Con casi nada adentro Así como sucedió con El juego del miedo y sus copias, el cine de terror de los últimos años viene aprovechando el éxito de la saga de Actividad paranormal, produciendo cantidades industriales de falsos documentales. Si hasta el bueno de George Romero filmó su propio ejemplar de este subgénero, la simpática El diario de los muertos (2007). Con el Diablo adentro es uno de tantos intentos fallidos de resultado de irregular a malo que pretenden seguir explotando el filo que dejó el film de Oren Peli. Este tipo de películas tiene algunas ventajas que impulsan a los realizadores a seguir produciéndolas hasta el hartazgo. En principio son muy baratas y efectivas. Además, aún son propuestas atractivas para el público que llena la sala y termina aburriéndose de lo lindo o indignándose como si hubieran sido engañados (y un poco de razón tienen). Por otro lado, la estética de película casera da una sensación de realidad que, si es utilizada con una pizca de talento, es capaz de ser muy impactante y conmovedora. Por supuesto, hacer films de este subgénero tiene algunos obstáculos que no muchos logran sortear. Por ejemplo, casi nunca se puede conseguir que sea verosímil que alguien siga filmando hasta las últimas consecuencias cuando está en peligro de muerte, con ataque de pánico o muerto de miedo. También las situaciones o las posibilidades están muy limitadas, por lo que los guiones terminan siendo tan irregulares que el film se va perdiendo entre arbitrariedades y tedio. Muchas de estas cosas suceden en el film de William Brent Bell. Con el Diablo adentro nos muestra cómo Isabella Rossi (Fernanda Andrade) se propone hacer un documental para indagar en el caso de su madre, quien a fines de los años ochenta asesinó a tres personas (curas y monjas) que le practicaban un exorcismo. Veremos a Isabella recorriendo Roma, conociendo a exorcistas y viendo exorcismos. También yendo a ver a su madre, que ha estado internada durante años en su psiquiátrico. El film comienza bastante bien, construido con ritmo, verosimilitud y hasta bastante bien actuado, hasta que llega una escena clave: el primer encuentro entre Isabella y su madre luego de 20 años. Esta escena espeluznante está bien resuelta e inquieta bastante. Sin embargo, significa el fin de la película como la conocimos en los primeros minutos. Es como si Bell hubiera empezado a dudar, y el relato se convierte en un divague, un salpicado de escenas de exorcismos, conversaciones repetitivas con curas saca-demonios y el susto inconfesable del camarógrafo. A pesar de todo esto, cierto hilo argumental continúa con algo de interés hasta un final inconcebible que destruye todo lo que quedaba en pie en el castillo de naipes que es la trama. Es que la peor falla de la película de Bell es ir de mayor a menor, no logrando intensificarse hacia el final como, por ejemplo, sí consiguen las tres partes de Actividad paranormal, cuyas impresionantes conclusiones hasta hacen olvidar las arbitrariedades e inverosimilitudes anteriormente vistas. Definitivamente no conviene develar cómo termina Con el Diablo adentro, para que el espectador se indigne por sí mismo. Estamos ante una película que se autodestruye, convirtiéndose en mucho menos de lo que aparentaba, por propia ineptitud.
