Estreno conjunto de interesantes documentales Se estrenan en simultáneo dos documentales reunidos bajo el título «Crónicas de resistencia en el norte argentino». Cabe el comentario conjunto. Con tono de denuncia, «Mosconi. Abriendo los caminos de la resistencia y la dignidad», no se refiere al general e ingeniero civil Enrique Mosconi, que apenas aparece en un noticiero impulsando el manejo estatal del petróleo, sino al pueblo de Salta que lleva su nombre (también hay otros en Formosa y Chubut, y dos aeropuertos). Uno de esos pueblos que apuntalaron la patria cuando YPF era la mayor empresa argentina. Frente a cámara, viejos obreros evocan los buenos tiempos en que entraron a ella (algunos a los 14 años). Hoy viven con pequeños emprendimientos grupales de albañilería, carpintería, etc., organizados a partir de los planes sociales. Este debe ser uno de los pocos lugares del país donde los planes sociales se usan para crear trabajo. Se nota, además, que son verdadera gente de trabajo, paradójicamente reunidos en una Unión de Trabajadores Desocupados. A señalar, uno de sus líderes, que coloca gente sin cobrar comisión, y reclama técnicos confiables y cuidado del medio ambiente ante jefes de las empresas privadas. Interesante, en ese sentido, el aporte de un vecino estanciero mostrando cómo enferman sus animales cada vez que las actuales explotaciones ventean el gas (otra ironía, los lugareños no tienen gas en sus casas, pero lo huelen, con resultados imaginables). Lástima que la segunda mitad del relato esté largamente dedicada a la ya sabida historia de las privatizaciones de Menem y las puebladas de aquel entonces frente a Gendarmería, lo que estira todo sin aportar nada nuevo. Por su parte, «Ceremonias de barro», filmado en Los Chañares, tiene el tono de un documental «antropológico». En ella vemos a los descendientes de quilmes que lograron esconderse en los cerros cuando los españoles arrearon a casi todos durante la conquista. Luego el imperio español y el primer gobierno criollo les reconocieron oficialmente la propiedad de sus tierras, pero sucesivos aprovechadores las usurparon y les obligaron a pagar arriendos. En 1970 comenzó la lucha definitiva por esa propiedad. Una pena que también haya comenzado la disminución del agua, y el éxodo generalizado. La película nos muestra la tranquila vida cotidiana de esa gente antigua y laboriosa, desde el viejo que nos dice «ya estoy por ochentiar» (tiene 78 años), hasta quienes explican tradicionales técnicas de teñido de lanas y tallado en piedra, el que tiene un gato montés atado como un perro bravo, la cooperativa instalando cañerías, los guías del «fuerte viejo», hoy lógicamente concesionado a los propios indios, y la joven maestra que pone a su niña en manos de las abuelas el mayor tiempo posible, para que la criatura vaya absorbiendo naturalmente sus raíces. La apacheta, la recuperada fiesta de la señalada, son lindos momentos que se comparten con el espectador. Se nota la mezcla de influencias, con el repertorio de valses criollos en acordeón, y el uso de jeans en los más jóvenes. Detalle discordante, un joven gritándole a una señora mayor, algo que antes era inimaginable. «Vuelven de la ciudad con malas costumbres», comenta el viejo. «Mosconi» es de Lorena Riposati, productora de «Cuba santa» (sobre la religión yoruba) y directora de «Queremos nuestras tierras» (guaraníes de El Tabacal). «Ceremonias...» es de Nicolás Di Giusto, que viene filmando desde chico y ya tiene su pequeña carrera televisiva aquí y en Italia.
