No se queda ni el mar En la costa atlántica y fuera de temporada, una escritora (Julieta Díaz) se refugia a escribir en una casa vacía sin más distracciones que sus propios fantasmas, a los que exprime como inspiración. Tiene la esperanza de romper con un bloqueo que la aqueja. Eso es lo único casi seguro en La Forma de las Horas, porque en adelante no será posible tener la certeza de cuánto de lo que sucede es real, un recuerdo deformado por el tiempo o la ficción de su novela materializándose. Aunque lo más probable es que sea una combinación de todo eso como la mayoría de las obras narrativas. A la breve estadía en esa casa a punto de venderse, se suma la presencia de su ex marido (Jean-Pierre Noher), con quien supieron compartir ese espacio antes de decidir separarse y de que él se fuera del país. Ahora que volvió para cerrar la venta y despedirse de esa casa ya vacía que supo ser escenario de tiempos felices en su matrimonio, el relato de ese último día juntos tiene más de una versión, con sutiles diferencias que podrían ser engaños de la memoria o correcciones de un proceso de creación literario. ¿Cuánto hay de real y de imaginado en ese ir y venir del tiempo que nunca regresa al mismo punto, pero tangencialmente lo toca como revoluciones de un espiral? En ese limbo que es la costa fuera del verano, los fantasmas de otras épocas despiertan e increpan a sus protagonistas incitándolos a cuestionar cómo fue que llegaron a ese lugar, y si lo hicieron siguiendo el camino que pretendían. Con una síntesis que bien podría ser de una obra de teatro, La Forma de las Horas aprovecha la forzada economía de recursos para concentrarse en lo que puede y necesita hacer sin aspirar a más que eso, construyendo un clima intimista y algo claustrofóbico que parece castigar a sus personajes, al mismo tiempo que les ofrece una salida a toda esa carga emocional que arrastran hace tiempo sin saber cómo resolver del todo. El mayor peso lo cargan en sus hombros los intérpretes, quienes desarrollan una buena química. También logran hacer distinguibles entre sí a los distintos momentos temporales y anímicos que representan, apenas ajustando el lenguaje corporal que muestran. Al mismo tiempo, es esa gran síntesis lo que en cierto punto le juega en contra a La Forma de las Horas, dejando la sensación de ser un cortometraje expandido para convertirse en un largo, sin suficiente carne como para sostener en pie una idea que desde el concepto resulta más interesante que en el resultado final.
Esto no es Kansas Encerrados en una casa que parece congelada en el tiempo hace varias décadas, dos hermanos ignoran el timbre hasta que ya no lo soportan. Con gestos infantiles, deciden con un Piedra, Papel y Tijera quién dejará de ver El Mago de Oz en la televisión para abrir la puerta a la inesperada visita de su medio hermana. El regreso al país de Magdalena (Agustina Cerviño) no es casual. Por más que María José (Valeria Giorcelli) y Jesús (Pablo Sigal) se muestren sorprendidos, era esperable que reapareciera tras recibir la noticia de la muerte de su padre. No es que tuviera un vínculo real con él ni sus hermanos después de que fuera enviada a vivir lejos siendo poco más que una niña, pero hay una herencia para repartir y no va a dejar pasar su parte. Más allá del extraño comportamiento que muestran sus hermanos, todo parece que marcha bien y que llegarán a un acuerdo cordial para resolver el problema; pero cuando se dispone a abandonar la casa, un accidente deja a Magdalena postrada y al cuidado forzado de una familia que poco a poco va mostrando que su excentricidad superficial esconde debajo algo mucho más siniestro. Ese pie no es de Cenicienta Las adaptaciones de obras teatrales muchas veces no aciertan del todo en el cambio de código, lo que produce películas estáticas y acartonadas sostenidas por largos discursos que podrán funcionar en el escenario pero no en la pantalla. Con solo tres personajes encerrados en una única locación, ese era un riesgo tangible para esta película, pero el trabajo en conjunto de la autora original con su codirector evidentemente fue exitoso en el traspaso. El resultado es una narración que utiliza tanto la imagen como el discurso de los personajes para ir construyendo progresivamente la tensión, manteniendo el misterio sobre lo que realmente está sucediendo en la mente de los tres protagonistas. Con un medido uso del absurdo y