No es para tanto Siempre es complicado hablar de un film que le gusta a todo el mundo. Uno corre el riesgo de formar parte del grupo de pedantes que no puede disfrutar de lo que tiene éxito masivo, ni de lo que posee la aprobación de los que construyen el canon del “buen cine”. Pero la verdad, cuando un film es tan festejado por cierto público, determinados críticos y todas las academias de cine del universo, da ganas de desconfiar. El año pasado sucedió lo mismo con El discurso del Rey (Tom Hooper) una película correcta, en contenido y en forma, bien actuada y carente de todo riesgo y búsqueda. Sólo las buenas actuaciones de Geoffrey Rush y Colin Firth, además del tema que trataba (la tartamudez del Rey de Gran Bretaña) la convirtieron en un film excesivamente premiado y festejado. En el caso del El artista, nos encontramos con un film mudo que habla del cine mudo. Esto, que en principio parece tan interesante, se vuelve monótono y artificial, porque rápidamente nos damos cuenta que estamos ante un film absolutamente moderno sólo que sin color y sin sonido. Los planos, ciertas secuencias, los sutiles movimientos de cámara, la hermosa fotografía, es algo que, salvo algunas excepciones, no se veía en el cine mudo. El problema con esto es que, al final, no hay interrelación entre lo que se quiere contar y la manera en que se lo cuenta. Es decir, de ninguna manera el hecho de que El artista sea un film mudo, hace que hable mejor del cine mudo. El resultado hubiera sido el mismo con color y sonido. Este punto es uno de los más elogiados en el film de Michel Hazanavicius, que al fin de cuentas, es tan sólo un arbitrario alarde técnico. Un ejemplo positivo de cómo utilizar cierta estética cinematográfica para hablar de un periodo del cine en particular es Ed Wood (1994), de Tim Burton, donde se habla del cine de los 50 utilizando un tono y una estética propios de esa época. Burton logra que esto funcione haciendo que la forma agregue algo y sirva a la historia que quiere contar. Por otro lado, Hazanavicius pretende hablarnos de la transición del mudo al sonoro, desde la historia más lineal y naif posible. Nos cuenta cómo una estrella del cine de aquellos años (George Martin, interpretado decentemente por Jean Dujardin), se niega neciamente a comenzar a filmar películas con sonido, cayendo en la ruina absoluta, hasta que una nueva oportunidad en Hollywood renueva su carrera. Todo esto con una trillada historia de amor incluida, y también con las apariciones de un perrito muy simpático que aparece cada vez que el film se vuelve aburrido -y para ser justos, hasta este can repite su chiste demasiadas veces-. Este argumento es un lugar común en sí mismo, se puede contar la misma historia con un jugador de fútbol que se retira, cae en la ruina y se redime como técnico, o con un cazador de dodos que cae en la ruina cuando se extingue la especie y se redime dedicándose a matar pavos, también se pueden incluir historias de amor y perritos simpáticos en ambas variantes. Todo lo anterior para aclarar un par de puntos que a mi modo de ver habían sido demasiado celebrados y que no eran para tanto. En rigor, El artista se deja ver y, aunque repetitiva, nunca aburre hasta llegar al tedio. Sin embargo, para ver cine que hable del cine basta con ver, por ejemplo, La invención de Hugo, de Martin Scorsese, o la mayoría de los films de Steven Spielberg. Vaya… fíjese… que todavía está Caballo de guerra en cartel.
Dama de hierro, película de trapo Dos películas que no vi (entre tantas) son Mamma mia! (anterior trabajo de Phyllida Lloyd) y J. Edgar del gran Clint Eastwood. Estas dos omisiones configuraron mi acercamiento a La dama de hierro, primero por no tener la suficiente información acerca del estilo de Lloyd (a pesar de haber leído algunas pésimas críticas a Mamma mia!) y segundo, porque, circunstancialmente, de los dos biopics importantes de las últimas semanas vengo a dar con el menos interesante a priori, y a posteriori también. Phyllida Lloyd tenía en sus manos un personaje fuerte y complejo como Margaret Thatcher, de gran influencia en la política mundial durante 11 años de gobierno en Inglaterra en una década convulsionada en su país y en el exterior. Ante sus ojos de primer ministro desfilaron, entre otras cosas: la recesión y caída estrepitosa de la economía inglesa, la guerra de Malvinas, el alzamiento de una salvaje era neoliberal y hasta la caída del muro de Berlín. Con todo esto por contar, Lloyd se limita a mostrarnos a una viejecita con demencia senil, que recuerda en forma de flashbacks sus años políticos con admirable linealidad y que no puede olvidar a su esposo muerto con el cual alucina. Entonces en vez de una gran película sobre un gran personaje (detestable sí, pero relevante) tenemos un film más bien pequeño que poca justicia