Entre efectivos gags, personajes secundarios encantadores y la potencia de una interpretación femenina central única, Adrián Suar, delante y detrás de las cámaras, demuestra, una vez más, su poder de seducción para las grandes audiencias. Hay que dejar de lado los prejuicios. Cada vez que se estrena una nueva película de Adrián Suar algo de “otra de Suar”, o, “Suar hace siempre de él mismo”, comienza a reverberarse por todos lados. Pero hete aquí que en esta oportunidad, aquel murmullo recurrente, rápidamente se disuelve para construir un relato en donde la detallada construcción de los personajes principales, y la verdad que circula en muchos de los diálogos, hacen que, esta vez, la propuesta gane por sobre los preconceptos. En esta oportunidad, el rol que le toca al actor/director va por otro lado. No hay bigamias, ganas de perder a la pareja, enamorarse de quien lo detesta, o hacer artimañas para ver su partido favorito. Acá habrá un personaje , un tanto egocéntrico, sí, pero que deberá asumir responsabilidades para poder transitar su vida. Turbo (Suar), trabaja en una financiera un tanto turbia, en un momento en donde las cuevas y corralitos digitan la vida, paralela, del dólar, si quisiéramos ponerle Turbio, en vez de Turbo, pues bien le caería el mote a este personaje que con el correr de los minutos entenderá que su vida controlada cambiará de un momento a otro. Loba (Pilar Gamboa), su ex, con quien tiene una hija, necesitará, una vez más, de él, ya que al iniciar un proceso de externación de la institución psiquiátrica en la que se encontraba, deberá recurrir a su hospitalidad, aún, negándose a recibirla. Así comienza 30 noches con mi ex, una nueva apuesta cinematográfica de Suar, en la que el amor será el tema central de un relato, sí, pero que, aprovechando su disfraz de comedia, se detendrá en una reflexión acerca del lugar de personas con cuestiones psiquiátricas en la sociedad, con una narración, correcta, precisa, que se ve potenciada gracias a las logradas actuaciones del elenco protagónico, destacándose Gamboa, con una verdad que le ofrece a Loba, distintiva, en un rol que en manos de otra intérprete podría haber quedado en el trazo grueso. Pichu Straneo, Rocío Hernández, Elisa Carricajo, Jorge Suárez, Elvira Onetto, bailan alrededor de Turbo y Loba, en una coreografía aceitada gracias a diálogos naturales que fluyen en la boca de los actores. El guion marcará dos momentos bien diferenciados entre sí, uno de desborde, en donde Loba avanzará sobre Turbo, para luego retraerse y comenzar a construir un sendero con emotivos discursos que revelarán un costado mucho más dramático de la propuesta. Hay situaciones que despiertan muchas risas, sí, porque cada vez que Loba asume el discurso, y empieza a decir sus verdades a los cuatro vientos, incluyendo la necesidad de escuchar “guarangadas” para dormir, 30 noches con mi ex le cede el protagonismo absoluto del relato. Ahí, en donde la risa explora la empatía, comienza a urdirse un complejo entramado para recibir el trayecto final del relato, en donde se sugeriría un final feliz, pero, por suerte, el giro de timón permite descubrir otro matiz mucho más efectivo, con una protagonista que se permitirá soñar, mirar hacia el cielo y sonreír, al compás de la poesía de Andrés Calamaro y el amor de los suyos.
“30 noches con mi ex” de Adrián Suar. Crítica. El “Chueco” suma el título de director a su lista de habilidades. El próximo 11 de agosto llegará a las salas de gran parte del país la nueva película de la casa productora Patagonik, “30 noches con mi ex”. Con Adrián Suar y Pilar Gamboa compartiendo poster. Pero además se trata nada más y nada menos que del primer trabajo de Suar como director. Tenemos aquí otra de las clásicas comedias que venimos viendo desde hace varios años y que el público tanto acompaña. “La Loba” necesita de la ayuda de su ex marido “el Turbo”. Después de estar muchos años separados, Turbo tiene que alojarla en su casa durante 30 días. Esto es para que la madre de su hija pueda realizar la transición entre su internación psiquiátrica y el mundo. La convivencia no será sencilla, pero generará un cambio profundo en ambos personajes. Comparando el audiovisual con el corpus de obra que posee a Adrián Suar como protagonista en la última década, podemos notar que todos poseen puntos en común. No me refiero a las tramas miméticas o los chistes recurrentes. Empero, dicho esto y dado que Suar ahora ocupa además la silla de director, surge la siguiente interrogante: ¿En la pantalla se refleja todo lo que aprendió siendo actor en sus anteriores proyectos o estábamos viendo sus direcciones todo este tiempo? Y no me refiero a los modismos propios de la actuación de Adrián o que cada personaje que interpreta sea el mismo con leves mutaciones. Sino a la manera que elige contar lo que desea, los tropos que utiliza para representar las relaciones interhumanas (convivencias difíciles, terapias de pareja, priorizar las pasiones sobre las personas) o las interminables imágenes de la ciudad de Buenos Aires desde un dron. Al mismo tiempo, podemos decir que nos encontramos aquí ante un autor, alguien que deja su sello característico en todo lo que hace. Y aun así, sin embargo, se suele etiquetar de manera despectiva o restar importancia. Nos puede gustar más o menos esta fórmula que repiten, hasta el hartazgo, estas películas. Pero sin duda alguna, siempre consiguen (por lo general en el tercer acto) tocar alguna fibra emocional del espectador. Algo así como sucede con la Coca-Cola. Todos sabemos que nos hace mal a la salud, sin embargo está en la mayoría de las mesas a la hora de la comida. Mas cuando modifican de alguna manera la fórmula original, las masas elevan los gritos a la compañía hasta que vuelve a ser lo que era. La crítica especializada podrá quejarse y dar la peor puntuación que consideren merecida, pero año a año este tipo de películas siguen llegando. Un poco por el empuje de sus productores y en otra gran parte a que el público las acompaña. “30 noches con mi ex” no viene a revolucionar el séptimo arte y Adrián Suar lo sabe. Su búsqueda es otra y al mismo tiempo forma parte del vasto universo que es el cine. Si de una pirámide alimenticia se tratara, estaríamos aquí en la cúspide codeándose con los postres y los azúcares. Eso que nos hace tan mal y aun así no podemos parar de consumir desmedidamente.
El filme marca el debut de Adrian Suar en la dirección de un largometraje, ya había transitado esa experiencia en la misma función, en uno de los cortometrajes del filme “18J” (2004), compuesto por 10 cortos de distintos directores. El filme que nos ocupa adhiere al genero de comedia,
Loba (Pilar Gamboa) y Turbo (Adrián Suar) fueron una apasionada pareja y tienen una hija en común de 20 años. Desde hace seis que están separados y hace tres años que no se ven. Ella está internada en una institución psiquiátrica de la cual está lista para salir. Pero para que la reinserción sea menos violenta, la directora del instituto le pide a Turbo que le permita a Loba vivir con él durante treinta días. Estar cerca de su hija y de su ex es aparentemente la mejor solución para la paciente, o al menos para los guionistas. La película comete un primer error y es plantear un espacio de tiempo que luego dejará de ser central. Tal vez quedó fuera del montaje, pero la centralidad que podrían tener esos treinta días es dejada de lado en algún momento de la trama. Si hay tiempo para descubrir esas cosas, es porque la película no logra entretener lo suficiente como para pensar exclusivamente en los personajes centrales. Adrián Suar tiene ya una extensa filmografía, que si bien no es prolífica al menos estuvo marcada por grandes éxitos de taquilla a lo largo de los años. Empezó con algunas dudas y luego consiguió algunas películas bastante aceptables, incluso buenas. Un cine de género con algunas buenas ideas y resultados efectivos. La apuesta de 30 días con mi ex es la más complicada de todas. Busca ser una comedia y un drama a la vez. Es muy difícil lograr que ambas cosas funcionen con la misma calidad, pero acá ninguna de las dos lo hace. A la comedia le falta toda la gracia y simpatía de Suar, los momentos cómicos son marcadamente fallidos y sólo algún chispazo puede conseguir una sonrisa. De reírse, claro, ni hablar. Si fuera por la comedia sería una película mediocre sin más, pero es el drama el que hace que la película se convierta en una larga repetición de conceptos y todo, pero absolutamente todo, sea expresado en palabras. No hay forma de identificarse con los personajes principales, ni son simpáticos, ni son graciosos, ni son humanos. Por miedo a la falta de empatía, una banda de sonido omnipresente nos dice lo que tenemos que sentir en cada momento. Eso, lejos de funcionar, irrita. Y la única escena donde eso evita eso, el director elige mostrarnos un mural detrás de los personajes, no vaya a ser que quede algo para que nosotros podamos pensar que nos parece el momento que estamos viendo. Ningún rol secundario vale la pena, pero el de la doctora tiene todas las malas líneas de diálogo posibles y, para peor, vuelve a aparecer en dos de las últimas escenas de la película. Detengámonos sobre estas escenas. Cuando todo fue dicho y subrayado una docena de veces, llega el momento en el cual la película tiene que terminar. Si nada funcionaba hasta ese momento, era claro que el cierre podía convertirse en lo peor de toda la historia y así es. De cinco escenas finales, tres son charlas que repiten ideas y dos de ellas son, literalmente, una sesión de terapia y un brindis. En ambos casos, un espacio para hablar, hablar y hablar. Lo de la terapia es tan malo que si la película terminaba en cualquier escena anterior, la película hubiera ganado, aun con un final más abierto. Esta comedia dramática sobre una mujer con trastornos mentales y su ex tratando de ayudarla es también el debut en la dirección de Adrián Suar. Su puesta en escena tiene un exceso de primeros planos y gente sentada hablando, no sé si tenía margen para más, pero por ahora no ha mostrado algo que justifique su paso a la dirección de largometrajes.
