Si hay algo que sabe hacer James Cameron es narrar y construir apasionantes escenas de acción, en esta oportunidad con nuevos personajes y escenarios para una épica donde el amor, la familia y también el poder, marcan el ritmo intenso del relato. Visualmente única, un viaje de ida hacia una saga que continuará ad infinitum.
Las guerras de liberación Lo mejor que puede decirse de Avatar: El Camino del Agua (Avatar: The Way of Water, 2022), de James Cameron, pasa por el hecho de que en pantalla se nota que hablamos de una película muy bella y meticulosa de más de una década de planeamiento y minucias de producción, rodaje y post producción, secuela de Avatar (2009) que se vio muy demorada a lo largo de los muchos años primero porque el realizador canadiense tuvo que perfeccionar la tecnología de captura de movimiento para que funcionase debajo del agua y segundo porque cayó preso de su propia ambición ya que pasó de prometer dos continuaciones a la friolera de cuatro, lo que generó un mega proceso de escritura a cargo de Cameron y su equipo de guionistas -compuesto por Rick Jaffa, Amanda Silver, Josh Friedman y Shane Salerno- debido a que el señor se negaba a hacer lo que tantos cineastas anteriores hicieron en materia de las franquicias, eso de ir improvisando el arco narrativo en función de la repercusión en taquilla. Esta sensata aunque curiosa decisión de producción en tiempos de estupidez mainstream, más acorde con la coherencia artística del conjunto de las secuelas y la disponibilidad concreta del elenco que con ahorros presupuestarios que definitivamente no ocurrieron porque las películas en cuestión rankean en punta entre las más caras de la historia del cine, se tradujo en la filmación en paralelo en Estados Unidos y Nueva Zelanda de las segunda y tercera partes más un comienzo de rodaje de la cuarta vía un proceso que duró tres años en total, panorama que a su vez tiene que ver con la inteligencia de Cameron a la hora de meterle presión a The Walt Disney Company, gigante que se “comió” entre 2017 y 2019 al estudio dueño de la saga, aquella 21st Century Fox, para que no descuide el marketing planetario de los films completados o semi completados/ en post producción, léase Avatar: El Camino del Agua y Avatar 3 (con fecha tentativa de estreno para 2024), y a su vez termine de garantizar la “luz verde” en materia de producción, recursos y rodaje para Avatar 4 (2026) y Avatar 5 (2028), ofreciendo en conjunto un folletín de vieja cepa. Era más que evidente que después de explorar las junglas y el aire de Pandora, luna que orbita alrededor del planeta Polifemo, gigante gaseoso en el sistema estelar Alfa Centauri, el canadiense iba a regresar a su obsesión de siempre, los océanos y mares de El Abismo (The Abyss, 1989), Titanic (1997), sus dos documentales del rubro, Fantasmas del Abismo (Ghosts of the Abyss, 2003) y Criaturas de las Profundidades (Aliens of the Deep, 2005), e incluso su hilarante y olvidada ópera prima, Piraña II: Asesinos Voladores (Piranha II: The Spawning, 1981), secuela bizarra para Ovidio G. Assonitis de Piraña (Piranha, 1978), de Joe Dante trabajando para Roger Corman, éste también padrino artístico y profesional del propio Cameron ya que el futuro magnate empezó como un simple encargado de efectos especiales para las adorables trasheadas del amigo Roger de comienzos de los años 80. La historia principal vuelve a ser muy sencilla y arranca donde había terminado el eslabón previo, con la expulsión de la operación minera encarada por los seres humanos en Pandora en pos de unobtanium, una sustancia muy valiosa que se asemejaba al oro y el caucho que ansiaban las huestes europeas y oligárquicas locales durante el genocidio y la esclavitud de la Conquista de América y más allá. El guión final de Cameron y el matrimonio de Jaffa & Silver otorga una década de paz a Jake Sully (muy buen desempeño de Sam Worthington) y Neytiri (Zoe Saldana y sus gritos de pesar) antes del regreso de los terrícolas mierdosos de siempre, ahora más interesados en construir una metrópoli permanente símil colonia y en cazar a unas enormes criaturas marinas semejantes al cachalote para extraer un componente líquido del cuerpo del animal, cruza entre el espermaceti, el ámbar gris y el aceite obtenido de la grasa corporal. El Coronel Miles Quaritch (ese querido Stephen Lang) regresa como un paradójico avatar y con la doble misión de vengarse de la parejita Na’vi que lo mató y de descabezar a la “insurgencia” autóctona que se opone al imperialismo, el Clan Omaticaya de Sully, ahora un padre de familia y por ello más vulnerable, temeroso e incluso pacifista. Con el pretexto narrativo de evitar poner en peligro a sus hijos -incluida una adolescente que nació por arte de magia/ a lo Virgen María del vientre del flamante avatar en animación suspendida correspondiente a nuestra Doctora Grace Augustine (Sigourney Weaver)- y la necesidad de marcharse de las selvas de Pandora hacia unas islas paradisíacas para no ser hallados, Jake, Neytiri y los suyos en Avatar: El Camino del Agua dejan de saltar de árbol en árbol y se ven obligados a aprender a nadar al pedir asilo a una tribu símil aborígenes polinesios, ese Clan Metkayina comandado por la pareja de Tonowari (Cliff Curtis) y Ronal (Kate Winslet, quien había acusado de dictador a Cameron con motivo de Titanic y hoy vuelve a trabajar con él), luego de que Quaritch tomase de rehén a algunos de los críos del protagonista, un híbrido entre el ADN humano y el ADN de los locales. A lo largo de una duración un poco excesiva de 192 minutos, Cameron narra con la paciencia de un artesano de antaño y recurre a todos los trucos del relato de aventuras con base familiera en el exilio, amenaza de parte de la codicia capitalista de por medio + sus mercenarios psicópatas: Lo’ak (Britain Dalton) es el vástago rebelde de Neytiri que desobedece a sus padres y entabla una fuerte conexión con una de las ballenas implícitas