el humor negro, el foco de Piedra, Papel y Tijera no deja de ser el suspenso. Este va mutando en terror a medida que se vuelven reales las amenazas aparentes y se van confirmando algunas de las sospechas de Magdalena. Ella, al igual que el público, no tiene toda la información y necesita imaginarse las piezas que faltan en un rompecabezas donde cada agregado parece deformar lo que ya parecía armado. Desde el lado de lo teatral, Piedra, Papel y Tijera descansa sobre un guion muy sólido que no subestima sobre explicando y que balancea parejo el protagonismo de sus personajes, dejando espacio para lucirse a la aceitada interpretación de sus tres protagónicos, tanto por separado como en conjunto. Gracias a ese ajustado trabajo no es evidente desde un primer momento quién es quién en esa mecánica familiar, ni quién actúa con maldad, inocencia o directamente con locura en ella. Pero no hay engaños, la información está a la vista aunque incompleta o solapada, esperando a que un nuevo dato invierta o ratifique lo insinuado para que todo cobre sentido. Lo que hace de Piedra, Papel y Tijera más que una simple adaptación teatral, es que sin alarde de grandes recursos, desde la caracterización de los personajes a la ambientación de esa casa degradada o el armado de los planos, todo en la película cuenta algo que aporta al conjunto y parece cuidadosamente planeado; si algo es accidental o improvisado es tan orgánico que se disimula dentro de esa estructura sólida donde todo tiene un lugar para llenar. Tan cuidada construcción multifacética y colectiva -que debería ser regla en el cine- merece ser destacada, principalmente cuando producciones más grandes y lideradas por realizadores de más experiencia suelen no poder o no querer aplicarla.
Ni tuya ni yuta No fue hace tanto que un famoso productor tuvo el desatino de declarar que no ponía bandas integradas por mujeres en su festival porque no “No hay suficientes mujeres con talento” como para llenar una grilla. La respuesta fue un contrafestival que convocó a un importante número de bandas de diferentes estilos, mostrando que las músicas existen pero lo que no tienen es difusión. En esa misma línea ya venía trabajando Marilina Giménez con este documental. Quizás comenzó como la necesidad de contar su propia historia como ex bajista de la banda Yilet, pero finalmente creció para convertirse en una película que no solo se propone desmentir la creencia de que no hay mujeres haciendo música en el ámbito nacional: también intenta exponer algunas de las dificultades extra con las que se encuentran en el camino que emprenden, y darse un lugar para mostrar una pequeña pero variada selección de ejemplos que ilustran las distintas bandas y solistas que vienen trabajando en una ya de por sí difícil industria musical, donde muy poca gente accede a monetizar su trabajo artístico. Un arte que más allá de su necesidad de expresarse o entretener, todas entienden que no existe aislado de sus posturas políticas, tal vez con más conciencia que la mayoría de las bandas más importantes o conocidas. Por eso Una Banda de Chicas no es simplemente un catálogo de bandas o temas musicales, ni el recorrido de una línea temporal narrado como una serie de momentos históricos que pueden ser contados como una fecha y la descripción aséptica de un evento. Se nota que Marilina Giménezcuenta desde adentro y habla de lo que sabe, ya sea porque lo vivió en carne propia o porque conoce de primera mano las historias en las que indaga. No necesita pararse frente a ellas como en un paseo por el zoológico. Construido en base a entrevistas, algo de material de archivo y shows en vivo con una calidad de sonido que justifican verlo en sala,Una Banda de Chicas no deja de ser un documental que le habla a un nicho de público específico, pero de todas formas logra no ser muy sectario. No exige conocimiento previo de las bandas, de su historia, ni de los temas que plantea como motor de este movimiento en construcción que retrata, solo interés por conocer al menos un poco sobre un ambiente artístico donde se mueve una variedad y cantidad de gente que se fue ganando un lugar con mucho esfuerzo y años de trabajo. Un lugar que entendieron que no iba a existir dentro de la estructura establecida, por lo que necesitaban construir una nueva en paralelo, o derrumbar aunque sea en parte a la vieja. Es una historia sin final, porque aún está en proceso.