A priori, ya sea por el título, el póster o por su mismísimo protagonista, 30 noches con mi ex da la sensación de ser “una película más de Suar”. Y si bien hay mucha verdad en esa frase, hay que destacar que en esta ocasión eso es algo muy bueno. En su debut como director, sorprende con una narrativa certera, una puesta más que correcta y una dirección de actores excelente. Estamos ante una de las mejores comedias que ha hecho. A la par, tal vez, de Un novio para mi mujer (2008). Además, aquí balancea muy bien lo dramático a través del personaje de Pilar Gamboa y ahonda en algo a lo cual la comedia argentina le es esquiva: la salud mental. Gamboa, para aplaudir de pie, te hace reír y enternecer por partes iguales. La historia es simple y está bien que así lo sea porque no pretende ser otra cosa. Su máxima aspiración la cumple: distraerte con sonrisas y algo más. ¿Qué más? Pues el valor agregado de este film, aquello que no me esperaba que me iba a encontrar y que Suar manifiesta en muchos planos: amor. No son muchas las películas que transmiten amor y esta lo hace. Motivo por el cual te arranca alguna lágrima y hace que tu mente viaje en introspección en búsqueda de la experiencia que empate con lo mostrado en pantalla. Yo celebro eso y por ese motivo celebro esta ópera prima. Ojalá sea el comienzo de una larga carrera como realizador. 30 noches con mi ex es un gran debut.
La muy floja El día que me amen (2003) marcó el último intento de probarse en el terreno dramático para Adrián Suar, quien a partir de ahí se dio cuenta de que lo suyo era la comedia, un género donde ejecuta un mismo personaje que salta de película en película. Bien dirigido y guionado, Suar es eficaz y empático, como demuestran Un novio para mi mujer (2008), Igualita a mí (2010) y Dos más dos (2012). Caso contrario, ocurren cosas como El fútbol o yo (2017) o la abominable Corazón loco (2020). Dirigida por él mismo, 30 noches con mi ex se ubica, felizmente, muy lejos de las dos últimas, aunque tiene un problema hasta ahora ausente en sus películas: más allá de la similitud entre todos sus proyectos, con su impronta costumbrista ABC1 volviéndose cada vez más notoria, Suar sabía jugar en equipo poniéndose al servicio del relato y de la eficiencia cómica del conjunto. No por nada uno de los personajes más recordados de las comedias nacionales contemporáneas sea la “Tana” Ferro de Valeria Bertuccelli en Un novio para mi mujer. Aquí, en cambio, todo está pensado en derredor de él. Incluso el punto de vista le pertenece a su personaje, apodado el Turbo, aun cuando el auténtico centro gravitacional de la película sea Pilar Gamboa, que interpreta a la ex aludida en el título. Ella se llama Andrea, hace seis años que se separó de Turbo y tres que no se ven. Por esa razón se sorprende ante el pedido del médico que la atiende en el psiquiátrico –que parece un resort– donde pasó un tiempo internada: dado que Andrea necesita contención de un entorno cercano, la idea es que pase un mes viviendo con él y la hija de ambos para adaptarse a la vida fuera del nosocomio. La situación, desde ya, no será sencilla, pues si lo fuera no habría película. Andrea es un remolino incontrolable, una sucesión de torpezas que molestan a Turbo y en especial a sus vecinos, una pareja a cargo de los desaprovechados Jorge Suárez y Elisa Carricajo. Entre karaokes de madrugada o un incendio en el edificio en el que, sin embargo, cenan esa misma noche, se agradece que estas situaciones sean retratadas sin superioridad moral, como si Suar comprendiera que reírse “de” un paciente psiquiátrico es un acto de dudoso buen gusto. Lo cierto es que Turbo parece sufrir más que la propia Andrea. Recién en los últimos minutos Suar se corre del centro y parece ocurrírsele la idea de que quizás ella se sienta mucho peor que él, que todo ese caos es consecuencia de algo que Andrea no puede o no sabe cómo controlar. Una imposibilidad que Gamboa transmite con partes iguales de fragilidad y tensión, como si fuera animal herido que habla a través de sus ojazos redondos.
Guste más o guste menos, Suar siempre ha hecho gala de un timing notable para la comedia, trajinado en su época televisiva y extrapolado más tarde al cine. Claro que, como aquel que sabe que juega de memoria, con el paso del tiempo sus películas fueron descansando cada vez más en ese histrionismo exaltado de réplica breve, sin parecer demasiado preocupadas por ofrecer un valor agregado. En otras palabras: un film protagonizado por el actor era, por un lado garantía de confianza, y por el otro la sospecha de que se iba a ver más de lo mismo. A priori, 30 noches con mi ex no parecía ser la excepción al preconcepto (porque es cierto que no se trata más que de eso) y sin embargo, apenas comienza queda claro que la propuesta va a ser otra, mucho más interesante, atractiva y seductora. Lo anterior no es una metáfora. Exactamente a los cinco minutos del inicio del film se produce el primer encuentro de la pareja protagonista: sensible, sincero y preciso; y de este lado de la pantalla, con la primera sonrisa, el descubrimiento de que se está ante algo que promete ser distinto y muy disfrutable. “Loba” (Pilar Gamboa) y “Turbo” (Adrián Suar) llevan seis años separados. La inestabilidad emocional de ella la llevó a terminar internada en un instituto psiquiátrico, quedando él a cargo de la hija que tienen en común (Rocío Hernández). Como un primer paso hacia su reinserción social, surge la idea de que la Loba pase un mes rodeada de sus afectos. Y aunque Turbo siente que ya no tiene nada que ver con esa mujer que en el pasado amó, el pedido de su hija hace que acepte: “30 días, ni uno más”. De ahí en adelante, la vida de esta familia se convierte en un sube y baja de emociones. Luego de ese punto de partida había dos caminos: potenciar los desequilibrios de ella en un crescendo de situaciones absurdas que fueran pretendidamente cómicas, o intentar tocar una fibra más sensible, más adulta. Afortunadamente prevaleció la segunda opción. Y que no se malentienda, porque 30 noches con mi ex tiene un generoso número de gags en la línea de lo descrito (la mejor, la escena del restaurant). Basta con mirar el tráiler donde se han empeñado en mostrar gran parte. Lo que sucede es que, confrontados con su condición de historia de amor y superación de dos adultos expuestos a una situación límite relacionada a la salud mental, cualquier situación humorística actúa como alivio cómico a la tensión dramática y nada más. Esto queda especialmente claro en el delineado de los personajes de los vecinos -lo más flojo de la película a pesar de la solvencia de sus intérpretes, Elisa Carricajo y Jorge Suárez- que remedan aquellas viejas fórmulas ya mencionadas, quedando anacrónicos en el planteo predominante. Si el Turbo de Adrián Suar está ahí para obturar, por contraposición, el mecanismo de la comedia, la exigencia mayor se la lleva Pilar Gamboa. Su Loba hace equilibrio entre el exabrupto y la fragilidad con tal destreza, que es digna de los mayores aplausos. En la construcción de ese personaje complejo que no tiene un control certero de sus emociones, la actriz juega en el límite sin caer nunca ni en la caricatura ni en el patetismo, logrando en el proceso una absoluta empatía con la platea. En cuanto a los roles secundarios, Campi retoma su conocido rol de ladero, Pichu Straneo baja los decibeles y demuestra que el humorista comienza a quedarle chico, y Elvira Onetto se “roba” todas las escenas en las que aparece. Hace rato que Suar no es un pibe, y su debut lo encuentra en un muy buen momento, maduro, sin necesidad de abusar del trazo grueso y las estridencias. Se nota en la elección del trasfondo de 30 noches con mi ex, como también en el tratamiento visual que le da a la narración. La cámara reposa en los momentos en que el diálogo lo requiere, y se activa cuando hay que descomprimir. Todo está en función del respeto a la historia que se quiere llevar adelante, con una puesta en escena siempre preocupada por no desentonar. A juzgar por los resultados, el futuro de Adrián Suar en su nuevo rol de director es auspicioso. Se tendrán que conjugar múltiples factores para que la balanza no se desequilibre y se sostenga este buen punto de partida en nuevas propuestas; pero en lo que respecta a 30 noches con mi ex, el objetivo fue alcanzado con creces.
