Martin Scorsese regresa al cine con sus referencias y “obsesiones” católicas en Silencio. Durante la segunda mitad del siglo XVII Sebastiao Rodrigues (Andrew Garfield) y Francisco Garupe (Adam Driver), dos sacerdotes jesuitas portugueses, emprenden un viaje hasta Japón para encontrar a su mentor: Ferreira (Liam Neeson). Corren rumores que Ferreira ha renunciado a su fe en público, tras haber sido perseguido y torturado. Silencio sitúa su historia en un momento en el cual el catolicismo era una práctica prohibida en el país nipón, con la fuerza de la persecución equiparada a la Inquisición. Scorsese quizás haya querido llevar a pantalla el alto precio que hay que pagar por defender una convicción: su personal fe religiosa y la pasión con la que defiende su cine, en especial este proyecto de concretar su sueño. Claro que aquí toma la forma del tormento cristiano, llevado hasta sus últimas consecuencias. Una especie de trilogía que el director de origen italiano llevó a cabo con La última tentación de Cristo, Kundún y esta última producción. En esta ocasión, un Vía Crucis, físico y ético de mártires que cuestionan su fe, mientras Dios sólo parece contestarles con el más grande de los silencios. Lo que comienza como una aventura de sacerdotes jesuitas en búsqueda de alguien que ha perdido la fe y apostató, se transforma en una sucesión de torturas embellecidas por el encuadre y la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto, en el que los colores ocres, azules y grises, junto a las brumas y las lluvias, ayudan a sobrellevar con poesía lo que de otra manera sería insoportable. El resultado, lejos de ser conmovedor, es frío, además de martirizante. La lucha entre lo humano y lo divino, los demonios y los miedos en una sucesión salvaje de suplicios. Si el director de Taxi driver alcanzó la cima de su éxito comercial con Los infiltrados, una remake que no le hacía justicia a su talento, aquí filma un libro que ya fue llevado a la pantalla en el año 1971 por Masahiro Shinoda. Y el resultado parece ser el capricho de un señor respetado y poderoso en la industria del cine, con influencia para convencer a productores y actores (en un momento Daniel Day Lewis, Benicio del Toro y Gael García Bernal iban a ser los protagonistas). Aquí el realizador de Casino se premia a sí mismo, concretando un proyecto que le llevó casi 30 años realizar, trasladar al cine la novela “Silencio”, de Shūsaku Endō. Vale preguntarse por qué en la película de Scorsese los japonés son sólo crueles porque sí. Sin ningún cuestionamiento a la colonización religiosa que podría ser vista como una forma de dominación creciente, como una suerte de futuro desarrollo expansionista europeo. Los jesuitas son buenos y los budistas malos parece ser la reducción a la que nos expone Silencio, sin atenuantes al momento de mostrar todo tipo de flagelaciones.
Segunda entrega de la trilogía que cuenta relación entre la recién graduada universitaria Anastasia Steele (Dakota Johnson) y el joven magnate de los negocios Christian Grey (Jamie Dornan). En esta continuación ya se dejó atrás si Anastasia va o no a firmar el contrato de sumisa y se explota la consolidación de la pareja. Y ahora las amenazas para que esto se lleve a cabo parecen ser externas: los celos de quien le enseñó todo a Christian Grey sobre las artes del sadomasoquismo, Elena Lincoln; Leila, una ex esclava sexual que se volvió loca y acecha a la pareja; el nuevo jefe de Anastasia que al parecer pretende algo más que asistencia en la editorial en que ambos trabajan, accidentes no fatales y una suma de padecimientos no del todo grave para alcanzar el ¿amor? Pero si la recaudación de más de quinientos millones de dólares de la primera parte (que costó 40 millones) supondría una inversión en ésta que redundara en un mejor producto, estábamos equivocados. No solamente sigue siendo un compendio de clichés, lugares comunes, resoluciones archiprevisibles y edulcoramientos que cualquier telenovela barata emparejaría, si no que, además, perdió la poca elegancia que ostentaba la primera parte. Quizás debido a que su director James Foley proviene de las series de televisión, la escasa tensión de algunas situaciones se resuelve en la escena siguiente como si se tratara del tiempo que deja un bloque de programa luego de un corte comercial. Al menos en la primera parte Anastasia, que estudiaba literatura, leía a Faulkner o se podía ver en su mesa de luz un ejemplar de As I Lay Dying (Mientras agonizo), lo que podría suponer cierto estado de ánimo. Aquí, por ejemplo, el personaje de Elena (Kim Basinger) tiene un salón de belleza que se llama Esclava, así de sutil son las cosas en esta película. Porque en 50 sombras… las relaciones sexuales son planeadas, no espontáneas y, para colmo, pendientes de un manual de instrucciones (el contrato). Resulta inentendible por qué esa chica encantadora está enamorada de un tipo gélido, manipulador, que está todo el tiempo con cara de culo. El empresario que quiere poseer todo, incluida la mujer que le gusta, ejerciendo total control sobre su vida, su ropa, su trabajo y su sexo. Nada menos acorde con las reivindicaciones femeninas en los tiempos que corren. Cincuenta sombras más oscuras ni siquiera es una ventana al placer culposo de espiar lo que no nos atrevemos o no podemos hacer, porque de sexo hay poco. Y la propuesta de ver sexo en una pantalla quedó obsoleta cuando el acceso al porno está a un click en cualquier computara. Basada en la novela homónima de 2012 de la autora británica E. L. James esta transposición ya muestra signos de agotamiento y habrá que esperar una tercera parte para llegar al epílogo. Cincuenta sombras más oscuras es un peldaño atrás en una escalera que ya era baja en su primera parte.