Por un puñado de dólares Sentada frente a una periodista, Destiny (Constance Wu) recuerda que poco antes de la crisis financiera de 2008 no había mejores clientes para las bailarinas como ella que los corredores de bolsa y banqueros de Wall Street. Al menos si podían alcanzar un lugar en los salones más importantes del bar de strippers donde trabajaba, algo que ella logró gracias a la mentoría de Ramona (Jennifer Lopez). Trabajando juntas consiguieron una estabilidad económica que Destiny nunca había conocido, pero por sobre todo logró forjar un lazo de amistad y compañerismo con todas sus compañeras que no creía posible antes. Una amistad que con Ramona inmediatamente fue más allá de lo laboral durante ese tiempo en el que el dinero dejó de ser una preocupación para ambas y pudieron lograr todo lo que aspiraban. Pero como anticipan las preguntas de la entrevistadora, los buenos tiempos no duraron. La caída del sistema financiero las arrastró también a ellas y otra vez se encontraron a duras penas sobreviviendo. Cansadas de pagar por los errores ajenos y desesperadas por el dinero que les permita llevar la vida que desean para sus hijas, inician un plan para estafar algunos de sus antiguos clientes que a pesar de todo no sufrieron consecuencias por sus manejos turbios. Sororidad al desnudo Decir que Estafadoras de Wall Street es una historia de crimen, o incluso del mundo de las strippers, sería quedarse corto. Por más que esa es la base de esta película, construye sobre eso dos protagonistas interesantes y facetados, cada cual con sus conflictos a resolver. Con esos dos personajes centrales rodeados de un puñado de secundarias que no están solo de adorno, profundiza en una trama de hermandad entre personas que podrán ser diferentes pero tienen que enfrentarse a un mundo que las ataca de la misma forma. Sin idealizar la vida de la noche ni romantizar el delito, la directora logra empatizar con los personajes que propone, moviéndose en un continuo de grises para al mismo tiempo criticar y justificar algunas de sus acciones, pero por sobre todo para poner su realidad en su contexto y así entenderlo. Porque solo entendiendo verdaderamente de lo que está hablando se puede reflejar con tanta potencia la dualidad de la vida que llevan, tanto antes como después de convertirse enEstafadoras de Wall Street, una parte de la historia que se siente más como su caída que como su triunfo, el momento donde la realidad pone a prueba todo lo que fueron y no salen muy bien paradas. Sacándola del contexto de los bares de strippers, no deja de ser una historia sobre las penurias de una clase trabajadora que ve pasar fortunas pero apenas recibe algunas migajas si acepta mantenerse en un lugar de servidumbre, siempre al borde de la humillación donde la violencia simbólica es cosa de todos los días. Además de la solidez argumental instaurada ya desde el guión, la agilidad con la que avanza la trama a lo largo de más de un período de tiempo específico se apoya en un montaje dinámico que no sobre-explica lo que narra ni recurre a largos diálogos cuando puede evitarlo, prefiriendo usar la imagen para decir lo que pretende. Una imagen que no cae en los lugares comunes que suelen tener las películas centradas en este mundo: aunque la mitad del tiempo hay en escena una mujer semidesnuda, solo se muestra sexualizada cuando el personaje lo pretende, desapareciendo cuando deja de ser fundamental. Y eso no impide que exista belleza en ese elenco de secundarias que completa la historia, pero en una industria donde correrse de los cánones hegemónicos parece ser un riesgo que nadie quiere correr, la diversidad de ese grupo y la naturalidad con la que se insertan en escena es algo que merece ser destacado. Seguramente tiene que ver en esta mirada no solo su directora: buena parte de las cabezas de equipo que produjeron esta película son también mujeres con la voluntad de romper ese código establecido y hablar desde adentro de algo que entienden, imprimiéndole una intimidad y calidez a las relaciones entre ellas que es de lo más interesante que tiene para mostrar Estafadoras de Wall Street. Algo en lo que muchas veces fallan las películas que pretenden contar este tipo de historias, creyendo que alcanza con poner un elenco femenino frente a la cámara para considerarse progresistas o feministas.
