La comedia es difícil. ¿Por qué empezar esta review con una frase tan obvia? Pues al hacer la alquimia de tragedia + tiempo, si se te va la mano con el tiempo, se puede terminar en una comedia que atrasa, tratando de trágico algo que tenía sentido que lo fuera en el pasado, y no necesariamente en la actualidad. No me las Toquen es, tristemente, uno de esos casos. Guardabosques Tres chicas, que llevan una amistad que data del colegio primario, están por tener su baile de graduación. El deseo de ellas es perder la virginidad durante dicho evento. Una con su novio, otra con un chico que tiene en mente y una tercera no muy convencida que consigue a alguien para la ocasión. La trama se complicará cuando sus padres descubran el plan de las chicas y harán hasta lo imposible para seguirlas y evitar que dicho hecho se consume. La película hace un esfuerzo denodado para explicar el estado de las relaciones que tienen las muchachas con sus padres, con cuestiones que van desde la sobreprotección hasta la ausencia, denotando la falla de carácter en estos de ver que algún día los hijos dejarán el nido y serán adultos como ellos. Si bien esto es expresado con propiedad y nace de las mejores intenciones, lamentablemente los resultados no son graciosos. En absoluto. Perder la virginidad (o como lo ven los personajes, la inocencia) era un factor “de riesgo” hace 20 años por lo menos. En la actualidad, con educación de por medio, podemos llegar a confiar un poco más en los hijos en comparación a otras épocas. Sin ir más lejos, la película es consciente de lo retrógrada que es la preocupación de sus personajes, y es manifestada por algunas contrapartes. No obstante, incluso esta “apertura de mente” no llega a producir risas, y uno sabe que la película llegó al fondo del barril cuando tienen que recurrir a situaciones tales como tomar cerveza a través de, digamos, un lugar donde la espalda pierde su nombre. En materia actoral, Ike Barinholtz es el único que consigue aportar exitosamente una cuota de humor con las exageraciones de su personaje. Tristemente no podemos decir lo mismo de John Cena yLeslie Mann, quienes a pesar de sus mejores esfuerzos no consiguen que apreciemos, ya sea por gracia o ternura, las preocupaciones y obsesiones de estos personajes. En materia técnica no hay mucho que decir, un tratamiento estándar que se limita a apoyar lo interpretativo. Conclusión No me las Toquen es una propuesta que puede parecer entretenida y a la cual no hay que exigirle mucho. Pero queda en solo una promesa, porque si bien hay quienes se identificarán con la travesía de estos padres (y de sus hijos) se queda apenas en ese punto de partida y no lo lleva más lejos.
Podríamos decir que 14 años es demasiado tiempo de espera para una secuela. Si contar una nueva historia con los mismos personajes, que retenga o supere la calidad de la anterior, ya es suficiente desafío, es todo un problema sumarle la cuestión del paso del tiempo y que tenga sentido que esta nueva historia pase ahora y no antes. No obstante, en el caso que nos compete esto se trata de animación. Como los diseños no envejecen, esos 14 años se pueden volver 14 minutos sin que haya cambiado nada. Sea de un lado o de otro, Los Increíbles 2 llega finalmente a las salas, nuevamente bajo la dirección de Brad Bird Igualdad Superheróica La película empieza directamente donde terminó la anterior, con la familia Parr consolidada como toda una agrupación superheroica y haciéndole frente a un supervillano. Cuando este huye y la ciudad queda destrozada, el gobierno no solo se convence de que los superhéroes se deben mantener ilegales: también queda suspendido el programa federal que protegía sus identidades y les daba un techo. La familia parece que se las ve negras. Hasta que un multimillonario, llamado Winston Deavor, les ofrece la oportunidad de monitorear sus actividades justicieras para poderlas difundir al público y devolver los superhéroes a la legalidad. Quiere comenzar el experimento con Elastigirl por ser menos propensa a la destrucción pública que Mr. Increíble. Las cosas se complicarán, por un lado, con la aparición de un siniestro personaje llamado Screenslaver, que puede hipnotizar a quien sea para hacer cumplir su voluntad; y por otro, con Mr. Increíble descubriendo que la vida de un padre que se queda en casa cuidando a los chicos no es tan fácil como parece. El guion