Un nuevo regreso a la nostalgia Amor de Vinilo (Juliet, Naked, 2018), el último largometraje del director Jesse Peretz, es una comedia dramática que se emparenta directamente con el film Alta Fidelidad (High Fidelity, 2000) al transitar nuevamente la relación entre el amor y la melomanía y la recurrencia a la nostalgia musical, cuestiones centrales de las obras del escritor y guionista británico Nick Hornby, autor de ambas novelas. Si Alta Fidelidad buscaba en la era digital la emoción del sonido analógico, en Amor de Vinilo recurre a la nostalgia por la emotividad pasional de los cantautores del rock alternativo e independiente de la década del noventa. La historia se sitúa a mitad de los años 2000 y se centra en el personaje de Annie (Rose Byrne), una mujer adulta inglesa encerrada en una relación desapasionada con Duncan (Chris O’Dowd), un profesor fanático de Tucker Crowe, un ficticio cantautor norteamericano que emula a músicos como Elliott Smith o Nick Drake. Cuando Duncan recibe de una disquería amiga un paquete con un demo de su músico favorito que lleva casi veinte años fuera de los escenarios sin editar ningún trabajo, el docente escribe una reseña que es bien recibida por los fans pero criticada por Annie, quien a pesar de no gustarle el disco se queda escuchándolo con gran atención. Crowe lee la reseña y el comentario de Annie y comienza una amistad a distancia por correo electrónico. Duncan por su parte se enreda con una compañera de trabajo que comparte sus gustos por las citas cultas de la década del noventa. Mientras que Annie está frustrada por desperdiciar quince años de su vida con alguien que no la aprecia y la ha engañado, Tucker intenta criar a su hijo menor en el garaje de su ex esposa y se lamenta por no haber participado de la crianza de sus hijos de distintas mujeres. El embarazo de una de sus primogénitas, Lizzie (Ayoola Smart), y la conexión con Annie impulsan al músico a viajar a Londres y más tarde a retomar su carrera truncada, cuestión que tiene un trasfondo relacionado con la incapacidad del cantautor de madurar y hacerse cargo de sus responsabilidades. Duncan representa la obsesión por la retromanía y la incapacidad de algunos coleccionistas de escapar de los fantasmas de su juventud, permaneciendo anclado en una confusa y absurda adolescencia extendida. El guión de Evgenia Peretz, Jim Taylor y Tamara Jenkins no le hace justicia del todo a la novela de Hornby, quien ya se había destacado en el guión de Enseñanza de Vida (An Education, 2009), pero llamativamente no participó de la adaptación de su obra. Jesse Peretz, que dirigió algunos videos de bandas de la escena alternativa post grunge como Superchunk o Foo Fighters y es responsable de varios capítulos de series y algunas películas menores, aquí realiza un buen trabajo sin destacarse demasiado, poniendo el énfasis en el tono cómico, que por momentos logra sacar una sonrisa gracias a la calidez de la propuesta y las buenas actuaciones. La historia es divertida, romántica, nostálgica y simpática, pero nunca sorprende, resulta demasiado insulsa por momentos, tiende a estancarse y genera redundancias por culpa de algunos problemas narrativos, aunque no son graves ni atentan contra el relato. También hay una inclusión innecesaria de algunos personajes típicos de la adaptación de las novelas que funcionan en las obras literarias para dar un contrapunto que no logran en el film. A pesar de esto la película tiene muchos buenos momentos, interpretaciones correctas y redondea un relato coherente aunque no muy crítico sobre la típica nostalgia melómana de una época que se destaca por su anhelo del pasado, producto de la diversidad de propuestas de la actualidad y la vertiginosidad del surgimiento y la desaparición de los nichos culturales. Amor de Vinilo es un título no apropiado, innecesario, un poco engañoso y hasta cursi para un film romántico que intenta remitir a la relación entre el amor y la música. Aun así, el opus consigue crear una buena historia con personajes entrañables con los que encariñarse gracias al respeto de todos los involucrados para con la obra Hornby, un escritor experimentado en este cuadro nostálgico que describe una patología extraña de nuestra cultura expuesta a las crisis permanentes del nuevo capitalismo.
Del mismo autor que escribió “Alta fidelidad” donde se inspiró la película inolvidable, llega ahora este “Julia, Naked” en su titulo original, donde Nick Hornby vuelve sobre los fans obsesivos, con el guión de Jim Taylor, Tamara Jenkins y Eugenia Peretz y la dirección de Jesse Peretz (Glow, Girls y muchos capítulos de series famosas). Con todos estos ingredientes se redondea una comedia encantadora. Se trata de la historia de un profesor que junto a otras 200 personas profesan un amor de culto por un rockero alternativo que solo grabó un larga duración y desapareció para siempre. Entre ese hombre y una curadora de museo existe una relación estable y aburrida. Él tiene, además, una habitación dedicada al culto para su admirado rockero. Hasta que alguien le acerca un demo con la grabación de su tema más conocido “en crudo”, de ahí el titulo, que provoca una enorme emoción en el fan y una critica ácida de su compañera que publica en el sitio de marras. Los suficiente para que la pareja se separe, con el agregado de una infidelidad de él, y la comunicación del rockero con su critica que da pie a una relación con interrogantes. Con ese material, con grandes actores como Rose Bryne, Chris O´Dowd y Ethan Hawke, el resultado es una comedia agridulce, hecha con mucha química, con emoción verdadera y destinada a un merecido éxito de público. El tema de las segundas oportunidades para los adultos que no se atrevieron a vivir, o que cometieron horribles errores en su pasado. Siempre hay tiempo para exprimirle lo mejor a la vida. Por lo menos esta película nos lo hace creer por un rato más que agradable.
Rose Byrne y Ethan Hawke brillan en 'Juliet, Naked', una película que mezcla sin miedo, los temores de la adultez, la música y el amor. Cuando uno va al cine a ver una comedia dramática, tal vez no sepa del todo que le va a tocar ver. Esta vez Jesse Peretz, quien dedicó gran parte de su carrera al cine y la televisión de este género, nos trae una adaptación del libro de mismo nombre del escritor británico Nick Hornby; quien ya había logrado la adaptación fílmica de una de sus obras con Alta fidelidad (High Fidelity, 2000) dirigida por el cineasta Stephen Frears. Annie (Rose Byrne) quien lleva una larga y aburrida relación con Duncan (Chris O'Dowd), quien particularmente está obsesionado con un cantante (olvidado) de los noventa: Tucker Crowe (Ethan Hawke), que luego de un solo álbum decidió desaparecer de la vida pública. Tras la ruptura, Annie logra contactar con Tucker, ambos dándose cuenta de que comparten más de lo que se podrían imaginar, creando una relación amistosa muy poco convencional.
