Como para cualquier adolescente de 15 años, para Ezequiel (Juan Pablo Cestaro) que toda su familia se vaya de viaje por un mes es la oportunidad ideal de disfrutar su libertad y explorar sus límites, aprovechando la casa con pileta que le queda a total disposición. Tras un par de intentos fallidos por acercarse a otros jóvenes, en un parque le llama la atención El Mono (Lautaro Rodríguez) un skater un poco mayor que él. Con algo de timidez e inexperiencia, pronto se establece una relación entre ambos que va creciendo con el pasar de los días, hasta que El Mono lo invita a pasar juntos algunos días en una casa en las afueras. Ya desde el viaje hasta ese lugar, Ezequiel empieza a notar algunas cosas que lo intranquilizan y lo ponen en alerta, pero no espera quedar implicado en un negocio ilegal y millonario que lo obligará a poner a prueba hasta dónde está dispuesto a llegar para protegerse. El Cazador, un eslabón más de una cadena de explotaciones No es fácil reseñar un thriller sin revelar los puntos de giro que van a dar lugar al conflicto principal, por más que ni el trailer o el mismo director parecen muy preocupados por guardar el secreto con mucho celo. Es que en el fondo, lo que hará Ezequiel para liberarse de la amenaza que se cierne sobre él no es lo más importante de la narración de El Cazador, que utiliza mucho de todo esto para hablar de otros problemas y peligros que enfrentan los adolescentes en situaciones similares a la suya. El peligro concreto al que se expone podría ser otro, pero las razones detrás de eso seguirán siendo las mismas. El Cazador ofrece un guion sólido, con personajes bien definidos y polifacéticos que evolucionan con la trama mientras se atreven a enfrentar su vulnerabilidad, a ver los miedos que los aquejan y cómo alguien sin escrúpulos puede explotarlos para su propio beneficio. Esto se apoya en una impecable interpretación de su reducido elenco y una propuesta estética modesta pero efectiva. Si algo caracteriza a la obra de Marco Berger (Un Rubio, TaekwonDo, Hawaii) es que se toma su tiempo para decir lo que pretende y El Cazador no es la excepción. Mientras otra gente quizás pondría a un personaje explicando lo que le pasa, él prefiere insinuarlo varias veces hasta que se convence de que fue entendido. Esa sutileza en general se agradece, pero a veces, la reiteración de escenas remarcando la misma idea, puede hacer que parezca que una película no termina de arrancar nunca. Ese es el mayor de los problemas que puede dejar a El Cazador expuesto a una crítica, porque si bien toma una premisa muy interesante y la desarrolla con buen sentido dramático, esa reiteración de conceptos que ya habían quedado claros produce cierto tedio, jugándole algo en contra a lo que de otra manera sería una producción más interesante.
Leónidas pasa su última noche en la cárcel, entre pesadillas de lo que le espera afuera. Lourdes padece su historia de encierro y abusos en su propia casa, con su violento padre como carcelero. Cada cual, a su manera, será para el otro la herramienta que sirva de escape de una vida que les fue impuesta, en la que no encuentran su lugar. La relación del joven huarpe y la hija del estanciero parece condenada al fracaso desde antes de empezar. Tienen un lugar que cumplir en sus familias, pues exigen que ocupen el lugar que les fue asignado sin cuestionarlo. Rebelarse ante esos mandatos despierta las furias de quienes más esperan obediencia, más por sus propios motivos mezquinos que preocupándose por el bienestar o felicidad de la pareja. Las Furias en el desierto mendocino Narrada en dos momentos separados de sus vidas, Las Furias relata el camino de Leónidas (Nicolás Goldschmidt) y Lourdes (Guadalupe Docampo) hacia la tragedia, en paralelo a lo que sucede tras su posterior reencuentro. La estructura quebrada no necesita que nadie la explique: a los pocos minutos se hace evidente que no todo lo que se nos muestra está sucediendo al mismo tiempo. El recurso no sirve para contar dos historias independientes, sino dos etapas de una misma trama: un drama que se tomó una tregua en el medio, para luego recuperar el aire antes de volver a saldar cuentas. Con la dirección de Tamae Garateguy (Mujer Lobo), Las Furias se mete con crudeza en la violencia que aún rige en muchas relaciones familiares, y en el racismo que ejercen sobre comunidades originarias los terratenientes criollos, quienes con el poder económico y político que les brinda su condición pueden comportarse prácticamente como señores