Fuera de moda Hace varias décadas que Mara Ordaz (Graciela Borges) no es la estrella que supo ser. Poco a poco fue olvidada por el público y la industria, hasta quedar finalmente recluida en una alejada mansión junto a lo más parecido a una familia que alguna vez tuvo: su marido, su cuñado, y el marido de su mejor amiga, quienes fueron a su vez director y guionista de muchos de sus éxitos. La relación con ellos es áspera en el mejor de los casos. Fueron sus esposas a quienes invitó a vivir con ella, y ahora que ya no están no puede sacárselos de encima. Ni siquiera la relación con su marido es buena: supieron tener un sincero amor cuando ambos actuaban, hasta que un accidente lo dejó en silla de ruedas. Y mientras ella añora sus épocas de gloria, los tres hombres disfrutan sus años de vejez con una ácida amistad que les permite decir las más terribles barbaridades sin ofenderse; y aunque recuerdan con cariño los años en que trabajaban en cine, parecen bastante conformes con la vida tranquila que llevan en el campo. Pero como ellos mismos remarcan, nada puede ser tan tranquilo. Asi, un día aparece en su puerta una joven pareja que se manifiesta admiradora de Mara. Con el ego reanimado, ella recibe de buena gana la idea de que aún tiene algo para ofrecer al mundo y que no puede hacerlo desde este exilio autoimpuesto. Para eso debería vender la propiedad y mudarse de regreso a la ciudad, un proyecto que lógicamente no hace feliz a los otros habitantes de la mansión. Bichitos Aunque la base de la historia y sus personajes es la misma, no son pocos los cambios propuestos por El Cuento de las Comadrejas respecto de la obra original. En un giro que balancea más los protagonismos y reduce la fuerte carga misógina que tenía originalmente, la nueva Mara tiene un carácter mucho más fuerte que la anterior, con una lengua filosa que le hace frente sin amedrantarse a las ironías de los varones de la casa . Es incluso más insoportable en su divismo, pero su ego se ve justificado y es el rasgo explotado por el joven empresario que busca concretar su negocio e impulsar una trama un poco más compleja, aunque sigue dejando en el centro de todo a los personajes. Siempre bordeando la caricatura, se destaca el trabajo de Graciela Borges encarnando a una estrella ególatra que podrá haber sido olvidada pero no perdió nada de su carisma. Es el único personaje con algunas facetas, logra meter en un mismo cuerpo -y de forma creíble- a esa persona con hambre de adulación que al mismo tiempo puede expresar un tierno afecto por su marido o un frío desinterés por vidas ajenas. Al mismo tiempo es la única que muestra algo de evolución al final de la trama, transformándose por los eventos que vive, mientras que el resto del elenco hace lo que puede con los personajes lineales que les tocan: gente que no abunda en facetas, quedando inmediatamente claro que son todos miserables en distintos grados, y donde el único que podría salvarse de esa categoría es porque está al borde de ser directamente estúpido, un rasgo bien conocido como incompatible con la maldad. O al menos con la capacidad de ejercerla. Todo lo bueno de El Cuento de las Comadrejas viene de la mano de su elenco. Despojada del carisma de sus intérpretes y de la gracia de algunos retruques, la narración se revela chata y poco consistente. Los intentos dramáticos no causan gran empatía, y los momentos que buscan generar algún misterio están tan remarcados que se ven venir a lo lejos. Esta nueva e inflada versión de la historia intenta abarcar otros varios temas de forma superficial, sin terminar de enfocarse más que en establecer una cadena de chistes que no dejen momento para el silencio. Varias de esas situaciones son sin duda graciosas, pero a la narración en conjunto le juega en contra tanta explicación de todo lo que vemos, esa necesidad de que siempre alguno de los personajes esté diciendo algo inteligente por más que quede inverosímil y solo le falte guiñar un ojo a cámara; algo que de todas formas prácticamente sucede un par de veces. Y justamente el cambio más importante respecto a la del ´76 es el tono: recuerda más al artificio clásico de la sitcom de fin de siglo que a la sutileza irónica de la comedia negra, porque la mayoría de los chistes son retruques verbales muy precisos y poco naturales. Esta velocidad en los diálogos choca con la rigidez del resto de la puesta, la cual es prolija pero estática. Todo acompaña sin estorbar aunque claramente solo importan los diálogos; el resto queda relegado a ser un marco para ellos. Como añadidura que entretiene pero resulta irrelevante para la historia, aprovecha que ahora sean todos personajes vinculados al mundo del cine para hacer algunos chistes internos y referencias que bordean la ruptura de la cuarta pared. De ahí surgen varios de los mejores momentos, pero incluso eso dura poco y eventualmente se vuelve demasiado autorreferencial; o al menos eso se siente al ver tan remarcado el premio Oscar, la mención repetida del ignotoprimer largometraje del director, o la no muy velada expectativa de ser reconocido en la historia junto a gente como Mario Soffici o José Martínez Suárez. No digo nada nuevo diciendo que el humor es algo muy personal y sé que mucha gente se divertirá con El Cuento de las Comadrejas, pero con el historial de los involucrados en esta gran producción, era esperable una buena pulida que le dé síntesis y se sienta menos tosca.