Pesada Herencia Nunca es fácil seguir los pasos del padre, pero además el cabo Rafael Márquez (Santiago Racca) debe cargar con el estigma de ser el hijo de un desertor. Una década antes, su padre era un oficial respetado en el mismo cuartel donde ahora sirve él, pero de un día para el otro desapareció sin dejar rastro, abandonando su puesto y a su familia. El joven cabo entrena y estudia en el comando de montaña, sabiendo que necesita esforzarse el doble para sobreponerse a su historia, una que todo el mundo conoce en esa base donde presta servicio y donde incluso su superior supo ser camarada del padre. Es una realidad áspera pero a la que medianamente tiene controlada. Hasta que el regreso de un oficial veterano de aquellos años desencadena la reaparición de una misteriosa joven que demuestra tener pruebas de que la historia no fue como figura en los informes oficiales. Nuevamente desestabilizado, pero al fin con algunas piezas más del rompecabezas reveladas, Rafael abandona la base para buscar al último hombre que supuestamente vio con vida a su papá y que podría haber sido su asesino. Magia de la tierra El misterio con tintes sobrenaturales que ofrece Desertor se apoya principalmente en las actuaciones de sus dos o tres personajes más importantes y en lo que pueden hacer con una trama que no da muchos rodeos para llegar de un punto al otro. En cuanto juega sus primeras cartas ya se prevee toda la mano. Si sorprende con algún giro es sobre todo porque nunca establece explícitamente sus propios límites para lo que es posible y lo que no en su mundo. Algo lenta y sin grandes momentos para destacar, resulta tan árida narrativamente como el contexto castrense y cuyano donde se ambienta. Desertor está poblada de hombres de pocas palabras, reticentes a exponer sus ideas o sentimientos a la vista del afuera. En esa aspereza encuentra parte de su identidad, pero exige algo de paciencia del espectador mientras su protagonista se arrastra por el paisaje desértico en busca de las piezas que le faltan para entender su propia historia; una historia que le fue arrebatada con la inesperada desaparición de su padre, a la vez que le dejó una responsabilidad que cumplir para restaurar su honor.
Familia Ensamblada Contra toda expectativa, el disfuncional grupo se mantuvo unido durante años y se volvieron expertos en sobrevivir al apocalipsis zombie, el cual lejos de mejorar se convirtió en el nuevo estándar establecido del mundo. Luego de una rápida presentación poniendo al día del progreso en ese tiempo intermedio, más una escena de créditos a pura violencia y Metallica, Columbus (Jesse Eisenberg), Tallahassee (Woody Harrelson), Wichita (Emma Stone) y Little Rock (Abigail Breslin) parecen haber encontrado al fin un refugio donde pueden disfrutar de una vida relativamente cómoda y segura. Una tranquilidad que les permite también revivir sus conflictos internos, empujando a las dos hermanas a volver a ansiar la libertad de vagar sin el lastre de sus acompañantes. Especialmente, la ya casi adulta Little Rock, empieza a sufrir las consecuencias de haber pasado toda la adolescencia sin conocer gente de su edad: necesita rebelarse contra esta familia que puede llegar a resultar agobiante. Más por esa necesidad que por conocer a su primer amor adolescente (un hippie pacifista que increíblemente logró sobrevivir todo este tiempo), es que la joven escapa buscando su propio destino, para desesperación del resto del grupo. Salen en su búsqueda preocupados por una nueva cepa de zombies evolucionados que ha comenzado a aparecer en la región. Como buena secuela, Zombieland: Tiro de Gracia no necesita presentar a sus personajes ni su mundo pero a la vez tiene el complejo desafío de ampliarlo, de levantar la apuesta sin perder el espíritu que le valió el éxito la primera vez. No le hace un favor el hecho de que pasaran tantos años entre ambas películas y -aunque dentro de la historia esa brecha está reducida- algunos de los conflictos no funcionan tan fluidamente como deberían entre personajes que llevan tantos años conviviendo. Narrativamente le falta un poco de esa cohesión que siempre le suma a una comedia para que no se sienta una simple sucesión de chistes, y algunas de las ideas que establece como puntos importantes quedan en el aire o se resuelven de manera anti-climática. Igualmente logra establecer algunos gags que se van construyendo progresivamente antes de llegar a un remate más importante: logra sacar risas hasta en sus momentos más flojos, que en general coinciden con los personajes nuevos que no terminan de encontrar orgánicamente su lugar. Sí, lo de cruzarse con dobles en un apocalipsis zombie ya lo hizo antes y con más sutileza Edgar Wright, pero contrariamente a lo que parece indicar el trailer no es algo central en la película; el foco nunca deja de estar sobre los protagonistas originales. Salvando ese punto, que después de todo no es lo que cualquiera va a esperar con más ansiedad en una comedia con zombies, cumple con éxito la parte de tomar todo lo bueno que ya le ganó una base de fans, potenciándolo en una nueva propuesta que está claramente apuntada a ese público: si bien no es fundamental haber visto Zombieland para entender la trama, tenerla fresca en la memoria ayuda a disfrutar más de muchos chistes y referencias que hace esta secuela, como las Muertes de la Semana o el legendario incidente con Bill Murray que aún tortura a Columbus. Incluso con algunas subtramas no tan bien explotadas o que abusan de estereotipos para funcionar, Zombieland: Tiro de Graciasostiene un ritmo ágil que alterna continuamente el humor visual con el verbal, y hasta con la ocasional ruptura de cuarta pared para que no pasen más de un par de minutos sin un gag efectivo, ya sea una muerte violenta y ridícula o un intercambio ácido entre los protagonistas.