feudales. Incluso utilizando a la policía como su guardia personal. Grabada íntegramente en la provincia de Mendoza, Las Furias aprovecha la belleza natural del desierto, pero no se contenta con intercalar un par de postales turísticas en una película que el resto del tiempo podría estar realizada en cualquier otro sitio. Con algo tan onírico y atemporal como la historia que cuenta, Las Furias se destaca por una propuesta visual que impacta desde la primera imagen y rara vez baja de nivel, excepto en algunos detalles poco verosímiles del vestuario. Por el contrario, es en lo narrativo donde falla. La trama, que de por sí no ofrece mayores complejidades o giros, avanza a ritmos desparejos y por momentos parece haber perdido fragmentos en el camino. Esto no impide su comprensión, pero sí afecta su fluidez, en ocasiones poniendo a prueba el verosímil. Por ejemplo, con personajes que aparecen de la nada sin que nadie note su presencia hasta el último segundo. A medio camino entre el western violento, el fantástico y la tragedia de amor, Las Furias resulta tibia en casi todo lo que se propone. Incluso en su crítica social: por más que se anima a mencionar temas como el abuso sexual o la violencia racista, apenas los desarrolla y quedan en el aire sin apropiárselos cuando termina.
Sin saber bien de dónde vino ni cómo se propaga, una extraña pandemia está haciendo estragos a nivel global y amenaza con empujar a la humanidad hasta su autodestrucción. Este es el mundo que propone Ariel Martínez Herrera en Tóxico. Por un tiempo la gente intenta hacer su vida normal, pero cuando en la ciudad el aire tóxico comienza a provocar saqueos y violencia, Laura (Jazmín Stuart) y Agustín (Agustín Rittano) se suben a su motorhome y se lanzan a la ruta, planeando refugiarse en una casa de campo hasta que todo se calme. No tienen ninguna certeza de que la casa siga en pie, que la epidemia no haya llegado hasta allí o que ellos mismos no se encuentren contagiados aunque todavía no muestren los síntomas, solo avanzan por la ruta. A la vez que intentan descifrar y resolver algunos de sus problemas como pareja, en el camino se irán encontrando con distintas personas que reaccionan ante la catástrofe de diferentes formas, desde quienes se burlan con humor negro a quienes se vuelcan al naturismo o dan rienda suelta a sus instintos abusivos y violentos. Ni el aire ni el agua son lo tóxico Después de años de desarrollo y de espera para poder ver la luz, Tóxico encontró su momento para el estreno en plena pandemia de COVID-19, con las salas de cine cerradas pero con todo el mundo haciendo un cosplay involuntario de sus personajes. La trama es bastante sencilla y no va mucho más allá de lo mencionado, sin grandes giros ni conflictos globales que resolver. Laura y Agustín no van a salvar el mundo ni encontrar la cura para la pandemia, a duras penas saben qué hacer con sus propias vidas. Ya estaban atrapados en una inercia que les empujaba para adelante antes de que el aire se volviera tóxico, impidiéndoles dormir. Los mejores momentos de esta película vienen principalmente de la mano de sus extraños personajes secundarios, quienes además de completar la historia con la información que no tienen los protagonistas, le inyectan tensión y algo de suspenso a sus encuentros. Tóxico, crítica de la película argentina estrenada en Cine.Ar Ese puñado de ideas atractivas guionan varias escenas interesantes. No logran la misma solidez como conjunto, pero son bien interpretadas por un elenco que se mantiene dentro de la corrección incluso cuando tiene todo para volverse inverosímil. La mayor crítica que puede recibir Tóxico recae sobre la propuesta visual, porque si bien hay algunos aciertos en fotografía y vestuario, cada parte parece estar trabajando independientemente, sin un concepto. Esto se nota mucho más cuando construye el principal espacio donde suceden muchas de las acciones importantes: ese motorhome con texturas que parecen de cartón, con una paleta que se quiebra sin lógica aparente y cuyas proporciones internas apenas pueden justificarse si hubiera sido fabricado en Gallifrey. Ello podría ser un acierto si se decidiera a abrazar el absurdo con más convicción y fuera autoconsciente de la situación, pero por más que amenace un par de veces nunca se atreve a cruzar esa línea del todo. Es así como Tóxico, desde su intento de crítica social al desarrollo de personajes y trama, se mantiene correcta pero sintiéndose un poco decepcionante, con gusto a promesa cumplida a medias.
