Amigos para siempre En la más sólida y a la vez comercial película de Cesc Gay, nos acercaremos a un universo en el que la amistad entre dos hombres, y la amistad de uno de estos con un perro, entrañable, inolvidable, serán tan sólo los disparadores para hablar de la vida y la muerte sin eufemismos ni lugares comunes. "Truman" (Argentina/España, 2015) es el recorrido que dos amigos deben realizar antes que uno de estos parta hacia un lugar del que nunca volverá. Pero antes, y justamente en esos días de reencuentro, de alcohol, de marihuana, de música, de reflexión, la posibilidad de un último acercamiento abrirá un duelo actoral entre los protagonistas excluyentes del filme, Ricardo Darín y Javier Cámara, como nunca antes el cine de estas latitudes ha posibilitado. Con la clara referencia de protagonistas "gruñones", que en muchas oportunidades generan más rechazo que acercamiento, Gay, elabora un complejo entramado de relaciones, nuevas y viejas, que servirán para contextualizar a los amigos y también darles un marco de referencia y acción en el que no sólo se sentiran cómodos, sino que también abrirán el juego hacia otros lugares, impensados, de reflexión. Julián (Darín) se está muriendo, y Tomás (Cámara) lo sabe, pero no quiere ponerse como víctima, al contrario, quiere seguir su vida sin siquiera esquivar las miradas compasivas que recibe de su grupo. "Truman" es una película honesta, que parte de la excusa de ubicar a un perro (que da nombre al filme) para construir una historia madura, que bucea en momentos dificiles para emerger con una épica historia de amistad, en la que tanto Julián como Tomás, aceptarán las decisiones del otro sin siquiera poder animarse a criticarlas o a padecerlas. La incorporación de Paula (Dolores Fonzi), como una prima que estuvo atenta al largo proceso de enfermedad de Julián, y que ahora acompaña a Tomás en el dificil y duro enfrentamiento sobre una realidad que no se puede cambiar. PUNTAJE: 8/10
Hay oportunidades en las que es bueno saber parar con la demagogia para evitar seguir ensalzando propuestas atribuladas sin corazón que sólo buscan el impacto visual para así justificar su razón de ser. Tambièn hay que saber advertir cuando un realizador, como en este caso, Michel Gondry, está presentando un producto menor, que termina por refritar muchas de las ideas que hace tiempo tiene sobre aquello que considera cine, y que tal vez otrora, pudiese impresionar o sorprender a los espectadores y la cinefilia. Dueño de una filmografía particular, en donde el surrealismo y hasta cierto realismo mágico han dictaminado los vectores narrativos de sus películas, en “La espuma de los días” (Francia/Bélgica, 2013), la adaptación que hizo de la novela de Boris Vian, la propuesta termina fagocitando las buenas intenciones con las que inició el relato y termina por plasmar ciertas ideas del cuento pero transformando su transposición en un lienzo kitch sin sentido. Si quizás el barroco escenario que armó para los protagonistas Chloe (Audrey Tatou) y Colin (Romain Duris), dos enamorados trágicos, que sienten su pasión con alegría, pero también con mucho dolor, hubiese quedado más en un segundo plano, quizás el resultado hubiese sido otro. Pero no, en “La espuma de los días” el cómo supera a el qué, por lo que se termina por una vez más perdiendo una estructura narrativa principal, y bien sabemos que Gondry no es Terry Gilliam, por lo que su vuelo visual nunca puede terminar por generar más interés que la totalidad del filme. Gondry, una vez más, cree que puede seguir apostando más a la forma que al contenido y así es como termina por resentir la propuesta sin ninguna justificación acerca de la utilización de determinados elementos que no tienen razón de ser en el filme. Tatou y Duris hacen lo que pueden con el material que el director les acerca, y aceptan jugar en cada uno de los artificios que éste creó para la historia. Si en “L'écume des jours” Vian analizaba, con buen tino, la historia de amor desesperada entre los protagonistas, quienes deben de alguna manera poder superar la enfermedad de ella (una flor le está creciendo en los pulmones) a fuerza del empeño por el para progresar y superar los obstáculos que le aparecen, Gondry hiperboliza esto y termina por ridiculizar el verosímil que Vian había podido construir a lo largo de las páginas de la novela. Mientras la enfermedad avanza, “La espuma de los días” busca hacerlo también con el universo que se va conformando alrededor de ellos, un espacio en el que se comienza a cerrar sobre sus pasos y en el que ni siquiera la música (Colin es amante del jazz) liberará de sus cadenas a cada uno de los amantes en desgracia. Fallida transposición en la que el director se coloca por encima de la historia y de sus protagonistas, es hora que alguien pueda acercarse a Gondry, pedirle más contenido y exigirle, de una vez por todas, que deje de envolver sus productos con un envoltorio ambicioso y que en el fondo termina en el piso luego de abrir el paquete.
