Estilo (algo) rústico Comedia futbolera fallida, a pesar de Diego Peretti y compañía. Una buena película, como un buen equipo de fútbol, no puede ni debe apoyarse (solamente) en el talento individual, sino en el funcionamiento colectivo. En este caso, tenemos a Diego Peretti, al español Fernando Tejero y hasta al indiscutido Ricardo Darín -apenas un par de minutos en pantalla/cancha- poniendo todo el oficio, haciendo lo que pueden en medio de un filme que falla en casi todas sus líneas. El resultado (artístico, el único que se evalúa en estas líneas) es fallido. Fuera de juego , coproducción con España, es una comedia que se centra en el mundo rapaz de los representantes de futbolistas. Su guión y sus puestas en escena escasean en ingenio e intensidad. Carencias que se ahondan y se hacen más evidentes en las subtramas románticas (en una de cuales aparece Carolina Peleritti). Y el humor, a veces falto de timing , se juega a los guiños entre dos países futboleros y, ay, a las diferencias y confusiones entre el “porteño” y el “español”. Ricardo “Chino” Darín (algo atado, sin una letra que lo ayude) interpreta a un joven talento argentino. El Real Madrid lo pretende. En España, Javi (Tejero), representante de jugadores de tercera línea, se relame: imagina que pronto concretará el pase. Pero, en la Argentina, otro representante (Darín), que acaba de sufrir un infarto, le pide a un sobrino suyo, Diego, que acompañe al chico a Europa y se haga cargo de su representación. Este personaje, el de Peretti, es ginecólogo y, acaso por una frustración infantil, reniega del fútbol. El español tiene personalidad de chanta porteño; Diego es, según palabras de Javi, “el único argentino del mundo que no entiende de fútbol”. Al principio, se aborrecen, sobre todo a partir de prejuicios levemente xenófobos. Después, se resignan a trabajar juntos. Por último, comparten sus destinos de antihéroes simpáticos y solitarios. Hay cameos a estrellas, como Martín Palermo e Iker Casillas. Hay secuencias que muestran endeblez extrema: como una en la que Peretti y Tejero se tiran (expresión que invitaría a una de las humoradas de este filme) penales en la calle. Hay líneas argumentales que confluyen, en general con poca sorpresa. Hay diálogos como el destacado en el trailer de la película: “¿A qué te dedicas?” (Javi) “Soy ginecólogo” (Diego). “¡Coño!” (Javi) “Sí, a montones” (Diego). Un chiste que da una medida del humor de Fuera de... Un parámetro para intuir si a usted habrá de gustarle o no esta comedia.
En Accidentes gloriosos las historias giran en torno de choques automovilísticos (acaso bajo la influencia de Crash , de Cronenberg): están más hilvanadas y cuentan con puestas en escena más dinámicas y elaboradas. Cada episodio, volcado hacia lo fantasioso, fue compuesto por Andrizzi en colaboración con Marcus Lindeen. La voz en off de Cristina Banegas -con su increíble ductilidad- se hace cargo de todos los personajes, incluso los masculinos. Es, como lo reconoció Andrizzi, el corazón de la película. Un párrafo aparte para el segmento de El chupapijas: la demostración de que con un agujero en una pared -detrás de la que se escondería un mito urbano de la felación-, un buen texto erótico, una aproximación de cámara y el talento de Banegas se puede lograr una pequeña magia, de las que abundan en esta película.