Buenas actrices y un curioso conflicto Marcos Carnevale sorprende nuevamente con una historia original, no tan lograda como se esperaba pero con dos o tres momentos de legítima emoción, lindas actuaciones, diálogos de réplicas entretenidas, y un tema digno de conversación: ante la muerte de un hombre, ¿cómo llevan sus respectivos duelos la amante y la legal, y cómo se llevan, si es posible, entre ellas? Muchos recuerdan el funeral del presidente François Mitterrand, donde la esposa y la amante compartieron las honras fúnebres, cada una al lado del cajón, seguidas por los dos hijos oficiales y la hija natural. Pero lo más común es que la legal y la otra se agarren de las mechas. Así pasó décadas atrás en el velatorio de un conocido folklorista, claro que sólo para regocijo exclusivo de los presentes, porque entonces algo así jamás hubiera salido en la TV. En la historia que imaginaron Carnevale y Bernarda Pagés, una refinada documentalista está haciendo una encuesta sobre el amor, justo cuando le avisan que el marido acaba de ser internado. La chica que lo trajo a la clínica podría ser su hija. Es otra cosa. Para la mujer, la angustia, el dolor y la posterior tristeza se juntarán con la bronca de haber sido burlada. Para la chica, todo eso se juntará con la desolación. «Usted es lo único que tengo de él», dice a la viuda como excusa para ir a visitarla. En verdad, la piba es un plomo. Pegajosa, ni estudia ni trabaja a conciencia, vive de arriba, carece de modales, molesta y encima se instala en la casa, por circunstancias que no explicaremos. Tampoco el autor las explica de modo fehaciente, pero lo bueno es que así reúne a las protagonistas y las hace pelear y recuperarse del dolor, cada una a su manera y siempre observadas por una amiga de la esposa y por la/el doméstica/o, un marimacho a quien la amiga define como «un marciano disfrazado de mucama». Divertida y misteriosa, la respuesta de la dueña cuando le preguntan por qué no la/lo despide. Esa es otra originalidad de la historia, que bien podría ser llevada al teatro con éxito, para lo que se necesitarían actrices de la misma talla que las aquí presentes, Graciela Borges y Valeria Bertucelli, en ese orden, con la precisa Rita Cortese y Martín Bossi completando el reparto. Bien el debut cinematográfico de este último, en un personaje excéntrico y querible (mientras no viva en casa). Quizá la trama daba para más. Ciertas inverosimilitudes y algunos recursos de efecto la van minando, por suerte sin llegar a hundirla. Detalle elogiable, la inserción de imágenes de vacaciones que aparecen en dos momentos con leves pero significativas diferencias, tomadas en estilo amateur y potenciadas por la versión Vicentico de «Paisaje». La primera versión en castellano la canta su propio autor, Franco Simone, en «La playa del amor».
Entretiene la mezcla de "Cowboys & aliens" En 1969, Ray Harryhausen tuvo la idea de concretar un antiguo proyecto del creador de los efectos de «King Kong», en el que unos cowboys, en vez de perseguir potros salvajes, cazaban dinosaurios. La película, «El valle de Gwangi», fue una de las mejores jamás hechas con dinosaurios. La mezcla de cine de aventuras y western con ciencia ficción parece ser el punto de partida de esta flamante «Cowboys & aliens», bastante entretenida, pero no especialmente notable ni como western ni como película de marcianos. Lo más divertido aquí es justamente la mezcla, aunque en un comienzo funciona bastante bien en su faceta de western: Daniel Craig despierta herido y con un extraño brazalete en un brazo, y aunque está totalmente desarmado, cuando unos vaqueros quieren tomarlo prisionero para cobrar alguna posible recompensa, los ataca aniquilándolos como si fuera un verdadero forajido. El extraño brazalete metálico y la amnesia son los únicos elementos discordantes en estas primeras escenas en las que también aparece un ex coronel ganadero bastante prepotente (Harrison Ford en un raro papel que en un principio lo ubica como villano) y una extraña pistolera (Olivia Wilde), que luce la cartuchera con su revólver arriba del vestido. Entre ellos y otros personajes pronto se ocupan de romper la frágil paz del miserable pueblo minero que intenta ordenar el sheriff Keith Carradine, y justo cuando las cosas están por explotar seriamente, el cielo se cubre de ovnis (de excelente diseño, como si fueran libélulas metálicas) y todo el mundo corre por su vida. En realidad, estos «demonios» que surgen de la nada para secuestrar a los seres queridos de cowboys, forajidos y, por qué no, también pieles rojas, siempre aparecen cuando los típicos conflictos del western debieran resolverse a tiros, lo que genera cierta repetición y previsibilidad al guión, que podría haber sido ua pizca más ingenioso. De todos modos, la película nunca aburre, los marcianos son lo suficientemente monstruosos como para agregar el conveniente toque terrorífico y, sobre todo hacia el final, la dirección de arte y los efectos especiales se vuelven realmente atractivos. Con todo, los elementos de western no están bien explotados, y el carácter ecuménico de indios, vaqueros, ganaderos y forajidos no resulta demasiado convincente.
