El encuentro de los extremos El cine popular italiano suele darnos alguna que otra alegría que sin llegar al nivel de los grandes clásicos de las distintas generaciones del neorrealismo, por lo menos recupera una mínima parte de aquella idiosincrasia y de paso nos brinda una excusa para reencontrarnos con el sentir del pueblo italiano, uno muy parecido al delirio, efusividad y paradojas de la sociedad argentina. Trazando distancia del mecanismo retórico preferido de las comedias dramáticas europeas o los dramas con toques de comedia, como en este caso, Amigos por la Vida (Tutto quello che vuoi, 2017) no está construida en función de un costumbrismo de tono paródico que tiende -en mayor o menor medida- a caricaturizar a los personajes, ya que en realidad apunta a sostener la trama en un naturalismo bastante inusual en la versión contemporánea del género porque coloca el acento en individuos “comunes y corrientes”. La historia en sí retoma un antiguo ardid narrativo de la comedia en general, el de las “parejas desparejas”, y lo combina con otros dos recursos paradigmáticos del cine, el de la generosa diferencia de edad entre los protagonistas y el de la odisea utópica/ aventurera en pos de finiquitar cuentas pendientes que dejó el transcurrir del tiempo. El eje principal del relato pasa por la amistad entre Alessandro (Andrea Carpenzano), un veinteañero huérfano de madre que se lleva mal con el papá y su novia eslovaca, y Giorgio (Giuliano Montaldo), un poeta otrora famoso de 85 años que padece la fase inicial del mal de Alzheimer y que sinceramente hoy por hoy nadie recuerda. Obligado por su padre bajo pena de expulsarlo del hogar familiar, el joven empieza a trabajar como cuidador del anciano y máximo responsable de su bienestar en sus paseos vespertinos por los espacios verdes de Roma. Si bien el muchacho está enfrascado en las reuniones con sus amigos y en el romance con Claudia (Donatella Finocchiaro), la madre de uno de los susodichos, Riccardo (Arturo Bruni), de a poco comienza a acostumbrarse a compartir el tiempo con Giorgio, una experiencia algo surrealista por los constantes olvidos y lagunas mentales del pobre hombre y por los misterios que guarda su pasado relacionado con la Segunda Guerra Mundial, en especial la existencia de lo que él definió en uno de sus poemas como un “tesoro” que soldados norteamericanos le regalaron por aquellos años, eventual excusa para que Alessandro, sus amigos y el propio anciano se embarquen en un viaje para descubrir a qué se referían los versos. Como decíamos antes, la película respeta y trata con cuidado el desarrollo de personajes que en esencia no tienen nada de singulares ni gesticulan con la algarabía propia de la comedia desatada, ya que aquí lo importante es el ámbito mundano compartido y la riqueza de las emociones de fondo, sustrato trabajado desde la delicadeza y una especie de austeridad general/ actitudinal infrecuente tratándose de una obra italiana. Otro de los puntos a favor del opus del director y guionista Francesco Bruni, conocido sobre todo por haber escrito -junto a Paolo Virzì y Francesco Piccolo- El Capital Humano (Il Capitale Umano, 2013), es la misma presencia del gran Giuliano Montaldo, en esta oportunidad ofreciendo uno de sus contados trabajos como actor porque siempre se dedicó fundamentalmente a la realización, siendo su obra maestra la extraordinaria Sacco & Vanzetti (1971), con Gian Maria Volontè y Riccardo Cucciolla como los dos legendarios inmigrantes anarquistas que fueron condenados a muerte en un juicio estadounidense vergonzoso y plagado de xenofobia e intolerancia política. La química entre Carpenzano y el señor está exprimida con inteligencia por Bruni logrando que ambos extremos de la vida se encuentren en su sencillez y relativa inocencia, así como se parecen las líneas de partida y de llegada (más en este caso, cuando la enfermedad de Giorgio va borrando su bagaje de recuerdos aunque lo deja con algunos consejos para el joven). El film no será muy original que digamos pero indudablemente estamos ante una propuesta tan digna como entrañable…
El tercer largometraje del director y guionista Francesco Bruni parte de ciertas experiencias que transitó a lo largo de su vida para confeccionar la historia de Alessandro, un veinteañero de Roma, que no estudia ni trabaja y pasa sus días con sus amigos que están en su misma situación. Es por eso, que su padre lo obliga a tomar un empleo cuidando a Giorgio, un poeta de 85 años que está en la primera etapa del Alzheimer. Con el correr de los días, esta relación entre personalidades y generaciones disímiles va evolucionando hasta dejar una marca en cada uno de ellos y aventurarse hacia ciertas cuentas pendientes. La comedia italiana “Amigos por la vida” mezcla algunas tramas vistas anteriormente en una gran cantidad de películas. Una amistad entre generaciones opuestas, donde cada uno de ellos le enseña su forma de vida e influye para que sus días sean más amenos, como también este viaje final del protagonista más anciano, el cual busca redimirse o lograr concretar alguna cuenta pendiente antes de partir. De todas maneras, existen ciertas subtramas que le agregan una cuota de originalidad a la historia, como la del grupo de amigos que no tienen un propósito en la vida y que a lo largo del film van a ir encontrándolo; una relación de amor y atracción entre Alessandro y la madre de uno de los jóvenes; el vínculo entre Alessandro y su padre; la propia historia de Giorgio que lucha contra su pasado y su memoria, al igual que con el olvido de su obra a su alrededor, entre otras. Asimismo, hay que destacar la dinámica que se da entre los actores principales, quienes logran conformar una amistad que traspasa las edades y los tiempos. A pesar de que en la mayor cantidad del tiempo que dura la película nos ofrecen un tono de comedia, existen ciertos pasajes donde apelan a la emoción. Sin embargo, en ningún momento dejan que este sentimiento ocupe completamente la historia, sino que luego de algún instante conmovedor, rápidamente se pasa a otra situación. No buscan la lágrima fácil del espectador a partir de golpes bajos, sino que intentan priorizar el estilo ligero y ameno. Las locaciones también son interesantes, sobre todo cuando en el último tercio el film se convierte en una especie de road movie, donde la pareja protagónica y el resto de los jóvenes que conforman el grupo de amigos se embarcan hacia una aventura para encontrar lo que suponen que es un tesoro. Allí dejamos los escenarios bastante concurridos por el elenco para conocer más el exterior de algunos sitios de Italia. En síntesis, si bien “Amigos por la vida” es una historia que repite la fórmula de una infinidad de películas, incluso con una resolución bastante predecible, es interesante ver cómo se forma y va mutando la relación entre los protagonistas disímiles que logran generar una química particular.
