Ascenso y caída de Barney Dirigida por Richard J. Lewis, quien ha desarrollado su carrera principalmente en la televisión estadounidense, El mundo según Barney es la adaptación de la novela Barney`s Version del canadiense Mordecai Richler. La historia es básicamente un recorrido por la vida amorosa de Barney Panofsky interpretado por gran Paul Giamatti, que no sólo se apropia de cada sutileza de un personaje complejo, sino que a la vez oficia como sostén casi único de una película con algunas fallas. Entonces, Lewis nos presenta a un melancólico Barney, productor de televisión, quien vive un presente hundido en la soledad y la melancolía. Entonces comienzan una serie de flashbacks que nos muestran, una a una, las historias amorosas y también algunos hechos relevantes de de la vida de Barney, principalmente su vida con Miriam (una extremadamente sutil Rosamund Pike) y como todo esto terminó en un presente apático y cansino. En principio es una propuesta poco original pero no despreciable, que funciona bien sobre todo cuando la ironía y cierta mala leche del personaje de Giamatti despiertan del tono de pesadez general. Porque la falla principal de El mundo según Barney es la falta de ritmo, y quizás por momentos la falta de pulso para balancear la comedia dramática y el drama liso y llano. También hay buenos momentos en las intervenciones de Izzy Panofsky (Dustin Hoffman), el padre de Barney, un personaje que parece salido de algún film perdido de Woody Allen, que refresca por momentos pero que quizás está fuera de registro con respecto al elenco en general. Entre las fallas también cuenta cierta subtrama policial, un hecho confuso entre Barney y su amigo Boogie (Scott Speedman), que está insertada a la fuerza. Es cierto que el hecho es importante y definitorio para el personaje principal, sin embargo, nunca tiene suficiente peso y al final se resuelve, pero ya no tiene tanto significado como el director pretende. Suma pero nunca se acopla, y si se la piensa en perspectiva, podría haber sido eliminada y la cosa no cambiaba demasiado. Donde la película si funciona, y en gran parte es gracias a Giamatti, es en su bien contado retrato de una persona absolutamente consciente de sus buenos aciertos y también de sus grandes errores. Aparece allí una mirada melancólica, pero para nada autocomplaciente o victimizada de porque las cosas llegaron a estar en tal o cual estado. Barney Parnofsky se lamenta, pero sabe y recuerda que mucho de lo malo que le sucede es por su responsabilidad, y hay un poco de patetismo y ternura en ese saber. El mundo según Barney es entonces una historia demasiado larga de victorias y fracasos personales, que puede llegar a aburrir, pero no deja de ser simpática por momentos, por lo cual se deja ver. Además, deja la certeza de que un gran actor como Paul Giamatti puede sostener casi mucho de una película por propia capacidad, a pesar de que el contexto no sea demasiado favorable.
Clichés Desde el póster de promoción de Atrapada, e incluso luego de verla, da la sensación de estar frente a un film de terror convencional, simplemente malo y sin ideas. El problema es que quien la dirige es John Carpenter, y aquí va el primer cliché: uno de los maestros del cine de terror de los últimos treinta años y, probablemente, el mejor de aquel podio imaginario de realizadores que ocupan, con mayor o menor justicia, algunos directores que explotaron en las décadas de los 70 y los 80. Y estamos hablando de gente como George Romero, Wes Craven, Tobe Hooper, David Cronemberg, el insoportable de Sean Cunningham, o alguien de producción más reciente como Sam Raimi y hasta el joven Peter Jackson. Seguimos con la lista de clichés: John Carpenter ha sido un realizador personal, es decir, con un estilo propio reconocible en casi todos sus films, en muchos casos no solo dirigiendo, sino también escribiendo el guión y componiendo la música. Además, se ha dicho (y he dicho alguna vez): que en Asalto al distrito 13 (1976), Carpenter reescribió Rio Bravo; que El enigma de otro mundo (1982) es la gran película de terror de los 80 y casi de la historia; que con Halloween (1978) (y a pesar de Black Christmas y otros exponentes anteriores) inventó el slasher moderno. O sino: que Christine (1983) era floja pero igual estaba buena; que el Príncipe de las tinieblas (1987) es “realmente” terrorífica; que En la Boca del miedo (1995) es la última gran película de terror; y que Vampiros (1998) y Fantasmas de Marte (2001) han sido injustamente despreciadas. Todo esto para que quede claro que Carpenter no ha pasado inadvertido en la historia del género. Uno le tiene un gran respeto y admiración, sobre todo, por hacer un cine distinto, de gran carácter narrativo y personal (más clichés), haciendo muchas veces de lo mejor que se ha visto en el género desde hace tres décadas. Gracias al nombre de Carpenter, Atrapada no pasa inadvertida y va directo a DVD sin escalas (además de los caprichos y conveniencias de las distribuidoras). Estamos ante una película convencional ya desde el argumento: “la chica