Mi amigo el gigante Un monstruo viene a verme es de alguna forma el cierre de una trilogía inaugurada con El orfanato y seguida por Lo imposible por el director J. A. Bayona, donde las relaciones entre madre e hijo son el fuerte en la historia. En este film, un niño de 12 años trata de hacer frente a la enfermedad de su madre con la ayuda de un monstruo que lo visita cada noche. Se trata de un drama fantástico donde se combinan muy buenos efectos especiales con la técnica de performance capture. La película circula por dos problemáticas muy marcadas. Por un lado la situación por la que pasa su madre, a quien pretende aferrarse para no decir adiós; y por el otro, la dureza con la que se marca a las víctimas del bullying (lo cual está menos desarrollado para no solaparse con el tema central). Todo esto narrado a partir del dibujo, donde vemos reflejado el punto de vista de Connor O´Maley (una notable actuación de Lewis McDougall), un niño de doce años que es demasiado mayor para ser un niño y joven para ser un adulto. Es posible encontrar en el film un relato bien construido y con personajes con los cuales podemos conectarnos. Además de McDougall, Felicity Jones lleva adelante un papel esencial donde no pone de sobre relieve el sufrimiento y la victimización. Le siguen el esperado regreso de Sigourney Weaver a la cinematografía, como una abuela un poco controladora y recta; y la voz de Liam Neeson, detalle no menor porque es quien le da la impronta a este personaje. La película es la adaptación casi literal del libro escrito por Patrick Ness y es por eso que consigue provocarnos con facilidad la lágrima. Y es probablemente lo que haya que remarcar como un gran defecto de esta obra: los golpes bajos, la música sensible y los colores entre gris y negro que nos llevan a desdoblarnos en dos. Fuera de eso, la dirección nos regala planos espectaculares, bellas acuarelas y grandes secuencias animadas, donde sobre todo cumplen con darle vida al monstruo y permiten viajar a un mundo imaginario. Vamos a encontrarnos con pocos diálogos, pero todos muy bien hilados. La labor de Oscar Faura en la fotografía y Fernando Velázquez en la música son también para destacar. Un monstruo viene a verme es una película que probablemente no le guste a todo el mundo, pero Bayona creó una obra de arte que pretende llegar a nuestro interior y lo consigue. Es una película que incluso puede resultar terapéutica para quienes se encuentran viviendo una situación similar y por un rato jugar a vivir la historia de otros.
Donde el cielo se junta con el mar Moana es una adolescente rebelde, inteligente, valiente, independiente e implicada con el bienestar de las personas que viven junto a ella en una pequeña isla polinesia. Motivada por las leyendas que le contaba su abuela, está decidida a explorar que es lo que hay más allá del océano, a pesar que está llamada a heredar el gobierno de una isla del Pacífico Sur y su padre, el Jefe Tui, le inculca que por nada del mundo deberá ir más allá de la línea de los arrecifes. Pero cuando su tribu comienza a sufrir consecuencias naturales, es propicio para que Moana tome un pequeño bote y emprenda su aventura. Moana mantiene esa tradición característica de Disney pero llega con un planteo que no cuentan los clásicos cuentos de princesas. Para comenzar justamente ella no es princesa, sino que es hija del jefe de la tribu maorí a la cual pertenece. Otro punto interesante es que Moana no tiene un interés moroso ni un villano concreto. Podemos decir que los miedos a la madurez, la transición generacional y busca de identidad son quienes ejercen el rol infame de turno. John Musker y Ron Clements nos entregan una nueva dosis de espectáculo visual. Este dúo de directores son los responsables de La Sirenita, Hércules y Aladdin, y quienes juegan un papel principal en esta nueva apuesta. La atractividad está dada a partir de los increíbles escenarios, las texturas del océano, el cabello de Moana e incluso los tatuajes de Maui. En esta oportunidad los directores encuentran su trabajo reforzado por una segunda pareja, compuesta por Don Hall (coguionista de Las locuras del emperador y Tarzán) y Chris Williams (realizador de Bolt). En su versión original, Auli’i Cravalho es quien le pone su dulce voz a Moana y Dwayne “The Rock” Johnson (excelente) quien le presta al semidios Maui su porcentaje de insolencia y gracia. Moana también cuenta con buenos personajes secundarios, que si bien no están a la altura de otros muy recordados por todos, mantienen el humor de la película. Y claro que no podemos dejar de lado a las canciones. La música y temas escritos por Lin-Manuel Miranda (la cabeza que creó Hamilton, el mayor éxito de Broadway en los últimos años) elevan a la película a un musical del más alto nivel, donde ninguna de las canciones están de relleno y las letras se nos pegan casi sin darnos cuenta. Moana tiene todo lo necesario para entretener, gustar y dejar un mensaje sea cual fuera la edad del espectador. No se queda solo con ser una niña bonita y nos da una lección acerca de cumplir los sueños y que el horizonte no es el límite para hacerlo.