Memento Mori Aunque Ray Garrison (Vin Diesel) no sigue las órdenes de sus superiores, no pueden decir que no hace su trabajo; es capaz de enfrentarse él solo a una célula terrorista para liberar a un importante rehén, volviendo a casa solo con heridas menores. Pero su última misión le trae complicaciones inesperadas, poniéndolo en la mira de un peligroso psicópata que no tiene problemas en secuestrarlo junto a su esposa Gina (Talulah Riley) para conseguir la información que necesita. Ray no tiene las respuestas que busca y ambos son asesinados a sangre fría. Ese es apenas el comienzo para Ray, pues despierta en la camilla de un laboratorio obra de del Dr. Emil Harting (Guy Pearce), un experto en el diseño de miembros cibernéticos que formó un pequeño escuadrón de soldados aumentados por implantes. Ray no puede recordar ni siquiera su propio nombre, mientras se entera que es el primer humano revivido por una tecnología experimental consistente en llenar su sangre de millones de nanobots, los cuales reconstruyen su cuerpo al instante que es dañado y le dan la habilidad de comunicarse con otras computadoras. La promesa de que sus recuerdos irán volviendo se cumple bastante pronto,pero alterado por las imágenes de su esposa siendo asesinada frente a sus ojos lo ponen en una brutal cacería para destruir al responsable, una misión de venganza para la que usará todas sus nuevas habilidades como Bloodshot. Lenny es Teddy Los avances de Bloodshot revelan demasiado de una trama que (aun sin poseer grandes complejidades) podría beneficiarse de esconder un poco los escasos giros que plantea. En vez de buscar generar alguna sorpresa, apuesta únicamente a las escenas de acción como punto de mayor atractivo. Es una estrategia algo confusa, porque los cómics no son tan populares como para asumir que todo el público ya va a conocer de qué se trata antes de empezar. Los personajes secundarios no dejan de ser bastante chatos, aunque tienen un par de rasgos definidos que insinúan una mínima voluntad de desarrollarlos más allá de lo que se puede ver en el corte final de la película. No deja nunca de ser una película de acción directa y entretenida, tomando además conceptos de ciencia ficción para darle un poco más de volumen a la simple trama de venganza. Lo hace con cierta eficacia por más que se quede a mitad de camino, quizás apostando a expandir esas ideas en una posible secuela. Nunca queda claro cuánto de lo que recuerda Ray ni cuánto de lo que le dice Harting es real, dejando la puerta abierta para que mucho de lo que considera su identidad sea una mentira para hacerlo más efectivo en su misión. En promedio, Bloodshot tiene algunas buenas escenas de acción con coreografías no muy originales, medidas dosis de humor que no alcanzan a distraer y un interesante contexto de ciencia ficción que no termina de explorar. Resulta una propuesta tibiamente entretenida, con potencial para haber sido algo más de lo que finalmente entrega.