perturbada (Amber Heard) que va a parar al psiquiátrico tenebroso, y que afirma que no está loca, pero que con cada una de sus acciones le confirma a los médicos esa sospecha. Además vemos que la protagonista en cuestión es perseguida por una especie de fantasma que, al menos, la quiere lastimar”. Pasando por alto que esta historia ha sido contada un millón de veces, agreguemos en el medio un giro argumental que ha sido utilizado unas 50.0000, lo que da una suma de redundancias difíciles de soportar. Y si encima está dirigida por un director cuya última incursión relevante en la gran pantalla (¡cliché!) fue hace 10 años, estamos ante un producto agotado desde el principio. En Atrapada se suceden golpes de efecto continuos a medida que la historia se desarrolla a pulso pero sin alma. Heard además de aportar belleza, entrega una actuación correcta. Es que ya ha tenido algunas apariciones en el género, como la horrible versión de And soon the darkness (2010); o el interesante slasher de 2006 All the Boys Love Mandy Lane. Incluso hace poco se la pudo ver en Argentina con Infierno al volante junto a Nicolas Cage. El problema de su personaje en Atrapada no es su actuación, ni la dirección de Carpenter, sino el guión de Michael y Sahwn Rasmussen, que la atiborran de diálogos innecesarios y estúpidos, y la obligan a acciones arbitrarias o forzadas. Más allá de alguna esperanza aislada, era previsible que la vuelta al ruedo de John Carpenter fuera una decepción. Quizás, sorprende la falta de personalidad, y la poca originalidad de la propuesta. Sin embargo, la decadencia de los Grandes Maestros del Terror también es hoy un cliché. Y la verdad, es que todos los años hay gratas sorpresas y películas por encima de la media en este género. Sin ir más lejos, la cuarta parte de Scream, la fiesta gore de Piraña 3D y la vuelta a las raíces que propone La noche del demonio nos han dejado buenas sensaciones. Y al querido John todavía le debemos respeto y admiración, sin dejar de señalar que Atrapada es mediocre, bastante mediocre.
George de los muertos Dos años luego de su estreno en USA y, en la misma semana en la cual se estrena en Argentina el regreso de John Carpenter a los cines, llega la última película de otro grande del cine del género terrorífico: La reencarnación de los muertos de George A. Romero. A sus 70 años el querido George filma a sus criaturas preferidas: los zombies. La verdad es que su principal aporte al cine moderno han sido estos muertos caminantes y caníbales, desde La noche de los muertos vivientes de 1968, donde ayudó a sentar las bases del cine de terror moderno, crudo, salvaje y con una cierta mirada crítica a la sociedad. Tal fue el éxito y la influencia de aquel bestial film que Romero completó una trilogía con la buena El amanecer de los muertos de 1978 (que tiene una remake con el mismo nombre de 2004 dirgida por Zack Snyder que es mejor que la original) y la interesante aunque irregular El dia de los muertos (1985). Vinieron además, varios remakes, plagios, homenajes y parodias, y hay dos excelentes que vale la pena destacar como para revisitar, ahora que vamos a hablar un poco de La reencarnación de los muertos que es bastante floja: El regreso de los muertos vivientes (1985) dirigida por Dan O`Bannon, es un homenaje, una parodia y una falsa secuela descarada, divertida, bien clase B; y La remake de 1991 de La noche de los muertos vivientes, una potente reversión del primer film de Romero dirigida por Tom Savini. En fin, desde 2005 hasta hoy, Romero solo ha tenido en sus manos proyectos de películas con zombies. Inaugurando una nueva trilogía con la entretenida La tierra de los muertos, que siguió con la fallida El diario de los muertos de 2007 filmada con cámara subjetiva y que concluye, o continúa con La Reencarnacion de los muertos. Y sí, luego de 6 películas y 40 años, el director en cuestión ya nos ha contado casi todo lo que tenia para decir con sus zombies: como empieza y como termina una hecatombe zombie, de que cosas son capaces los humanos en situaciones extremas, cuan desagradable puede ser una calle repleta de gente muerta que camina y mastica otros cadáveres, que tan malo es el capitalismo, el armamentismo, la aristocracia y etc. Entonces llega con esta película que debe ser la más pequeña de las 6 (en presupuesto y en historia) donde todo y todos parecen cansados. Tanto Romero, como los personajes, como la historia, todo es rutinario y esquemático como lo han sido siempre sus películas con muertos vivientes sin embargo, aquí ese esquema ya no tiene nada para decir y tampoco divierte. Porque claro, los zombies siempre fueron una excusa para decir algo más, pero aquí lo que dice ya es repetitivo, confuso sin alma. Por otro lado, si hay una orgia de sangre y tripas final, algunos buenos chistes negros y el típico ambiente de serie B pero con eso solo no alcanza, más bien aburre. Semana trágica para los baluartes del cine de terror, al menos en Argentina. Ya vendrán tiempos mejores, y si no, no importa mucho bueno ya han hecho, John y George.
