4 lonkos es un documental que narra la vida, muerte y profanación de los restos mortales de tres grandes caciques de la pampa y Patagonia: Mariano Rosas, Cipriano Catriel y Juan Calfucurá, quienes luego de la Campaña del Desierto, fueron profanados en nombre de la ciencia (sus cráneos terminaron formando parte de las colecciones de los museos antropológicos argentinos) y de un cuarto lonko o cacique, Vicente Pincén, quien una vez detenido por el Coronel Villegas, fue retratado en cuatro famosas placas fotográficas. El documental tiene un material de archivo escaso y una narrativa que no consigue avanzar de forma clara. A pesar de intentar ser didáctico no resultado del todo claro, asumiendo que todo aquello que no se dice debe ser entendido por el espectador. Es común que en el proceso de realización quienes participan de la película entiendan el relato por conocer todo lo que ha quedado afuera, pero el espectador sentirá que falta material. Los testimonios sufren por ser muy desparejos. Algunos son inteligentes y claros, como es el caso de Carlos Martínez Sarasola, verdadera eminencia en el tema. Otros son más ofuscados y torpes, más preocupados por la bajada de línea que por el rigor histórico o el análisis. Lamentablemente Sarasola falleció antes de que la película fuera terminada y aparece una dedicatoria a él. Su legado lo trasciende, sin duda. Las escenas de animación –algo a lo que el director Sebastián Díaz ya había recurrido en su film anterior- no consiguen tener el peso dramático adecuado. Parecen ligeras y sin sustento dramático. Hacen retroceder al film, aunque se entiende su intención de poner imágenes más allá de las personas que hablan. Y finalmente la división por episodios que tiene el film no le permite el crecimiento narrativo ideal para sumar potencia en su denuncia y su discurso. Le falta emoción al documental. Teniendo en cuenta que lo que cuenta es muy movilizador, el resultado no está a la altura. La idea de que los descendientes de una persona sepan que sus restos se exhiben en un museo, es terrible y poder recuperarlos es algo conmovedor. La película no logra que eso se traslade al lenguaje cinematográfico y falla en algo que debería ser el centro de su cometido.
Sebastián Díaz invitó a hablar más de cine que de Historia cuando presentó 4 Lonkos en la función de prensa previa al estreno programado para el jueves 9 de enero. Sin embargo cuesta separar los tantos ante un largometraje que expone los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la denominada Conquista del Desierto, y de paso señala omisiones, tergiversaciones e interpretaciones que los cronistas oficiales de nuestro pasado nacional instalaron y actualizaron a lo largo de 150 años. Este documental tributario de un trabajo anterior (La muralla criolla, disponible en YouTube) visibiliza el genocidio que los pueblos originarios de la Argentina actual sufrieron a fines del siglo XIX, a manos de –en palabras de uno de los entrevistados, Marcelo Valko– «el Ejército, la Iglesia, el Capital corporizado en la Sociedad Rural y la Ciencia». De esta manera, el realizador platense desmiente la condición desértica de la Patagonia conquistada por los soldados al mando del general Julio Argentino Roca. Lejos de avanzar sobre un desierto, Roca y sus subalternos llevaron adelante una limpieza étnica que arrasó con tumbas y cementerios; en todo caso perpetraron la desertización de un territorio poblado. En el marco de esta tesis, Díaz retoma la doble acepción del vocablo mapuche Lonko, en tanto Cabeza y Cacique, para contar la suerte que los jefes indígenas Juan Calfucurá, Mariano Rosas, Cipriano Catriel y Vicente Catrinao Pincén corrieron en vida y después de muertos. El realizador se concentra en la profanación, apropiación y exhibición de restos mortales por parte de blancos cristianos y civilizados. El film se divide en cuatro capítulos, uno por cada cacique retratado. El testimonio de descendientes y de estudiosos consultados (además del mencionado Valko figuran los fallecidos Osvaldo Bayer y Carlos Martínez Sarasola), las animaciones de Carlos Escudero y Juan Camardella, la cita de libros y documentos históricos, imágenes de los museos de La Plata y de Bariloche, el registro de ceremonias de restitución de cráneos apropiados por los coleccionistas Francisco Pascasio Moreno y Estanislao Zeballo conforman la materia prima de este ejercicio de reconstrucción histórica. Atentos a la invitación que Díaz hizo en la función de prensa, podemos pensar en la relación entre Cine e Historia y recordar las diferencias entre las películas con fines propagandísticos y aquéllas filmadas con rigurosidad y honestidad intelectual. Sin dudas 4 Lonkos integra el segundo grupo. Una prueba de rigor radica en la decisión autoral de filmar a Martínez Sarasola, a Valko y a la investigadora del CONICET Claudia Salomon Tarquini mientras leen pasajes de libros escritos por los mencionados Perito Moreno y Zeballos, y por Lucio Mansilla. De esta manera, el documentalista permite que el espectador conozca o recuerde apreciaciones de protagonistas directos de la proclamada –y aquí cuestionada– conquista. En este punto cabe destacar que Escudero y Camardella se basaron en textos del mismo Zeballos a la hora de producir las animaciones que recrean la violación de las tumbas sagradas de Calfucurá y de Mariano Rosas. Con este nivel de atención a las fuentes trabajó Díaz. Apenas comienza la película, el realizador explicita la perspectiva que le imprime al análisis de documentos oficiales y de testimonios transmitidos entre generaciones. Además de los textos y de los entrevistados elegidos, una imagen resulta elocuente para los espectadores que recordamos a José María Rosa: un plano general de la biblioteca de Valko, donde asoman los trece tomos de la Historia Argentina según el gran referente del revisionismo nacional. «El genocidio de los pueblos originarios no cabe en una sola película» sostuvo Díaz en esta entrevista que le concedió a Espectadores en el otoño de 2019. La observación ilumina otro acierto del realizador: haber sabido dotar de una unidad temática propia a 4 Lonkos, como a su predecesora. Por eso es posible apreciar este estreno sin necesidad de haber visto La muralla criolla. En aquella conversación, el realizador adelantó su intención de convertir el eventual díptico en trilogía. «Pretendo abordar la expedición de Roca a Choele Choel y mostrar la estafa que fue su campaña al desierto: el ejército de 1.500 a 2.000 hombres no se topó con un solo indio porque para ese entonces los caciques habían sido asesinados o encarcelados y sus familias, trasladadas a Buenos Aires», sostuvo. Rally del desierto es el título provisorio del proyecto. A la luz de estas declaraciones, la singularidad de 4 Lonkos se vuelve más evidente. Aún como parte de un compendio, esta obra sobresale en tanto aproximación inédita a la arista más macabra de la exterminación de mapuches, pampas, ranqueles, tehuelches en nuestro suelo.