Veneno en el aire En un pueblo entrerriano donde la soja y el tambo sostienen a su puñado de habitantes, una joven madre soltera (Daiana Provenzano) y su hija que apenas camina conviven en una pequeña casa junto a una plantación. Es el nuevo médico del pueblo (Tomás Fonzi) quien la pone sobre aviso de que esos problemas respiratorios que muestra la bebé no son tan normales como le hizo creer el médico anterior: es posible que el rocío de los químicos con los que fumigan el campo vecino tengan mucho que ver. Con furia y angustia intenta sin éxito llamar la atención de los responsables y las autoridades, pero cuando entiende que nada va a suceder si no es ella el motor de esas acciones, recurre a los medios que hagan falta para que su hija reciba la atención médica que necesita. Aunque eso implique ponerse en la mira de gente peligrosa para quien no es más que una pequeña molestia. Fiera combativa Es evidente que El Rocío tiene mucho para contar, a consciencia de que el problema que denuncia tiene más de una cara. Sara podrá sentir impotencia y desprotección, pero no está dispuesta a resignarse y quedarse en esa posición. Es eso lo que le vuelve un personaje interesante, facetado. No tiene todas las respuestas ni cree tenerlas, pero no va a quedarse sin hacer nada por ello. Pero al mismo tiempo, ese intento de abarcar como se debe un problema tan complejo, le juega en contra; porque no parece tener los recursos necesarios para lograrlo. El ritmo de la narración no termina de encontrar su punto ni atrapar como debería, con mucho relleno donde se nota que falta material para desarrollar mejor la trama, si hasta parecen faltar un par de escenas en el medio. Es un detalle difícil de dejar pasar cuando dura menos de 80 minutos, los que se sienten como unos cuantos más. Visualmente propone algunas ideas interesantes. Lejos de quedarse en el preciosismo pictórico, en general forman parte orgánica de la narración y le aportan algo de síntesis donde las palabras sobrarían. Siendo que algunas de las actuaciones no terminan de convencer por acartonadas o exageradas, es una apuesta que le suma al conjunto de El Rocío aunque a veces abuse de la repetición de algún recurso. La voluntad de abarcar muchas caras de una misma historia no la vuelven demasiado compleja, pero si más de lo que parece estar al alcance de esta producción. Con esa intención abre varios hilos que no desarrolla y quedan en el aire, por lo que parece válido decir q la síntesis es uno de los problemas con que más le cuesta lidiar a El Rocío. Seguramente sea más que nada fruto de cierta inexperiencia o limitaciones de recursos, pero todo insinúa que es algo que debería mejorar en las siguientes producciones del director.