Operativo Retorno La relación entre Marcelo (Pablo Rago) y Tonio Dimarco (Roberto Carnaghi) está rota hace años, desde que el hijo publicó una novela que disgustó al padre por exponer historias del pasado que lo involucraron en un supuesto asesinato para encubrir una estafa. Tampoco está entera la relación entre Marcelo y su hijo, quien lógicamente prefiere dedicarle su admiración a un abuelo que invierte tiempo en él. Alejado de la mayor parte de su entorno y sin poder replicar el éxito de su primera novela, Marcelo solo parece funcionar como cronista de policiales en el diario más importante del país, que en tiempos tumultuosos le exige detonar todas las noticias que encuentre para profundizar la situación y sacar provecho. Es mientras investiga un posible vínculo con el narcotráfico del mayor referente político del momento, que su padre aparece muerto en la bañera aparentando suicidio, pero al mismo tiempo con una escena bien diseñada, casi pictórica. Ello lo fuerza a reconectar con su memoria, sus viejos compañeros de lucha, y con los secretos de aquella época que pudieron haberlo matado. Novela policial de hojas amarillas No es por nada que la película lleva el nombre del libro escrito por el protagonista, El sonido de los Tulipanes bien podría ser una novela policial basada en hechos y personajes que recuerdan a algunos de nuestra historia reciente, aludiendo a la lucha armada de los 70s y los conflictos sociales de principios de este siglo. El problema es también eso mismo, porque la película suena como una mala adaptación de una novela donde los personajes tienen que explicar todo lo que sucede, declamando en cada escena frases complejas y acartonadas que no salen con naturalidad de los intérpretes. La trama, con potencial de ser interesante, se pisa los cordones cada vez que quiere tomar envión, perdiéndose en intentos de explicar complejidades añadidas artificialmente para dar volumen a una historia deshilachada e inconexa, cargada de un montón de personajes apenas esbozados que hubieran funcionado mejor en una miniserie. Allí tendrían más tiempo de profundizar en sus historias, y quizás hasta darle oportunidad de lucirse a ese elenco lleno de nombres importantes que apenas logra unos pocos momentos interesantes cuando se cruzan Rago y Carnaghi, contrapuestos a una serie de villanos caricaturizados y una joven con la participación justa para calificar como eye-candy, con el único rol de justificar una escena de sexo intrascendente para la trama. Todo deja la sensación de tener material para ser mejor. Si funcionara mejor narrativamente, podría perdonársele la puesta en escena televisiva, las actuaciones inverosímiles o los problemas de sonido, pero juntar un par de buenas ideas con la esperanza de que solas se acomoden no alcanza para salvar a El sonido de los Tulipanes.