4 Lonkos ¿Civilización y barbarie? Documental didáctico y con un marcado sentido educativo, que apunta directamente a como la ciencia ha maltratado a los pueblos indígenas del suelo argentino. Ganador mejor documental en el Festival Internacional de Cine Independiente de Paraná y 6º Festival de Cine con Riesgo (Florencio Varela) y que contó con el financiamiento del INCAA El cineasta platense Sebastian Díaz profundiza en la temática indígena con su última película 4 lonkos (2019). Las cuatro cabezas, que le dan nombre al documental refieren a Juan Calfucurá, Mariano Rosas, Cipriano Catriel y Vicente Catrinao Pincén, grandes líderes indígenas. Una vez finalizada la “Conquista del Desierto”, sus tumbas fueron profanadas y sus cráneos exhibidos en museos en nombre de la ciencia – a excepción de Pincén del que, una vez capturado, solo pudieron ostentar con un puñado de fotografías-. El documental apunta de lleno a figuras como Perito (Francisco Pascasio) Moreno y Estanislao Zeballos, y como, en nombre de la ciencia, han tratado a los últimos resistentes de las tribus, para convertirse en los mayores apropiadores de cráneos y coleccionistas del país, mediante practicas aberrantes. Para aquellos que hayan visto La muralla criolla (2017), primer documental de Sebastian Díaz, encontraran mucho más que un puñado de puntos en común. No solo por una obvia continuidad temática (quienes en su pedestal de civilizados arrasaron con cuanto creyeron diferente e inferior a ellos). Díaz vuelve a escoger la animación -a cargo de Carlos Escudero y Juan Carlos Camardella- como recurso valido y fundamental para mostrar aquellas escenas de hechos solo documentadas en papel. También enlaza entrevistas con historiadores y antropólogos; como los fallecidos Osvaldo Bayer y Carlos Martínez Sarasola, éste último especializado en los estudios indígenas y Fernando Pepe del colectivo GUIAS. A esto se le suma una rigurosa documentación histórica que decanta de su primer documental y secuencias de los sitios donde ocurrieron los acontecimientos que refieren a la vida, sometimiento, muerte y profanación de los 4 caciques de la región pampeana y patagónica. Si bien el documental posee un registro más televisivo y no consigue o carece de cierto vuelo cinematográfico, no obstante, resulta esencial y necesario para conocer la “otra” historia del período conocido en nuestro país con el nombre de Organización Nacional. Clasificación: Buena 7/10. Título original: 4 lonkos Año: 2019 País: Argentina Dirección: Sebastián Díaz Guion: Sebastián Díaz Música: Daniel Bugallo Fotografía: Daniel Muschong Reparto: Documentary Productora: INCAA Género: Documental
Sebastián Díaz propone una revisión del pasado, y en particular de caciques de pueblos originarios, para imaginar una identidad fragmentada y olvidada. Multiplica texturas y materiales, suma una de las últimas entrevistas de Osvaldo Bayer, argumentando sobre el tema, pero se queda a medio camino, sin resolver y con más dudas que respuestas.
Poner las cosas en su lugar La segunda película de Sebastián Díaz bien podría considerarse una continuación de su ópera prima. 4 Lonkos: vida, muerte y profanación (2019) se centra en el destino de los restos de tres reconocidos caciques y la desaparición de un cuarto luego de la campaña al desierto que diezmó a los pueblos originarios. Si en La muralla criolla (2017) se veían los engranajes de la maquinaria, aquí somos testigos de la posterior deshumanización de la que fueron víctimas. Por un minuto imagínense que los restos de un antepasado suyo reposan en una vitrina de Museo. Allí quedarían para que estudiantes y visitantes los vean a través de un vidrio, saquen una foto o comenten con sus acompañantes sobre el esqueleto que tienen delante suyo. Las sensaciones que afloran de tan solo pensar en esa situación estremecen cada parte del cuerpo. A ese espectáculo dantesco se ven sometidas las comunidades que ven cómo sus ancestros están catalogados y marcados con un número de serie como si se tratara de cosas materiales, reliquias de una civilización. Así se lo explica un líder coya al antropólogo Carlos Martínez Sarasola, una de las voces protagonistas del documental realizado por Sebastián Díaz cuyo tema central es la profanación de las tumbas en las que descansaban los restos de caciques involucrados en la defensa ante el avance del ejército argentino. De esta manera, nos adentramos en el pensamiento de Francisco Pascasio Moreno (más conocido como el Perito Moreno), fundador del Museo de Ciencias Naturales, quien se ufanaba de su amplia y variada colección de calaveras que llegaron a acompañarlo en viajes por miedo a que se las robaran. A través de textos leídos a cámara de este y otros pensadores, militares y expedicionarios entenderemos que no solo se trataba de aniquilar y diezmar a la población, sino que el plan también incluía borrar toda huella de humanidad de su cultura y reducir su legado a piezas de museo que, luego de ser estudiadas y catalogadas, sean expuestas a los visitantes. La restitución de los restos a sus descendientes es el final del viaje de estos guerreros y Díaz pone especial énfasis en la importancia de que vuelvan con sus familiares pero también en la búsqueda de aquellos que como el cacique Vicente Pincén continúan desaparecidos hasta nuestros días. 4 Lonkos: vida, muerte y profanación se destaca por su valor didáctico y, sobretodo, por imprimirle dinamismo a un tema que podría pecar de solemne. Sin embargo, a través de las recreaciones animadas del destino final de los protagonistas, el realizador logra una película interesante desde el punto de vista histórico.
Dividido en cuatro capítulos, este documental de Sebastián Díaz retrata la vida, la muerte y la profanación de los restos de cuatro importantes caciques de las regiones pampeana y patagónica. Dos de los cráneos de esos "lonkos" terminaron en la colección de los museos de Bariloche y La Plata. Con entrevistas a reconocidos historiadores y antropólogos como Osvaldo Bayer, Carlos Martínez Sarasola y Fernando Pepe, la película tiene una evidente orientación pedagógica y también la intención de denunciar las políticas que caracteriza como racistas de la Campaña del Desierto, cuyo trágico saldo, se narra allí, fue la muerte de unos 25.000 aborígenes.