Nos encontramos ante la primera experiencia de Adrián Suar como director, aquí también protagonista. Se trata de una historia en la que "El Turbo" (Adrián Suar) quien trabaja junto a su socio (Campi) en una Financiera, es llamado para ser el apoyo de "La Loba" (Pilar Gamboa), su ex-mujer, quien acusa cierta inestabilidad emocional. Frente a una internación de varios años y ante una mejoría aparece un plan: que de a poco vaya reinsertándose en la sociedad. Pero esrto nom puede suceder de jun día para el otro, entonces su Dra (Elvira Onetto) le pide a Turbo que la lleve a vivir sólo por 30 noches a vivir a su anterior casa junto a él y la hija de ambos. Serían capaces ustedes, de vivir una aventura por un mes como la que acabamos de relatar? Entendiendo que ello depende del estado psíquico de cada persona, lo cierto es que no deja de ser una situación difícil de afrontar. En ese lapso vivirán situaciones cotidianas y agradables, también emotivas, y algunas difíciles de sobrellevar. Las actuaciones de los protagonistas son muy buenas, resistiendo Pilar Gamboa el mayor peso de la historia y destacándose sobremanera durante toda la historia. Es impresionante la cantidad de matices que su personaje desarrolla en el transcurso de los días, sus altos y bajos, mezclados con sus ganas de mejorar y tener un buen vínculo con su hija, enternecen. Al resto del elenco, ya mencionado, se suman Jorge Suárez y Elisa Carricajo como los vecinos que deberán lidiar con los vaivenes de Loba. También actúa como comic-relief Pichu Straneo, su amigo enamorado. Todos ellos completan el reparto de una película que entretiene y aborda una temática difícil al tratar un tema como la salud mental, y que debe y es tomada con el respeto que la problemática merece.
Palabra más, palabra menos, un diálogo entre Turbo (Adrián Suar) y La Loba (Pilar Gamboa) define hacia dónde irá el camino de 30 noches con mi ex. "Qué difícil es estar con vos", le dice Turbo a su ex. "¿Vos sabés lo difícil que es ser como yo?", recibe como respuesta. Cuando Adrián Suar eligió correrse de la comedia franca y probar acercarse al drama (El día que me amen, 2003, con Leticia Bredice) el resultado en la taquilla no le fue tan favorable. Con Un novio para mi mujer acertó en los dos planos, porque el filme con Valeria Bertuccelli fue un éxito de público y, tal vez, su mejor película. Desde entonces pasaron dos décadas en el cine jugando a un papel que, más o menos, era el mismo, y siempre orientado hacia la comedia. Y ahora que se decidió a lanzarse a la dirección en cine, con 30 noches con mi ex que combina la comedia y el drama, Suar conduce por la autopista en la vía del centro. Un poco más volcado hacia la izquierda -donde van los automóviles más rápidos, digamos, con la velocidad de la comedia- que hacia la derecha, donde la ruta se recorre más despacio, en honor al drama. O sea: se aleja lo suficiente de Corazón loco (2021), la película que no pudo estrenar en cines por la pandemia y se vio por Netflix, y tiene puntos en común con El día que me amen. El Turbo, su personaje, está separado de La Loba, Andrea, desde hace seis años. Hace tres que no la ve, y acepta reunirse con la directora de la clínica donde su ex está internada por problemas psiquiátricos, mientras no puede dejar de atender su celular, ya que tiene una financiera que compra y vende dólares y presta dinero. Y le extraña que la mujer le pida que Andrea pase las 30 jornadas del título con él y con su hija en común (Rocío Hernández), como una externación, y una adaptación a una posterior inserción en la sociedad. El tema es convivir Obviamente se niega, y por supuesto luego accede. La convivencia no va a resultar sencilla. Suar no se ríe de la salud mental, como tampoco lo hacía en El día que me amen, pero algunos síntomas o situaciones que vive La Loba son decididamente de comedia. Obsesiva, centrada en sí misma (bueno: Turbo también es egocéntrico, piensa primero en él que en otros), puede incendiar un departamento o pedir que le digan chanchadas sexuales para poder relajarse. Así como la película tiene una narración correcta, pese a algún subrayado y algún refuerzo desde la música de Nicolas Sorin, Suar supo contar con el aporte del Chango Monti en la fotografía y Mercedes Alfonsín en la dirección de arte. También es cierto que, en el guion de Javier Gross, esta vez los personajes secundarios aportan menos y no están para devolver paredes como suele suceder en las comedias, de Cuando Harry conoció a Sally a la que se les ocurra. Están desdibujados y prácticamente no tienen peso: el de Campi promete y luego desaparece; el del vecino de Jorge Suárez es más una macchietta y está desaprovechado. Suar ya tiene modismos que el espectador fiel, que lo sigue, los identifica rápidamente. Como con otros actores argentinos, como Federico Luppi o Rodolfo Ranni. Podrá cambiar el nombre, pero sigue siendo el mismo, y su efectividad siempre depende del guion y de la mano de quien lo dirija, como le sucede a otros comediantes. Pilar Gamboa tiene un papel bastante diferente al que suele encarnar con su grupo Piel de lava, aunque no desconoce la comedia ni mucho menos, cumple y está, como La Loba, en un subibaja entre el drama y la risa en esta película con la que el cine argentino espera repuntar a la hora de acercar su público a los cines.
Lejos de ser una gran película, 30 noches con mi Ex se mete en un terreno difícil y logra salir bien parada. Es precisa a la hora de nivelar lo humorístico con lo dramático y, aunque tenga algunos baches en el guión o situaciones que no terminan de explorar, logra que queden en segundo plano por la actuación de Pilar Gamboa y las pintorescas intervenciones de Jorge Suárez, Elisa Carricajo y "Pichu" Straneo.
Nada rupturista pero funciona. Desde fines de los 90 hasta la actualidad la figura de Adrián Suar fue ganando terreno, desde comedias en la TV hasta dramas unitarios y su irrupción al cine, en cuyo cuerpo fílmico la mayoría de las veces ofició como productor, argumentista y actor. Este año con 30 noches con mi ex le toca dar el paso que le faltaba debutando como director. La premisa no carece de originalidad y podría convertirse en un interesante tema de conversación con amigos. Ahora, lo que muchos querrán saber es cómo se desempeña el responsable de Pol-Ka en esta nueva faceta. Veamos. En los últimos años vimos al Chueco interpretando a personajes similares con leves variaciones. Por ejemplo, en Un novio para mi mujer (2008), donde nos inmortalizó a la tana Ferro, o en Dos más dos (2012) en la que tuvimos una excelente química junto a Juan Minujín, Carla Peterson y Julieta Díaz, aunque también tuvimos otras propuestas con menor repercusión: Me casé con un boludo (2016) o Corazón loco (2020) que no era más que una versión fílmica de la teleserie Naranja y media (1997). Podría hacer una nota completa de Suar sobre su desempeño en el cine, suena tentador, material no falta, pero sin desviarme continuemos hablando del filme en cuestión. Por empezar, como dije antes, sus personajes tienen un elemento en común: exitosos, bien acaudalados y en algún punto estallan de ira; no, no es Adam Sandler, aunque sí tienen similitudes. ¿Mismos actores, directores? Mmmmm… tal vez para otra nota, pero no es su sello y hay que aceptarlo. Si algo nuevo tenemos es la historia, con la cual es fácil empatizar y que, pese a que la dirección evoca a planos que ya habíamos visto en producciones pasadas, le perdonamos algún fallo a Suar que aún tiene tiempo para encontrar su identidad como director y está bien eso, no se lo puede matar. 30 noches con mi ex le da el sentido al argumento: Loba (Pilar Gamboa) recibió el alta de una institución psiquiátrica y para que su reinserción a la sociedad no sea tan chocante, debe convivir con alguien cercano, que no es otro que su ex, Turbo (Adrián Suar), con quien además tienen una hija en común de 20 años (Rocío Hernández). Sin lugar a dudas uno de los grandes fuertes de las comedias de Suar son las parejas que elige a la hora de encarar un proyecto: Pilar Gamboa es todo lo que está bien, compone un personaje empático, creíble, que va en contramano a las encarnaciones previas de Suar (vamos, su personaje en El futbol o yo era completamente exagerado). Esas diferencias marcadas, en comedia funcionan perfecto, hacen más interesante la interacción entre ambos y ese es el fuerte. Desde luego que el mérito no es sólo de la pareja protagónica, sino que también tenemos secundarios que acompañan bien como Jorge Suárez, Pichu, Campi y Elvira Onetto. 30 noches con mi ex es una propuesta entretenida para pasar el rato donde no sólo vas a reírte sino también a conmoverte sobre los minutos finales, un cóctel excelente que le da un peso extra.