Escritor se busca a sí mismo en Paris Gil (Owen Wilson) es un artista en crisis que cuestiona sus talentos y posibilidades literarias, mientras está escribiendo su primera novela (hasta ahora lo suyo eran guiones para Hollywood). Se encuentra en París junto con su novia Inez (Rachel McAdams), con quien se va a casar, aunque la relación también está en problemas. Woody Allen, al igual que Gil, admira París -o al menos, a sus productores europeos-, por lo cual se preocupa en demostrarnos que aquella ciudad es hermosa por muchas razones, desde un largo comienzo que consiste en planos de diferentes sectores famosos de la capital francesa a ritmo del infaltable jazz clásico, casi un spot de turismo. Luego sí, se nos sugiere todo aquello que le pasa a Gil en Paris, con su trabajo y con sus relaciones personales. Es que si algo se nota claramente en esta última película de Allen, es su falta de capacidad de síntesis y la continua reiteración de diferentes elementos; como algunos chistes, ciertas actitudes de los personajes, alguna música y alguna intención. Woody no redondea y se lo encuentra a veces dando vueltas en círculos dentro de la historia. Hay que reconocer, sin embargo, que esto no afecta realmente una película que no sólo es mirable, sino también amable y divertida. Que al director neoyorquino le falte un poco de solidez, no significa que sufra de la desmesura insoportable de Michael Bay por ejemplo, sino más bien, de una falla de cierta importancia que por suerte no influye tanto en una película que también tiene muchos aciertos. Por ejemplo, está el buen elenco que sostiene a Medianoche en Paris. Personajes como la insoportable Inez que hace Rachel McAdams, o el pedante Paul del gran Michael Sheen (el Frost de la buena Frost/Nixon) están más que correctos en sus actuaciones, y aunque son estereotipos, acompañan muy bien al Gil de Owen Wilson. En cuanto a Wilson, que le toca componer al personaje alter ego de Woody Allen, se puede decir que es un gran acierto suyo el no imitar los tics que el director tiene al actuar, logrando así apropiarse del papel y divertir con armas propias. Entre ellas, un acento extraño, casi inglés, pero hablado con los cachetes inflados, y una nariz que se va tornando cada vez más misteriosa en cuanto a su forma (de hecho, ya parece una mutación genética). En esta París también merodean algunos personajes que ya pueden ser calificados como históricos, interpretados con mayor o menor suerte. Se trata de artistas, escritores, pintores geniales que alguna vez pisaron el suelo parisino. La ciudad los formó, los alojó y les dio material con el cual hacer sus obras. Desde Cortázar y Pizarnik, hasta Marta Minujin han reconocido la influencia de París en ellos y sus obras. Aquí en la medianoche francesa de Woody Allen aparecen los artistas geniales del imaginario norteamericano. Desde el influyente y reflexivo Ernest Hemingway interpretado por Corey Stoll , hasta la pareja parrandera de Scott y Zelda Fitzgerald (Tom Hiddleston y Alison Pill, respectivamente), pasando por la Gertrude Stein de la buena de Kathy Bates. También está un eternamente enojado Picasso (Marcial Di Fonzo Bo), que tiene una amante llamada Adriana, personaje importante interpretado maravillosamente por Marion Cotillard, que no sólo es una gran actriz, sino que además es hermosa. Woody se encarga de resaltar aquellos aspectos conocidos de estos personajes logrando una burla respetuosa que a veces es excesiva y otras veces lo suficientemente divertida. La galería de artistas que presenta el director es enorme e innecesaria, atiborrada de homenajes y referencias, y en general es un deleite, y llega a cumbres como cuando aparece el Dalí de Adrien Brody. París es una usina cultural, la capital de amor, centro político del universo y hasta un lugar donde se come bien. Estos son saberes baratos desde hace mucho tiempo, lo cual no significa que sean mentira. Allen se encarga de decirnos que todo aquello es verdad y más. Que París siempre ha sido mágicapor varias razones: o por el amor, la inspiración que provoca, o por quienes la eligieron y la están por elegir. Por suerte nos lo dice con su cine, que aunque un poco desgastado y enclenque, todavía puede hacer reír y disfrutar.