Amigos son los amigos Cuatro amigos de alrededor de treinta años se reúnen en la casa de uno de ellos, luego de un largo tiempo sin verse, para ver la final del mundial Brasil 2014 entre Argentina y Alemania. En medio de los 90 minutos del partido, el entretiempo y el alargue, se vive un marco de tensión donde las verdades que cada uno tiene para decirle al otro no pueden contenerse y es allí donde se desencadenan los conflictos. El partido de fútbol, uno de los más importantes de los últimos 24 años para nuestro país, no es un detalle menor ni un capricho de los guionistas (Diego Bliffeld y Nicolás Diodovich) en Línea de cuatro. Muchas situaciones que desprende el show deportivo hacen que surjan temas de debate, reproches e ironías sobre las vidas de los protagonistas. Y al mismo tiempo la intriga acerca de cuál fue el motivo por el cual los cuatro amigos se separaron comienza a hacerse cada vez más fuerte. Como esa tensión vivida por todos en el momento del gol errado de Higuaín. Todo es objeto para exhibir esa violencia gratuita que entre amigos podemos encontrar con frecuencia. Germán (Carlos Eisler), mantiene una relación amorosa oculta; Martín (Diego Echegoyen) es quien retoma al país luego de vivir hace algunos años en Alemania; Javier (Alejandro Lifschitz) se está por casar con una novia insoportable; y Pedro (Alejandro Hener) es padre separado y con un hijo a su cargo. Ellos son los cuatro que dan vida a estos personajes, quienes cada uno a su modo logra destacarse y ninguno resulta innecesario. Todos tienen algo que aportarle a esta historia y coinciden en el punto de la distancia, la cual no solo logra su marca por los hechos que nos van narrando, sino en lo que saben o no cada uno del otro a partir de una relación que sufrió su desgaste. Los actores logran exhibir las miserias que tienen estos amigos, donde cada uno juega a pisar al otro y ver quién es el mejor (o cuenta con menos miserias). El desarrollo de la película es interesante a partir de la utilización de un solo espacio como puesta. Está rodada casi en totalidad en un decorado que finge ser el departamento de Germán y solo se da respiro de un exterior al presentarse cada tiempo del partido (las calles de Buenos Aires se presentan vacías por la final del mundial) y durante una de las escenas en conflicto. El resto del film transcurre a tres cámaras, las cuales nunca resultan invasivas. Resulta una atractiva resolución a lo que en un principio uno llegaría a pensar que se debe a un acotado presupuesto, pero que en definitiva no debería por qué ser de otra forma para la trama. La final del mundial funciona para que las crudezas salgan a la luz y el final nos tome por sorpresa, en una película donde la originalidad prima durante 90 minutos, como cuando una jugada maestra finaliza en gol.
Los hermanos sean unidos... Nieve negra cuenta la historia de Salvador (Ricardo Darín), un hombre de pocas palabras que vive aislado en medio de la Patagonia. Su silencio obedece a un hecho trágico sucedido en su juventud que lo alejó del resto de su familia. Sin embargo, el pasado lo encuentra en la figura de su hermano Marcos (Leonardo Sbaraglia), que, luego de la muerte del padre, llega junto a su esposa para tratar la venta de los terrenos que comparten por herencia. El cruce, en medio de ese paraje solitario e inaccesible, reaviva un secreto dormido durante años. Nieve negra es de esas películas que deberían funcionar como un relojito por la gran dupla protagónica que la conforman, pero no es este el caso. El guion cuenta con demasiados baches en la historia, donde uno se llega a preguntar qué es lo que motiva a estos personajes a llevar adelante sus decisiones. Está clara la trama que se plantea a partir de los flashbacks (de lo más logrado), pero lo que sucede en el presente por momentos poco sentido tiene. Es posible que se haya jugado por lograr a lo largo de la historia un efecto sorpresa, pero se perdió la atención en otros puntos de la trama. Por parte de los actores debemos decir que están a la altura de la historia. Posiblemente Ricardo Darín sea el más prolijo, sobre todo alejándose de sus papeles más tradicionales y modificando su estética para la ocasión. Leonardo Sbaraglia, Federico Luppi también llevan adelante con soltura sus papeles, y la española Laia Costa es la que logra el mayor destaque. Lo más extraño es la participación de Dolores Fonzi, que posiblemente le podría haber otorgado mayor firmeza a la narrativa si su tiempo en pantalla hubiera sido mayor. Visualmente es impecable. Una película que se afirma en su dirección de arte y en una complicada iluminación y fotografía a cargo de Arnau Valls Colomer: fue filmada en gran parte en los pirineos Catalanes y el resto en Buenos Aires, donde se realizó una réplica de la cabaña con gigantografías para los fondos y nieve artificial. Y hay un trabajo de edición y montaje sumamente destacado. Y por el lado de la música, nos encontramos con un gran aporte a la película, con acordes incidentales pasmados en el misterio que va desarrollando la trama. Nieve negra es ideal para verla sin pretensiones y disfrutar de una historia fuera de las clásicas que podemos encontrar en el cine nacional. No está a la altura de lo mejor que hemos visto el último tiempo, pero va encaminada hacia un género que estamos gustosos de ver más frecuentemente en la pantalla grande del país.
