La insoportable vida de Joseph Crone A nadie engaña ya el truco publicitario de la coincidencia de fechas (que por suerte se terminará en 2012). Un juego utilizado anteriormente para estrenar el 06/06/06 la pobretona remake de La profecía, y que aquí es la única excusa para estrenar este engendro llamado La profecía del 11-11-11. El tema es así: el exitoso escritor Joseph Crone (Timothy Gibbs) vive deprimido desde la muerte de su mujer y su hijo. Va a reuniones de terapia en grupo donde conoce a Sadie (Wendy Glenn), ese mismo día a las 11:11 tiene un terrible accidente de tránsito del que sale ileso, y a la noche del mismo día se entera de que su padre está muriendo en su casa en Barcelona por lo cual viaja hacia allá. Ni bien llega a España comienza para él, un derrotero de experiencias paranormales (ve demonios, su padre parece poseído, la enfermera española que cuida a su padre dice cosas extrañas todo el tiempo). En fin, todos los lugares comunes posibles del cine de terror, especialmente del subgénero de films de posesiones. Gibbs intenta un personaje imposible al componer a Joseph Crone. Por un lado intenta ser una persona atormentada por un tortuoso pasado y, por el otro, casi que se obliga a obsesionarse con los números 11-11-11, siendo esto tan absurdo que dicha premisa del film se cae a pedazos desde el principio. Imaginemos que la verosimilitud y el desarrollo de climas no importe, es más, presupongamos que este film pudiera valer la pena sólo por sus golpes de efecto. Bueno, tampoco los tiene, no hay sustos. El director Darren Lynn Bousman (El juego del miedo 2, 3 y 4) camina con una torpeza sin precedentes sobre un guión enclenque. Nos enrostra todo el tiempo escenas de supuesto miedo, que por previsibles o por mal construidas no generan más que tedio. Andan por allí un par de demonios que en la buena de Night of demons (1988) hubieran sido suplentes, sacando la lengua, caminado lentamente y amenazando con su sola presencia (?). También el padre de Crone deambula poseído, insidioso e intrascendente. Quizás el personaje más interesante sea el de Samuel, interpretado por Michael Lande, interesante en el contexto de un film horrible como este. Aunque hay que reconocerle algunos momentos logrados a Lande, que hace un poquito creíble el ambiguo cura que le toca interpretar. Y cuando todo parecía terminar en un film muy malo, lleno de escenas inconexas arbitrarias y mal logradas, aparece el director Bousman con su herencia del juego del miedo a cuestas, e intenta explicar todo lo anteriormente sucedido con flashback tras flashback conectando un rompecabezas imposible. Logrando así un film peor, por tramposo y sesudamente absurdo. ¿No era más fácil intentar una película entretenida, con cierta cadencia o algún tipo de narración? Parece que no, gracias por nada El juego del miedo.
Lo que no se ve (o por qué defiendo a Actividad paranormal) La saga de películas de Actividad paranormal iniciada en 2007 por el film de Oren Peli, es un caso atípico dentro del panorama del cine de terror de la última década. En principio por la cantidad de particularidades que la definen y la diferencian de casi todo lo que se hace en el género en todas sus sub-categorías y presupuestos. Se suele incluir a Actividad paranormal dentro del subgénero de “falsos documentales de terror”. Grupo que integran propuestas bastante diferentes entre sí, como Holocausto caníbal, El proyecto Blair Witch, la saga de REC, El diario de los muertos, Cloverfield, Apollo 18 o las menos conocidas (y no estrenadas en la Argentina) Lake mungo, Poughkeepsie tapes, Behind the mask. Para ser más exactos se podría diferenciar a aquellas películas que efectivamente están construidas como documentales, es decir, bajo ciertas convenciones y estructuras de este tipo de films, y las que, por otro lado, plantean ser “found footage”, o mejor, material encontrado y crudo acerca de sucesos supuestamente reales que por arte de magia se estrenan comercialmente en masivas salas de cine. Esta clase de manejo publicitario funcionó muy bien para El proyecto Blair Witch hace 10 años. Sin embargo, el gancho de Actividad paranormal pasa por otro lado, ya no quedan demasiados incautos que crean que lo que están