Adrian Suar debuta como director en una comedia que protagoniza, muy bien acompañado por actrices excepcionales y con un tema conmovedor. La inserción en la sociedad de alguien que paso años en una internación psiquiátrica no es un tema fácil de encarar desde el humor o los mecanismos que exige la comedia, pero en el libro de Javier Gross (el mismo nombre de un personaje de Pablo Solarz en “Juntos para siempre”, pseudónimo del guionista y director) se evaden los escollos. Con mucha eficacia aparecen las inseguridades, la ternura, la conciencia de lo que debe evitar la protagonista femenina, y el humor fluye sin equivocar nunca el camino. Junto a ella los roles fundamentales que juegan su ex marido y su hija. Pilar Gamboa es una actriz que maneja como nadie la intensidad, la ferocidad y la gracia para un protagónico difícil de imaginar con otra intérprete. La dirección de Suar acierta con la contención de cada personaje, Gamboa como Pichu Straneo están en la medida justo del humor, hermanados con la gracia, la vulnerabilidad, lejos del ridículo y la conmiseración. Lo mismo ocurre con la relación de la hija, muy bien jugado el rol por Rocío Hernández. La mirada justa hacia los que suponemos que somos “normales” porque nuestra locura no salió del carril. Como actor Adrian sabe exactamente que cuerda tocar y el timming que exige el género. No es un film para reírse a carcajadas, pero si para entretenerse con una sonrisa constante. En los papeles secundarios se lucen Elisa Carricajo, Jorge Suarez y Campi.
"30 noches con mi ex", la marca-Suar. La nueva película del productor, actor y ahora realizador levanta la puntería con respecto a producciones recientes, pero sin alejarse de un estilio homogeneizado. Adrián Suar lo hizo de nuevo. Volvió a construir una película usando las herramientas que ya demostraron ser efectivas en los nueve títulos que lo tuvieron como protagonista desde el estreno de Comodines, el olvidado blockbuster nacional de 1997. 25 años en los que este actor y productor se puso a las órdenes de cineastas como Juan Taratuto, Diego Kaplan, Daniel Barone o Marcos Carnevale y que le permitieron adquirir la experiencia y confianza necesaria para convertirse en artífice total de sus trabajos en el cine. Porque si alguna novedad le aporta a su filmografía el estreno de 30 noches con mi ex es la de marcar su debut como director. Un dato que puede resultar sorprendente, porque, en virtud de la coherencia narrativa y homogeneidad estética de esas nueve películas, no sería raro que alguien pudiera creer que todas fueron dirigidas por la misma persona. Debe decirse que 30 noches con mi ex no se encuentra entre las mejores películas de Suar, como Un novio para mi mujer (2008) o 2+2 (2012). Pero sí que levantan el promedio de las últimas dos, El fútbol o yo (2017) y Corazón loco (2020), que se ubican entre las peores, lejos. Aún así, comparte con ellas los elementos narrativos que le dan forma al Mundo Suar. El protagonista es un hombre disociado de sus emociones, que vive atado a una cuestión material y para quien las mujeres no son tanto un par, sino un camino para su propia redención. En este caso se trata del Turbo, un financista que vive preocupado por la cotización del dólar, quien debe recibir en su casa a la Loba, su exmujer, de la que se separó hace seis años y se encuentra internada en un psiquiátrico. Como ella no tiene otro lugar a donde ir y necesita de un entorno familiar para reinsertarse en sociedad, la casa del ex se abre como posibilidad. Comedia romántica, como todas las de Suar, 30 noches con mi ex abunda en estereotipos, en mujeres capaces de desarticular la superficialidad del protagonista, y tiene en el espacio psicoanalítico un escenario recurrente. También abusa de la grosería como recurso cómico y los personajes secundarios son más secundarios que nunca. Pero en ningún momento llega a provocar vergüenza ajena, como sí ocurría con las dos anteriores, y por momentos se ve con una sonrisa. Algunas afirmaciones realizadas antes demandan profundizar, como el asunto de la efectividad, vinculado no tanto a cuestiones de la técnica o el arte del cine, sino a la voluntad de crear relatos de aspiración masiva. En igual sentido debe entenderse lo de “coherencia y homogeneidad”. Porque en las películas de Suar la cuestión de la “autoría” no tiene nada que ver con el trabajo de los cineastas a cargo de cada rodaje, sino con la labor carismática que el actor realiza como protagonista excluyente. Por eso cuando una de sus películas llega a los cines no se habla de “una de Taratuto” o “una de Kaplán”, sino de “la nueva de Adrián Suar”. Con el estreno de 30 noches con mi ex esa afirmación se vuelve 100% real.
A esta altura, podemos hablar del cine de Adrián Suar como de un género autónomo que tiene al productor, como el centro de una serie de historias que giran alrededor de un mismo personaje con variables mínimas. Sus películas son comedias que a veces tratan de dejar además alguna reflexión mínima sobre las relaciones personales. Los personajes que interpreta Suar en el cine son en general de clase media tirando a alta, con problemas de personalidad que lo hacen enfrentar situaciones como la aparición de una hija desde el pasado más remoto, que su esposa quiera que se metan al mundo swinger, que su pasión por el fútbol termine por dañar la relación con su familia o que directamente su mujer diga que él es un boludo. Pasaron más cosas en este universo acotado, pero está bien con lo que queremos dejar establecido. Sus películas son en general efectivas, algunas han tenido gran éxito y han servido además para que sus compañeros de elenco se luzcan, como el caso de Valeria Bertuccelli. Lo cierto es que las dos últimas películas de Suar, El fútbol o yo y Corazón loco, no fueron demasiado efectivas y la última, además, fue particularmente fallida además de que la pandemia la castigó duramente en términos de estreno, como a muchas películas en estos dos años de crisis mundial. Pasado lo más grave de la pandemia, el actor y productor anunció que tenía un proyecto personal para volver al cine, con la novedad de que además, lo tendría como director, además claro, de ser uno de los protagonistas de la historia. Un paso adelante para un universo que, tras la película anterior, parecía haber quedado dañado. Treinta noches con mi ex repite un poco la forma de su cine, pero en una variante de tono más serio. «El turbo» (Suar) lleva años separado de «la Loba» (Pilar Gamboa), con quien tienen una hija que en general es la que ha mantenido contacto con su madre. Es que «La Loba» sufre un problema psiquiátrico que la ha tenido internada durante tres años, pero ahora ha llegado el momento de que se reinserte en la sociedad. Para volver, la profesional que la atiende propone que la familia haga un esfuerzo -la paciente requiere paciencia y un poco de cuidado- y lo mejor es que por un tiempo, la paciente viva con su familia. «El Turbo» tiene una vida acelerada dirigiendo una “cueva” de compraventa de dólares y no parece tener tiempo para nada, pero tras una charla con la doctora, acepta recibir en su casa a su ex, que tiene algunas reacciones que por supuesto van a volver esas treinta noches en una especie de infierno. Gamboa es una de las grandes actrices de su generación, quizás la mejor, y le saca el jugo a «La Loba» de manera eficaz. Suar, que suele ser un efectivo comediante, esta vez tiene que limitar su histrionismo a favor de una historia que exige concentrarse en el tema de una dolencia de carácter psiquiátrico, con los problemas que conlleva meterse en un tema espinoso y sacar una comedia que divierta y a la vez deje alguna enseñanza. Gamboa es una gran actriz que tira paredes y no encuentra un compañero que le devuelva la pelota como corresponde. Jugar sola es difícil y no es que Suar esté mal como «El Turbo», es que apenas parece haber dejado su cara y que su cabeza estuviera pendiente de otras cosas. Treinta noches con mi ex es graciosa por momentos, y no demasiado efectiva en su resultado familiar. Como director Suar no demuestra nada demasiado especial y la película no se puede despegar del tono televisivo que suele atravesar su cine, sin embargo el film llega a las salas de cine eludiendo algo que sabemos que le fue ofrecida al director/productor, que era la posibilidad de que su nueva película se viera directamente en una plataforma. Suar creyó que era mejor que fuera al cine, porque la pantalla grande es más adecuada para ver películas, y nosotros estamos de acuerdo, claro. Esperamos que este nuevo paso de Suar sea el comienzo de una carrera que por supuesto, necesita más metraje para encontrar un tono personal que lo haga un cineasta, además de un efectivo comediante. Se verá si se anima a salir del sitio de confort y se anime a salir de la burbuja de barrios acomodados para descubrir nuevos mundos y nuevas coloraturas para sus películas. 30 NOCHES CON MI EX 30 noches con mi ex. Argentina, 2022. Dirección: Adrián Suar. Intérpretes: Adrián Suar, Pilar Gamboa, Rocío Hernández, Pichu Straneo, Elisa Carricajo, Campi, Elvira Onetto y Jorge Suárez. Guion: Javier Gross. Fotografía: Félix «Chango» Monti. Música: Nicolás Sorín. Edición: Emiliano Fardaus. Sonido: Guido Berenblum y Nicolás Cecinini. Dirección de arte: Mercedes Alfonsín. Distribuidora: Star Distribution. Duración: 93 minutos
Reseña emitida al aire en la radio.