le hace a la historia de Thatcher. Merodea por allí esa idea anglosajona de las “grandes democracias” del norte, que sería algo así como: todo dictador es un hijo de puta, y todo gobernante elegido en democracia es justificable. Idea falaz sobre todo si pensamos que, elegido por el voto o no, cualquier gobernante llega al poder con cierto aval de un gran sector del pueblo. Ni Alemania fue víctima de Hitler, ni la Argentina de la Junta Militar, estaba dentro de los ciudadanos el deseo y el aval para que estos seres consiguieran gobernar. La dama de hierro no festeja el gobierno de Thatcher, pero si la justifica, y casi siempre interponiendo la frase, “el pueblo la votó”. Por otro lado, el gobierno de la dura Margaret con sus medidas económicas, la opresión a las clases trabajadoras y la utilización del conflicto de Malvinas para darle vida a una gestión desastrosa tiene mucho que ver por ejemplo, salvando las distancias, con el de las Junta Militar aquí en la Argentina. La dama de hierro no profundiza sobre estos temas ni ningún otro. No vamos a ver en ella ningún dato o mirada profunda sobre la influencia de Thatcher en la política de fines de siglo, al contrario se nos contará lo mismo que alguna vez escuchamos o imaginamos de cómo este personaje actuó en Inglaterra ,y lo que hizo durante la guerra que es lo que más nos concierne como país contendiente. En otro orden de cosas, decir que claramente este film es una excusa para darle el Oscar a Meryl Streep. Su actuación es contundente y por momentos brillante. Y además el trabajo de los maquilladores es de una calidad impresionante a tal punto que Lloyd no se cansa de filmar a Streep de todos los ángulos y la muestra en pantalla lo máximo posible. Por detrás de ese unipersonal de Streep, intenta aparecer una película que a fin de cuentas se queda ahogada en lugares comunes e ideas agotadas.
Otras 35 vueltas de tuerca Al borde del abismo se impone desde el comienzo con mucha intriga y suspenso. Queremos saber de inmediato qué hace ese hombre en una cornisa a punto de suicidarse. Esos primeros minutos críticos auguran un film atrapante y que, sin embargo (como tantas veces), se termina desinflando hacia un final con altos picos de inverosimilitud y ridiculez. El argumento es sencillo y efectivo: un hombre llamado Nick Cassidy (Sam Worthinton) se sube a la cornisa de un reconocido hotel de Nueva York con supuestas intenciones de suicidarse. Claramente la película se centrará en contarnos por qué llegó a esa situación. Asger Leth, hijo del director Jorgen Leth -El humano perfecto (1967), o en otras palabras, el viejo que se deja joder por Lars Von Trier en Las cinco obstrucciones-, no consigue mantener demasiado tiempo la tensión y el ritmo iniciales. Su film se va desenvolviendo con torpeza, y a veces, llegando a situaciones inverosímiles para forzar tal o cual desenlace. Hay un par de sub-tramas que son apenas contadas por los personajes, aludidas de tal manera que no queda claro de qué están hablando. Además, hay dos registros muy diferentes en el film que a veces pecan de incompatibles. Para no develar demasiado de la trama, diremos que son los momentos en los cuales el film va contando la interacción entre la detective Lydia Mercer (Elizabeth Banks) y Nick Cassidy, y la historia que se desarrolla en paralelo con Joey Cassidy (el hermano de Nick interpretado por Jamie Bell) y su novia Angie (interpretada por Génesis Rodríguez, la hija del Puma Rodríguez). En fin, Asger Leth va de la solemnidad de la cara no muy flexible de Worthington a la casi comedia que plantean los hechos que implican al bueno de Bell y a la linda de Génesis. Todo esto genera que se disuelvan los momentos de suspenso logrados. Por otro lado, los giros que va tomando el relato implican por parte del espectador cierta tolerancia a lo arbitrario e inverosímil. El problema es que pasados tres cuartos del film, los conflictos son tantos y tan difusos, que ciertas reacciones de los personajes ya no son sólo intolerables sino además incomprensibles. Como si fuera poco, Al borde del abismo se permite una superficial bajada de línea. Hablando sobre todo de la crisis financiera de 2008 y diciendo a grandes rasgos lo malos que son los empresarios (en este caso representados por un efectivo y repulsivo Ed Harris) y lo pobres que son las personas de clase media presionadas por la sociedad depredadora. También se habla un poco de los medios de comunicación, pero es una tosca caricatura que no dice nada que no sepamos por aquí. Más allá de la enumeración de fallas, hay que decir que el film de Asger Leth no es un embole. Al contrario, tiene algunas secuencias de tensión genuinas y que sus fallas no terminan de destruir. Es un film menor, no demasiado pretencioso, que al fin de cuentas termina entreteniendo lo suficiente.