Los opuestos se atraen, una vez más, en esta cálida comedia dramática italiana escrita y dirigida por de Francesco Bruni, que une los caminos de Alessandro -Andrea Carpenzano-, un veinteañero rebelde que se lleva mal con su padre y Giorgio -Giuliano Montaldo, otrora realizador de Sacco e Vanzetti-, un poeta de 85 años olvidado por todos y que padece Alzheimer. Con esta estructura la película aborda temas como el paso del tiempo, la memoria, la amistad entre generaciones extremas y un pasado que asoma en forma de recuerdos. Amigos por la vida es la historia de un viaje personal y transformador para los personajes que habitan una Roma agitada y violenta. Alessandro empieza a trabajar como cuidador del anciano en sus paseos hasta que se entera de un tesoro escondido de la Segunda Guerra Mundial que lo impulsa ,junto a Giorgio y sus amigos, hacia un viaje lleno de obstáculos para dar con el botín al que se refieren los versos del poeta. El filme acierta en la pintura de los personajes, los conflictos que presenta y en el clima plasmado con gracia y desgracia por el Bruni. En ese sentido, el affaire que mantiene Alessandro con la madre de su amigo agrega la cuota necesaria para alborotar la rivalidad en medio de un tono crepuscular que ofrece este relato componedor de los vínculos, como la resquebrajada convivencia de Alessandro con su padre. El guión combina el espíritu solidario y ambicioso con la cuota ingenua y cómica -la escena en la que la policía para la camioneta del grupo para un control vehicular y el robo al supermercado- colocando siempre en primer plano la química generada por la dupla protagónica. Sin ser obra maestra, la película entretiene y emociona por igual.
Aquello que comienza como la clásica historia de opuestos que terminarán por acercarse, termina por construir un apasionante relato sobre la amistad y la memoria. Un joven se relaciona casi por obligación con un anciano escritor, el que, con su ayuda, podrá recuperar su pasado mientras lo transforma. Pintoresca, ágil, entrañable, una agradable sorpresa en la cartelera.
El poeta y el inadaptado Una fórmula bien dosificada y proveniente de cuna italiana puede ser garantía de buena película, sin demasiados agregados o plus detrás de una trillada historia como la que presenta este opus del guionista y director Francesco Bruni. Amigos por la vida, título poco feliz del original Tutto quello che vuoi, apela al encuentro azaroso del dúo diferenciado por generaciones y experiencias de vida entre el joven Alessandro (Andrea Carpenzano) y el anciano Giorgio (Giuliano Montaldo), poeta que atraviesa su primera etapa de alzheimer y que requiere de cuidados de terceros por esa nebulosa de memoria en la que vive constantemente. Alessandro es un joven rebelde de Roma, su padre se puso de novio con una eslovaca joven y no se llevan del todo bien, por lo cual el ultimátum de conseguir un trabajo como cuidador del anciano es el último recurso que le queda para no terminar de patitas en la calle y tampoco caer en la influencia de personas oscuras. Así las cosas, la inmediata relación por el nuevo trabajo despierta en Alessandro un interés importante por el presente y pasado del poeta con Alzheimer, y las condiciones de entablar un vínculo afectivo e intercambiar los roles de padre e hijo o el de abuelo y nieto quedan a disposición de la historia, que busca el punto ideal para que la experiencia y el cuidado del anciano se transformen en una suerte de escuela de vida para Alessandro y sus amigos, quienes al igual que él se ven seducidos por el pasado de guerra de Giorgio, sus misteriosos poemas y recuerdos difusos de juventud, así como su manera de comprender la realidad de su presente. Cuando el film toma el atajo de la road movie surge la búsqueda de un tesoro ligado a esa etapa de guerra, más precisamente la Segunda Guerra Mundial y la presencia de soldados norteamericanos que compartieron junto a Giorgio trinchera contra un enemigo común. Sin mayores virtudes que la de cumplir con el cometido de película iniciática, despojada del golpe bajo y sin descuidar a sus personajes y emociones, Amigos por la vida se deja ver.