¿Qué pasaría si tu ídolo máximo comenzara a salir con tu reciente ex-pareja? Y no solo es tu ídolo máximo, sino también es la figura de la cual estás obsesionado hace años y rige gran parte de tu vida. Esa es la premisa “externa” de “Amor de vinilo”. Pero tiene algunos condimentos de fondo de los personajes que son mucho más interesantes que la mencionada. Jesse Peretz presenta esta comedia romántica con un trinomio de protagonistas. Una pareja y un músico retirado. El nexo entre ellos es el fanatismo inentendible del novio por la vieja estrella de rock, pero lo gracioso es que ni bien se termina la relación entre ellos, ella, casualmente, empieza a verse con el ídolo de su ex. Aunque parezca una locura la situación, el director se concentró lo suficiente en hacerla lo más verosímil posible, siempre desde un punto de vista cómico e irónico. El resultado inicial es más que efectivo y consigue enganchar al espectador desde entrada. Cuando decimos “trinomio de protagonistas” nos referimos a que cada uno tiene su momento en la cinta, en el que se descompone y se dejan a la luz sus verdaderas motivaciones y miedos. Son estos puntos los que conforman la historia interna del film, la cual tiene un desarrollo totalmente distinto a la externa. Son personajes que buscan redimirse, segundas oportunidades, poder vivir lo que no vivieron, básicamente. Esto es lo más enriquecedor de todo el relato y se mantiene muy bien a lo largo de toda la extensión, pero si se lo analiza desde lo que se ve más externamente, se podría decir que decae la trama o va cayendo en puntos comunes, seguros y previsibles propios del género. De todas formas, entretiene hasta el final con la ayuda de momentos y situaciones contextualmente tan ridículas que provocan carcajadas. También es una película muy musical, como era de esperar por la traducción de su título. Varias escenas con canciones están bien logradas y se saca mucho provecho de ellas. Además de la música, trata tópicos como la idolatración de la gente, así tanto como la humanización de los ídolos. Esa convergencia es otra ironía más dentro de la película que funciona a la perfección. Los tres protagonistas están muy correctos en sus papeles: Chris O’Dowd, Ethan Hawke y Rose Byrne, siendo esta última la que más se destaca por encima de los demás. El resto del reparto no tiene tanta participación pero se siente lo suficientemente natural la química con ellos. En conclusión, “Amor de vinilo” no es la gran comedia romántica ni mucho menos. Sencillamente, es una manera poco pretenciosa de contar una historia sobre nuevas oportunidades, que divierte al espectador aunque también sea consciente de sus propios límites, razón por la cual no se arriesga demasiado y se queda en el molde. De todas formas, consigue la buscada satisfacción.
“Amor de vinilo”, de Jesse Peretz Por Hugo F. Sanchez La relación entre Annie (Rose Byrne) y Duncan (Chris O’Dowd) es tan cómoda como aburrida, mientras que ella dirige un pequeño museo en un pueblo de Inglaterra, él enseña cine en la misma comunidad. Ambos parecen aceptar que rondando los cuarenta, esa meseta que los contiene va a extenderse para siempre, sin pasión pero tampoco sin sobresaltos. Annie es la más consiente del estancamiento porque Duncan tiene ala cultura pop para dirigir sus pasiones y no pensar en su propia existencia.Lo tiene a Tucker Crowe (Ethan Hawke), que editó un único y maravilloso álbum de canciones tristes y desapareció de la vida pública, así que la leyenda, chiquita, deGhetto, obsesiona al profesor que sigue las pistas sobre su paradero, elabora hipótesis sobre el significado de sus letras y defiende sus posturas frente a otros fanáticos que discuten a través de una página de internet. Creada por él, por supuesto. Lo cierto es que fortuitamente y a través de la web, Tucker Crowe toma contacto con Annie -y sin adelantar casi nada-, por esas vueltas del destino llega cruza el océano, irrumpe e implosiona la vida de estable pareja y da paso a una segunda oportunidad para todos los personajes, gente razonablemente buena pero perdida. Casi de inmediato la conexión obvia de Amor de vinilo es Alta fidelidad (Stephen Frears),primero porque Nick Hornby es el autor de ambos libros (también de Un gran chico, que en el cine protagonizó el gran Hugh Grant) y además, porque ambos transitan la nostalgia musical y ciertas obsesiones propias de la época como elementos probables y hasta necesarios para trazar algunas coordenadas sobre las relaciones y el amor. Así que Annie, Duncan y Tucker, junto a un sólido grupo de personajes, están ahí, como para encarar el resto de sus vidas o dejar las cosas como estaban. Pero los protagonistas son adultos, con varios años vividos, principalmente Tucker, ya maduro y con un pasado mezquino y egocéntrico. La comedia romántica y convenientemente agridulce se nutre de la disparidad de experiencias de los personajes, de ese desfasaje provienen las acciones, omisiones, la comedia y la reflexión sobre la madurez. Rose Byrne, Ethan Hawke y Chris O’Dowd son fantásticos para llevar a buen puerto la puesta de Jesse Peretz -con una larga trayectoria en televisión-, que sigue las reglas del género a rajatabla, con alguna dosis acertada de absurdo y la certeza de que la historia y el elenco harán (bien) el resto. AMOR DE VINILO Juliet, Naked. Estados Unidos, 2018. Dirección: Jesse Peretz. Guión: Tamara Jenkins, Jim Taylor y Evgenia Peretz. Intérpretes: Rose Byrne, Ethan Hawke, Chris O’Dowd, Phil Davis, Azhy Robertson, Alex Clatworthy, Ko Iwagami, Lily Newmark, Denise Gough, Ayoola Smart. Producción: Judd Apatow, Albert Berger, Barry Mendel, Jeffrey Soros, Igor Srubshchik y Ron Yerxa. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 97 minutos.
No estamos idealizando el pasado: hubo un tiempo en el que hubo más. Pero ahora hay escasez de comedias románticas, y aún menos con personajes inolvidables. Así las cosas, tal vez los méritos de Amor de vinilo se vean magnificados por este contexto desértico. Pero no: Amor de vinilo es de las buenas, de las que nos guían por mundos agradables y nos reconcilian con la narrativa más clásica y menos ostentosa: aquí hay una historia para contar, y proviene del libro de Nick Hornby. El título original es el de la novela: Juliet, Naked, que en su edición castellana fue Juliet, desnuda. Y en ese título había un problema, porque el nombre Juliet del original no hace referencia a una mujer sino a un álbum, un disco (que sí, refiere a una mujer), y entonces debió ser " Juliet, desnudo". Y entrar en este tipo de disquisiciones es justo con Hornby y sus personajes siempre atentos a los detalles. Lo que no es justo es el título Amor de vinilo: en todo caso, aquí importan más los CD y hasta los casetes. Un CD, ese disco "desnudo" del título, sin arreglos y con sus canciones en versiones tempranas, es lo que pone en marcha los motores del cambio. Annie, encargada del museo local en un pequeño pueblo inglés, tiene menor brillo en los ojos del que merece. Y está claro: quince años de convivencia con Duncan pueden ser aplastantes, porque él está más pendiente de los discos del rocker retirado y elusivo Tucker Crowe, y del blog en el que escribe y escribe y escribe sobre él. Duncan es un fan, pero no de Annie. Y aparece el disco en cuestión, y empieza a terminar una historia y empieza a comenzar otra. Y ahí es donde se nota especialmente que hay un libro de Hornby -claro, el mismo de Alta fidelidad y Un gran chico- como base muscular, y que el director Jesse Peretz y su equipo supieron ser breves sin apelar al "resumen del libro" sino que se dedicaron a exponer su espíritu, y entendieron que estaban haciendo una comedia romántica que les ofrecía especial fluidez si el montaje no incurría en la pereza. Y, además, si los personajes encontraban a los actores ideales para exhibir los peligros de tropezar con las piedras de siempre (las taras demasiado familiares), pero más aún para abrir la posibilidad de la felicidad sin negar las heridas ni el ideal cómico de reírse de sí mismos. Y Rose Byrne, Chris O'Dowd y Ethan Hawke hacen de sus interacciones una demostración refulgente de química carismática. O, en otras palabras: brillan, como las estrellas de antes.