Robo a la altura de las circunstancias La premisa de Robo en las alturas es un lugar común de la comedia en general. Esto es, pongamos a los personajes más incompetentes a realizar una tarea excesivamente compleja. Y ya lo dijo (o lo repitió) Alejandro Dolina: el humor es básicamente poner una cosa donde no va. El irregular Brett Ratner no olvida nunca estos preceptos durante el desarrollo de su película, por lo que las cosas funcionan bastante bien. Robo en las alturas es otro film sobre un robo absurdamente complejo realizado por gente que no ha robado más que un kiosco en su vida. Retoma elementos de Ladrones de medio pelo de Woody Allen y también de Las locuras de Dick y Jane (de esta última no sólo a Téa Leoni, sino también algún detalle importante del argumento). Puntualmente, Josh Kovacs (Ben Stiller) planea robar a su propio jefe, Arthur Shaw (Alan Alda), quien es acusado de estafa y ha perdido el dinero de la jubilación de todos sus empleados. Para esto reúne un grupo de gente inexperta pero con rencores hacia Shaw, y a su vecino, un ladrón semi-profesional llamado Slide (Eddie Murphy). Más allá de la participación de Matthew Broderick en este film, las obvias estrellas de la comedia en el elenco son Stiller y Murphy. El bueno de Ben está como siempre, o al menos, con su forma de hacer personajes de los últimos años. A esta altura, si no te gusta, es difícil que lo puedas soportar, y así como a veces sostiene films flojos, aquí encaja bastante bien con sus gags típicos. Hay un chiste que siempre hace muy bien, cuando sus personajes están nerviosos o enojados e intentan explicar algo y no encuentran las palabras, para terminar dando vueltas en círculos con sus discursos o inventando absurdos neologismos para al final no decir nada. Si Will Ferrell es el rey de estos monólogos disparatados, Ben Stiller es el príncipe, mientras por estas tierras seguimos con el “a comerla…” de Guille Francella. Por el otro lado, tenemos a Eddie Murphy que por fin está excelente. Hace un personaje ingrato y traidor como Slide, exagerando lo que tiene que exagerar para lograr la parodia, pero conteniéndose lo suficiente como para no volverse insoportable. Está en gran forma para sus 50 años y además, no está fuera de registro, todo lo contrario, encaja perfecto en la estructura del film. Por último, decir que Ratner nunca deja de lado la premisa inicial y juega todo el tiempo con el desmoronamiento de un plan hecho para fallar. Y aunque por momentos pierda la capacidad de sorpresa, el buen ritmo y las buenas actuaciones convierten a Robo en las alturas en un film digno y entretenido. Me permito un comentario al margen sobre un tema tratado en este film y que contantemente aparece en el cine norteamericano, sobre todo luego de la crisis de 2008. Uno nunca termina de sorprenderse de lo hijo de putas que son los sistema de vida estadounidenses. Me refiero a salud, educación, jubilación, etcétera. Si estudiás en la universidad, debés sacar un pesado préstamo para costearlo; si no pagás el seguro médico, te pueden dejar morir en un hospital; si te atrasás un par de cuotas de la hipoteca, hay muchas posibilidades de perder la casa; y si cometés ciertos errores probables con el dinero de tu jubilación, vas a morir pobre o en la miseria. No es este el momento ni el espacio para hacer un análisis socioeconómico de estos temas, ni para escribir un panfleto berreta estilo Marcos Aguinis. Tampoco es nada nuevo, sólo que sorprende la recurrente aparición de estos tópicos en el cine estadounidense, y no sólo en los documentales de Michael Moore o en el cine indie.