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En busca del tesoro italiano Amigos por la vida (Tutto quello che vuoi, 2017), película tragicómica dirigida por Francesco Bruni, es una semblanza sobre la figura de los hijos perdidos, carentes de figura paterna y que marchan desbocados por la vida sin rumbo fijo. Una propuesta que si bien se aleja de cierto neorrealismo o crudeza visual, intenta mantenerse en la clásica tradición italiana, y a la vez europea, aquella en donde los chicos sobreviven a una eterna adolescencia en un mundo que aún respira poesía y arte. Alessandro (Andrea Camponovo) es un joven rebelde e incontrolable. Vive en Roma, no tiene propósito alguno y está en constante conflicto con su padre y algunos chicos del barrio. Aunque eso no quita que tenga un grupo de amigos, por cierto muy parecidos a él, y que se dedican a los juegos y la vagancia. Un incidente hará que el padre de Alessandro lo fuerce a aceptar de muy mala gana un empleo. Lo que tendrá que hacer es cuidar a Giorgio (Giuliano Montaldo) un poeta. ya olvidado, de casi 90 años que sufre de Alzheimer y que necesita compañía en sus paseos de la tarde. Poco a poco, lo que eran paseos pasan a ser cuidados de noche y así hasta que el chico cuida del viejo poeta prácticamente todo el tiempo. En esa estancia compartida, Alessandro descubrirá que en los versos de Giorgio escritos en una pared al estilo de jeroglíficos egipcios, se esconde su alma, sus amores y un tesoro que no solo se trataría de una metáfora sino de un tesoro real que permanece escondido. Ni bien uno se adentra en el plano argumental, aparecen distintas referencias literarias y cinematográficas que nutren al drama. La primera y más relevante es la antigua obra literaria del Lazarillo de Tormes. El chico que sirve de guía al viejo hombre que necesita ayuda y de cómo la historia surge de la relación de ambos. Una obra de por sí muy afín cuando se intenta el esbozo de duetos Maestro-Alumno. La segunda es Perfume de mujer (Scent of a Woman, 1992) quizá, la más parecida. En aquella película, Al Pacino interpreta a un ex coronel ciego que está en muy buenas condiciones, pero necesita que alguien lo acompañe para que no esté solo. Al igual que Amigos por la vida, el muchacho llega por motivos de empleo y dinero y tendrá que soportar la quietud y soledad del viejo. Cabe señalar que Perfume de mujer es un remake de Profumo di donna (1974) del director Dino Risi, una antecesora de origen italiana. Esto muestra que el cine italiano ya abogó por esta historia. Coincidencias y relaciones que resultan ser gestos interesantes y atractivos al momento de desmantelar todas las obras, sobre todo porque las referencias siempre son elementos enriquecedores a posteriori para toda película. Lo que no puede dejarse de lado es la idea de aventura. En todas las referencias mencionadas la relación del viejo y el chico siempre es en pos de una aventura. Y aquí no es la excepción. Un camino que empieza en una habitación y la pesquisa que se hacen entre ellos tratando de saber uno del otro. En este caso, Giorgio y su poesía resultan ser los cables a tierra para darle una nueva dimensión al mundo a Alessandro y ayudarlo a crecer. El" sin rumbo" tiene un propósito y el destino parece traer nuevos aires. Un elemento que nos recuerda a ciertas películas del director italiano Pier Paolo Pasolini, pues de la comedia y los gags surgen otros matices humanistas. Y si bien Amigos por la vida no es un obra maestra, y tal vez apela por momentos a un excesivo humor, se muestra como una película risueña, emotiva y llena de actualidad.
El tercer largometraje del prolífico guionista Francesco Bruni es una comedia dramática que apuesta -por momentos con buenos recursos artísticos, en otros con una clara tendencia al subrayado- a conmover. El film tiene como protagonista a Alessandro (Andrea Carpenzano), un veinteañero de Roma que tiene una mala relación con su padre y un grupo de pertenencia bastante patético. Cuando lo obligan a acompañar en paseos diarios a Giorgio (Giuliano Montaldo), un poeta octogenario que sufre de Alzheimer, lo hace con el desagrado y la desidia de tantos jóvenes rebeldes. Pero, poco a poco, él y sus amigos empezarán a encontrar en cada visita al querible y confuso anciano múltiples encantos y misterios que le dan más espesor psicológico y matices narrativos a una película que va ganando en intensidad emocional. Italiano hasta la médula, Amigos por la vida es un relato de redención, redescubrimiento y resignificación que toca algunas fibras íntimas a la hora de exponer las contradicciones generacionales, los problemas de comunicación y la descontención de los jóvenes. Lo hace con sensibilidad y lirismo, aunque también apelando a unos cuantos lugares comunes narrativos y visuales. El extraordinario aporte del veterano Montaldo, director de clásicos como Sacco y Vanzetti, termina por inclinar la balanza a favor.