de la trama, Kiri (Weaver de nuevo) es la hija adoptiva de la parentela y el producto del embarazo de Augustine, niña algo solitaria capaz de controlar a las criaturas del océano, y finalmente Spider (Jack Champion) agrega la “salsa melodramática” que nunca falta en una epopeya colosal de esta envergadura, nos referimos a nada menos que el vástago de Quaritch que quedó en Pandora durante aquella expulsión humana del film previo porque los bebés no pueden someterse al viaje estelar de vuelta a la Tierra, púber que se cría con los Na’vi pero termina atrapado en una encrucijada antropológica/ ética/ cultural/ bélica cuando es capturado por las tropas coloniales y conoce de primera mano al avatar del que fuera su papi, un Quaritch en esta oportunidad azulado y altísimo que pareciera ser menos fascistoide que aquella versión original de diez años atrás. El canadiense vuelve a combinar un maravilloso mensaje ambientalista, los horrores de la Conquista de América y la dinámica paradigmática del western revisionista de izquierda, más chispazos del cine testimonial de los 60 y 70 centrado en las guerras de liberación e independencia del Tercer Mundo, y suma con astucia al mejunje toda esta retro subtrama sobre la caza indiscriminada del cachalote entre el Siglo XVIII y el Siglo XX, excusa para regalarnos un Ahab más plutocrático que melvilleano enajenado, el Capitán Mick Scoresby (Brendan Cowell), y para que Lo’ak se imponga sin más por sobre Kiri y Spider como el más interesante del lote de los personajes adolescentes nuevos. Avatar: El Camino del Agua no aburre con chistecitos para retrasados mentales a lo Marvel o Disney, apuesta por una seriedad de tragedias inmensas, cuenta con un marco muy claro de bildungsroman o relato de aprendizaje + odisea de inmigrantes + faena de destierro político y se posiciona como una anomalía en el cine actual porque en esencia puede leerse como una épica gigantesca aunque con corazón, donde la fastuosidad visual no sobrepasa a la historia humanista de fondo, lo que incluye una última hora brillante (típica andanada de secuencias de acción fascinantes y a toda pompa de Cameron, bien en la tradición de ese cine hardcore paciente ochentoso que no abusaba de los cortes abruptos cual montaje para idiotas del Siglo XXI con déficit de atención) y un excelente diseño de criaturas marinas y manejo del mentado “motion capture” (ni siquiera bajo el fuerte contraste del 3D los Na’vi pierden esa inusitada corporalidad que los caracteriza y de la que carece casi todo el CGI del Hollywood masivo contemporáneo). Desde ya que el film cae en la categoría de “más de lo mismo” de tantas continuaciones, no obstante la gesta de Cameron es una obra entretenida de un cineasta maduro que sabe administrar el quid ecológico y esa filosofía apacible de unos humanoides semi felinos amantes de los dreadlocks, entre el budismo y el clásico animismo de las tribus americanas, ahora analizando nuevamente la táctica de “tierra arrasada” del imperialismo…
A más de una década de los eventos ocurridos en la primera entrega de Avatar, los invasores de la Tierra están de vuelta en Pandora y, esta vez, buscarán arranzar no solo con los recursos de la tierra sino de todo lo que habita en las aguas del mar. En esta oportunidad, el lider de la etnia Na’vi, Jake Sully (Sam Worthington) y su pareja Neytiri (Zoe Saldaña) ya no estarán solo/a, sino que les acompañarán sus hijos y sus hijas. La familia Sully correrá peligro y Jake hará lo imposible para mantenerla a salvo. En el camino, no faltarán las batallas ni los enfrentamientos con el enemigo en una historia en la que será imposible no preguntarse por el significado de la familia, de la pérdida y de la tragedia.
“Avatar: el camino del agua”. Crítica James Cameron regresa para hacernos explorar un nuevo camino en Pandora. Rodrigo Rivas Hace 19 mins 0 4 Avatar: el camino del agua llega más de 10 años después con un espectáculo visual, tan sorprendente como el de su antecesora y con una historia que promete seguir recorriendo este hermoso planeta. Dirigida, producida y escrita por James Cameron y musicalizada por Simon Franglen. El elenco está compuesto por Sam Worthington, Zoe Saldaña, Sigourney Weaver, Stephen Lang, Kate Winslet, Cliff Curtis, Jamie Flatter, Britain Dalton, Chloe Coleman, Trinity Jo-Li, Bailey Bass, Filip Geijo, Duane Evans Jr., Jack Champion, Joel David Moore, Edie Falco, CCH Pounder y Giovanni Ribisi. Después de más de una década de los eventos de la primera batalla por el control de los yacimientos mineros, cuenta la historia de la familia Sully, los problemas que los persiguen, los esfuerzos para mantenerse a salvo frente a los peligros del planeta, el retorno de la empresa minera, las batallas que luchan para mantenerse con vida y las tragedias que soportan. Todo queda englobado para que tomen el camino del agua. Aventura visual Al igual que la primera entrega, Avatar: el camino del agua lleva al espectador a explorar una nueva parte de Pandora, su mundo subacuático. En donde introducen a los Metkayina, pobladores de las islas del planeta que ayudan a la familia Sully. De una manera inmersiva lleva al público a visualizar y contemplar nuevos detalles bajo el agua. Visualmente vuelve a sorprender, los Na’vi lucen más reales, sus movimientos son mucho más fluidos y hay incontables detalles, tanto en los personajes como en el ambiente, por lo que esta nueva entrega, vuelve a impactar de manera visual después de 13 años. James Cameron busca salpicar al público y llevarlos bajo el agua con los protagonistas y lo logra. Su sonido ambiente, las escenas nocturnas y la introducción de esta nueva historia y vida para los protagonistas en Pandora fueron llevadas a la perfección. Una trama conocida y entretenida
En Avatar: El Camino del Agua, James Cameron logra entregarnos otra experiencia cinematográfica majestuosa y épica, más completa en todas las líneas que en la primera parte.