¿Qué es el cielo para un profesional? ¿El poder alcanzar las metas establecidas y mantenerse en lo más alto de la actividad? o ¿el sumar a su carrera la posibilidad de un crecimiento sostenido que además se corresponda con una vida social y amorosa respetable? Para Mia Hansen-Løve todas las respuestas confluirán en “Edén” (Francia, 2015), su tercer largometraje, en el que el mundo de la música será tan sólo la excusa para poder hablar de una generación, y, principalmente, ver como ésta aprovechó el boom de la movida electrónica en Francia para poder construir una carrera que nada tenía que ver con las rutinas tradicionales de trabajo. Hansen-Løve intenta, y lo logra, abarcar más de una década musical para concentrarse en los pormenores y problemas de jóvenes que pudieron aprovechar al máximo el crecimiento de la industria al compás de una bonanza económica, hasta, claro está, que la inevitable exposición a drogas duras y al descubrimiento de un vacío existencial sólo profundizó aún más las crisis y miedos personales que ya nada tenían que ver con la exagerada y barroca puesta con la que se enfrentaban a diario. “Edén” se enfoca en Paul (Félix de Givry) un joven que desea triunfar con un dúo haciendo mezclas y que encuentra en la música “garage” la posibilidad de acercarse al éxito rápidamente. Pero mientras avanza en su carrera, y se reparte entre la noche y la vida a contracorriente de los demás, conoce a Louise (Pauline Etienne en un papel contemporáneo, completamente diferente al que nos ofreció recientemente en “La Religiosa”) una joven impulsiva por la que dejará a sus conquistas anteriores de lado y por las que deberá ceder ante algunos reclamos que le haga. Con el grupo de amigos bohemios que posee se repartirá entre fiestas, salidas y la exposición, que están a la hora del día, sabiendo muy a su pesar, que las consecuencias a este estilo de vida algún día le harán dar cuenta de todo lo que no logró en su momento y por lo que cedió a la tentación. Pero a Paul no le interesa pensar en eso ahora, y a medida que en su carrera de DJ logra sumar cada vez más éxitos, pero a nivel personal, el desorden va ganando y avanzando sin siquiera poder advertir el deterioro que casi una década lo va marcando a fuego. Dependiendo en algunos momentos económicamente de su madre, quien le reclama constantemente la falta de compromiso y de asumir responsabilidades “adultas”, Paul seguirá adelante con su proyecto a pesar que en el camino comience a perder personas, oportunidades y, principalmente, a él mismo en un laberinto en el que la música será su peor enemigo. Hansen-Løve reconstruye musicalmente un período clave en la historia de la música, dividiendo a su filme en dos capítulos que intentan abarcar lo inabarcable de la existencia de seres que proyectan sus sueños hacia el espacio fanatizados por una cultura que les pertenece porque ellos mismos la forjaron. La melancolía que se desprende en cada una de las escenas, potenciadas por la división en capítulos (2) que la directora utiliza a manera de separación entre los momentos de la vida de Paul, una montaña rusa de emociones en la que la música será el acompañante ideal para poder sobrevivir al desgaste y al deterioro físico y mental que lo atosiga y que le imposibilita ver con claridad el embrollo en el que se encuentra metido.
