Algunas formas Más allá de su importancia documental, de su poder hipnótico y de su indiscutible categoría de obra maestra, Shoa (Claude Lanzmann, 1985) inaugura y establece los parámetros formales de cómo debe contarse la abyección más absoluta. Su lenguaje se compone de una acumulación desesperante de testimonios, se intuye en su montaje minucioso y se nutre de la crudeza, y también, de la apariencia de crudeza. El resultado es estimulante, no sólo está reflexionando sobre el holocausto ante nuestros ojos, nos incluye, nos pone de frente y nos obliga a mirar. A pesar de ser correcta y de factura impecable, a La parte por el todo le falta lo que le falta a la mayoría de los films sobre la última dictadura militar, robar un poco de ese lenguaje y de la forma que Lanzmann encuentra en Shoa. La película de Andrés Martínez Cantó, Santiago Nacif Cabrera y Roberto Persano se articula alrededor de los testimonios de tres hijos de desaparecidos nacidos en cautiverio. Los directores proponen, y logran mostrar los esquemas y la estructura que los represores ponían en juego para el trato de las embarazadas en los centros clandestinos de detención. De fondo por supuesto las pruebas contundentes del plan sistemático de apropiación de menores, y los resultados del único juicio que no fue alcanzado por las leyes de obediencia debida y punto final y los indultos. El problema de La parte por el todo se da en la excesiva estilización que utiliza a la hora de enmarcar los testimonios principales. Los directores terminan agregando al film una dimensión poética redundante e innecesaria que termina por quitarle contundencia a lo que se está relatando. Por un lado tenemos una música que subraya, sutil y recontra cuidada, ese mal argentino que es pensar que todo lo que se parece a Spinetta o a Pedro Aznar es bello. Es una música obvia y demasiado correcta que se agrega como elemento pero no termina sumando sentido. Y por el otro lado la manifestación del otro mal argentino que es hacer animaciones en vivo a lo Liniers. En el caso de La parte por el todo esta sección está a cargo de Maxi Bearzi, cuyo trabajo es de una obvia calidad pero que funciona igual que la música, embellece y estiliza aquello que no lo necesita. Más allá de las cuestiones de forma que señalábamos, La parte por el todo tiene un par de momentos ciertamente conmovedores. Por ejemplo vemos que a pesar de los años transcurridos y de la repetición sin descanso de su testimonio, Miriam Lewin expresa claramente que no puede acostumbrarse a la idea de que los torturadores robaran bebés, a pesar de lo que dice lo importante es lo que muestra su rostro, un desasosiego que por suerte la cámara logra captar. Y además tenemos las breves apariciones de Jorge Rafael Videla en los videos del juicio por el robo de menores. Primero lo vemos declarar las mismas mentiras de siempre, uno se cree el convencimiento de esos tipos tan sólo con su actitud. Pero luego viene el clímax de la película que es la lectura de la sentencia, y vemos un recorrido por los rostros de quienes están siendo condenados. La cámara llega a Videla que se sentaba más o menos como Göring en los juicios de Núremberg, en el extremo inferior derecho. Cuando leen su condena la cara está a punto de romper en llanto, casi como haciendo puchero. Ese momento es un hallazgo de La parte por el todo. Un momento de íntima y patética humanidad que nos obliga a reflexionar sobre la naturaleza de aquellos que nos gustaría pensar que son monstruos pero que son tan sólo humanos. Por lo tanto con la potencia de alguno de sus momentos documentales, la película de Cantó, Nacif Cabrera y Persano termina salvando su excesiva estilización.