Hace ya unos cuantos años (en el 2001 más precisamente) la película noruega “Elling” trajo a la pantalla grande con mucho humor y una gran ternura, el tema de la reinserción en sociedad luego de una internación psiquiátrica. Más recientemente “Loco por ella”, la comedia española de Dani de la Orden, da una vuelta de tuerca a la fórmula de la comedia romántica, cuando después de una fogosa noche de amor, Adri pierde la cabeza por Carla, una enferma psiquiátrica. Algunos de estos elementos se vuelven a dar cita en “30 NOCHES CON MI EX” la comedia con la que Adrián Suar no sólo vuelve al cine con otro de sus roles protagónicos sino que además hace su debut detrás de las cámaras y se convalida como un hombre del espectáculo, conocedor de la receta para lograr un producto convocante, popular y atractivo, con una gran calidad en los rubros técnicos, un elenco ajustado y efectivo en donde incluso siempre aparecen personajes secundarios atractivos. Loba (Pilar Gamboa) ha estado internada por un largo tiempo en una institución psiquiátrica y ahora la directora de la clínica le comunica que ya está lista para iniciar el camino de su reinserción social. Pero para que ese proceso sea más llevadero necesitará contar con la ayuda de su familia: su ex marido y la hija que ambos tienen en común. Turbo (Adrián Suar) está atrapado en las redes de su trabajo como financista en donde parece no poder abandonar ni por un minuto la cotización del dólar, las tasas de interés y los movimientos financieros cuando Loba vuelve a irrumpir en su(s) vida(s). La propuesta es que Loba viva por 30 días junto a Turbo. Esta convivencia “forzosa” hará que se revivan algunos momentos de su vida juntos, que aparezcan la risa y la complicidad, la química que han tenido y aún conservan, pero también deberán trabajar sobre las crisis, el desequilibrio y la dificultad para sostener estala enfermedad que Loba no puede controlar. El guion de Javier Gross (¿habrá apelado nuevamente Pablo Solarz al juego de utilizar un seudónimo?) sabe entremezclar los momentos (maníacos) de comedia con aquellos otros más cercanos al drama, siempre apegándose a una estructura de producto comercial efectivo y buscando que además de un entretenimiento sólido, pueda llegar algún mensaje. Si bien Suar ya tiene aceitado el personaje que se guarda para sí en cada una de sus películas, tiene además de inteligencia de rodearse de parejas protagónicas potentes que además le permiten cierto lucimiento. Como una sucesora natural de los éxitos junto a Valeria Bertucelli, aparece ahora la figura de Pilar Gamboa en un protagónico a su medida, en donde puede dar rienda suelta a su talento y jugar desde el desborde hasta mover la fibra más íntima pasando por esos momentos únicos en donde su leguaje procaz, provocador e ingenioso genera una carcajada porque justamente ella logra el fraseo y el tono justo. Quien la haya visto alguna vez en teatro, sabe de su magnetismo y su potencia en escena y aquí en “30 NOCHES CON MI EX” logra sacar provecho de su personaje con todos los matices y los colores que se proponen. Como en todo buen producto de la factoría Suar, brillan los secundarios y este nuevo filme, no es precisamente la excepción. Elisa Carricajo (compañera de Gamboa en el grupo Piel de Lava) se luce con un personaje completamente desopilante, muy diferente a todo lo que le hemos visto hacer en cine, ahora junto a Jorge Suárez, como la pareja de vecinos que se ven permanentemente “damnificados” por los diversos problemas que Loba genera. Para los momentos más reflexivos Elvira Onetto como la directora de la clínica y con una gran sensibilidad, Pichu Straneo como uno de los internos que está enamorado de Loba, logran junto a Campi y una natural y desenvuelta Rocío Hernández (como la hija) conformar un elenco sólido y funcional al producto. Este debut de Suar en la dirección, le permite volver sobre una fórmula muy exitosa de hacer cine, pero también, poder utilizarla en favor de un mensaje positivo para el difícil arte de lidiar con el desequilibrio psicológico y la locura en el marco de las relaciones afectivas. Como bien se menciona dentro de la película, es todo un tema no poder salir de la locura, como también lo es no poder entrar en ella: se sabe que es duro y complejo poder acompañar a este tipo de pacientes pero, como bien dice la protagonista, más difícil aún es padecerlo en primera persona.
El universo de Adrián Suar Adrián Suar no necesita presentación, ya es parte de la leyenda de la televisión y el cine en Argentina. Actor, productor, director y guionista, su trayectoria con Pol-ka y Canal 13 sigue siendo relevante hoy en día en el cono sur, aunque causa reservas cuando se trata de una nueva película de él. «Luego de estar años separado de su esposa, «El Turbo» (Adrián Suar) acepta el pedido de su hija en que convivan nuevamente por 30 días con su ex esposa que se está recuperando de una larga internación. La nueva vida en familia podría reavivar los sentimientos de amor y la ilusión de estar juntos». Pilar Gamboa y el mismo Suar protagonizan esta comedia romántica grabada enteramente en Buenos Aires. Suar hace nuevame de Suar: un hombre de clase media alta que tiene problemas con su mujer (o mujeres), lo tiene todo: casa, auto, dinero, prestigio pero pareciera no poder conectar con sus relaciones amorosas, son un total quilombo. 30 noches con mi ex es lo mismo que ya viene haciendo Suar desde antes «Un novio para mí mujer», solo que acá quien brilla en su máxima esencia es Pilar Gamboa, su carisma y energía hacen de este personaje entrañable. Pilar interpreta a una paciente psiquiatra y acá puede generar cierta controversia, su interpretación es buena pero posiblemente no sea la más adecuada para los especialistas o personas que sufran dichos trastornos, pero como es el universo de Suar, supongo que sus espectadores la verán para desconectar el cerebro. 30 noches con mi ex es una comedia romántica evidente, tiene momentos hilarantes que se pueden volver memes, una Plar Gamboa que está increíble y más de lo mismo. Es una película que podría funcionar bien en televisión, no en el cine. Calificación: 5/10.
Otra comedia para el olvido de Adrián Suar Adrián Suar, ahora también director, hace otra comedia superficial sobre la pareja donde se pone deliberadamente en el papel de cómico junto a Pilar Gamboa. La premisa es la misma de siempre. Él es un tipo de clase media de Buenos Aires, medio garca en su profesión, medio infantil en su comportamiento y con una relación dificultosa con su mujer. Aprender a ser mejor persona es el hilo conductor de la historia con varios chistes en el medio, muchos de ellos a cargo de su incontrolable mujer. La mujer es su ex (Pilar Gamboa alias La Loba en la película) y está en un psiquiátrico. Porque si en el imaginario popular la ex siempre es una loca, en esta película sin sutilezas la cosa se hace literal. Su psiquiatra (Elvira Onetto), que se comporta como una madre New Age para ambos, aconseja un tratamiento: que pase un mes con sus afectos (su ex El Turbo y su hija adolescente, interpretada por Rocío Hernández) para reintegrarse a la sociedad. Pilar Gamboa salva en parte a la película haciendo creíble el subibaja emocional. Sus ataques van del llanto al arranque de ira con malas palabras de manera convincente. Un recurso utilizado en exceso que viene de Un novio para mi mujer (2008). A nivel cinematográfico 30 noches con mi ex (2022) es muy pobre. Salvo algún que otro plano con un espejo o con un mural detrás, el resto es televisión. No hay inventiva visual para contar reduciendo todo a la interpretación de sus protagonistas. Detrás de cámara Suar busca imitar el estilo lacrimógeno de Marcos Carnevale en muchos momentos donde las escenas requieren emoción, y abusa de la música de piano para generar la ternura que las imágenes no expresan. Pero a la película de Suar (en su carácter de protagonista y productor) hay que compararla con otras películas de Suar y, si bien estamos ante una leve mejoría con respecto a Corazón loco (2020), 30 noches con mi ex no deja de ser una repetición de lugares comunes y de estereotipos sociales que, a esta altura del partido, se sienten agotados.
