Vértigo es una película que se suma a la moda del género de supervivencia en el que dos amigas, Becky, interpretada por Grace Caroline Currey y Hunter, Virginia Gardner, quedan atrapadas en lo alto de una torre de televisión abandonada. Está dirigida por Scott Mann, y completa el elenco Jeffrey Dean Morgan. En primer lugar, es necesario destacar que su director, también guionista junto a Jonathan Frank, elaboran una subtrama para que esta premisa en principio absurda tenga sentido. Y es así como Hunter, una streamer de deportes de riesgo, convence a Becky a que la acompañe a esta torre abandonada, donde está prohibido pasar, para que arroje las cenizas de su difunto esposo, y poder así terminar de elaborar el duelo. Pero una vez arriba, se desprende la escalera del tramo final, por lo que resulta imposible bajar. Es por eso que la fotografía, a cargo de MacGregor, cumple un rol fundamental, al oponer de forma constante grandes planos generales, para mostrarle al espectador la gran altura en la que se encuentran las protagonistas desde diferentes angulaciones, y planos detalle, en lo que se puede ver la fragilidad de la estructura oxidada sobre la que se encuentran. Manteniendo tensionado al espectador, buscando junto con ellas la forma de descender con vida. Un párrafo aparte merece las actuaciones, en la que resulta fundamental el complemento entre la impulsividad de Hunter y los escrúpulos de Becky. Que el director desarrolla durante todo el primer acto, y en la que, además de por la verosimilitud a sus motivaciones, genera suspenso con cada escalón que van subiendo, mientras los tornillos se van aflojando. En conclusión, Vértigo es una película que aborda la supervivencia asemejándose mucho más al realismo de 127 horas que a la espiritualidad de Una aventura extraordinaria. Logrando eficazmente su objetivo de mantener tensionado al espectador durante una hora y cuarenta y siete minutos.
Crónica policial ambientada en los años de plomo. Un crimen argentino es la ópera prima de Lucas Combina, que adapta la novela de Reynaldo Sietecase, y relata un hecho criminal verídico, ocurrido en la ciudad de Rosario en 1980. Y cuenta con un elenco encabezado por Nicolás Francella, junto a Matías Mayer, Luis Luque, Malena Sánchez, Rita Cortese y Darío Grandinetti, entre otros. La historia se centra en la investigación que llevan a cabo Antonio Rivas (Francella) y Carlos Torres (Mayer), dos secretarios de un juzgado sobre el secuestro de un empresario en la ciudad de Rosario. Lo que se convierte en una carrera contra el tiempo para dar con su paradero mientras son secundados por miembros del gobierno militar. En primer lugar es necesario destacar el diseño de producción, a cargo de Catalina Oliva, y de vestuario, de Connie Balduzzi, quienes logran reconstruir fielmente la época sin apelar a clichés, motivo por el cual cada locación o elemento que aparece en pantalla es funcional a la historia y no cumple la única función de apelar a la nostalgia del espectador. Así como también la fotografía de Víctor González, acierta en el uso de tonos cálidos por dos motivos: el primero es resaltar las altas temperaturas de la ciudad de Rosario en diciembre, época del año donde transcurre la historia, y el segundo es para generar la sensación de malestar de cada personaje en una situación en la que todo puede explotar fácilmente, a pesar de la calma del principal sospechoso. Pero el principal problema radica en que, en su afán de documentar fielmente la investigación de los hechos, se deja en segundo plano la construcción de los personajes. Mostrando lo justo y necesario de la vida privada y motivaciones de los mismos, lo que dificulta la empatía del espectador con el dúo protagónico, diluyendo además el interesante planteo moral en una compleja trama de procedimientos. En conclusión, Un crimen argentino, al igual que Zodiaco (Zodiac, David Fincher, 2007) se centra más en la fidelidad de la reconstrucción de los hechos reales en los que se basa que en el diseño de sus personajes. Pero funciona a su vez como carta de presentación de Lucas Combina, quien maneja con eficacia las reglas del género policial, lo que augura un futuro promisorio para su carrera.