De pintura y locura Después de un tiempo alejado de su entorno, un artista plástico maduro intenta rehacer su vida marcada hasta entonces por el alcoholismo y una familia que no supo conservar a su lado. Con entusiasmo renovado y nueva joven esposa (una bióloga escandinava con la que ya están planeando un embarazo), Lorenzo reaparece en una reunión social donde descubre con alegría que su mejor amigo está embarcado en un proyecto similar junto a su pareja, una abogada que supo tener una relación con Lorenzo años antes. Ellos serán el ancla de Lorenzo cuando comience a preocuparse por algunas actitudes de Sigrir durante el embarazo y, luego, por su habilidad de cuidar al hijo recién nacido, tarea para la que hizo venir desde Noruega a la mujer que la crió a ella. Ambas mujeres organizan el parto dentro del hogar por desconfianza hacia los médicos que la atienden, para después abocarse laboriosamente a los cuidados de un bebé que según ellas padece de una salud frágil, obligando a mantenerlo aislado del resto de la gente. Desesperado ante la posibilidad de perder a otro de sus hijos, Lorenzo se convence de que las dos mujeres están complotadas para sacarlo de la vida del recién nacido, pero no tiene forma de demostrarlo. Extranjero en casa La trama comienza narrada en dos tiempos, con un bache intermedio donde no sabemos bien qué ocurrió pero que claramente puso al protagonista en problemas con la justicia e imposibilitado de estar con el hijo. Del otro lado tiene a dos noruegas que lo hacen sentir excluido dentro de su propia casa, donde de un día para otro pierde todo poder de decisión y apenas le permiten tener contacto con el bebé. Poco a poco van revelando algunas piezas faltantes para entender lo sucedido, mientras lo vemos defender tanto su inocencia como su cordura. Lorenzo no da muchas razones para creer en ninguna de las dos, porque se pone violento cada vez que alguien duda de su convicción de que el pequeño Henrik fue reemplazado por otro niño a quien no reconoce como su hijo. Sus únicos aliados son Renato y Julieta: ella lo asesora legalmente, y le dan lugar para vivir junto a ellos por más que no creen en su historia o reciben sus maltratos. Aunque bien ejecutada y realizada, gran parte del peso dramático de El Hijo cae sobre la interpretación de un protagonista que logra transmitir toda la desesperación que padece, a veces solo con la mirada. Está bien acompañado en la tarea, sobre todo por las dos mujeres con quienes convive: ellas logran construir a su alrededor un clima turbio y misterioso incluso en los actos más cotidianos de la rutina diaria, con una herramienta tan simple como usar un idioma extraño para nosotros. Con menos brillo pero igualmente necesario es el aporte del resto del elenco, quienes no siempre parecen tan conectados con él como afirman sus palabras, pero son los que entregan una mirada lateral de los hechos para cuestionar a un narrador que no parece ser muy confiable. Por más que siempre desentona ver a un varón intentando hablar sobre la maternidad, tiene el relativo acierto de hacerlo a través de los ojos de un hombre afectado por sus fracasos previos como padre y que tampoco es completamente racional en su accionar; principalmente por la decisión de embarcarse en esta nueva relación junto a una persona que claramente apenas conoce, y con quien queda evidente desde un principio tiene profundas diferencias ideológicas sobre la crianza, la medicina y los roles que cada cual cubrirá en la vida del recién nacido. Solo hay pequeñas cuestiones que parecen no haberse trasladado bien del papel a la pantalla, algunas por poco explicadas, otras por anecdóticas, y unas pocas que al faltarle algún detalle que debería ser relevante más tarde son forzadas dentro de una imagen inverosímil. Pero ninguna de ellas alcanzan para romper con la tensión ni el ritmo de una historia que sostiene el interés hasta el final, un final que podría haber llegado una escena antes aunque quizás se sintieron obligados a continuar por miedo a dejar demasiado sin explicar.