"Me dijo 'Todo lo que quieras'/ y todo lo que quise, al final/ lo tuve". Ese es uno de los versos que recita, o deja escritos, un viejo poeta ya olvidado, camino a confundirse él mismo en el olvido. Pero, aun con sus lagunas mentales, y aunque nadie lo registre, él sigue siendo un señor elegante, cordial, de buen humor y buenos modales. Por ahí cerca vive un muchacho como tantos de ahora: no es mala persona pero no estudia, no trabaja, se junta con otros vagos y se lleva mal con el padre, que en este caso tuvo menos oportunidad de educarse (pero consiguió otra mujer, en tanto el pibe se enreda con la madre de un amigo). Pues bien, el padre obliga al hijo a tomar un trabajo mínimo, acompañar al viejo en sus paseos vespertinos. Los demás vagos también tomarán parte. Y el resto de la historia, se la dejamos al espectador, para que la descubra, se regocije y se emocione, porque ésta es una comedia suave, sencilla, nada sensiblera pero bien sentida, y bien italiana, que además tiene algo profundo. No es solo para pasar el rato. Autor, Francesco Bruni, más conocido como libretista de "Comisario Montalbano", "La prima cosa bella" y otras buenas obras peninsulares. Autor de los versos, Simone Lenzi, poeta y cantante, a veces también libretista. El muchacho, Andrea Carpenzano, debutante con buen futuro. Y el viejo, nada menos que Giuliano Montaldo, el director de "Sacco y Vanzetti", "Giordano Bruno" y otros títulos memorables de los '70, que cada tanto hace alguna aparición, pero aquí es coprotagonista, y nos deja un personaje entrañable. Un detalle: atención a la dedicatoria que aparece en los créditos finales, una tocante revelación.
Alessandro (Andrea Carpenzano) es un veinteañero romano, inmaduro y alborotado; Giorgio(Giuliano Montaldo) un poeta olvidado de 85 años que sufre de Alzheimer. Ambos viven a pocos pasos el uno del otro pero nunca se han cruzado, hasta que Alessandro acepta de mala gana un trabajo como acompañante de este elegante señor en sus paseos de la tarde. Con el correr de los días, de la mente un tanto perdida del anciano poeta y de sus versos, aflora poco a poco un recuerdo de su pasado lejano. Siguiendo la linea del exitoso filme francés Intouchables (2011), la nueva película de Francesco Bruni (Noi 4) une a dos improbables amigos en la búsqueda de un “tesoro” escondido que lleva a los protagonistas a sumergirse en un profundo viaje de autodescubrimiento. La figura del poeta perturbado toma un nuevo color en esta representación del veterano cineasta Montaldo, quien le imprime sabiduría pero, al mismo tiempo, unas buenas dosis de inocencia, gracia y ternura. Alessandro y Giorgio forjan una relación creíble y alejada de los clichés y los golpes bajos que suelen acompañar a estos relatos donde el siempre joven perdido encuentra su rumbo gracias a un extraordinario mentor que se sale de la norma. A través de los poemas escritos en las paredes de la casa de Giorgi y de sus confusos recuerdos como soldado de la Segunda Guerra Mundial, Alessandro comienza a reconstruir el doloroso pasado de su amigo. A la dupla protagonista se le suman los cuatro amigos de Alessandro, unos jóvenes inadaptados que a pesar de parecer los típicos matones del barrio, terminan encariñándose con Giorgio y sus historias. El papel del grupo resulta un tanto forzado dado el objetivo del director de exhibirlos como unos muchachos de pocas luces cuyo pasatiempo consiste en fumar, emborracharse y jugar videojuegos. Sin lugar a duda, la disparidad generacional y académica entre estos chicos y el poeta se podría haber escenificado sin llegar a la exageración grotesca. Más allá de las excelentes actuaciones de Montaldo y Carpenzano, la trama es altamente previsible y el guion peca de poca originalidad. Una complaciente historia sobre dos personalidades antagónicas que hemos visto decenas de veces y que, en este caso, no cuenta con los elementos narrativos necesarios para proporcionar alguna vuelta de tuerca óptima.
Si bien no es nuevo en el cine formar una pareja obligada a convivir entre los opuestos, aquí el director y guionista Francesco Bruni eligió muy bien a sus personajes. Un hombre de 85 años, un gran poeta que ya todos olvidaron, que padece el comienzo del Alzheimer. Un veinteañero que dejo de estudiar, que pasa los días con sus amigos, toscos, casi iletrados, machistas, brutos, es obligado por su padre a trabajar de acompañante del viejo poeta. Y aunque son los extremos irreconciliables, entre las lagunas y confusiones del hombre mayor, poco a poco una verdadera relación comienza a gestarse entre recuerdos, confesiones mutuas, concejos y por sobre todo el poder de una poesía que no necesita oídos cultos exclusivamente. Para armar a sus personajes embarcados en un viaje un tanto delirante, no recurre ni a las caricaturas, sino a pasos de comedia y momentos muy logrados de autentica ternura entre el “paseador” y sus compinches inevitables y ese señor que se da algunos gustos porque un chico rebelde quiere cumplirle sus sueños. Con aires del cine italiano de antaño, pero con la frescura necesaria, contó además como actor con el gran Giuliano Montaldo, que ha actuado poco porque ocupo su tiempo en producciones y direcciones de filmes tan memorables como “Sacco y Vanzetti” o “Giordano Bruno”. Y que con Andrea Carpezano logra una química que funciona y nunca esta forzada aunque resulte previsible. No es una película que quedara en la historia pero llega a las emociones del espectador con momentos realmente bien logrados.
Con puntos en común con la francesa Intocable, que tuvo su versión argentina, esta película italiana es un relato emotivo, pero lleno de sutilezas, de la relación entre un adolescente bastante bruto y el poeta, con mal de Alzheimer, al que debe cuidar por cuarenta euros la noche. Pero la riqueza del choque entre dos mundos es sólo el punto de partida para un estudio de personajes que es también de la naturaleza de la camaradería masculina, sin edades ni fronteras intelectuales. Quizá por eso Amigos por la vida emociona en sus escenas más felices, mientras se permite poner atención en esos detalles que describen el universo de chicos como el protagonista, pequeños delincuentes a primera vista. Entretenida, humana y emocionante.