de Los Increíbles 2 es uno prolijamente estructurado, y como es de esperar de un producto Pixar, con una considerable cuota de inteligencia. Aunque no descuida la dinámica con su antagonista y hay escenas de acción bien ejecutadas a mansalva, la película pone más el acento en el tema del trato igualitario entre hombres y mujeres. La carne del relato es cómo afecta a Mr. Increíble ser quien se queda en casa mientras su señora es la que sale a tener aventuras. Es cómo él lidia con los problemas para aprender matemáticas de Dash, las dificultades adolescentes de Violet con un chico al que le borraron todo recuerdo de ella, y los nuevos poderes del bebé Jack-Jack, siendo estos últimos la fuente de no pocos momentos de comedia. Si bien darle la misma profundidad a cada línea narrativa es una de las virtudes que tiene la película, trae consigo la desventaja de que los 118 minutos que dura se sientan un poco, particularmente en la segunda mitad de la historia. Por el costado técnico la calidad de animación es notable e incluso más fotorrealista que la original, y no solo para las escenas de acción: también para las que no lo son tanto. La música de Michael Giacchino sostiene lo logrado por la original, subrayando dignamente las escenas. Conclusión A pesar de que su segunda mitad pueda ser un poco más densa, Los Increíbles 2 es una secuela tan adecuada como entretenida. Una narración a la altura del estándar de calidad que ha sabido construir Pixar, pero lejos de sus títulos más memorables.
Las películas que transcurren en una sola locación tienen la desafiante tarea de sostener una historia, casi siempre, a través del dialogo. La premisa y el conflicto deben ser cuidadosamente desarrollados para hacer el prospecto de, lisa y llanamente, dos personas hablando a los ojos de un posible espectador. Este es el desafío al que se enfrenta Los Oportunistas. Historias de Café En un bar llamado The Place, hay un hombre que tiene la extraña habilidad de conceder los favores más imposibles. Todo lo que él pide a cambio es que la otra persona realice una tarea específica, habitualmente de dudosa moralidad. Con este punto de partida veremos a diversos personajes debatir el antes y el después de sus acciones con este hombre, planteándose si vale la pena cruzar ciertas líneas para conseguir lo que uno quiere. Los Oportunistas es una película sostenida exclusivamente por el dialogo, por observar las limitaciones morales (o la falta de ellas) de una serie de personajes de lo más variopinto, y por la curiosidad de saber cuáles historias se conectarán con otras. Los personajes atraviesan un cambio emocional. Aunque es apreciable, no logra conmover o siquiera entusiasmar por su destino. Algunas de las historias plantean una evolución interesante, pero otras dan vuelta una y otra vez sobre el mismo tema, lo que sumado a cierto desorden narrativo contribuyen a que el recorrido final del film, como un todo, se vuelva tedioso, a tal extremo que uno está más interesado en ver las acciones en que deben incurrir estos personajes para obtener lo que quieren, que en su explicación posterior. En materia técnica tenemos un gran uso del color. Hay un notable esfuerzo en el trabajo de cámara para dar más atractivo a una puesta en escena que, cómo se dijo más arriba, es puramente dos personas hablando: primeros planos, cortar de un perfil a otro perfil para dar idea de confrontación, movimientos de cámara sutiles para sumar una cuota de dinamismo, etc. Todos esfuerzos nobles pero fútiles, ya que es aquí donde se nota que la estática puesta no puede ser sostenida por 105 minutos. En lo actoral es donde tenemos probablemente el punto más sólido. El ensamble actoral que compone la película se ve completamente entregado a estos personajes. Se puede ver en sus expresiones la duda, el miedo y, no pocas veces, la determinación de seguir o romper su propio código moral. Del protagonista, Valerio Mastandrea, debe decirse que entrega una hábil interpretación. Una composición parca y serena de un personaje con varios matices de gris. Conclusión Aunque actoralmente sólida y con nobles esfuerzos en el apartado visual, Los Oportunistas no puede sostener su premisa más allá del simple establecimiento de un dilema moral. Dichos dilemas se pueden llegar a comprender, pero adquieren un flujo narrativo tedioso que no consiguen involucrar o conmover en el largo plazo.