Antes de tiempo Hay chicos forzados a ser adultos antes de tiempo, a crecer más rápido para defenderse del mundo o hacerse cargo de realidades que no deberían ser las suyas. Dante es uno de esos chicos, zarandeado entre la niñez normal que merece y las obligaciones para conservar el bienestar de una familia que se desmorona hace tiempo fruto de un padre alcohólico, una madre frustrada y un hermano que mira para otro lado. Obligaciones que nadie le dio conscientemente pero que igual siente suyas. La escasa felicidad de todo su entorno parece descansar en sus hombros aunque ni siquiera sepa cómo acercarse a la chica que le gusta. Es justamente ese padre y sus problemas con el alcohol uno de los ejes de su historia, un hombre que a pesar de todo Dante no puede evitar querer y preocuparse por intentar que mejore. Sin muchos amigos a la vista, sus pocos momentos de alegría parecen estar rodeados de gente mayor, acompañando a sus abuelos y a una vecina que trata con tanto cariño como si también lo fuera, sabiendo que cumple el rol de parche sobre la ausencia de un hijo exiliado hace tiempo. Problemas de siempre La historia de Hojas Verdes de Otoño suena pequeña, pero su mayor fortaleza es justamente esa fuerte intimidad narrada con contundencia. El joven protagonista sale bien parado de tremenda exigencia, apuntalado por un elenco experimentado que complementa sus lógicas flaquezas de debutante cuando hace falta. La mirada inexpresiva de Dante (Bautista Bidú) puede a veces desarmar algo de esa emotividad, pero muchas otras refleja el agobio que padece aquejado por las responsabilidades y la culpa. Es perfectamente consciente de los defectos del padre, sufre al ver cómo maltrata a su madre y se aleja de su abuelo, pero no puede deshacer el vínculo de afecto con esa persona que supo ser diferente cuando tenía sus demonios a raya. No se rinde como hicieron los más grandes, pero esa lucha imposible es la que lo obliga a dejarse a sí mismo en segundo plano; para alguien tan puro como Dante todo el mundo viene antes, todos merecen la felicidad antes que él y es su responsabilidad actuar en consecuencia al mismo tiempo que intenta tener su propia vida, representada por su primer amor adolescente. Visualmente a Hojas Verdes de Otoño se le notan algunas limitaciones, pero siempre se mantiene dentro del rango de la corrección incluso en lo sonoro, una rama que al cine nacional le suele costar balancear, ni hablar musicalizar. Todo gira en torno a remarcar las interpretaciones antes que en narrar desde su lado. El eje narrativo es bien convencional y parte de lo contado también. Algunas pocas veces resulta problemático, y es cuando se desvía demasiado para añadir fragmentos de historias paralelas que aunque le dan algo más de volumen a los personajes no suelen aportarles facetas. Que sea clásica o que no tenga grandes sorpresas no impide que sea fuertemente emotiva sin llegar a ser agobiante ni regodearse en el sufrimiento de sus personajes, conservando siempre un destello de esperanza para recordar que hasta del dolor se puede sacar algo.
Una bruja británica Tal como le prometieron sus padres, a Saraya le alcanzó con subirse por primera vez al ring a los trece años y luchar con su hermano Zack frente al público para deshacerse de todo el rechazo que le tenía hasta entonces, aunque por haberse criado en una familia de luchadores ya conocía el negocio familiar como nadie. Los siguientes años participó en combates de la liga local con su familia y entrenando a jóvenes luchadores en un gimnasio de Norwich, siempre con el sueño de migrar a los Estados Unidos para entrar a la liga donde realmente podría conseguir fama y fortuna. La chance llegó finalmente cuando tenía apenas 18 años, cuando con su hermano fueron invitados a participar de una prueba donde fue elegida para continuar con su entrenamiento en Florida antes de decidir si era apta para llegar al nivel más alto. Ese día comenzó su mayor desafío: alejarse de la familia que siempre la protegió para luchar por un sueño compartido por todos ellos y que puede ser bastante más difícil de lo que parecía a la distancia. Bring Your Daughter To The Slaughter Usando una narración ágil, emotiva y con mucho humor, Luchando con mi Familia logra sortear uno de los mayores problemas que suelen tener las películas basadas en historias reales o biopics: no hace falta conocer al personaje ni tener interés por la lucha libre para que resulte atractiva. Es más, son justamente las pocas escenas donde participa el famoso ex luchador y productor de la película Dwayne Johnson las que se sienten menos naturales, dejando claro que fueron planeadas para atraer a un público más amplio. Tanto la vida de la protagonista como la película se divide en dos partes diferenciadas