Narrar y experimentar Díptico de Mauro Andrizzi. Tiene lógica que estas dos películas de Mauro Andrizzi, premiadas en Venecia, se estrenen como díptico. En el futuro y Accidentes gloriosos comparten, esencialmente, el goce de narrar -de un modo episódico- y una constante búsqueda formal y estética. Ambos filmes son en blanco y negro -excepto un fragmento de En el futuro - y exhiben experimentaciones que no excluyen al espectador: libertad creativa sin preceptos. A Andrizzi no le interesan los límites entre ficción y documental, ni los prejuicios contra las voces en off ni contra las cabezas parlantes ni contra la utilización dramática de la música. Pero no usa estos elementos de un modo convencional. Salvando las distancias, procede a lo Manuel Puig: toma un género popular, el melodrama, y lo tamiza con una estética de riesgo. El resultado, a veces desparejo, es siempre valioso. El centro de En el futuro, que simula ser un documental -aunque mostrando deliberadamente el artificio-, son distintas historias amorosas, relatadas por sus supuestos protagonistas a cámara. El misterio, los juegos temporales y el lirismo le otorgan una impronta personal a estos relatos que bien podrían ser cuentos cortos. En el elenco figuran Sergio Boris, Luis Machín y Lorena Damonte. En Accidentes...las historias giran en torno de choques automovilísticos (acaso bajo la influencia de Crash , de Cronenberg): están más hilvanadas y cuentan con puestas en escena más dinámicas y elaboradas. Cada episodio, volcado hacia lo fantasioso, fue compuesto por Andrizzi en colaboración con Marcus Lindeen. La voz en off de Cristina Banegas -con su increíble ductilidad- se hace cargo de todos los personajes, incluso los masculinos. Es, como lo reconoció Andrizzi, el corazón de la película. Un párrafo aparte para el segmento de El chupapijas: la demostración de que con un agujero en una pared -detrás de la que se escondería un mito urbano de la felación-, un buen texto erótico, una aproximación de cámara y el talento de Banegas se puede lograr una pequeña magia, de las que abundan en esta película.
El circo de los animales Deslumbramiento visual, personajes simpáticos y humor: lo esperable. Y sí: Madagascar 3 deslumbra y mucho desde lo visual, tiene personajes con un carisma construido y asentado en las anteriores películas de la saga, más algunos nuevos, ritmo ultravertiginoso y chistes en general logrados. ¿Alcanza para decir que estamos ante un filme fuera de lo común? No. Alcanza para decir que estamos frente a una lograda superproducción de Dreamworks: lo que se esperaba. Pero también que, detrás y después del despliegue animado abrumador, en 3D, apenas nos queda una historia sencilla, bastante convencional y previsible. Casi podría decirse que una historia que se disuelve después de su esplendor estético y formal, como la mejor pirotecnia. En el comienzo de la película, que sumó como guionista al cineasta Noah Baumbach ( Historias de familia ), cuando los animalitos todavía están en Africa, hay una secuencia ominosa, casi pesadillesca, en la que Alex el león se imagina en una suerte de apocalipsis senil. En ese instante, Madagascar 3 amaga con tomar un sendero rabiosamente creativo, casi timburtoniano , pero no. La luz, la mansedumbre, los códigos (supuestamente) infantiles se apropian del filme, para que éste cumpla -con profesionalismo primermundista y mucho dinero- con lo que se esperaba. La aseveración incluye chistes de los personajes sobre los clichés, en una película con más de un lugar común. Alex, la cebra Marty, la jirafa Melman y la hipopótamo Gloria parten hacia su zoológico en el Central Park. Pero, en el camino, pasarán por varias ciudades europeas, huyendo de una villana francesa: una policía cazadora de animales (como si se tratara de inmigrantes) llamada Chantel DuBois, suerte de Cruella De Ville con toques de Marlene Dietrich. Para escapar de ella y de sus esbirros, nuestros (anti)héroes se unirán a un circo, en el que aparecerán -entre otros personajes- la seductora jaguar Gia y la simpática foca Stefano. La geografía europea y los números estilo Cirque du Soleil serán dos importantes fuentes de impacto y sofisticación. Pero si el Cirque du Soleil se maneja sin animales, este circo es sólo de animales. Su lugar de libertad. Una premisa un tanto discutible.