Un tiempo después de su precuela, Jake Sully (Sam Worthington) está establecido en el planeta de Pandora liderando tanto a los Na´vi como a su familia junto a Neytiri (Zoe Saldaña). Sin embargo, la lucha de los hombres del cielo no cesa y vuelve tanto en explotación de las riquezas naturales como venganzas personales. Si bien ha estado metido en algún que otro proyecto más por el lado de la producción, la verdadera labor de James Cameron en esta última década fue la creación de Avatar: El camino del agua (Avatar: The Way of Water, 2022), secuela que se hizo esperar doce años luego de la película original Avatar (2009). El trabajo minucioso del realizador ya se había notado en su predecesora, en la creación de la idiosincrasia propia del planeta como en los aspectos técnicos, que refería a nuevas capturas de movimientos y tipos de cámaras para el rodaje. Con el avance tecnológico, Cameron se tomó su tiempo para seguir desarrollando las mejores cuestiones técnicas posibles, y en un momento donde los efectos especiales están en discusión, esto no es poca cosa. En esta nueva ocasión ya conocemos las lógicas que nos presentaron en el 2009, por lo que la interacción entre algunos humanos y los Na´Vi ya es moneda corriente, como las intenciones conquistadoras y económicas que tienen tantos otros de la primera raza. Tras una dinámica narrativa a través de la voz en off del protagonista (Sam Worthington) evidenciamos cómo fueron los años posteriores donde Jakesully –nombre adoptado entre los muchachos azules- se convirtió en líder y formó una familia junto a Neytiri (Zoe Saldana). Sin embargo, el contexto en el que se narra el primer acto, con la presentación de los cuatro hijos de la pareja protagónica y del simpático Spider (Jack Champion), es irrumpido por la vuelta de los soldados estadounidenses. Hasta la primera mitad el film puede resultar reiterativa por lo visto anteriormente, principalmente con la vuelta de un personaje; pero haciéndole justicia al título, lo interesante de la nueva producción pasa por cómo el guionista –junto a Josh Friedman-, director y productor –con Jon Landau– decide expandir aún más Pandora, para puntualizar en esta segunda parte en el ecosistema marino. Cuando se introducen los Metkayina y su interrelación con las “criaturas del bosque” es de los aspectos más interesantes –aunque algunos sucesos pueden resultar predecibles-, que evidencian el amplio abanico que puede ofrecer el universo de la saga. Todas las prácticas, enseñanzas y situaciones que se viven en los arrecifes, donde también coherentemente se enriquece con las diferentes especies autóctonas, gozan de su propia identidad junto a una destacadísima imagen de las zonas costeras con una nítida imagen bajo agua y todos los detalles técnicos –sumado al 3D- que no llaman la atención en la marca Cameron. No solo el encuentro es destacable, sino que es el terreno propicio para el desarrollo tanto de los hijos de la pareja como –asimétricamente- del nuevo clan, para conocer más respecto a la acelerada introducción. Cada uno de ellos cuenta con características propias y arcos argumentativos plurales que permiten diferentes vertientes. Sobre este último punto, y teniendo en cuenta los planes del director de Titanic (1997), algunas cuestiones que se mencionan o comienzan a problematizarse no están explotados o se quedan a mitad de camino, y parece ser por cuestión de seguir profundizando en próximas secuelas. Lo mismo sucede con personajes que desaparecen en el medio de la trama y se espera que vuelvan en el futuro. El prolongado tiempo en el que se llevó a cabo la producción parece probarse en la sintonía del largometraje. Tanto el reparto –con nombres destacados que se suman como Kate Winslet o Edie Falco– como la musicalización –a cargo de Simon Franglen– están en perfecta afinidad con lo que se ofrece de dicha historia de ciencia ficción, junto a una fotografía –Russell Carpenter-del que sería redundante comentar. El espectáculo visual llegó, y representa –nuevamente- una gran experiencia en la pantalla grande, donde se disfruta superlativamente. Es solo un capítulo más de la saga que tan meticulosamente ideó su director, que mejora y eleva la vara –principalmente respecto a la trama- a lo visto anteriormente. *Review de Ignacio Pedraza
Avatar: El Camino del Agua tiene menos que ver con el cine que con la Historia del Arte: es una especie de Capilla Sixtina del siglo XXI. Miguel Ángel pintó las fantasías lisérgicas del Vaticano y James Cameron las de la cultura matriarcal new age ecologista. James Cameron crea un sueño de opio digital. Es Arte por el Arte: resplandece en la retina, pero deja pocas marcas en la memoria.
Luego de 13 años, el guionista, productor y director James Cameron pudo concretar la segunda parte de "Avatar". Cameron es brillante, realmente posee una imaginación e inteligencia que está a otro nivel y logra que el regreso a Pandora sea un viaje alucinante. De qué se trata? 👉 Jake Sully (Sam Worthington) y Ney'tiri (Zoe Saldaña) son ahora felices padres de Neteyam (Jamie Flatters), Lo'ak (Britain Dalton), la hija que adoptaron, Kiri, (Sigourney Weaver, en un doble rol) y la más pequeña Tuk (Trinity Jo-Li Bliss). Miles "Spider" (Jack Champion) es su amigo humano y un hijo más de la familia. El título que acompaña a "Avatar": "El Camino del Agua" tiene un fundamento ya que ellos viven en el Bosque y deben escapar de "la gente del cielo" encabezada por el Coronel Miles Jake, avatar de Quaritch (Stephen Lang) la General Ardmore (Edie Falco) y su ejército. Se unen a la Tribu del Agua, Metkayina. Allí conocen a Ronal (Kate Winslet) y Tonowari (Cliff Curtis) y a sus hijos. Aprenden cómo vivir su vida en el agua y los secretos para moverse en ese medio y evitar que destruyan su mundo. Las relaciones familiares están muy bien trabajadas en la película, los padres tienen un vínculo diferente con cada hijo, según su personalidad y necesidades. La tecnología que usa el film que costó 400 millones de dólares es algo nunca visto, filmada en un 3D que resulta espectacular, visualmente es la mejor película que ví. Los personajes fueron trabajados con tecnología de movimiento en estas 3 horas y 12 minutos que no se sienten pesados en ningún momento como suele pasar en otros casos. El film tiene acción, suspenso, aventura y emoción, y deja un mensaje sobre el importante cuidado de los animales y la naturaleza, además de conmovedoras escenas entre los jóvenes y entre padres e hijos de ambas familias. Conclusión: Se dice que "segundas partes nunca fueron buenas" pero en este caso se rompe la regla ya que esta es ampliamente superior. Imágenes bajo el agua con movimiento que son de una belleza abrumadora. Recomiendo verla (dentro de lo posible) en las butacas D-Box que replican la acción de la pantalla y que te sumergen en la película, como si fueras parte de ella. Clasificada PG-13 por secuencias de violencia y desnudez parcial. Magia pura de principio a fin.