Tiene sustancia esta pequeña comedia romántica. Sustancia y buenas observaciones, moderado encanto, humor amable, una pizca de nostalgia, otra de emoción, e intérpretes más que buenos. La historia, medianamente previsible, nos pinta una pareja casi cuarentona que sobrelleva 15 años de convivencia, poca chispa en la cama, ningún sueño en común, y encima viven en un pueblo cualunque cerca de la costa inglesa donde nunca pasa nada. Hasta que pasa. Ella tiene simpatía, luz y paciencia. Él tiene un hobby, un sitio web dedicado a un músico norteamericano que se esfumó de los escenarios hace como 20 años. Y el músico tiene la curiosa idea de dar señales de vida. Pero no a su fanático, sino a ella. Primero son señales virtuales, después cara a cara. El tipo es un loser querendón. Un suplemento vitamínico para señoras. Y algo sucede. ¿Cómo se defiende un simple mortal en esas circunstancias? ¿Y ella cómo asume las novedades que refrescan su vida? Forman pareja Rose Byrne, bastante compradora, y Chris O'Dowd, muy en papel haciendo el ridículo. Tercero en discordia, Ethan Hawke, una garantía, lástima que cante. Director, Jesse Peretz, especialista en series familiares y videoclips. Todo basado en la novela "Juliet, desnuda", de Nick Hornby, el autor de "Alta fidelidad" y otros títulos acá más apreciados en cines que en librerías. Y eso que escribe bastante bien, sobre todo historias de infelices perdedores, inmaduros, y mujeres capaces de reorientar a cualquier gil. Por el camino del corazón, o por la puerta de salida.
Este 2018 ve el resurgimiento de la comedia romántica como el querido subgénero que es, recuperando un lugar de privilegio que tuvo por años y que en el último tiempo se perdió. The Big Sick es la primera gran apuesta que se viene a la mente de estos tiempos, con nominación al Oscar incluida, pero mucho de la vuelta de este tipo de proyectos se atribuye a Netflix. Quienes trabajan en el gigante del streaming se dieron cuenta que el usuario estaba revisitando clásicos, con lo que había público al que darle contenido nuevo y así es que llegaron las sólidas Set it Up o To All the Boys I’ve Loved Before, que ratificaron que el formato estaba vivo. Bien se lo puede comprobar con el estreno de Juliet, Naked, que se beneficia de un gran trío protagonista y especialmente de esa gran actriz que es Rose Byrne.
El director Jesse Peretz presenta una comedia romántica pero muy distinta a todas. Una pareja consolidada formada por Annie (Rose Byrne) y Duncan (Chris O´Dowd) pero con gustos y objetivos de vida diferentes. Su pareja está obsesionado con el músico Tucker Crowe (Ethan Hawke) que tuvo su época de auge y luego se retiró, para vivir en el anonimato. A pesar de ello, hay un cuarto especial en la casa dedicado a él y su música. Su mujer no comparte nada de todo ésto pero lo tolera. Cuando un día en las redes, ella emite una opinión y el músico le contesta, ella cae presa de una gran sorpresa y, aunque incrédula, le contesta y así se suceden una cantidad de mails, hasta que se produce el encuentro en el pequeño pueblo en el que vive Rose, siendo una situación bizarra para su, ahora, ex-pareja. El título de la novela original es “Juliet, Naked” (Julieta, Desnuda) haciendo referencia al disco de Crowe. El guión basado en el libro de Nick Hornby toma idea muy original y abre un abanico de temas como las familias ensambladas, el fanatismo hacia una celebridad, la monotonía en las parejas, los hijos y la idea de tenerlos o no entre muchos otros. Excelentes actores en una historia que marca la diferencia. ---> https://www.youtube.com/watch?v=vpOcq6EtJyI ---> TITULO ORIGINAL: Juliet, Naked ACTORES: Rose Byrne, Ethan Hawke, Chris O'Dowd. GENERO: Drama , Comedia . DIRECCION: Jesse Peretz. ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 97 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años FECHA DE ESTRENO: 18 de Octubre de 2018 FORMATOS: 2D.
Hace tiempo que no aparecía una comedia romántica tan disfrutable como ésta. Claro, se dio la constelación ideal, intérpretes con química absoluta, una historia con la que cualquiera se puede identificar y una banda original que con sólo empezar a escucharse, agita los pies y piernas y despeja la mente. Annie es una agradable chica inglesa que hace quince años vegeta con su novio Duncan, un muchacho como cualquier otro, pero que tiene como distintivo su admiración por un exitoso rockero de mediados de los "60 (Tucker Crowe), que súbitamente desapareció dejando ese tipo de admiradores que forman club y coleccionan todo lo que pasó por las manos del ídolo. Por supuesto, el rito incluye la adoración por vinilos incunables de esos que, como los primeros libros, se encadenaban a la biblioteca para siempre. Así, Annie soporta una inusual condición: está en pareja con Duncan y con Tucker Crowe a la vez, como si fueran gemelos idénticos. Porque Duncan habla de él todo el tiempo, escucha su música y vive con ese ser que nadie ha vuelto a ver. Pero los fantasmas del rock siempre vuelven y "Amor de vinilo" los evoca con su mundo a cuestas, que arrastra sonidos de los Beatles, los Bee Gees y toda la moda que alguna vez envolvió adolescentes de entonces, veteranos de ahora. CLASICOS ANTIHEROES Fresca y espontánea en su contenido, la película de Jesse Peretz sabe mucho de música, de viejos éxitos, exitosos baladista y ""paranoias rockeras"". No por nada este director fue uno de los creadores de una popular banda de rock alternativo (The Lemmonheads) antes de incursionar por el mundo del cine. Y también estaba relacionado con la música el escritor Nick Hornby, autor de la novela "Juliet, desnuda", en que se inspira la película, el mismo de "Alta fidelidad", otra novela suya que interpretó John Cusack, también con derroche de vinilos. Filme de planteos sencillos y adultos, y los clásicos antihéroes que se ganan el cariño de todos. Capaz de asegurarnos que lo imposible es posible y que los arrepentimientos pueden ser el inicio de otra gran oportunidad. Aun en esa ciudad costera tan lejana. Comedia romántica impecable con dos actores que roban audiencia: Ethan Hawke, también él amante de la música, y una encantadora Rose Byrne, la actriz australiana de "Sunshine". Personaje sin vueltas, capaz de asumir errores con una sonrisa y apostar nuevamente a la felicidad.
Los lectores de Nick Hornby encontrarán los rasgos característicos de los personajes del autor de otras novelas suyas llevadas al cine como "Alta fidelidad", "Un gran chico" y "Enseñanza de vida": personajes obsesivos, exasperantes pero queribles, amores en crisis, y, sobre todo, un humor amable en historias a veces disparatadas. Ese el es caso de "Amor de vinilo", una buena adaptación de la novela "Juliet, naked". La historia transcurre en una pequeña ciudad costera de Inglaterra. La pareja protagónica está formada por Annie (Rose Byrne), directora del decadente museo local cuya pieza estrella es el ojo conservado en formol de un tiburón que murió en la playa, y Duncan (Chris O'Dowd), un docente estadounidense obsesionado con Tucker Crowe (Ethan Hawke), un rockero que tuvo sus 15 minutos de fama, pero que hace 20 años desapareció sin dejar rastro, algo que generó una leyenda a su alrededor. Duncan dirige un blog sobre Crowe que comparte con unos pocos fans y Annie se está cansando de compartir la vida con su pareja y con ese personaje que no le parece nada extraordinario. Así pasan los días hasta que ocurre un hecho extraordinario, cuando Annie, solo para molestar a su pareja, escribe una reseña adversa a Crowe y el rockero retirado le responde elogiando su sinceridad.
