El valor de la palabra Una tradicional narración japonesa vuelve a la actualidad con el sello de un gran espectáculo. La historia de los ronin -samuráis descastados después de la muerte de su señor en el Japón feudal- llega ahora revestida con la fantasía y los efectos especiales de los que es capaz la industria. Pero se trata en realidad de una historia dura, donde el honor y el coraje son elementos centrales. El relato, que tuvo muchas versiones a través de los años, es protagonizado por Keanu Reeves. El actor le presta el cuerpo a Kai, un mestizo desclasado que vive como un paria sólo gracias a la benevolencia de su Señor y de la sensibilidad de su pequeña hija, quienes le salvaron la vida cuando era adolescente. La región dominada por el líder del lugar se prepara para recibir al shogún (la máxima autoridad del país), pero algo fracasa y los samuráis deciden recuperar el honor propio y el de su Señor cuando un rival quiere apoderarse de sus tierras. Para esa tarea el usurpador cuenta con la ayuda de una bruja capaz de transformarse en lo que desee, desde un zorro hasta un dragón. Y allí es cuando ese deslumbrante despliegue visual, a pesar de su eficacia, atenta contra una historia de carácter épico con personajes austeros, disciplinados y con alta estima por el deber, de esos que sienten como un privilegio cuando se les permite practicar seppuku (o harakiri, el suicidio ritual con una daga) para salvar su honor.
Terror sin fronteras Desde 2007 "Actividad paranormal" conserva su coherencia: algunos personajes continúan en la saga, como Katie y Kristi, que en esa película inaugural eran niñas, y Ali y Micah, todos antiguas víctimas. Y permanece el terror sustentado en la cámara subjetiva, además de la referencia ineludible a "El proyecto Blairwitch" y su uso de metraje encontrado. Pero ahora, Christopher Landon, el ex guionista de la saga se puso, además, detrás de cámaras. El salto oxigenó una idea que ya no tenía mucho más para explotar. Básicamente, el terror puede está en cualquier parte y nadie está a salvo, según Landon. Así, el director introdujo dos variables centrales: desde lo narrativo, ahora el mal no se ensaña sólo con los WASP (blanco, anglosajón y protestante) sino que se extiende a las minorías, en este caso inmigrantes mexicanos de primera y segunda generación. Y, técnicamente, abandonó la grabaciones de cámaras de seguridad por el registro de una grabadora doméstica que funciona como soporte de toda la película. La trama transcurre casi en su totalidad en un condominio donde viven varias familias mexicanas, epicentro de la nueva incursión maligna en busca de perpetuarse. Con todo el color local -se habla de tacos, se alternan el español y el inglés, hay referencias respetuosas a la religiosidad de una abuela muy graciosa que toma tequila con culpa hasta que se pone a cantar- la película tiene la virtud de alimentar el suspenso con recursos conocidos utilizados con mesura y, sobre todo, sin mostrar sangre.
Para los fanáticos de “Jackass”, el envío televisivo de MTV, quizás esta tercera película resulte extraña por varias razones. Entre ellas la menor audacia de los sketches y, sobre todo, el relato convencional que atraviesa el filme de una manera un poco forzada de principio a fin. La idea sobre bromas pesadas y cámaras ocultas que hizo famosos a Spike Jonze, Johnny Knoxville y Jeff Tremaine a partir del año 2000, sigue teniendo el ADN original, pero el efecto de las andanzas de un abuelo medio desquiciado y su nieto en una road movie del estilo restauración del orden familiar, le resta espontaneidad y repentismo, dos de los fuertes de este clásico del humor. Bajo la estructura de una comedia que evoca lo que hizo Sacha Baron Cohen con “Borat”, en este regreso, Knoxville, debajo de una espesa capa de maquillaje, se pone en la piel de Irving Zisman, un enérgico señor de 86 años. Y el sorprendente Jackson Nicoll, el pequeño actor de sólo 8, en el de Billy, en una interpretación que le roba varias escenas a su compañero de viaje. Todo comienza cuando la hija de Irving debe regresar a la cárcel, y el abuelo tiene que hacerse cargo del chico y llevarlo a vivir con su padre a otra ciudad, justo cuando empezaba a disfrutar de su recién adquirida viudez. En el camino se rien de todo y de todos: de los asistentes al funeral de la difunta abuela -un personaje que sin un línea de texto dispara las mejores bromas de humor negro-, y de los clientes de varios bares, incluido uno de stripers masculinos, entre otros desprevenidos. En el medio está todo el arsenal de humor físico conocido: golpes, caídas y hasta tortazos, y la artillería de palabras con doble sentido y deformaciones de nombres seudocientíficos de enfermedades improbables. Pero la superposición de gags buscando el humor hace perder justamente eso que necesita una comedia: ritmo. A pesar de lo cual “Jackass: el abuelo sinvergüenza” no defrauda.