viendo, por más crudo que luzca, sea verdad. Su atractivo radica en su efectismo y efectividad. Para los que no conocen de qué va la cosa, las tres películas de Actividad paranormal tratan sobre grupos familiares (ok una pareja en la primera, familias en las otras dos) en los cuales uno de sus miembros tiene experiencias paranormales y, por lo tanto, otro de sus miembros (generalmente varones que, convenientemente, gustan de jugar con cámaras de video) decide filmar continuamente su casa para ver qué sucede cuando ellos no están viendo. Así estructurados los films, estaremos durante mucho tiempo ante material de descarte: personas durmiendo, habitaciones en las cuales no sucede nada en serio, filmaciones caseras de cumpleaños o cualquier ocasión común en la que sea verosímil tener una cámara cerca, y también unos cuantos momentos que rayan la ridiculez. Por ejemplo: largos planos-secuencia de gente escapando del peligro que ¡jamás suelta la cámara! ¡Y en el caso de Actividad paranormal 3, que transcurre en 1988, estamos hablando de ¡enormes cámara VHS! En Actividad paranormal 3 específicamente, se vuelve a apostar por la generación de climas. Siempre se trata de la dosificación y el pulso de quien la dirige. En este caso, Henry Joost y Ariel Schulman han entendido cómo hacerlo nuevamente. Entonces todo lo que parece que nada contribuye a la historia, está puesto en función del desarrollo paulatino de un enrarecimiento del ambiente, que en los tramos finales es tan tenso que los sustos, y en algunos casos, el verdadero miedo, son incontenibles. Hay una apuesta constante a la utilización del fuera campo, como cuando Lovecraft nos despistaba (o nos aterrorizaba mas) diciéndonos que algo era tan terrorífico que no se podía describir o decir. Hay una excelente idea de una cámara montada sobre un ventilador oscilante que genera un juego de campo-contracampo tan efectivo y terrorífico, que de por sí vale para la valoración positiva de Actividad paranormal. En lo que respecta al contenido cabe decir que si Actividad paranormal 2 engordaba y daba un giro sobre los acontecimientos de la primera parte, esta tercera se ocupa de desarrollar un poco más el origen de estos personajes y sus circunstancias. Pero todo esto se pierde ante el golpe de efecto y el clima de pesadilla que es lo realmente atractivo del film. Actividad paranormal 3 dejará a una parte del público aburrida e indiferente, pero a la otra la dejará realmente asustada y sugestionada. Tiene un gran merito al ocuparse de lo que no se ve: los terrores ocultos, en la sutileza del aire, allí donde no hay nada, podría haber un ser maligno con el poder de matarnos no sin antes aterrorizarnos de la peor manera posible. Si va a ser a así, mejor que haya cámaras para que nos crean después.
Jason Statham y diez más La última película que vi con dos actores de renombre mas el “Dios” Robert De Niro fue La revelación. En aquel caso, Milla Jovovich, Edward Norton y De Niro eran cómplices en la composición de un bodrio insufrible y fallido. Lleno de lugares comunes idiotas y personajes fuera de registro. Salvo en participaciones como el bestial senador que interpreta en Machete, el gran Robert suele inmiscuirse en artefactos como La revelación. En el caso de Asesinos de élite, por suerte, se rompe esa tendencia. Aquí el trío estelar Robert De Niro, Clive Owen y Jason Statham está bien aprovechado por el ignoto Gay McKendry, cumpliendo cada cual un rol equilibrado y acorde a la historia. Danny (Statham) y Hunter (De Niro) son amigos y sicarios. Sin embargo, el primero decide retirarse del negocio porque ya no puede con su conciencia. Todo va bien para Danny, hasta que se entera de que Hunter fue raptado por un jeque árabe por no haber cumplido con un “trabajo”. Danny intentará salvarlo. Lejos de toda originalidad es un argumento simple, concreto y contado unas cuantas veces. Pero que McKendry aprovecha al máximo tomando algunas buenas decisiones. La primera es hacer que Statham sea quien se lleve la película a cuestas. El tipo es hoy, sin duda, el heredero y reemplazante de todos aquellos héroes de acción que florecieron en los años ochenta, hablando del trío principal compuesto por Stallone, Schwarzenegger y