Medianoche en Moscú con extraterrestres energéticos En La última noche de la humanidad, se conjugan elementos de unos cuantos films (y tendencias) de los últimos años. A saber, la principal idea argumental es muy parecida a La oscuridad (Vanishing on 7th street, 2011, o esa bosta que tenía como protagonista al insufrible Hayden Christensen), es decir, de repente en una noche, unos enemigos invisibles y letales exterminan a la mayoría de la gente y el mundo como lo conocíamos empieza a desaparecer. Además, el esquema mediante el cual se narran los hechos es muy parecido a las muy flojas Skyline e Invasión del mundo – Batalla Los Angeles, mediante un par de escenas más o menos impresionantes disfrazan una película pequeña de un grupo de sobrevivientes escapando por las ruinas de ciudades conocidas. Entonces, son films con aspiraciones de parecerse a los de Roland Emmerich, pero sin el presupuesto ni las ideas de este. Por último, otra particularidad comparable a un film de los últimos tiempos es la insistencia de Chris Gorak en mostrarnos Moscú, casi la misma que tuvo Woody Allen al mostrarnos París en su Medianoche en París. Salvando las distancias, algunos hermosos planos de la ciudad rusa parecen pensados por algún organismo de turismo. Obvio, Gorak no olvida subrayar a trazo grueso, la “ironía” de los carteles de McDonalds que invaden hoy la capital de la ex Unión Soviética. Olvidándonos un poco de la comparación con la película de Woody Allen, pareciera que la conjunción de los elementos del resto de los films mencionados en el anterior párrafo, no podría dejar bien parada a La última noche de la humanidad, sin embargo, es un poco mejor que aquellas tres sobre todo, porque por momentos no se toma tan en serio y deja aparecer personajes inverosímiles, como los soldados excesivamente nacionalistas rusos o el electricista que inventa un arma que lanza microondas (¡!). Gorak se permite un poco de humor (no demasiado), y aunque el film no es lo suficientemente autoconsciente como para ser realmente bueno, se deja ver. En principio el ritmo de la película es aceptable, una introducción que nos pone rápidamente en contexto. Luego empiezan las lagunas, demasiados midpoints en el guión que le quitan velocidad y energía. Y por supuesto, una gran cantidad de arbitrariedades y ridiculeces que son salvadas por la corta duración, con lo cual nunca se vuelve tedioso o demasiado aburrido. De las actuaciones de personajes tan estereotipados, no vale demasiado comentarlo. Quizás la química entre los amigos protagonistas Sean (Emile Hirsh) y Ben (Max Minghella) sea los más interesante al principio, aunque luego se convierten en seres más bien convencionales. Además, sin ningún atenuante, cuando algún personaje se vuelve lo suficientemente insoportable muere, al estilo esquemático de los viejos slashers de los 80’s. La última noche de la humanidad no es tan mala, peca de poco original y quizás sea un tanto fallida. A pesar de todo lo anterior, es pasable y olvidable pero no indignante. O por lo menos no hay que aguantar a Hayden Christensen, lo cual no es poco.