“Cerro Bayo”: un pequeño y mordaz deleite Hace tres años debutaba Victoria Galardi como guionista y codirectora (con Martín Carranza) de la comedia sentimental «Amorosa Soledad», primer protagónico de la flaquita Inés Efron. Hubo entonces una buena cantidad de amables y entusiastas elogios. Casi enseguida, Galardi se dedicó a concretar la comedia que ahora vemos, es decir, su primera obra como «solista», que paradójicamente es una comedia coral. Así, mientras en la primera seguíamos las andanzas de una enternecedora hipocondríaca, acá atendemos el socarrón abanico de una familia como cualquiera, o, mejor dicho, como cualquier familia que muestre la hilacha. Son toda buena gente, con su parte elogiable, dentro de lo que cabe, y su parte comprensible, por no decir otra cosa, que la directora tampoco la dice, porque se nota que quiere a sus personajes, y porque éstos representan de algún modo a su propia ciudad. Ella se crió ahí en Villa La Angostura, al pie del Cerro Bayo, nombre que además parece adecuado a la historia, porque, según dicen, el bayo es un color blanco tirando a sucio, medio amarillento, pero igual es lindo y muy solicitado. El asunto es que la abuela se quiso matar. La hija devota la rescató a tiempo y se aflige por cuidarla. Mientras tanto, el marido y la hermana se afligen por asegurar la venta de un lotecito bien ubicado de la vieja (si esperan que se muera se les vuelan los clientes), el nieto se aflige por asegurarse la plata que la vieja se ganó en el casino y tiene escondida en un sitio que sólo debería visitarse como expresión de amor, y la nieta se aflige por lograr un orgasmo con quien sea, no por ganas de sentir el amor, sino porque quiere tener la cara radiante para un concurso de belleza (una chica optimista, porque, a ojo de buen cubero, debe tener unos 70-57-75). El que no se aflige para nada es el espectador, que disfruta toda esta exhibición de pequeñas mezquindades, tonterías y falsedades porque, la verdad, es una exhibición elegante, muy bien hecha, entretenida, de observaciones finas, buen sentido del humor, desplegado en varias capas, y con un elenco impecable, que encabezan Verónica Llinás, Inés Efron y Adriana Barraza, la nana de «Babel» Muy buen paso adelante de una directora de mano fina, accesible para todo público, y a quien algunos ya suponen emparentada con el cine indie norteamericano, o con «La fortuna de Cookie» armada por Anne Rapp y Robert Altman. En fin, mientras no sea pariente de la familia que acá vemos en pantalla, está todo bien. Lo suyo es un pequeño y mordaz deleite.
Retrato de un pionero del cine experimental Con ese título, Andrés Di Tella y Claudio Caldini presentaron en abril último un espectáculo multimedia, ahora presentan este documental, y ya se anuncia el libro en simultáneo. ¿Qué son los hachazos? En el negocio cinematográfico, son los trabajos de destrucción de copias cuyos derechos han vencido, por lo cual ya no pueden explotarse comercialmente y ocupan espacio inútil. Más vale partirlos en cuatro, y al volquete. En forma figurada, también son los golpes que ciertos autores sufren en carne propia, aun cuando la idea de comercio les haya sido siempre ajena. Tal es el caso de Caldini, pionero del cine experimental en Argentina, con otros que a comienzos de los 70 se reunían en el Di Tella, el Goethe, etc., y los sábados en Uncipar, donde eran usualmente mirados con espanto. Ahí decían, por ejemplo, «en ese grupo hay un loco que ató la cámara a una cuerda, la revoleó todo lo que dura un rollo, después se mandó una teoría y nos proyectó el resultado». Ese loco era Caldini. También la ató a una bicicleta, filmó sombras y reflejos que proyectó simultáneamente con tres proyectores contra tres pantallas, acompañando un recital de rock, a veces también rayó la película, en fin, le fascinaba ver qué pasaba con las imágenes. Trató de abrir su mente por ese lado. En la agitación de entonces, para unos cometía el delito de esteticista, y para otros era sospechoso de algo. Sintiéndose mal acá, se fue a