La convivencia familiar es una cuestión que muchos enfrentamos cotidianamente. Pero el hecho de que uno de sus componentes no haya surgido del mismo seno biológico suma -al menos desde el punto de vista narrativo- un elemento dramático capaz de generar más tensión de lo usual. En este marco se inscribe Joel, la más reciente película de Carlos Sorín. Familia Elegida Después de años de burocracia y espera, Cecilia y Diego, una pareja de Tierra del Fuego que no puede tener hijos, son informados de un niño de 9 años llamado Joel que necesita una familia. A pesar de la complicada historia de vida que tiene el niño, aceptan el desafío de ser sus tutores provisionalmente. Las cosas se complicarán cuando Joel empiece las clases y la interacción con sus compañeros despierte preocupación en los otros padres de la comunidad. El guion de Joel es uno sólido por escapar al lugar común de demonizar al personaje titular, y no limitarse solamente a ser una historia sobre el amor incondicional como requisito fundamental de la paternidad. El tenso proceso de adaptarse padres e hijos adoptivos, los unos con los otros, es solo un punto de partida. La carne de esta historia no pasa tanto por cómo Cecilia y Diego aceptan (y enfrentan) el problemático pasado de Joel para poder conformar una dinámica familiar saludable, sino por cómo ellos lidian con ese pasado al salir al mundo: ante la mirada de los otros. Unos otros que no quieren hacerse cargo del problema y/o quieren apartarlo, ya sea por falta de recursos o de solidaridad. Es también necesario aclarar que la película le escapa al lugar común de retratar a esta fuerza opositora más allá de la caricatura de una muchedumbre iracunda. Una postura que puede no compartirse, pero si comprenderse. Con esto en mente, nos adentramos en un duelo constante: entre sinceridad e hipocresía, entre intereses personales y los intereses del niño, entre dar la imagen de padre y verdaderamente serlo. Un comportamiento que será crucial para Cecilia y Diego en cuanto al desarrollo del arco de sus personajes, y que como corresponde a las buenas historias, los pondrá en polos opuestos para sumar todavía más al drama. En materia visual, la puesta en escena que propone Sorín es una dinámica, con movimientos de cámara fluidos, pocos planos por escena y un montaje prolijo que no llama la atención sobre sí mismo. Es una propuesta visual que le da a la locación el protagonismo necesario, cuando muchos otros se excederían al punto de convertirlo en un anuncio turístico. Aquí hay sutileza y la elección de locación no podía ser más acertada, porque también podría decirse, a riesgo de sonar cursi, que esta es una historia sobre ofrecer calidez en respuesta a la frialdad. Por el costado actoral tenemos una gran labor interpretativa de Victoria Almeida, que responde con sensibilidad y valentía a cada desafío que el guion le arroja en su camino, conforme la historia descansa más y más sobre sus hombros. Diego Gentile tampoco se queda atrás como este padre con intenciones nobles que se ve superado cuando ese ideal se enfrenta a la realidad. Ese amor que se convierte en duda está presente en la sincera expresividad del actor. Respecto al niño protagonista, Joel Noguera, entrega una buena interpretación, con las palabras y gestos justos para que su personaje despierte el cariño y la preocupación necesarios de sus padres (y de los espectadores) Conclusión Joel es una mirada de gran solidez dramática sobre la paternidad adoptiva. Si a esto le sumamos notables labores interpretativas y una puesta en escena tan sutil como dinámca, nos encontramos ante una disfrutable propuesta del cine nacional.