Amor inesperado Hay combinaciones que son exquisitas, la música y el cine es una y cuando se encuentran con un maridaje preciso en un relato sobre el amor y la pasión, el resultado es más que satisfactorio. Nick Hornby es un hábil conocedor de estos mundos, su pasado como periodista y crítico musical le han permitido crear narraciones que profundizan sobre vínculos sin necesidad de subestimar al lector (Un gran chico, Alta fidelidad). En la nueva adaptación de una de sus obras, Amor de vinilo (Juliet, Naked, 2018), y gracias a la dirección de Jesse Peretz (GLOW) todo fluye de una manera perfecta relatando la transformación de sus protagonistas y cómo, sin muchos preámbulos, la vida puede reorientar los destinos hacia otros lugares. En Amor de vinilo conocemos a Duncan (Chris O’Dowd), un excéntrico profesor que está obsesionado con una leyenda de la canción, Tucker Crowe (Ethan Hawke), quien no ha compuesto ni aparecido en público por más de 20 años. Esa pasión que tiene por el músico lo ha llevado a crear un sitio de internet en el que despliega las más locas y tontas teorías, como también la publicación de imágenes “exclusivas” que va encontrando o que los otros fanáticos le envían. Duncan vive con Annie (Rose Byrne), una empleada de un museo en decadencia, que reparte sus horas entre diálogos y paseos con su hermana y tener que soportar a su novio y su obsesión, sin siquiera preguntarse qué está haciendo con su vida. Cuando un día un sobre llega a la casa de ambos, con una grabación inédita de Tucker, todo cambiará, construyendo desde ese momento un relato sobre el amor, las crisis, la amistad, la profesión y sobre lo inesperado de la vida, y también sobre cómo se puede transformar una casualidad en una causalidad sin siquiera imaginarlo. Amor de vinilo posee una sólida descripción de sus protagonistas, algo característico de las novelas de Nick Hornby, pero que gracias a la producción de Judd Apatow, la historia de amor se muestra desde otro plano: No existe aquí un atisbo de melodrama, pero sí de romance y pasión, desde un lugar en el que los personajes, con sus imperfecciones, miserias y dolores, se interrelacionan con el otro por el sólo hecho de haberse cruzado de alguna manera, virtual o físicamente. En donde las películas de género comienzan, con ese encuentro clave, Amor de vinilo promedia, y cuando la conexión entre los protagonistas se afianza, diálogos sobre la nada misma refuerzan la base con la que se había descripto a los personajes y su fortuito romance. Tomando a su propia novela Alta fidelidad, y sumando reminiscencias a clásicos del romance como Algo para Recordar (An affair to remember, 1957) y Sintonía de amor (Sleepless in Seattle, 1993), Amor de vinilo nos recuerda que el amor puede surgir de la manera más inesperada, y a pesar de poseer obstáculos, la sinceridad en la relación y la honestidad con uno mismo dispara más posibilidades que la pose y la mentira. La película funciona como comedia romántica porque desnuda sus personajes en una primera etapa en la que la vulnerabilidad los hace verosímiles, y conforme el guion comienza a intercalar narración sobre cada uno de ellos, hasta encontrarlos en un punto irreversible, la vivida descripción suma una faceta psicológica y emocional que los humaniza y los vuelve entrañables.
Música y lágrimas Se podría empezando a definir a esta producción como una para nada típica película encuadrada en el género de comedia (anti) romántica. Estableciendo la nostalgia y la melancolía que tergiversan los recuerdos y las historias no vividas en tanto experiencia, eso que en el orden del fanatismo puesto en juego las establece casi como verdades casi absolutas. “Juliet, Naked”, tal el titulo original, está basada en una novela de Nick Hornby, el mismo autor de “Alta fidelidad” y “Un gran chico”. En esta narra la vida de Duncan (Chris O'Dowd), siendo él mismo el narrador inicial, un aparentemente estricto y sarcástico profesor de análisis de cine y televisión cuyo infantilismo no le permite crecer en un mundo adulto.Viviendo en fantasía, por su ensimismamiento, con su novia Annie (Rose Byrne), con quien no ha querido comprometer su egocentrismo, de tener hijos ni hablar. El profesor ha vegetado en el más amplio sentido del término, encandilado con una sola perspectiva en su mirada: la vida y leyenda del músico Tucker Crowe (Ethan Hawke), un músico de rock, transformado gracias a Duncan en un referente de culto para ese estilo musical de principios de la década de los años ‘90. Quien al alcanzar lo más alto de su fama, con miles de seguidores y admiradores, misteriosamente desapareció luego de un concierto en vivo. Duncan ha convertido parte de su vivienda en un altar del músico al que venera, y ha mantenido viva la imagen de Tucker a través de una página sobre la música y vida del mismo. Todo se trastoca en esa vida casi organizada cuando Duncan recibe unos demos del músico ocultos hasta este momento. Annie resuelve escribir una reseña negativa del mismo, lo cual pone en conflicto a la pareja y ante un desliz de Duncan, en tanto alta infidelidad, se separan. La crítica llega a ojos del músico, quien comienza de manera virtual una relación con la autora, dando cuenta en ambos de todo aquello que los une a pesar del océano que los separa. Principalmente el haber desperdiciado gran parte de su vida por estar navegando a la deriva sin poder visualizar sus sueños y errando en las elecciones de vida. Es interesante la elección del espacio físico en el que se desarrolla la mayor parte de la historia, uno de esos típicos pueblos costeros de Gran Bretaña donde todos se conocen pero, en realidad, nadie sabe nada del otro. El texto lleva las marcas fidedignas de Hornby, la obsesión por la cultura popular; personajes pos modernos, adultos en crisis a los que construye con mucho afecto sin juzgarlos. De estructura narrativa clásica, progresiva sin demasiadas búsquedas estéticas, pero si poseedora de una buena dirección de arte, sobre todo en relaciona lo que se ve en pantalla, donde los objetos narran sin necesidad de palabras. Las rupturas con el clasicismo se encuentran en los personajes y sus relaciones, aunque establezca la posibilidad de una segunda oportunidad, volver a empezar. A Tucker, padre biológico de muchos, pero papá en tanto función de uno sólo, ese que le muestra siempre que todavía vive y tiene una chance. Esa chance se establece a partir de una de sus hijas a punto de dar a luz en Londres, hasta allí viaja para por primera vez hacerse cargo de algo del orden de la responsabilidad y el afecto. Annie no está ajena a esto. Todo mayormente sostenido por las actuaciones, todas de muy buena composición y siempre realistas. Con bastante humor y diálogos inteligentes, entretenida en todo su metraje, se va construyendo una comedia que finalmente deja de ser (anti) romántica, pero nunca abandona lo políticamente incorrecto.