Willis (con mas coincidencia con el último y no porque ambos sean pelados), de hecho su papel en Los indestructibles es el de más trascendencia, luego del de Stallone claro. Aquí compone a Danny, alguien que busca redención saliéndose de su actividad, pero la realidad le demostrará que todo aquello es ingenuidad, y que la moral y la justicia no son reglas en su mundo. Danny es un tipo peligroso, hábil, y feroz cuando se ve acorralado, típico personaje hecho a la medida de Statham que simplemente tiene un carisma particular para trabajar en este tipo de films, además de una espléndida capacidad física. Lo otro que juega a favor de la película es que transcurre en los 80’s, momento donde el mundo era absolutamente diferente por razones socio-políticas obvias y donde estas historias de violencia, corrupción, multimillonarios árabes y asesinos salvajes cuadran mucho mejor. El universo que Asesinos de élite se crea contiene por un lado una lógica de mundo hostil y rudimentario, donde sus personajes se mueven con fluidez, y donde el exceso de fuerza y poder tiene sentido. Y por otro lado hace casi un nostalgioso homenaje a aquel reciente y feo pasado que generó buenos films de acción tantas veces maltratados por crítica y público en general, pero que hoy son reivindicados porque, en principio, su bajada de línea política ya resulta ridícula y además porque enseñaron mucho acerca de cómo filmar a ritmo frenético y cómo orquestar escenas acción. Y quizás me estoy olvidando de McKendry, un tipo que demuestra con este film cómo se puede seguir explotando un género tan abarrotado de ejemplares fallidos. Como realizador evidencia destreza, decisión y un gran pulso, porque es tan bueno el ritmo de Asesinos de élite que entretiene sin atenuantes durante casi dos horas. Y por si lo anterior fuera poco, decir que la pelea entre Statham y Owen es memorable hasta el punto de emocionar y que hay que prestar atención a la escena que incluye a Statham y una silla para entender cómo se filma una escena de acción. En fin hay que verla y divertirse.
El ojo del tigre de metal La recepción de una película tiene mucho que ver con la actitud con que uno se acerca al cine mirarla. Es decir que la carga emotiva -prejuicios, expectativas, problemas financieros o lo que sea- que traigamos en nuestro cerebro cuando llega el momento del visionado, determina bastante el tipo de disfrute o no del film. No vamos a hablar sobre teoría del espectador aquí ni mucho menos, todo esto para que quede claro que muchos nos acercamos a Gigantes de acero porque era una de “robots que peleaban con Hugh Jackman a la cabeza”, de la misma manera que nos acercamos a Cowoys y Aliens por el título y porque estaba Harrison Ford. Sin embargo, mientras que la segunda estaba un poco por debajo de las expectativas (sólo un poco), Gigantes de acero está bastante por encima de la premisa robots boxeadores + Hugh Jackman. Gigante de acero nos cuenta la historia en un futuro cercano sobre un ex boxeador, Charlie Kenton, interpretado por Jackman, que ahora se dedica al boxeo de robots, dado que el boxeo “entre humanos” ha desaparecido. En su peor momento deportivo y financiero, aparece su hijo (digamos no reconocido) de once años, Max (Dakota Goyo) a quien no conoce y del cual deberá hacerse cargo hasta que sus tíos vuelvan de viaje y se encarguen de la custodia. Entonces, a partir de allí el director, Shawn Levy (Una noche en el museo 1 y 2, Una noche fuera de serie), toma la mejor decisión de todas, explotar al máximo la relación entre Charlie y Max, aprovechando la gran química entre Hugh Jackman y Dakota Goyo, ambos carismáticos, cancheros y a la vez lo suficientemente complejos. Y con esto logra el equilibrio entre la acción pura y dura de los robots masacrándose y la emoción del relato de la formación de un vinculo padre-hijo. Porque, mas allá de que se nos ha contado muchas veces aquello del “padre ausente que se redime cuando deja de pensar en sí mismo y comienza a pensar en su hijo”, no deja de ser efectivo e interesante cuando se cuenta con talento y gracia, como afortunadamente lo hace esta vez el señor Levy. Lección, que por ejemplo, debería haber aprendido ya, cierto director cabeza hueca responsable