Desde hace por lo menos diez años, el cine nacional se las ha ingeniado para superar increíbles obstáculos y ofrecer un nivel técnico e interpretativo de gran calidad. No obstante, todavía nos falta aprender la lección más grande: que todo esto es muy bonito, pero sin un buen texto escrito nada de eso valdrá la pena. El policial Román es un ejemplo contundente de lo lejos, muy lejos, que estamos de llegar a aquella meta. Serpico Fisicoculturista Román es un policía de calle sin aspiraciones de una jerarquía mayor y con un alto sentido de la justicia. Su vida es tranquila: se ejercita todos los días, pesca cuando posee tiempo libre y tiene una relación ocasional con la esposa del líder de un templo. Las cosas cambiarán cuando su amigo esté por perder su casa a manos de dicho líder, y su compañero esté involucrado en negocios turbios por orden del comisario. Los problemas de guión que aquejan a Román son varios: un conflicto dramático que arranca recién a la mitad, chato desarrollo de personajes, diálogos completamente carentes de subtexto al igual que excesivamente informativos y, desde luego, repetidas incoherencias. Es un cortometraje con escenas de relleno (casi siempre ilustrando la masa muscular del protagonista) para llegar a tener duración de largo, donde todas las estrategias del protagonista hacia el antagonista son endebles y viceversa, por lo que el conflicto está, pero con un manejo prácticamente nulo de la tensión. En el apartado interpretativo, aparecen verdaderos profesionales como Arnaldo André, Horacio Roca, Carlos Portaluppi y Nazareno Casero, que hacen lo que pueden con un material que no les da matices para trabajar, siendo Casero el que mejor parado sale de esta cuestión. El subtexto es una de las principales herramientas del actor para hacer bien su trabajo: los esfuerzos denodados del elenco por sacar adelante personajes que no lo tienen, terminan por exponer de forma contundente las falencias del guion. Sin embargo, sus labores resultan dignas si la comparamos con la del actor protagonista: a Gabriel Peralta se lo nota acartonado en sus movimientos, mientras que sus lineas de dialogo parecen recitadas de memoria, casi sin sentimiento. No hay físico, por bien trabajado que sea (y por énfasis que se le dé) que pueda tapar eso. El aspecto visual está bien, encabezado por un prolijo trabajo de fotografía, rico en sombras y contrastes, y una dirección artística donde destaca el balance entre la calidez y la frialdad. Pero cuando el guion y algunas actuaciones no funcionan, los más altos valores de producción no alcanzan para salvar las debilidades narrativas. Conclusión Cualquier virtud que pudiera tener Román es echada por tierra de la mano de un guion fallido y un protagonista al que no podemos creerle más allá de su físico. Ya sea como propuesta de género o denuncia sobre la corrupción que carcome a nuestra sociedad, la propuesta no llega a conmover y mucho menos entretener, todo por su falta de profundidad.
Mi Reino por un Riñón La vida de Antonio Decoud parece ser un paraíso. Tiene una familia que lo quiere, una casa idílica y un empleo como gerente de la cadena de producción de un frigorífico marplatense. Infortunadamente, uno de los riñones de Antonio está fallando y necesita buscar un donante cuanto antes. Superado por los manejos burocráticos del sistema de donación de órganos -que lo tiene muy abajo en la lista- decide buscar la solución por otros medios. Elías, un joven que vive en una casa tomada junto a su novia embarazada, Lucy, es ese donante. Lo que Elías pide a cambio por su riñón es una casa. Las cosas se van a empezar a complicar cuando el muchacho empiece a inmiscuirse en la vida de Antonio y altere los términos del trato según su conveniencia, algo que empujará a Antonio más y más al límite. El guion tiene un conflicto sostenido y personajes que son capaces de hacer lo que sea para conseguir su objetivo. Esto, que parece ser una obviedad, es destacable ya que está ausente en una considerable gran mayoría de las producciones nacionales. El arco del protagonista está bien trabajado. Tiene por principal