"Avatar: el camino del agua": una nueva aventura sensorial. El director de "Titanic" eleva las búsquedas visuales al punto de que es imposible saber qué de todo lo que se ve es real y qué fue creado digitalmente. Titanic es una de las películas más importantes de la historia del cine. Por haber ganado once Oscars –la más premiada junto a Ben-Hur y El Señor de los Anillos: el retorno del Rey– y recaudado más de dos mil millones de dólares durante los largos meses que estuvo en cartel, pero sobre todo porque en ella podría cifrarse la clausura del cine de gran espectáculo que imperó durante el siglo pasado: una historia transparente y épica de larguísimo aliento recreada con enormes valores de producción, en la que convivían múltiples géneros y filmada mayormente de manera analógica (vale recordar que se armó una pileta gigante para recrear escenas del hundimiento), aunque abriéndole las puertas a una tecnología digital de punta. Doce años después, Cameron utilizó en Avatar (2009) la por entonces flamante tecnología 3D como nadie; esto es, para moldear un mundo propio y personal “hacia adentro” de la pantalla, llenándola de texturas, colores y criaturas de todo tipo, en lugar de limitarse a ir “hacia adelante” revoleándole cosas a la platea. Es cierto que el 3D, cuya hegemonía duró lo que un lirio, ha tenido un importante desarrollo en la última década. Tan cierto como que con Avatar: el camino del agua –primera secuela de otras que vendrán en 2024, 2026 y 2028– Cameron reinventa todo lo conocido para dar forma a algo distinto, único, probablemente irrepetible, que eleva las búsquedas visuales al punto de que es imposible saber qué de todo lo que se ve es real y qué creado digitalmente: el sueño húmedo del metaverso de Mark Zuckerberg materializado en una pantalla. Si todo indica que el cine, con su hegemonía perdida ante el streaming, debe reconvertirse en un evento que vaya más allá de la proyección de películas, Cameron ilumina un camino posible reuniendo lo mejor de los dos mundos para que las segundas puedan ser lo primero sin perder su esencia: someter al espectador a un vaivén de emociones, arrastrarlo de las narices hasta los sectores más recónditos de la imaginación, retrotraerlo hasta épocas donde las posibilidades del cine –y, con ello, del mundo– era un terreno listo para ser descubierto. Pero el responsable de Terminator es, se dijo, un director. O sea, no uno de los asalariados que suele timonear las grandes producciones actuales: lo suyo no es el regodeo técnico por el regodeo en sí mismo, sino poner la cámara donde nadie para construir un relato clásico y de una fluidez notable, al punto de que las tres horas de metraje pasan volando. Prodigio técnico es una frase que duele de tan común. Pero no hay otra manera de definir esta nueva aventura sensorial que retoma las acciones en el planeta Pandora diez años después de los hechos de la primera entrega, cuando el marine Jake Sully (Sam Worthington) desechaba su maltrecho cuerpo humano para traspasarse al de su avatar na'vi, convirtiéndose así en uno de esos humanoides azules altos y flacos que pueblan el planeta y conviven en armonía con su entorno. En la película de 2009 había mercenarios y soldados intentando apropiarse de una zona del planeta llena de un metal de altísimo valor económico. El problema era que allí estaba el espacio sagrado donde los humanoides se conectaban con Eywa, la fuerza guía y deidad de Pandora, la misma que escuchaba el pedido de ayuda de Jake y enviaba todas las especies a repeler el ataque. Una concepción holística barnizada con un mensajito eco-friendly que aquí resuena aún con más fuerza. Demasiada, por momentos, al punto que tranquilamente podría aparecer una leyenda antes del inicio de los créditos finales alertando sobre los efectos del calentamiento global y la contaminación en los océanos. ¿Océanos? ¿Acaso los na’vis no vivían en un bosque encantado? No todos, pues otra tribu lo hace a orillas del mar y, por ende, centra su cosmogonía en la relación con todo aquello que anida en las profundidades. A ella se sumarán Jake, su pareja Neytiri (Zoe Saldana) y los hijos que han tenido en los años que llevan juntos. Llegan hasta allí debido a que los militares, con el temible Quaritch (Stephen Lang) a la cabeza, volvieron ávidos de revancha y convertidos en avatares y, por ende. Mientras ellos buscan a Jake para saldar cuentas pendientes, él se integra a su nueva comunidad sin problemas. No ocurre lo mismo con sus hijos, a quienes el relato destina buena parte de su atención. Cameron, consciente de que la taquilla actual respira con el dinero insuflado por jóvenes, apunta directamente a ellos con esa subtrama infanto-juvenil. Un movimiento calculado que compensa con la creencia total en aquello que cuenta y en la potencia hipnótica que puede generar el cine cuando sus herramientas son usadas con el mismo virtuosismo con que Messi apiló croatas en la semifinal del Mundial.