Ethan Hunt para siempre Para suerte y felicidad de todos nosotros, la saga de Misión: imposible siempre ha tenido a cargo de cada una de sus entregas a buenos directores. Ya JJ Abrams había desplegado su gran talento en MI-3, y aquí produce, dejándole la riendas al gran Brad Bird uno de los chicos Pixar, con antecedentes como Los increíbles y la genial Ratatouille. Con esta cuarta parte de la saga, Misión: imposible entra en ese feliz periodo donde poco importa ya la verosimilitud y coherencia entre cada parte. Aquí lo que interesa es revivir o hacer resurgir al protagonista (en este caso el bueno de Ethan Hunt, es decir Tom Cruise) y ponerlo en la peor situación posible para que la resuelva de la manera más loca que se le ocurra. Si hay un rasgo distintivo en Protocolo fantasma es cómo el equipo de Hunt va abandonando cada vez más la precisión para utilizar la fuerza bruta. El mismo Ethan apela a sus “corazonadas” y termina cada plan minuciosamente trazado, a las corridas o peleando a mano limpia. Queda claro antes de que se diga nada, que cada secuencia de acción en el film de Bird es excelente. De hecho la película podría ser sólo eso, cuatro o cinco secuencias bien pensadas, y a otra cosa. Sin embargo, cada prefacio a la misión siguiente, donde se puede ver al grupo reunido planeando algo que seguro saldrá al revés, es un momento divertidísimo. La química entre Cruise, Jeremy Renner (William Brandt), Simon Pegg (Benji Dunn) y Paula Patton (Jane Carter) es evidente y funciona perfecta. Además, la trama está poblada de chistes autoconscientes y autorreferenciales: artefactos súper-tecnológicos que no funcionan o son tan increíbles que parecen mágicos, y exageraciones como Ethan gritando “¡misión cumplida!” al final de unos de sus actos heroicos. Quien merece ser mencionado aparte es Simon Pegg, que demuestra dos facetas diferentes en las cuales siempre sale bien parado. Puede ser protagonista de cualquier comedia y puede ser el mejor actor secundario de película de acción. Si sigue saltando entre las producciones de JJ Abrams y Edgard Wright vamos a ser felices por el resto de nuestras vidas. Brad Bird (que hace todo bien), junta todos estos elementos, y construye un film de una gran efectividad, de ritmo ajustado y trepidante. Nunca mejor dicho, aquel lugar común de la “adrenalina fílmica”. Los responsables de Misión imposible: protocolo fantasma se atreven a todo, disuelven la organización a la que pertenece el protagonista, y mezclan conflictos post 2011 con otros de hace cuarenta o cincuenta años. Entonces el conflicto contiene terroristas y atentados, temor a guerra nuclear y tensión entre Estados Unidos y Rusia (¡!). De hecho luego de que estalla el Kremlin, un personaje importante dice “¡nunca hubo tanta tensión entre Estados Unidos y Rusia desde la crisis de los misiles en Cuba!”. Por otro lado, no vamos a describir acá escenas de acción, mejor que sea una sorpresa. Sin embargo, es necesario prestarle atención a todo lo que sucede en Dubái, esa secuencia es una genialidad tras otra. Misión imposible: protocolo fantasma es descontrolada en el mejor de los sentidos, y en gran medida es gracias al carisma y el resurgir de Tom Cruise, que parece que ya no va a recuperar la cordura, sobre todo si se sigue golpeando la cabeza como en este film. Hay que estar atentos a nombres como Brad Bird, Tom Cruise y, obviamente, JJ Abrams en el futuro. Acá están en estado de gracia.
Lo que pudo haber sido Para ser claros, Terror en lo profundo 3D es todo lo que temimos que fuera Piraña 3D. En aquel momento Alexander Aja sorprendió con su vertiginosa versión de los pescaditos asesinos, un film con mucha garra, mala leche, sexo, drogas y rock and roll. En el caso de Terror en lo profundo 3D, David R. Ellis decepciona. El bueno de David es un director irregular. Ha sido capaz de filmar películas con mucho ritmo, ridículas a veces, pero muy divertidas siempre, como Destino final 2 o Terror a bordo (esa locura de las serpientes en el avión con Samuel Jackson). Sin embargo, también es responsable de artefactos fallidos como Destino final 4 y también de este film con tiburones sanguinarios. Terror en los profundo 3D tiene unos cuantos problemas. Para empezar, un guión inexistente: sólo se mantiene esa premisa de “un grupo de adolescentes excitados van a pasar un fin de semana a una casa cerca de un lago que resulta estar infestado de todas las especies posibles de tiburones”. Luego, todo parece filmado burocráticamente, como si fuera la novena parte de Viernes 13. Es increíble la falta de ideas y la previsibilidad que merodea cada minuto de un film casi insufrible, porque no se puede creer que una historia con semejante premisa sea tan aburrida. La promesa de descontrol y excesos nunca se cumple, pues súbitamente estamos ante un grupo de chicos un poco borrachos y asustados, y sin un mínimo de carisma. Y a todo