por lo que ocurre en Inglaterra y lo que ocurre en Estados Unidos, especialmente el salto de ser parte de una familia que la quiere y respeta a entrar en una cultura diferente, donde mucho de lo que ella representa no tiene el mismo valor y tiene que adaptarse a otra realidad donde ya no es la estrella que cree ser. Siguiendo esa misma diferencia, toda la historia inglesa está narrada con un nivel de humor muy ácido que permite tocar temas como el sexo o discapacidades sin que parezca que se están burlando, algo que desaparece completamente apenas cruza el océano, donde todo es más simple, soleado, con gente linda y ansias de fama por doquier, incluyendo varias escenas calcadas de cualquier película que intente ser motivacional. No es que la historia presentada en Luchando con mi Familia sea muy original: son sus personajes los que le dan el suficiente carisma como para emocionar y divertir. Especialmente el matrimonio recreado por Lena Headey y Nick Frost, quienes pueden expresar un profundo amor familiar al mismo tiempo que bordean el abuso y la explotación de sus hijos, todo con una pátina marginal que los hace entrañables hasta cuando cruzan líneas que no deberían. Mucho de este atractivo donde hasta los secundarios del barrio tienen algún rasgo de carácter, se desdibuja cuando la historia migra a Estados Unidos, donde los personajes son intercambiables sin afectar al desarrollo de la historia y todo se vuelve bastante más previsible, con el clásico discurso aspiracional y de superación personal flotando en el aire. Pero aunque decae el ritmo general de la película, nunca llega a perjudicar todo lo bueno que venía haciendo antes.
Carry On Wayward Son Aunque desconozca los detalles precisos de su llegada a la Tierra, Hellboy fue adoptado por un humano que lo crió como su hijo y lo entrenó para formar parte de la Oficina de Investigación y Defensa Paranormal, una organización dedicada a combatir las amenazas sobrenaturales que ponen el peligro a la humanidad. Al iniciar la película Hellboy (David Harbour) lleva décadas como agente activo. Pese a que nació en los últimos días de la segunda guerra mundial, es para los patrones demoníacos poco más que un joven adulto, algo que refleja su carácter habitual. Pero aunque fue criado entre humanos, no deja de sentirse un paria temido y odiado por su origen infernal, al que muchos ven como una de las mismas amenazas que combaten. Sin contar con la profecía que lo pone en el centro de un apocalipsis destinado a arrasar con la tierra y abrir las puertas del infierno para que los demonios la caminen con libertad. Mientras tanto, el apocalipsis que debe enfrentar es el que promete traer una antigua y poderosa bruja que espera por regresar a la vida desde que fuera desmembrada por el Rey Arturo hace cinco siglos. Casualmente en Inglaterra -invitado por una organización local similar a la suya- Hellboy descubre que una criatura que ya enfrentó en el pasado está recuperando los trozos de la bruja para resucitarla y darle a los monstruos el poder que necesitan para abandonar las sombras y recuperar la tierra de la que fueron expulsados por la humanidad. Un problema gigante Las películas de Hellboy no serán geniales pero estaban lo suficientemente bien como para que los fans esperaran una secuela antes que un reboot. Decisión seguramente tomada pensando en rejuvenecer el elenco, para que se puedan bancar un par de películas más de acá en adelante. Es que la nueva propuesta no es tan diferente de la anterior como para necesitar empezar de cero otra vez, por más que se note la intención de buscar un tono más oscuro y anti heroico, acompañado de unos buenos litros de sangre que le faltaban a Del Toro. Anulando eso, incluye una dosis de humor que desentona casi siempre por básico o infantil, con juegos de palabras difíciles de traducir y respuestas que intentan ser ácidas o ingeniosas pero que se quedan en el camino. Tampoco el elenco suma mucho a la propuesta: si bien no es fallido, tampoco deja nada demasiado memorable y hasta la villana queda desteñida en sus apariciones. La mala relación con su padre humano y los conflictos de identidad vuelven a hacerse presentes, con la siempre latente decisión de rebelarse ante el destino que le fue adjudicado o ceder ante él. Pero todo de forma tan superficial que nunca se siente un verdadero problema a resolver, solo algo más para darle volumen a una trama bastante lineal aunque intente abrir hilos laterales que no llegan muy lejos, dejando como las partes más interesantes a las escenas de acción: a pesar de que los efectos especiales les juegan en contra, terminan siendo lo más entretenido de la película, aunque casi nunca sean importantes para una trama que termina siendo mucho más genérica de lo que merecía.