Más grande, más heroica, más impactante. Con ese perfil llegó a los cines la esperada segunda parte de la trilogía de “El Hobbit” que nuevamente lleva la firma del neocelandés Peter Jackson. La continuación entra de lleno e inmediatamente en la aventura y la acción, y de eso se trata “La desolación de Smaug” a lo largo de casi tres horas y hasta, literalmente, el último segundo. El libro en el que se basa, de su coterráneo J.J.R. Tolkien y de apenas casi 300 páginas, fue dividido por el director en tres partes. En la primera, “Un viaje inesperado” se presentan los personajes que llegan recargados a “La desolación de Smaug” y de los cuales se conocerá el destino en “There and Back Again” con estreno previsto para enero de 2015 cuando. Jackson creó así un maravilloso prodigio tecnológico y argumental basado en una historia fabulosa escrita en 1937. De aquellos pequeños hobbits que vivían en medio de un clima pastoril, quedan la inocencia y los sentimientos puros, atributos a los que ahora el protagonista, Bilbo Bolsón (Martin Freeman) le sumó -tal como el mismo lo reconoce hacia el final- el coraje y la audacia. Así es como esta parte de la historia se hace más grande y más heroica. Cuando Thorin (Richard Armitage), heredero del reino de Borodor -perdido a garra y fuego del dragón Smaug- se encuentra cara a cara con Gandalf (Ian McKellen) es el punto de partida. La aventura llevará a los descendientes de Borodor, a Bimbo y al hechicero Gandalf a una accidentada marcha hacia la Montaña Solitaria donde el astuto Smaug duerme bajo toneladas de oro. Gran narrador, Jackson se aseguró en el último segundo que nadie se pierda qué pasará con los enanos, el Hobbit, los elfos, los orcos y el mismo reino de Erebor. Para eso Jackson se tomó algunas licencias junto a su equipo de guionistas como es la inclusión de un personaje inexistente en el texto original. Se trata de Tauriel, una elfa bella y valiente interpretada por Evangeline Lilly (Kate Austen en “Lost”) que introduce el romance, algo inexistente hasta ese momento. De ese modo el cineasta abrió una cuarta línea narrativa que se suma a la trama que sigue las aventuras que se desarrollan casi paralelamente en la Ciudad del Lago, en el camino a la Montaña y con Gandalf enfrentándose a las fuerzas de la oscuridad en este deslumbrante entretenimiento que pone el acento en algunos de los valores tradicionales.