Sin Nada Que Perder, la nueva película de David Mackenzie, una de las nominadas al Oscar a Mejor Película. Los hermanos Tanner y Toby Howard (interpretados por Ben Foster y Chris Pine) cometen una serie de robos a la misma entidad bancaria en distintos pueblos de Texas. Lo que los lleva a cometer esos delitos es obtener dinero para salvar una granja que han heredado, acuciada por la usura de los bancos. Aparecen en escena quienes investigan estos atracos, Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y Alberto Parker (Gil Birmingham), dos Ranger de Texas que seguirán las pistas que van dejando los primeros en su raid delictivo. El guión de Taylor Sheridan, responsable de Sicario, deja en claro que los verdaderos criminales de este relato son los bancos, como nuevos villanos en el cine. Instituciones que son salvadas por el Estado en caso de colapsos económicos pero que son empresas que, con letra chica e intereses abusivos, dejan más víctimas y daños colaterales que las producidas por la delincuencia. La película bajo la dirección del escocés David Mackenzie muestra el robar como un hecho con cierto romanticismo, la puesta en escena del dicho “ladrón que roba a un ladrón…”, con una descripción descarnada y desencantada del presente, con conciencia de que el género de robo a banco siempre tuvo un atractivo del suspenso asociado a cierta noción de acto de justicia. Porque en este caso no se trata de perfectos planeamientos, sino de episodios realizados con cierta torpeza y desesperación. Los distintos contrapesos de los cuatro personajes principales: un hermano ex convicto, dispuesto a todo; otro presionado por las circunstancias, separado y con dos hijos varones; un sheriff próximo a jubilarse de mala gana, que descarga su mal humor con dardos verbales plagados de racismo y su compañero indio, se destacan por sus balanceados matices. Humor negro, persecuciones, tiros, pintura social en paisajes polvorientos, cafeterías con camareras de antología y tipos que han cambiado el caballo por camionetas 4×4, que hacen uso y abuso de la portación legal de armas, chistes racistas y tensiones sociales son los elementos con los que se vale Sin nada que perder, que ayudan a saber quiénes son los votantes de Donald Trump y confirman lo que todos sospechábamos: que hay otra USA, además de la retratada en las grandes ciudades, como New York, Los Angeles o Chicago. Las melodías hipnóticas de Nick Cave y Warren Ellis acompañan a la perfección los aires desolados de los paisajes desérticos y pueblos solitarios de Texas. Las excelentes actuaciones tienen sus puntos altos en un Jeff Bridges colosal y el mejor trabajo hasta la fecha de Chris Pine, más dos actrices que resaltan en los breves momentos en que aparecen: Margaret Bowman y Katy Mixon. Se sabe, no hay papeles pequeños para grandes intérpretes. Sin nada que perder es la representación perfecta de lo que debe ser un western moderno, situado en el presente. Con su guión casi de orfebrería, tensión que no decae ni abruma y un ritmo creciente que deriva en resoluciones lógicas y coherentes. Una sencillez apabullante en la suma de detalles y que derivan en una de las películas más redondas del panorama actual.