La del castor Sí, una de las películas más interesantes en lo que va del año está dirigida por Jodie Foster y protagonizada por ella misma junto a Mel Gibson, Anton Yelchin (el ruso tripulante del Enterprise en la ultima versión de Star Trek) y Jennifer Lawrence (protagonista de Lazos de sangre y que hace de Mystique en X-Men: primera generación). Y, sí es la historia de Walter, que a diferencia de lo que dice el infame título que recibió este en Argentina, no tiene, tuvo o tendrá una doble vida. Walter es un depresivo patológico que supo tener una linda familia, un buen trabajo y una hermosa casa, pero todo eso lo ha perdido. Hundiéndose en una profunda angustia, está casi al borde del suicido cuando, de repente, una voz que proviene desde el títere de un castor que tiene en su mano lo detiene, y allí comienza el verdadero relato de la supuesta recuperación de Walter, quien empieza a usar la marioneta como método terapéutico. Este prólogo, maravillosamente contado y dosificado, nos introduce rápidamente en una historia que fluctúa entre lo convencional y lo extraño, que se pone más incómoda, tensa e inquietante a medida que avanzan los hechos. Foster aprovecha a un Gibson efervescente y creíble, capaz de desdoblarse en dos personajes que a la vez son uno solo con total naturalidad, y que brilla sobre todo cuando dialoga con sí mismo (o con el castor) logrando grandes momentos, que van desde la risa por lo ridículo hasta la tensión por un peligro que acecha. La dirección de Foster acompaña con fluidez, ya desde la decisión de los planos elegidos en cada momento y situación. Consigue mostrar con la suficiente sutileza la diferencia entre el mundo íntimo de Walter y el castor, y cómo se los ve en sociedad. La doble vida de Walter, toca (y a veces sólo roza) varios temas al respecto de la familia además de, obviamente, mostrar las relaciones de Walter con su entorno. Aparecen allí el padre ausente; la madre que intenta desviar los problemas a través del trabajo y el cuidado de sus hijos; el hijo que no quiere ser como su padre bajo ningún aspecto, pero que sólo logra parecerse a él cada vez más; y hasta superficialmente la muerte por sobredosis de un miembro de una familia “bien” que lo esconde como secreto de estado. Lugares comunes, en general bien resueltos y contados con la necesaria profundidad. Pero donde la película se potencia es cuando pone en discusión los métodos de autoayuda, terapias psicológicas de toda índole (alternativas y no tanto), y la manera que tiene la sociedad y el individuo mismo para enfrentar problemas de este tipo. Porque Walter ya lo intentó todo, puso en práctica un montón de ayudas externas que no funcionaron, y sigue cada vez más perdido. Es que quizás, en muchos casos ya no quede nada por hacer, aunque leamos el ultimo libro del gurú de moda lleno de obviedades e hipocresía, o nos atendamos con el psiquiatra famoso que viajó al Tíbet, lo que escondemos y apretamos hacia adentro, volverá a salir con mas fuerza, para Walter y para todos, por mas dios, buda, Bucay, Osho o Castor que nos quiera dar respiro. Jodie Foster saca adelante, con oficio, una película que ya sorprendía desde el trailer, pero que con poco se podría haber convertido en un desastre, y que al final termina siendo un relato sincero, que se permite el humor y la tragedia, con un gran Mel Gibson acompañado de un muy buen elenco y el Castor que merece un Oscar y una paliza por parte de los Muppets.