temática el más visceral egoísmo: el del “sálvese quien pueda” sin importar a quien nos llevemos puesto. Antonio pasa de ser alguien que obra de modo legal y desinteresado, a hacerlo de forma ilegal y egoísta. La progresión de un punto a otro aumenta su velocidad conforme se le acaban las opciones, tanto al protagonista como a su antagonista. Respecto al tema de romper o no las reglas (que venían anunciando desde el trailer), la premisa de la película ilustra no tanto las recompensas que reciben los que no siguen las reglas, sino su falta de castigo. El castigo aquí es la falta de salud. Antonio, cumplidor siempre, es castigado con un riñón que falla y un sistema burocrático que no lo ayuda (o que sí puede, pero no lo tiene como prioridad). Elías, desconsiderado, conserva su salud sin importar qué. Una contra a destacar es cómo el bajo mundo se vuelve la única solución al problema de Antonio. Se entiende que habiendo decidido por un curso de acción así de cuestionable esta parezca ser la única opción; pero incluso en esas circunstancias, cualquier persona con sentido común ve el comportamiento de Elías y sabe que no tiene garantía de que vaya a seguir lo que prometió seguir. Sí, suma al conflicto y a la tensión general de la película, pero por otro lado, es algo más lógico para la segunda mitad del metraje o incluso el desenlace (donde tiene más sentido que la desesperación no te deje pensar). El vehiculizar en ello la acción entera del film lo hace un poquito difícil de creer. Si el protagonista iba a hacer esto por vías non sanctas y tan desesperadamente egoístas hacia el patrimonio familiar, ¿no era mejor buscar a alguien que garantice un órgano saludable? Otras contras que posee son, por un lado, que los intentos de humor no funcionan como se esperaba: vemos a lo que apuntan, pero no salen las risas. Por otro lado, Antonio, Elías y Lucy son los únicos personajes desarrollados. La familia de Antonio no recibe el mismo tratamiento, en particular su mujer. Están ahí para recibir sus diálogos o para que nos preocupemos por él; de ellos por sí mismos no hay mucho para destacar. En el costado técnico, la dirección de Armando Bo es de una tremenda riqueza. Estamos hablando de alguien con perfecto dominio de la puesta en escena. Que encuentra armonía entre el movimiento de la cámara y de los actores. Tan en cuenta tiene esta noción que no pocas escenas transcurren sin un solo corte. La escena introductoria es de un tremendo virtuosismo, recurriendo casi siempre a las imágenes más que a los diálogos para impulsar su narrativa. Animal comienza con movimientos fluidos para dar paso progresivamente a la cámara en mano, como reflejando el paso de la estabilidad a la inestabilidad en la vida de Antonio. También sus planos están cargados de simbolismo. Como una escena en particular donde Antonio está trabajando en el frigorífico, rodeado de gente (y de medias reses), y al recibir el llamado de su doctor lo atiende en un cuarto completamente vacío, es acá donde se pone feliz al ser informado que Elías y él son compatibles. Una soledad premonitoria del camino que le espera. También hay que señalar el notorio uso del contraste en cuanto a colores y texturas en la dirección de arte, en particular para establecer la diferencia entre el mundo “puro y limpio” del día a día de Antonio, y las sombras del bajo mundo al que tiene que reducirse para conseguir sus objetivos. Guillermo Francella nuevamente entrega una lograda labor interpretativa como este hombre obligado a romper las reglas. Federico Salles y Mercedes De Santis proveen dignos acompañamientos como sus antagonistas, pero más particularmente por proveer una veta de multidimensionalidad y emoción, independientemente de que tengan o no interacción con el personaje de Francella. Conclusión Si bien Animal tiene un conflicto sostenido y personajes dispuestos a todo como principales argumentos para evitar ser descartada de aburrida, sus baches narrativos la ponen en una cuerda demasiado floja. Si el espectador la sostiene o la suelta para que caiga al vacío, depende muchísimo de la exigencia que este tenga.
