propio Charles Chaplin, Mel Brooks, y Woody Allen para nombrar solo algunos. Este año podemos agregar un nombre más a la no tan extensa lista y ese es el de Taika Waititi. El realizador neozelandés conocido por films como «What We Do In The Shadows» (2014) y «Thor Ragnarok» (2017), nos ofrece una visión fresca y provocadora en la adaptación de «Caging Skies», una novela de Christine Leunens. El largometraje sigue a Jojo Betzler (Roman Griffin Davis), un joven y solitario niño alemán, que pertenece a las Juventudes Hitlerianas. Al ser un niño tímido e introvertido y poseer escasas amistades, su imaginación lo lleva a crear un amigo que lo ayuda a lidiar con sus problemas personales. Dicho amigo no es otro más que el mismísimo dictador Adolf Hitler (personificado por Taika Waititi). Su vida iba relativamente bien con un fanatismo exacerbado hacia el nazismo, su simbología y sus despiadadas prácticas hasta que su mundo da un giro de 180 grados al descubrir que su joven madre Rosie (Scarlett Johansson) esconde en su ático a una niña judía (Thomasin McKenzie). Desde el primer minuto del film queda establecido el tono que mantendrá la cinta en sus siguientes 108 minutos de duración. La apertura muestra imágenes de archivo de Hitler mezclados con una versión musical en alemán de «I want to hold your hand» y mostrando la reacción del público como equivalente al recibimiento que tuvieron los Beatles en su primera visita a Norteamérica. Ante ese panorama el descarrilamiento podría ser inminente pero Waititi es un autor sin miedo al qué dirán y utiliza todos los medios disponibles para el absurdo y la comedia políticamente incorrecta. El guion fue una pieza fundamental, y si bien, por momentos hay algunas secuencias anticipables o previsibles en el camino de Jojo hacia el entendimiento, la empatía y la moralidad, está muy bien trabajada la relación entre la comedia y el drama. El film da lugar para la reflexión sobre el fanatismo, la xenofobia, los preconceptos y el poder de la propaganda masiva desde la mirada juvenil e inocente de un niño que fue permeable a ideales perversos. Dejando en evidencia los peligros a los que conducen los prejuicios y las ideas extremistas. Waititi, a medida que va avanzando el relato, va inevitablemente bajando el pie del acelerador para terminar de presentar, con mayor crudeza, lo que nos dejó el nazismo y por ello el humor va disminuyendo. Para muchos la visión del director podrá parecer bastante naif y ligera sobre el asesinato sistemático de millones de personas, algo que también se le crítico a «La Vida es Bella» (1997), pero justamente su intención es la de presentar un film anti odio desde un costado bien característico del coming of age donde el niño va entrando poco a poco en razón y reconociendo el horror de los hechos. Para tal ardua tarea, el director contó con un elenco de lujo entre los que podemos agregar a los ya mencionados anteriormente: Rebel Wilson, Sam Rockwell y Stephen Merchant. Si bien hay que destacar al mismo Waititi por su paródica composición del genocida, las verdaderas revelaciones del largometraje son los jóvenes Davis y McKenzie que no solo demuestran ser grandes intérpretes sino que además tienen la química necesaria en pantalla para afrontar el desafío y demuestran ser hábiles para pasar de la comedia al drama. En los apartados técnicos podemos destacar la equilibrada y empática fotografía de Mihai Malaimare Jr. («The Master») y la banda sonora del genial e incansable Michael Giacchino («Up», «Coco»). «Jojo Rabbit» es una apuesta arriesgada de Taika Waititi que funciona por su audacia y por su valentía. Con un guion efectivo que fue entendido a la perfección por un elenco más que talentoso, el relato resulta desembocar en un film irreverente que demuestra el poder del humor ante estos serios problemas de racismo, el nacionalismo extremo y xenofobia al mismo tiempo que nos recuerda que aún hoy en día y con varios antecedentes previos todavía seguimos siendo testigos de crímenes de odio.