Pasado que no se va Tras varios años cumpliendo condena en la cárcel por un crimen que no se hace explícito, el ex policía Román Maidana (Lautaro Delgado) consigue un permiso para volver a su pueblo por unos pocos días. Debe resolver algunos asuntos pendientes por la muerte de su padre, un comisario retirado que llevaba ya un tiempo enfermo. Al reencuentro con viejos conocidos y el hogar que lo vio crecer, se le suma también encontrar a su pueblo conmocionado por la desaparición sin rastros de una joven y la escasez de respuestas por parte de las autoridades. Román no tarda mucho en atar algunos cabos sueltos, pareciendo tener una idea bastante precisa de lo sucedido aunque su capacidad y voluntad de hacer algo al respecto están mucho menos claras. Él tiene sus propios demonios que enfrentar. Volver a ese pueblo no hace más que revivirlos, encarnados en un viejo compañero de la fuerza (Claudio Rissi) que parece ser el único que conoce su lado más oscuro, y en una joven con la que alguna vez tuvo un vínculo que anhela pero que ya no puede existir (Rita Pauls). Dos personajes que en algún punto operan como las dos facetas de su conciencia dictándole lo que debe hacer. Presente que asfixia No es muy difícil encontrar los vínculos entre la historia de La Sombra del Gallo y el caso real del femicidio cometido por policías en la misma época en que el director dice haber empezado a planear la película. Claro que en vez de recrear esa historia, la reimagina desde otra perspectiva en la que un personaje atormentado por su pasado debe replantearse sus lealtades. Como público se nos mantiene en la ignorancia, pero el protagonista ya sabe bien lo que sucede en ese pueblo. El eje de la historia no es resolver el misterio policial, sino saber qué va a hacer Román con eso, cómo va a lidiar con la culpa de lo que ya hizo, de lo que permitió que sucediera, y de lo que podría hacer en el presente para remediar un crimen del que se siente responsable aunque no participó. La información necesaria va apareciendo sobre el tablero. Todo va tomando forma sin dejar mucho lugar a dudas, pese a que nunca hace explícitas las respuestas que quiere entregar, confiando en que el público llenará esos huecos sin problemas para lograr la imagen completa que propone. El gran trabajo del trío principal de intérpretes es fundamental para ese efecto, pero especialmente el de Lautaro Delgado (La sabiduría,Pistolero, Kryptonita) que prácticamente está presente en cada plano de La Sombra del Gallo, contando su historia con muy pocas palabras pero con una intensidad agobiante. No se vale únicamente de esa interpretación, pues por más buena que sea solo puede ser efectiva con una propuesta visual contundente y precisa que remarca todo lo que necesita mostrar y escondiendo lo que molesta. Algo que hace mientras construye un clima de alto contraste que se vuelve onírico a medida que la cordura de su protagonista flaquea.
Casi del mismo barrio La primera vez que visitó a un condenado a muerte, Bryan Stevenson (Michael B. Jordan) era todavía un estudiante haciendo una pasantía de verano. Quedó tan impactado por lo que vio, que inmediatamente supo que allí estaría su futuro profesional. Una vez listo para comenzar a ejercer, una agrupación de Derechos Humanos con financiamiento estatal le asigna brindar asesoría legal a gente que no puede costearla. Se hace cargo de una oficina en Alabama, estado del sur del país con elevados índices de condenas a muerte, donde el racismo institucional seguía siendo incluso más fuerte de lo que Stevenson estaba acostumbrado a presenciar. Solo con la asistencia de Eva (Brie Larson), una activista local que se convertiría en su mano derecha dirigiendo la organización que fundaron juntos, Bryan toma los casos de todos los condenados a muerte que esperan ejecución en el distrito. Entre ellos estaba el que sería uno de los más notorios de su carrera. Walter McMillian (Jamie Foxx) llevaba varios años en el corredor de la muerte, pero al joven abogado le alcanzó apenas una lectura del expediente para convencerse no solo de que no había cometido el horrible homicidio por el que estaba condenado a morir en la silla eléctrica: también que en su arresto y posterior juicio se habían cometido serias irregularidades de las que todo el sistema parecía ser cómplice. Como suele pasar al ficcionar una historia real que se estiró largos años, Buscando Justicia tiene muchos baches temporales donde no hay nada para contar, pero se las ingenia cruzando su eje central con varias historias secundarias, las cuales le ayudan a mantener el ritmo y completar el mundo aledaño al caso McMillian para que no se quede en una simple crónica judicial. No hay sorpresas en la trama y es fácil anticiparse a los hechos antes de que sucedan, pero si igualmente resulta atractiva es justamente porque tiene algo más de lo que quiere hablar, además de un caso policial concreto. La verdadera dificultad de Bryan no es desenterrar las pruebas de la inocencia de su cliente, esa parte de la trama queda revelada bastante rápido. La pared con la que choca una y otra vez, es que esa verdad no le interesa a las personas que detentan el poder en ese rincón del mundo. No odian puntualmente a la persona que quieren ejecutar ni puede decirse que siguen un plan maestro del mal acusando a McMillian, simplemente se dejan llevar por sus pequeñas mezquindades personales y prejuicios, lo que en realidad resulta incluso más desesperanzador y angustiante porque se siente terriblemente real. Quizás para no competir con la potencia de una historia real tan reciente, toda la puesta en escena evita los grandes despliegues visuales y se centra en sus personajes. Ellos caminan por el delicado equilibrio necesario para lograr un drama que emocione sin pasarse de solemne, ni subrayar de más el discurso político que es central para la propuesta, algo que Buscando Justicia logra con bastante éxito.