¿Cuántas veces nos detenemos en observar al otro para poder comprender lo que realmente le pasa? ¿Cómo se puede suplir la inexperiencia en alguna actividad desde el acompañamiento hacia un buen puerto para lograr construir un relato enigmático sobre la identidad? El realizador Santiago Loza, una vez más, bucea en el interior de un grupo de personajes, que en esta oportunidad, en “Si me pierdo, no es grave” (Argentina/Francia, 2014), son desconocidos para él, y parte de la idea de invitarnos a sumergirnos en una experiencia fílmica desprendida de un Taller que hace algunos años tuvo en la ciudad de Tolouse. Junto con Eduardo Crespo (su cámara de siempre), el trabajo de Loza se detendrá en la inexplicable tarea de poder encaminar hacia el mundo del séptimo arte a un grupo de actores no profesionales, que con una experiencia nula en cine y TV, aún se resisten a la cámara, para encontrar juntos la expresividad de la materia fílmica en ellos y poder plasmar sus ideas e inquietudes. La película a medida que avanza va tramando pequeñas suposiciones a partir de la exposición a la cámara de estos actores, y muchas de las experiencias que se muestran denotan un trabajo previo en la observación de Loza sobre ellos. Nada es ingenuo ni colocado arbitrariamente. Pero aún a pesar del sesgo, y de una mirada “extranjera”, claramente, el director evita todo el tiempo la cristalización de una composición que caiga en el cliché del lugar común, por lo que el resultado que se va tramando es tan interesante, hipnótico y sugerente como perturbador. La mirada a cámara desnuda primero los miedos de los protagonistas, quienes se liberan en un juego tan siniestro como demonizador, el de permitir que el otro me defina sin un conocimiento previo de mí y ahí está Loza para reflejarlo. Luego la apuesta avanza a narrar a esos mismos personajes interactuando entre sí y en la ciudad, un lugar que los contiene, pero que también, en algunos casos, los expulsa hacia zonas inimaginadas de la actuación y la narración. Nunca sabemos cuál es el límite de la ficción y cuál el del registro documental, porque justamente su cine nos ha acostumbrado la mirada hacia una indefinición que posibilita la confusión a favor de sus historias y que impide juzgar sin antes sopesar correctamente, lo que se muestra en la pantalla. “Si me pierdo, no es grave” habla de cómo un grupo de personas se expone a un juego en el que ni aún el propio Loza puede saber cuál será el resultado final, y convierte lo vívido de un taller en una propuesta cinematográfica única. En esa zona “difusa”, en la que nada está claro para nadie, y en la que claramente no se logra volcar el filme hacia una categoría que la pueda nombrar, es en donde el mérito de la película no necesita ya una respuesta sino la búsqueda de más respuestas hacia los interrogantes que desde un principio se plantearon.
El miedo de ser abuelo de alguien.... NORMAL Bienvenida esta secuela, que puede despegar de su predecesora y generar un discurso novedoso inspirado en los temores y miedos más frecuentes acerca de la paternidad/maternidad y sus derivados. Claramente "Hotel Transylvania 2" (USA, 2015), de Genndy Tartakovsky, puede lograr esto por la capacidad del equipo de guionistas (Robert Smigel y Adam Sandler) que supo potenciar los conflictos de estos monstruos y su relación con los humanos desde otra perspectiva, favoreciendo una narración fluída con una estructura clásica. Y claramente con Sandler y Samberg encabezando la historia, el resultado no puede ser otro más que una delirante sucesión de confusiones y gags, que enfocados en el desesperado intento de Drácula (Sandler) por lograr que su nieto sea tal como el espera, o mejor dicho, como el resto de los monstruos desean que sea. "Hotel Transylvania 2" juega con los miedos de una familia que intentará ver si el niño en cuestión es o no un digno heredero del linaje monstruoso al que pertenece, pero también posibilita el disfrute desde un lugar relajado en el que el humor es tan sólo la puerta hacia un espacio de reflexión sobre la paternidad y cómo, al final, termina hablando de los "monstruos" en los que a veces se terminan convirtiendo muchos con el objetivo de pensar algo sobre ellos mismos desde otro lugar. La repetición de los entrañables personajes, y la lograda animación digital, se suman a un elenco de voces (en el original) que impregnan cada escena con alegría y profesionalismo y que hacen de "Hotel Transylvania 2" una propuesta querible y entrañable . De antología el duelo Sandler vs Mel Brooks llegando casi al final. PUNTAJE: 8-10