de una saga de películas de robots aburguesados, políticamente correctos e ideológicamente peligrosos, que piensa que un film de acción sólo debe tener un descalabro inentendible de efectos especiales y un montón de personajes idiotas y poco naturales. Habiéndome permitido el anterior desliz, decir que otro gran punto a favor de Gigantes de acero es la constante referencia-homenaje a la saga de Rocky Balboa, cada vez más presente a medida que pasan los minutos del film y cuando la historia de Charlie y Max se va convirtiendo en la historia de Charlie y Max con Atom. Atom es un robot antiguo según los tiempos que corren en el film, con el cual la pareja de protagonistas lograrán cosas extraordinarias, como las que logró el torpe semental italiano con sus puños. Quien haya visto y disfrutado las películas de Stallone, recibirá con agrado el continuo bombardeo de referencias, y con suerte volverá a sentir la emoción que provocaba ver al siempre venido a menos Rocky enfrentarse a la máquina asesina del momento. Siempre es atractivo y efectivo aquello del pequeño enfrentándose de igual a igual al grande, contra todas las expectativas. Sosteniéndose por habilidad del director, en cuanto a ritmo y decisiones tomadas; una buena y coherente historia; dos grandes actores protagonistas, y por qué no también gracias a la existencia de Rocky, Gigantes de acero es una muy buena película con entretenimiento, emoción, y que supera las expectativas, en la mayoría de los casos. Volviendo un poco al principio, quizás la mejor forma de recibir esta película es como niños. Niños con ídolos y héroes, niños con padres o figuras paternas, niños con ganas de jugar y divertirse a lo grande. Y también siendo niño, por supuesto.
Ignoren a los mariachis (spoiler) ¿Cómo sentirse atraído a ver una película como El guardián del zoológico? El enésimo filme con animales que hablan y que van a ayudar al buenazo de turno, en este caso, el “king of Queens” Kevin James. Aquí, los animales romperán su pacto de “no hablar nunca a los humanos” para ayudar a que Griffin reconquiste a su ex Stephanie (Leslie Bibb), que cree que su trabajo es patético, y no abandone sus tareas en el zoológico, ya que, obviamente, ha sido el mejor cuidador que han tenido. Así se presenta este filme en el cual se acumulan todos los lugares comunes de las comedias románticas más chatas. Y, en realidad, es una película más fallida que mala. Lo peor que tiene es que es tan lineal y predecible que agobia. Logra sí, algunos buenos chistes y sobre todo buenos momentos de inspiración de Kevin James, que es alguien con gracia. No hay mucho más que eso en una historia que se va diluyendo al mismo tiempo que el poco interés que suscita. Frank Coraci se embarca en la dirección de este film que hace 15 años hubiera tenido seguramente a Adam Sandler como protagonista. De hecho, Coraci ha dirigido algunos films de Sandler como La mejor de mis bodas, de 1998, El aguador (en la Argentina directo a DVD) de 1999, y la más interesante Click, perdiendo el control, de 2006. Claramente, El guardián del zoológico es de lo más flojo de su producción aunque, en definitiva, es un filme menor con un guion inconsistente y plano, con lo cual Coraci realiza un trabajo bastante digno. Además, los personajes y las actuaciones están correctos y, más allá de que el peso de casi todo el film recaiga sobre James, también hay algún destacado, como el oriental lascivo Venom interpretado por Ken Jeong. Lo que resulta por momentos insoportable son los animales, que en un tono al estilo Madagascar, se la pasan gritando y diciendo chistes viejos robados a algún mal comediante cordobés. Sólo se salva el querible gorila o el monito cappuccino (sólo cuando alardea por tener pulgares), y quizás las pequeñas apariciones del cuervo y el avestruz. El resto es un grupo insufrible. Reiterando ideas, El guardián del zoológico es una cinta menor, sin pretensiones, un producto que por momentos aburre y a veces hace reír por acumulación de chistes, algunos de ellos buenos. Posiblemente todo esto hubiera funcionado mejor en el contexto de alguna aventura, pero así como comedia romántica es un pasatiempo olvidable aunque no tan malo como para indignar, por suerte.