Un grito de corazón: soy lo que soy Sobre una agrupación que milita por la justicia y la diversidad. Un acierto de este documental, no el único: su tono de-senfadado. Su opción por la vindicación celebratoria antes que por el análisis solemne. Los protagonistas de Putos peronistas -retratados visceralmente, en crudo, sin voces en off ni tediosas cabezas parlantes- no sólo logran resignificar insultos, como el que le da nombre a la película: también reflexionan -con humor irónico- sobre la múltiple discriminación y actúan sobre la realidad. Militan. “Ser puto es ser de izquierda”, dice uno. “No olvidemos la frase de Pedro Lemebel: lo maricón no quita lo fascista”, responde otro. La película de Rodolfo Cesatti, hecha a pulmón, muestra la gestación de esta agrupación que retoma la lucha del setentista FHL (Frente de Liberación Homosexual) y da batalla por sus derechos y por los de las mayorías. No se trata, explican ellos, de gays reclamando desde la corrección burguesa, sino de “putos” del conurbano bonaerense, entre los que predominan travestis que viven de la prostitución en La Matanza. “¡El puto es peronista, el gay es gorila!”, arenga Ariana Cano, primera locutora transexual del país, vestida de Evita, en una surrealista “Fiesta de Puta Madre”. Dice: “No somos un grupito gay más, no formamos parte de un gueto, creemos que la única minoría es la maldita oligarquía”. Los presentes, muchos, le cantan: “Acá están/estos son/putos, tortas de Perón”. La primera parte se centra en las suburbanas reuniones de Putos Peronistas. Alguien pregunta si el grupo no estará tomando una estética capusottiana . Todos ríen y aluden a la triple marginación: por la elección sexual y por ser pobres y peronistas. “En Capital te miran peor si decís que sos peronista que si explicás que sos gay”. Por las dudas, Putos... empieza con la advertencia: “Esta película contiene escenas de peronismo explícito”. En el último tramo, cuando el filme se centra en la presencia de la agrupación en actos kirchneristas, las peculiaridades de los personajes de diluyen un poco. Pero el resultado general es bueno: las sensación que queda es de catarsis, de justicia, de cambio de época.
Epica barrial y amor por el fútbol Documental sobre Argentinos Juniors, apto para hinchas de cualquier equipo. Los hinchas fanáticos de fútbol tenemos, como el término fanático lo anticipa, la soberbia convicción de que el amor por nuestro equipo es único. Pero la celebración de esta supuesta singularidad suele ser sospechosamente universal, parecida en casi todos los clubes. Basta con leer la extraordinaria Fiebre en las gradas , del inglés Nick Hornby, para constatarlo. Bichos criollos , documental sobre Argentinos Juniors, de Diego Lombardi, producido por Víctor Tujschinaider, tiene la virtud de no ser vanidosa ni excluyente. Con elementos cinematográficos convencionales, genera una rara empatía transversal de hincha. En primer lugar, el filme no es tedioso; en segundo, transmite -con calidez- una austera épica barrial que rozó la gloria planetaria durante la maravillosa final contra Juventus; por último, incluye testimonios de futbolistas y técnicos cuyo talento se eleva por sobre enconos deportivos: Maradona, Borghi, Redondo, Cambiasso, Sorín, Batista, Pekerman. Cultores de un estilo admirable, al que habría que sumar a Riquelme, vendido antes de su debut en Primera. Sin embargo, no todo fue gloria, como lo muestra esta película (que se da en el Arte Cinema y en el Cinema City General Paz). La voz en off de Gabriel Schultz da cuenta de la condición de “equipo grande entre los chicos y chico entre los grandes”. Y también de una suerte de “equilibrio” que lleva a Argentinos a caerse cuando está por alcanzar sus sueños y a recuperarse cuando parece hundido en la desesperanza. Espejo en el que casi todos podemos reflejarnos.