De segundas oportunidades Cuando ya habíamos creído ver a Robert De Niro en todos los papeles que uno siquiera podría dimensionar, la astuta Nancy Meyers le da la posibilidad de crear un personaje entrañable en Pasante de moda (The Intern, 2015), un dramedy en el que el veterano actor se las ingeniará para quitarle el protagónico a la anodina Anne Hathaway, quien regresa a la comedia luego de algunos traspiés en otros géneros, haciendo de un pasante septuagenario. La historia de Pasante de moda se centra en el conflicto clásico de lucha de poder entre opuestos y se inicia cuando el jubilado Ben Withaker (Robert De Niro,De Niro), un viudo que ya no sabe qué hacer con su tiempo y su vida, decide aceptar la propuesta de una empresa de venta de indumentaria por internet que solicita la asistencia de personas de la tercera edad para diferentes puestos. “About the fit” es una de las empresas más innovadoras de la web que basa el secreto de su éxito en Jules Ostin (Hathaway), su CEO, una joven emprendedora que supo en tan sólo nueve meses lograr las metas de mercadeo esperadas para un lazo de cinco años. Pero detrás de la coraza que Jules posee, la que muestra al mundo como una obsesión hacia el trabajo, poco a poco comienza a resquebrajarse, al darse cuenta que comienza a hacer agua en algunos puntos en los que antes era invencible, principalmente los relacionados con su vida personal. Alentada por Cameron (Andrew Rannells), quien además fue el gestor del proyecto de incorporar a personas mayores a la empresa, Jules acepta a regañadientes la ayuda de Ben, quien será designado como su asistente, pese a que ella siempre controla absolutamente todo en la empresa y cree poder con todo. Pero más allá de los primeros encontronazos entre ellos, cuando Ben comience a relacionarse con cada empleado en “About the fit”, Jules verá cómo en la confianza que debe germinar en los demás se consolidará su figura de exitosa empresaria y de, en un segundo plano, su semblante como ama de casa y madre, a pesar de dedicar muy poco tiempo a esto. Porque justamente con sus consejos, el experimentado Ben comenzará a inmiscuirse en su vida personal, cosa inaceptable para Jules, ya que nunca se abrió completamente con nadie y mucho menos querrá hacerlo con este empleado temporal que de un día para otro le viene a dar indicaciones sobre cómo manejarse en su matrimonio. Pasante de moda posee una narración clásica, que potencia cada gag y punchline que el guión de Meyers brinda para los personajes, pero también, como en sus anteriores films, mezcla géneros sumando risas a la vez que lágrimas. Es que la directora no sólo querrá contarnos este cuento en el que las segundas oportunidades son el plato fuerte a través de sonrisas, al contrario, dedicará a lo largo de las dos horas de duración las dosis necesarias para poder construir un relato que genere varias sensaciones mientras avanza en la acción y también una fuerte adherencia hacia los personajes. Como toda fábula, hay moralejas, pero también hay un sabor agridulce que la acerca a la realidad con la que diariamente sus personajes profundizan sus miserias y gozos, porque justamente Pasante de moda es un film que se apoya en la solidez de las actuaciones de los protagonistas, pero también en una serie de personajes secundarios (interpretados por Adam DeVine, Reid Scott, Zack Pearlman, y una recuperada para el cine Rene Russo) que ofrecerán el contexto necesario para hacer más verosímil esta historia de triunfadores que deben aceptar ayuda, al menos por un tiempo, para poder seguir adelante en la vida y ser exitosos.