Have fun! Damas en guerra es, a priori, la enésima película acerca de las vicisitudes que debe atravesar una “dama de honor” para que la boda de su mejor amiga sea “perfecta”. Sin embargo es, además, un retrato plural sobre la mujer moderna norteamericana, una crítica corrosiva de las costumbres y rituales burgueses como el matrimonio, y un entretenido conjunto de chistes y gags, algunos pasados de rosca e incomodísimos. En resumen, todo lo que no son las películas de Sex and the city. En principio nos encontramos con Annie (una dulce y melancólica Kristen Wiig), que está pasando por un mal momento: no le gusta su trabajo, está con un tipo que la desprecia, vive con una pareja de ingleses insoportables y encima su mejor amiga Lilian (Maya Rudolph) se compromete. Por lo cual, comienza el relato de cómo la vida de Annie va cambiar debido a esta boda de la cual ella y otras cuatro mujeres serán las damas de honor. Paul Feig, quien anteriormente ha dirigido en la televisión norteamericana, por ejemplo en The office o Nurse Jackie, se mete de lleno en subrayar lo estresante y absurdo que suele ser la ceremonia de matrimonio para las mujeres de clase media estadounidenses. Tanto las bodas o los funerales, y hasta Navidad y Acción de Gracias, son rituales de gran importancia y tradición en la sociedad biempensante en general. Forman identidad y tienen fuerte presencia en la cultura. La comedia suele encargarse de disparar contra estas tradiciones, la mayoría caducas, demostrando que tanta pomposidad y solemnidad hacen que carezcan de sentido. Esto es ni más ni menos lo que hace Damas en guerra una vez más: se ríe de todo lo que supuestamente se debe hacer de una manera determinada para ser “perfecto”. Pero no sólo se queda con eso, más interesante es la mirada que posa sobre Annie, una persona que se ha abandonado, o que se está abandonado. Que piensa que no puede estar peor, y sin embargo, la vida le pasa por al lado y se va hundiendo aun más en su propio patetismo. Damas en guerra trata sobre Annie pero no la observa de manera paternalista y compasiva, sino que la critica, mostrándole que mucho de lo malo que le pasa es más bien por su culpa, por su pasividad, más que por lo mal que le hacen los demás. Y también se ríe de ella, la pone en situaciones, a veces, incómodas y terribles, y la ridiculiza sin atenuantes. El film dura algo más de dos horas, y tiene algunos baches que la vuelven un poco tediosa, aunque nunca cae en un aburrimiento insostenible, por el contrario, recompensa la espera con algún chiste explosivo o desquiciado. Feig no teme en llevar bien lejos las posibilidades de las situaciones que construye. Traducción, si algo puede salir mal, va a salir bien mal en Damas en guerra. Además, un gran punto a favor son la mayoría de los diálogos, todos con buen ritmo y contribuyendo a estirar, a veces, hasta el hartazgo la incomodidad de las situaciones cómicas. Y quizás a lo último nos encontremos con un final demasiado convencional, que desentona con la historia en general, pero que mejora si esperamos los títulos y vemos un video sorpresa que nos dejará mejor sensación de esta comedia. Damas en guerra nos deja una vez más con la certeza que la mejor forma de enfrentar la vida y el mundo, es riéndose a carcajadas de ambos.
Nostálgica noche de terror El cine de terror es comparable al rock en la música, en el sentido de que ambos son géneros añejos, cíclicos, que entran en crisis y se reinventan constantemente. Además, nunca caen en el olvido o en el desuso por demasiado tiempo, como por ejemplo el western. Hoy vivimos en una época donde el cine de terror ha agotado varias aristas, y busca desesperadamente nuevos aires haciendo una relectura de su pasado reciente y glorioso. Esto, en su forma más explícita, se ve en los constantes estrenos de remakes de películas de los setentas y los ochentas. La Noche de miedo original de Tom Holland, es un exponente de ese cine de terror “ochentoso”, que tenía mucho de comedia, con ritmo, gore y música estridente. Una estética propia y reconocible de un género que, en aquellos años, ya era absolutamente autoconsciente y tenía entre “ceja y ceja” el entretenimiento como principal fin, más que sólo provocar emociones de terror o de risa esporádicas. Craig Gillespie, director anteriormente de Mr. Woodcock y Lars y la chica real, además de haber dirigido algunos capítulos de United States of Tara, juega aquí con el homenaje y la parodia, no sólo a la película de Holland, sino del cine que se hacía en los ochenta. Sin embargo nunca se olvida de hacer su propia película, es decir, de contar a su manera la historia del vampiro Jerry (Colin Farrel) y