la India, pero ahí lo internaron en un hospicio y volvió recién largos años más tarde. De regreso programó ciclos, integró festivales under, dirigió talleres. La gente del videoarte lo declaró ilustre predecesor. Pero, sin dudas, su almacenero pensaba otra cosa. Hoy se las rebusca cuidando casaquintas del conurbano. «Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez. Son los originales de sus películas, todas en Super 8, un formato obsoleto, que no permite copias. Esa valija es como el manuscrito de su autobiografía. Se trata de Claudio Caldini, cuidador de una quinta de los suburbios, cineasta secreto», mitifica levemente Di Tella. El S8 permite copias, el hombre no es tan secreto, y además no lleva toda su obra en la valija, sino alguno que otro rollo, pero el mito funciona. En el documental lo vemos cómo filma de nuevo, repasa conocimientos con un técnico, y discute con su biógrafo, que quiere novelar un poco lo que él, medio ermitaño, prefiere dejar a un lado. La película es algo triste, pero es también una expresión de lealtad. «La primera vez que estuve en una filmación, o algo parecido, fue en una performance de Marta Minujin que filmaba Caldini en S8», recuerda con cariño. Canción de fondo, «Porque hoy nací», de Javier Martínez. Texto para quienes quieran saber algo más, «Historia crítica del video argentino», compilación de Jorge La Ferla, que en 2002 también editó un vhs con los mejores cortos de Caldini.
Simpáticos enredos en elecciones primarias «En política, amor y moda nunca digas nunca», recomienda galantemente el joven a la señorita con quien ha salido de compras. «Al fin un hombre que no se aburre en un paseo de compras», dice ella. A esa altura, ya sabemos que él tiene dos razones para no aburrirse. Una es obvia. La otra, es sólo de interés político. Integran un mismo partido y le han dicho que debe caerle simpático para que puedan trabajar juntos en la campaña electoral. El problema es que le caerá demasiado simpático. La acción transcurre en una ciudad del nordeste italiano (está filmada en Trieste, pero cualquier parecido con la realidad, ya se sabe, es deliberada casualidad). Allí, un partido de centro arma sus elecciones primarias con un candidato oficial y otro de relleno, que no moleste las perspectivas del primero. El seguro perdedor representa a la minoría homosexual, y pierde sin problemas. Pero, oh sorpresa, por una ironía del destino se convertirá en candidato a sindaco, lo que acá llamábamos intendente. Como vice irá la representante de la minoría femenina, una chica bonita, estirada, que propugna justo aquello que no pudo tener: un modelo de familia. Qué duda cabe, la amable sátira política se convierte en comedia de enredos, pasa a romántica, tiene una vuelta delicadamente sensible cuando el novio del protagonista descubre que el otro lo engaña, encima con una mujer, y otra vuelta utópica cuando la gente deja de lado las rivalidades y se esfuerza por el futuro bienestar de no diremos quién. El asunto es que el defensor de los diferentes y la defensora de la familia terminarán defendiendo a la familia diferente. «Me siento doblemente diferente», confiesa el aspirante a su electorado. «Discutir cómo suicidarse es propio de la centro izquierda», dice uno de los asesores, mientras otro igual de regocijante se pregunta «¿Un alcalde gay en el Norte de Italia? Eso solo puede ocurrir en el Sur, donde son abiertos, modernos». Esos dos asesores son una delicia cada vez que aparecen, igual que el personaje del alcalde, a cada rato inaugurando un muro de contención del delito. Antonio Catania, Giuseppe Cederna y Francesco Pannofino son sus intérpretes, Luca Argentero, Claudia Gerni y el señalable Filippo Nigro los principales, Fabio Bofacci el guionista, y Umberto Carteni el director, que acá debuta pero ya tiene larga experiencia en cine publicitario y asistencia de autores como Pupi Avati, Giuseppe Tornatore y otros buenos maestros. Película chiquita pero simpática, casualmente se estrena justo en vísperas de elecciones primarias.