Un enigma que daba para más. Solo las bestias es un thriller francés del 2019, que tiene un estreno tardío en los cines de nuestro país, escrito y dirigido por Dominik Moll. Y cuenta con un elenco formado por Denis Ménochet, Damien Bonnard, Nadia Tereszkiewicz, Guy Roger ‘Bibisse’ N’Drin y Valeria Bruni Tedeschi, entre otros. Basada en la novela homónima de Colin Niel, la historia tiene una estructura coral en la que cinco sospechosos se ven envueltos en la desaparición de Evelyn Ducat (Tedeschi) en el pueblo montañoso donde vivía. Contando la historia de cada uno, para que el espectador vaya uniendo los diferentes hechos a la manera de un rompecabezas para entender lo que ocurrió. En primer lugar, es necesario destacar la influencia de las primeras películas del dos veces ganador del Oscar Alejandro González Iñarritu, especialmente Babel. Por la forma de conectar, en algunos casos de manera forzada, situaciones en apariencia arbitrarias, resolviendo misterios y extrañamientos generados por saltos en el tiempo, dependiendo del punto de vista del personaje que protagoniza cada secuencia. Así como también puede verse la influencia del cine de los hermanos Coen, en el uso del humor negro para reflejar el cinismo de sus personajes, con los que cuesta empatizar. Ya que si bien los une el común denominador de la búsqueda de ser amados, su director justifica su comportamiento miserable dando a entender que es porque son manipulados por unos dioses paganos a los que le rinde culto Armand (N’Drin). Que funciona a su vez como un Deus ex machina para que todo encaje dentro del guión. En conclusión, Solo las bestias es un thriller coral, estructurado en forma de puzzle, que mantiene activo al espectador mientras une las partes y resuelve el misterio. Aunque la falta de empatía con los personajes y la conexión forzada de algunas situaciones hacen que se desaproveche un material con destino de obra maestra.
Buena suerte, Leo Grande es una comedia británica protagonizada por Emma Thompson y Daryl McDormand. Y dirigidos por Sophie Hyde, en su tercer largometraje, luego de una extensa carrera en televisión. Basada en un guión a cargo de Katy Brand, la historia se centra en Nancy Stokes (Thompson), una viuda de 55 años que contrata los servicios de un taxi boy que se hace llamar Leo Grande (McCormack). Pero sus frenos inhibitorios le impiden llevar a cabo el acto sexual, por lo que el relato adquiere una estructura episódica de cuatro sesiones, que en su mayoría ocurren dentro del mismo cuarto de hotel, donde ambos personajes van abandonando sus prejuicios hacia el otro para conocerse en profundidad. Es necesario aclarar que lo que permite que esta película funcione, además de la química de su pareja protagónica, es el uso del humor como un recurso para humanizar situaciones trágicas, lo que le permite al espectador identificarse inmediatamente con las miserias de los personajes. Mostrando a su vez las consecuencias negativas de la moral puritana inglesa, que condena el placer sexual y premia el éxito económico. Acudiendo a gestos sutiles, situaciones absurdas y líneas de diálogo irónicas propias del humor inglés, en lugar de bajar línea con discursos aburridos que resultan inverosímiles dichos por dos personas compartiendo un momento de intimidad. En conclusión, Buena suerte, Leo Grande es una película que cumple su objetivo de permitir el lucimiento de Emma Thompson, en un relato intimista del que participa de forma omnipresente. Además de confirmar a Sophie Hyde como una de las directoras más interesantes de la actualidad.