Segunda parte de una futura trilogía, "4 Lonkos: Vida, muerte, y profanación, de Sebastián Diaz", es un documental contundente y descarnado que desnuda la verdad detrás de figuras históricas injustamente vanagloriadas en nuestro país; y el destrato y deshumanización sistemática a la que fueron sometidos nuestros pueblos originarios. Un Lonko es el jefe o cacique de una comunidad o grupo de familias que viven en conjunto y se alinean por un antepasado común. Se lo considera la autoridad principal de ese grupo, y suelen ser personas mayores por ser los más cercanos a ese linaje compartido. Un Lonko es un líder, y si tuviésemos mayor consciencia de los habitantes originario de nuestras tierras, estos 4 Lonkos a los que hace mención el segundo documental de Sebastián Diaz deberían ser figuras populares reconocidas históricamente. Sin embargo, probablemente sus nombres ni les suenen. Por el contrario, nombrar a Francisco Pascacio “El perito” Moreno, es sinónimo para cualquiera de patriotismo y valor; de lucha por el país, y defender nuestras tierras y soberanía. Gracias a él tenemos delimitado gran parte de nuestro territorio. Esto es lo que siempre nos cuentan. Prueben hacer una excursión a cualquier punto turístico del Sur argentino, y notarán como su figura es la de un semidios; o pueden visitar el museo histórico de La Plata que él fundó y lleva su nombre. La realidad es un poco distinta. Al entrar a dicho museo, al recorrer los muchos pisos y salones que lo habitan, lo más impactante es observar el sector dedicado a nuestros pueblos originarios. No vamos a encontrar sólo información y objetos arqueológicos, hay también restos humanos. Desde cráneos a fetos, pasando por cadáveres de tumbas profanadas. Por supuesto, todo de la colección personal de ese patriota que lucho por nuestras tierras… además de coleccionista de restos humanos. Sebastián Díaz ya había sorprendido hace tres años con "La muralla criolla", su ópera prima, y primera parte de lo que, asegura, será una trilogía sobre el destierro y la masacre a la que fueron sometidas las comunidades originarias en manos de los supuestamente civilizados. Si en aquella oportunidad nos hablaba de la construcción de la Zanja de Alsina, exponiendo cómo en base a una salvaje matanza fueron despojados de sus tierras; en "4 Lonkos", aborda el qué se hizo después con los restos. Emprender una investigación así no es sencillo. Díaz se encontró con puertas cerradas, negaciones, y poco aporte de material. Es esa parte de la historia en la que pareciera que no se debe hurgar. A raíz de esto, utiliza recursos como unas descarnadas animaciones, para graficarlos hechos, y entrevista al historiador Osvaldo Bayer, y al antropólogo Caros Martínez Sarasola; además de los puntos de vista de los herederos de los Lonkos Mariano Rosas, Cipriano Catriel, Juan Calfucurá, y Vicente Pinzón. Escudándose en una supuesta investigación y análisis científicos, los cadáveres de los tres primeros fueron ultrajados, y ni hablar de respetar la sepultura mediante el ritual de sus culturas. El caso de Pinzón es más complejo, se encuentra envuelto en un misterio aún mayor. Quizás por estas sucesivas trabas en la investigación, "4 Lonkos: Vida, muerte y profanación" es formalmente un documental sencillo. De cabezas parlantes, no tanto archivo, y un aireado gráfico mediante las animaciones. Su riqueza está en lo apabullante de su contenido que nos deja pasmado, cala bien hondo. Cuando nos hablan de una grieta reciente, es importante recordar que las divisiones se remontan, como mínimo, a estas épocas, en las que en nombre de la ciencia, de la religión, y de la patria, se deshumanizo a toda una comunidad, despojándolos no sólo de todo lo material, hasta de su propia integridad, aún después de muertos. Entrar a esos salones del Museo de La Plata (que recién en el Siglo XXI fue devuelto parte del material a las comunidades, pero aún falta mucho), es encontrarse con la cosificación. Nuestros originarios son ni siquiera animales, son objetos de exposición, curiosidades; y durante más de un siglo fue algo que no se cuestionó. Este es el verdadero valor de un documental como el de Sebastián Díaz. Otro aporte interesante lo harán los propios herederos de las comunidades, con dos vertientes representadas en el ahora. Estarán aquellos que intentan mantener sus tradiciones y quieren la verdad a toda costa; y los que mantienen una postura más conciliadora, los más jóvenes, que intentan recuperar el ahora, ubicando cada hecho en su contexto. En este punto sí será más objetivo y dejará que cada uno saque sus conclusiones. En el resto, Díaz no juega a la falsa lejanía, adopta una postura, y la fundamenta contundentemente. Durante décadas, más de un siglo, se nos mintió, se reinvindicó a figuras que no eran más que terratenientes aprovechadores y sanguinarios. Ya es hora de que el velo se corra definitivamente, caiga quien tenga que caer, nuestra verdadera historia como identidad cultural lo merece. La tierra llora, y los pueblos originarios claman por ser realmente escuchados. "4 Lonkos: Vida, muerte y profanación de Sebastián Díaz", quizás no sea la mirada definitiva, pero es un complemento junto a otros testimonios de gran valor que resultan indispensables para empezar a mirar más allá del cuento.
Es un documental de Sebastián Díaz, profundamente identificado con la causa de los pueblos originarios, y con el carácter exterminador de la campaña del desierto. Se ocupa de documentar la vida, muerte y profanación de las tumbas de Mariano Tosas, Cipriano Catriel y Juan Calfucurá, cuyos restos terminaron, en nombre de la ciencia, expuestos en los museos antropológicos de nuestro país. Y el devenir del cuarto lonko o cacique, Vicente Pincén, quien una vez detenido por el Coronel Villegas, solo pudo ser capturado en cuatro famosas placas fotográficas. La película cuenta con una de las últimas apariciones públicas de Osvaldo Bayer y del reconocido antropólogo Carlos Martínez Sarasola (fallecido en 2018), y con animaciones de Carlos Escudero y Juan Carlos Camardella. Los testimonios de familiares y descendientes de estos caciques acercan valiosos datos que agrandan la comprensión de una época fundacional de nuestro país y las ideologías que cruzaron y marcaron toda una época.