Este es un encantador melodrama romántico que cuenta con las deliciosas, divertidas y conmovedoras actuaciones de Chris O’Dowd y Ethan Hawke que se conectan perfectamente con las situaciones. Otro de los personajes dentro de los roles secundarios es el que compone Rose Byrne que resulta cálido. Cada actor se luce en la historia, con momentos increíbles, acompañada con una banda sonora magnifica, pero no sorprende, cae en algunos lugares y clichés aunque resulta un buen pasatiempo entretenido. A lo largo del film se siente un toque de “Alta Fidelidad” (High Fidelity, 2000), de Stephen Frears o de Woody Allen.
Adaptación de otra novela de Nick Hornby, "Amor de vinilo", de Jesee Peretz, se destaca por el refinamiento inglés del autor y un elenco talentoso que sabe ponerle el cuerpo a las criaturas. Como (casi) ningún otro género, la comedia puede ser claramente dividida de acuerdo al sector etario, o target de edad, al que va dirigido. En el 2000, "Alta fidelidad" no sólo nos regresaba al mejor Stephen Frears, llevaba a la fama al autor de la novela en que se había basado, Nick Hornby (quien ya había tenido algo de relevancia local con "Fever Pitch" tres años antes). Desde entonces, las novelas de Hornby se convirtieron en un referente para los personajes que ya pasaron los cuarenta, y se encuentran en medio de una crisis de frustración existencial, con "Un gran chico", como siguiente referencia. Algo similar a lo que Judd Apatow hizo en el cine como director y productor. “Casualmente”, Amor de vinilo, de Jesee Peretz, es otra adaptación de Hornby, producida por Apatow, y como cereza del postre, con la música como elemento narrativo fundamental, algo que en Alta Fidelidad y Un gran chico ya había rendido. ¿En qué se diferencia "Amor de vinilo" de estas? Su protagonista principal es una mujer… aunque rodeada de dos hombres que funcionan como algo más que satélites. Annie (Rose Byrne, por fin alcanzaste tu gran protagónico, nena) tiene una relación de muchos años con Duncan (Chris O’Down), obsesionado con la figura de Tucker Crowe (Ethan Hawke), un rockero caído en desgracia de otrora gloria. Duncan logra hacerse con un demo acústico del disco más exitoso de Crowe, que creían desaparecido, y que le da título original a la película, Juliet, naked. Pero el correo con el demo lo recibe primero Annie, que lo escucha, y realiza una crítica para nada positiva. Por un lado, este hecho genera las primeras (o más) rispideces entre Annie y Duncan; por otro, Annie recibe la devolución menos pensada de su comentario, la del propio Crowe, quien concuerda bastante con Annie, y así comienzan un intercambio epistolar 2.0, o 1.5, vía e-mail. Amor de vinilo va cambiando su punto de vista de acuerdo a este trío, y así también, su protagonismo o tiempo en pantalla. Pero el motor de conducción y conflicto siempre es, de algún modo, Annie. Vamos pasando por las voces en off de uno u otro, el foco pasa por cada uno, pero siempre vuelve a ella. El único tramo en que ella no tendrá injerencia directa (aunque podríamos decir que sí indirecta mediante el intercambio de mensajes), es en la historia personal de Crowe con su familia; su pequeño hijo con Tourette, su ex esposa con la que vive en un mismo terreno, y la hija embarazada con la que no mantenía contacto y que llega a verlo. "Amor de vinilo" expone los conflictos y problemáticas típicos de personajes que atravesaron la barrera de los 40 y se replantean cómo seguir en lo que podría ser la segunda mitad de sus vidas. Son personajes de clase media, sin grandes problemas económicos ni laborales, pero tampoco ostentaciones. Claramente, los problemas propuestos son emocionales. Quizás un referente local de ese cine lo encontremos en Gabriel Nesci, con "Días de vinilo" "Casi leyendas", y hasta la serie "Todos conta Juan". Acá, aparece otro factor fundamental, al igual que Nesci, en Amor de vinilo, y en la pluma de Hornby, la música es trascendental. La banda sonora marca buena parte de la narración y la hace rítmica. No hay necesidad de que la letra de las canciones ejemplifiquen el momento, ni que suene permanentemente; la música siempre está, ahí, como refugio para el film, y para la vida de estos boyados. Los temas que plantean son universales y verosímiles, por lo que la identificación es sencilla y directa. También elude en buena parte el edulcorado romántico; es un film con agridulces, y hasta lleva a una resolución que puede dividir aguas en ese sentido. Annie, Tucker, y Duncan, son queribles; y en esto ayudan sus intérpretes. Rose Byrne venía hace rato destacándose en secundarios, o como co-equiper o pareja del protagonista. Finalmente adquiere un rol central, y entrega todo lo que esperamos de ella. Annie es fresca, espontánea, natural, y aunque no siempre estemos de acuerdo con todo lo que hace, la comprendemos. Byrne la compone sin recaer en histrionismos de ningún tipo, entendiéndola. Además, escucharla hablar con su acento inglés natal, es una dulzura aparte. Un detalle extra algo risueño es cómo ¿se la ingeniaron? En varias escenas para ocultar el embarazo de la actriz con variados artilugios. ¿Ethan Hawke hace todo bien? Puede pasar de dramas como "First Reformed" por el que merece todos los premios que pueda recibir, a films de terror y ciencia ficción, y comedias como esta; y siempre demuestra muchísima ductilidad. Tucker Crowe es de esos rockers arrastrados y adorables, como el de Bradley Cooper en "Nace una estrella" sin todo el melodrama; o como los roles típicos del Hugh Grant post 40 sin la multiplicidad de tics. Quizás sea el más cliché de los tres, pero gracias al actor, se convierte en un gran personaje. Chris O’Down es quien lleva la parte más difícil, Duncan es bastante patético, el guion no lo trata del todo bien (hasta llega a desaparecer durante un buen tramo), y busca que sintamos pena por él. O’Down es un gran comediante, y es en él dónde más se ve la firma de Apatow aunque sea como productor. Peretz deja fluir, lo suyo no es una gran intromisión, ni estética, ni narrativa, se apoya en la música, en los actores, y en el encanto british. Por el resto es un trabajo formal que conduce al film hacia algo tradicional. "Amor de vinilo" es una comedia correcta, con mucho encanto, que si no llega a más es por cierto tratamiento estándar. La pluma de Hornby, y la labor de sus actores hacen el trabajo de elevarla.