Llega Es sólo el fin del mundo, la nueva película de Xavier Dolan, gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes. Un joven escritor regresa a su casa natal, luego de doce años de ausencia, para hacer un importante anuncio. A poco de poner un pie en la casa, una serie de tensiones entre el recién llegado y los habitantes del lugar donde pasó su infancia, le harán postergar lo que les viene a contar. Basada en una obra teatral del dramaturgo francés Jean-Luc Lagarce, las palabras, dichas a los gritos son lava caliente en esta familia disfuncional. Las relaciones en Es sólo el fin del mundo, están dadas por contrastes: a los gritos de casi todos los integrantes de la familia se contrapone el silencio de Luis-Jean, quizás todo lo que tenía para decir a esa familia, lo haya hecho en la su obra (se sabe que es escritor) y es por eso, que la mayoría de las veces, prefiere callar, casi atónito, ante la catarata de palabras que le escupen su hermano menor, su hermana más joven , su madre y hasta la cuñada que conoce personalmente cuando vuelve a su casa. El regresa para contarles que sufre de una enfermedad terminal, pero no se anima a decírselo a nadie, solo el espectador es depositario de este secreto. Al parecer ninguno está dispuesto a escuchar, sino a decir lo suyo de manera violenta. Y si en Mommy lo asfixiante estaba en el formato cuadrado de la imagen, acá es la cámara pegada a la nuca y los rostros en primerísimos planos cerrados, lo que agobia. Por momentos es insoportable que la vuelta al nido de este moribundo, tenga tan poco eco en su familia disfuncional. Llega para recomponer vínculos y todos parecen reprocharle su partida, pero nadie considera retenerlo. En Es sólo el fin del mundo, Dolan entrega un opus que apabulla por los gritos, exaspera por la forma en que se establecen los vínculos en esa familia, y por las motivaciones que no terminan de explicarse del todo, constituyendo una arbitraria muestras de (malos) comportamientos. Y a la vez, coloca al director estrella en un incomodo lugar que hace que uno se pregunte si la pirotecnia con la que construyó su corta pero prolífica carrera (tiene 27 años y realizó 6 largometrajes, es un niño terrible mimado, por los principales festivales del mundo) no está a punto de agotarse. Protagonizada por un dream team del cine francés: Léa Seydoux, Nathalie Baye, Gaspard Ulliel, Vincent Cassel y Marion Cotillard, cada uno tiene su momento de monólogo brillante o escena de dúo con otro actor. Para dolanistas puros, aunque quizás Es sólo el fin del mundo sea su película mas fallida, pero igualmente un elogio de la desmesura, con su irrupción de canciones pop, flashbacks híper estilizados, secuencias en cámara lenta y otras marcas de fábrica, en un desparejo despliegue de algunos de sus talentos que quizás lo empujen hacia su madurez artística. La escena final es de un lirismo tan precioso y tan memorable que hace, en parte, perdonar la gratuidad de tanta experiencia dolorosa y absurda de autodestrucción.
Llega Belleza Inesperada, del director de El Diablo viste a la moda con Will Smith y un gran reparto de actores conocidos. Will Smith personifica a Howard Inlet, un exitoso publicista que cae en una gran depresión por la muerte de su pequeña hija. Para sacarlo de ese estado, y un poco por el interés de declararlo insano y así poder alejarlo de la empresa que conduce, deciden contratar a actores que personifiquen a la Muerte, el Tiempo y el Amor. Esas tres abstracciones son a las que Howard le envía cartas periódicamente en busca de respuesta ante la desgracia de su vida. David Frankel, que supo dirigir comedias, entre otras, El diablo viste a la moda, entrega en esta ocasión, una no muy agradable experiencia de pornografía emocional, unas gotas de realismo mágico en la gran manzana y dosis de recetas “New age” para conmover a la audiencia en la cercanía de Navidad (que parece ser la época del año en que todo el mundo debería volverse más espiritual) y de Año nuevo ( tiempo en el cual se requiere de balances personales y cambios para el futuro). El resultado a veces llega a niveles cercanos al ridículo. Un puñado de excelentes actores (Will Smith, Helen Mirren, Michael Peña, Edward Norton, Naomie Harris, Kate Winslet, Keira Knightley y Jacob Latimore) naufragan en unos diálogos imposibles de creer. El objetivo es hacer salir a los espectadores del cine con un bollo de pañuelos descartables mojados por el llanto. En Belleza inesperada hay una idea absurda que carece de verosímil. Y que es a veces cruel: en el camino por enseñarle algo al otro, los que quieren dar la lección, verán sus vidas transformadas. Belleza inesperada tiene pretensiones de grandes temas en letras mayúsculas y termina siendo, como una metáfora usada hasta el hartazgo en la película de principio a fin, una caída en efecto dominó, de una torpeza tras otra.