"4 Lonkos", demasiado didactismo El documental repasa la historia de los caciques Calfucurá, Cipriano Catriel, Mariano Rosas y Vicente Pincén, pero con un estilo a menudo cercano a la lección de Historia. Hay documentales que parecen lecciones de Historia. Éste es uno de ellos. Escrito y dirigido por el documentalista platense Sebastián Díaz, 4 lonkos echa luz sobre la vida y el sentido de cuatro relevantes caciques o lonkos que habitaron estas tierras, que lucharon contra el hombre blanco o a favor de él, que de todo hubo en la historia. Los caciques en cuestión son Calfucurá, Cipriano Catriel, Mariano Rosas y Vicente Pincén, analizados por varios historiadores y antropólogos, que brindan su saber al espectador tal como podría hacerlo un docente. No es que un documental didáctico esté mal por definición, y éste de hecho sirve para aprender lo que no se conoce. El tema es que cuando está planteado como transmisión magistral, el conocimiento no se construye de a dos (la película y el espectador, por caso), sino que viene en un solo sentido. Y eso lo vuelve limitado. Es el caso de 4 lonkos. Creador de la estirpe mapuche de la que también habla la reciente Paso San Ignacio, de Pablo Reyero, 4 lonkospresenta a Cafulcurá como un guerrero mítico, a cuyo funeral fueron representantes de gran cantidad de tribus. Como en las leyendas, este jefe mapuche habría poseído una piedra sagrada, que dota de inmenso poder a quien la detente. No sólo eso: habría contado también con la protección de un espíritu que lo acompañaba en las paradas bravas. Nada de esto es raro ya que es parte de la mitificación de toda figura de poder que las más diversas culturas han practicado desde la noche de los tiempos. Lo raro es que el antropólogo Carlos Martínez Sarasola adhiera sin más a esta mitología, lo cual no se lleva bien con el conocimiento científico racional en el que se forman los historiadores blancos desde hace por lo menos tres siglos. Como si fuera un western a la inversa, hay un villano en 4 lonkos y es el Perito Francisco Pascasio Moreno, que se dedicaba a coleccionar cráneos de indios para luego exhibirlos en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, que dirigía. De eso hablaba la tan bella como conmocionante Damiana Kryygi (A. F. Mouján, 2015), que contaba el caso de una mujer india secuestrada por el Perito para su estudio. El hombre blanco, por extensión, es entonces el “malo” de 4 lonkos, tal como establece de entrada Osvaldo Bayer al caracterizar al Perito. Cipriano Catrielvistió el uniforme del Ejército de la Nación y sirvió al hombre blanco. Hasta que quedó atrapado en una interna que involucraba al General Mitre y los suyos decidieron un final ritual para él. ¿O esa es la versión del huinca, destinada a desprestigiarlo? La pregunta, muy pertinente, se la hace el antropólogo Fernando Miguel Pepe. Los restantes caciques cuyas vidas revisa 4 lonkos son Mariano Rosas y el irreductible Vicente Pincén, a quien el Coronel Villegas atrapó pero no pudo capturar. Entre todos componen los rostros de un genocidio, visto hasta no hace tanto tiempo como un arma de la civilización.
Hace 3 años en un viaje al sur pude escuchar por primera vez, de voces de descendientes de los pueblos originarios, las atrocidades que cometió el Estado Argentino con sus ancestros. En “4 Lonkos” todo queda mucho más claro, mostrando la saña y odio con que fueron tratados 4 caciques por parte de varios “próceres” de la Nación Argentina. El documental “4 Lonkos” se estrena este jueves 9 de enero, en él podrán ver y conocer parte de nuestra historia más oscura. La famosa “campaña del desierto” que está en los billetes de $100 y el “celebre” Perito Moreno son parte de ella, con el aval de Julio Argentino Roca y varios “próceres” más que permitieron que los pueblos originarios del sur de nuestro país sean aniquilados, diezmados, capturados y exhibidos en museos (como el de La Plata) como si de animales exóticos se tratase. Las tumbas y los cuerpos de Mariano Rosas, Cipriano Catriel y Juan Calfucurá fueron profanados y llevados al museo de La Plata por el Perito Moreno como trofeos de la Campaña del Desierto y la victoria de la civilización sobre los “pueblos bárbaros”. El cuerpo del 4to cacique nunca fue encontrado, pero sobreviven de Vicente Pincén las fotos que le tomaron en Buenos Aires cuando lo capturaron (antes de mandarlo a la Isla Martín García como prisionero). Vale la pena ver este documental para rever muchos aspectos de nuestro país y este es uno con el que estamos muy en deuda. La restitución de los cuerpos que aún hoy están en los museos de nuestro país, exhibidos y sin tener el descanso que merecen.
Uno de los tantos pecados que cometió el ser humano a través de los siglos, y parece que va a seguir cometiendo, es el de creerse superior y, de la mano de ello subestimar, denigrar, y no tolerar a otro que no entra dentro de los parámetros aceptados por uno mismo. Esa constante se torna muy poderosa, casi invencible, cuando quienes la ejercen se encuentran dentro de una escala de valores sociales con una posición ventajosa por sobre el resto. Sebastián Díaz dirigió este documental para retratar y hacer popular unos casos de intolerancia, irrespetuosidad e ignorancia, ocurridos en el siglo XIX en nuestro país, y cuyos protagonistas fueron militares qué, en pos de la pacificación nacional, necesitaban atrapar vivos o muertos a los Lonkos (caciques) de ciertos grupos indígenas que habitaban la región sur de la provincia de Buenos Aires, luego de la llamada Campaña del Desierto. El director toma como referencia a tres personajes que tuvieron un recorrido de sus vidas y un destino final similar. Ellos fueron Juan Cafulcurá, Cipriano Catriel y Mariano Rosas, quienes fueron considerados enemigos y, luego de muertos, miembros del ejército argentino encontró sus tumbas, las profanó, se llevaron sus cabezas y, como trofeos, las entregaron al museo de La Plata, donde el Perito Francisco Moreno las recibió con beneplácito, para ser objetos de exhibición. Otro indígena, Vicente Pincen, fue perseguido y encarcelado, pero luego liberado y nunca se supo más nada de él. Quienes cuentan las vidas de estos personajes son historiadores que escribieron libros sobre ellos, y también algunos descendientes. El sistema narrativo es el más típico en estos casos, que es el de las cabezas parlantes que hablan a cámara pero, cuando salen a recorrer ciertos terrenos, caminan y muestran cosas o lugares por donde pasaron los pobladores originarios, y lo que se escucha es su propia voz en off explicando los hechos. La película está compaginada de tal modo que no hay baches entre toma y toma para que tenga un buen ritmo y que no sea anodina. En la mayoría de las escenas predomina el sonido ambiente aunque, de vez en cuando, suenan unas melodías instrumentales compuestas especialmente para amenizar las imágenes. Además, hay unos jueguitos y ecos con los planos sonoros de las voces de quienes hablan. Para sustentar los testimonios muestran antiquísimas fotos de ellos y de otros indios, pinturas y dibujos animados ejemplificando lo que se supone que pasó en ciertos casos. Además, la cámara registra monumentos, establecimientos, territorios, cartelería, etc., para hacer saber qué, por donde los pueblos originarios pasaron, especialmente sus Lonkos, no fueron olvidados, como sí lo hicieron los que comandaron y comandan las riendas de nuestro país.