Una historia de amor entre la locura y la cordura Una metáfora futbolera aplica perfectamente para el caso de “30 noches con mi ex”. Cuando la selección argentina estaba definiendo equipo, hubo una frase que quedó como máxima cuando se preguntaba quiénes iban a salir de titulares: “Messi y diez más”. Bien, “30 noches con mi ex” es Pilar Gamboa y diez más. Porque su Loba, una enferma psiquiátrica que va en busca de una rehabilitación para reinsertarse en la sociedad, está dotada de una sensibilidad y una carnadura por la que basta y sobra para ir a ver esta película. Claro que antes de analizar el film hay que reparar en Adrián Suar, quien aquí debuta como director, y nada hacía prever que en su ópera prima como realizador cinematográfico iba a correrse de la comedia. Ni tampoco del rol de comediante, en el que le fue mejor en “Un novio para mi mujer” y “Dos más dos”, que en las fallidas “Me casé con un boludo” y “El fútbol o yo” o la paupérrima “Corazón loco”. Con un trabajo cuidado en el manejo de cámara y logradas sutilezas de dirección de arte en las escenas donde interactúa la pareja protagónica, Suar demostró al menos que la ropa de director no le quedó tan grande. Aquí le dará vida a Turbo, un tipo muy ocupado en los números de su trabajo y poco abocado a ponerle el cuerpo a sus vínculos más íntimos. Pero un día su hija Ema (Rocío Hernández) le propone que tendrán que recibir a su mamá, Loba, como parte de un tratamiento. Y él se negará, hasta que aflojará. El Turbo y la Loba se separaron hace seis años, y en los últimos tres casi ni se vieron. Los transtornos psíquicos de la Loba hicieron mella en esa relación, pero claro, más en ella. Y eso es lo que refleja “30 noches con mi ex”. Porque más allá de tratarse de una comedia de enredos, bien resueltos generalmente gracias al oficio de Gamboa y Suar, la película deja flotando el mensaje de la inclusión. Pero no desde un costado políticamente correcto, sino desde ese espacio que se debe dar a una persona por ser diferente, y que muy a pesar suyo, no tiene la posibilidad de cambiar, al menos en lo inmediato. Eso sobrevuela todo el tiempo en esta historia, en la que la Loba intentará vivir como la gente común y corriente, por expresarlo de alguna manera, y se irá dando cuenta que ella es la Loba y su circunstancia. En ese recorrido pasará por varias estaciones, desde no respetar el protocolo de convivencia de un departamento, hasta poner música a las 3 de la mañana, alojar a un compañero del psiquiátrico enamorado de ella, decir barbaridades en la cena en donde su hija le presenta a su novio, robarle la comida a los vecinos o incendiar un edificio porque rompió una pared con una masa para borrar una imagen con forma de pene. Mientras todo esto transcurre, el Turbo la sigue mirando con ternura, como quien guarda una foto con la mejor cara de un ser querido. Y ese recuerdo lo lleva a acercarse tanto que en un momento los planetas explotan. Lo bueno de esta historia es que se corre del final de “y fueron felices y comieron perdices” para llegar a un cierre más cercano a la realidad. En este contexto, “30 noches con mi ex” redondea una comedia para toda la familia que cumple el objetivo buscado: entretener y dejar un mensaje a manera de souvenir. Un aprobado debut del director Adrián Suar.
MAMÁ SE VOLVIÓ LOCA Una cosa queda en claro después de ver 30 noches con mi ex: nunca importó quién dirigía las películas protagonizadas y producidas por Adrián Suar. Ahora que él mismo se coloca detrás de cámaras y prueba en ese rol, la película no se aleja dos centímetros de lo que plantearon Dos más dos o Corazón loco, por poner dos ejemplos de dos directores diferentes: se podría decir que hay un estilo que fusiona diversas fórmulas de puesta en escena y temáticas, y que siempre han tenido que ver con una mirada autoral que el propio Suar indicaba desde la producción. Desde la puesta en escena se apuesta por una claridad narrativa muy televisiva, sin mayor vuelo, y temáticamente se busca impactar preferentemente en un público poblado de parejas integradas por gente de clase media (con aspiraciones) de más de 45 años y con varios años de convivencia. En esa complicidad con el lugar común del tipo que menciona a su pareja como “la jabru” radica parte de la efectividad del humor de Suar. El cómo se cuenta -entonces- queda siempre detrás. Lo entendieron Kaplan, Carnevale o Taratuto, y Suar ganó la confianza -y el oficio- como para hacerlo y que luzca profesional. Hay una idea que Suar cada tanto retoma, algo que viene de la comedia clásica norteamericana y que tiene que ver con personajes femeninos imprevisibles que vienen a romper con un mundo masculino estructurado. Lo hacía la “Tana” Ferro de Un novio para mi mujer (seguramente la mejor película de Suar) y lo vuelve a hacer la “Loba” de 30 noches con mi ex. La diferencia sustancial es que mientras la “Tana” era divertida desde su mala leche para desconectar con un entorno social definido, la “Loba” (Pilar Gamboa haciendo lo que puede con lo que le dieron) es en verdad una enferma psiquiátrica y lo suyo es una acumulación de patologías. Lo que no deja de ser curioso en este film dirigido por el actor, es que cuando es evidente que el personaje que padece es el de ella, la película dirige constantemente su punto de vista al padecimiento de él, quien aparece como la verdadera víctima. De esta forma 30 noches con mi ex incurre en ese problema habitual de las películas de Suar, que lo imponen en la escena con una capacidad enorme para el aleccionamiento de su coprotagonista femenina. Aquí eso sucede de una manera sorprendente, ya que la película en determinado momento parece darse cuenta de eso (hay una discusión entre los protagonistas por ese mismo asunto), pero luego se olvida. Es como si Suar quisiera llevar constantemente la historia para el lugar común machista del tipo al que la mujer le rompe las pelotas (algo que por otra parte es fundante de los conflictos de sus personajes), sin asimilar que su mujer en este caso tiene un problema de salud. Ahora bien, si la película pone en primer plano a un personaje con un grado de locura importante, y pretende hacer humor con eso, fracasa en sus intenciones de hacer comedia porque le falta locura e imaginación para poner eso en escena, más un ritmo que combine con lo imprevisible. Por el contrario, 30 noches con mi ex es como tantas otras comedias cinematográficas argentinas, incapaces de pensar el humor desde la imagen, muy chata narrativamente, resolviendo sus conflictos en extensos diálogos donde los personajes están estáticos. Y para peor, sobre el final le agarra la culpa acerca del tratamiento que le dio al tema psiquiátrico y pretende volverse seria, algo a lo que su falta de profundidad no ayuda en lo más mínimo. Es más, luego de haber utilizado al personaje de Pilar Gamboa y sus puteadas como único recurso cómico, cuestan afrontar la solemnidad y el melodrama sensiblero sobre cómo atender un asunto de salud. Hay algo en ese puente entre la comedia y el melodrama que no funciona. De todos modos podemos llegar a afirmar que el debut de Suar en la dirección no es un fracaso, en función de que no desentona con el resto de su filmografía. Si funcionaba antes, seguramente funcione ahora. En todo caso el gran error de la película es confiar demasiado, hasta la auto-indulgencia, en la capacidad del actor para conectar con su público sin sumarle algo, una idea, que la vuelva distintiva.