Sobre cómo convivir con la violencia En «Cuatro corazones», Enrique Santos Discépolo ve que un tipo alto y fornido se lo quiere llevar por delante, y le dice, palabras más, palabras menos, «Yo no puedo pelear con usted, porque soy chiquito y usted me va a ganar. Por eso, como no puedo pelearme a las trompadas con usted, fíjese lo que hago, saco este bufoso y usted se me manda mudar de acá inmediatamente». En la película que ahora vemos, un médico sufre una fea situación con un mecánico violento, delante de sus hijos y de otro chico, pero en vez de sacar un bufoso quiere sacar para todos una lección de fortaleza interior, y enfrenta nuevamente a ese sujeto. Los niños lo miran entre admirados y escépticos. «¿Crees que él aprendió algo?», le preguntan. A esa altura del relato, ellos ya lograron que un chico de grados superiores dejase de molestarlos, y ahora piensan darle su propia lección al mecánico pendenciero. También el padre, asignado a un campo de refugiados en Kenya, tendrá que reconsiderar su juramento hipocrático cuando encuentre bajo su cuidado a un matón de uniforme, que amargó para siempre la vida de los demás pacientes. En cada uno de estos casos, y otros que redondean la trama, el asunto es el mismo: ¿cómo convivir con la violencia? Acá se aprecia más de una respuesta, y más de un peligro para cada respuesta. Película buena y fuerte, para todo público, elude unos cuantos facilismos y hace, con inteligencia y buen ritmo, unos planteos bastante realistas. Su autora es Susanne Bier, la misma de «Hermanos», que era todavía más fuerte, pero de menor contenido. Buena directora, doña Bier, que ha dejado atrás las restricciones del Dogma y ahora toca todas las cuerdas de su instrumento. Y buenos también sus intérpretes, empezando por el sueco Mikael Persbrandt y los niños Markus Rygaard (su hijo), y William Johnk Nielsen (el chico que lleva dentro la rabia de haber perdido a su madre). Detalle interesante: el título original de esta película puede traducirse literalmente como «venganza», pero el encargado de ventas internacionales la rebautizó «En un mundo mejor». Es más sugestivo, y alienta a hacer nuevas interpretaciones del relato.
Singular intriga, con estilo moroso Sin música, ciertas escenas de esta película serían de un aburrimiento extremo. La inquietante composición de Pedro Irusta potencia muy bien tales escenas, y convierte el conjunto en una película casi de suspenso. Contra ese suspenso conspiran, lamentablemente, el estilo actoral casi atonal impuesto por el director, y su propia puesta en escena minimalista, con demasiados planos de relleno que parecen colocados sólo para estirar a 90 minutos lo que hubiera estado mejor en 75. Por suerte hay una intriga muy singular, que entretiene bastante con unas pocas incógnitas bien desarrolladas. En primer término, la del profesor de natación que se deja invadir el departamento por un alumno de 16 años con carita de canchera y excusas nada convincentes. Lo que busca ese chico parece bastante claro. Lo que va haciendo el profesor, en cambio, suena medio raro, pero se supone que está relacionado con sentimientos y perplejidades que ni él mismo sabía que tenía, y ahí empiezan a aflorar. Después la cosa se estira en situaciones de malhumor y melancolía, pero hay una inesperada vuelta de tuerca y ahí empieza otra incógnita, que lleva a otro buen momento musical, culminando en un remate ilusorio que, además de original, dejará probablemente una sonrisa de satisfacción en su público. Buen estilo, refinado, en esta última parte. Buena idea, la de alterar los roles, poniendo al profesor de natación en el lugar de posible víctima. Y buen avance del autor, Marco Berger, respecto a su obra anterior, la comedia gay «Plan B». La de ahora ya ganó el premio Teddy, que entrega la International Gay & Lesbian Film Festival Association durante la Berlinale, y seguramente ganará otros. De todos modos, según sus propias declaraciones, la futura película de Berger se alejará un poquito de la temática gay. Puede ser, aunque en este caso el título permita cierta suspicacia: «Mariposa».