"Amigos por la vida" es una historia de redención. Un grupo de jóvenes desorientados y sin trabajo pasa los días vendiendo drogas y enredándose en riñas por el control de su territorio. Uno de ellos, Alessandro, acepta de mala gana acompañar por la tarde a Giorgio, un anciano con Alzheimer. Este encuentro es el puntapié de una relación que enfrenta a dos mundos: el del respeto y el diálogo de Giorgio, y el de la indiferencia y los dispositivos electrónicos de Alessandro. Ambos de alguna manera se enriquecen, aprenden el uno del otro y durante las horas que pasan juntos se va tejiendo un vínculo afectivo. Pero un secreto revelado por el anciano lo pone a prueba a él y a sus amigos. El director Francesco Bruni, que fue guionista de "El capital humano" de Paolo Virzí, obtuvo dos David de Donatello por su cuarto largometraje. Bruni, también autor del guión, trata con sutileza los vínculos entre el joven protagonista y Giorgio, un hombre que parece desconocer la maldad y que en los momentos de lucidez es capaz de conmover a un chico endurecido por la relación tortuosa con su padre y las malas decisiones. Bruni muestra sin subrayar los efectos de la enfermedad y las relaciones conflictivas entre padres e hijos y cómo los años pueden ser también un capital y no una carga.
Esta comedia italiana trae a escena a Giuliano Montaldo el veterano director de 88 años de “Sacco y Vanzetti” (1971) y el joven actor italiano Andrea Carpenzano; como es de esperar ellos son dos seres opuestos no solo por las edades, pero allí nace una amistad increíblemente bella, uno aprenderá del otro y vivirán una gran aventura. Además, un viaje los llevará a lograr alguna cuenta pendiente. La cinta tiene buenos diálogos con tramas y subtramas y nos muestra una Roma violenta y excitada. Nos lleva a la entrañable relación de amor entre los protagonistas, la del padre e hijo, el amor entre el joven protagonista con la madre de un amigo y el paso del tiempo. Contiene humor e ironía, como así también momentos conmovedores de gran emoción, habla de la juventud, la vejez y las segundas oportunidades, además como ellos recorren distintas locaciones se convierte en una road movie. Este tipo de historias ya la hemos visto, pero resulta entretenida y predecible.
Si bien el cine italiano de los últimos años dista bastante de tener el peso de los grandes clásicos, sabemos que en ocasiones puede darnos una alegría. Bajo esa perspectiva, Amigos por la vida, tercer largometraje del director oriundo de Roma Francesco Bruni (Sus películas anteriores son Scialla!, y Noi 4), se presenta como una propuesta amena, con el detalle nada menor de tener como protagonista al grandísimo Giuliano Montaldo, quien fuera realizador de una cinta emblemática del cine italiano y mundial como lo es Sacco e Vanzetti. En Amigos por la vida Montaldo interpreta en alguna forma a quien sería el personaje central de esta historia, hablamos de Giorgio, un hombre de 85 años de edad afectado por el Alzheimer, quien en su momento fue un poeta respetado, pero que en la actualidad está más próximo al olvido. Es un hombre aquejado por la soledad que necesita de una compañía. El otro personaje clave de este relato es Alessandro (Andrea Carpenzano), un joven de 22 años que pasa la mayor parte de su tiempo con amigos, sin un rumbo fijo, mientras anda a escondidas intentando seducir a la madre de uno de ellos. Será su padre, al verlo en una instancia poco productiva y que no le cae en gracia, quien le sugiere realizar la labor de acompañante del anciano, tarea a la cual se niega en un comienzo, pero que su padre insiste en que cumpla. Pese a los inconvenientes que surgirán en un comienzo, Alessandro forjará cierto vínculo con Giorgio, quien al margen de algunas mañas, y su problema de memoria, resulta ser un hombre agradable y que encierra ciertos misterios, que llevaran a Alessandro a interesarse más por su historia, y terminará cooperando en reforzar dicho vínculo. Bruni en Amigos por la vida nos presenta una comedia con algunos elementos tradicionales de género, pero a la vez dotada de cierta inteligencia, y una serie de pasajes que llevan a las risas naturales. Uno de los factores elementales a la hora de dar fuerza al filme será la actuación de Giuliano Montaldo, siendo ciertamente sobresaliente y encantadora, mientras que el joven Carpenzano, así como el resto del elenco, cumplen con los roles que les son otorgados. A medida que avance el filme, los elementos de drama se entrecruzarán con la comedia, y eso alimentará aún más el logro en sí de la película, que entre una escena y otra, se irá desviando hacia un entramado más típico del relato dramático, cargada de una emotividad palpable. No exenta de ciertas reminiscencias a Amigos Intocables, de la dupla Nakache–Toledano, y Mis Tardes con Margueritte, de Jean Becker, plasma determinadas virtudes que van más allá de las citadas, alejándose de ser una mera copia. No obstante, vale remarcar que es cierto que la historia lleva a ciertos lugares comunes, presentándose quizás sin muchas sorpresas, y que la originalidad no es el elemento fuerte de Amigos por la vida, pudiendo decir que respeta las estructuras de los géneros que aborda, pero esto no hace que el filme esté mal, ni sea desacertado, en absoluto, ya que goza de una realización muy efectiva, y funciona con todos sus cometidos.