Las películas, en este caso sobre un tema actual, tienen un punto de vista -del director, del guionista, de los productores- que puede inclinar la opinión del espectador. “El quinto poder” es sobre la idea con la cual Julian Assange entró a la historia. Este australiano, junto a su socio Daniel Berg, fue el creador de WikiLeaks, una fabulosa herramienta de internet a través de la cual revelaron datos e información confidencial que afectó intereses de varios gobiernos y poderes económicos y corporativos. El director Bill Condon dejó así la saga “Crepúsculo” y el amor adolescente entre humanos y vampiros, y se metió de lleno en el derecho a la información. El acierto está dado por el enfoque y las controversias sobre el efecto social y político de WikiLeaks. Después de la coincidencia de los dos personajes centrales en que estaban haciendo lo correcto, y a pesar del perfil opuesto que el director les imprime -uno más decidido y audaz (Assange) y el otro más prudente (Berg)- aparece el conflicto entre ellos. Se trata de si revelar cierta información puede poner en peligro la vida de terceros, en oposición al concepto de seguridad nacional, de verdad, de libertad y de justicia. Con un montaje y una producción impecables, actuaciones verosímiles y un ritmo intenso que a veces conspira contra el suspenso, Condon toma la decisión acertada y deja que el espectador decida sobre la magnitud y alcance de WikiLeaks.
La continuación de “Los juegos del hambre” acentúa la línea argumental de la exitosa parte anterior. Con el eje puesto en temas inevitables en cualquier fábula de aventuras, como el romance, la traición, el coraje o la solidaridad, en este segundo filme se habla de una revolución en estado embrionario. Bajo el mando del nuevo director -Francis Lawrence reemplazó a Gary Ross- en esta segunda parte (ya se están filmando el final desdoblado en dos películas) todo es más grande, desde las tomas que magnifican la arquitectura monumental, hasta los peligros. Y esta vez, además de la saña de sus contrincantes, los participantes tienen que lidiar con ataques de miles de pájaros, rayos, niebla venenosa, cientos de monos asesinos y avalanchas de agua. A esas dificultades se suma que sólo participarán veteranos. Así lo decidió el gobierno del Capitolio: cambiar las reglas con la finalidad de eliminar a Katniss cuando ella se transforma en una esperanza para los oprimidos ciudadanos y, por lo tanto, en un peligro para la poder. Casi una fórmula y nada que no se haya abordado en innumerables guiones, desde el cómic a la tragedia. Sin embargo, el director acertó al darle a esta distopía una magnífica puesta en escena y un clima en el que se advierten desde las señas de George Orwell hasta el “Brazil” de Terry Gillian, aunque, en este caso, desprovisto de su ironía.
“La historia estaba cambiando muy rápido y yo no sabía de qué lado estaba”. Eso reflexiona Cecil, el protagonista de “El mayordomo”, atrapado en medio de los disturbios raciales que sacudieron a los Estados Unidos de la posguerra. Se trata de una película ambiciosa con personajes complejos que cuenta la historia de ese país desde principios del siglo pasado hasta la asunción de Barack Obama, desde la perspectiva de la lucha por los derechos civiles. El director Lee Daniels, nominado al Oscar en 2010 por “Preciosa”, vuelve sobre el tema racial, esta vez a través de Cecil Gaines, inspirado en la vida de Eugene Allen, quien estuvo al servicio de siete presidentes, desde Dwight Eisenhower, en los 50, hasta Ronald Reagan, en los 80. Los personajes deben mostrar en dos horas de qué manera aquellos cambios los dejaban en medio de un mundo desconocido. Uno de los lados está representado por Cecil, que aprendió a pesar de su infancia desgraciada a ser leal, silencioso, eficiente y casi invisible como una forma de ascender de la brutalidad de una plantación a los mullidos salones de la Casa Blanca. Y el otro por su hijo, un universitario radicalizado, que coquetea con los Panteras Negras, y quiere hacer valer sus derechos como ciudadano. Una palabra que, según su madre, sólo puede causar risa en la boca de un negro.