esto, cuando se genera un pequeño clima o suspenso, hay un abrupto ataque de algún feo tiburón digital que todo lo destruye en un abuso del efectismo sin precedentes. Párrafo aparte merecen el estúpido trío supuestamente responsable de que el lago esté lleno de tiburones. Dennis Crim, Red y el Sheriff Greg Sabin (interpretados por Chris Carmack, Joshua Leonard y Donal Logue, respectivamente) no sólo son personajes idiotas y fuera de registro, sino que tampoco agregan algo de sentido del humor que tanto hace falta en una película como esta. Quizás se le pueda reconocer algún buen momento a Logue, pero es intrascendente y olvidable en el gris general de la historia. La falla más grave para un film como este es la falta de humor. Los personajes no tienen la suficiente gracia ni carisma, ni se ven inmiscuidos en situaciones lo bastante ridículas como para generar humor. Tampoco se explota la estupidez o la autoconciencia que suele generar complicidad con el espectador. A cambio de eso, tenemos algún culo puritano, un montón de sexo potencial que nunca se concreta, y bromas brutas y gastadas. Volviendo a la comparación con Piraña 3D, Aja entendió lo necesario como para que funcionasen los mecanismos del film de monstruos en nuestros tiempos. Releyó y rehízo la película de Joe Dante de 1978, aceleró y llenó de excesos de todo tipo a su película, logrando así un festival infernal, con litros de sangre, estrellas porno y seres mutilados por doquier. Si Ellis hubiera entendido esto, estaríamos ante la segunda mejor comedia de terror del año. Por desgracia estamos ante otro film intrascendente y olvidable.
Noche e ideas viejas Este último film de Garry Marshal (Mujer bonita, El diario de la princesa), al igual que su Día de los enamorados, es un film coral (es decir, una película donde se cuentan varias historias simultáneas), repleto de estrellas, o actores con cierta fama, y lleno de lugares comunes. También, al igual que en el anterior trabajo del director, sobrevuelan aquí viejas ideas optimistas naif asociadas a la redención y las segundas oportunidades posibles en estos días “especiales” y no en otros. Vale decir en principio que esta no es una película aburrida, pero sí fallida e irregular. Las múltiples historias contadas no generan el mismo interés, las actuaciones son desparejas y su registro de humor biempensante la vuelve un divertimento burgués intrascendente. Marshall toma las vísperas de fin de año en Nueva York, una de las tradiciones más arraigadas en el sentimiento estadounidense, y desde allí cuenta cada una de las historias sin más hilo conductor que la excusa de las fiestas. Por lo tanto, a veces su película se convierte en una colección de sketches, más o menos (o nada), logrados. Eso sí, con tanta presencia de estrellas, estrellitas y… gente, vale la pena detenerse un poco (sólo un poco) en las actuaciones: Ashton Kutcher, Robert De Niro, Katherine Heigl y hasta Hale Berry están en su registro habitual en estos últimos tiempos, casi a media máquina sin destacarse ninguno; Sarah Jessica Parker, que parece que sólo puede filmar en Nueva York, da la impresión de componer el mismo personaje que para ¿Cómo lo hace?, sólo que esta vez usa suecos; Abigail Breslin está correcta, y además, uno la aprecia por haber protagonizado la genial Tierra de zombies, por lo cual no diré nada más sobre ella. Sigamos: Michelle Pfeiffer compone una mujer inexplicablemente deprimida y un poco insoportable en una mini historia junto a Zac Efron, que está bastante bien en su rol, aunque el carácter del personaje lo obligue a pasarse de canchero. Por otro lado, tenemos a los cantantes del elenco: Jon Bon Jovi siempre ha sido insoportable (actuando y cantando) y digamos que aquí sigue en esa línea; mientras que Lea Michele crea un personaje muy parecido a su Rachel en la serie Glee, aunque un poco más agradable. Su motor es el canto, tiene una linda y potente voz, y le gusta alardear de su virtuosismo. El enfrentamiento entre los Byrne y Schwab por tener el primer niño de 2012 es de las historias más divertidas del film. Estas familias están interpretadas por Jessica Biel y Seth Meyers, y Sarah Paulson y Til Schweiger respectivamente. Los cuatro están muy bien en sus registros y en el timing para la comedia. En la película de Marshall (como en gran parte de su filmografía) se explota al máximo la vieja idea de que el fin de año es momento de balances y un punto de inflexión en la vida de las personas que se atreven a tomar decisiones, y de las segundas oportunidades en la vida. Como si de repente todas las películas para toda la familia de los domingos a la tarde se unieran en una, Año Nuevo habla de la esperanza, pero una esperanza poco real, de libros de autoayuda. Año Nuevo no se pasa de mala, es fallida e irregular, pero entretiene y a veces divierte. Sin embargo, no podrá escapar a la absoluta intrascendencia y olvido.