Kleber Mendonça Filho, que venía de sorprender a la crítica con sus dos trabajos anteriores, «Sonidos Vecinos» (2012) y «Aquarius» (2016), esta vez une fuerzas con Juliano Donelles para traernos «Bacurau», un peculiar e interesante film que busca reflejar la demagogia reinante en la política brasilera (o incluso Latinoamericana) y la desigualdad social presente en la región. El resultado es más que logrado y no sorprende que haya obtenido el premio del jurado en el pasado Festival de Cannes. El largometraje nos cuenta la historia del pequeño poblado del título que en un futuro cercano (no se nos da ninguna referencia del año, pero por la tecnología se supone que no estamos muy adelante en el tiempo) pierde a su figura matriarcal, llamada Carmelita. Mientras que los lugareños lloran su pérdida, en los días siguientes comienzan a darse cuenta de que el pueblo desaparece de los mapas locales, que el camión cisterna que les traía agua es vandalizado, que un par de extraños drones sobrevuelan la zona y que una familia es asesinada en su hogar. Al mismo tiempo, Tony Junior (Thardelly Lima), el alcalde de Serra Verde, la zona a la que pertenece Bacurau, llega al pueblo para hacer campaña y buscar la reelección. Esta figura corrupta e inescrupulosa fue la que anteriormente construyó una represa que dejó al vecindario sin agua, razón por la cual el camión cisterna tiene que hacer 6 km todos los días para transportarla. Tony llega con un camión repleto de libros usados que descarga en el suelo (como una alusión directa al desprecio de la cultura) en modo de donación, así como también varios alimentos y bebidas para la gente, con el agregado de unos medicamentos que según Domingas (Sonia Braga), la única doctora de la zona, es un peligroso fármaco que aletarga a las personas y no las deja pensar con claridad (¿alguien dijo controlar a las masas?). Al poco tiempo de irse, llegan unos extraños forasteros que parecen tener malas intenciones, pero lo que no saben es que el pueblo de Bacurau está listo para pelear. La obra de Kleber Mendonça Filho se presenta como una mezcla atractiva de géneros con elementos de la ciencia ficción, del western e incluso algunos toques del terror o el cine de explotación. Un film que apela tanto a la reflexión como al entretenimiento y que pone bajo la lupa a las promesas vacías de la política latinoamericana. Esa mixtura entre género y denuncia es uno de los aspectos más logrados del guion escrito por los mismos directores. Incluso también está muy bien trabajado la edificación del suspenso en torno a qué es lo que está pasando en el pueblo para ir avanzando hacia un clásico enfrentamiento final de proporciones épicas. Quizás, uno de los problemas del film es que busca seguir a un enorme grupo de personajes y por momentos no logra hacernos conectar con todos o incluso comprender sus trasfondos y/o motivaciones. No obstante, con el correr del relato esa cuestión comienza a superarse al agruparlos como un todo frente a la amenaza externa. «Bacurau» es un relato novedoso dentro de la cinematografía brasilera y probablemente latinoamericana en general, que se nutre de un cúmulo de buenas ideas, de un compromiso total de sus intérpretes y de un trabajo de guion sólido que compensa algún que otro desajuste o confusión momentánea. Un film relevante que se aleja un poco de los films anteriores de Kleber Mendonça Filho pero que nos deja con ganas de seguir viendo más películas de este director.
Solo un cineasta de la talla de Clint Eastwood es capaz de realizar un film tan actual como trascendente a los 89 años de edad. El director demuestra que todavía tiene mucho para decir mediante su cinematografía y “Richard Jewell” (2019) es la prueba perfecta de ello. Algunos podrán rechazar sus pensamientos de derecha y otros no estarán de acuerdo con el nacionalismo exacerbado que representó muchas veces en la pantalla grande pero lo cierto es que su exquisita mirada narrativa como director lo convierten en uno de los cineastas más interesantes de la actualidad. Incluso resulta una sorpresa que a esta altura se digne a realizar una película como la que aquí nos convoca, donde se pone en tela de