Las películas italianas parecen estar recuperando un lugar destacado en los últimos años. En el caso de Argentina, hasta la década del 70 los films del país peninsular siempre ocupaban un sitio de privilegio junto a la producción norteamericana y, con cierta intermitencia, la local. Francia ha venido desplazando a su vecino país en cantidad de estrenos. En los últimos diez años, el promedio de estrenos italianos alcanza apenas la decena frente al doble de los franceses. Sin embargo, a nivel de producción ambos países presentan valores similares, superando levemente los doscientos títulos por año. La reciente quinta edición de la Semana del Cine Italiano presentó diez películas con la buena noticia de que más de la mitad tenían asegurada su distribución local. A la recientemente estrenada Los oportunistas (The Place) de Paolo Genovese (quien nos visitó y adquirió celebridad con la primera versión de Perfectos desconocidos) se agrega ahora Amigos por la vida (Tutto quello che vuoi), de Francesco Bruni. Es su tercera realización tras Scialla (2011) y Noi 4 (2014), no estrenadas en nuestro país. Este director nacido en Roma en 1961 es sin embargo algo conocido entre los cinéfilos por su larga trayectoria como guionista. Lo fue de directores como Mimmo Calopresti en su notable Prefiero el rumor del mar (2000) y sobre todo de Paolo Virzí, ya que fue copartícipe de todas sus películas hasta el año 2013 inclusive (once títulos). De Virzí se recuerdan entre otras Caterina en Roma, La prima cosa bella y más recientemente El capital humano. “Tutto quello che vuoi” es una frase del poeta Giorgio Ghelarducci, un anciano afectado de Alzheimer, en una fase poco avanzada del mal. Quien lo interpreta es Giuliano Montaldo, más conocido como director de notables obras como Sacco y Vanzetti y Giordano Bruno (ambas con Gian María Volonté), sin olvidar El hombre de los anteojos de oro, con un inolvidable Philippe Noiret. A Giorgio le asignan en carácter de acompañante (“ragazzo di compagnia”) a Alessandro, un joven de 22 años que apenas terminó el secundario y ni piensa en ir a la Universidad o buscar trabajo. Quien lo presiona es su padre Stefano (Antonio Geraldi) con la amenaza de echarlo de casa si no acepta la tarea. Alessandro habita en el Trastevere y tiene un grupo de amigos que en mucho se le parecen aunque uno de ellos, Riccardo (Arturo Bruni), tendrá con él una vinculación especial (a no revelar). Lo notable es cómo la historia progresa sin sentimentalismos, creando una ligazón entre dos seres de tan diferente edad y formación intelectual. Giorgio no se siente en nada invadido cuando su cuidador trae a sus tres amigos a su casa. El anciano tiene momentos de confusión debido a su afección, pero está suficientemente lúcido como para convencerlos de partir en busca de un supuesto tesoro. Giorgio lo habría escondido durante fines de la Segunda Guerra Mundial en la frontera entre la Toscana y la Emilia-Romaña en los Apeninos (Corno alle Scale) y apenas al norte de Pistoia. Y allí partirán convirtiendo la trama en una road movie, generándose momentos graciosos y otros más dramáticos, como cuando el poeta pareciera recuperar la memoria (al fin de cuentas, eso es lo que insinúa el título en italiano). La película de Bruni es en parte autobiográfica, como él mismo lo reconociera en entrevistas durante el Festival Internacional de Cine de Bari, donde tuvo lugar la premiere mundial y donde señaló que el personaje de Giorgio está libremente inspirado en la figura de su progenitor. Señalemos de paso que tanto su esposa, la actriz Raffaella Lebroroni (Laura) como uno de los hijos, Arturo Bruni, actúan en el film. Amigos por la vida ganó dos David de Donatello para sendos actores principales y tres Nastri d’Argento, premios otorgados por el Sindicato Nacional de Periodistas de Cine. Argentina es uno de los primeros países donde se estrena y es probable que ello contribuya a hacer conocer mejor una cinematografía en franca recuperación, como también lo confirma la presencia fílmica italiana en el último Festival de Cannes. “Tutto quello che vuoi e fu quello il saluto, tutto quello che voglio alla fine l’ho avuto”…
VIEJAS FÓRMULAS QUE NO MOLESTAN En el contexto del cine italiano que nos llega en la actualidad, el de los -pocos- grandes autores que le quedan y, especialmente, el de las comedias populares y un tanto desastrosas, este film de Francesco Bruni luce con elegancia un tono medido que no busca perderse en los arrabales autorales ni en los excesos de un cine berreta y agotador. Y no es que Amigos por la vida (torpe título local) goce de una originalidad extrema, porque cuenta una habitual historia de pareja despareja con choque generacional, pero lo hace con una apreciable simpleza, respetando la lógica de los personajes y fundamentalmente al espectador. La pareja despareja la forman el joven Alessandro (Andrea Carpenzano) y el anciano Giorgio (el legendario director Giuliano Montaldo). El primero es un adolescente en conflicto con su padre y la novia de éste, mientras que el segundo es un poeta olvidado que luce los estragos que le genera el Alzheimer. En Amigos por la vida, Alessandro tendrá que hacerse cargo de cuidar al anciano por las tardes, contra la amenaza de su padre de que si no se busca un trabajo lo echa de la casa. Es interesante observar cómo Bruni trabaja esos espacios con tonos diferentes: si el hogar de Alessandro hace recordar, con sus gritos y gesticulaciones, a la tradición más itálica, en los encuentros entre el joven y Giorgio se observa una saludable contención que sirve, además, para aminorar los efectos nocivos de los lugares comunes y las inevitables enseñanzas de vida. El recorrido de los protagonistas es clásico: primero hay un ligero rechazo, una distancia que se va acortando a medida que pasan los minutos y los personajes construyen un vínculo sólido. Ese quiebre en la relación se da a partir de los recuerdos de Giorgio, de datos de su pasado que se confunden con el presente en su mente afectada por la enfermedad y que intrigan a Alessandro. Pero, además, con una habitación donde el poeta, en una de sus primeras crisis, escribió sobre las paredes unos versos que lucen como datos para develar algunos misterios. Amigos por la vida, entonces, avanza como una comedia dramática que no abusa ni del grotesco ni del melodrama desbordado. Y que aborda con elegancia algunos temas universales como la vejez y el olvido, la adolescencia y la búsqueda de objetivos, y otros temas más puntuales de Italia como las nuevas generaciones que se enfrentan a una falta de sentido absoluta contra un pasado luminoso. Precisamente esa luz surge de un dato que aporta Giorgio y que moviliza a los personajes en una travesía final, situación que es contada en un registro casi de cine de aventuras adolescente. Para ese entonces, la falta de ampulosidad que quebró nuestras dudas iniciales permite que la pérdida del verosímil no nos preocupe demasiado. Amigos por la vida es, además, una muestra de un cine industrial que no molesta y que hasta reconforta por la manera en que utiliza viejos recursos.