Un infierno personal En una callecita perdida por Buenos Aires por donde no pasa mucha gente, una 4×4 espera pacientemente a ser robada. Tentación en la que cae un joven ladrón. Tras comprobar con un golpe que no tiene alarma, la abre sin mucho esfuerzo para llevarse cualquier cosa de valor que encuentre adentro, e incluso fantasear por un momento con ser el conductor que la lleve de paseo. No sospechó ser una presa tan fácil hasta que intentó salir del vehículo, algo que inmediatamente se prueba mucho más difícil que entrar. Desesperado, intenta forzar todas las puertas y ventanas pero no logra hacerles mella: piso y laterales están reforzados con planchas de acero, así como los vidrios -además de polarizados e insonorizados- están blindados para resistir impactos de bala a quemarropa sin inmutarse. Agotado y resignado, el joven se ve obligado a pasar la noche sin comida ni agua encerrado en la 4×4, sin sospechar que cuando vuelva a conectar el sistema de sonido recibirá una llamada del dueño de la camioneta para informarle que todo lo que está viviendo es un castigo planeado por él, cansado de sufrir la inseguridad. La manchita que creció Cuando se menciona que una película sucede en una única locación suele interpretarse que se trata de una producción pequeña y con presupuesto limitado, pero sería un prejuicio errado decir esto de 4×4, donde las dificultades para grabar dentro de un espacio tan confinado tienen que haber sido muchas. Algo similar se aplica el hecho de tener un único actor en escena que vemos durante gran parte de la película, pero el trabajo actoral de Peter Lanzani (Un Gallo para Esculapio) es el punto más alto del film. Forzado a contar lo que necesita mayormente con gestos y acciones, sostiene la expresividad en los primeros planos como pocos. Recién cuando lo mandan al monólogo es que hace agua, pero más que nada porque el texto que debe interpretar es incoherente, casi ridículo. A pesar de su buena labor es difícil empatizar con una víctima que el director se esfuerza en remarcar como una mala persona, alguien que se merece todo lo que le está sucediendo por más ilegal que sea. Al mismo tiempo, tampoco se deja mucho margen para conectar con el hombre dispuesto a invertir un montón de dinero para torturar a un enemigo al azar, siempre con los falsos buenos modos característicos del perverso. Mas allá de la actuación pobre de Dady Brieva, es un personaje que insinúa mucha más profundidad de la que se llega a ver, porque el guión es definitivamente el punto más endeble de 4×4. Aparte de estar de acuerdo o no con la marcada línea ideológica, la cual baja subrayada con un resaltador fluo, la trama tiene muchos puntos que exigen un nivel de suspensión de la incredulidad demasiado intenso. El interior de la 4×4 parece estar en un bolsillo dimensional donde las reglas de la física y la probabilidad están modificadas para que el plan del médico funcione. Nadie puede ver ni escuchar desde afuera sin importar que el ladrón esté golpeando el vidrio con una barreta, con la radio y el aire acondicionado funcionando por largas horas sin agotarse la batería. Dejando pasar todo esto para elegir creer que realmente alguien logró construir la trampa perfecta, uno esperaría que la mente capaz de diseñarla fuera mucho más detallista a la hora de ejecutar su venganza aleatoria. Pero, por el contrario, confía en que todo lo demás suceda azarosamente de forma cronometrada y precisa, siguiendo exactamente lo que necesita la historia a pesar de que hay momentos donde sería más lógico que sucediera otra cosa. Quizás esa no fue nunca la intención y solo alcanzaba con mostrar una fantasía de venganza clasemedista, pero el resultado es que todo parezca poco más que un cortometraje estirado (aunque visualmente bien ejecutado) que se queda sin contenido después de presentar una premisa con potencial.