juicio a las fuerzas de seguridad, a las autoridades y a los medios masivos de comunicación como miembros activos de las investigaciones llevadas a cabo como una simple “cacería de brujas” en lugar de realizar las averiguaciones correspondientes para dar con los verdaderos culpables. El largometraje cuenta la historia del personaje del título, Richard Jewell (Paul Walter Hauser), un guardia de seguridad de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 que se convirtió en héroe al descubrir una mochila llena de explosivos en su interior, avisando inmediatamente a los policías del lugar y logrando reducir el número de víctimas al ayudar en el proceso de evacuación de la zona antes de que se produjera la explosión. En un principio fue presentado como un héroe ante la sociedad, un hecho en el cual la prensa especializada tuvo mucho que ver pero posteriormente Jewell pasó a ser considerado como el principal sospechoso de la investigación federal y convertido en presunto culpable de la noche a la mañana. El film, basado en hechos reales, tiene un ritmo avasallante y una sensación de registro documental bastante lograda. El director, como siempre, nos sumerge en la intimidad de los sucesos, en las vidas personales de los verdaderos protagonistas para teorizar sobre cuestiones más grandes a medida que avanza el relato. Es impresionante la solidez narrativa que maneja Eastwood y la forma en que dispone la puesta en escena a la hora de representar los hechos. El protagonista (compuesto por un genial Hauser) es un hombre excéntrico, algo excedido de peso, con problemas a la hora de relacionarse con los demás y con una extrema devoción por las autoridades (incluso es un policía frustrado que nunca llegó a desarrollar su función), además de ser un amante de las armas. Por otro lado, vive con su madre Bobi (Kathy Bates), cuestión que termina de completar el perfil de “terrorista solitario” y posible “héroe culpable”, haciendo que tanto el FBI (representado por un correcto Jon Hamm en su composición del agente Shaw) como la prensa (en la figura de Olivia Wilde como periodista del Atlanta Journal Constitution) comiencen a tirar la imagen de héroe para erigir la de terrorista. El sujeto acusado es aislado y obligado a acudir ante un viejo y conocido abogado con el cual trabajó previamente, Watson Bryant (compuesto por un descomunal Sam Rockwell). Entre ambos deberán defender el nombre de este ciudadano corriente de esta despiadada persecución. El guion de Billy Ray, que ya tiene experiencia en este tipo de films basados en hechos reales después de la interesante “Captain Phillips” (2013), se propone mostrar cómo el seno familiar y afectivo de este “hombre común” termina por quebrarse cuando es perseguido por la prensa y el gobierno norteamericano, mediante una interesante yuxtaposición de la intimidad del protagonista con los hechos de público conocimiento que terminan convirtiéndose en algo masivo. Una obra maravillosa que denuncia el sensacionalismo y las teorías conspirativas. “El Caso de Richard Jewell” es una película atrapante e imponente, que se vale de un elenco extraordinario, de un trabajo de guion inspirado y de la siempre infalible dirección de Clint Eastwood. Un film que demuestra que el director de casi 90 años todavía representa uno de los mejores narradores clásicos de Hollywood pero que, a su vez, aún puede sorprender con ideas frescas y provocadoras que desafían sus propias creencias. Un cineasta con todas las letras que cierra una enorme década con ocho películas, siendo esta una de las más destacadas.