NACIONES UNIDAS Menos que una película sobre el romance improbable entre una curadora de museo atrapada en una relación oxidada y un músico en decadencia artística y personal, Amor de vinilo es la demostración del vínculo saludable de Inglaterra con Estados Unidos. Los cancilleres de esta comedia romántica son tres protagonistas que, en apariencia, conforman un triángulo amoroso. Sin embargo, el director Jesse Peretz y los guionistas Evgenia Peretz, Jim Taylor y Tamara Jenkins (realizadora de la reciente Vida privada) enderezan el rumbo del film antes de caer en las garras siempre afiladas del género. Basada en la novela de Nick Hornby, Amor de vinilo esquiva también los vicios de la comedia de enredos. Los sentimientos no necesitan esconderse detrás de un mueble o dentro de un placard: el amor se sella con una mirada desde el otro lado de una calle y el dolor se comparte bajo los encantos de un cover respetuoso. Empecemos por el principio. Annie (Rose Byrne) lleva una relación de quince años con Duncan (Chris O’Dowd), un profesor universitario que dicta clases de cultura americana. Viven en Sandcliff, un pueblo costero inglés, en donde Annie trabaja en el museo que heredó de su padre. Rápidamente el film retrata la vida de ambos desde la perspectiva de esta mujer: ella cuenta –con cierto grado de imploración en la voz, como un grito de auxilio sofocado por el pesar– cómo abandonó sus estudios en Londres para arriesgarse a vivir con alguien más interesado en darle otra vez play a los discos de su ídolo Tucker Crowe que en cruzar los límites interprovinciales de Inglaterra. En una de las primeras escenas, Annie saluda con afecto enmascarado a los vecinos. Sus aspiraciones son otras y sus ojos sin demasiado interés frente al resto de los ciudadanos de Sandcliff son la prueba suficiente para saber que el deseo está en otro lado. Duncan, mientras tanto, acomoda la realidad alrededor del trabajo y de la página web que engloba a un grupo reducido de fanáticos de Crowe (interpretado con soltura por Ethan Hawke). ¿Pero quién es Crowe y por qué tan pocos hablan de él? Se trata de otro rockero de los años 80 que, luego de lanzar un gran disco, desapareció sin anunciar un motivo. El misterio es uno solo pero las teorías sobre su desaparición abundan. Sin embargo, muy equivocadas están las conjeturas grandilocuentes sobre su paradero: vive en un garaje detrás de la casa de su ex pareja con quien tiene un hijo. Enojada con Duncan, Annie escribe una reseña maliciosamente negativa sobre un disco de Crowe desconocido hasta ese momento. A través de la magia de Internet, la curadora de museo y el rockero con desenlace salingeriano se ponen en contacto. En lo que parece una versión trasatlántica de Tienes un email, Amor de vinilo ocupa una buena parte de su duración en esa correspondencia. Al principio, los mails son concisos y tímidos, la complicidad cordial solo se hace presente cuando se refieren a la música jubilada del ex ídolo. Con el correr del tiempo, estos se harán más extensos y la cantidad de caracteres no se verá limitada. Desde distintos rincones del mundo, comenzarán a hablar de deseos menguados, momentos de felicidad insustanciales y miedos que el valor aun no pudo vencer. Y como debe ser, gracias a la fortuna del destino, ambos se encontrarán en territorio inglés. Hace algunos años se estrenó Directo al corazón, una película sobre un músico en decadencia interpretado por Al Pacino que buscaba, como Tucker, encausar su vida por torrentes más serenos. Era un film sincero, hecho con los engranajes más pequeños pero siempre útiles de la comedia y las piezas más duras del drama. Amor de vinilo, con sus protagonistas lastimados, errantes y que dudan entre qué es lo mejor para los otros y qué quieren realmente para sí mismos, pertenece a ese grupo de películas sobre músicos que deben luchar contra una realidad desnutrida, un terreno donde John Carney (Once, ¿Puede una canción de amor salvar tu vida? y Sing street: reviviendo los 80s) es el apóstol de esta década. En pleno homenaje con este realizador, ¿es Amor de vinilo una película sobre las relaciones amorosas, sobre la difícil responsabilidad de ser padre o sobre el vínculo patológico entre fanáticos e ídolos? Con reverencia a las herramientas más honradas de la narración clásica, en su segunda mitad la película habrá movido las piezas de su lugar de origen. Uno de los méritos de Peretz es avanzar su obra con un montaje y un ritmo decididos, envidiable en su seguridad interior. Amor de vinilo funciona mucho mejor en las escenas que describen la intimidad –y todo lo que eso conlleva– entre dos personajes que en las secuencias prefabricadas donde se depositan padres, hijos y ex parejas a reclamarle atención a un guion que tiene el interés puesto en lo que sucede con tres almas perdidas en un pequeño pueblo costero de Inglaterra. Esto no quiere decir que los personajes secundarios (satélites con el objetivo riguroso de no desviarse del curso de sus órbitas) sean apéndices sin valor vital: la hermana lesbiana de Annie y sus novias cambiantes, el hijo menor de Crowe y el intendente de Sandcliff exprimen el jugo del estereotipo en los momentos indicados. El placer de esta película se encuentra en la amabilidad de los rostros, en la solidaridad en tiempos donde el silencio y el desencuentro le ganan a la armonía de una canción noble. No hay héroes ni villanos en Amor de vinilo, y si esto parece lógico de decir es porque el material podría brindar múltiples alternativas para que los personajes sean caracterizados bajo las metafóricas pieles maniqueas que representan los lobos y los corderos. Peretz y sus guionistas arman un ejercito de protagonistas con sus méritos y sus fallas, en donde la música (y el arte en general) no es otra cosa que el refugio muy cómodo que mucha gente usa para no enfrentar las responsabilidades de una vida diariamente avinagrada. Se sabe que estadounidenses e ingleses pueden ser muy distintos entre sí y la decisión deliciosa de esta película se halla en no anular esta oposición, pero sí en conocer el momento de abandonar a tiempo un chiste que se podría estirar demasiado. La prolijidad británica debe chocar con la decadencia cool americana en medidas justas: ella envía sus mails enviciada por el vapor de un té earl grey mientras él responde desde la comodidad de un sillón sufrido por el paso y el peso del tiempo y los cuerpos que yacieron en él. En una de las mejores secuencias de Amor de vinilo, Crowe oficia de diplomático: se sienta frente a un teclado y canta una canción de The Kinks frente a un pequeño auditorio; aunque en realidad, detrás de las estrofas y las notas musicales, se trata nada más ni nada menos que un regalo que cruzó todo el océano para llegar a los oídos de Annie (y de Duncan, claro).
El gran secreto del film reside en su reservado humanismo democrático. Todos los personajes tienen algún rasgo querible, incluso los secundarios, como la hermana lesbiana de la protagonista y sus candidatas o los hijos desperdigados por el mundo de Tuck. La imperfección de todos es una virtud sin subrayado, y es también la fe secular que escenifica el film, que emplea sagazmente un amplio catálogo de estereotipos para extraer de la insulsa universalidad de estos la singular característica de cualquier hombre o mujer. Este film pequeño y adorable evoca eso irrepetible que dos que se aman creen ver en el otro.
El nuevo traspaso al cine de una novela de Nick Hornby, Amor de vinilo, es una comedia romántica sumamente eficaz, sin pretensiones de ser inolvidable, pero que se convierte en un entramado de situaciones y personajes entrañables. Annie (Rose Byrne) y Duncan (Chris O’Dowd), ambos cercanos a los cuarenta años, forman una pareja desgastada por la rutina, cuyo presente está sostenido con alfileres. Ella es la encargada en un museo de una pequeña localidad costera de Inglaterra. Él da clases de análisis audiovisual, pero ocupa la mayoría de su tiempo en cultivar su fanatismo por un músico de rock de los noventa: Tucker Crowe (Ethan Hawke), quien luego de publicar un álbum desapareció misteriosamente de la escena musical. Cuando aparece una grabación inédita del retirado rock star, Annie, bajo un seudónimo, deja una mala reseña sobre ese material en el sitio que el profesor tiene sobre el cantante. Inesperadamente, Annie y Tucker comienzan a mantener una comunicación vía e-mail, para luego conocerse personalmente. Amor de vinilo, cuyo título original es Juliet, naked, está basada en una novela de Nick Hornby, autor de los libros también convertidos en películas: Alta fidelidad y Un gran chico. Ambas, además, como esta, son historias que tienen a la música como elemento fundamental. Al mismo tiempo que presentan personajes que tienen un lazo con la cultura popular, son graciosos, cálidos, imperfectos. Son anti-héroes con algo de egoísmo, un poco inmaduros, en cierto grado patéticos, pero sumamente queribles. Jesse Peretz, con una gran experiencia televisiva, que fuera además bajista de un grupo de los noventa, The Lemonheads -por lo tanto, conoce perfectamente el paño-, dirige esta entrañable comedia, sin exageraciones, con personajes amables (sin que esto resulte peyorativo, por el contrario: el “menos es más”, es aquí una virtud). Amor de vinilo es una comedia romántica no edulcorada, con dosis justas de nostalgia que conecta el pasado (el del músico, el de la muestra del museo en el que trabaja Annie, el de la obsesión de Duncan) con la realidad del presente. Después de todo, la actualidad del músico, con todos los avatares de la gran cantidad de hijos que tuvo en su desordenada vida, es un calidoscopio de interrogantes con múltiples historias a futuro. La eficacia de esta película no sería la misma de no ser actuada por el trío protagónico, en especial por la química que se establece entre la magnética Rose Byrne y el perfecto Ethan Hawke.