Gaslighting nivel dios En medio de la noche y con sumo cuidado, Cecilia (Elisabeth Moss) lleva adelante un plan que evidentemente pensó hace un tiempo para escapar de su abusivo marido Adrian (Oliver Jackson-Cohen). Con ayuda de su hermana Emily (Harriet Dyer), abandona la lujosa mansión y se esconde durante semanas sin perder nunca el temor de que Adrian la está vigilando a la espera de un momento apropiado para atacarla. Refugiada por James (Aldis Hodge) y su hija Sydney (Storm Reid), Cecilia solo recupera un poco la calma cuando recibe la impactante noticia de que Adrian fue encontrado muerto en su casa en un evidente caso de suicido, dejándole a ella una importante suma de dinero a modo de herencia que le permitiría reconstruir su vida. Ella tiene sus reparos ante la historia oficial, convencida tras padecer años de abusos físicos y psicológicos: su ex sería capaz de haber fingido su propia muerte solo para torturarla. Aún más incrédulo se vuelve su entorno cuando ella afirma que, además, encontró la forma de hacerse invisible y que la está acechando haciendo uso de su invención. Esta nueva versión de El Hombre Invisible no guarda relación con la historia original de H. G. Wells y ni siquiera está contada desde su punto de vista, sino desde los ojos de su víctima. En una alegoría muy directa de lo que implica escaparle a una relación abusiva, especialmente cuando se trata de alguien con tanto poder como Adrian, Cecilia ve atacada su cordura y sus relaciones por esta presencia capaz de menoscabar su credibilidad o sabotear sus planes, sin poder demostrar que hubo alguna intervención ajena. Con metódica paciencia Adrian le va cerrando todas las puertas, dejándola sola para hundirla en la desesperación; todo con el plan de finalmente quebrar su voluntad. No le interesa herirla físicamente sino desarmar toda la estructura de sostén que le permitió escaparse de él, por lo que gran parte de la tensión que va construyendo la película no tiene que ver con efectos especiales, combates ni sobresaltos, sino con un gran trabajo de Moss y del director para transmitir la desesperación y el miedo que sufre su personaje aunque esté completamente sola en pantalla, cargándose al hombro de manera destacable todo el peso de una historia que deja algunos puntos sin explicar satisfactoriamente. Como viene haciendo usualmente Blumhouse con sus largometrajes para cine, El Hombre Invisible es una producción que no derrocha recursos innecesarios pero explota al máximo los que tiene para sacarle el mayor rédito. Por eso, en vez de construir un enemigo en CGI simplemente construye la tensión con su ausencia, dejando siempre abierta la posibilidad de que realmente no esté en la habitación acechando, porque en el fondo una vez que establece su existencia no lo necesita para aterrar a su víctima. Cada detalle eventualmente significa algo o regresa para justificar otra acción, con una dirección de arte que narra junto con los personajes y una fotografía que genera claustrofobia con planos largos hasta en las escenas de acción. Remarcan esa sensación de impotencia que oprime a Cecilia o a cualquiera que se enfrente a esa amenaza invisible, capaz de hacer lo que quiera sin que nadie pueda impedírselo, logrando una propuesta bien ensamblada que resulta ser más que la suma de sus partes individuales.