Luego de 42 años de historia llega a su fin la saga de ciencia ficción más icónica de la historia del cine. «Star Wars» es un fenómeno de culto que traspasó cualquier tipo de barrera, trascendiendo más allá de su medio para ofrecer todo tipo de contenidos y mundos expandidos derivados de aquella obra pergeñada por George Lucas a finales de los ’70. Decimos que la saga llega a su fin, ya que la línea principal (compuesta por tres trilogías) que desarrollaba la historia de los Skywalker alcanza su culminación con “Star Wars: The Rise of Skywalker”, dejando una página pseudo en blanco donde Disney “promete” no volver a meter mano en este grupo de personajes, para dedicarse a otros contenidos que involucren nuevas historias con nuevos protagonistas, y algunos relatos con héroes del universo de «Star Wars» pero que no pertenezcan al clan antes mencionado. Es por ello, que se anunciaron dos series a estrenarse en los años venideros en la plataforma Disney+, que son la del famoso Obi Wan Kenobi (pedida infinidad de veces por el público) y la de Cassian Andor (personaje de “Rogue One: A Star Wars Story”). El camino que viene atravesando la compañía del ratón es bastante sinuoso y está marcado por diferencias creativas con algunos realizadores (que desembocó en el despido de los mismos) y ciertas críticas que provienen del núcleo más duro del fandom el cual acusa a la famosa compañía de “arruinar” la saga. En especial el descontento comenzó con la segunda parte de esta nueva trilogía dirigida por Rian Johnson (“Knives Out”, “Looper”), titulada “Star Wars: The Last Jedi”, la cual fue vapuleada por los espectadores y aclamada por la crítica. Un film de los más interesantes que se pudo ver en esta última etapa pero con el cual los fans no pudieron conectar debido a los cambios que fueron realizándose como consecuencia del pasaje de posta de los personajes viejos a los nuevos. Esta decepción generalizada hizo que la audiencia no acompañe a “Solo: A Star Wars Story” (uno de los spinoffs que realizó el estudio) sumado a que en la mitad del rodaje, Disney decidió reemplazar a la dupla directora de Phil Lord y Chris Miller para optar por una dirección más conservadora y clásica representada en la figura de Ron Howard. Esta tercera película también vio la salida de su director (aunque en etapas tempranas de la preproducción), Colin Trevorrow y se decidió volver a contratar a J.J. Abrams («Star Trek», «Super 8»), quien había dirigido la primera entrega de esta nueva saga (“Star Wars: The Force Awakens”) con una repercusión bastante importante tanto en taquilla como en recepción del público. Su tarea era tan dificultosa como ciclópea ya que debía concluir una saga de más de 40 años de historia, moldear un nuevo capítulo en la era moderna de la franquicia, volver a contentar a los fans, ofrecer un relato coherente que en mayor o menor medida acepte las correcciones que hizo su colega Johnson en la segunda entrega y volver a encauzar sus planes dispuestos en su primer capítulo. Como era de esperar, no logra acertar en todos aspectos pero digamos que le da un cierre bastante correcto a estos personajes entrañables que tanto tiempo vienen acompañándonos. Para ser breves y no entrar en spoilers, el largometraje retoma donde dejó el film anterior con una rebelión bastante vapuleada por la Primera Orden. Los rebeldes se organizan y planean una contraofensiva cuando se enteran por medio de un infiltrado en el bando enemigo, que el temible y presumido muerto, Emperador Palpatine (Ian McDiarmid), planea un formidable ataque con una infinidad de naves en su poder. Así es como Rey (Daisy Ridley), Finn (John Boyega), BB-8, C3PO (Anthony Daniels), Chewie, Leia (Carrie Fisher) y compañía desarrollan un apresurado plan para descubrir el paradero del viejo y poderoso Lord Sith. Al mismo tiempo, Kylo Ren (Adam Driver) y los Knights of Ren intentarán frustrar los planes de nuestros héroes y volver a erigir el aterrador imperio galáctico. Como mencionamos anteriormente, Rian Johnson buscó revolucionar un poco la dinámica de la saga por medio de la sorpresa y la búsqueda de nuevos horizontes que desafíen el paradigma establecido. Si bien lo logró, el descontento de la mayor parte de la audiencia hizo que J.J. Abrams y Chris Terrio (la dupla encargada del guion) se vean obligados a volver a los orígenes en esta épica conclusión. La tarea de desenmarañar esta red de apremios desembocó en una obra de 155 minutos que atraviesa por varios infortunios (al igual que los personajes) en un trepidante e intenso viaje. Se nota que J.J. Abrams quiso corregir algunas cuestiones