SEGUNDAS OPORTUNIDADES Ya a esta altura puede hablarse de un subgénero “adaptaciones de novelas de Nick Hornby”, compuesto por historias de personas que –en general voluntaria pero también un poco involuntariamente- pugnan por rearmarse. Ese rearmado implica reconstrucciones, aprendizajes, correcciones, descubrimiento. En fin, crecimiento, que siempre implica errores y ajustes. Amor de vinilo es también un relato de gente tratando de crecer, tropezando y reintentando, con ese crecimiento adquiriendo formas tanto de autodescubrimiento como de redención. El crecimiento comienza a partir de hacerse cargo de los problemas que nos aquejan. Durante unos cuantos minutos, Amor de vinilo muestra a Annie (la siempre perfecta Rose Byrne) haciendo ese proceso interiormente, pero sin llevarlo a la práctica, transitando su existencia apática como encargada de un irrelevante museo en un pequeño pueblo británico y como pareja de Duncan (Chris O’Dowd), un profesor universitario que está obsesionado con la figura de un músico de culto. Hasta que una serie de particulares eventos la llevan a comenzar una relación vía Internet con Tucker Crowe (notable Ethan Hawke), quien es precisamente ese músico de culto al cual reverencia Duncan, y que también transita su propia existencia apática, viviendo de prestado en el fondo de la casa de una ex y de las regalías que dejan sus canciones de efímera época de gloria. Sin embargo, esos malentendidos son apenas el punto de vista para una historia donde la conexión romántica es progresiva y pautada primero por diálogos virtuales y luego por conversaciones cara a cara, donde tanto Annie como Tucker irán explicitando y tratando de poner en crisis el estatismo que los agobia. Esos presentes insatisfactorios y en piloto automático están sustentados en pasados plagados de silencios y decisiones equivocadas, pero también de acciones que nunca llevaron y que los siguen acechando espiritual y físicamente. Eso se hace más patente en el caso de Tucker, que ha dejado un tendal de hijos con distintas parejas y que encima está a punto de ser abuelo, cuando ni siquiera ha aprendido realmente a ser padre. Sin embargo, Annie también carga con lo suyo, porque porta de manera permanente la carga de haber tomado riesgos con su vida profesional, pero tampoco con lo afectivo, incluso postergando y escondiendo su deseo de ser madre. La catarata de conflictos que va acumulando Amor de vinilo podrían haber tornado al film en un dramón indigerible, pero en vez de eso, el director Jesse Peretz trabaja la vertiente dramática en una constante interacción con la comedia, sin dejarse llevar por lo altisonante, encontrando lo hilarante y hasta patético sin remarcaciones. Hay una escena brillante en una clínica, donde empiezan a juntarse un montón de personas en sucesión imparable y en la que Tucker ve como todo su pasado repleto de errores se le viene encima para pasarle factura en el presente, que es sumamente representativa de esta apuesta. Y lo cierto es que Peretz (que dirigió varios capítulos de series como Girls, Divorce y GLOW, además del interesante largo Our idiot brother) muestra un gran talento para un tipo de puesta en escena precisa y humilde a la vez, pero también cuenta a su favor con las actuaciones de Byrne y Hawke, que aportan un fabuloso e imprescindible nivel de humanidad, además de exhibir una química inhabitual. Se podrá decir que Amor de vinilo no termina de encontrar el rumbo correcto para el personaje de Duncan, que queda como alguien excesivamente caprichoso e infantil –a pesar de tener un monólogo muy bueno donde consigue explicar lo que siente cuando escucha las canciones de Tucker-, pero eso lo compensa con creces a partir de una narración que no le teme al dolor y la amargura –hay una conversación telefónica durísima donde a Tucker le queda claro que hay cosas de su pasado que ya no puede arreglar-, lo cual la termina habilitando para otro tipo de momentos. Esos instantes de descubrimiento de afinidades, de confesiones que alivian, de aceptación de los defectos del otro, de realización respecto a lo deseable y posible, de ocupación de determinados roles, de gente aprendiendo a quererse y dándose segundas oportunidades, hacen de Amor de vinilo un film dulce y honesto, tan gracioso como emocionante.
Amor de Vinilo: Recuperando el tiempo perdido. Jesse Peretz (Our Idiot Brother) nos ofrece esta comedia dramática llena de nostalgia y extrema sensibilidad que hace un sincero análisis sobre la paternidad, el amor, los problemas familiares, las ausencias y las segundas oportunidades. Juliet, Naked, titulo original de la obra, es un film basado en una novela Nick Hornby responsable de títulos como About a Boy y High Fidelity, ambas adaptadas al cine con gran éxito. Este largometraje guarda ciertas semejanzas con el de High Fidelity en ese aire melancólico que rodea a la industria musical y a las estrellas independientes caídas en el olvido. Todo comienza cuando Annie (Rose Byrne) llega a la conclusión que se encuentra atrapada en una relación toxica con Duncan (Chris O’Dowd), un fanático obsesivo del oscuro rockero Tucker Crowe (Ethan Hawke). Cuando un demo acústico del exitoso disco de Tucker de hace 25 años sale a la luz, su lanzamiento lleva a un encuentro que cambiará su vida con el esquivo músico. Una historia cuya superficie la hace ver como algo convencional pero que con el correr del metraje ira desarrollando algunos temas complejos característicos de las historias de Hornby. Personajes atrapados en el pasado, malas decisiones que los obsesionan, vidas estancadas dispuestas a ser recompuestas, entre varios tópicos más. Annie siente que ha perdido 15 años de su vida al lado de Duncan y Tucker Crowe se encuentra atribulado por el hecho de vivir en el garaje de su ex mujer criando al hijo que ambos tienen en común y viviendo de viejas regalías por su carrera musical. Un futuro poco prometedor que se verá comprometido por la relación que comenzará a la distancia con Annie mediante mails y mensajes de texto. Esta especie de relación que comienzan a construir los llevará a cada uno a replantearse ciertas decisiones que fueron tomando en el pasado y buscando recomponer relaciones con los hijos de otros matrimonios por el lado de él y buscando nuevos desafíos en el futuro y/o un cambio de aire por el lado de ella. La idea de rehacer la vida, madurar y aceptar las responsabilidades de la vida adulta serán varios de los temas tratados por este pequeño pero encantador film. Resulta realmente interesante el trabajo de guion que presenta la película, ya que erige mediante sutilezas un montón de conflictos internos que de a poco van saliendo a la luz y que terminan de construir personajes fuertes y con determinación. Rose Byrne (Insidious) vuelve a desplegar su capacidad para la comedia pero incluso grandes matices que funcionan mejor en el drama que propone este relato. Poco queda decir de Ethan Hawke (Before Sunrise) un intérprete excesivamente talentoso que últimamente no ha tenido oportunidad de destacarse en la pantalla grande pero que cuando la tiene vuelve a hacer gala de sus apreciables facultades y aptitudes. La química de estos dos actores más el aporte del incómodamente hilarante Chris O’ Dowd (The IT Crowd) hacen que la cinta se destaque aún más por sobre la media de este tipo de comedias. Por otro lado, cabe destacar la banda sonora que aporta su cuota de sensibilidad a un trabajo perfectamente planeado desde lo narrativo a pesar de la familiaridad de sus temas y las similitudes que pueda llegar a tener a otros trabajos del autor. Amor de Vinilo (un título desacertado para la propuesta) es un film encantador, divertido, nostálgico y romántico que no defraudará a los amantes de las comedias dramáticas y de la buena música.