Desde la compra de Lucasfilm a manos de Disney, quedó claro que iba a haber Star Wars para rato. Rogue One demostró que eran posibles historias en una galaxia muy muy lejana que vayan más allá de la familia Skywalker. No obstante, al verla por primera vez no teníamos idea quién sobreviviría o no a la odisea; por precuela que fuera, la muerte podía llegarle a cualquiera. Ahora esta nueva era se enfrenta a un desafío no muy diferente al de las precuelas de fines de los 90 y principios de los 2000: ¿Cómo se establece la preocupación por el destino de un personaje que se sabe va a sobrevivir? Este es el desafío narrativo de Han Solo. ¿Qué nunca te digamos las probabilidades? Han Solo cuenta la historia del conocido personaje titular. Cuando la mujer que ama es capturada al escapar de Corellia, Han se muestra determinado a ser el mejor piloto de la galaxia para volver y rescatarla. Su odisea lo llevará a ser reclutado por el Imperio, para luego desertar y unirse a una pandilla de bandidos que tienen una deuda con un carismático y sanguinario mafioso. Una deuda que para ser saldada lo llevará por toda la galaxia, siendo perseguido por cazas imperiales y cazadores de recompensas, al mismo tiempo que encuentra aliados de lo más variopinto. Es una película que si bien goza de logradas secuencias de acción, el desarrollo de personajes es bastante estándar. Entendemos el cambio pero no lo sentimos. Hay algunos que alcanzan un dejo de queribilidad, como el piloto extraterrestre del equipo de forajidos al que se une Solo, y la robot que acompaña a Lando Calrissian, quien tiene una fuerte conciencia social que será objeto de no pocos análisis, para bien o para mal. Tenemos esa historia de amor con alguien previo a la Princesa Leia, que aporta el ingrediente emocional al flujo narrativo, pero es un recurso que no se animan a sostener por mucho y que de haber tenido mejor timing para utilizarlo los habría ayudado más. Este es un Han Solo que conocemos desde siempre, que no trae nada nuevo a la mesa. Hay historias que cuenta sobre su pasado, sobre su padre, que son mucho más interesantes que este relato básico. Atención: ello no es necesariamente malo, considerando que hay películas que ni se molestan en conseguir siquiera eso. Pero acá estaban en la obligación de hacernos preocupar por el futuro de un personaje que se sabía iba a sobrevivir su odisea. Nos gusta que Han Solo sea cool, seguro de sí mismo, que eso lo meta en problemas y lo ayude a sobrevivir. Pero se necesitaba que nos muestren algo del personaje que nunca habíamos visto antes. Sí, vamos a ver cómo logró el corredor Kessel en menos de 12 parsecs y cómo conoció a Chewbacca, pero más allá de eso, el que todo esto sea a manos de un Han Solo joven no suma mucho más a la cuestión. Lawrence Kasdan, guionista de la película, dijo una vez que ama los westerns porque cualquier historia puede ser contada en ellos, y considerando la notoria influencia que tiene el género en Star Wars aquí le dio rienda suelta. Es más, se puede decir que esta es la película de la franquicia donde más salta a la vista su deuda hacia el más norteamericano de los géneros. Lo vemos en una secuencia de un asalto al tren que es de manual, pero llevado al universo futurista. Lo vemos en la secuencia del Sabacc (juego de cartas en el que juega con Lando Calrissian) que parece sacado de un Saloon, incluso con el giro de “el as bajo la manga” típico de los juegos de carta en este género. Lo vemos en la esclavitud de los Wookies, reminiscente a la esclavitud de la Guerra Civil Norteamericana. Lo vemos en los duelos finales. Lo vemos. Por el lado de las actuaciones son todas muy logradas, en particular Alden Ehrenrich, del cual se hablaron muchas pestes, pero ante el resultado final debe decirse que hace un trabajo muy digno, lejos de cualquier imitación. Por el costado técnico tenemos un gran diseño de producción, una decente utilización de la música, y un prolijo montaje. Debe señalarse que durante muchos segmentos la fotografía abusa del contraluz, dejando no pocas veces a la película como demasiado oscura para su bien. Conclusión Cualquier historia de Star Wars invita a lo épico y a descubrir otro costado de personajes que conocemos desde siempre. Han Solo no ofrece ninguna de esas dos cosas. El que busque algo épico se va a sentir muy desilusionado, pero si se va con las expectativas bajas, buscando lisa y llanamente entretenimiento, puede que se le saque un mejor provecho.