Buscando interpelar al espectador con el quiebre constante de lo esperado en cuanto a materia de diálogos y referencias, “Noche de Perros” (Argentina, 2014) lamentablemente no puede superar los lugares comunes de películas que a partir de una anécdota construyen una historia y que toman a un grupo de amigos como disparador de situaciones “graciosas” que no generan ni risa ni empatía. Nacho Sesma, su director, busca desde la historia de Enzo (Facundo Cardosi) y Ricardo (Nicolás Goldschmidt) que deciden perderse durante una noche en el alcohol para superar cada uno sus problemas (laborales uno y amorosos otro) pero que terminan encontrándose con una serie de obstáculos que cambiarán sus planes. Desde el arranque, el planteo desde la narración en off nos indica que asistiremos a una serie de eventos desafortunados, y con los dos protagonistas corriendo desesperadamente por la calle huyendo de algo o alguien sabemos que asistiremos a una cinta dinámica con la adrenalina a flor de piel. Pero no, Sesma salta de esa situación para volver a través del racconto a cómo todo se inició, con un llamado de Enzo a Ricardo invitándolo a tomar unas copas y desde allí el ritmo acelerado del comienzo se aletarga hasta caer en el tedio visual. Ricardo acepta la propuesta de salida, luego de discutir con su padre, quien además es su jefe, porque siente que quizás de esa manera pueda cambiar el rumbo que su noche estaba tomando, sin saber que junto a Enzo tal vez todo se le complique aún más. “Noche de perros” propone un juego en el que los amigos irán deambulando por situaciones inesperadas, o claramente imaginadas por el espectador, en las que deberán sortear con habilidad las trabas que se irán presentando. Así, desde utilizar un auto “prestado”, codearse con un policía corrupto, recuperar el perro de un mafioso y lidiar con una despechada mujer, serán tan sólo el aperitivo para que la noche culmine de la manera que se anuncia desde el título. Pero como pasó el año pasado con la producción “Delirium” (Argentina, 2014), la propuesta se termina pareciendo mucho más a un filme amateur fillmado entre amigos que a un largometraje de verdad con las intenciones de trascender su idea. Los actores hacen lo que pueden con los guiones, que desbordan frases hechas y un lenguaje extremadamente informal, y desde la dirección no se apuesta a un juego que permita, al menos, apreciar algo diferente de las miles de películas de este tipo. “Noche de Perros” parte de una idea, que seguramente en su gestación tenía buenas intenciones, pero que lamentablemente con el devenir de la acción y las situaciones termina en un producto fallido, trillado y aburrido que no termina de cuajar por ningún lado, porque termina por tomar en serio algo que de manera desprejuiciada y menos formal podría haber funcionado.
Elogio a la estupidez humana El cine catástrofe y el cine que bucea en historias de superación humana sabe que con el correr del tiempo y los avances tecnológicos se pueden terminar por hacer películas que logren un verosimil tal que no haga falta acudir a buenas actuaciones o a un guión sólido. "Everest" (USA, 2015) de Baltasar Kormakur es el claro ejemplo de la idea anterior, potenciada por una serie de efectos visuales y sonoros que introducen en la escena a los espectadores sin poder lograr que en algún momento salgan de ella. Un elenco internacional, encabezado por Josh Brolin, Jake Gyllenhaal, Keira Knightley, Jason Clarke y Sam Worthington, entre otros, serán los encargados de encarnar a los personajes que Kormakur creo tomando la historia real de los 13 expedicionistas que quedaron varados durante días en diferentes partes del monte Everest. La película propone una división, en la que una primera etapa será para conocer las particularidades de cada uno de los protagonistas, exagerando las caracterísitcas (el bohemio, el superado, el competidor, el perdido, etc.) para luego enfatizar sobre estas en una segunda instancia en la la montaña avanzará sobre todos luego que una terrible tormenta se desate sobre todos. Kormakur aprovecha los recursos de la actualidad para situarnos en un espacio en el que los humanos serán tan solo una parte del relato para avanzar sobre la descripción de la inalcanzable meta (la cima) a partir del detalle de la nieve, las rocas y los peligrosos senderos improvisados por lo que deberán deambular para ascender y descender. Lugares comunes, muchos clichés, cierta misoginia (las mujeres son personajes unidimensionales y estáticos) narrativa, y la explotación de la lágrima para generar una empatía que se convierte en alejamiento, distancia y frialdad, tan sólo terminan por redondear casi dos horas de relato en la apelación de la lágrima fácil en el espectador que sólo llegará si se puede superar el tedio que por momentos las largas caminatas y los diálogos vacíos de sentido se presentan. Puntaje: 6/10