Luego de años de espera se estrena en cines Avatar: El camino del agua, la última superproducción de James Cameron y una secuela que tardó más de diez años en realizarse. El elenco vuelve a repetir a Sam Worthington, Zoe Zaldana, Sigourney Weaver y Stephen Lang, agrega a estrellas como Kate Winslet, Cliff Curtis y CCH Pounder. Sin dudas, Avatar: El camino del agua, va a ser una película que dará que hablar ya que apenas estrenada está siendo incluida en diversos premios cinematográficos, pero ¿esto es justo? Veremos. Comenzaré por los puntos positivos, que son bastante obvios, y sí, estamos hablando de los efectos especiales. Al igual que su antecesora, Avatar: El camino del agua, revoluciona la técnica cinematográfica es tanto visuales. En la primera parte revolucionó el cine 3D, en esta lo perfecciona, pero lo más destacable es que las criaturas de Pandora, principalmente la civilización Na’vi, parecen físicas. Por lo general cada vez que vemos un blockbuster lleno de efectos especiales notamos el trabajo computarizado, en Avatar: El camino del agua esto no ocurre y esto tal vez sea los que nos deparará el cine de entrenamiento en esta década. Otro punto positivo es que se nota el trabajo del director, se siente como una película de James Cameron, aunque este muy alejada en calidad si se compara con las grandes obras del director. Sin embargo, si bien la autoría es notoria, James Cameron peca de repetirse, literalmente hay escenas copiadas de Terminator 2 y de Titanic. Y, dicho esto, comenzamos con los puntos álgidos del film. Si bien debo decir que la historia de Avatar: El camino del agua es mejor que la primera, esta vez no estamos ante una copia de Pocahontas, sigue siendo una historia plana y con varios baches de guion. Aunque, claro está, teniendo en cuenta que saldrán más películas de la franquicia, es posible que esos agujeros se llenen más adelante, pero por el momento debemos centrarnos en esta parte. Esas fallas del guion hacen que el espectador se sienta perdido ante ciertas actitudes de los personajes y, a su vez, se nota un cambio de filosofía dentro de la cultura de los Na’vis del bosque que choca con los vistos en su predecesora. Otro punto extraño son las actitudes de los humanos y, dicho sea de paso, la humanización de los Na’vi. No puedo continuar explicando esto porque entraría en el terreno de los spoilers, cuando la vean notaran a que me refiero. Otro punto negativo es su extensa duración de tres horas y cuarto, un metraje innecesario para lo que se quiere contar, incluso hay un momento a la mitad de la cinta que parece más un documental ambiental que una película. Estas fallas narrativas, lamentablemente, terminan arruinando un poco la experiencia. Eso sí, hay que admitir que la acción del tercer acto es trepidante, pero esto ya es marca registrada de James Cameron. Si bien Avatar: El camino del agua cuenta con grandes celebridades de Hollywood y otras en ascenso, ninguno de ellos destaca en el sentido actoral, aunque sí hay desarrollos de personajes interesantes como lo son Kiri y Lo’Ak. Mención aparte para el villano interpretado por Stephen Lang, esta vez en su forma de avatar, el personaje es quien realmente hace avanzar la trama de la película y se destaca sobre el resto. Eso sí, no se puede negar que tiene un bonito mensaje sobre la familia y la necesidad de adaptarse en un territorio ajeno, pero también tiene un mensaje bastante antipacifista y bastante bélico. En fin, Avatar: El camino del agua es una película recomendada para ver en el cine más por sus efectos especiales que por su trama, manteniendo la misma falla que su predecesora. Hay que ser sinceros, si hablamos de puntaje, el apartado técnico es un once y la historia un cinco. Si te gustó la primera con esta va a ocurrirte lo mismo y ya deberías tener las entradas en mano, si eso no ocurrió es preferible que ahorres el dinero para otra cosa.
La noticia de que «Avatar» continuaría con una cuadrilogía de nuevas películas fue recibida por fanáticos o antis por igual: una profunda duda acerca de cómo podrían siquiera pretender estirar la narrativa de lo que fue una experiencia superficial en 2009. James Cameron, el rey de las segundas partes, tiene la respuesta clara: entregando un nuevo paso en las aventuras del planeta Pandora que convierten esta ahora franquicia en una entusiasta saga multigeneracional acerca del destino de la humanidad y de los Na’vi. La lista de personajes se expande, recuperando viejos conocidos y sumándoles una buena cantidad de caras nuevas, como preparando el terreno para esos elencos que las grandes óperas de ciencia ficción literaria suelen tener. Jake Sully ya hace mucho tiempo vive como un Na’vi más, renacido y líder de sus pares al mismo tiempo que junto a Neytiri ha formado una numerosa familia con dos hijas y dos hijos. Sus calculados ataques al avance humano en el planeta han mantenido en jaque demasiado tiempo a lo que se supone sea una terraformación imperialista total. El resultado, además de un buen tiempo de paz guerrera para los Na’vi, es que los humanos se ven obligados a recurrir a un enemigo del pasado para poner en la mira puntualmente a Sully y su familia. Nuestros protagonistas dejan atrás las junglas de Pandora para adentrarse en sus océanos, donde una subespecie de los Na’vi los recibirá con los brazos no tan abiertos y tendrán que readaptarse a una vida tan desconocida para ellos como para la audiencia. Los nuevos ambientes, la nueva flora y fauna contextualizan un guion excepcional en una experiencia visual como realmente pocas. Cameron y su equipo de guionistas no solo han logrado introducir, además de desarrollar, un grupo de nuevos personajes que podrían a futuro ser el centro total de esta ahora saga, sino también encargarse de mantener esa cualidad tan literaria que atrapan a los espectadores tanto en el contexto como en el centro de la narrativa en sí. Esta será una cinta totalmente pochoclera, pero no es ajena al cine en el que las secuencias sin diálogo transmiten tanto como sus más dramáticos enfrentamientos dialécticos. Mantiene, además, ese corazón tan inocentemente ecológico como supo ser la original, que por más «paseo hecho por computadora con gente azul y explosiones» que haya sido también terminó siendo mucho más apreciable en sus temáticas que el 90% de las publicidades militares y ads de comic-con que sodomizaron a la industria la siguiente década. Cameron propone siempre un cine agresivo tanto dentro como fuera de la pantalla. La trama va a recontextualizar rápidamente lo que era una experiencia sensorial con un protagonista puntual en la primer película, a una narrativa centrada en la maduración de no menos de seis protagonistas al mismo tiempo que cuenta con secuencias de acción tan bombásticas como los momentos de puro asombro ante una Pandora que no parece tener límites en cuanto a las maravillas que apreciar. En una era donde las dos horas y media de película se han casi que normalizado, Cameron vuelve a empujar el horizonte proponiendo más de tres horas de un cine como el que pocas veces se puede ver, y lo hace además forzándonos a viajar en el tiempo a la década pasada dándonos antes de entrar esos anteojos «3D» . Estos detalles podrán irritar a aquellos sin muchas ganas de poner el traste en el asiento, pero no tiene porque asustar a los que están curiosos de regresar a ver qué mantiene del fenómeno cultural tan puntualizado que se vivió en 2009. «Avatar 2» es ambición pura y dura que en manos de un maestro del pochoclo como lo es James Cameron, se convierte en una experiencia imperdible que nos remite a épocas donde los que aspiraban al éxito en taquilla prometían a su público algo más allá del «más de lo mismo». Si al leer la noticia de una nueva cuadrilogía de Avatars nos llenó a todos de dudas, ver «Avatar 2» no hace más que asegurarnos no sólo que nunca hay que dudar de los genios como Cameron, sino también que todavía queda mucho por descubrir en Pandora y que el portento tan cinematográfico como narrativo que trajo al ruedo para convertirse en saga nos ha dejado a varios con ganas de que pronto se estrenen todas las secuelas que Cameron vea apropiadas. Si pudiese comprar mi entrada para Avatar 3, 4 y 5 lo haría ya mismo sin dudarlo, apenas puedo esperar.