The Rise of Magneto Dos años después del estreno de la fallida X-Men Orígenes: Wolverine, llega la quinta película de la saga, otra pre-cuela que cuenta el origen de los personajes más importantes de la franquicia, y algunas circunstancias que definen la historia de la trilogía inicial. El director de la buena de Kick-Ass (2010), Matthew Vaughn, se hace cargo de esta parte de la saga. El proyecto original iba a ser sobre el origen de Magneto, pero luego se fue ampliando hasta contar el origen de varios personajes de importancia como Mystique, Beast y Charles Xavier. Esto genera el primer problema de X-Men: Primera Generación, más allá de que Vaughn le imprime un ritmo parejo necesario para el género: en la primera hora se despliega una cantidad de información avasallante y algunos hechos importantes pasan de largo en la narración, reducidos a escenas muy cortas. Entonces con un par de eventos subrayados excesivamente tenemos el por qué de los conflictos de Mystique (Jennifer Lawrence) y Beast (Nicholas Hoult), o el origen de la sabiduría y bondad de Charles Xavier (James McAvoy). Sin embargo, la historia de Magneto (Michael Fassbender) está desarrollada con más solidez, el dramatismo de los hechos que lo definen están a la altura del personaje en el que finalmente se convierte. En cuanto a las actuaciones, McAvoy hace un Charles Xavier exitoso y carismático, con mucho sentido del humor, lo cual dista bastante del Xavier de Patrick Stewart que aparece en el resto de la saga, siempre grave y solemne. De entre los más flojos se encuentra la Mystique de Jennifer Lawrence, dado que su interpretación no tiene el carácter que requiere un personaje de mucho peso para el resto de los capítulos. Con respecto al Hank McVoy/Beast interpretado por Nicholas Hoult , se puede decir que tiene un desarrollo tosco, más bien torpe, y además el maquillaje en el momento de su transformación es bastante malo, una especie de peluche azul digital de apariencia demasiado artificial. A pesar de esto, como todo lo bueno que pasa en la película, el personaje realmente fuerte y no tan superficial es el Magneto de Michael Fassbender, que tiene el físico y la expresión del hombre duro presionado por su pasado, muy necesario para interpretar a tal villano. Y también vale una mención la interpretación a cargo de Kevin Bacon del sádico Sebastian Shaw, el verdadero “malo” de la película. Bacon hace lo que le sale natural: ser alguien despreciable en su discurso, su locura y su mirada; aunque quizás, y esto tiene que ver con el guión, es un poco exagerado su plan para conquistar al mundo. Al igual que en otras historias de Marvel como Capitán América, en X-Men: Primera Generación el contexto sociopolítico está anclado en algunos hechos de la realidad histórica. En este caso, los problemas ocurren durante la llamada “Crisis de los misiles en cuba” en 1962, y los X-Men son fundamentales para el desarrollo del conflicto. En estas películas, en general, se sostiene el espíritu del comic en cuanto la visión, un tanto inocente, burlona y sarcástica de la política. Así los agentes de la CIA son impotentes, los gobiernos inoperantes, burocráticos y los políticos fáciles de corromper con sexo, dinero y algún buen escocés de 12 años. En conclusión, X-Men: Primera Generación es la historia de Magneto, bien narrada en sus circunstancias, pero también es un relato que quiere abarcar más y se queda a medias. A pesar de esto, Vaughn tiene el oficio necesario como para que la película entretenga y levante la mala imagen dejada por su predecesora. Los X-Men son personajes interesantes y con un universo lo suficientemente rico como para estar por encima del promedio de la película de superhéroes. Entonces lo que aquí hay son pocos y bien usados efectos especiales; ritmo y algo de buena acción; unos cuantos buenos personajes; y algo de sentido del humor. Algo es algo. En otro orden de cosas, no se puede dejar de avisar que, luego de ver esta película, quizás den ganas de pasar las vacaciones de invierno en Villa Gessell.