Escapando del paraíso. Una villa en la Toscana es la ópera prima del actor británico James D’arcy, que está protagonizada por Liam Neeson y Micheál Richardson. Acompañados de Valeria Bilello, Gian Marco Taviani y Lindsay Duncan, entre otros. Basada en un guión del propio D’Arcy, cuenta la historia de Jack (Richardson), director de una galería de arte londinense, que viaja con Robert (Neeson), su padre, un artista plástico, a la Toscana para reparar y vender la casa de su infancia. Lo que les sirve como excusa para recomponer su relación conflictiva producto de un hecho traumático ocurrido en ese mismo lugar. En primer lugar vale la pena destacar el talento de Liam Neeson como comediante, poco explotado en su larga trayectoria, pero que pudo apreciarse en Brigada A. Ya que el humor, generado mediante gags efectivos, es lo que permite que el espectador empatice con este dúo protagónico y descubra que es la herramienta que utiliza Robert para huir de las consecuencias de las acciones que llevó a cabo para no enfrentar una situación traumática de su pasado que marcó el destino de ambos. Un párrafo aparte merece la fotografía de Mike Eley, que capta la belleza de su paisaje haciendo un buen uso de los tonos cálidos. Y marcando un fuerte contraste con la frialdad de Jack y su intención de vender rápidamente la casa para no enfrentarse con los hechos dolorosos de su pasado. En conclusión, Una villa en la Toscana es un relato intimista en el que se luce Liam Neeson, en un registro diferente al que nos tenía acostumbrados. Y si bien la historia es muy similar a la de Un buen año, de Ridley Scott, así como a tantas otras historias donde sus personajes son sacados de su entorno, resulta efectiva porque, en definitiva, los conflictos humanos siempre son los mismos.
El artista, el hombre, la leyenda... Elvis es, como su nombre lo indica, la biopic de Elvis Presley, el solista más exitoso de la historia del rock, interpretado por Austin Butler, bajo la dirección de Baz Luhrmann. Y lo acompañan Richard Roxburgh, Olivia DeJonge, Helen Thompson y la estrella ganadora de dos Oscars Tom Hanks, entre otros. Para contar esta historia, Baz Luhrmann tomó la decisión de optar por el mismo recurso narrativo de Amadeus (1984), que es abordar el mito desde la perspectiva de otro personaje. Y en este caso es Coronel Tom Parker, su representante, interpretado por un Tom Hanks que una vez más vuelve a interpretar a un hombre común envuelto en situaciones extraordinarias. Abordando veinte años de carrera del “rey del rock”, desde sus comienzos hasta su muerte En primer lugar es necesario destacar el montaje, a cargo de Jonathan Redmond y Matt Villa, cuya velocidad vertiginosa sirve para condensar el enorme potencial narrativo en casi tres horas de duración, intentando mostrar de forma adecuada la dimensión del fenómeno musical. Y un comienzo caótico, que apabulla al espectador con sus saltos temporales, variedad de efectos de transición y cambios de formato, se va ordenando en función de la historia, sin perder el estilo. Un párrafo aparte merece la fotografía, a cargo de Mandy Walker, con la constante espectacularidad de sus imágenes y sus incesantes movimientos de cámara. Así como también el vestuario y diseño de producción de la ganadora de cuatro premios Oscar Catherine Martin, la persona indicada para sacar provecho de la estética kitsch del protagonista, manteniéndose fiel a su vez al estilo visual de Baz Luhrmann, que ella misma ayudó a crear. Y por último hacen falta mencionar las actuaciones, en primer lugar de Austin Butler, tanto por el parecido físico con la estrella como por la forma fidedigna en la que lo interpreta arriba del escenario, imitando especialmente su particular forma de bailar. Así como también a Tom Hanks, con un personaje más complejo, cuya codicia y habilidad para manipular a los demás lo convierte en un enemigo inesperado del exitoso personaje que él mismo lograra elevar a la cima de la industria musical durante más de dos décadas de trabajo. En conclusión, con Elvis Baz Luhrmann aprovecha para sacarle el máximo provecho al personaje de la vida real que más se adecua a su estilo narrativo. Y marca un salto de calidad respecto de otras biopics musicales como Bohemian Rapsody (Bryan Singer, 2018), por ejemplo, ya que prioriza el homenaje a la figura tal como se la ve en la actualidad por sobre la humanización y el respeto por los datos históricos.