Siempre hay reglas Sin muchas perspectivas de futuro ni opciones de presente, Nati (Martina Krasinsky) es una más subsistiendo en un entorno donde la violencia está más naturalizada que no llegar a fin de mes con el sueldo. Ella y su hermano colaboran con la madre repartiendo sándwiches en moto por el barrio, pero todo eso no alcanza para pagar la deuda que la familia contrajo para subsistir mientras su padre estuvo preso. Para conseguir al menos parte de ese dinero que ahora reclama el acreedor y jefe de una banda de asaltantes, Nati lo convence de permitirle participar del próximo golpe en un restaurant; pero en parte por su carácter intempestivo, el atraco no sale del todo bien y se gana la enemistad del resto del grupo. Con su familia desmoronándose a su alrededor y expulsada de la banda, Nati se deja llevar por su enojo. Lejos de lograr ser aceptada de nuevo, solo consigue empeorar las cosas. Para hablar de la furia, la impotencia y la decisión de perdonar o no a quienes provocan daños terribles, ¿Yo te gusto? no le tiene miedo a meterse en complejidades y contradicciones que no le quitan lo inverosímil. Por eso Nati puede explotar con violencia en una escena y mirar con cariño sincero a su padre en la siguiente, o ser egoísta y comprensiva según su propio código lo indique en cada situación; pero si hay algo que no puede soportar es que le digan lo que puede o no puede hacer, algo que promete ser su ruina desde el primer momento. Todo sucede velozmente en esta historia, sin mucha reflexión ni premeditación. La mayoría de los personajes están atrapados en la corriente, dejándose llevar por lo que su entorno o sus impulsos les ordenan; solo el villano (Daniel Aráoz) parece tener cierto control sobre lo que sucede, algo de poder al decidir cómo son las cosas. Tiene sentido: es el único que puede ver más allá de su supervivencia inmediata. Es necesario intentar entender a los personajes, porque en ¿Yo te gusto? terminan siendo tanto o más importantes que la trama, una que cuando parece que arranca, se termina. En el proceso de construir ese punto de clímax que desencadena un apresurado desenlace, son esos hilos paralelos los que sostienen el interés. Aunque la red que arman no es del todo pareja, ese grupo de personajes donde ninguno es del todo querible, hace que tenga sentido. Todo es intenso en esta historia. Camina por el borde pasándose de exagerado un par de veces sin desentonar, como si hiciera falta cruzar algunos límites para decir lo que pretende. Sin embargo, justo al tema que parece ser su mayor interés le dedica muy poco tiempo en comparación: se desvía profundizando innecesariamente en la historia de la madre de la protagonista, algo que no aporta mucho salvo mostrar el ejemplo de lo que ella no quiere llegar a ser. La propuesta de esta película no es demasiado original pero logra darle un giro con personalidad propia, con un trabajo correcto y prolijo de realización que abarca desde las caracterizaciones o la elección de la música, hasta a la habilidad de ponerle una correa firme a la actriz que usualmente sobreactúa a los gritos pero que en este caso hace un rol más que correcto, casi sin mostrar sus habituales manierismos.
La Hija Rebelde Fue en 2005 en Berlín que Hatun «Aynur» Sürücü fue asesinada en plena calle a pocos metros de su casa. Era madre soltera, tenía apenas 23 años, y fue su hermano menor quien finalmente confesó ser el responsable del femicidio, alegando haberlo hecho para restaurar el honor de su familia. En un formato que hace equilibrio entre la biopic y el documental, Solo una Mujer narra en primera persona desde la voz de Aynur (Almila Bagriacik) los años previos a su muerte, desde que se casó a los 16 con un primo en Turquía siguiendo las órdenes de su familia. Apenas un año después, estando embarazada, ella huyó de los abusos de su marido y se instaló de regreso con su numerosa y tradicional familia en Berlín. Con poca gente de su lado incluso dentro de su propio hogar, Aynur eventualmente intentó construir un futuro independiente para ella y su hijo, ganándose el progresivo desprecio de su comunidad por abandonar algunas de sus costumbres más reaccionarias. Se desconocen algunos de los detalles, pero poco a poco se va reconstruyendo la vida de esta joven de 23 años que decidió que la vida que su familia había decidido para ella no era la que quería tener, pero que tampoco podía odiarlos o alejarse de ellos. A pesar de las amenazas y de los maltratos de los que fue víctima durante años, Aynur nunca sospechó que alejarse de las tradiciones kurdas y musulmanas de su familia podrían llegar a materializarse en un crimen por el que sería condenado su hermano menor, pero del que todo el resto también fue cómplice. En general no tiene sentido buscar el suspenso ni la intriga cuando se narra un caso real y reciente, por lo que Solo una Mujer se saca ese peso de encima revelando inmediatamente de lo que va a hablar y cómo termina, porque lo que importa es el cómo se llegó hasta ese punto. La voz en off de la protagonista relata en primera persona los puntos más relevantes de sus últimos años, rememorando y analizando los puntos de quiebre a los que en su momento nadie prestó la atención que merecían y que eventualmente desembocaron en su asesinato. Con un estilo ficcional pero al borde del documental, alternando con algunas fotos fijas y hasta material en video de la Aynur real, el resultado es un producto de estética bastante televisiva pero con algunas pretensiones en lo visual. Se concentra más que nada en desarrollar a sus personajes principales, dándole cuerpo a una historia tan dura como interesante de ver, la que se convirtió en un emblema de algo que no fue un caso aislado: los «asesinatos de honor» ocurrieron antes y ocurren aún, pero recién comienzan a llamar la atención de este lado del mundo cuando suceden en sociedades occidentales donde se los considera un delito castigable por la ley.