Veni, Vidi, Vici Cuando la invasión finalmente llegó, no fue como en las películas. No hubo resistencia heroica ni un arma secreta que rechazó a los extraterrestres cuando todo parecía perdido. El público general ni siquiera sabía lo que estaba pasando y los líderes del mundo ya habían firmado la rendición, porque la batalla estaba perdida antes de empezar. Fue durante ese caótico día que los hermanos Drummond quedaron huérfanos mientras su familia intentaba abandonar la ciudad, presenciando cómo el aterrador poderío de los invasores era capaz de pulverizar a sus padres sin dejar rastros. Diez años más tarde, el menor de los hermanos trabaja para el nuevo régimen, a la sombra del recuerdo de su hermano, muerto liderando un ataque de la resistencia contra el hábitat que los alienígenas construyeron debajo de cada una de las grandes ciudades del mundo. Gabriel vive bajo la protección pero también la vigilancia del antiguo compañero de su padre, cuando ambos eran detectives de la policía de Chicago. Ahora trabaja al servicio del gobierno de ocupación, apostando a que él podrá llevarlo hasta los restos de la resistencia que permanecen activos, convencido de que no está del todo erradicada como cuenta la historia oficial. De esta forma y sin proponérselo, Gabriel queda atrapado en una red clandestina que planea atacar a los invasores y liberar a la humanidad de su yugo explotador. No confíes en regalos griegos Quizás no haga falta aclararlo, pero La Rebelión no es una clásica película de ciencia ficción focalizada en la acción y los efectos especiales, sino algo mucho más cercano a un thriller de espionaje y terrorismo donde los alienígenas ocupan un segundo plano, moviendo los hilos de los humanos que manejan el día a día del estado policial que gobierna la Tierra. No muy lejano a lo que vimos durante las tres temporadas de Colony, pero con mucho menos desarrollo y más genérico. En este caso, la resistencia lleva adelante un complicado y poco sustentado plan para atacar a uno de los extraterrestres durante una de las pocas ocasiones en que se muestran en público, sin explicar el por qué de la mitad de las cosas que hacen. Estas solo parecen estar ahí para complejizar la trama, o para justificar que Gabriel quede involucrado en el ataque, por más que su intención sea únicamente la de escapar de la ciudad buscando una vida más tranquila en el campo junto a un amigo y una novia que aparecen o desaparecen según resulte conveniente para la trama. Es muy difícil profundizar en esos serios problemas sin caer en el spoiler, pero estos agujeros solo ayudan a que el guión de La Rebelión resulte lento, aburrido y casi insultante. Además, le pone luces de neón a los giros con los que pretende sorprender, y cuando saca algo de la galera intentando justificar lo que sucede, lo explica para que no queden dudas. La Rebelión es a grandes rasgos una película genérica, sin mucho para ofrecer. Ni siquiera la siempre correcta actuación de John Goodman alcanza para rescatarla, porque aunque le ponga oficio no puede hacer mucho contra un personaje tan chato como el resto de la película.
El opio de los pueblos Criado dentro de una familia socialista y atea, Jotta evidentemente nunca se preocupó mucho por lo espiritual. Al menos no lo hizo hasta que tuvo enfrente la realidad ineludible de que Alicia, su madre, estaba muriendo y no sabía cómo enfrentarlo. Cuando comprende que el cáncer que ella lleva un tiempo combatiendo ya no puede ser contenido por los médicos, comienza a preguntarse qué sucede después, una pregunta para la que no tiene respuestas: pero siente la necesidad de salir a buscarlas, al mismo tiempo que procura brindarle los mejores cuidados posibles para hacer de sus últimos días juntos algo más tolerable. Durante este proceso, Jotta intentará recuperar algo de su historia perdida y visitar a distintos referentes religiosos en búsqueda de alguna idea que le ayude a sobrellevar mejor el duelo que se le avecina, cuando le toque separarse de la que parece ser la persona más importante en su vida. No como la morfina La historia de Jotta y Alicia en estos últimos días es bastante sencilla, refleja esa espera opresiva que hace poner en pausa la vida diaria por más que ya no quede nada posible por hacer, apenas dejar discurrir los días hasta que todo termine. Eso solo para recién poder comenzar el duelo como corresponde. Una inactividad que incita a pensar en cosas que