Más palabras que emoción. Alicia y el alcalde es la segunda película del director y guionista francés Nicolas Pariser, que formó parte de los prestigiosos festivales de Cannes y San Sebastián en el 2019. Está protagonizada por Anaïs Demoustier y Fabrice Luchini, acompañados de Nora Hamzawi, Antoine Reinartz y Maud Wyler, entre otros. La historia se centra en Alicia (Demoustier), una joven filósofa contratada como asesora del alcalde de la ciudad francesa de Lyon, que atraviesa una crisis existencial tras treinta años de actividad política. Entablando así una relación de amistad, en la que ella gana lugar dentro de su círculo íntimo y él la consulta sobre cuestiones importantes además de compartirle su experiencia. El principal problema de esta película es que prioriza los conflictos laborales por sobre los humanos. Lo que da como resultado una exhibición clara del trabajo que se lleva a cabo dentro de una alcaldía desde el punto de vista de una empleada nueva. Algo que puede llegar a generar aburrimiento en los espectadores, que no logran empatizar con sus personajes ante la ausencia de conexión con sus motivaciones y la falta de gags efectivos. Motivo por el que se desaprovecha a un actor de la talla de Fabrice Luchini, cuyo personaje se limita a recitar largos monólogos informativos en los que filosofa acerca de cuestiones políticas en lugar de entablar una conversación con los demás. Así como también queda en segundo plano lo verdaderamente interesante, que es la forma en que repercute este trabajo demandante en la vida privada de Alicia, y especialmente las tensiones que genera en sus relaciones sentimentales. En conclusión, Ana y el alcalde parte del mismo planteo argumental que El discurso del rey, que es el de la relación entre un mandatario y su asesor. Pero se diferencia del primero al poner el foco en las cuestiones estrictamente laborales, dejando en segundo plano las consecuencias de estos en el entorno que los rodea, que es lo realmente interesante.
Un matrimonio no tan normal. Pequeña flor es una coproducción entre Argentina y Francia, que abrió la última edición del BAFICI. Está protagonizada por Daniel Hendler y dirigida por Santiago Mitre. Además de contar con un elenco de figuras de diferentes países, como la hindú Vimala Pons, el catalán Sergi López, y los franceses Melvil Poupaud y Françoise Lebrun, entre otros. La historia, adaptada libremente de la novela homónima de Iosi Havilio, se centra en José (Hendler), un argentino que vive en Francia, y cuyo matrimonio entra en crisis cuando es su mujer quien sale a trabajar, mientras él se queda en su casa al cuidado de su hija. Pero accidentalmente descubre que cuando asesina a su vecino Jean-Claude, este no sólo revive al día siguiente, sino que mejora su relación conyugal, motivo por el que empieza a hacerlo de diversas maneras. En primer lugar, es necesario aclarar que, si bien esta película aborda una temática completamente diferente al del resto de la obra de Santiago Mitre, mantiene el mismo problema en cuanto a su estilo narrativo. Que es el desorden que genera abarcar demasiados temas, con un resultado desparejo, en el que pueden apreciarse escenas geniales, como la del baile con el picahielo, que quedan descolgadas del resto de la trama en la que se desaprovechan una gran cantidad de ideas ingeniosas. Un párrafo aparte merece Daniel Hendler, que una vez más interpreta a un antihéroe, que funciona como nuevo ejemplo de la clase de personaje en las que está encasillado desde el comienzo de su extensa carrera, y que atraviesa el mismo problema que su Ariel Perelman en Derecho de familia (Daniel Burman, 2006). Pero que su director saca provecho haciéndolo hablar tanto el castellano como el francés con acento porteño para mostrar el desarraigo que experimenta su personaje, y que lo diferencia de su antagonista Bruno Rodríguez (López), quien oculta su origen catalán en su verborragia con acento parisino. En conclusión, Pequeña flor es una película que, al igual que tantas otras, cuenta una historia de crisis matrimonial. Pero se diferencia de la mayoría por la incorporación del humor negro y el realismo mágico en su trama desordenada, que no termina de aprovechar las buenas ideas, y se queda únicamente con algunos momentos felices desconectados del resto.