En el año 2016, Deadpool (nuestra REVIEW, ACA) rompió todos los moldes imaginables. Demostró que una película de superhéroes se puede hacer con un presupuesto medio, y demostró que una película orientada a un público adulto (es decir con sangre, sexo, humor irreverente y palabras soeces) puede arrasar en la taquilla. Con estos logros una secuela era inevitable, y así llega a nuestras salas Deadpool 2. Hola!!! Me llamo Piscina de la Muerte Tras un incidente que lo deja devastado, Wade Wilson decide aceptar la propuesta de Coloso para unirse a los X-Men. Su primera tarea es la de frenar el sendero de destrucción de un joven llamado Nathan. Lo único que se le interpone es Cable, un mercenario viajero del tiempo dispuesto a todo para matar a dicho joven. Muchas propuestas que se prueban exitosas sienten la necesidad de adoptar en su secuela una actitud de “más es mejor”. Sin embargo, en este caso se inclinan hacia no arreglar lo que no está roto, por lo que un gran acierto de esta secuela fue el mantenerla como una historia personal. Se apuesta nuevamente a un arco emocional que el protagonista debe atravesar y no tanto a una historia arquetípica o rimbombante del héroe salvando al mundo. La diferencia en este caso radica en que el arco emocional de Deadpool 2, anteriormente anclado en el amor romántico, ahora lo está en el concepto de familia. Dentro del prolijo entramado argumental, el recorrido narrativo goza de sendos detalles que le complican la vida al protagonista más que arreglársela, ya sea a manos del antagonista de turno como a causa de su propia manera de ser. Las coreografías de acción son muy logradas y empatadas con la comedia, siendo esta la que no pocas veces se lleva el desempate. Respecto a la comedia y referencias a la cultura pop, vuelven a decir presente, al igual que esa autoconciencia que tan buenos resultados le trajo en el pasado. Por otro lado, es necesario señalar que incurre ocasionalmente en algunos excesos. Ryan Reynolds vuelve a brillar como el merc with a mouth: Impecable para los momentos cómicos, digno para los momentos dramáticos. Josh Brolin provee un acompañamiento más que digno como Cable. El aspecto técnico también sostiene las promesas de su antecesora, con un CGI que destaca como se espera en las escenas de acción, y aún más en las de comedia. No obstante, donde el apartado brilla más es a la hora de ilustrar los poderes de Domino, una joven que simplemente tiene “suerte” (o como lo define ella, altera las probabilidades en su favor) Conclusión Deadpool 2 sostiene lo logrado por la original. Aunque a veces peca mínimamente en exceso con su uso de la autoconciencia (algo que la original supo medir), no le quita mérito para ser reconocida como una película con dosis más que satisfactorias de comedia y acción. Si la eligen, no la van a pasar mal. Les insisto en que se queden durante los títulos finales, porque esta es una película donde la historia no termina con el fundido a negro y los créditos de los realizadores.