Maldad y política EL DOCUMENTAL La jugada del peón: el agro-negocio letal, de Juan Pablo Lepore, es ese tipo de documental cuyo tema y urgencia supera ampliamente la necesidad de cierto juicio estético. Así y todo no dejaremos de decir que es un film absolutamente convencional y que abusa de ciertas prácticas innecesarias para un material que necesita de una crudeza constante. Lepore intenta un montaje frenético pero no confuso, que va articulando un mensaje claro y de alta importancia política. Podemos criticar el adorno innecesario y puramente ocioso que a veces aparece entre las entrevistas, como algunas canciones ilustrativas que hablan sobre la tierra y la presencia clisé de Manu Chao. De todas maneras hay un tema de la banda Perro Verde llamado Fuera Monsanto que viene al caso, y de alguna manera es la melodía de las manifestaciones en contra de la empresa. También Lepore abusa del material de archivo televisivo, que poco agrega aparte de rellenar tiempo de metraje. Igual destacamos que rescata un buen debate en 678 entre Luis Zamora y Ricardo Forster, el intelectual que mejor maneja el arte de la evasiva. La contundencia de ciertas palabras de Zamora son elocuentes, la presencia de Monsanto es el principal argumento en contra del modelo kirchnerista. La importancia de este documental radica sobre todo en desnudar las prácticas poco conocidas que se dan en el centro de la matriz productiva argentina: quiénes son los que defienden estas prácticas y quiénes luchan en desventaja con ellos, como por ejemplo los vecinos de Malvinas Argentinas, Córdoba. EL MENSAJE Alguna vez, el despreciable Bernardo Neustadt asumió la existencia de un pequeño fascista dentro de cada uno de nosotros, los seres argentinos. Tomemos del bueno de Bernardo esa compulsión por la sentencia y su visión dualista de todas las cosas: si hay un bien absoluto entonces hay un mal absoluto, en la Tierra Media se llama Sauron, en nuestro mundo se llama Monsanto. Uno de repente puede pensar una lista de injusticias brutales que implica el sistema capitalista, y Monsanto las agrupa a todas. Es la empresa creadora del agente naranja, herbicida arrojado sobre las selvas de Vietnam como parte de la guerra química que sistemáticamente llevó adelante el ejército estadounidense, cuyo saldo de muertes y mutilaciones es predecible y vergonzoso. Monsanto es ese tipo de empresa que contrata médicos y científicos que justifican el uso del glifosato, ese químico claramente tóxico y cancerígeno. Monsanto y sus cómplices, Grobocopatel, el gobierno kirchnerista, la Sociedad Rural, Clarín, literalmente atentan contra la vida humana y la naturaleza. Monsanto es el Mal. No podemos evitar pensar que los males estructurales del país siguen latentes y que el kirchnerismo claramente ha sido un gobierno de aciertos, pero sólo eso, algunos aciertos; la verdad es que profundizó un modelo sojero de extracción brutal y barbarie ecológica. Monsanto no es el futuro, es destrucción, un modelo agotado que el gobierno kirchnerista hizo entrar a nuestro país por la puerta grande.
Ciber-giles Eliminar amigo pertenece a la larga y querida tradición norteamericana de entretener mostrando las muertes atroces de un grupo de adolescentes lujuriosos. Una tradición que a unos cuantos nos ha costado muchas horas de tedio que nunca recuperaremos, pero que también nos ha regalado algunas obras maestras indiscutibles como Halloween. Eliminar amigo, lamentablemente, es de aquellas que nos hacen perder un poco nuestro tiempo, menos mal que nuestro tiempo no vale nada. Un usuario desconocido se suma a una videoconferencia entre amigos por Skype. Pronto ese usuario comenzara a amenazarlos y a manipularlos para que develen sus peores secretos. Los protagonistas se defenderán usando antivirus y todos los chats o medios de comunicación de moda (preferentemente los de Apple). Así como sucede con los alimentos transgénicos, desconocemos los alcances reales de lo digital: el espacio cibernético sin dudas tendrá consecuencias que no podemos siquiera empezar a imaginar. Lo desconocido u oculto en lo digital es el primer generador de terror en el película que dirige Levan Gabriadze. Sumémosle las formas de la última moda en el cine de terror, el ya decadente found footage o cámara en mano, además de un fantasma con habilidades de hacker, y obtendremos aproximadamente Eliminar amigo. Concretamente veremos durante una hora y media la pantalla de una noteboock o macbook. Las películas de adolescentes muertos son un género bien conformado y repleto de convenciones. En general se trata de producciones descaradas, de conservadurismo exacerbado y autoconsciente. Son cuentos con moralejas deformes y amarillistas: quien tiene sexo muere, quien no lo tiene también y quien es malo muere horriblemente. No podemos negar que los responsables de Eliminar amigo intentan traducir estas convenciones a su premisa inicial. Pero la película nunca deja de lucir artificial, y el elenco abundante en actuaciones gritonas y sin gracia no ayuda demasiado. EXPERIMENTA LA QUIETUD Por supuesto que en la pantalla de la computadora suceden cosas: se abren y cierran ventanas, vemos gente morir filmados por cámaras de mala calidad, y también videos humillantes en YouTube. Pero la narración cinematográfica necesita de los cuerpos en movimiento para, al menos, generar la sensación de realidad, y para conseguir verosimilitud. Las pantallas digitales cotidianas aún tienen un rasgo de lejanía y artificialidad que hacen que lo que nos muestran reciba poco crédito de nuestra parte. Si Edgar Allan Poe inventó el lector de policiales, desconfiado y cínico, Internet nació directamente bajo sospecha y a pesar de que lo que vemos en la pantalla de la protagonista se traduzca en consecuencias reales dentro de su universo, Eliminar amigo nos hace experimentar la quietud, y eso no es para nada bueno para los efectos que debe conseguir una película de este tipo, que en pocas palabras, termina aburriendo y asustando poco.