El secreto de Kalinka, la nueva película de Vincent Garenq con Daniel Auteuil. André Bamberski se entera de la muerte de su hija Kalinka, de 14 años, acaecida, en extrañas circunstancias, mientras estaba de vacaciones con su madre y su padrastro el Dr. Krombach. Un hecho sembrado de dudas y desconfianza hacía Krombach harán que André inicie una larga batalla legal para encontrar al verdadero culpable. La película condensa la odisea de un hombre común, un contador que por circunstancias extraordinarias se convirtió en una suerte de investigador, abogado, especialista en tratados internacionales de extradición, forense y casi delincuente, para sacar a la luz las extrañas circunstancias de la muerte de su hija adolescente. El secreto de Kalinka (En nombre de mi hija, es la traducción de su título original) es un caso verdadero, que en la realidad llevó casi un cuarto de siglo en ser resuelto y que el guion de Julien Rappeneau y Vincent Garenq tiene la inteligencia en reflejar los hechos de manera trepidante en menos de una hora y media. Resalta lo importante de un complicado entramado judicial, sin perder de vista a sus personajes principales. Una historia épica que es una lección de cómo contar un largo proceso de lucha burocrática sin que le sobre un solo minuto. Y llevado a cabo por monumentales interpretes como el todo terreno Daniel Auteuil como André Bamberski, Sebastian Koch como Dieter Krombach y Marie-Josée Croze como la madre de Kalinka. Una búsqueda de justicia, convertida en una obsesión, que por el camino se lleva puesta la disolución de varios lazos familiares. El secreto de Kalinka no ahorra ninguna crudeza en pos de reflejar un calvario en búsqueda de la verdad. Aunque para eso deba suplir con métodos ilegales, deficiencias de la justicia.
Le Confessioni, segunda película del director Siciliano. En el Grand Hotel Heiligendamm, a orillas del mar Báltico, se reúne la cumbre del G-8 de ministros, mas el director del Fondo Monetario Internacional, con algunos invitados especiales, que no saben muy bien por qué están ahí: una escritora de cuentos infantiles muy exitosa, con clara referencia a J.K. Rowling (la autora de Harry Potter), un músico de rock (¿Bono?) y un monje de clausura. El director del organismo internacional aprovecha la ocasión para festejar su cumpleaños, pero al día siguiente aparece muerto. Roberto Andó escribió y dirigió esta suerte de thriller de diseño conceptual de cómo se mueven los hilos del mundo económico, concentrándose en la frialdad a la hora de tomar decisiones de un puñado de personas cuyas ideas afectan la vida del planeta. En un ambiente lujoso y minimalista, algo está a punto de suceder que cambiará la vida de todo el globo terráqueo. En la lógica de Le confessioni, en el lugar en que transcurre la trama de lo que está sucediendo, está concentrada y reflejada, toda la humanidad. Y da la impresión que la película pretende ser tan abarcadora en su metáfora, que la frialdad que destila le juega en contra. La morosidad de sus secuencias, el cálculo preciso de cada plano la vuelven menos interesante de lo que el planteo promete. Le confessioni está protagonizada por un elenco internacional con sólidas actuaciones del italiano Tony Servillo (Roberto Salus) y del francés Daniel Auteuil (Daniel Roché). Además de la actriz danesa Connie Nielsen (Claire Seth), la canadiense Marie-Josée Croze (Ministro de Canada), el actor francés Lambert Wilson, el italiano Pierfrancesco Favino (Ministro de Italia), el japonés Togo Igawa (Ministro de Japón), el alemán Moritz Bleibtreu (Mark Klein), el polaco Aleksey Guskov (Ministro de Francia), el inglés Andy de la Tour (Aleksey Guskov (Ministro de Rusia), el francés Stéphane Freiss Ministro de Inglaterra) y John Keogh (Ministro de EE.UU). El carácter multi étnico del casting, le otorga veracidad al relato. La elegancia calculada de Le confessioni es a veces el lastre que impide discernir si lo que estamos viendo es un thriller con resonancias a Mi secreto me condena, de Alfred Hitchock o una metáfora sobre el concepto del poder económico, con el agregado de frases altisonantes de carácter religioso. Y es esa misma falta de decisión, más el sobre explicado de algunos planos y situaciones que se resuelven fácilmente, sin el suspenso necesario, lo que la convierte en una película de buenas intenciones con demasiados altibajos a Le Confessioni.