presentadas en «The Last Jedi» para contentar a sus fans, al igual que retomar otros planteamientos que sugirió en «The Force Awakens» pero que descartó su sucesor. Inevitablemente esto produjo que la cinta se encuentre sobrecargada de cosas e intente darle un cierre a una saga de nueve películas cuando la intención no era la misma en el principio. El principal problema se encuentra en el primer acto del relato cuando se introduce nuevamente al personaje del Emperador Palpatine (Darth Sidious), intentando dar las justificaciones necesarias de su ausencia en los dos capítulos previos. Al mismo tiempo, se incorporan nuevos personajes, algo que realmente no era necesario considerando la gran cantidad que ya tenía la saga, como por ejemplo los personajes de Dominic Monoghan («Lost», «Lord of the Rings») y Keri Russell («The Americans»), quien interpreta a Zorii Bliss, cuyo objetivo principalmente es el de la sobreexposición de información vital para el desarrollo de la trama. Algo en lo que también incurren personajes relegados como Rose Tico (Kelly Marie Gran) y Maz Kanata (Lupita Nyong’o). No obstante, en la segunda mitad, el relato comienza a cobrar vuelo propio y pese a algún que otro Deux Ex Machina, las secuencias de acción, las logradas coreografías de las peleas de sables, al igual que un tremendo diseño de producción de Rick Carter (habitual colaborador de Steven Spielberg y un destacado trabajo de fotografía de Dan Mindel («Star Trek», «Savages») hacen que se nos olviden momentáneamente los problemas narrativos, sumergiéndonos de lleno en el disfrute. Otro punto alto que explota el relato luego de su tambaleante comienzo, radica en la relación entre Rey y Kylo Ren, una de las más trabajadas de esta trilogía que no solo ofrecen un maravilloso duelo interpretativo sino grandes momentos en lo que concierne a la historia. Principalmente tenemos que mencionar el soberbio trabajo de Adam Driver que demuestra ser uno de los grandes exponentes de su época, al igual que uno de los personajes más desarrollados e interesantes de esta trilogía. Daisy Ridley comprende la heroína irrefutable de esta nueva generación que culmina su «camino del héroe» volviendo a la dictómica relación entre luz/oscuridad en lugar de esa zona más gris y no tan totalizadora sugerida por Rian Johnson. Si la cinta hubiera enfocado sus esfuerzos en contar una historia en lugar de complacer a los fans, seguramente estaríamos ante la mejor secuela de la saga. Al no ser ese el caso, probablemente no llegue ni a los fans más fervientes, ni al núcleo más duro de la crítica. «Star Wars: El Ascenso de Skywalker» representa una épica conclusión a una saga de más de 40 años, con todo lo que eso conlleva. Algunos aciertos, algunas inconsistencias narrativas pero mucha tripa y corazón. Un emocionante y nostálgico viaje plagado de fan service y algunos momentos que están al filo del absurdo pero que son dignos de sorpresa. La película más esperada por los fans que provocará tanto amor como odio pero que en definitiva comprende un entretenimiento digno, con varios momentos emotivos y un cierre más que decente.
«Knives Out», el film más reciente de Rian Jonhson («Looper», «Star Wars: The last Jedi», «Brothers Bloom») recupera una de las fórmulas más conocidas y utilizadas de las novelas policiales y las películas de misterio: el whodunit o whodunnit. Este término proviene de la contracción en una sola palabra de la pregunta inglesa Who has done it? o Who’s done it? («¿Quién lo ha hecho?») y hace referencia a una variedad de trama compleja dentro de este tipo de relatos de intriga, en la que un enigma o una especie de rompecabezas es su principal característica de interés. En otras palabras, el misterio del relato reside en descubrir quién es el asesino o quién fue el culpable. En este subgénero se proveen al lector/espectador los indicios acerca de la identidad del autor del delito, para que pueda deducirlo antes de la solución que se revela sobre el final del relato. Por lo general, la investigación suele ser realizada por un detective aficionado o profesional, frecuentemente