Del más allá El guionista y director de El juego de miedo, y guionista de El juego de miedo 3, James Wan, nos trae La noche del demonio, una propuesta absolutamente opuesta a aquellas de la saga de Jigsaw, y un poco más cercana a otra de sus películas, El silencio de la muerte. Opuesta, en principio, porque elige una historia sobrenatural con buenas dosis de suspenso, alejada del gore de montaje frenético de El juego del miedo, y apoyada en una inquietante puesta en escena, suaves y efectivos movimientos de cámara, y una buena fotografía. El film de Wan es bastante diferente a la mayoría de los exponentes cine de terror actual. No es una remake, no es un slasher, ni un festín de sangre súper-explícito. Es una película de embrujos y posesiones basada en un continuo y cada vez más opresivo ambiente, y varios climax cada vez más intensos. Como un cuento bien narrado y dosificado, a medida que transcurre, la historia se pone más incómoda y terrorífica. Aquí está la historia de la familia Lambert, el matrimonio de Josh y Renai -interpretados contundentemente por Patrick Wilson (Hard Candy, Watchmen) y Rose Byrne (Troya, Exterminio 2, Sunshine)- y sus hijos, sobre todo de Dalton (Ty Simpkins), quien repentinamente una mañana no se despierta, y luego de estudios médicos inconcluyentes permanece en ese extraño coma durante meses. Al mismo tiempo, cosas extrañas comienzan a suceder en la casa y parecen estar relacionadas con Dalton y su situación. El gran acierto de La noche del demonio, es apostar por elementos y algunas estéticas olvidadas o dejadas de lado en los últimos tiempos en el género de miedo. No sólo la utilización de planos secuencia y encuadres que parecieran sacados de un manual escrito por Hitchcock, sino también la utilización de temas y personajes que parecieran ya fuera de lo establecido, como “cosas que dan miedo”. Este film extrae bastante de viejas joyas de culto, como From Beyond, del dúo de realizadores Brian Yuzna y Stuart Gordon, y por lo tanto también a H.P. Lovercraft; o películas pequeñas de televisión como Don’t be afraid of the dark. Incluso bastante del cine de John Carpenter, sobre todo en lo que tiene que ver con el desarrollo de cierto ambiente opresivo. Pareciera que Wan le pusiera imágenes al terror indecible, al elemento indescriptible que siempre aparece en la literatura lovercraftiana y también fuertemente en esta película. Va describiendo un mundo paralelo invisible e intangible, donde habitan poderosos entes malignos, con terribles intenciones. Además, de todo aquello, tenemos la escena de los cazafantasmas, donde dos investigadores de lo paranormal (¡!) analizan si el caso de los Lambert es “real”. Esta escena tiene su comicidad, descomprime de la tensión persistente y nos prepara para lo que viene. También, la exagerada actuación de Lin Shayes como Elise Rainer, la médium que va a ayudar a los Lambert, queda perfecto con el tono ochenteno que a veces tiene La noche del demonio, y además es casi un homenaje a la Tangina de Poltergeist. Un punto en contra sea quizás el diseño de algunos de los personajes “malos”, especialmente uno que se parece a Darth Maul, del Episodio Uno de La Guerra de las Galaxias. En fin, tenemos a un James Wan que intenta hacer una película de terror con el espíritu de hace tres décadas pero que funciona muy bien hoy. Que entretiene sin tanto efectismo desde la construcción, elemento por elemento, de un buen relato; y que al menos da un respiro a un mercado hipersaturado de productos post El juego del miedo. Le alcanza con esto para ser de las mejores del año.
Ser o Gno ser Con Gnomeo y Julieta vuelve la tragedia amorosa de todos los tiempos contada otra vez “pero diferente”, animada y con música de Elton John incluida en el paquete. Desde el prólogo, la película de Kelly Asbury (uno de los directores de Shrek 2) intenta ir por rumbos de la parodia desquiciada, la aventura, la comedia romántica y el musical al estilo Disney, aunque no se define realmente por ninguno. Estamos en un suburbio colorido donde la Señora Montesco y el Señor Capuleto son vecinos de casas contiguas y se odian, en realidad se detestan. Por lo tanto, sus respectivos gnomos de jardín también están enfrentados, los azules de la señora Montesco y los rojos Capuletos. Por diferentes razones, una noche, el azul Gnomeo y la roja Julieta salen de sus respectivos jardines y casualmente se encuentran, y convenientemente se enamoran perdidamente, pero todos sabemos que ese amor es imposible. Partiendo de un buen comienzo, Asbuy despliega un universo particular para las aventuras de los pequeños gnomos de jardín. Enmarcados en animación de buena calidad rápidamente se nos muestra un catálogo de personajes divertidos, algunos lunáticos otros muy queribles, junto al creído pero noble Gnomeo y a la dulce y aventurera Julieta. Sin embargo, no todos los engranajes están lo suficientemente aceitados, por lo cual Gnomeo y Julieta termina siendo un producto entretenido pero un tanto fallido. En primer lugar la música de Elton John nunca encaja demasiado bien. Las canciones son un trámite, que dicen lo de siempre sí, pero sin verdaderas ganas. Como si el ego del bueno de Elton cayera sobre algunas secuencias y gritara ¡miren yo sir Elton compuse la música! y el