su némesis ocasional Charlie (Anton Yelchin). Recurre si, a elementos típicos de la vieja escuela de películas para adolescentes, la música incidental presente y efectista por ejemplo, o los personajes estereotipados y funcionales, pero todos utilizados con fluidez y matices. El director demuestra saber lo que está haciendo, equilibra perfectamente las dosis de humor, miedo, gore, homenaje, referencias y del ¡maldito suspenso! Tiene claro como mantener el interés en un film poco original desde lo temático y argumentativo, y aprovecha de gran forma los momentos de tensión que disparan la historia hacia adelante sin atenuantes, lo cual ayuda a mantener el ritmo. El casting es otro acierto de Noche de miedo. Los protagonistas, Anton Yelchin y Colin Farrel, son una dupla de enemigos muy interesante con cruces que son divertidos y vertiginosos. Ambos demuestran oficio y talento para darles vida a personajes diametralmente opuestos, además, imprimiéndoles matices y personalidad. Tenemos también a un histriónico Christopher Mintz-Plasse haciendo de un amigo de Charlie (el personaje de Yelchin), un poco nerd y bastante obsesivo, y también al mago Vincent interpretado en muy bien por el gritón de David Tennan, un falso cazavampiros coleccionista, que a su vez es un mago que hace ilusionismo a todo trapo. Imogen Poots y Toni Collette interpretan a Amy y a Jane, novia y madre de Charlie respectivamente, sus personajes son los más arquetípicos, y sin embargo funcionan y encajan perfectamente en el film. Además el personaje de Poots es clave en la trama, con lo que cumple con creces. En fin, Noche de miedo es una linda sorpresa, una buena combinación de elementos de los de antes y de los de ahora. Nos manda el gastado espíritu de los ochenta para que lo veamos con la actitud de hoy y sale bien parada. Quizás pierde un poco por su falta de originalidad, pero gana por la calidad de su forma y por el talento de los involucrados. Y junto con Scream 4 y La noche del demonio, demuestran que el género se está revisando y pensando a sí mismo, a ver que sale.
Nada por aquí, nada por allá... Apollo 18 es, en principio, otra de las películas de terror hijas de las premisas del Proyecto de Blair Witch de 1999. Esto es, armar un film a base de imágenes supuestamente reales que documentan algún hecho extraordinario y terrible. En verdad, aceptamos el juego de que las imágenes son material rescatado de hechos verídicos desde Holocausto Caníbal, recurso que por gastado no deja de producir, a veces, un golpe de efecto interesante. El problema es que la mayoría de estas películas solo se quedan con eso, sin historia, sin ideas o sumando un montón de arbitrariedades y ridiculeces. Apollo 18 contiene todas estas fallas al por mayor. Entonces la cosa es más o menos así: oficialmente, el último viaje del hombre a la Luna se produjo el 7 de diciembre de 1972, en el Apollo 17. De acuerdo con el material “encontrado”, con el cual fue hecho el film en cuestión, hubo una misión secreta posterior en el Apollo 18 donde se nos revelará la verdad acerca de por qué el hombre jamás volvió a pisar el suelo lunar. Entonces veremos un montaje de imágenes tomadas a través de las cámaras de control y documentación de la nave, y las que instalan convenientemente los astronautas en suelo lunar, además de la que llevan en la mano. Todo bajo el aspecto visual de aquellas filmaciones rudimentarias y por momentos ininteligibles, a través de las cuales se pudo ver a Neil Amstrong pisar suelo lunar en 1969. El film del español Gonzalo López Gallego (Nómadas ; Sobre el arcoíris, El rey de la montaña), es esquelético. Desde el principio está acotado y presionado por su propia propuesta. El estilo “falso documental” obliga a abandonar unas cuantas herramientas cinematográficas y simular tosquedad o desprolijidad, con lo cual se pierde en emoción, en timing volviéndose todo monótono y se decanta en el aburrimiento. Además, el espacio donde se desarrolla la acción se ve claramente comprometido, es decir, astronautas encerrados en una nave demasiado pequeña, como lo era el modulo lunar de las misiones Apollo, que sólo pueden salir por determinado tiempo en trajes pesados e incómodos, teniendo que lidiar con cierta amenaza extraterrestre que no tiene ningún problema para vagar lo mas campante por la Luna. De ahí que el desenlace sea obvio y previsible: sabemos que en las misiones en el espacio cualquier eventualidad es tragedia, por lo cual, si aguantamos el innecesario bodrio de la primera media hora de la película, quizás podramos ver qué les pasa a estos muchachos. López Gallego, ante las dificultades que tiene el film desde su concepción, sólo