El realizador Sebastián Díaz ya había mostrado en su anterior largometraje La muralla criolla (2017) su interés por la historia argentina en lo relacionado a la campaña del desierto y el genocidio de los pueblos originarios. Aquel film se centraba en la construcción de la célebre Zanja de Alsina que buscaba obstaculizar los avances (o contraataques) de los pueblos indígenas dentro de territorio conquistado. En este nuevo documental (que según el realizador es el segundo de una trilogía), Díaz se concentra en algunos de los líderes de estos pueblos (mapuches, tehuelches y ranqueles) a través de un relato en cuatro partes, cada una de ellas dedicada a uno de estos cuatro personajes clave: Juan Calfucurá, Mariano Rosas, Cipriano Catriel y Francisco Pincen. En cada una de estos capítulos se cuenta la vida, la muerte, y también lo que pasó con ellos después de su muerte. Esto último constituye uno de los capítulos menos conocidos pero no menos aberrantes del despojo que los originarios sufrieron: la profanación de sus tumbas y el robo de sus restos para integrarlos en colecciones privadas y museos, en particular el de Ciencias Naturales de La Plata. Estos cuatro líderes en varios aspectos, político, social, militar y también religioso (todo aquello que se engloba en el término lonko), tuvieron posicionamientos diferentes en relación a las autoridades del estado argentino. Algunos lo combatieron, otros negociaron, y otros colaboraron. Y sin embargo, lo que se observa al agrupar sus historias es que todos ellos recibieron un tratamiento similar por parte de ese mismo estado, en particular en lo que hace al apoderamiento de sus cuerpos. En los tres primeros casos, a través del secuestro de sus restos mortales, mientras que en el caso de Pincen lo que se tomó como trofeo es su imagen a través de la fotografía para uso político y simbólico. Y si sus restos no fueron además profanados, estudiados y exhibidos no fue por falta de ganas sino porque su paradero sigue siendo un enigma. El documental muestra además el momento de devolución de estos restos en poder del museo a los descendientes, un hecho que empezó a darse recién en las últimas décadas, y da pautas para comprender por qué la restitución es importante. Para los pueblos originarios como una forma de realizar correctamente los ritos funerarios, recuperar parte de su legado y reencontrarse con su cultura (uno de ellos relata cómo a su pueblo le costó cuatro generaciones recuperarse). Para el mismo Estado, como una forma de ubicarse en un lugar diferente y opuesto al que una vez jugó. El film de Díaz toma una posición clara y en él se mencionan las cosas por su nombre. Las palabras que los entrevistados usan son contundentes: racismo, esclavitud, genocidio. Esta posición implica no sólo el cuestionamiento de la historia tradicional de origen liberal, sino también poner en cuestión a algunos personajes sobre los que la atención no se ha puesto lo suficiente. Como Estanislao Zeballos, ideólogo de la campaña del desierto y reconocido coleccionista de cráneos, y sobre todo el Perito Francisco Moreno, personaje aún hoy respetable y celebrado que, a pesar del revisionismo histórico, no ha sufrido la caída de su pedestal como sí sucedió con Roca y sus secuaces de uniforme. Lo que se pone aquí de relieve es el papel de personajes como estos en darle una justificación ideológica y una base científica a las prácticas racistas, a la deshumanización del otro para poder despojarlo de todo. Y se pone en cuestión también el papel que jugó en general la ciencia positivista en un cuarteto del que el ejército, la Iglesia y el capital formaban la parte más visible. Algo en consonancia con lo que realizó Alejandro Fernández Mouján en su documental Damiana Kryygi (2015) donde se relataba un tratamiento similar que habría sufrido una niña de la etnia Aché como objeto de estudios raciales para la ciencia de la época. Díaz acude a los recursos clásicos del documental, entrevistas, imágenes de archivo y recorrido por los lugares donde ocurrieron los hechos, a los que agrega otros menos frecuentes como animaciones que representan algunos de los hechos relatados (algo que ya había utilizado en su anterior film). Lo más endeble es cierto subrayado a través de las voces en off y sobre todo de efectos de sonido (filtros, ecos en determinadas palabras y frases) que enfatizan de manera gruesa ciertos pasajes. Los testimonios se valen por sí mismos sin necesidad de este recurso, y son valiosos no solo por su pertinencia y por el peso de sus entrevistados, sino también porque incluyen algunos de los últimas participaciones cinematográficas de personajes imprescindibles como Carlos Martínez Sarasola y Osvaldo Bayer. Figuras fundamentales en una corriente humanista de reconocimiento y reivindicación de los pueblos originarios de la que este documental también forma parte. 4 LONKOS 4 Lonkos. Argentina. 2019. Dirección: Sebastián Díaz. Testimonios: Osvaldo Bayer, Marcelo Valko, Carlos Sarasola, Claudia Salomón Tarquini, Juan José Estévez, Fernando Miguel Pepe, Walter Minor, Facundo Gómez Romero, Nora Galván, Domingo Catriel, Isabel Serraino, Luis Eduardo Pincén, Lorenzo Cejas Pincén. Guión: Sebastián Díaz. Fotografía: Manuel Muschong. Música: Daniel Bugallo. Montaje: Sebastián Díaz. Animaciones: Carlos Escudero, Juan Carlos Camardella. Producción: Sebastián Díaz. Duración: 78 minutos
Diaz explora la vida de cuatro caciques (los 4 Lonkos del título -Juan Calfucurá, Mariano Rosas, Cipriano Catriel y Francisco Pincen-) que han tenido una relevancia histórica por su lucha contra el hombre blanco y su masacre contra los pueblos originarios. Historiadores, escritores, académicos, antropólogos y prestigiosos estudiosos del tema, con más otros testimonios de los descendientes de estos caciques van reorganizando la otra mirada de la historia que plantea Díaz, en donde se intenta deconstruir la imagen gloriosa del Perito Francisco Moreno, quien para algunas páginas de los libros de historia fue un gran científico y naturalista de la iluminada generación del ´80, mientras que el revés de la trama muestra todos los excesos que se han cometido en nombre de la ciencia, profanando tumbas, coleccionando cráneos para finalmente exhibirlos junto con objetos indígenas en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, del que fue fundador y director. Perito Moreno, junto con Roca y Zeballos, tienen otra historia detrás de la propia historia, y en este sentido “4 Lonkos” compila entrevistas, lecturas de fragmentos de textos históricos y recurre también a la animación, para tomar una voz presente y fuerte en esta reescritura de los acontecimientos. En este caso apela –demasiado y sin poder desapegarse- a un registro sumamente didáctico, asistiendo a una clase magistral donde el espectador solamente toma los datos que se exponen pero sin demasiada participación en ese juego que debe proponer todo proyecto cinematográfico. Con explicaciones y relatos de todos los conocedores del tema, reemplaza la dificultad que tuvo que atravesar ante la falta de acceso a material de archivo construyendo este alegato sobre la masacre de los pueblos originarios –mapuches, tehuelches y ranqueles- aunque lo hace con elementos que se suelen utilizarse más para un producto televisivo que para un documental pensado para la pantalla grande.
“Ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, cuando él venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”, escribe el filósofo Walter Benjamin en su sexta tesis publicada bajo el título de “Sobre el concepto de historia”. Pensar en quienes murieron oprimidos, que continúan siendo vencidos por esos dominadores de cada época, esta es la tarea que el director Sebastián Díaz había comenzado en su ópera prima con la recuperación de las historias de los pueblos originarios. La muralla criolla planteaba la revisión de un período, tomando como punto de referencia el año 1875 cuando el presidente Nicolás Avellaneda solicitó al ministro de guerra Adolfo Alsina idear un plan para finalizar con el “problema del indio”, el cual se materializó con la construcción de una zanja a lo largo de la pampa argentina, conocida como “Zanja de Alsina”.
El documental de Sebastián Díaz, 4 Lonkos, es el segundo de una trilogía que aborda la Campaña del desierto, inaugurada con el primero de ellos, La muralla criolla (2017). En este nuevo filme se aborda el tema de la sangrienta campaña del desierto, pero a partir de la vida, y la muerte de cuatro caciques pertenecientes a los indios tehuelches, mapuches y ranqueles. Está dividido en cuatro partes, cada una de ellas lleva el nombre del cacique en cuestión. Cafulcurá, Mariano Rosas, Cipriano Catriel, y el inapresable y nunca hallado Francisco Pincén. David Viñas proponía en su ineludible libro “Indios, ejército y frontera” leer la Conquista del Desierto como lo que fue, un genocidio de indios, los primeros desaparecidos de la historia Argentina, a manos del General Roca, porque como bien dijo Estanislao Zeballos: “la barbarie está maldita y no quedarán en el desierto ni los despojos de sus muertos”. Y cumplió. Vaya que cumplieron, Roca, Zeballos, el Perito Moreno, y el General Villegas junto a Levalle y Racedo. Y cumplieron con creces. Muchos ignoran que el cartógrafo, y coleccionista de cráneos Estanislao Zeballos, era un hábil profanador de cementerios indígenas, obsesionado por sus cráneos, llegó a ordenar a sus fieles servidores Levalle y el Coronel Racedo, a profanar las tumbas de Calfucurá y Mariano Rosas, porque deseaba engrosar su ya numerosa colección de cráneos indígenas. Afortunadamente en el 2001 el cráneo de Mariano Rosas, que se encontraba exhibido dentro de las vitrinas del Museo de Ciencias Naturales de la Plata fue restituido a su familia Ranquel. El hallazgo de este documental reside en que en vez de transmitirnos la historia de vida de los 4 lonkos desde el punto de vista del experto, léase: juicios de valor, apreciaciones o consideraciones en términos de las disciplinas tales como la ciencia, la historia o la antropología occidentales, en este documental se escucha la voz siempre acallada del indio a través de los grandes defensores de las razas originarias, en este caso, la voz del gran defensor de los derechos humanos, el ya desaparecido, Osvaldo Bayer, y también la otra voz del recientemente fallecido, el gran antropólogo, Carlos Martínez Sarasola, que cuenta el esplendor y el ocaso de sus vidas, la de los lonkos, desde la mitología indígena sobre la que los caciques han abrevado, y han nutrido sus creencias y sobre las que han sustentado sus propias vidas. El antropólogo Carlos Martínez Sarasola, así como Marcelo Valko, entre otros, aciertan en sus investigaciones recuperando y restituyendo la vida y las desventuras de estos cuatro caciques desde su propia cultura, y tradición mapuche, tehuelche y ranquel, es decir, dejando de lado el valor de la voz autorizada y autoritaria de la ciencia, para que su discurso se impregne hasta infectarse de esa mitología indígena borrada y sepultada por los saberes occidentales y cristianos, en la que por ejemplo, un guerrero bravío como lo fue Calfulcurá, contara con una piedra sagrada, a la que aferrarse, la piedra azul, caída del cielo, un desprendimiento del cielo, para ellos, para nosotros, evidentemente, un pedazo de meteorito, para enfrentar los embates cuando se batía con el huinca, el blanco, en los campos de batalla. O el espíritu protector al que recurría en momentos difíciles y que lo acompañaba en cada enfrentamiento o situación en que ponía en riesgo su vida. Si bien el documental intercala lecturas, testimonios de miembros de las comunidades a las que pertenecían los caciques, además de escenas de animación con las que se pretende “ilustrar” la profanación de sus tumbas, lo más interesante es la interpelación que hace el filme al espectador como preguntándonos de qué lado se encuentra la civilización, y de qué otro lado nos enfrentamos con la barbarie… En la última escena se nos muestra una serie de fotografías del inasible, en todos los sentidos posibles, Francisco Pincén. Vemos, y se nos explica, que el fotógrafo manipuló las poses, y lo produjo, vistiéndolo de determinada manera, con el torso expuesto, y enarbolando una lanza o una flecha en su mano, para darle al fotografiado, o más bien para construir una imagen más “salvaje” o étnicamente “exótica” y menos “civilizada” volviendo a ejercer así una vez más violencia sobre su cuerpo, al que denodadamente han pretendido dominar y manipular sin éxito alguno, ya que hasta el día de hoy se desconoce el paradero y el destino final de los restos de Pincén. Por Gabriela Mársico @GabrielaMarsico
El prolífico y exitoso Ariel Winograd entrega con El robo del siglo (2019) un atrapante relato clásico sobre uno de los actos criminales más originales y sorprendentes de nuestro país: el robo al Banco Río. - Publicidad - A pocos días de su estreno, ya es posible decir que El robo del siglo es una de las películas argentinas más convocantes de la historia. Solamente superado por Metegol (2013), la película animada de Juan José Campanella, el filme del responsable de Mi primera boda (2011) y Sin hijos (2015), entre otros, logró capturar la atención de un público amplio, convocado por este relato sobre un robo (todo un sub-género explotado por Hollywood) en donde la audacia fue la línea rectora de sus ejecutantes. Corría el año 2006. A siete años de la “masacre de Ramallo” y cinco del “corralito” (medida del gobierno de Fernando de la Rúa que había dejado un fuerte sentimiento de repulsión hacia las entidades bancarias), un grupo de ladrones liderados por Fernando Araujo y Luis Mario Vitete (Diego Peretti y Guillermo Francella, respectivamente) llevaría a cabo uno de los robos más audaces de nuestro país. El primero, una suerte de artista hippie chic, capaz de aportar el ingenio, la “chispa”; el segundo, un ladrón hecho y derecho, útil para financiar el robo. La confluencia de estas dos mentes y el aporte de un grupo de criminales de menor rango (pero igualmente dúctiles a la hora de llevar a cabo el acto) sumaron la fuerza y la inteligencia necesaria para componer esta suerte de mecanismo de relojería que sí, claro, funcionó, aunque hoy sabemos el destino de todos ellos no fue el inicialmente planificado). A partir de este caso real, Winograd se las ingenió (con el guión escrito por Alex Zito y el propio Araujo) para generar una película atrapante, en la que la identificación con la platea (como en todo relato clásico) resulta nodal. El aporte y la química de sus dos enormes protagonistas solucionan en amplia medida este aspecto, pero analizados por separado cada uno de los componentes se integra a la propuesta de forma cohesiva; desde la fotografía de Félix Monti, la edición de Pablo Barbieri (que jamás cede ante la impostura videoclipera), la impecable dirección de arte de Daniel Gimelberg y la música de Darío Eskenazi (que se complementa con una banda sonora de lujo en donde se destacan The Kinks, Frank Sinatra y Andrés Calamaro). El director también cuenta con un efectivo elenco de secundarios (Pablo Rago, Rafael Ferro, Luis Luque, Mario Alarcón, Johanna Francella y Magela Zanotta) que le da cuerpo a la historia. Winograd conoce la “fibra sensible” de la heterogénea platea convocada por su película y –exceptuando algunos pasajes que ameritaban un mayor desarrollo- acierta por partida doble: por un lado, cuando necesita afianzar el plano sentimental de los que están detrás del robo; por otro lado, al hacer que el plan criminal sea, al mismo tiempo, el motor del deseo de los espectadores. El robo del siglo comienza y termina con una sesión de psicoanálisis. Y tal vez porque el robo al poderoso sea una fantasía latente para buena parte de los ciudadanos, es posible que estemos frente a un clásico que nos hará alentar, en silencio, a este grupo de ladrones que, además de no ser violentos, nos dan una lección de logística.