Snowden, la nueva película de Oliver Stone. Snowden es un recorrido por la vida del ex empleado de la CIA y la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) que en el año 2013 reveló desde la habitación de un hotel de Hong Kong, como los gobiernos de George W. Bush y Barack Obama había creado y puesto en práctica, programas de vigilancia y control para espiar al mundo entero. La realidad trasladada al cine suele ser más atractiva que lo que verdaderamente sucedió. En el caso de Snowden, el ritmo es pausado, demasiado medido para las implicancias que resultan de lo revelado. Snowden parece ser un nerd al que el entorno lo excedía y que dejó todo por amor. La historia de un hombre que no podía contarle ni a su novia de que se trataba su trabajo y que termina contándole todo al mundo entero. Y ese todo implica el atropello de grupos armamentistas, financieros y energéticos que en nombre de la lucha contra el terrorismo arremeten contra todos los derechos individuales. Y eso sucede con la anuencia del estado. El problema de Snowden (la película) es que no consigue insuflarle un aire que logre algo más a lo ya brindado por Citizen Four, documental que es recreado en este film, sin brindar más amplitud a algunas de las personas involucradas, la documentalista que registró todo lo que Edward Snowden quiso contar (Laura Poitras, interpretada por Melisa Leo) ni a los periodistas, Glenn Greenwald y Ewen MacAskill, en un hecho que fue una revelación a escala planetaria. Se queda en la unidimensionalidad de un personaje que da a conocer algo que es muy complejo y a la vez muy sencillo de sintetizar: el estado vigila la intimidad de tus actos, tus e-mails, tus búsquedas en internet, te escucha, te investiga y hasta puede espiarte a través de la cámara de tu notebook. Joseph Gordon-Levitt resulta eficiente como Snowden, así como también Shailene Woodley como su novia. Y otros puntos altos del elenco son Rhys Ifans , como el director de inteligencia y Nicolas Cage en la piel de un antiguo mentor de Snowden. Oliver Stone supo dotar en otras épocas de mayores dosis de tensión y paranoia, con JFK como su punto más alto, pero no consigue en este caso ponernos al borde de la butaca. En Snowden agrega un ladrillo más en la construcción del desencanto del sueño americano, arremete contra los servicios de inteligencia, contra la hipocresía política y contra la responsabilidad de los medios de comunicación, pero todo parece tibio. Raro en un cineasta que en otros tiempos parecía llevarse todo por delante y hoy calcula cada paso que da.
Se estrena La larga noche de francisco Sanctis, película ganadora del último BAFICI. Basada en una novela de Humberto Constantini, La larga noche de Francisco Sanctis relata una jornada de un mediocre oficinista que trabaja en una empresa mayorista. Su rutinaria vida se ve sacudida cuando recibe el llamado de Elena, una antigua compañera de facultad que le propone encontrarse para hablar sobre la publicación de un poema que Francisco escribió mucho tiempo atrás, en sus años de militancia. Pero Elena, que vivió muchos años fuera del país y ahora está casada con un oficial de la aeronáutica, le revela que el motivo del encuentro es darle el nombre y la dirección de dos personas que esa misma noche van a ser “chupadas”. Así Francisco deberá debatirse entre la acción y la pasividad. El involucrarse o el “no te metás”. La larga noche de Francisco Sanctis es de esas películas en las que los espectadores somos interpelados de una forma contundente, pero también sutil, ante un terror que está agazapado y latente, que está dormido pero que en cualquier momento puede despertar y atacar. Prescindiendo de los clichés del Falcon verde y militares con bigotes, con sutilezas de vestuario, de dirección de arte (el cine en que se proyecta una película de Olmedo y Porcel) de costumbres de la época (el fumar en la oficina) y de pequeños actos (el deshacerse de papeles comprometedores, por ingenuos que pudieran parecer), Testa y Márquez logran recrear de manera minimalista el clima claustrofóbico de los años 70. Para Francisco, el pasado vuelve con forma de presente incierto, sacude su relativa tranquilidad de gris oficinista que espera un ascenso, revuelve su vida familiar monótona (que no lo es tanto cuando toma conciencia de que algunas personas a su alrededor pueden estar en peligro, conocidos y desconocidos) y remueve sus antiguos