Desde que en 1997 estrenó Titanic (luego ganadora de 11 premios Oscar) y hasta que en pocas horas más presente a escala global la secuela El camino del agua, James Cameron solo filmó Avatar (que se convirtió en la película más taquillera de la historia desplazando a, sí, Titanic). O sea, estamos hablando de uno de los directores más exitosos de todos los tiempos que en los últimos 25 años solo rodó dos largometrajes de ficción y ambos ligados al universo del pueblo Na'vi en el planeta Pandora. Si tenemos en cuenta que comenzó a pergeñar el proyecto en 1995 y que ya tiene confirmadas tres entregas más para 2024, 2026 y 2028 (tendrá 74 años cuando lance la quinta parte) queda claro que para Cameron se trata de el proyecto de su vida. Nadie invierte más de tres décadas en algo en lo que no está absolutamente convencido. Los 162 minutos de Avatar regalaron hace 13 años un deslumbrante espectáculo visual lleno de cursilerías e imaginería new age que significaron un muy buen negocio, pero no constituyeron esa revolución que a nivel de tecnología aplicada al cine (ni mucho menos en el terreno narrativo) Cameron había prometido. Los 192 minutos de El camino del agua tampoco son de índole disruptivo, no conforman un nuevo paradigma, no significan un cambio rotundo en la historia del cine, pero sí muestran una evidente evolución, una considerable mejora respecto del film original. Hacía muchos años que no veía un blockbuster en 3D (en este caso, además, aprecié esta segunda entrega de Avatar en una butaca 4D con movimientos que intentan recrear o amplificar las condiciones físicas que se ven en la pantalla) y sinceramente no extrañaba esa experiencia, pero El camino del agua regala una sensación mucho más disfrutable e impactante respecto de todo lo que había consumido con anterioridad: ya no hay mareos ni dolores de cabeza, ahora sí el despliegue visual se aprecia en toda su dimensión y la inmersión es absoluta. Pero si en los tres primeros párrafos me he referido sobre todo a cuestiones más industriales, comerciales y tecnológicas, hay que indicar que El camino del agua también constituye un salto (quizás más módico, pero salto al fin) en otros terrenos estrictamente cinematográficos. Cameron siempre ha sido un gran narrador (y aquí las escenas de acción, sobre todo en la segunda mitad, son prodigiosas), pero en Avatar se había tomado demasiado tiempo y apostado a demasiados subrayados para construir y definir el universo de su saga. El camino del agua está ambientada algo más de una década después de aquellos eventos originales (un lapso de tiempo similar al que transcurrió entre aquella Avatar y esta Avatar 2). y nos reencontramos con Jake Sully (Sam Worthington), su esposa Neytiri (Zoe Saldaña), sus jóvenes hijos Lo'ak (Britain Dalton) y Neteyam (Jamie Flatters) y la pequeña Tuk (Trinity Jo-Li Bliss). Y la familia “agrandada” se complementa con Kiri (Sigourney Weaver) y Spider (Jack Champion), cada uno con sus misterios y secretos a cuestas que no develaremos. Lo cierto es que los Sully viven en paz en ese paraíso natural hasta que llega la invasión de unos militares que quieren “domar” Pandora y convertirla en el destino de los habitantes de un planeta Tierra que está en en plena degradación (sí, el mensaje ecologista se mantiene, aunque la veta new age por suerte está mucho más atenuada). Los violentos invasores liderados por Quaritch (Stephen Lang) han adquirido la misma fisonomía (y las mismas habilidades, claro) que los Na'vi. Así, entre bosques arrasados, alguna secuencia propia del western (el ataque a un tren) y el avance de ese despiadado grupo comando, los Sully no tienen más remedio que huir y refugiarse en una zona de arrecifes, donde vive una comunidad muy distinta y en constante interacción con el agua. En principio, hay bastante recelo a la hora de recibirlos, pero finalmente los líderes de ese pueblo, Tonowari (Cliff Curtis) y Ronal (Kate Winslet), aceptan darles asilo y enseñarles a sobrevivir en ese entorno marino. Y es entonces cuando Cameron nos sumerge (literalmente) en un universo en el que se destacan las Tulkun, una suerte de ballenas hiper inteligentes (e hiper sensibles), a las que el director les dedica varias bellas (aunque innecesariamente extensas) escenas. Si la película en algunos pasajes puede caer en cierta sensiblería, sentimentalismo e inocencia demasiado naïve y prefabricada, en la segunda mitad el realizador saca a relucir todo el nervio, la tensión y el talento a la hora de filmar (diseñar) extraordinarias secuencias de acción. En ese sentido, El camino del agua termina siendo un espectáculo sobrecogedor, de esos que quitan el aliento y desafían todos los sentidos y la capacidad de asombro. Si no estamos ante la revolución que nos prometió Cameron, sí nos encontramos con una superproducción que no defrauda y en varios pasajes fascina. ¿Mérito menor? Para nada.