Otro cuento de Navidad Howard Inlet (Will Smith) es un exitoso ejecutivo de una agencia de publicidad de Nueva York y se presenta al inicio como un líder entusiasta y motivado. Su situación cambia drásticamente cuando una tragedia personal le golpea con fuerza, lo que le lleva a caer en una profunda depresión. Decide enviar tres cartas: una la muerte, una al tiempo y otra al amor. Sus colegas más cercanos -Kate Winslet, Michael Peña y Edward Norton- intentarán animarlo y sacarlo de su pozo y ponen en marcha un método poco convencional. Pero este plan traerá consigo resultados imprevistos. Belleza inesperada (Collateral Beauty) estrenó en diciembre en Estados Unidos y es así que sufre de lo que muchas películas navideñas pecan: querer comportarse como manual de autoayuda y quedarse solo en eso. Y a pesar de contar con un elenco ejemplar (desaprovechado por momentos), el argumento de la película se va derrumbando como un dominó (entenderán la metáfora quienes se animen a ver el film). Algunas subtramas resultan irrelevantes y todo está puesto a disposición para hacernos lagrimear, que sin dudas lo consigue, pero no hay movimientos en la trama que no se vean venir y es así que no se genera nunca el efecto del impacto. Llega un punto en que el film no sabe qué seguir contando. Keira Knightley, Hellen Mirren y el estadounidense Jacob Latimore completan el elenco estelar de este relato que se asemeja mucho al de Charles Dickens y su Cuento de Navidad, el que resulta irresistible y es imposible de evocar en fechas festivas. Pero los diálogos predecibles y giros manipuladores, desafortunadamente, no llevan a buen puerto a esta historia acerca de la conexión que no llega a transmitirnos el mensaje inspirador. Belleza inesperada no es una gran película y no llegará a convertirse en un clásico, pero resulta perfecta para pasar momentos reflexivos y llamar a esa persona que uno quiere y hace tiempo no lo hace.
Mira quien canta Sing: ¡Ven y canta! es el séptimo film de Illumination Entertainment desde su debut en 2010 con Mi villano favorito. En una ciudad habitada solamente por animales nos encontramos a Buster Moon (Matthew McConaughey), el koala dueño de un teatro que está atravesando por una crisis. Con la ilusión de salir adelante, convoca a una competencia de canto estilo American Idol, para la cual todos pueden audicionar y demostrar su talento. Son elegidos cinco concursantes: un ratón (Seth MacFarlane) con mucho ego, una elefanta adolescente (Tori Kelly) con pánico escénico, una cerdita (Reese Witherspoon) ama de casa y madre de 25 cerditos, un gorila adolescente (Taron Egerton) que quiere alejarse de las malas costumbres de su familia, y una erizo (Scarlett Johansson) rockera con el corazón roto que quiere iniciar una vida como solista. Para quienes disfrutamos de la música, nos vamos a encontrar con más de 65 hits contemporáneos y clásicos muy bien reversionados (desde Frank Sinatra y The Beatles hasta Katy Perry y Kanye West) y una acertada performance vocal de quienes ponen la voz a los personajes. Pero quienes además buscamos originalidad, no es esta la oportunidad. Por un lado, la ciudad nos recuerda mucho a Zootopia, con la diferencia que la película de Disney contiene mucho mayor detalle de la ambientación y un desarrollo visual superior. Y por el otro, la narrativa mantiene el punto débil de los últimos films de Illumination, como Minions y La vida secreta de tus mascotas, donde mantienen la estructura de una fórmula ya probada en vez de jugarse por algo más. Además que el tiempo invertido en dar forma a los personajes es muy poco y no logra,os identificarnos totalmente con cada uno de ellos. Sing: ¡Ven y canta! puede que no resulte increíble pero aún así nos regala momentos de risas, diversión y nos permite reflexionar un poco. La música y los sueños pueden ser buenos motores de la vida.