Vamos de nuevo Todo cuento de hadas que se precie termina con una boda y un “vivieron felices por siempre”, el cual suele tener gusto a cuento inconcluso. La primera parte de esta historia (REVIEW ACA) se burló del príncipe salvador y del amor a primera vista, pero cinco años más tarde Maléfica, Dueña del Mal ya puede permitirse considerar viable ese romance entre el príncipe Phillip y Aurora (Elle Fanning), reina del Páramo donde conviven todas las criaturas mágicas de la región que gobierna desde que el hada Maléfica (Angelina Jolie) abdicara. Hay una relativa paz con el vecino reino humano del príncipe Phillip, pero la desconfianza sigue fuerte en el imaginario colectivo de ese pueblo que recuerda una versión deformada de los hechos de la primera película, donde el hada es claramente la villana de la historia y sin ninguna redención final. Aurora y Phillip sueñan con terminar esa enemistad y unir a ambos pueblos en paz, un proyecto con el que la reina Ingrith (Michelle Pfeiffer) no parece estar muy de acuerdo. La reina está convencida de la maldad intrínseca de Maléfica y todas las criaturas mágicas, algo que parece confirmarse cuando la cena de presentación entre ambas familias termina en combate y con el rey hechizado en un sueño eterno. De madres y suegras Como buena secuela, Maléfica, Dueña del Mal aprovecha que tiene las presentaciones ya hechas por la primera parte, pasando a la acción sin tantas vueltas y explotando de entrada todo ese mundo fantástico que había construido. La trama dramática pasa a un segundo plano y se achata, pero nunca desaparecen del todo los temas que ya habían sido centrales como la búsqueda de la identidad y la resistencia a la discriminación, solo que se hacen más directos. El foco sigue estando principalmente sobre la anti heroína protagonista, prácticamente el único personaje con algo de carne. Al menos ahora tiene enfrente una antagonista con un poco más de presencia y que hace dudar a quién se refiere realmente el título de la película. No tanta como para competirle al trabajo de Jolie, pero al menos como para no dejarla tan sola. Si lo insípido y chato de la parejita real es intencional sería un buen chiste, pero viniendo de Disney parece algo demasiado fuera del eje habitual, incluso en una película como esta, que se permite presentar como algo aceptable a la resistencia violenta contra la agresión externa. Como ya se insinuaba en la primera parte y ahora queda un poco más en evidencia, Maléfica, Dueña del Mal hace equilibrio entre el perfil casi infantil que debe mostrar y el más oscuro que en el fondo parece desear (pero no le permiten). Es contradictorio que no puedan haber grises en una historia que se apoya todo el tiempo en salirse del maniqueísmo; eso le juega en contra al desarrollo de los personajes, pero igualmente se las ingenia para lograrlo algunas veces. Como película de acción y aventuras apuntada al público juvenil funciona muy bien, cumpliendo sin problemas con su meta de entretener. Pero no soporta un análisis más profundo que ese. Son varios los huecos en el guion que se ajustan a lo que necesitan que suceda, y no a lo que sería lógico dentro de lo propuesto. Si ya sucedía antes con los dos adolescentes (que de tan genéricos siguen sin encontrar un lugar fuerte en la trama), tampoco hay mucho interesante en los personajes nuevos ni en cómo se desarrollan los conflictos, aunque es algo que rara vez sucede en esta clase de propuestas donde lo importante es pasar un buen rato.