Una de terror genérica La muerte de Wes Craven el pasado 30 de agosto, tan cercana al estreno de Desde la oscuridad y otras cuestionables películas de terror que se vienen en septiembre es una especie de insulto. Sin dudas debería existir un Barrionuevo que nos dijera que todo se solucionaría si dejamos de hacer películas de terror tan pecho frío por dos años. Quizás Craven era ese Barrionuevo. Muchas veces hablamos de la factura televisiva de ciertas producciones como sinónimo de lo berreta. Es un poco injusto si pensamos que la televisión norteamericana, por ejemplo, le dio el gran impulso al auge global de las series, último refugio de la mejor ficción. Pero no es tan injusto si pensamos en cualquier tira diaria de Suar, por no hablar de Telefé. Ajustemos la definición: la peor factura televisiva es aquella que roza apenas la superficie de lo que está contando, abusa del lugar común y carece de los recursos técnicos mínimos como para que lo que cuenta tenga cierto nivel de verosimilitud. Es decir, la materia de la cual está hecha Desde la oscuridad. La pareja de Sara (Julia Stiles) y Paul (Scott Speedman) junto con su hija Hannah (Pixie Davies) se van a vivir a Santa Clara, Colombia, donde el padre de Sara, Jordan (Stephen Rea), dirige una fábrica de papel. Hay un par de oscuros secretos del pasado que se manifiestan en forma de fantasmas que por supuesto se la van agarrar con la pequeña Hannah. Lo importante es que desde el principio veremos la clásica mirada políticamente correcta, progresista y paternalista sobre la sociedad de Santa Clara. Hay un sesgo ideológico hollywoodense fuertísimo y casi inconsciente a la hora de mirar Latinoamérica. Esto que es casi una obviedad lo subrayamos porque en Desde la oscuridad se ve claramente. También digamos que la película, con todas sus gigantescas limitaciones, condena los desastres que el hombre blanco civilizado ha hecho casi sin detenerse desde la época de la conquista hasta nuestros días. Esta película dirigida por Lluís Quílez no es absolutamente insoportable, sólo que su desarrollo es como ir a hacer el cambio de domicilio: es rápido pero igual molesta. Y aunque a esta altura de la historia de la humanidad sea absurdo hablar de originalidad y sorpresas a la hora de narrar, Desde la oscuridad erige su edificio enclenque desde un guión esquelético y genérico. Como si lo hubieran copiado de algún esquema de un manual de guión y le hubieran cambiado los nombres. Así y todo, no podemos negar que Quílez logra cierto ritmo que se sostiene, y que algunas actuaciones, aunque igual de genéricas que el guión, son sólidas. Hablamos específicamente de Rea, un buen actor con cierto carisma seco, y Stiles con una solidez de manual. Speedman demuestra lo mismo que en la saga de Inframundo: debió dedicarse a cualquier otra cosa que nada tuviera que ver con la actuación. Y para el final, lo de siempre, lo normal: hay que resolver el nudo traumático del pasado para que los fantasmas colombianos no nos maten a todos. En el medio nosotros, espectadores aburridos y medio cansados descubrimos que la globalización nos llevó puestos. Todo muy triste.