El único misterio es cuándo termina el film Dos preguntas definen esta película. La primera, cuando en la larga secuencia de apertura la pareja del protagonista le dice que quiere tomarse un tiempo para estar sola. El otro da sus vueltas filosofales sobre el concepto de tiempo, y termina consultando «¿Tres días, tres meses, tres años?». La segunda, cuando ese mismo personaje pregunta por la resolución de una novela y otro le responde «No pasa nada, ¿Por qué siempre tiene que pasar algo?». El incauto que pagó la entrada bien podría contestar indignado a esta última pregunta, mientras se hace repetidamente la primera: ¿tres días, tres meses, tres años? No, sólo cien minutos. Pero es difícil que algún incauto entre a verla. Casi todo el mundo está avisado, desde su rechiflada presentación en el Festival de Berlín, en cuya conferencia de prensa un periodista preguntó seriamente «En cierto momento la cámara abandona al personaje. ¿Eso significa que hasta la cámara se desinteresa del mismo?». Es que, expulsado de su pequeño paraíso, y sin nada útil que hacer en su vida, el susodicho se dedica a vagar en un auto que también pide tiempo, charlar pavadas en tono aburrido con gente que tiene tiempo de sobra, cultivar la abulia, y, por suerte, intentar algunos arrimes con señoritas de buen porte y acceso poco complicado. Esas escenas aportan algo a favor, así como la buena banda sonora, donde por ahí se escucha un tema inhabitual de Gardel, una canción francesa que grabó aquí en 1931 con la Orquesta Grégor, y él entona con timbre propio de los nativos de Toulouse, según dicen los estudiosos. Otros méritos pueden encontrarse en el juego de reconocer los lugares que aparecen en la película, casi todos propios de la ciudad, o encontrar los parecidos entre el viejo Renault 6 y el supuesto Tohka rumano que compra el personaje, o entre esta película de Rodrigo Moreno con las de Martín Rejtman y (muchísimo más difícil) Aki Kaurismaki. Diferencias hay varias
“Empleadas y patrones” en un entretenido documental Primera coproducción panameño-argentina, esta película fue en un comienzo algo así como la carpeta informativa de una comedia tropical. Abner Benaim, documentalista muy activo en Panamá e Israel, empezó recopilando entrevistas sobre la relación entre domésticas y dueñas de casa, y el material le inspiró una ficción: ¿qué pasaría si, mientras los patrones se van de compras a Miami, las domésticas se cobran a su manera los sueldos adeudados, y aprovechan para disfrutar debidamente las comodidades de la casa que ellas mantienen en condiciones? Esa comedia se llama «Chance», y sus protagonistas son bien distintas a la voluntariosa sirvienta que hacía Niní Marshall en «Catita es una dama», donde los patrones se iban a Europa y unos necesitados invadían la mansión. En fin, el asunto es que, después de la comedia, Benaim volvió a su registro de entrevistas, le dio linda forma, y acá lo vemos, bajo el título «Empleadas y patrones», aunque mejor sería decir patronas. Hay un solo dueño entrevistado, encima medio pavote, y el resto son mujeres, a veces bastante graciosas, como una que busca asistente porque «la nana a veces tiene que comer». Ese es el tipo de humor que predomina, el que surge sin que las entrevistadas se den cuenta, y permite sonreír ante ciertos malentendidos y pequeños desastres. Alternando unas y otras ante la cámara, a veces incorporando pequeñas escenificaciones, o alguna observación infantil («la nana es la que ayuda a buscar el gato cuando sale de la casa»), nos enteramos gozosamente de una obsesiva de la limpieza que quebró dos cucharitas de plata, tanto fregarlas, una maestra de etiqueta que pasó papelones en una cena, por no haber instruido previamente al personal, la empleada de 39 años que se fue con un jardinero de 19, o la señora que, muy suelta de cuerpo, responde «¿Cómo me va a demandar por los años trabajados, si es una inmigrante ilegal?» También, por supuesto, aparecen las anécdotas de acosos nocturnos, las quejas a causa de niños malcriados, las salidas juveniles, reconocimientos, sueños, y una rara incomunicación, notable en una parte que bien daría para otra película, más bien melancólica, donde la entrevista recae sobre una anciana y la doméstica que lleva 33 años sirviéndola, y en una ocasión hasta le salvó la vida. La dueña hace los debidos elogios, pero reconoce, como al pasar, que ignora todo sobre la familia de su empleada, y ni siquiera registra cuántos hijos tiene. Es que nunca charlan. «¿De qué voy a hablar?», dice con la mayor naturalidad. Buena música de fondo, a cargo de Pedro Onetto, y fugaz presencia de Siniestro Mu y las Vacas Lobotómicas.