Toda una sorpresa resultó Tutto Quello che vuoi del director Francesco Bruni, destacado guionista que acompañó a Paolo Virzì en muchas de sus realizaciones, libretista también de la memorable Prefiero el rumor del mar (Mimmo Calopresti – 2000). El vínculo entre un veinteañero, vago y de pocas luces, con un anciano poeta con incipiente Alzheimer es una emotiva reflexión sobre la vida, las amistades, el amor y la reconciliación. La relación recuerda a la de Gérard Dépardieu y Gisèle Casadesus en Mis tardes con Margueritte (Jean Becker – 2010) por la paz, los conocimientos y las enseñanzas que transmite el octogenario al joven de conducta desordenada que no tiene muy claro su futuro. Su nuevo trabajo como cuidador y compañero de caminatas del viejo escritor le abrirá el corazón, sacará a relucir sentimientos escondidos, estrechará lazos con los seres queridos y aflorarán virtudes insospechadas. A la pareja central se suman personajes secundarios bien delineados en subtramas que cierran a la perfección. Risas y lágrimas se inmiscuyen en la platea, el público se divierte y llora a la par del protagonista con gran placer y no fruto de la manipulación. Aplausos y más aplausos acompañaron los créditos finales de una película inolvidable
MANTENER EL RECUERDO “Porque si un hombre muere, se libera. ¿Qué importa morir?”. El canto aparece como un tímido recuerdo de Giorgio en medio de la ruta, como una simple anécdota que acompaña la foto mostrada a los policías antes de continuar la travesía. Pero aquella frase poco tiene de inocente; por el contrario, desempeña una doble función: reforzar el contexto, la ideología y ciertos rasgos de la personalidad del hombre de 85 años que supo ser un reconocido poeta y enlazar los dos ejes fuertemente trabajados por director Francesco Bruni, es decir, el viaje iniciático y el juego temporal y de materialidades. De esta manera, se crea una oscilación permanente entre los personajes principales basada en el cruce generacional y en la reconfiguración del concepto camino del héroe. Ya no se trata de un designio de los dioses o del destino, sino que el recorrido que debe atravesar Alessandro se focaliza en el autodescubrimiento y en la identificación y reconocimiento del otro en sus singularidades. Para esto, los objetos cumplen un rol fundamental tanto aquellos en su dormitorio como los de la casa del anciano, en particular, la curiosidad por el estudio y los escritos en las paredes. Las huellas de los dueños de dichos elementos y/o espacios se traducen también en los recuerdos aleatorios de Giorgio debido a una fase inicial de Alzheimer y en los anhelos de reencontrase con un pasado que se vuelve más actual a cada instante. Por ejemplo, su angustia cuando ve en la pantalla al falso soldado de la play, las veces en que llama Carlo a Alessandro o las ilusiones de Robert, Mike y John. El viaje propiamente dicho no sólo evidencia aventuras y complicaciones, sino que afianza el vínculo entre el joven de 22 años y el anciano de 85 y contribuye a una transfiguración de los cuatro amigos con las experiencias de Giorgio en su juventud. El otro juego de Amigos por la vida (Tutto quello che vuoi en la versión original) tiene que ver con el contraste entre lo efímero y el registro. El director se vale de la enfermedad para contraponer permanentemente la resistencia de las fotos, de los libros o hasta los escritos de las paredes con la fugacidad de la voz, la memoria y hasta la fama del poeta. En medio de esa lucha, Alessandro y Giorgio comparten sus deseos y miedos más íntimos en un vínculo natural, afectuoso y familiar. “Porque si un hombre muere, se libera. ¿Qué importa morir?”. Hacia el final, el canto se transforma en relato oral y encuentra su máxima expresión con los cuatro jóvenes de espaldas a la cámara. Allí, el grito de guerra y la experiencia de vida se amalgamanan en una promesa íntima y, por sobre todas las cosas, en la herencia trasmitida a lo largo de las generaciones de cada familia. Un recuerdo que sobrepasa la caducidad temporal para instalarse en la manera de percibir y aprehender el mundo. Por Brenda Caletti @117Brenn