Siempre estuvo todo “bien” En la industria cinematográfica hollywoodense se suele identificar a Sarah Jessica Parker como el retrato de cierto tipo de mujer norteamericana (generalmente neoyorquina), de clase media, exitosa (o con destino de serlo), independiente, autosuficiente, con problemas amorosos, etcétera. Por eso le suelen quedar cómodos esta clase de “proyectos de comedia romántica”. En este caso, ¿Cómo lo hace? Aquí estamos con Kate (Parker), una mamá que quiere hacer todo. Me refiero a tener una vida profesional exitosa y encargarse de todos en su familia. Además, para ella, todo tiene que ser perfecto, y si no lo es, al menos debe funcionar. En cierto punto las cosas empiezan a desbalancearse, su matrimonio corre peligro debido a un compañero de trabajo que se le acerca sentimentalmente y… demás lugares comunes. El trabajo del director Douglas Mc Grath (Infame, 2006) es el de alguien indeciso. Por ejemplo, al principio de la película utiliza algunos recursos simpáticos, como el que los personajes hablen a cámara y testimonios de amigos y conocidos de Kate al estilo entrevista documental, que con mayor y menor suerte, logran buenos momentos y le dan cierta elasticidad y ritmo a una historia de por sí poco original. Sin embargo, poco a poco la comodidad y la falta de pulso hacen que el tedio y la falta de ideas ganen el film. De repente, ¿Cómo lo hace? es una película absolutamente convencional, en la cual se empiezan a desarrollar un par de conflictos que nunca despiertan el suficiente interés. Por un lado, la elección de prioridades de Kate entre su vida profesional y su vida personal; y por el otro, la aparición de Jack Abelhammer (Pierce Brosnan), un inversionista que comienza a trabajar junto a Kate y con el que iniciará una especie de romance, o mejor dicho, comenzará a existir cierta tensión romántica/sexual (para la lógica del film, estos adjetivos van juntos), pero no mucho más. McGrath decide resolver todo sin que pase realmente nada, es decir, el matrimonio de Kate nunca corre realmente peligro y jamás queda cerca de cometer un “error” realmente grave con Jack. Además, reafirma y avala que ella siga con ese estilo de vida que la obliga a trabajar mucho, y descuidar a su familia o viceversa. Por lo tanto, nos encontramos ante una comedia burguesa y conservadora cuyos puntos de vista son, al menos, discutibles. ¿Cómo lo hace? es todo lo que uno no espera de una comedia: en vez de ser corrosiva, incómoda y crítica con ciertos modos de vida que retrata, es condescendiente, amable y bienpensante en el peor de los sentidos. Por momentos es entretenida, sí, pero sin nada nuevo para decir, sino todo lo contrario. En este año, cuando se han estrenado cosas interesantes como Damas en guerra, el personaje de Sarah Jessica Parker queda anacrónico y su película atrasa ya unos 20 años. Kate, con su vida exitosa y sus aires noventosos, es un símbolo anticuado de una época decadente que merece ser olvidada en los DVD de Sex and the city. En conclusión, para divertirse en serio preferible volver a ver la excelente película con Kristen Wiig y olvidar por un rato por qué no somos lo que pudimos haber sido. Redundancia o insistencia: ¡para entender el por qué de la última frase, hay que ver Damas en guerra!