con grandes poderes deductivos y un intelecto privilegiado. En la literatura tenemos infinidad de ejemplos entre los que se destacan las novelas de Agatha Christie y Sir Arthur Conan Doyle con grandes figuras detectivescas que se encargan de desentrañar los misterios detrás de ciertos asesinatos o delitos. Estos son Hércules Poirot y Sherlock Holmes. El film de Johnson busca revivir ese viejo procedimiento, el cual también utiliza para homenajear al mismo Poirot (de hecho, el personaje del investigador interpretado por Daniel Craig lleva el nombre de Benoit Blanc que nos remite al famoso detective belga de Agatha Christie) pero a su vez utilizando un estilo narrativo más fresco, moderno y vertiginoso. El largometraje cuenta la historia de la familia Thrombey, la cual se ve envuelta en una investigación policial cuando el renombrado novelista de misterio Harlan Thrombey (Christopher Plummer) es encontrado muerto en su mansión, justo después de la celebración familiar de su 85 cumpleaños. El inquisitivo y cortés detective Benoit Blanc (Daniel Craig) es misteriosa y anónimamente reclutado para investigar el asunto. Se moverá entre una red de pistas falsas y mentiras elaboradas por los familiares de la víctima, para intentar descubrir la verdad tras la muerte del escritor. La familia será interrogada uno a uno para ir poniendo a prueba sus coartadas y sus posibles motivos. Entre ellos se encuentran: Linda Drysdale (Jamie Lee Curtis), la hija mayor de Harlan y esposa de Richard, «Walt» Thrombey (Michael Shannon), el hijo menor de Harlan y esposo de Donna, el principal encargado de manejar el negocio de venta de novelas de su padre, Joni Thrombey (Toni Collette), la viuda de Neil, el hijo fallecido de Harlan y madre de «Meg» Thrombey (Katherine Langford), nieta de Harlan que cursa estudios de arte financiados por su abuelo; Hugh Ransom Drysdale (Chris Evans), el rebelde hijo de Linda y Richard y nieto de Harlan, Jacob Thrombey (Jaeden Martell), nieto de Harlan e hijo de Walt y Donna que está muy involucrado con el mundo de la política, Richard Drysdale (Don Johnson), el esposo de Linda y su principal apoyo en el manejo de su compañía, entre otros. Además de sus familiares cercanos, formaran parte de los sospechosos Frances (Edi Patterson), la ama de llaves de la mansión y Martha Cabrera (Ana de Armas), la enfermera y amiga de Harlan. Poco a poco irá surgiendo la información (tanto verdadera como falsa) para que el espectador vaya elaborando sus teorías sobre quién es el culpable, no obstante, uno de los aciertos de la cinta radica en que varios pasajes también recurren al humor y a la parodia para hacer al relato todavía más atractivo e interesante. Esos toques de comedia que sirven para relajar, sorprender y descomprimir (cuando es necesario) nos remiten a películas como “Murder by Death” (1976) y “Clue” (1985). Es así como Rian Johnson construye un relato sumamente atrapante y envolvente en el cual se revela prácticamente a la media hora cómo habría fallecido el escritor, pero abriendo otra vez varios interrogantes en otras direcciones. Casi como si tomara como base el whodunnit para reinventarlo y armar un derivado más fascinante y sugerente. Todo esto no hubiera sido posible sin el minucioso e impecable trabajo de guion del propio Johnson, así como también el compromiso del elenco que se lo ve intensamente compenetrado con la historia. Realmente hay que destacar el trabajo de Craig y Armas que sacan a relucir todo su talento actoral para la ocasión. Por supuesto, que Curtis, Collette, Plummer, Evans y cía también logran brillar en sus roles secundarios. Por otro lado, hay espacio para el absurdo y lo bizarro con el objeto de homenajear a las obras antes citadas con asuntos tales como que el personaje de Martha vomita cada vez que miente o es obligada a mentir por alguno de sus empleadores convirtiéndola prácticamente en un detector de mentiras humano, así como también espacio para la reflexión política y social sobre ciertos tópicos como la ignorancia, la xenofobia, la discriminación, la inmigración, entre