Con lentes y tintura Hace tiempo que empezó a sentir el peso de los años sobre el cuerpo, pero es el nacimiento de su primer nieto lo que logra que Marcus (Martin Lawrence) se replantee cómo quiere vivir sus próximos años, y que finalmente se convenza de que necesita retirarse de la policía para pasar más tiempo con su familia. Quizás porque el retiro de su amigo le recuerda su propia edad, su eterno compañero Mike (Will Smith), siempre preocupado por mostrarse joven y vigente, no se toma a bien el anuncio y genera un conflicto entre ambos. Para peor, la siguiente generación de detectives que viene a reemplazarlos no ve con buenos ojos sus métodos violentos e improvisados, convirtiendo poco a poco a la institución policial en una estructura donde Mike y Marcus guardan algo de prestigio pero tienen cada vez menos lugar. Mientras están atrapados en esta encrucijada, se fuga de la cárcel una peligrosa delincuente que lleva décadas amasando odio y ansias de venganza contra todas las personas que le arruinaron la vida, entre quienes se encuentra el propio Mike. Como en los 90 La idea del héroe de acción enfrentándose al paso de los años es bastante recurrente, y ya pasaron por ella varias de las estrellas del género de los 80s y 90s a medida que fueron superando el medio siglo. Bad Boys Para Siempre no tiene mucho que aportar en el tema, solo algunos chistes genéricos para burlarse del que pretende cambiar dejando en el pasado toda una vida de violencia, a la vez que ensalza al que pretende seguir comportándose como si tuviera veinte años menos. La dupla protagonista está rodeada de un equipo de jóvenes modernos que prefiere el uso de la tecnología para resolver sus casos, y enfrentada a un letal sicario que nunca se gastarán en desarrollar más allá del clásico estereotipo. Al menos tienen la decencia de burlarse abiertamente del hecho de que el actor es completamente incapaz de lograr el acento mejicano creíble que debería tener su personaje. Si hay algo que reconocerle a Bad Boys Para Siempre es que, aunque todo lo que narra es más antiguo que sus personajes, no parece importarle y ni siquiera intenta fingir un discurso modernizado a los tiempos actuales. Los latinos son todos criminales, las mujeres son todas decorativas o locas, y un hombre que se precie arregla sus problemas con sus puños, especialmente si tiene una placa que le permite saltarse las leyes como más se le antoje sin ninguna consecuencia. No hay hipocresía, es lo que quiere decir y no lo disimula. De lo que le pudo haberle traído el éxito originalmente, solo queda la buena química entre los protagonistas, suficiente como para lograr generar algo de humor a pesar de cargar con un guion previsible y sin vuelo. Lo más creíble de toda la película es la relación entre ambos, pero ese carisma no alcanza para mucho cada vez que los directores intentan armar un momento emotivo que resulta apático, o una sorpresa a la que se le ven los hilos sin buscarlos. Ni siquiera las escenas de acción son interesantes y están muy lejos de tener el atractivo de las que supieron ser sello de la saga con Michael “tengo descuento en Júpiter” Bay; aunque claramente intentan emular su nivel de ridículo haciendo explotar o incendiarse cada cosa que se les cruce en el camino, carecen de la destreza para que al menos sean divertidas.
Por Mano Propia Tras presenciar un robo en la calle, un hombre de aspecto bastante desmejorado decide perseguir al delincuente mientras huye. Durante la persecución queda claro que no tiene ninguna voluntad de detenerlo, y cuando finalmente lo alcanza lo asesina a sangre fría. Por el hecho es arrestado en el lugar y su cara aparece en los medios, donde es reconocido por gente de su pasado que estaba conforme con su exilio o hasta esperaban que no estuviera vivo. El resurgir de Gerardo (Pedro Fontaine / Marcelo Alonso) después de tantos años despierta recuerdos reprimidos en Inés (Mercedes Morán / María Valverde). Comienza a revivir aquellos años donde junto a su marido, Justo (Gabriel Urzúa / Felipe Armas), los reclutaron para unirse a un grupo paramilitar de ideología fascista conocido como Frente Nacionalista Patria y Libertad, dedicado a combatir al gobierno socialista de Salvador Allende con actos de terrorismo y sabotaje. Las acciones de las versiones mayores de ambos dejan claro que las cosas no terminaron bien entre los tres, pero será a fuerza de flashbacks que se irá revelando el por qué. De modelo a Oligarca La narración de Araña está partida en dos, en más de un sentido. El más obvio es temporal, porque cuenta una historia separada por cincuenta años interpretada por elencos diferentes para cada versión de los personajes y con el foco puesto más sobre en el pasado que en el presente. Pero también hay una fragmentación temática que hace convivir el discurso político con los conflictos internos de los personajes, un cruce que no resulta tan exitoso porque hace que ambos pierden fuerza; tanto el desarrollo de los personajes como el de su contexto político se quedan a medio camino, como si pretendiera mostrar una situación sin tomar una postura fuerte. Sin embargo, la propuesta de Arañaes un poco más sutil y compleja de lo que puede parecer a primera vista, con historias y personajes que no se desarrollan de forma explícita pero que igualmente están insinuados. Más allá de los datos históricos que le dan contexto a la trama, pero que la película no se detiene a profundizar porque acertadamente los asume de público conocimiento, hay acciones y comportamientos que solo toman un poco más de sentido una vez que se conoce la historia completa. Pero es probable que para ese momento el interés ya esté disipado por una trama sin muchas vueltas y de ritmo endeble que no termina de responder todas las preguntas que plantea, especialmente en la parte actual de la historia donde abre algunos hilos que ni siquiera intenta seguir desarrollando. Todo lo que ofrece Araña para darle cuerpo a su historia, como las actuaciones o la recreación de época, alcanza un nivel de justa corrección que no destaca por brillante ni por fallido, un resultado acorde a la tibieza que alcanza como producto final.