EL CHUECO APRENDIÓ ALGO HOY Contiene spoilers. Bienvenidos al período consciente de nuestros capocómicos contemporáneos: hace algunos meses Guillermo Francella señaló el cielo para mostrarnos la catástrofe que nos tiene preparada el planeta mientras estamos tan enfrascados buscando certezas en una app, y seguramente compartiendo las claves de Netflix con nuestros padres como si estuviéramos en Sodoma y Gomorra. Adrián Suar también parece haber reflexionado en todo este tiempo, y vuelve a encontrarnos en las salas dispuesto a detenerse en medio de una vereda de Buenos Aires y señalar nuestro frenesí cotidiano desde los ojos de una mujer con padecimiento mental, como hablándonos de lo bien que nos haría ver las cosas un poco más como ella. En Granizo, Francella completó el camino hasta la época de las cancelaciones y las relaciones poliamorosas; Suar llega ahora al encuentro del positivismo sexual y las cuevas como refugio para una clase media en extinción a través de Turbo, el jefe de una financiera por calle Florida que recibe en su casa a su exesposa (Loba, interpretada por Pilar Gamboa), que comienza su reinserción tras un tiempo en una institución psiquiátrica. En una actualización algo más demorada, 30 noches con mi ex también incluye un sanitario convertido en obra de arte. Esto último es clave para describir con qué ideas la película construye a Loba y su trastorno esquizoafectivo, un aspecto que intenta abordar alternadamente desde la comedia y el drama, sin aciertos en la mayoría de las escenas. Una cuestión es que el trastorno está dispuesto como una ensalada de comportamientos únicamente correspondientes a las necesidades cíclicas del guion, lo cual hace que Loba pase arbitrariamente de ser una parodia involuntaria de Raymond Babbitt a replicar los aspectos más superficiales de la personalidad de Janice Soprano. La segunda cuestión está en que, en varios momentos, la película no hace más que canalizar en el trastorno una serie de estereotipos sobre lo que entiende como la mujer progre actual, por lo que Loba vuelve a la vida de Turbo convertida en una feminista hippie con ínfulas de artista, adornada desde el vestuario con una tote bag con la imagen de un paquete de arroz basmati o una remera que dice “LUBRICATE CON MARGARINA”. Su “hipersexualidad” queda representada en su franqueza para hablar sobre sexo en público o un pedido de frases softcore por teléfono, y algunos de sus raptos de agresividad siendo bastante similares a las cataratas de puteadas callejeras que ilustran hace tiempo el imaginario porteño (en este caso con el detalle atento de cambiar “puta” por “yuta” en las frases). Hay un dardo simpático a la noción del Rivotril como un analgésico en el rol secundario de Elisa Carricajo, y hasta una punta de empatía en los dos episodios más duros que Loba atraviesa en su reinserción (y que dan pie a destellos de Gamboa, cuando el foco se corre de las reacciones de Suar), pero después del segundo episodio la película se lleva puesta a la voz más sensible que había mostrado, que es la de la psiquiatra de Loba. Las ideas contemporáneas que expresa al principio se convierten hacia el final en centros que se le podrían ocurrir a Andy Kusnetzoff un sábado a la noche, y que son los necesarios para que Turbo deje de ver a Loba como un acertijo envuelto en una molestia hasta perder la frialdad de su oficio cuevero, mostrarle a Loba la misma vulnerabilidad que detectaba en ella cuando la abrazaba anteriormente y hasta almorzar en armonía con ella y otro paciente psiquiátrico (Pichu Straneo en las arenas movedizas de un personaje caricaturesco al que por respeto no puede llenar de muecas). Cada iteración de los personajes de Suar se enfrenta siempre a un contexto que tiene que asimilar a los tumbos, y en 30 noches con mi ex esa misma torpeza se termina reflejando detrás de cámara, porque el terreno es muy delicado como para centrar la película en los trucos cómicos usuales. Esto es lo que el Suar director tiene que salir a resolver usando ideas de debutante (ver la escena de la búsqueda de la medicación con la cámara en mano, o la discusión callejera que corta al plano general donde, oh casualidad, la pintura callejera representa los roles de Turbo y Loba) y un guion que se acuerda a último momento de la seriedad del tema que aborda. Ese juego de espejos construye la incomodidad constante de sentarse a presenciar el entusiasmo con el que El Chueco nos cuenta las dos o tres cosas que aprendió sobre la locura (y cómo retratarla).
Luego de la pandemia, la industria nacional comienza a cobrar velocidad y fuerza con un par de estrenos fuertes, que tendrán gran cantidad de pantallas en este mes. El primero de ellos es «30 noches con mi ex», debut en la dirección del popular Adrián Suar, quien se pone al frente de una producción local con buenos rubros técnicos e intérpretes con experiencia, pero con poco impacto a la hora del resultado final. Es cierto que Suar nunca se especializó en protagonizar dramas (si bien coqueteó como intérprete en la fallida «El día que me amen») ni en ningún relato donde los climas emocionales dominen la pantalla. Por el contrario, su línea fue hacer un tipo de cine directo, básico, poco rutilante, divertido (hay que reconocerlo) y con cierto resultado en taquilla. Quizás por eso sea una novedad «30 noches con mi ex». En su primer trabajo detrás de las cámaras, el director elige un relato que se presenta como comedia , pero posee una fuerte veta dramática que subyace y cobra fuerza en un determinado momento. Desafío resbaladizo para un experimentado hombre del humor familiar, que no salió tan bien como podría esperarse. La historia nos trae a «la loba», Andrea (Pilar Gamboa, solvente siempre), quien se encuentra en una clínica psiquiatrica, intentando volver al mundo social. Algo sucedió hace unos años y se separó de su pareja, «el Turbo» (Suar), al cual no ve hace tiempo. Pero ella necesita, por recomendación del profesional tratante, para completar el proceso de readaptación e inserción que busca, a su hija (que hoy tiene 20 años) y a su ex, quienes por un espacio de 30 días deberán recibirla y acompañarla a que retome actividades, intereses y rutinas. «La Loba y el Turbo» fueron una pareja intensa, pero algo hizo que en algún momento, se perdieran. Turbo vive constantemente pendiente de su actividad laboral y al principio la idea le cuesta, siendo que realmente hace tres años que no sabe nada de su ex, y tiene su propio ritmo y objetivos de vida. Pero a no engañarse, lo que tuvieron en su momento fue fuerte. En ese sentido, el punto alto del film lo aporta Andrea, una figura frágil, inquieta, anárquica, espontánea, ilimitada. Gamboa, actriz de raza y todoterreno, despliega su habitual solvencia y carisma para encaminar su personaje con acierto. Suar contrapone ese rol con el suyo, pleno de abundantes dosis de gags cortos, en ráfagas y situaciones disparatadas resueltas con oficio. Sin embargo, no hay tanta química en esta pareja y algunas situaciones se resuelven de manual, sin demasiado acierto y con trazos gruesos. Hay secundarios que hacen un aporte discreto (Campi, sin ir más lejos) pero eso es responsabilidad exclusiva del guión. Ese costado emocional de vulnerabilidad que se experimenta cuando el film promedia, suena forzado (este cambio que los protagonistas experimentan en relación a su nueva convivencia) y queda lejos del voltaje del inicio de la peli. Se que esa era la intención pero a pesar del esfuerzo de Gamboa, el resultado no es del todo satisfactorio. Suar es muy bueno haciendo reir, pero le cuesta transitar el «lado oscuro» con llegada. Creo entender que el Chueco (y seguimos con los apodos) se la jugó para proponer una comedia dramática novedosa para la escena local. Pero el resultado es desparejo. Hay en «30 noches con mi ex» buenas intenciones y algunos pasajes que entretienen aunque en el balance final salimos de la sala esperando más. Más allá de eso, es motivo de celebración que el cine argentino que moviliza, recupere lugar en cartelera. Con el tiempo, el camino de avance de la industria se diversificará en mejores propuestas de género, seguramente.