Casi como El 6° día, pero no Se puede decir, sin ser denunciado en INADI ni entrando en graves polémicas con Ricardo Forster, que la ciencia ficción es más que un género una colección de temas que tienen que ver con el futuro y ciertas tecnologías. Para algunos, ciencia ficción es replicar los géneros tradicionales en el espacio exterior (Star Trek y Star Wars). Para otros, generalmente solemnes y con cara de pensar mucho como Christopher Nolan o (Dios me libre de nombrarlo otra vez) Stanley Kubrick, la ciencia ficción es un campo de especulación filosófica y moral (gente como Olaf Stapledon hace esto muy bien). Hay quienes pensaron que se podían juntar los puños de un tardío Schwarzenegger con la reflexión filosófica, lo que dio como resultado la horrorosa El 6° día (Roger Spottiswoode, 2000). Esa idea loca en menor medida es la responsable de la existencia de Inmortal, que por suerte y con sus fallas, no es tan horrorosa. Si hay algo que no podemos negar del film de Tarsem Singh es una intensa y bien estructurada introducción que se extiende hasta el fin de la primera media hora. A partir de allí, la película comienza a diluirse para apenas terminar de salvar el honor al final. La historia tiene una premisa simple: un empresario importante llamado Damian, interpretado por el gran Ben Kingsley, está en las etapas finales de un cáncer terminal. Se le ofrece en secreto utilizar una tecnología revolucionaria para pasar su mente a un cuerpo sano a cambio de una gran cantidad de dinero. Inmortal claramente se trata de las consecuencias de sus decisiones. El cuerpo que se le ofrece a Damian es nada menos que el de Ryan Reynolds, un actor que es la versión masculina de Amanda Seyfried en esto de ser incapaces de participar en una producción que sea realmente buena. Pero el problema de Inmortal no es particularmente Reynolds, que tiene cierta plasticidad y buena presencia para la acción, sino que más bien en principio nos encontramos con un guión un poco confuso. Singh no termina de decidirse en si su ficción especulativa debería ser o no una película de acción. Pero, con alguna secuencia más o menos buena, y una particularmente mal diagramada que involucra una persecución, la película finalmente es una de acción, tiros y una venganza violenta sin demasiados cuestionamientos. Como El 6° día sin ir más lejos, sólo que con un poco mas de criterio. Ahora bien, el problema principal que tiene Inmortal es que la trama se detiene demasiadas veces, lo cual rompe el ritmo y genera tedio. Es como si el director necesitara esos midpoints como para recalibrar la historia y ver hacia dónde continuar. Y aunque nunca termina de empeorar del todo, termina diluyendo el buen trabajo del comienzo. Lo que no deja de ser una sorpresa es la violencia con la cual termina de resolverse el conflicto principal que empezó como una especie de especulación moral acerca de la existencia y las posibilidades de la tecnología. Por momentos hace acordar al final violento que Homero le sugiere a Mel Gibson en aquel capítulo tan divertido de Los Simpson. Por suerte aquí no aparece el perro con la mirada sospechosa.
Más demonios y cámaras caseras Hay un film que es el culpable de todo esto, se llama Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1980) y es la que encendió la llama del falso documental de terror. La casa del demonio no sólo pertenece al mismo -ya podemos decir- infame subgénero, sino que comparte la misma estructura que el film de Deodato. Esto es, una película sobre las personas que encuentran un material fílmico que el espectador también ve. En La casa del demonio unos policías encuentran, en una escena del crimen siniestra de asesinatos múltiples, una cámara un poco deteriorada que registró evidentemente los hechos, y un sobreviviente. A partir del interrogatorio al testigo y del material recuperado en la cámara intentarán resolver el crimen delante de nuestros ojos curiosos de espectador. Agreguémosle entonces el elemento policial a la ecuación de la película dirigida por Will Canon y producida por James Wan: no negaremos que a priori parece una propuesta interesante, si pensamos además que el elenco es de una segunda línea aceptable de Hollywood (Maria Bello y Frank Grillo), y a pesar de los falsos adolescentes intercambiables que aparecen. Pero las primeras impresiones son sólo eso, y de a poco La casa del demonio se va develando como un bodrio medio enclenque y flojo de guión. El montaje nos hace alternar entre secuencias de interrogatorio que se diluyen en una tensión demasiado artificial, y unas escenas de cámara en mano que son rutinarias y poco escalofriantes. Todo metido a presión para que finalmente se resuelva en un giro sorpresa arbitrario y absurdo. Quizás estamos siendo un poco duros para una película de un genero con cierta cantidad amplia de convenciones, que requiere de nuestra credulidad, y si se quiere también de nuestra complicidad. Pero lo cierto es que no estamos ante un disparate como Sharknado (Anthony C. Ferrante, 2013), sino que se trata de una película de terror considerable que se vende a través de algunos méritos conseguidos por James Wan. Es cierto que Wan ha conseguido parte de los últimos buenos resultados dentro de lo producido por el género (La noche del demonio, El conjuro, entre otras) pero no exageremos, no es un renovador del lenguaje ni mucho menos, es alguien con criterio y conocimiento de los detalles esenciales del terror, nada más. De hecho las películas de terror más importantes de los últimos años no tienen que ver con él, hablo de: Posesión infernal (Fede Alvarez, 2013) o Te sigue (David Robert Mitchell, 2014) y también de Babadook (Jennifer Kent, 2014). En todo caso el James Wan productor es el clásico mercenario que le deja a un director del montón como Will Canon, una idea del montón que pretende reciclar elementos que maneja el cine de terror de hoy: lo demoníaco, los videos caseros, los adolescentes de evidentes 25 años, lo cual termina produciendo nuestro tedio.