le suma ineptitud y falta de ideas. Lo único que le queda para generar suspense, es hacer zoom y subrayar (unas cuantas veces) alguna piedrita moviéndose donde no debería hacerlo; o cada vez que llega un ataque climático, recurrir a una interferencia o la destrucción de la cámara prohibiéndonos ver que está pasando. ¡Incluso hace que las cosas hagan ruido al caerse, fuera de la nave, donde no hay atmósfera! En suma, despoja a su película de la posibilidad de mejorarla mediante los recursos de la imagen, haciendo hincapié hasta el hartazgo con los pocos recursos disponibles, quedándose con el esqueleto de una película, una historia escuálida ejecutada y flaca de ideas. Quizás hubiera sido igual de mala si se la pensaba con otra concepción, pero seguro que no tan desagradable y tediosa. Así, repleta de lugares comunes y de golpes de efecto, avanza Apollo 18 hacia la nada. Esto se da porque el resultado más común de tanta torpeza y tantas malas elecciones en la elaboración de un film es el aburrimiento, y la total carencia de emoción. En eso Apollo 18 cumple.
Morir 5 veces Sin que nadie lo esperara, o lo pidiera, o al menos lo pensara, llega la quinta parte de la franquicia Destino final. Y si, es de esas películas que a uno lo tientan a decir cantidad de lugares comunes, como que es intrascendente o sólo para fanáticos y, de hecho, los es, sin embargo, a pesar de lo absurdo y a veces ridículo de la propuesta, también es un entretenimiento con bastante humor negro y mala leche. Ya la olvidable cuarta parte de Destino Final se anunciaba como la última de la supuesta saga que ya como trilogía parecía agotada, más allá de la buena primera parte y de la muy buena Destino Final 2. Y sin darnos cuenta terminamos de ver la 5, y si encima hacemos filosofía barata, podríamos pensar que todo en esta vida es cíclico y que de repente estamos de nuevo en los años 80; cuando se estrenaba Volver al futuro y cuando los estudios se dedicaban a hacer sagas interminables, especialmente de películas de terror. Estaban la torpe saga de Halloween, la insoportable de Martes 13 y la “a veces buena” de Pesadilla en Elm Street. Y hoy ya contamos con 7 Juego del miedo, 4 Scream, 3 películas de zombies de George Romero en 6 años y por supuesto 5 destino final repitiendo un esquema conocido (como en toda saga), en este caso: Gracias a la visión o premonición de una persona, un grupo arquetípico de adolescentes en plena ebullición sexual y con fácil acceso a estupefacientes, se salvan de un mega accidente fatal. Ahora por haber esquivado ese destino, la muerte los perseguirá uno a uno hasta que todos cumplan ese designio prefijado, es decir, morir cuando la parca tenía planeado que murieran. En el caso de Destino Final 5, los muchachos en cuestión se salvan de un grotesco y cinematográficamente entretenido accidente en un puente colgante que se desploma. De hecho el punto fuerte en toda la saga ha sido la narración violenta y detallista de la “premonición” del accidente que tiene el protagonista, aquí no se queda atrás, la escena del puente desplomándose es absolutamente bestial. Steven Quale, alguien sin demasiada experiencia como director, pero si un trabajador de la industria que ha sido, entre otras cosas, ayudante de dirección de James Cameron, intenta un film vertiginoso, que termina siendo apurado. Porque, si bien Destino final 5 ya no tiene demasiado que explicarle al público con respecto a los mecanismos de la muerte (y por extensión, los de la película) hay un desarrollo torpe de personajes y situaciones. Hay algún agujero en el guion en los 30 minutos de film luego del accidente del puente, los personajes pasan de no entender nada, a saberlo todo y de repente Destino Final 5 se convierte en la colección de muertes extravagantes que todos, más o menos, esperaban. Por lo tanto Quale deja de construir algún tipo de narración y va “a los bifes” sin estadio previo convincente lo cual parte al film en dos. Por otro lado, como simpatizante del cine de terror en todas sus formas, debo decir que si en algo no falla Destino Final 5 es en lo retorcido y morboso de las muertes. Es una divertida colección de empalamientos, pinchazos, quemaduras, caídas y quebraduras de decenas de huesos. Y además, hay un uso medianamente justificado del 3d en el sentido más efectista de sus posibilidades, esto es, sangre y tripas que vienen a la cara. Entonces, no era de esperarse mucho más de Destino Final 5, es mejor que la anterior entrega y tiene un giro final que le agrega un poco de originalidad a la propuesta. Y aún así, más allá de sus fallas argumentativas y de ritmo entretiene y divierte, aunque se olvidará con rapidez.