La relación entre los ancianos y los jóvenes es complejo de abordar, al menos dentro de la cultura occidental, pues la falta de paciencia, la intolerancia y la brecha generacional, incorporada mentalmente por los que están activos como un arma de ataque permanente hacia los mayores que piensan y se mueven mucho más lento que ellos, producen un distanciamiento que generalmente resulta incorregible. Tal es la temática principal de debate que platea esta realización de Francesco Bruni, aunque no es el única, sino que además tiene otros secundarias, casi tan importantes como el central. La narración se desarrolla en Roma, en el primer mundo, pero parece, que allí también está la generación del Ni Ni., de los que no estudian ni trabajan. Entre ellos se encuentra Alessandro (Andrea Carpenzano), con 22 años, que con tres amigos pasan el día juntos sin hacer nada productivo. Hasta que le consiguen un trabajo, por la tarde, para que acompañe a un hombre de 85 años que vive solo y se encuentra en la fase preliminar del Alzheimer. Pero, pese a que el ingreso al mundo adulto por parte del protagonista predisponga al espectador a ver una confrontación, se llevará una sorpresa pues el muchacho asume el nuevo rol en serio y con responsabilidad. Entrar al departamento del anciano le resulta atravesar el umbral del descubrimiento de un mundo nuevo, propio y ajeno. Giorgio (Giuliano Montaldo) es un hombre amable, fue poeta, pero le falla un poco la memoria, y sus escasos recuerdos se van develando, todo a su debido tiempo, para que, lo que hasta el momento es una historia sin sobresaltos, se convierta en una de aventuras donde las pistas que hay en la vivienda, más la motivación y el afecto que le va tomando al artista, lo transformen en el héroe. El director maneja bien los ritmos narrativos, permitiendo que el resto del elenco desarrolle a los personajes, los que tendrán una influencia, mayor o menor, sobre los protagonistas y la historia en sí misma. La música de fondo es casi imperceptible. Decididamente no necesita realzarla para afirmar alguna situación o escena en particular. Los gestos, las miradas, los diálogos y las acciones abarcan todo sin necesidad de otros artilugios, porque aquí, la vida de cada uno de ellos está expuesta abiertamente. Tanto es así que el desafío de Alessandro lo tiene con él mismo. Necesita, y le da satisfacción, brindarse enteramente hacia Giorgio, pese a los obstáculos que se le presentan, para intentar cumplirle, por todos los medios posibles, un deseo, tal vez el último que le quedó de su adolescencia, durante la Segunda Guerra Mundial, y de esa manera cerrar una herida que quedó abierta durante demasiadas décadas.
El director italiano Francesco Bruni presenta en su tercera película, Amigos por la vida, una estructura simple con elementos autobiográficos y pura ficción para comparar dos generaciones desde la sentimentalidad y la revalorización de la amistad. “¿Alguna vez has escrito un poema? Los poemas están escritos cuando no sabemos dónde poner el amor”, afirma Giorgio (Giuliano Montaldo), un poeta olvidado de ochenta años y víctima de la enfermedad del Alzheimer. El que lo escucha es Alessandro (Andrea Carpenzano), un joven de 23 que pasa sus días en el bar con sus amigos y que es obligado por su padre a aceptar un trabajo aparentemente simple: hacerle compañía a Giorgio. Lo que él no sabe es que a partir de este entrañable vínculo el rumbo de su vida cambiará y su perspectiva dejará de ser la de antes. Entre sus largos paseos por el parque y por las calles de Trastevere forjan una amistad llena de enseñanzas y misterios por descubrir. El encuentro entre dos mundos y generaciones tan diferentes da lugar a mucha comedia e ironía. Alessandro entra en la vida e invade el hogar de este elegante caballero para hacerlo disfrutar, fumar, beber y hasta incluso jugar con la PlayStation. El Alzheimer de Giorgio se retrata con simpatía y saca a relucir el lado más divertido de la enfermedad: olvidarse los nombres, cometer varios errores y permanecer eternamente en otra época. Sin embargo, está perfectamente representado en la lentitud con la que camina y los lejos que está de su propia memoria. Algunos de sus recuerdos y vivencias de la Segunda Guerra Mundial resurgen e inician una búsqueda del tesoro en el verdadero sentido del término. La película se desvía de su planteo inicial y se convierte en una road movie con la búsqueda de un regalo que los soldados estadounidenses le dejaron a Giorgio hace más de setenta años en el corazón de los montes Apeninos. Escrita por Bruni, la película analiza la memoria y el diálogo entre generaciones a través de la redención y el existencialismo. Ambos protagonistas se ayudan mutuamente para entender el verdadero significado de los vínculos. La química entre ambos es visible desde el primer encuentro gracias a las interpretaciones de Montaldo y Carpenzano.
Existen cineastas que al filmar prefieren sus certidumbres; otros se abisman y quieren poner en escenas sus dudas y conjeturas. De estos últimos hay pocos, de los primeros, casi todos. Con solo tres largometrajes, es evidente que Francesco Bruni es de los primeros: escribe lo que habrá de filmar, acopia ideas y situaciones, como si fuera un laborioso sastre que puede incluso predecir los pliegues de la prenda que hizo. El azar está interdicto, todo está fríamente calculado. En un guion de hierro como el de Amigos por la vida hasta el sonido de un reloj o la suciedad de unas botas aspiran a significar algo importante.
Crítica emitida por radio.