EXISTIR EN SUEÑOS Pocas veces llegan películas de Lituania a nuestras salas, por eso hay que celebrar que "Aurora" (Lituania, 2012) título local elegido para Vanishing Waves, se estrene comercialmente. Y la celebración no tiene que estar tanto en que finalmente un filme de Lituania reciba el mismo tratamiento comercial que un estreno de otras latitudes, sino que el festejo debe depositarse en la posibilidad de acercamiento a un filme dificil, ríspido, árido, que bucea en la cognición y la mente humana para construir uno de los relatos más apasionantes de los últimos tiempos. Cuando Lucas (Marius Jampolskis) acepta participar de un avanzado proceso de investigación neuronal, nada lo haría suponer que terminaría involucrado en un romance en un plano diferente al que está involucrado. Sabiendo el peligro que correría, igualmente decide continuar para saber qué es lo que realmente pasa con la extraña mujer que, en estado de coma, se contacta en escenas ominosas y sin sentido, para hablarle de algo que se viene manifestando en su interior. Y en el medio del largo proceso en el que se le revelarán sensaciones, imágenes, e impresiones, que comenzarán a alejarlo de la realidad, Lucas intentará encontrar alguna respuestas a las inquietudes que se le plantean. Kristina Buozyte dirige esta fábula surrealista en la que el mundo de los sueños es más importante que la vida real del protagonista y en la que una verdad superior dirigirá sus intenciones a pesar de los obstáculos que encuentre. Puntaje: 8/10
Cuestión de timming. En la distribución de las películas hay que estar siempre atentos al contexto para poder así potenciar, elevar o hundir (si no se tiene una buena referencia) una propuesta. "El gran secuestro de Mr. Heineken" (UK, Holanda, 2015), del realizador Daniel Alfredson (trilogía "Millenium"), llega a las salas luego de una espera interminable en la que, al no encontrar salas, potenció su salida ahora con los "secuestros" en cine y TV de moda por el clan Puccio. Si no es por esto que finalmente esta historia basada en un caso real, y que ya tuvo una versión cinematográfica en 2011, llega a los cines, no encuentro otra razón, ya que Alfredson, a pesar de haber logrado el reconocimiento mundial con la adaptación de la saga de Stieg Larsson y contar con un elenco encabezado por Anthony Hopkins (en su retorno a la pantalla) termina consolidando un producto menor que pierde varias veces el timón a lo largo de la narración y se etandariza. La historia de la película se enfoca en cómo un grupo de inexpertos, en medio de la crisis que durante los años ochenta golpeó a toda Europa, y en particular a Holanda, un plan tan siniestro como iluminador fue pergeñado para, posterior cobro del dinero del secuestro, cambiar el destino, negro por cierto, de los protagonistas. Así el trío, liderado por Willem (Sam Worthington) y secundado por Jan (Ryan Kwanten) y Sonja (Jemima West) deberán lidiar con su propia ignorancia para lograr que el plan de secuestrar al acaudalado magnate de la cerveza llegue a buen puerto. Y a pesar de lograr un acercamiento con el contexto de los hermanos Holleder (Worthington y West) y replicar la época con una estudiada y cuidada reconstrucción desde la producción, el filme va perdiendo fuerza a medida que el relato avanza. Si en otras películas enfocadas en secuestros, la tensión va superando la estaticidad del relato, acá Alfredson intenta, con música estridente, una edición vertiginosa por momentos, y con la propia dinámica de los malhechores, lograr un estado que nunca termina por cuajar entre el elenco y la narración. "El gran secuestro de Mr. Heineken" busca emular aquellos grandes filmes de suspenso inspirados en hechos reales, pero termina por quedarse en una mera enumeración cronológica sobre el caso que mantuvo en vilo a Holanda por los avatares de Heineken. Lo que sí hace Alfredson, y acá el punto es a favor para él, pero, principalmente para Hopkins, es el de evitar generar empatía con el famoso personaje, algo que divide el acercamiento del espectador con el personaje del secuestrado, ubicando la mirada sobre el mismo con cierto escepticismo y hasta generar las ganas de mantenerlo, junto a los secuestradores, en la prisión construida para el fin en un viejo galpón. El filme prefiere la identificación con los captores más que con la víctima. "El gran secuestro de Mr. Heineken" podría haber aprovechado mucho más la relación de Heineken con los victimarios, pero no, prefiere observar, de manera alejada, el desenlace de la historia enfatizando en cómo los vínculos de los secuestradores se comienzan a resentir con el correr de los días, y esto es lo que en síntesis termina por producir un producto básico, que habla de una cronología histórica y una fidelidad a los hechos que sólo resienten el despliegue narrativo del inicio y que no hace trascender a la película en ningún otro plano.