Contacto Hipnótica, lúcida, seductora. La nueva película de Denis Villeneuve es todo eso y mucho más. La llegada (Arrival) inicia cuando doce naves extraterrestres comienzan a arribar a la Tierra, el mundo entra en pánico y un grupo de altos mandos militares piden ayuda a la experta en lingüista Louise Banks (Amy Adams) para intentar averiguar si los alienígenas vienen en son de paz o suponen una amenaza para el planeta. De a poco el personaje de Adams junto al astrofísico Ian Donnelly (Jeremy Renner), intentará aprender a comunicarse con los extraños invasores, poseedores de un lenguaje propio, para hallar la verdadera y misteriosa razón de la visita extraterrestre. La llegada efectivamente trata sobre extraterrestres, pero es mucho más que eso. El guion de Eric Heisserer utiliza una manifestación de ciencia ficción para indagar sobre otras teorías mucho más enredadas y filosóficas, como el sentido de la vida, para desembocar en una exploración interna acerca de lo que somos como humanos. Con la ciencia ficción presente en todo momento y homenaje a Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, el film mantiene una estética y atmósfera particular, donde el director se da el lujo de enfocarse de forma intensa en esa incitación a la reflexión a la que nos convoca. Maravilloso el trabajo de Amy Adams (¿cuándo no?), quien es fundamental a esta obra, con su emotividad y sus expresiones pausadas. Y Jeremy Renner es el apoyo necesario para esa dualidad que se da entre los protagonistas. La preciosa fotografía, los maravillosos efectos visuales y la musicalización de Jóhann Jóhannsson le aportan esa distinción contra otras películas de la temática. La teoría lingüista en la que se basa (la adquisión completa de un nuevo lenguaje) es real y es complicada de explicar, dado que promueve cambios en las conexiones neuronales de nuestro cerebro y en nuestra percepción de las cosas. Pero todo pareciera estar milimétricamente insertado para que funcione de forma correcta y se logre comprender. En un género tan explotado como la invasión alienígena, el film de Villeneuve se distingue del resto principalmente por la forma en la que está realizado y ejecutado. Es verdad que por un momento todo se plantea más simplista de lo que seguramente sea, pero el enfoque filosófico sobre el que se construye la película, actúa de manera perfecta, para salir de la sala con esa sensación de que pasaste casi dos horas viendo algo que gana en originalidad.
Que la fuerza los acompañe En un tiempo de conflicto, luego de la caída de la Tercera República, el Imperio Galáctico Mandaloriano termina de construir el arma más poderosa de la galaxia: La Estrella de la Muerte capaz de destruir planetas enteros. Un grupo de rebeldes e improbables héroes debe llevar adelante la misión de robar los planos de la estación militar y entregarlos a los líderes de la Alianza Rebelde, mientras se enfrentan también al poderoso Lord Sith Darth Vader, discípulo del despiadado Darth Sidious. El reto era gigante: hacer una buena película, que se sienta como Star Wars, pero sin caer en la misma historia. Y el resultado de Rogue One: Una historia de Star Wars, es una película con escenas llevaderas y otras con falta de emoción, donde mucho de lo que sucede parece estar en piloto automático. La mayor parte de la acción por momentos llega a verse forzada, poniendo sobre todo la narración en manos de la casualidad y haciendo que los personajes aparezcan en el momento propicio. Incluso algunas decisiones de guion, como la autoaceptación de Jyn de ser una guerrera, sucede demasiado rápido. El disfrute de conocer nuevos personajes, de saber cómo unirían esta historia con el Episodio IV, los buenos efectos visuales, por momentos quedaban detrás del hecho de ya saber qué sucedería en cada momento. Pero puede resultar injusto “matar” a la película por tratarse de predecible y no asumir suficientes riesgos. Con guion de Chris Weitz, Tony Gilroy, John Knoll y Gary Whitta, su director Gareth Edwards sabe aprovecharse de las herramientas que tiene a mano y jugar con planos que nos dejan por demás animados. La presentación del personaje de Jyn Erso (una extraordinaria Felicity Jones, a quien las escenas de acción le quedan muy bien y puede hacer lo que quiera y se lo creemos) es de lo mejor del film. Y luego tenemos a Ben Mendelsohn, como el Director Imperial Orson Krennic, y a Mads Mikkelsen, como Galen Erso, el padre de Jyn e ingeniero militar del Imperio. Ambos se debaten a un duelo actoral, que damos gracias poder ver en pantalla grande. El resto de los actores, como Diego Luna y Forest Whitaker, no despiertan mayor interés; es Donnie Yen, de los secundarios, con quien seguramente todos simpaticemos más. Y la música de Alexandre Desplat acompaña como siempre en casa escena. Y es innegable que se sumerge con facilidad en cada proyecto que encara. Es evidente que el peso de la saga y toda la mitología que gira alrededor de Star Wars resultó una demasiada carga como para moldear una obra más cercana a la reinvención en su narrativa. La historia creada por George Lucas continúa, y parece imparable, pero al menos en esta oportunidad, no fuimos testigos de que los eventos circulen por lugares donde no se sienta el espacio firme y seguro. Rogue One se encargó más de complacer que de sorprender.