Soy tu fan El adjetivo calificativo “deliciosa” para una película basada en la novela de Nick Hornby “Juliet, Naked”, y lo que puede ofrecer al espectador nunca fue mucho de mi agrado, pero en este caso aplica perfectamente. No se si es por la dulzura de Rose Byrne interpretando con soltura y calidez a Annie, por el tono mágicamente british de la actriz australiana; o por el denso (sí, denso; no se puede describir de otra manera) personaje de Duncan que Chris O’Dowd compone con calidad interpretativa. Para completar el elenco principal, Ethan Hawke interpreta a Tucker Crowe, un músico independiente de quien la pareja de Annie, Duncan, es fiel fanático. A la hora de conocer información de primera mano sobre la reaparición del artista, de quien no se sabe nada hace al menos dos décadas, Duncan es un especialista. Hastiada de esta relación invadida por una especie de fantasma, Annie comienza sin querer un intercambio con virtual con el artista- ídolo de su novio. A partir de ello, se produce un ampliación de de las situaciones equívocas pero con una delicadeza y un cuidado tal que realmente es un gusto verla; no abusa de golpes bajos, ni simplistas, ni sensibleros porque sí. Es una comedia romántica con lujos, con niveles de búsqueda de la sonrisa sutil y con tempos equilibrados mientras el toque británico acompaña en personajes perfectos aún en sus participaciones mínimas que realmente da gusto ver. Realmente es una película agradable y simpática de ver, con un elenco a la altura de las circunstancias y un guión ideal para pintar una historia romántica, que deja una muy linda sensación de disfrute.
La comedia romántica no pasa por su mejor momento por muchas razones (si quiere saber más, María Fernanda Mujica y Natalia Trzenko lo explican en un lindo librito llamado “Amar como en el cine”, de nada). Pero eso no quita que las haya y muy buenas, como el caso de “Amor de vinilo” (es mejor el título original “Juliet, Naked”, más relacionado con la trama, pero así somos por estos pagos). De lo que se trata es de una pareja con bastante –quizás demasiado– tiempo de novios y la obsesión por un músico de rock con el que ella pudo haber tenido un romance. Ese señor aparece y lo que sucede entonces es mucho menos mecánico y previsible de lo que el lector imagina. Primer punto: la película tiene un aire a alta fidelidad, y no es raro dado que se basa en un texto del mismo autor, Nick Hornby. Y el film funciona siendo fiel al sentido que Hornby otorga a sus historias: la obsesión un poco enferma detrás de los lugares comunes, la idea de una adolescencia permanente que no se termina nunca, cómo se elude cierta responsabilidad afectiva y cómo, a pesar de todo eso, se construye una forma de la felicidad. Aquí la dirección es justa en otorgarle a cada personaje no sólo su momento de lucimiento sin caer en chistes repetidos (hay un esfuerzo por esquivar el lugar cómodo) sino también por hacerlos lo más humanos posibles sin dejar de lado la sonrisa del espectador. Los actores entienden muy bien el juego y comunican el placer de hacer una película a la platea. Feliz como una canción feliz.
Su atrapante premisa no se diluye y la historia fluye con muchísima credibilidad y naturalidad. Todo está en su punto justo: no es romántica densa, no tiene drama, tiene toques de comedia y una temática refrescante y muy dinámica..Más que seguro, seas...
En el nuevo largometraje de Jesse Peretz, la nostalgia es la médula que sostiene las emociones de sus protagonistas y a la vez, es el propulsor para la concreción de ese obsequio tan gratificante que tiene casi toda comedia romántica: las segundas oportunidades. Sin embargo, hay un filme en especial con el que Amor de Vinilo funciona como su hermanita menor. Me refiero a Alta fidelidad (2000). Basado también en una novela del escritor inglés Nick Hornby, aquel filme retrataba el despecho de un vendedor de discos –interpretado por John Cusack- causada por su melomanía obsesiva y su comportamiento inmaduro, y cómo éste se las ingeniaba para recuperar a su novia. Acá el inicio es parecido. Otra vez el hombre de mediana edad, adolescente pero casi calvo, que pone más atención a las melodías de un cantautor que en la presencia de su mujer. Duncan (Chris O’Dowd) es el nombre de este profesor inglés, pretencioso y snob, patológicamente fanático de un tal Tucker Crowe, cantautor estadounidense apócrifo y según los mitos, ya muerto; sobre el que se sienta a discutir con desconocidos en el foro que él mismo administra en el ciberespacio. Mientras tanto, Annie (Rose Byrne), lleva ya dos décadas aparentando comodidad y cediendo ante los caprichos y decisiones egoístas de su marido al punto tal que la idea de tener hijos es un archivo arrojado hace tiempo a la papelera –y no la de reciclaje. Un comentario anónimo de Annie en el blog germinará en una relación a distancia con el mismísimo artista de culto y conducirá a la conformación de un interesante triángulo amoroso. Mucho mail, mucho mensaje de texto, mucho amorío tecnológico que por momentos obliga a la película a caer en un estatismo plano contra plano. Después, la aparición en carne y hueso de Crowe en Londres cambiará absolutamente todo. Si bien se pudo haber caído en el típico perfil del fracasado, analizando el modo en que Duncan logra hacer buena letra para recuperar a su pareja. Por suerte no hay nada de eso, ni siquiera la paradoja en la que se ve atrapado produce la menor empatía. El foco se desplaza entonces a la búsqueda de identidad de Crowe (interpretado por un Ethan Hawke tan arrogante como atractivo) quien, ya algo deteriorado de salud y alejado por completo de la industria musical, se las ingenia para criar a su hijito en el garaje de su ex esposa. Mejor dicho, a uno de sus tantos hijos. Con el transcurrir del filme irán apareciendo otros más, incluso nacerá un nieto, como para que quede claro que de su pasado quedaron inéditas otras cosas además de sus canciones. Al parecer, música y compromiso no van de la mano, ni para el oyente, ni para el que la hace. Si los futuros perdidos son imposibles de recuperar, aunque sea habrá que resignificar el presente. Y para eso está el personaje de Annie. Para secundarlo en la tragicómica odisea por cada uno de sus conflictos familiares y quién sabe, tal vez, el día mañana también esté para compartir otra historia melosa de encuentros y desencuentros como la que el actor supo tener con Julie Delpy en la famosa trilogía de Richard Linklater. Por Felix De Cunto @felix_decunto