La suerte está echada Comedia argentina sobre la “yeta”. El tema del jettatore no es, desde luego, nuevo. Es anterior incluso al vodevil de Gregorio de Laferrere (1904) y a su adaptación al cine de 1938, dirigida por Luis Bayón Herrera. Ya en el siglo XXI, el antecedente cercano de Una cita, una fiesta y un gato , opera prima de Ana Halabe, es La suerte está echada , de Sebastián Borensztein, en la que también actuaba Julieta Cardinali y cuyo protagonista era Marcelo Mazzarello, que en el filme de Halabe aparece en un cameo. En principio, Una cita... (cuyo título completo no sugiere mucho ni favorece el recuerdo) cumple con un pedido más o menos generalizado que se le hace al cine nacional: probar con películas de género, populares, en especial comedias que reemplacen a una tradición de productos malos cuyo “mérito” era la masividad. Bien. Hasta acá hablamos de intenciones, que, como todos sabemos, lamentablemente no se filman. Una cita... funciona como una suerte buddy movie , aunque una de las protagonistas rehuse de la amistad. Julieta Cardinali interpreta a una mujer casada, dueña de una fábrica de pintura, que se reencuentra con una ex compañera del secundario (Leonora Balcarce) a la que considera (y la película muestra como) mufa. Desde ese instante, al personaje de Cardinali le saldrá todo mal, aunque una porción de su mala suerte será por su neurosis y su paranoia (o al menos eso intenta mostrar, a modo de moraleja, la película). Integramente acompañada por una música exasperante (de Halabe), esta comedia juega con los contrastes entre ambas “amigas” (Cardinali y Balcarce logran transmitir una química que se eleva por sobre la chatura del guión). Una -la que supuestamente trae mala suerte- es bondadosa, ingenua, generosa, estridente; la otra, temerosa de perder al marido y a su negocio, cumple con un famoso apotegma de Jauretche: no hay nada peor que un burgués asustado. Es una pena que el libro no levante vuelo, que varias puestas en escena sean fallidas, que algunos personajes secundarios sean planos, que el filme no logre instalarse como una saludable alternativa.
En busca del tiempo perdido Un grupo de jubilados británicos se instala en la India. En la primera parte de esta comedia dramática de John Madden ( Shakespeare apasionado ) vemos a varios ancianos (término que los subtítulos y casi todos solemos suavizar, absurda, incorrectamente con la palabra “abuelos”) acechados por la soledad y la rutina de la vejez. En la segunda, asistimos al intento de ellos, que no se conocen entre sí, de romper este cerco: al viaje que hacen a la India, en donde se instalan -a modo de retiro- en un hotel que les prometía más de lo que es. En el último tramo, el más flojo, recibimos una serie de lecciones de vida, algunas redentoras, como si se tratara de un filme aforístico. Felizmente, El exótico... (adjetivo que anuncia un pintoresquismo, ay, inevitable) tiene como contrapeso un humor por momentos ácido, irónico, bien británico. Personajes que, angustiados, melancólicos, lúcidos, vitales, hablan de la conversión en “los rehenes que los secuestradores liberan primero”. O que consideran que para ciertos aniversarios de casados, digamos cuarenta años mal llevados, la ceremonia más propicia es “un minuto de silencio”. O que se revelan, en algún caso, gays, “aunque en la actualidad de un modo teórico”. En una película coral, de historias cruzadas, el hilo principal es llevado (escrito) por el personaje de Judi Dench, una viuda reciente, que se abre a la vida cuando la suya se encamina hacia la recta final. En este caso, sin que nadie lo subraye, queda claro lo que todos sabemos aunque rara vez pensamos: que uno puede padecer una contravida de inercia durante los años de esplendor biológico, o alcanzar la intensidad y la pasión cuando el tiempo ya ha hecho gran parte de su tarea erosiva. Con una suerte de dream team británico (Bill Nighy, Tom Wilkinson, entre otros), esta película resulta amable, agridulce, emotiva, aunque a veces algo mecánica y previsible. Lástima que se vuelva tan ampulosa al final: alcanzaba con hacer visible lo invisible.