hasta entonces estábamos demasiado ocupados para darle importancia o simplemente parecían lejanas. En el caso de Jotta, replantearse las creencias religiosas que nunca tuvieron lugar en su vida. Este proceso lo vemos con una mezcla de contemplación fría con humor entre ácido y absurdo; no quedan del todo evidentes donde están los bordes, dudando cuando algo está dicho en serio o en burla. Esa indefinición en el tono le juega en contra tanto como la cantidad de estereotipos que recorre al visitar a cada referente religioso, a quienes además no parece tratar con el mismo respeto, o falta de. Él se infiltra en distintos ambientes donde claramente no encaja, con una mirada distante y escéptica que al mismo tiempo parece ansiosa por creer en algo. Entre la narración apagada y una puesta en escena sin una propuesta concreta, que en general parece reducida simplemente a retratar lo que hay frente a la cámara en un tono casi documental, lo único que medianamente mantiene a flote a Alicia son algunas de sus actuaciones, especialmente la de Leonor Manso que logra encarnar a un personaje bastante en paz con su destino pero sin voluntad de resignarse a que sus últimos días sean de padecimiento. Probablemente sea justamente esa falta de intensidad lo que más le juega en contra a esta película. Parece tener miedo de volverse lacrimógena, entonces se contiene de hundirse en el ambiente hospitalario; teme volverse filosófica por lo que apenas toca de costado el misticismo, tampoco atreviéndose a hacer humor con temas delicados como la religión. A medio camino de todo, quedamos como Alicia esperando a que todo termine.
La Mano de Dios Desde que era niño, Facundo guarda un rencor que ahora de grande pretende encauzar en una venganza, aunque sea una pequeña devolución de gentilezas al azar. Recuerda con añoranza el almacén de su padre, centro de la vida comercial del barrio, hasta que inmigrantes chinos comenzaron a abrir supermercados y lo forzaron a cerrar por no poder competir, una herida que le dura abierta y que pretende compensar abriendo un almacén en China con la única meta de hacer cerrar a uno de ellos en su tierra. Aunque a la familia le dice que viaja para estudiar el idioma, parte a reunirse con un amigo de la infancia que lleva un tiempo preparando el terreno y ya tiene un contacto que los ayudará a dar los primeros pasos, buscando un lugar apropiado e iniciando los trámites para habilitarlo. Así consiguen un pequeño local en las afueras, con un altillo en el que no caben mucho más que unos colchones en el suelo, donde se propone vender, además de productos básicos, varios otros importados desde argentina como yerba y golosinas, rarezas para los chinos. Tras un inicio más lento de lo esperado, poco a poco los locales se van acercando a comprarles en parte gracias a Momo, un músico que ronda por las calles del barrio y parece ser amigo de todo el mundo. Es él también quien los hace conocer gente y lugares interesantes, ayudando a que vayan entablando relaciones con algunos de sus vecinos y otros inmigrantes. Xiamen, provincia de Fujian La trama presentada por De Acá a la China, de Federico Marcello, es tan simple como suena, mezclando el drama con algo de comedia para replantear las durezas de la vida de un inmigrante en tierras muy lejanas, cosas que siente en carne propia Facundo desde el mismo momento que llega y nadie lo entiende, o todo un colectivo se lo queda mirando con extrañeza. Sostiene por un tiempo la férrea voluntad de cumplir la misión con la que desembarca, festejando pequeños triunfos como poder dar vuelto en caramelos en vez de monedas o ver chinos tomando mate. Pero la distancia con sus orígenes y el cansancio por el duro trabajo que tiene que llevar adelante, inevitablemente lo hacen desviarse y no puede sostener con la misma intensidad ese rencor que lo llevó hasta allí. La historia narrada no va más allá. Aunque le falta algo de contundencia en el relato, en el fondo es más una excusa para ir presentando personajes que bien podrían ser reales con sus pequeñas historias de vida en formato semidocumental. Muchas veces están relacionadas a la inmigración y las dificultades que llevan a Facundo a replantear sus deseos. Hay un fuerte clima de nostalgia y desarraigo en De Acá a la China, oportunamente cortado cada tanto con humor inocente que no deja de compartir esos mismos sentimientos, siempre más cerca de la empatía que de la burla.