Este documental denuncia las crueldades cometidas por quienes llevaron adelante la conquista del territorio Pampa-Patagonia, mal llamada “Conquista del desierto”, contiene una narración interesante para dar a conocer a los cuatro lonkos o caciques: Mariano Rosas, Cipriano Catriel, Juan Calfucurá y Vicente Pincén, quienes sufrieron sangrientas persecuciones y cuyas tumbas fueron profanados para exhibir sus restos en las vitrinas de los museos. La película visibiliza la matanza de mapuches, pampas, ranqueles, tehuelches, en un interesante repaso de nuestra historia. Cuenta con los contundentes comentarios del escritor Osvaldo Bayer, el antropólogo Carlos Martínez Sarasola (fallecido en 2018) y un interesante material de archivos. Para darle cierto dinamismo se utilizan imágenes de animación a cargo de Carlos Escudero (quien también realizó las animaciones de “La muralla criolla”, ópera prima del director) y Juan Carlos Camardella (director del multipremiado cortometraje El casamiento (2017). Por lo tanto es didáctico y con buen ritmo. Además se consiguieron los valiosos testimonios de Marcelo Valko, Juan José Estevez, Fernando Miguel Pepe, Claudia Salomón Tarquini, Facundo Gómez Romero, Nora Galván, Walter Minor, Domingo Gallardo Catriel, Eduardo Luis Pincén y Lorenzo Cejas Pincén. Este es un documental muy recomendable e interesante y se ve muy presente el sello de Sebastián Díaz que lo realizó a pulmón.
POR UN PUÑADO DE CRÁNEOS Recordando mis años de primaria, uno se iniciaba en Historia con la llegada de Colón a América. Luego la Conquista, Colonialismo, Invasiones Inglesas, Cabildo Abierto, hasta llegar al 9 de Julio de 1816, donde al igual que en un cuento de hadas, nos liberamos del yugo español y vivimos… no sé si felices, pero, al menos, libres. En la secundaria, la materia se expandía: griegos-romanos, la Revolución Industrial, la Francesa, no abandonando la cuota nacional, Unitarios vs Federales y los distintos procesos militares. Ya egresando, el final feliz era la vuelta de la democracia. Lo cierto es que, recapitulando dichos contenidos, surge un bache. La mayoría de los hechos aprendidos de nuestra historia, se centralizan en Buenos Aires. Obviando gran parte de eventos que dieron forma a nuestra Nación, tal como la conocemos hoy. El documental 4 lonkos se encarga de profundizar en lo que fue la “Conquista del Desierto”, desde el punto de vista aborigen. Lo que han sufrido, invasión y desarraigo, y lo que aún padecen, la falta de reconocimiento. Un lonko es el cacique o jefe de su comunidad. El director, Sebastián Díaz, nos presenta a cuatro de ellos, que habitaron la Pampa y la Patagonia. Comentado por especialistas como Osvaldo Bayer, Marcelo Vaiko, Carlos Sarasola, Claudia Salomón Tarquini, y el testimonio de los descendientes. Uno comprende que dicha conquista, o como bien se aclara aquí, dicho genocidio, se debe a la expansión de la “civilización”, sobre territorio habitado por la “barbarie”. Pero hay un personaje, inversor de la campaña, que lejos de interesarse en los terrenos, su interés radicaba en los esqueletos de los vencidos, como promoción del Museo de La Plata. Hablamos de Francisco Pascasio Moreno, más conocido por el Parque Nacional que lleva su nombre: Perito Moreno. La comunidad científica argentina e internacional apoyó con entusiasmo la incursión, con el afán de conservar piezas de una cultura de la cual eran cómplices de su extinción, y exhibirse en sus museos. El documental hace hincapié en la profanación de tumbas, y el coleccionismo morboso de sus cráneos. Incluso de personas que todavía no estaban muertas, como el caso del lonko Marcelino Namuncurá. Al igual que el personaje de John Wayne en Más corazón que odio, el odio hacia los indígenas trascendía la vida con tal de que no tuvieran un descanso en la otra. Dichos restos, gracias a las demandas de sus descendientes, han sido extraídos de los museos, y devueltos para un entierro acorde a lo que demanda su tradición. Y las pobres almas que no eran asesinadas, corrían el destino de ser esclavas, no sin antes pasar por un “lavado cultural”, donde te imponían un nuevo nombre y una nueva religión. Además de tener una buena investigación, mediada por profesionales, 4 lonkos goza de tener elementos de animación para representar momentos históricos. Lo cual hace que el aprendizaje sea más didáctico. Lejos de ser discursivo, presenta los hechos ocurridos en nuestro país del que sólo habíamos escuchado la versión de los vencedores. Sumado a las declaraciones de las personas que han sido afectadas por tanto tiempo sin reconocimiento, trazando un paralelismo entre pasado y presente. No es la primera vez que Díaz se ubica en dicha línea temporal, su anterior documental, La muralla criolla (2017), también se adentra en la Conquista del Desierto y lo no contado en nuestros queridos manuales escolares. Reconozco que por años ignoré la historia argentina, interesándome en la de otros países. Quizás porque a uno le gusta la tragedia que no es ajena. 4 lokos visibiliza una historia que hasta el día de hoy sigue siendo noticia. Un documental al que le deseo un futuro en algún canal de aire, o mejor, en los colegios.