ideales de poeta revolucionario. La notable dirección de Andrea Testa y Francisco Márquez saca partido de las limitaciones de producción, concentrándose en el rostro y las espaldas de su protagonista, que carga con todo el peso de la historia. La oscuridad de las calles de Buenos Aires nunca fueron tan tenebrosas y es esa propia negrura de la noche, tan funcional al relato, la que otorga el ambiente propicio para una película de géneros. El minucioso uso del sonido, cuando todo parece silencioso, es aterrador. Así como el suspenso bien aprendido de Hitchcock, del hombre común puesto en una circunstancia extraordinaria. Y con todos esos elementos se lucen en una magistral obra de cine político que lleva a replantearse el significado de la militancia. El elenco tiene la solvencia de Diego Velázquez como principal y casi excluyente protagonista, con un rostro con tensión, miedo y perplejidad. Pero también brinda lucidez con la brillante Valeria Lois. Marcelo Subiotto, Laura Paredes y Rafael Federman, todos excelentes actores, habituales en el teatro de Buenos Aires. A modo anecdótico y como advertencia a algunos espectadores que pueden leer otras críticas: el uso de la canción Un millón de amigos de Roberto Carlos en una escena de la película, fue reemplazada por una cuestión de derechos, por Un beso y una flor de Nino Bravo. En el BAFICI se proyectó con la primera, pero debió ser cambiada. Es en el único momento del film en que aparece música. El cambio no afecta nada, sigue siendo igual de funcional e inteligente. La larga noche de Francisco Sanctis es quizás la mejor opera prima de los últimos años. No había un debut tan promisorio e impecable desde La ciénaga.
Desde la infancia pobre de Roberto “Mano de piedra” Durán, hasta el triunfo en Estados Unidos, Manos de piedra es un recortado recorrido por la carrera del púgil panameño, recordado por algunos como el mejor boxeador latinoamericano de todos los tiempos. Dirigida y escrita por el venezolano Jonathan Jakubowicz, lo que diferencia a Manos de piedra con otras películas de boxeo es el paralelo de la historia con diferentes etapas de la administración del canal de Panamá y las intervenciones de EEUU en las decisiones del mismo. Por eso la victoria de Mano de piedra Durán sobre su rival estadounidense fue vivida como un doble triunfo. La acción fluye con agilidad sin caer en los subrayados dramáticos que generalmente están apoyadas las películas de boxeo. Quizás por que la carrera deportiva de Durán tuvo más victorias que derrotas (106 peleas ganadas y 16 derrotas). Su enfrentamiento contra Ray Sugar Leonard tuvo características épicas, no sólo porque fue una pelea pareja de dos grandes, sino porque el panameño utilizó picantes declaraciones para debilitar psicológicamente a su rival, que emergía como el nuevo Mohamed Ali. Al ganarle, el caribeño entra en un espiral de joda, sometiéndose a toda clase de excesos y aumentando de peso. Es por eso que al serle rápidamente ofrecida una revancha en pocos meses, no puede volver a su estado físico. Cuando el combate tiene lugar, 5 meses después, Durán llega en malas condiciones físicas y en el transcurso de la pelea parece tomar conciencia de la tonta decisión de haberla aceptado y proclama: “No más, no más”, perdiendo por abandono. Ante un atónito público que había asistido a un mega espectáculo en el que Ray Charles cantó antes del combate. La recreación de este suceso se cuenta entre los puntos más altos de Manos de piedra. Por el lado del elenco se lucen el ascendente venezolano Edgar Ramirez con el físico y el magnetismo necesario para encarnar a Roberto Durán y es bienvenido, luego de algunos traspiés cinematográficos, el trabajo de Robert De Niro, en la contracara de su mítico Jake La Motta de El toro salvaje, esta vez como entrenador de boxeo, un legendario Ray Arcel, que entrenó a algunos de los púgiles más importantes de la historia del boxeo por 70 años. Acompaña una cubana que está explotando en Hollywood, Ana de Armas, vista en Amigos de armas y una de las actrices de la continuación de Blade Runner. El cantante Usher da vida a Ray Sugar Leonard. Menos lucidos son los personajes de John Turturro, Ruben Blades y Elen Barkin. En la larga tradición de cine y boxeo, Manos de piedra se erige como un producto digno, con todos los condimentos en la tradición del boxeo mas el agregado del pintoresquismo del culebrón latinoamericano.