amor es lo más importante y etc. Quizás si Asbury hubiera visto la gran Enredados, se habría percatado de como se hace una secuencia musical sólida y orgánica con el resto del relato. Un poco del espíritu Pixar merodea por algunos momentos de Gnomeo y Julieta, aunque sólo en la superficie, nunca llega al nivel de profundidad y emotividad que casi siempre logran John Lasseter y compañía en casi todos sus films. Pero es innegable que hay momentos de mucha acción, buenos chistes y un ritmo sostenido. El gran acierto de Gnomeo y Julieta son la cantidad de personajes secundarios “pequeños” que se pasean por toda la película, cumpliendo la misión de la ardilla de la Era de hielo, los minions ayudantes de Gru en Mi villano favorito, o el hamster Rhino amigo de Bolt y hasta los aliens de Toy Story, es decir, son motores de comedia, agregan emoción, ternura y muchas buenas risas. En Gnomeo y Julieta tenemos a los pequeños gnomos rojos que hablan al unísono y la contraparte azul que son un grupo de conejitos de cerámica y al amigo de Gnomeo un pequeño hongo cerámico sin cara ni extremidades pero lleno de expresión y bastante importante en el relato. Gnomeo y Julieta es un film de algunos momentos buenos, que se deja ver y en general entretiene. No tiene mayor pretensión por lo que logra su cometido, pero deja la sensación de que pudo haber sido un poco mas en todos los rubros. Es que existiendo Pixar no queda mas que exigirle al resto de las producciones animadas siempre un poco más y un poco mejor.
¡Slasher not dead! Una nostálgica declaración de principios nos envuelve desde el comienzo de Scream 4: desde allí, Wes Craven y Kevin Williamson (director y guionista de toda la saga respectivamente) nos dicen lo que van a hacer, que no es sólo volver a burlarse de los códigos, clisés y mecanismos del cine de terror actual sino también de su creación, es decir, la trilogía noventosa de terror por excelencia, Scream 1,2 y 3. Entonces, todos han vuelto a Woodsboro, y no sólo los asesinatos, está allí el reparto original sobreviviente: Sidney Prescott, la eterna victima de la saga interpretada por una efectiva y más adulta Neve Campbell; y por el otro lado, el dúo resuelve-crímenes, compuesto por la periodista Gale Wearthers (una madura Courtney Cox) y el policía Dewey Riley, o sea David Arquette, que está igual que hace 10 años, tanto en su desempeño como en su apariencia. Enfrente tenemos un elenco de jóvenes figuras televisivas, destacando a la bella Hayden Panettiere, quien hace a la divertida Kirby Reed, y el interesante Rory Culkin (hermano de Macaulay) interpretando a Charlie Walker, una especie de nuevo Randy (el cinéfilo que explicaba las reglas en la Scream original). También cameos de algunas medianas estrellas como Kristen Bell o Anna Paquin. No es noticia que desde la primera Scream el dúo creativo Craven-Williamson nos ha ofrecido películas que dialogan continuamente con el género de terror, no sólo con la catarata de referencias y homenajes constantes, también con una mirada crítica, irónica y burlona acerca de la forma de hacer estas películas. En esta cuarta entrega parece que se decidieron a poner todo los que les quedaba por dar, como si hubieran aceptado aquello de “estoy viejo para hacer esto” y gastaran sus últimos buenos cartuchos para decir “esto es lo que soy, esto es lo que nos gusta“ a todo trapo. Porque, entre otras cosas, Scream 4 viene a romperles los tímpanos a las hordas de perversitos fanáticos de El Juego del Miedo. Mientras se nos dice que el único cine de terror que hacen los estudios son remakes, la remake de Scream se escribe ante nuestros ojos, en el medio se cruzan las generaciones, se incorporan las nuevas tecnologías y los nuevos códigos de los fanáticos del género. Scream 4 tiene dignidad, dice lo que a Craven-Williamson les queda por exponer al respecto, y también lo que a Neve Campbell, Courteney Cox y David Arquette. Hay en sus interpretaciones auto-paródicas una nostalgia juguetona, como que con sus exageraciones nos dieran a entender que estas son las ultimas emociones que nos van a dar en esta saga, últimos miedos y risas, todos salen bien parados, regalando una gran diversión, bien interpretada y a la altura de las circunstancias. Otro de los pilares de toda la saga han sido sus consideraciones acerca del espectador de cine de terror. En este cuarto capítulo ese dialogo es llevado a limites casi ridículos y divertidos. No sólo se nos indica cómo somos como público, sino también lo que queremos, lo que nos gusta, y lo estúpidos que podemos ser al ver siempre la misma estupidez, todo esto con mucha fluidez y ritmo y contándonos otra vez, la historia de Sidney escapando del asesino misterioso. Si el título de esta crítica es “Slasher not dead” es porque este subgénero está muerto en realidad, es un grito de deseo. El Slasher quedó allá en los 80`s y la misma saga de Scream ha sido de lo poco digno que se ha hecho con los asesinos enmascarados. Y con el grado de autoreferencia al que ha llegado con Scream 4, ya nada parece quedar para hacer con él. Y sí, seguirán llegando las buenas remakes como Halloween 2 y las muy malas como Prom Night, pero quizás lo ideal sería que cada 10 años hagan una Scream para que nos diga en que nos equivocamos todos.