Desde 2010, James Cameron está trabajando en la secuela -las cuatro secuelas, más precisamente- de Avatar. Por la misma época comenzó también a diseñar la atracción basada en el film que se encuentra en el parque Animal Kingdom de Disney World Florida. Se puede pensar, en consecuencia, que el realizador vivió buena parte de los últimos 12 años en Pandora, la luna donde transcurre esta saga. Considerando el tiempo que le toma cada película, es probable que para completar las otras tres partes anunciadas pase allí el resto de su carrera. No es de extrañar, entonces, que haya decidido llevar consigo todos sus juguetes favoritos, como los exoesqueletos robóticos y las armas de Aliens, los moluscos luminosos de El abismo, las maquinarias monstruosas del futuro de las Terminator y hasta una embarcación desmesurada que se hunde tras dar una espectacular vuelta de campana. También recupera aquí a algunos de sus intérpretes preferidos como Sigourney Weaver, quien regresa con un lifting digital que la devuelve a la adolescencia, y Kate Winslet, aunque oculta y desaprovechada tras su máscara de animación digital. Pandora es, literalmente, el mundo de James Cameron: una especie de parque temático personal donde puede jugar con lo que más lo cautiva del cine. La historia es esencialmente la misma de la primera parte: Jake Sully (Sam Worthington), ya asimilado como habitante de Pandora (la idea del avatar está casi descartada en esta nueva Avatar) y acompañado por su familia formada por la princesa guerrera Neytiri (Zoe Saldaña) y sus cuatro hijos, defiende a su raza y hogar adoptivos de la corporación humana que representa la codicia infinita, el desprecio por la armonía de la naturaleza y la muerte. Antes de volver a enfrentar este destino, Jake y su familia abandonan los bosques donde vivían y escapan hacia islas tropicales en el océano donde los protagonistas vuelven a ser, precisamente, peces fuera del agua. Otra vez deben aprender las costumbres nativas, mientras Cameron se toma su tiempo para mostrarnos con detalle este nuevo aspecto del planeta que, sin embargo, no es tan distinto del que nos presentó originalmente. El fondo del mar, con sus criaturas fosforescentes, sus depredadores imparables, su frondosa vegetación submarina, en fin, con esa exuberancia de la vida que caracteriza a Pandora y que, gracias al perfecto 3D, parece saltar de la pantalla, luce igual al ecosistema que ya conocíamos, solo que con un mayor porcentaje de humedad. La razón por la que Cameron tardó doce años en completar este film es que tuvo que desarrollar la tecnología para mostrar lo que quería. La forma habitual de realizar la captura de movimiento para generar personajes digitales en escenas submarinas es colgar a los intérpretes de alambres y luego agregar su entorno acuático a través de imágenes generadas por computadora. El realizador consideró que el movimiento obtenido de este modo se veía falso y se concentró en crear los medios hasta entonces inexistentes para realizar la captura de movimientos bajo el agua. Si bien esto indudablemente es una proeza técnica, resulta invisible: en la pantalla, los personajes se ven tan irreprochablemente reales como en el primer film. En suma, a diferencia de las películas más veneradas de Cameron, esta secuela de Avatar no muestra algo que no hayamos visto antes. Cameron suele operar con los tropos más clásicos del cine, por eso sus historias parecen cuentos infantiles. Avatar es un poco Pocahontas, un poco FernGully y, en este caso, también un poco Liberen a Willy. La trama no es el lugar para buscar novedad. Ademas, la narración resulta aquí un poco más errática que de costumbre y tras un primer acto en el que se establece que la película va a tratar sobre la explotación colonial de Pandora por los humanos, este tema se abandona por completo a lo largo de un prolongado segundo acto concentrado en las nuevas circunstancias de los protagonistas y en el desdén humano ante la vida de otras especies. Tampoco se retoma en el tercero, que se ocupa de la venganza personal de un villano que regresa. Desde luego, hay tres secuelas más para volver sobre todo lo que ésta deja en el aire. Como ocurre con la audición humana, con los años el oído de Cameron para el diálogo tampoco mejoró y los intercambios entre los personajes suelen ir de lo funcional a lo incómodo. Todo esto no quiere decir que esta película de 192 minutos no resulte brutalmente entretenida, ni que Cameron haya dejado de ser el mejor realizador de escenas de acción del cine actual. El intenso clímax resulta tan imponente y sobrecogedor como los más deslumbrantes de su obra. Cuando Avatar 2 pone en pausa la contemplación boquiabierta de su propio mundo y sus buenas intenciones ecologistas y antiimperialistas y se enfoca en la acción, se vuelve cine puro. Dado que la primera parte de la saga se mantiene desde su estreno como la película más vista de la historia, no hay razón para querer arreglar algo que no estaba roto. Sin embargo, considerando los antecedentes del realizador y las expectativas generadas por todos los anuncios de la última década, era lícito esperar lo inesperado. Quizás Cameron se lo esté guardando para alguna de las próximas secuelas.