varias otras cuestiones. Asimismo, nos encontramos con diálogos inteligentes y un ritmo acelerado que no da lugar a que la trama se estanque o se pierda en el gran número de personajes con el que cuenta. En los apartados técnicos cabe destacar la exquisita fotografía de Steve Yedlin (habitual colaborador de Rian Johnson) y su diseño de producción que juega con una estética anacrónica donde se mezclan vestuarios y decorados más antiguos (en lo que rodea a la mansión y a la familia en sí) con un contexto/entorno moderno. «Knives Out» es una de las grandes sorpresas de este año donde se pone de manifiesto que este género todavía tiene mucho para dar si se cuenta con un gran guion y un talentoso director que lo respalde. A su vez, sirve de prueba de que se puede lograr una correcta mixtura entre misterio y comedia con el sustento de un elenco comprometido con la tarea.
Casey Affleck debuta tras las cámaras en este relato post-apocalíptico de corte intimista que profundiza en la relación entre un padre y su hija. Un film que se desarrolla con un ritmo lento para meternos de lleno en este escenario donde una pandemia diezmó a la población matando a todas las mujeres del mundo. Rag (Anna Pniowsky) es una de las ultimas niñas que sobrevivieron y su padre (Affleck) deberá protegerla de amenazas externas, poniendo a prueba el vínculo afectivo de ambos. En primer lugar, su progenitor decide hacerla pasar por un niño (vistiéndola y cortándole el pelo como tal) para no llamar la atención de los extraños. Quizás, la premisa termine siendo más interesante que el desarrollo del film, pero “Light of My Life” (título original de la cinta) comprende un relato duro, pausado y solemne que busca ahondar en la ética y la moral reinante ante circunstancias adversas, así como también en la paternidad, los vínculos afectivos y el rol de la mujer en la sociedad. Aunque parezca increíble viniendo de Affleck, (una figura controvertida con un par de denuncias de acoso sexual en su haber) su ópera prima intenta, de alguna manera, reivindicar el rol de la mujer. En aquel escenario de ciencia ficción donde prácticamente no hay mujeres, estas están obligadas a vivir en comunidades aisladas para protegerlas de los hombres peligrosos que habitan en las cercanías. Una especie de alegato a la misoginia y a la violencia de género reinante en las sociedades actuales. Es en esos pasajes donde el largometraje resulta interesante, cuando profundiza sobre la problemática establecida y cuando explota la dinámica de padre-hija con todos los derivados que puede llegar a tener dicha relación. No obstante, la película falla cuando atraviesa ciertos lugares comunes vistos e interpretados de mejor forma en films como “Children of Men” de Alfonso Cuarón o “The Road” de John Hillcoat. El fuerte de la narrativa de esta obra radica en su minimalismo y cuando explota la enseñanza que le otorga el padre a Rag sobre lo que está bien y lo que está mal. En cuanto a sus aspectos técnicos, podemos destacar la estupenda fotografía de Adam Arkapaw que explota al máximo ese aire desolador de la escena post catástrofe, así como también su sobria puesta de escena y cámara que favorece la economía de recursos, aprovechando los planos de larga duración para acrecentar esa sensación de soledad y ese aire deshumanizado que rodea a los personajes. Por el lado interpretativo, se destaca Casey Affleck como el padre de la niña, que tiene la ardua tarea de actuar y dirigir al mismo tiempo. Igualmente, no es sorpresa que en cuanto a dirección de actores se destaque la cinta ya que es algo habitual en las obras dirigidas por actores. Mención especial merece Anna Pniowsky que tiene grandes momentos y se perfila como una joven promesa de actriz. «La Luz del fin del Mundo» es una película interesante que sufre la familiaridad de su escenario, un guion problemático y su larga extensión (dura dos horas y podría ser un poco más corta tranquilamente) pero que funciona por la reflexión que propone en el espectador, por las sentidas actuaciones, y por una más que acertada dirección de Affleck en su debut.