Crítica y ficción Ricardo Piglia se define como un escritor, y probablemente sea uno de los escritores más autoconscientes de la literatura argentina. Pero antes que nada es un crítico, por lo menos sus mecanismos son los de un crítico, casi que no puede evitar tomar distancia y teorizar sobre su obra y la de los demás. Parece tener la necesidad de comprender los mecanismos intrínsecos de todo lo que le interesa. Andrés Di Tella le propone con 327 cuadernos registrar el momento de reencuentro con sus diarios. Un registro vital que arranca en 1957, sin cuya existencia, el mismo Piglia reconoce, no hubiera escrito nada más. Vemos al escritor en su regreso a Argentina desde Princeton, muy rápidamente empieza a elaborar conceptos que son los múltiples disparadores de la película. Como todo gran escritor, tiene una serie de ideas acerca de sus escritos pero casi nunca lo vemos trabajar sobre ellos, incluso en esta película que en principio debería tratar de la lectura y el reencuentro con sus diarios. Di Tella estructura su película como si fuera Piglia el que dirige. Entonces, como en cualquiera de las obras del escritor, 327 cuadernos dialoga con la política, la literatura, el cine, su propia biografía y el espectador. Piglia dice en algún momento -entre risas- que él no es peronista pero que se volvió escritor para ser un escritor peronista. Finalmente termina afirmando que los acontecimientos políticos argentinos suelen afectar la vida cotidiana. En su caso: la Revolución Libertadora, un padre peronista, el golpe del 66, la muerte del Che, son hitos que irán apareciendo durante el metraje de 327 cuadernos como el contendedor de lo que se narra en los diarios. REALIDAD Y FICCION En el comienzo de la película, Piglia habla de la idea de utilizar el género documental en sus diarios para construir algo más, concretamente: “…trabajar la verdad del género para construir una ficción, una ficción imperceptible…”. Vemos cómo esa ficción comienza a florecer, Piglia vuelve a tomar distancia, pasa los textos a la tercera persona, el libro con sus diarios se titulará Los diarios de Emilio Renzi, su alter ego literario. Pero la realidad interrumpe los juegos de la ficción: durante la filmación de 327 cuadernos Piglia descubre que tiene una enfermedad que va deteriorando su motricidad y su capacidad de expresarse. Todo se acelera o se deforma ahora que su tiempo tiene un límite. Empieza a trabajar más rápido, la película se termina de alguna manera, o mejor dicho se parte en dos. Piglia ha sido un crítico de dicotomías, que ve al menos dos partes en todo: recordamos ese texto de su libro Formas breves acerca de que un cuento es siempre dos cuentos, uno explícito y otro que se sugiere. De repente los 327 cuadernos parecen 654 y una tarea imposible; sin embargo ya nos enteramos con alivio que Anagrama lanza la primera parte de Los diarios de Emilio Renzi. Al final Ricardo Piglia sonríe, tiene un gran sentido del humor.