Por el aire y a lo loco "Las brujas" es como un ejercicio previo a una de las buenas películas de Alex de la Iglesia, con el humor negrísimo que practica el director y que encontró su madurez en "Balada triste de trompeta". El último filme del director español luce como si el dúo creativo que De la Iglesia forma con el guionista Jorge Guerricaechevarría, que tuvo un prolífico desempeño desde el principio en "Mirindas asesinas", se divirtiera mucho. Eso queda claro en esta tormenta de ideas que es "Las brujas". Allí hay de todo: en los créditos iniciales aparecen desde grabados de Gustave Doré que evocan la brujería, pasando por fotos de divas intrigantes como Marlene Dietrich y Greta Garbo, hasta la primera ministra alemana Angela Merkel, como si se tratase de una larga dinastía brujesca que atraviesa los siglos. Luego se cuenta la historia de dos desocupados que buscan mejorar su vida. Para eso roban una joyería disfrazados de estatuas vivientes, serán perseguidos por la ex mujer de uno de ellos, para terminar en Zugarramurdi, escenario de procesos de la Inquisición en la Edad Media, donde caerán en poder de brujas antropofágicas. En las primera mitad se impone el puro estilo desaforado de De la Iglesia: discursos apocalípticos conviven con asesinos disfrazados de Bob Esponja y un Cristo con ametralladora. Al promediar el filme, cuando se enfrentan con las brujas, el tono cambia y se impregna de suspenso y gore en desmedro del humor y a favor de una arenga feminista apocalíptica.
Carrie, noche de furia Las remakes no siempre están en desventaja con respecto a las películas originales. Dos casos fueron “El cartero llama dos veces” o “Drácula de Bram Stoker”. Ambas fueron íconos en su género, como “Carrie”, pero encontraron una dirección original y unos intérpretes que rompieron los moldes. “Carrie”, una película con la cual Brian de Palma dejó una marca en el cine de los 70, tuvo ahora su oportunidad. Aquél filme dejó una imagen imborrable: cualquiera sabe que esa chica bañada con sangre, con la mirada fuera de plano, expresión de desamparo y perplejidad, y tomada en contrapicado es Sissy Spacek, y que después viene lo mejor. Ahora la directora Kimberly Peirce retomó ese cuento de hadas de horror escrito por el prolífico maestro contemporáneo del género, Stephen King. Después de casi 40 años del éxito de De Palma, Peirce eligió el camino de la fidelidad. La directora, que tiene en su haber “Los chicos no lloran”, donde dio un salto cualitativo en el abordaje de los conflictos adolescentes, esta vez no toma riesgos y reproduce a grandes rasgos el filme de De Palma. Sí se destacan en sus roles la siempre efectiva Julianne Moore como la insoportable y fanática religiosa madre de Carrie, en tanto que Chloë Grace Moretz acentúa la vulnerabilidad de una chica víctima del acoso escolar que hoy se visibilizó con el nombre de Bullying, y que potenciaron las redes sociales y la tecnología. El detalle que acentúa nuevamente el filme es que las acciones tienen consecuencias. Si no, que lo digan los compañeros de Carrie.
Las princesas de cotillón “Creo que Nicole sólo quería pertenecer, tener el tipo de vida que todo el mundo quiere”. Así justifica uno de los personajes de “Adoro la fama” los robos en casas de celebridades en los que se embarcaron un grupo de adolescentes en Beverly Hills. El hecho ocurrió en la realidad y las víctimas fueron Paris Hilton, Orlando Bloom y Lindsay Lohan, entre muchos otros. Sofia Coppola encontró atractiva esa historia que la toca de cerca por ser justamente una de las hijas ricas y famosas de la industria. La heredera de Francis Ford echa una mirada desapasionada sobre esas cuatro chicas y un muchacho que son incapaces de distinguir ningún límite. Coppola vuelve así al contexto de fama, dinero e indolencia que ya había abordado en “María Antonieta” y “En un rincón del corazón”, y, como en el filme sobre la última reina de Francia, ahora parece trasladar la corte de Versalles a Los Angeles. Las adolescentes -algo patéticas sobre sus Manolos y sus carteras Chanel robadas- se mueven con impunidad y no conocen ninguna responsabilidad. Tienen casi todo, pero quieren acceder al mundo de los muy-muy ricos, deslumbradas por esos flashes que, en algunos casos, iluminan la nada.