El último juego es una película de terror de bajo presupuesto dirigida por John David Moffatem IV y con una temática heredada de la franquicia de El juego del miedo. Está escrita por Ryan Graff y Jill Killington y protagonizada por un grupo de actores desconocidos, conformado por Troy Jones, Dom Cole, Yasmin Irvine, Steven Synstelien, Stefani Rose, Cheryl Lyone, Uli Auliani y Cheverly Amalia. La historia se centra en personas, extrañas entre sí, que se despiertan encerradas en una habitación. Y una séptima, que se presenta como la Dra Kasuma, aparece en una pantalla de televisión, les comenta que forman parte de un experimento en el que deben asesinarse unos a otros un breve lapso de tiempo, para salvar la vida de un ser querido de ellos. En primer lugar, es necesario destacar el mal uso del fuera de campo, utilizado en primer lugar para que los espectadores se formulen preguntas sobre todo lo que ocurre fuera de la habitación, ya que lo único que se nos informa es lo que vemos en el televisor y nos cuenta la Dra. Kasuna (Amalia). Y, en segundo lugar, porque se mantienen fuera de cuadro la mayoría de las escenas de violencia, o directamente se anulan poniendo la pantalla en negro mientras transcurren los hechos. Lo que comete el error de no permitirle al espectador exorcizar la angustia generada y satisfacer sus expectativas. Así como tampoco funcionan las actuaciones, con los excesivos gritos e insultos, de sus personajes y los intentos fallidos de encontrar la salida. Ya que, si bien es comprensible al comienzo, por la situación en la que se encuentran, se vuelve cansador por lo repetitivo, haciendo que el espectador vaya perdiendo interés. En conclusión, El último juego es una película que no funciona porque se regodea en un morbo sin sentido y hace un mal uso del fuera de campo. Dejando afuera a un espectador que pierde el interés en la historia al no poder empatizar con ninguno de sus personajes.
Todo en todas partes al mismo tiempo es una comedia bizarra escrita y dirigida por “The Daniels”, dupla conformada por Daniel Kwan y Daniel Scheinert. Y está protagonizada por la estrella del cine oriental Michelle Yeoh, acompañada de Ke Huy Quan, Stephanie Hsu, James Hong y Jamie Lee Curtis entre otros. La historia se centra en Evelyn Wang, una inmigrante china en Nueva York que cuando va a realizar un trámite burocrático se entera que existen múltiples universos, que se generan por las diferentes acciones que llevó a cabo a lo largo de su vida. Y se le asigna la misión de derrotar a la poderosa líder Jobu Tapaki para salvarlos de su destrucción. En primer lugar es necesario destacar el cambio de estilo desconcertante que manejan sus directores, haciendo que lo que parece ser una comedia costumbrista sobre una inmigrante china en Nueva York, como El banquete de bodas de Ang Lee, se convierta abruptamente en una fantasía bizarra propia de Terry Gillan. En la que todo carece de sentido, y aparecen una serie de gags efectivos y escenas geniales como el combate de Waymond contra el personal de seguridad con una riñonera. Pero el principal problema de esta película es que, al llevar este planteo absurdo al extremo, una buena idea en teoría que no funciona en la práctica, porque extiende innecesariamente su duración, y por momentos se vuelve incomprensible. Y esto se debe a que carece de un marco teórico científico, artístico o religioso que la sostenga, dando como consecuencia una serie de imágenes surrealistas en la que todo es posible y valedero porque no hay un principio ordenador. En conclusión, Todo en todas partes al mismo tiempo es una comedia bizarra que lleva una idea absurda hasta el extremo. Y lo que funciona bien al comienzo se vuelve confuso hacia el final, por lo que corre el riesgo de que el espectador vaya perdiendo interés, especialmente en la segunda mitad.