Especies que desaparecen La oscuridad es uno de esos estrenos tardíos y de relleno, que llega sin explicación a las salas argentinas, bastante después de su lanzamiento estadounidense y cuando ya se pueden conseguir copias de todo tipo y calidad en Internet, lo cual acota bastante sus posibilidades de éxito. Dirigida por Brad Anderson (El maquinista, Sesión 9), alguien con habilidad para el thriller “enroscado”, que sin embargo, a pesar de ciertos clímax, no puede disimular las lagunas de guión y la incapacidad de Hayden Christensen para expresar algo creíble. Porque la verdad, luego de un prologo potente lleno de suspenso que recuerda al tipo de tópicos y maneras de la serie Dimensión desconocida (Twiligh Zone 1959 – 1964), llega la entrada del loco de Hayden, que marca el momento en el cual desaparece la mayoría de lo medianamente interesante que se plantea en el principio. La premisa del filme es interesante: de repente se produce un gran apagón y la mayoría de las personas desaparece misteriosamente dejando sólo sus ropas y las cosas que tenían a mano. Cierta presencia misteriosa en las sombras amenaza a los “supervivientes”, cuya única protección son las fuentes de luz portátiles, que se están agotando. Luke (Christensen) se escapa hasta un bar junto a otras tres personas, el tiempo de luz se agota y deberán idear un rápido escape. Entonces La oscuridad, que arranca como una película que muestra un cataclismo mundial, se achica hasta ser una de esa especie de subgénero de films sobre personas-encerradas- en-un- bar-amenazadas- por- terroríficas- amenazas- externas. Esto no es del todo malo, pero el problema es que a medida que pasan los minutos se vuelve evidente la falta de consistencia del guion. Aparecen arbitrariedades que no suman absolutamente nada, como la niña con expresión cadavérica que cada tanto entra en escena y sale corriendo. Además, la absoluta falta de explicación de lo que está sucediendo suena más a pereza de los escritores que a elipsis consciente, ya que por un lado se logra ese horror e impotencia ante lo desconocido, pero por el otro, el director nos sugiere explicaciones nada sutiles, acerca de lo que se encuentra en la oscuridad, que nunca terminan de definirse, y deja al film con cierto vacío argumental que lo vuelve intrascendente. Es otras palabras, así contado, el film de Anderson pierde interés y se vuelve predecible. Las actuaciones son también un punto flojo: John Leguizamo (Tierra de los muertos, de George Romero) vuelve a hacer de hispano católico en plena capital gringa, con un exagerado acento, y encima, sin la gracia que a veces demuestra. Otro estereotipo es el que compone Thandie Newton (Aquella ladrona peligrosa de Mision: Imposible 2) que es una madre que perdió a su hijo en “la oscuridad” y tiene la esperanza encontrarlo aún. Y bueno, nos queda Hayden Christensen, aquel que tuvo la oportunidad de ser el mítico Darth Vader, y que lo convirtió en un pavote que hace pucheros sith, o sea, lo que la mayoría vimos en la última trilogía de La guerra de las galaxias. Aquí no logra ni un grito contundente, todo lo que muestra es tan artificial y fuera de registro que nos expulsa de la historia en cada intervención. En fin, La oscuridad es un film fallido de buen comienzo que se diluye y termina aburriendo. Asimismo, presenta la peor actuación de Christensen desde Darth Vader. Por todo esto no se justifica su estadía en las salas marplatenses con un gran film como Super 8 aún sin estrenarse.