La obsesión por coleccionar cráneos Dedicado a los caciques Juan Calfucurá, Cipriano Catriel, Mariano Rosas y Vicente Pincén, el documental articula testimonios y apela a la responsabilidad del Estado ante sus víctimas. Dividido en segmentos, cada uno dedicado respectivamente a las figuras de los caciques Juan Calfucurá, Cipriano Catriel, Mariano Rosas y Vicente Pincén, 4 Lonkos construye un relato que puede ser visto desde la elección de cuatro vidas y personas fundamentales, en tanto contracaras del relato histórico hegemónico. Los caciques retratados ofician como efigies a invocar, fantasmas que hablarán por sus descendientes y a través de la tarea ejemplar de investigadores y especialistas en el tema. 4 Lonkos es el segundo documental de Sebastián Díaz, y así como su anterior trabajo -La muralla criolla (2017)-, aquí también se preocupa por dar protagonismo a los pueblos originarios. Los Lonkos (caciques) retratados implican necesariamente otros nombres, como los de Estanislao Zeballos, Perito Moreno, Julio Argentino Roca. Y la entidad que oficia como ámbito disparador al relato es el Museo de La Plata, contenedor de osamentas de indios asesinados, muchas provenientes de fosas profanadas. Es éste el caso de Calfucurá, Mariano Rosas y Cipriano Catriel. Pincén, en cambio, evitó esta tragedia, y fue una serie fotográfica la que el Estado eligió para dar testimonio de su captura. Cada historia es atractiva y es terrible. Y grita la urgencia de revertir tanto discurso ideológico, consecuente con un proyecto de país que no es otro que el simbolizado por la masacre denominada Conquista del Desierto. En este sentido, la inclusión de Osvaldo Bayer durante el inicio marca una seña distintiva. Todavía hay monumentos, calles e instituciones que guardan nombres de espanto, respecto de la historia de cada uno. El Perito Moreno oficia como caso ejemplar. Bayer, desde ya, no tiene empacho en referirlo desde su contundencia. Al hacerlo, la película lo asume y de alguna manera sienta también un homenaje a Bayer, ya que se trata de uno de sus últimos testimonios en vida. De igual modo lo hace con el antropólogo Carlos Martínez Sarasola (fallecido en 2018). En este sentido, en 4 Lonkos puede constatarse una miríada de testimonios, tendientes a hilvanar un recorrido a partir de cuatro historias cuya dramática bien podría ser atendida, asumida, desde otras venas narrativas, como lo supone la historieta y ese sueño de relato coral, tendiente a socializar, que tuviera el guionista desaparecido Héctor Germán Oesterheld. La mención al autor de El eternauta no es gratuita porque hay algo de su sensibilidad que en esta película hace pie, además de vincular la práctica de aquel terror de Estado, perpetrado contra los pueblos originarios, con lo sucedido durante la última dictadura cívico-militar: es uno de los descendientes de Pincén, su bisnieto Lorenzo, quien señala a su bisabuelo como uno de los primeros desaparecidos; y que esto es algo, dice, que le hace recordar lo que otra persona supo decir: “No están vivos, no están muertos, están desaparecidos”, en alusión al dictador Jorge Rafael Videla. La suma de testimonios involucra, de esta manera, un entramado plural, en donde los investigadores dan voz a los libros que toman de sus propias bibliotecas. De este modo, Lucio Mansilla o Estanislao Zeballos hablan, desde un procedimiento similar al que empleara la notable Tierra de los padres (2011), de Nicolás Prividera. En el caso de aquel film, el escenario lo proveía el cementerio de la Recoleta, aquí –sea de modo virtual o presencial– el equivalente lo supone el Museo de La Plata. Allí descansa una colección de cráneos indígenas que fuera una obsesión puntual por parte de los altos mandos. La Conquista del Desierto, en este sentido, obedeció a la consecución de la eliminación taxativa de todo cuerpo o vestigio indígena, tal como se asevera en el film. La profanación de tumbas, por eso, quedaba justificada. Ahora bien, es a partir de esta práctica como se interrumpe lo que no debiera. A la manera de un cuento fantástico. Lo dicho no apela a un artilugio retórico, sino a la simbólica constitutiva de un pueblo. Sarasola cuenta que “Calfucurá estaba acompañado en sus combates por un espíritu guardián, y yo no descarto que ese espíritu haya estado presente a su lado, en el momento de la profanación. Creo que estas cosas tienen un precio, esas fuerzas después actúan. Yo creo que eso es así, porque el mundo indígena así lo considera, y yo también”. Para cada una de estas profanaciones y vejaciones, la película de Díaz apela a la animación, a través de la tarea de Carlos Escudero y Juan Carlos Camardella. Estos momentos permiten un respiro, pero también una truculencia mayor: el registro cambia y la síntesis que suscita el arte animado dota, justamente, de un aura fantástica al hecho aberrante. De igual manera puede pensarse el efecto que desprenden las fotografías sobrevivientes de Pincén, en donde a él y familiares se los ve con la mirada caída, oscura, “es el fin del mundo”, dice uno de sus descendientes al hablar de estas imágenes. Mirar ese registro es extraordinario, porque es violento y se parece a un fusilamiento –Pincén creía que la fotografía le quitaba el alma–, junto al cariño que profesa en el abrazo a los suyos, a quienes ya nada tienen. ¿Cuántas veces más contar estas historias? Todas las veces que sean necesarias. Es más, podría señalarse que nunca serán demasiadas. Que mejor será decirlas, repetirlas, para recordarlas. Es gracias a esta persistencia, que la restitución de los restos de integrantes de los pueblos originarios surgiera como una manera ética fundamental, que todavía hay que pelear ante el modo unívoco de pensar que a veces ofrecen ciertas instituciones, o determinada endogamia intelectual y de derecha. Cráneos, huesos de personas ultrajadas, violentadas, que ofician como decorado museístico, mientras la poca familia sobreviviente reclama por ellos. El camino de la restitución comenzó, y 4 Lonkos lo destaca con el caso de Cipriano Catriel. Recibidos los restos por su pueblo, los ritos cobran vida, y cánticos y palabras evocan como letanía aquellos fantasmas doloridos, capaces de aparecer en cualquier momento, y de tener tanta entidad como la que supone ese cráneo duro, de cuencas vacías, que la cámara observa.