Más extraño que la ficción Tom Ford regresa luego de Solo un hombre (A Single Man 2009) con un drama donde se ve fusionado con un thriller negro de venganza por demás fascinante e impecable en cuanto a su construcción. Susan (Amy Adams) es la dueña de una galería de arte que recibe el manuscrito de la primera novela de su ex marido Edward Sheffield (Jake Gyllenhaal). A la par vamos viendo una historia sombría acerca de Tony Hasting (también Gyllenhaal) y su familia, en un viaje que cambiará la vida del protagonista de la novela y la de Susan, quien recuerda hechos de la relación con su ex esposo que le trae la lectura de la novela. Tom Ford hace un trabajo único para contar esta película, donde la narración se desenvuelve entre flashbacks de la relación de la pareja y el doloroso relato de Tony. Es así que la historia resulta ser atrapante y salen a la luz cuestiones como la debilidad, la culpa y la venganza. Respecto al elenco, es donde mejor se apoya Ford. Jake Gyllenhaal es un monstruo, uno de los actores que mejor sabe elegir sus trabajos y quien nunca pasa desapercibido. Michael Shannon es otro que lleva adelante su mejor interpretación en Animales nocturnos. Genera esa empatía con su personaje que pocas veces sucede. Y Amy Adams pareciera que sintiera al manuscrito que lee como si fuera su propia vida: podemos sentir afinidad por su angustia. Animales nocturnos es un tipo de film ambicioso y meticulosamente realizado que propone al espectador un tipo de juego, donde se disfruta incluso el hecho de las ambigüedades y la posterior discusión tratando de interpretar las historias.
El poder de las mujeres Ataúd blanco es una película que carece de una buena estructura narrativa. Comenzamos con Virginia (Julieta Cardinali) una mujer que huyendo de su marido llega al pueblo con Rebecca, la hija de ambos. Allí, junto a otras dos mujeres (Eleonora Wexler y Verónica Intile) se convierten en víctimas de unos depravados. Es así que comenzarán una terrible búsqueda encargada por los secuestradores: deben hallar un ataúd blanco y la que lo consiga evitará que su hijo muera. Tenemos buenos homenajes al cine slash y detalles que construyen la historia, utilizando además herramientas de las road movies (en este caso en caminos de provincia), generando en el espectador la necesidad de mantenerse todo en tiempo en vilo. Daniel de la Vega no es un novato en el género, y antes nos trajo Hermanos de Sangre y Necrofobia. Pero continuamente la historia cae y quedan en el aire más preguntas que respuestas. Lo más destacable son la excelente fotografía, diseño de arte, escenarios de exteriores y la escena de persecución entre los tres vehículos: en una secuencia Virginia ve a Rebecca en la cabina del auxilio y las caras y gestos de las protagonistas, el uso de travelling corto hacen que el drama resulte como tal. También hacia el final hay una escena maravillosa donde se marca la diferencia de la presencia de la oscuridad en el pueblo. Posiblemente el hecho de dejar que todo el peso caiga sobre sus protagonistas es lo que desencadenó en que el film quedara a mitad de camino y nunca logre dar con esa vuelta de tuerca que los fanáticos de este género esperarían. Aún así, Ataúd Blanco es muy disfrutable y es posible ver como ejemplo de lo que se puede encarar en el cine nacional, cuando se tiene el conocimiento y las herramientas a disposición.