Sin piedritas ni migas de pan En tiempos de hambre y pobreza, Gretel & Hanselapenas subsisten con una madre que parece ansiosa por deshacerse de ellos como pueda. Ella intenta entregarlos en servidumbre y mandar a Gretel (Sophia Lillis, la joven Beverly de IT) a un convento. Ante su negativa, directamente los expulsa por la fuerza de la granja para que se las arreglen como puedan en el mundo exterior. Con lo puesto, ambos huyen y vagan varios días por el bosque buscando un nuevo lugar donde conseguir un trabajo que les permita ganarse el sustento. Famélicos y desesperados, encuentran una misteriosa casa con una gran mesa preparada para dar un banquete a muchas personas. Curiosamente, en ella solo vive una anciana (Alice Krige, de The OA), quien con generosidad los invita a comer de su mesa y quedarse con ella a cambio de ayudarla en las tareas del hogar. En un principio, ni siquiera la desconfiada Gretel está en condiciones de rechazar una oferta tan generosa. Decisión que empieza a cuestionarse a medida que empeoran las extrañas y terroríficas visiones que la visitan cada noche mientras duerme, revelándole las verdaderas intenciones de su anfitriona. La del sombrero rosa La inversión de los nombres en el título no es solo un truco publicitario, aunque más de uno saliera a comentar en redes sociales ofendido por el atropello y lograra justamente eso. En Gretel & Hansel es ella la protagonista y narradora de la historia, poniendo todo desde su perspectiva. Sin llegar a ser una adulta, pero tampoco una niña como su hermano, ha comenzado a entender la oscuridad del mundo que la rodea y lo crueles que pueden ser los adultos con un mínimo de poder sobre ella. También intuye desde pequeña que hay más en el mundo de lo que se ve a simple vista, aunque nunca tuvo con quien compartir esas ideas hasta que es recibida por la amable anciana que parece conocerla mejor que nadie. Por eso su historia está más cerca de ser un coming of age sobrenatural, que del terror genérico que aparenta en los avances. Aunque, por supuesto, todo esté ambientado dentro de un constante clima inquietante que insinúa los horrores que les esperan fuera de cuadro, mientras la adolescente se replantea su propia identidad y los caminos que se le abren como posibles opciones de futuro. Con recursos limitados pero en general correctos, Gretel & Hanselusa muy pocos personajes en un puñado de locaciones iluminadas con lo justo para construir el clima de thriller sobrenatural que pretende, sin exponer de más a la reconstrucción de época que propone. Sin un gran conflicto externo que resolver, pirotecnia en CGI ni jumpscares, todo queda más que nada en el conflicto interno de Gretel y su relación con la bruja que pretende manipularla. Esa ausencia de sustos efectistas la deja mucho más cerca de La Bruja que de Blair Witch, por poner ejemplos dentro de una misma temática. Con muchas menos pretensiones y un poco más de acción que la película de Eggers, Gretel & Hansel retoma la idea de una joven siendo tentada por la brujería como respuesta a las injusticias del mundo terrenal, con un discurso al que van a acusar de anacrónico pero que suma mucho a una trama que de otra forma no tendría casi nada para decir.