Las vacaciones son un pequeño periodo de tiempo alejados de todo, que si bien pueden estar destinadas al placer también pueden ser una prueba a los vínculos humanos (sobre todo los de la familia). Los que existen, los que se creían rotos y los que están por existir. Las Vegas toma esto como punta de flecha de su propuesta cómica. Familia para Armar Laura, de 36 años, y su hijo Pablo, de 18, van de vacaciones a Villa Gesell. El chico no está lo que se dice interesado en pasar tiempo con su madre, por lo que elige invertirlo en escuchar música e intentar un romance con la guardavidas local. No obstante, la verdadera complicación se le presentará a Laura cuando al departamento debajo del suyo llegue su ex marido, Martin, con su pareja actual. A nivel estructural Las Vegas acierta en todos los puntos de giro que uno podría esperar, mientras el desarrollo de personajes no podría estar más a la altura del desafío. Sin embargo, a pesar de que la materia prima para los enredos amorosos está a la orden del día, es inevitable notar que el timing cómico al que seguramente apuntaban se encuentra un poco a destiempo, contribuyendo a que genere leves risitas cuando deberían ser carcajadas. Esta falta de timing es lo que se interpone en lo que debería haber sido un impacto cómico más sonoro. En materia actoral destaca Pilar Gamboa, que le entrega un jovial histrionismo a su personaje: su interpretación es la principal razón por la cual seguimos el recorrido de la narración hasta el final. Bordea con mucha capacidad la caminata en la cuerda floja de su personaje; entre ser una mamá “con onda” y un adulto responsable. El costado técnico es bastante sobrio en cuanto a fotografía y montaje. No tiene otros miramientos que estar ahí al servicio de la labor interpretativa. Conclusión Como propuesta cómica, Las Vegas, en su flojeza de aciertos, consigue un resultado muy desigual. Afortunadamente tiene un apartado interpretativo sólido que le permite llegar a suficiente buen puerto.
Sin importar que se lo piense como un cineasta transgresor o uno sobrevalorado, Jean Luc Godard es uno de los cineastas más relevantes de la historia. Godard Mon Amour es la historia de una de estas transgresiones, planteando muchas preguntas sobre cuál es (o debería ser) el verdadero rol del cine. Jean Luc le fou Tras el rodaje de Le Chinoise, el cineasta Jean Luc Godard se casa con su actriz protagonista, Anne Wiazemsky, 17 años más joven que él. Ella ama su inteligencia e ingenio, él su juventud y la admiración que le tiene. Esta unión no pudo haber llegado en un momento más desafiante: el deseo de Godard de ser reconocido como un revolucionario más allá del cine. El que su película haya sido rechazada por la comunidad intelectual, y que justo se desate el Mayo Francés, no ayuda nada a la situación y menos que menos al futuro de su relación. Godard Mon Amour no es un romance ni pretende serlo. Si lo hay, no es otra cosa que una puerta de entrada, un marco de referencia sobre lo que realmente apunta a contar: un debate sobre el verdadero rol del cine. Pero no tanto el debate por todos conocido (entretenimiento o reflexión intelectual), sino el de su utilización como herramienta de manifestación política. El deseo de Godard de ser un revolucionario político es el que motoriza una gran parte de la película: veremos el repudio en respuesta como un provocador gratuito, como un frívolo, como un pretencioso. No obstante, Godard sigue adelante con esta determinación que paulatinamente lo aleja de todo: de sus amigos, de la comunidad cultural, de su público, de la mujer que ama. Las intensas peleas y el compromiso sostenido de Godard a no doblegarse es lo que le dan a la película su atractivo. También es necesario señalar las múltiples referencias a los recursos visuales de Godard a lo largo del film (en particular Vivre Sa Vie y El Desprecio, por mencionar algunas), y por otro lado, ciertos recursos utilizados de forma irónica. Por ejemplo, que los dos personajes estén íntegramente desnudos al discutir la utilidad o lo gratuito del desnudo en el cine. En materia actoral, Louis Garrel entrega una notable labor interpretativa como el legendario cineasta francés. Stacy Martin, lo acompaña poniendo el cuerpo con mucho sentimiento en más de una escena. En materia técnica, lo que es fotografía y montaje se mantiene bastante tradicional, pero es en la dirección artística donde vamos a encontrar el mayor grosor de las referencias Godardianas, particularmente en la forma que utiliza los colores rojo, azul y blanco, que curiosamente son la paleta de colores que definieron a El Desprecio. Conclusión Godard Mon Amour es una película que si bien ilustra efectivamente el deseo de un hombre de trascender más allá de la frivolidad, tiene demasiadas referencias para acceder a un público general. El verdadero debate se generará entre la comunidad cinéfila, porque estamos hablando de una narración muy tradicional sobre un cineasta que se ha distinguido por estar escapando constantemente de dicho modelo.