La fiesta olvidable Comedia australiana, más escatológica que transgresora. Los difusores de Los padrinos de la boda destacan que el guionista es Dean Craig, el mismo de Muerte en un funeral (película que, nobleza obliga, le gustó mucho más al público en general que al autor de estas líneas). En cualquier caso, mientras uno ve Los padrinos... surgen interrogantes. ¿Son tan limitados los guionistas de “renombre”? ¿O escriben para espectadores que demandan, masivamente, un trazo tan grueso? El humor de esta comedia típica de fiesta de casamiento es casi siempre escatológico, lo que la acerca más al infantilismo que a la transgresión. No hay, en esta apreciación, un reparo moral; sí estético y artístico. Este filme, abundante en clichés, habrá sido hecho para un público que demanda eso, pero lo cierto es que su ingenio y su delicadeza no superan en mucho al de esos tipos que se entusiasman con las despedidas de soltero. Vayamos a la trama. Durante unas vacaciones en una isla, un muchacho inglés (Xavier Samuel) vive un romance con una chica australiana (Laura Brent). Al despedirse, él le dice que no quiere que todo termine en un amor de verano: le propone casamiento. Poco tiempo después, el muchacho y tres amigos (que se comportan como los peores del colegio, aunque ya estén grandecitos) viajan hasta Australia para celebrar la boda. La familia de ella hará su aporte al caos y las disfunciones: el padre es un senador de ultraderecha; la madre (Olivia Newton John), una mujer que se revelará adicta a cierta festividad desbordante de alcohol y cocaína; la hermana, una joven obesa que finge ser lesbiana para desagradarle al padre fascista. Dos de los amigos del novio le compran droga a un narco local. La familia de la novia tiene como adorada mascota a un carnero que será capturado para la despedida... Excusas para generar situaciones de las llamadas delirantes, aunque mucho más justo sería decirles simplemente grotescas. La película, de Stephan Elliott, se estructura en base a gags: como se ha aclarado, de gusto discutible. Incluso si uno aspira a ver un producto de incorrección política sin concesiones se encontrará con escollos, como un tramo final que busca ser, pese a todo, edificante.
Oíd, mortales Adaptación del libro de Andrés Rivera. La novela La revolución es un sueño eterno , de Andrés Rivera, es la voz del que ya no tiene voz. Realidad histórica y alegoría atormentada: Juan José Castelli, “el orador de la Revolución de Mayo”, muriéndose en 1812 por un cáncer de lengua. Castelli acorralado (como la Revolución, como su sueño de revolución): entre el obligado lenguaje escrito de su terrible presente y la imposibilidad de hablar que le imponen la enfermedad y un poder que ahora lo oprime. Rivera despliega una prosa formidable: desgarrada, fragmentada, interrogativa, tan pulida que logra representar el caos íntimo, formalmente compleja, oscilante entre la primera y la tercera persona. Excelente literatura: forma y fondo que se funden hasta ser un todo. Una obra muy difícil de trasladar al cine. Nemesio Juárez, alguna vez integrante del Grupo de Cine Liberación, lo sabía. Pero decidió correr el riesgo. El resultado, en primer lugar, es un filme honesto, que elude la biografía y -al igual que la novela- interpela a la Historia de manual, de bronce, de mármol. La principal debilidad de la película es su exceso retórico: los monólogos interiores de la novela -la voz de Castelli en su cárcel de cuadernos privados- convertidos en monólogos cinematográficos expresados por Lito Cruz (en el papel protagónico), por momentos sin interlocutor, con puestas en escena que terminan siendo tediosas. Como si el libro de Rivera no permitiera ser traducido a imágenes. De hecho, la novela está construida, íntegramente, alrededor de la palabra. Para adaptarla al cine habría que deconstruirla y crear algo nuevo: tarea titánica, de resultado imprevisible. El filme de Juárez, cuya recreación de época es buena, tiene un elenco de actores reconocidos: Cruz es secundado por Adrián Navarro (Moreno), Luis Machín (Belgrano), Juan Palomino (Bernardo de Monteagudo) e Ingrid Pelicori. La trama, con constantes flashbacks, hace eje en el juicio a Castelli por su desempeño durante la campaña del Ejército Expedicionario del Norte, donde representó a la Primera Junta. Es una pena que el texto afiebrado del Castelli ficcional (la pluma de Rivera) se convierta en algunas secuencias altisonantes. Y que una voz tan transgresora termine envuelta en cierta solemnidad. El final con el himno da cuenta de este tono.