Fugitivos de lo que nadie escapa La vara con la cual valoramos el cine de terror en los últimos años ha tenido que bajar necesariamente. Salvo algunos oasis como la remake de Posesión infernal (Fede Alvarez, 2013) o El conjuro (James Wan, 2013) y hasta Ritual sangriento (Jim Mickle, 2013), en general la cantidad de producciones del género (casi todas norteamericanas) son demasiadas y de calidad dudosa. De todas maneras, estas películas tienen un público asegurado que hace que nunca fracasen en la taquilla, como suele suceder con la comedia norteamericana, por ejemplo. Es que el cine de terror es como la Selección Argentina: hace mucho ruido aunque no le gane a nadie. En el caso de Te sigue estamos ante un film que no sólo es de terror, es también un film de premisa, esa especie de subgénero maldito del que pocas veces alguien sale airoso. Hablamos de esos films cuya lógica narrativa (por decirlo de alguna manera) se sustenta en una afirmación absolutamente arbitraria. Por ejemplo, esa entretenida pero demasiado ridícula película con Amanda Seyfried y Justin Timberlake, El precio del mañana, en donde toda la gente por alguna razón difusa tiene un reloj bajo la piel que le dice cuánto le queda de vida. En pocas palabras, cuando se utiliza bien una premisa sale Sexto sentido, si no sale El origen, donde un montón de personajes parecidos a Aníbal Fernández intentan explicar lo inexplicable. Te sigue es una película de premisa cuyo resultado, por suerte, es parecido al de Sexto sentido. A pesar de que el mecanismo de la película se devela rápidamente, y que creemos que aunque se sepa de antemano el espectador puede disfrutarla igual, no vamos a develar nada aquí para que la sorpresa sea completa. Lo que gusta de Te sigue, de todas maneras, no es su originalidad, ese concepto sobrevalorado. Lo que importa es que vuelve a las fuentes, en busca de viejos recursos probados, para contar una historia moderna. Si le sacamos el hecho fantástico, Te sigue es un drama adolescente independiente norteamericano a imagen y semejanza del festival de Sundance. Pero el hecho fantástico está, y la verosimilitud creada por esa estética de adolescentes despreocupados de suburbio típico ayuda a que nos lo creamos fácilmente. Cuando aparece el terror nos damos cuenta de que el director, David Robert Mitchell, sabe que su película necesita ritmo particular y realmente lo consigue. En Te sigue busca el efecto al igual que Poe, y construye un relato fantástico tan típico como demoledor, que podría haberlo pensado Hawthorne en el Siglo XIX o el joven Cortázar de Bestiario, aunque en el último caso los malos serían todos obreros peronistas. Por otro lado, se nota que Mitchell ha leído a Freud y ha visto cine de terror. Pensándolo bien, se nota que es un ser humano y que lo obsesionan la muerte y el sexo. En Te sigue, hagamos valer la redundancia, lo que te sigue es la muerte pero también el sexo, o un híbrido entre ambos. Sabemos de aquella regla mitológica que se volvió autoconsciente en Scream, en el cine de terror (y a veces en el cine a secas): quien tiene sexo muere. En Te sigue esto es una regla vital, y el director, con mucha inteligencia, aprovecha para explorar cómo sus personajes deben relacionarse a través del sexo. Mitchell sostiene el tono de su película casi todo el metraje, salvo hacia el final, en una mala secuencia en una pileta que podría haber arruinado todo pero de la cual sale airoso. Con las armas de siempre: el peligro, el sexo y la muerte, Te sigue se suma a la lista de oasis en el desierto que es el panorama actual del cine de terror. Aunque al igual que las otras, no le alcanza para ser una obra maestra pero es de lo mejor que ha aparecido. Es lo que hay.
Perdido en la Patagonia Antes que nada informemos: Cabeza de ratón es la segunda parte de una trilogía iniciada en 2012 con La parte automática, ambas dirigidas por Ivo Aichenbaum, y cuyo tema principal son algunos hechos trascendentes en la vida del director. Vayamos directamente a Cabeza de ratón, donde Ivo termina de estudiar en Buenos Aires y decide regresar a vivir en Río Gallegos, ciudad que supo ser su hogar. Antes de viajar se entera que su amigo Pablo Chori se había suicidado. Claramente hay allí una historia, un amigo que decide morir en una provincia como Santa Cruz con su altísimo índice de suicidios de jóvenes (sin ir más lejos, la ola de suicidios en Las Heras). Pero Aichenbaum además va a encontrarse con otras dimensiones de su pasado en una ciudad atravesada no por 12, sino que por 25 años de kirchnerismo. Esto de alguna manera es lo que quiere enmarcar Cabeza de ratón, todo junto en relación y con un sentido último. El primer problema de la película es que su realizador no confía del todo en el artefacto cinematográfico. Más allá de que el documental esté filmado en el tono adecuado, con la fotografía justa (Aichenbaum sin dudas sabe filmar), las imágenes están para ilustrar un texto ampliamente meditado que es leído por el director, que graba en una voz en off un tanto impostada que parece de una especie de Aliverti recién levantado y demasiado confesional. Este texto que escuchamos durante casi todo el metraje es el que contiene la sustancia más importante de la historia que se nos quiere contar. Es un texto bien construido a pesar del tono didáctico que adquiere cuando habla de política. Si hay una falla importante en Cabeza de ratón es su manera de encarar los temas políticos, porque mientras mantiene un resquicio de especulación y ambigüedad en cuanto a los temas personales, cuando habla de política local nos arroja una serie de frases y datos bien digeridos tendientes a comprobar la tesis apolítica del film. Además se nos muestra una serie excesiva de spots publicitarios del gobierno de Kirchner como intendente de Río Gallegos, que por supuesto evidencian el cinismo y el eterno oportunismo del que es capaz el Frente para la victoria, pero también nos muestran una película estirada innecesariamente que no termina de hacer pie en sus concepto explícitamente políticos. En su regreso a Río Gallegos, Ivo Aichenbaum parece no poder recuperar nada, tal es el desencanto y el desarraigo. Esa sensación de que de algunos lugares uno se va para siempre es quizás lo más intenso que aporta Cabeza de ratón, pero a la que se llega al principio cuando nos enteramos de la muerte de Pablo. Luego la película se va perdiendo junto con la historia de ese amigo muerto en un mar de soliloquios y lugares comunes sobre la política, una confusión que la termina disolviendo y hasta la vuelve tediosa por momentos.
¿Para qué la autoconciencia? Películas que hablan sobre cine hay a montones, lo que suele variar es la distancia y la capacidad para la reflexión, esa diferencia que hay entre Scorsese y Kubrick. La comedia romántica, la comedia en general, y la comedia norteamericana sobre todo, suele reflexionar sobre sí ante nuestros ojos, acumulando film tras film que involucra entre sus temas al cine, es decir, cómo se hace, o cómo se actúa o cómo se costea. Pongamos como ejemplo una comedia romántica perfecta que se estrenó este año, Escribiendo de amor, de Mark Lawrence, y digamos que Con derecho a roce intenta a los tumbos y mal algo parecido. Chris Evans interpreta a un escritor de guiones cinematográficos con algunos problemas para relacionarse con las mujeres, y que tiene el encargo de escribir una comedia romántica. Conoce al personaje de Michelle Monaghan que, por supuesto, es perfecta para él pero está en una relación estable. Desde el comienzo y rápidamente se nos presenta con buena dinámica el universo que compone la vida del personaje de Evans (cuyo nombre desconocemos), con unas cuantas referencias y chistes logrados. Los conflictos son evidentes y gruesos, aunque eso no es a priori un problema. Sin embargo, lamentablemente Con derecho a roce es previsible y encima consciente de su previsibilidad por lo que cierto tedio es inevitable a pesar de su corta duración. El director Justin Reardon no termina nunca de encontrar una base sólida para su película, contada siempre desde el punto de vista del personaje de Evans, presentando una serie de situaciones que de alguna manera se repiten y van componiendo una historia a retazos. Es decir, veremos a Evans con su mejor amigo, con su grupo de amigos, con la chica que le gusta, con la chica con la que se acuesta, con su abuelo. Reardon también utiliza animación y hasta stop-motion para ficcionalizar las historias que refieren los amigos del protagonista que, por otro lado, siempre se imagina siendo parte de esas narraciones. El resultado es un pastiche no del todo claro y un tanto superficial, que además se apoya demasiado en el carisma de Evans y en la química que este tiene con Monaghan. Entonces para ser una película que trata sobre la vida amorosa de un escritor de películas, Con derecho a roce se queda corta en cuanto a lo que tiene para decir sobre esos temas. Básicamente se habla del clisé del romance como algo inevitable, y acumula algunas sabidurías sobre el amor monógamo occidental: hay que pelear por el amor verdadero, no hay que tener miedo a las relaciones serias, casarse implica una decisión de trascendencia cósmica, todos tenemos nuestra media naranja. Es decir, es extraño que se nos muestre cierta autoconciencia cínica al principio, en contraste con una visión más naif pero también más conservadora, y que el movimiento final de la película no sea exponer, al menos superficialmente, los grises entre estas dos posiciones, sino más bien tomar partido por la segunda opción. Esto termina convirtiendo una película de arranque interesante y con algunos momentos buenos, en una peliculita babosa parecida a esas que interpreta Katherine Heigl.