El dolor rompe el tiempo En su libro Antes del fin, Ernesto Sábato escribe un capítulo dedicado a la muerte de su hijo, Jorge Federico Sábato, titulado -al igual que esta critica- El dolor rompe el tiempo. Allí don Ernesto describe desgarradoramente y con talento, recuerdos, dolores, anécdotas sobre su hijo a modo de duelo literario. Además habla de cómo el dolor y la tragedia destruyen el paso subjetivo del tiempo, algo que todos sospechamos o hemos experimentado: el tiempo roto fluyendo discontinuo, excesivamente largo o desesperadamente corto. Hoy que ya no le tengo tanta simpatía a Sábato, todavía reconozco cómo aquellas páginas suyas me impactaron. Prueba de amor viene a hablarnos de lo mismo, pero de manera tosca y a veces ridícula. Vamos por partes, en principio estamos ante la familia Brewer que perdió a uno de sus miembros, el hijo mayor Bennett Brewer (Aaron Johnson). Están atravesando ese duelo cuando aparece Rose (Carey Mulligan), la novia de Bennet, embarazada de tres meses, y allí comienza el conflicto. Así, sin la más minima originalidad, larga este film que hubiera sido más digno de estrenar en el canal Hallmark, pero que en la Argentina se estrena comercialmente, a pesar de ser de 2009, y al parecer sólo porque cuenta con Pierce Brosnan y la siempre rendidora Susan Sarandon, que interpretan a Allen Brewer y Grace Brewer, respectivamente. Prueba de amor nada por una corriente de tedio casi todo el tiempo, son tantos los lugares comunes que la componen que no sólo es previsible, sino que carece de total interés. Shana Feste (directora y guionista) no es capaz de tensionar la historia y llevarla a algún lugar de potencia dramática. Están allí los personajes superficiales, con dos o tres conductas reconocibles, deambulando con su dolor y viviendo algunas arbitrariedades que propone la directora, que son como callejones sin salida para una historia tibia y de demasiada corrección política. Como si Feste se hubiera leído una pila de libros de autoayuda y equilibrio espiritual y nos viene a contar como es que una familia burguesa atraviesa o debe atravesar un dolor. Y si la dirección televisiva y desapasionada de Feste no es suficiente, tenemos al reparto. Susan Sarandon en piloto automático haciendo todo lo que ya le sale por naturaleza, la madre destrozada en busca de respuestas está en su cara, y grita cuando debe gritar y llora desconsoladamente cuando debe llorar aunque no le importe a nadie; Jhonny Simmons quien hace de Ryan Brewer, el hermano menor, un poco adicto a no se sabe bien que droga, y por supuesto atormentado porque todos le prestan atención a su hermano muerto y no a él, que en el fondo también es bueno; es decir, personaje e interpretación sacado del depósito de “elementos de para dramas”. Mulligan compone a Rose como una especie de Juno MacGuff descafeinada. Es quien aporta cierta dulzura pero, como los demás, sólo deambula por ahí en la casa los Brewer. Pero quien está perdido en serio con su interpretación es Brosnan, quien como Allen Brewer aparece con cara de extrañado y cansado durante todo el metraje, como si no supiera bien para dónde ir, como si de repente el agente 007 tuviera familia, y un hijo muriera y no supiera cómo afrontarlo. Así las cosas, he podido leer por ahí que “Prueba de amor es una película para ese público que busca llorar y emocionarse en el cine” (¿?). Por mi parte sólo puedo decir que Prueba de amor no emociona, que ni sus golpes bajos alcanzan para hacer llorar, y aburre con su burocrática falta de garra.