30 Noches Con Mi Ex puede hacer reír y también llorar, tiene una consigna interesante, pero no se anima a explotarla del todo en la comedia. Aquí la crítica escrita más formal; en el link la crítica radial, más informal, completa en los reproductores de audio solo, o de YouTube con video. 30 Noches Con Mi Ex es una película que no se decide si es una comedia, o es un drama; es como una especie de tragicomedia, pero para ser comedia no es lo suficientemente graciosa, porque es muy respetuosa en cuanto al tema dramático, y para ser un drama no es lo suficientemente profunda ni desarrollada, y pierde mucho tiempo en tratar de hacer reír. Está como en un limbo entre medio de dos géneros, sin lograr el punto justo de equilibrio, un punto que sí estaba justo en otros filmes, como por ejemplo “Cuando Harry Conoció A Sally” que mezclaba bien el drama y la comedia, o que estaba de forma muy superior en otra comedia a la cual esta hace referencia indirectamente, que es “Un Novio Para Mi Mujer” la cual no era una película perfecta, pero sí funcionaba de una manera mucho más orgánica. El argumento trata sobre una mujer que está internada, y la psiquiatra, para liberarla quiere que primero antes de vivir sola se relacione con otra gente, y le toca esa tarea al exmarido, divorciado 6 años atrás y con 3 sin verla, presionado por su hija. Eso obviamente dará a lugar a situaciones disparatadas y problemas en la convivencia. Con respecto a las actuaciones hay que destacar a los dos protagonistas, por un lado pilar gamboa que hace de paciente psiquiátrica, la cual está muy bien, es muy correcta, y da mucha gracia en algunas partes, y el personaje de Adrián Suar que es para elaborar la siguiente hipótesis: Adrián Suar parece estar en un multiverso, el hace siempre exactamente el mismo personaje que es una persona más o menos inteligente, más o menos nerviosa, de clase media o alta, nunca lo van a ver sucio o pobre, que tiene ciertos conflictos con su entorno, y que quiere lograr cierto equilibrio de su vida; en todas las películas hace el mismo personaje con los mismos gestos, con la misma actuación, y la gente lo sabe y acepta; pero, ¿por qué decir que es un multiverso? Porque este mismo personaje que siempre, se reencarna en distintos filmes con distintos nombres, y distintas profesiones, y algunas características mínimas que se cambian entre película y película, al punto tal que son como distintas versiones del mismo personaje, no se puede negar que Adrián Suar hace bien ese personaje. Y cabe destacar que en este caso hay un par de escenas donde muestra sus sentimientos, y esas escenas son realmente notables, que pueden sorprender, y dan entender que tiene una capacidad actoral mayor de la que podemos imaginar en él. Volviendo a la apreciación del filme en sí, evidentemente el problema de la salud mental al ser tratado con cierta solemnidad hace que la cinta no funcione del todo. Porque está claro que el personaje de la protagonista, interpretado por pilar gamboa, tiene problemas psiquiátricos serios, y esos son los que van a dar justamente los momentos de humor en la película; pero es como si los realizadores no quisieran ofender a la gente con verdaderos problemas mentales, entonces la solemnidad con la que se trata el tema, atenta contra la comedia; podemos decir que la corrección política mata el humor del filme. En ese sentido la película re loca con Natalia Oreiro funcionaba mucho mejor, al ser más absurda y desfachatada, pero en este caso, se queda a mitad de camino. La película tiene algunos momentos que son realmente graciosos y la gente se ríe en el cine, pero cabe preguntarse si se dará el mismo efecto cuando una persona la vea sola en un servicio de streaming en su casa. Además, tiene otro problema que es bastante serio, que es un problema específico de dirección, quizás porque es la primera aventura actoral de quien fuera protagonista y productor en numerosas ocasiones: Adrián Suar. Pero una cosa es ser productor y otra cosa muy distinta es ser director, y en este caso el problema más grave del film es que tiene una ausencia notable de arco dramático. Las películas en cuanto a la emoción y la intensidad, tienen una forma como de un arco donde en un primer momento va subiendo la emoción, y luego si hiciéramos un gráfico, se hace como una montaña de emoción en la parte del clímax, y en el desenlace baja la ladera del otro lado de la montaña. En el caso de este filme, la película es bastante meseta, o sea tienen más o menos la misma intensidad las escenas del medio, con las escenas del final; y cuando la película termina no sentimos que haya habido un clímax. Y al no haber un clímax, la película no genera un efecto de cierre, pudiendo dar una sensación de que, en vez de terminar, simplemente se acaba. Si hubiera habido alguna escena muy dramática sobre el final, ese problema de amesetamiento se podría haber evitado, por ejemplo, que un intento de suicidio de la protagonista de desde algún lugar público, pero eso no está en la película. Otra opción hubiera sido un clímax desde la comedia, se podría haber hecho algún tipo de escena llena de cosas absurdas y enloquecidas para matar de risa a la audiencia, pero eso tampoco está en la película. 30 Noches Con Mi Ex no es una mala película, pero si es una película fallida en algunos aspectos y en normas generales, que no alcanza todo su potencial. Puede hacer reír, y quizás pueda hacer llorar. Cristian Olcina
Es probable que el lector crea que esta es una película más de las que produce o protagoniza Adrián Suar, y en cierto sentido tiene razón. Es cierto que, además, es su debut como director, pero el estilo demuestra que detrás de todas sus producciones siempre la decisión final fue suya. Aquí cuenta una situación que lleva a una historia: un hombre debe convivir un mes con su ex esposa, una mujer con serios problemas mentales, a pedido de la hija de ambos. Pero aquí es donde aparece una idea: la familia no es algo fácil de definir, las parejas no están juntas siempre por las mismas razones, la incompatibilidad para la convivencia (aquí exacerbada por el procedimiento casi fantástico de la enfermedad mental, la incontinencia social del personaje de Pilar Gamboa, actriz extraordinaria) puede no enmascarar el deseo sexual, las relaciones exceden con mucho cualquier tipo de definición. Y hay un filo de navaja: ¿cómo hacer comedia si un personaje está enfermo sin caer en lo aleccionador, bajar la intensidad o ser blanco del dedo políticamente correcto? Curiosamente, ante ese dilema, Suar no se lastima. Así, si bien el esquema de “pareja despareja” que el cine ha explotado siempre aquí funciona como un reloj -y, más que eso, como un organizador- hay otra cosa, algo más interesante que la construcción de momentos que lleven a la risa o a la lágrima de manera conductista. Suar ejerce, con su rostro, su cuerpo y la cámara, sutileza detrás de lo extemporáneo. No es poco.
Ópera prima como director para Adrián Suar, “30 Noches con mi Ex” representa su regreso a un territorio de comedia afín a sus búsquedas genéricas. Veinticinco años ya transcurrieron desde su debut en la gran pantalla, con la exitosa “Comodines” (1997, Jorge Nisco), y su permanencia como figura representativa del cine nacional radica en la gran recepción en taquilla que tuvieran títulos más recientes como “Me Casé con un Boludo” (2015) , “El Fútbol o Yo” (2017), “Corazón Loco” (2020). En su flamante incursión, en doble rol delante y detrás de cámaras, Suar decide apostar a un drama sensible en igual proporción que a situaciones humorísticas. Tonos y registros contrapuestos confluyen con eficiencia intermitente, mientras su personaje protagónico se convierte en el centro de un relato que orbita alrededor de la incómoda tarea que enfrenta. Estrenada en más de trescientas salas de cine a nivel nacional, y contando con la labor de director de fotografía del emblemático Félix Monti, el film está producido por Patagonik. El Chueco, hacedor de sucesos comerciales afines al público masivo y actualmente en cartelera en teatros porteños con “Inmaduros” sabe que depende de con quien compartas tu tiempo, el lapso puede resultar fugaz o tornarse una eternidad. El trailer adelanta gran parte de los gags que luego se desarrollarán a través de los noventa minutos de metraje. Herramientas conocidas y garantizadas, antes aplicadas a las órdenes de cineastas como Marcos Carnevale, Juan Taratuto o Daniel Barone, aunque no exenta de los estereotipos y superficialidades de ambición pochoclera.
Adrián Suar está al frente de algunas de las películas argentinas más taquilleras de estos últimos años, como «Me Casé con un Boludo» (2016), «El fútbol o yo» (2017) y «Dos más dos» (2012). A pesar de que no toda su filmografía alcanza una gran calidad, sacando la mítica «Un novio para mi mujer» (2008), tiene un público fiel que lo va a ver al cine en cada estreno. En esta oportunidad, el actor y productor se pone detrás de escena para dirigir su ópera prima que también protagoniza. «30 noches con mi ex» se centra en Turbo (Adrián Suar), que luego de estar años separado de su esposa (Pilar Gamboa), acepta el pedido de su hija para que convivan nuevamente por un mes. Ella se está recuperando de una larga internación y, para volver a reinsertarse en la sociedad, necesitará la ayuda de su familia. Esto podrá reavivar los sentimientos de amor y la ilusión de estar juntos. La película busca ahondar en la salud mental, las segundas oportunidades y los vínculos afectivos a partir de una comedia dramática que no siempre logra equilibrar de una buena manera ambos tonos. Hay algunos momentos graciosos pero no todos los gags resultan efectivos, como también hay ciertos temas serios que no pegan del todo con la manera en la que lo cuentan. Por momentos la trama también resulta un poco repetitiva y explícita, remarcando los mismos conceptos en varias oportunidades. Esto también se nota con el uso de la banda sonora, que si bien acompaña cada una de las escenas, subraya demasiado las emociones que quiere transmitir, ya sea drama, comedia o tensión. Es decir, nos dice qué tenemos que sentir y cuándo a través de la música, algo que resulta innecesario y que subestima un poco al espectador, como también algunas imágenes que complementan los diálogos para que no queden dudas que la interpretación debe ser una en particular. En cuanto al elenco, no podemos dudar de que Pilar Gamboa siempre fue una gran actriz, que ha demostrado su talento en varias oportunidades. En este caso se pone en la piel de un personaje complejo en cuanto a su construcción psicológica. Si bien sus líneas de diálogo a veces son un poco burdas para generar impacto y gracia, las lleva a buen puerto realizando una mezcla entre la exaltación y la fragilidad. Sin embargo, el foco de la película no siempre está puesto en ella, que es quien está buscando reinsertarse en la sociedad, sino en el personaje de Turbo y cómo él se adapta a esta nueva situación. Adrián Suar, por su parte, siempre actúa de igual manera en todas las películas en las que trabaja, algo que para el tono de comedia está correcto. A pesar de que existen varios personajes secundarios, todo el peso dramático recae en los protagonistas. El resto no está muy desarrollado: ni los vecinos, ni los amigos de la pareja, ni la psicóloga. Tal vez un poco el papel de la hija, pero tampoco tiene muchos matices. Todos sirven para que los principales puedan hacer su tarea y se luzcan. En síntesis, «30 noches con mi ex» es una comedia dramática que no siempre logra cumplir con el objetivo propuesto. Si bien tiene algunos instantes graciosos y una muy buena interpretación por parte de la actriz Pilar Gamboa, el tratamiento de los temas serios no son atinados en todo momento, los personajes secundarios no tienen desarrollo y se subrayan demasiado los mensajes y las emociones que quieren transmitir no solo a través de la trama sino también desde sus aspectos técnicos.