Hay películas que se transforman en un fenómeno que trasciende las dimensiones de la sala en las que se exhiben. Por muchos motivos, Avatar: El camino del agua, de James Cameron, es un espectáculo y una experiencia como no se recuerda en muchos años. Impactante, disfrutable. James Cameron, dueño de una imaginación y un talento poco habitual en el mundo del cine mundial, decidió dedicarle ya casi 22 años de su vida artística solamente a Avatar, la original, y El camino del agua. Y vendrán, en principio, tres secuelas más. O sea que el director de Titanic y Terminator encuentra en este universo, que incluye a la luna Pandora, los Na’vi -humanoides extraterrestres- y la “gente del cielo” (los terrícolas) que llegan hasta allí para colonizarla, suficiente atractivo como para no hacer otras películas. No hay muchos directores que le impriman a las escenas de combate, de acción, lo que hace Cameron. Y eso que el tono del filme es pacifista, que si no… Vean la fiereza de Neytiri con su arco y flecha, heredado de su padre. Ella ataca para defender lo suyo. La familia, marca indeleble Cameron ya lo ha dicho: mucho cambió su vida personal desde que imaginó la primera Avatar y esta secuela. Formó una familia, tiene tres hijos con su quinta esposa y precisamente ese sentido de la familia es el que impregna como una marca indeleble a Avatar: El camino del agua. La película original era, por decirlo de una manera simpática, algo zonza y sosa, e imbuida de un espíritu muy new age. Aquí, en la secuela, hay algunos temas sobre los que se vuelve -el medioambiente, la naturaleza, el imperialismo colonizador y la armonía con la que viven los Na’vi- y también regresan los malos, que son los mismos, pero mejorados. Ya verán cómo, porque tampoco lo vamos a contar acá. Aquí hay animación, actores que trabajaron y un dispositivo para congeniarlo todo, que tiene un efecto que maravilla. La limpidez de las imágenes, el sonido, todo lo que se ve, escucha y se siente sentado en una butaca de cine viendo Avatar: El camino del agua hace que ésta sea la película más espectacular de los últimos tiempos. La línea argumental, que es algo más gruesa que lo delgada que era la de Avatar- nos presenta a Jake Sully (Sam Worthington) formando una familia. En el arranque, han pasado 10 años de los hechos de la primera Avatar. Con Neytiri (Zoe Saldaña) ya tienen cuatro hijos, entre los que hay una niña que adoptaron (ya verán hija de quién es). Pero la armonía con la que vivía esta familia feliz se ve sacudida con el regreso de los hombres del cielo (people of the sky), los terrícolas que, como en la Tierra ya vivir es casi imposible, necesitan colonizar Pandora. Bueno, también hay alguien que viene sediento de venganza. Así que Jake, contra el deseo de su esposa e hijos, decide emigrar de la comunidad -huir, bah, porque cree que si permanece allí, y como lo buscan a él, los humanos destrozarán a su gente- y refugiarse en otra comunidad, los Metkayina, Que son parecidos, pero diferentes. No viven en el bosque, sino que son una comunidad acuática. Una oportunidad de cambio, en un clan como los de Sully, que son uno para todos, y todos para uno. Como Jake repite cada tanto, tal vez por si algún espectador se entretuvo de más con el pochoclo, el padre protege a la familia, y ésa es su razón de ser. Y la película es sabia en el sentido de que los cinco integrantes de la familia tienen su propia historia, sus características, lo mismo que los Metkayina que conocen y hasta a algún animal o monstruo marino (tulkan). En eso le gana por amplitud a la primera Avatar. La pregunta cuando vimos el cast, el elenco de la nueva película, era ¿cómo puede ser que Sigourney Weaver -que interpretaba a la doctora Grace- y Stephen Lang -el coronel Quaritch- aparezcan en la secuela, si habían muerto en la primera? Obviamente tampoco lo vamos a revelar aquí. Hay algo de Titanic y El abismo -el agua es un medio que a Cameron le fascina- y hasta de Terminator. Claramente Avatar: El camino del agua está pensada y realizada para ver en 3D (o 4D, con el dispositivo en las butacas que se “mueven” acorde a lo que se ve en la pantalla) o en IMAX. Es impactante y triplemente disfrutable. Una aclaración para los ansiosos, ya que la película dura tres horas y doce minutos. No hay escenas postcrédito: cuando arranca le rodante final, de fondo negro con letras blancas. No hay más imágenes.
Avatar: el camino del agua (2022) es el primer largometraje de James Cameron luego de Avatar (2009) que a su vez era la siguiente película luego de Titanic (1997). Siendo uno de los directores más importantes y taquilleros de las últimas cuatro décadas, es particularmente llamativo lo espaciado de su filmografía. Hay mucho para decir sobre el vínculo entre el director y el que parece ser el proyecto más importante de su vida, pero la película ya llegó a los cines y lo mejor es hablar puntualmente de su trabajo, no sobre los datos curiosos de producción y rodaje. Solo hay que anticipar que valió la pena la espera para ver la segunda parte de lo que sin duda es el gran proyecto del director de Terminator (1984). Los primeros minutos de Avatar muestran que el talento de James Cameron está intacto. A veces es difícil precisar que es lo que está arruinado en el cine industrial contemporáneo, pero es muy sencillo darse cuenta cuando se trata de una cineasta superior al promedio. Su maestría se observa en las escenas más sencillas así como también en las más espectaculares. Que quede claro que desde el punto de vista de la técnica cinematográfica Avatar: el camino del agua está por encima de cualquier cosa que se haya visto. Mientras que la calidad de los efectos visuales ha retrocedido de forma lamentable en los últimos años, Cameron ha entendido que hasta el último y más pequeño de los efectos tiene que tener la perfección y la belleza que cualquier plano de una obra de arte debe poseer. No hay manera de sacar la mirada de la pantalla, es simplemente hipnótico lo que Cameron consigue con esta película. En esos primeros minutos lo que uno experimenta es agradecimiento por darnos tanto cine. ¿Cuántas veces hay que ver esta película para tomar dimensión de lo que el director ha puesto en la pantalla? Luego se arma toda la historia. Siempre clara, bien estructurada, sin perder el eje ni caer en ninguna agenda que no sea la del propio film. Incluso más pulida que la película anterior, que ponía el énfasis en las explicaciones y trataba de hacernos entender la cosmovisión del director a través de más diálogos. Cameron confía más en sus imágenes que antes y sabe que los espectadores entienden mucho mejor lo que tiene para decir que hace trece años atrás. El reestreno hace algunas semanas de Avatar (2009) permitió comparar ambas obras y llegar a la conclusión de que ha mejorado James Cameron en todo. Y también entender que luego de Titanic (1997) decidió abandonar el mundo real y lanzarse a la construcción de un nuevo mundo. Dependerá de la taquilla, pero todo indica que James Cameron ha decidido pasar el resto de su carrera en el mundo de Avatar. Es difícil no ver que luego de haberse convertido en “el rey del mundo” el director ha decidido ir a buscar otros mundos para conquistar. James Cameron es un creador de universos y eso es lo que más se destaca en Avatar; el camino del agua. Ya alejado de los humanos se dedica a mostrar a Jake Sully habiendo formado una familia junto a Neytiri, con sus hijos Neteyam y Lo’ak y su hija Tuk, su hija adoptiva Kiri (nacida de Grace Augustine) y un niño humano llamado Spider. Es un dato interesante que el niño humano funciona aquí como el diferente, cómo podrían funcionar los niños no blancos en los westerns clásicos como The Searchers (1956) o Flaming Star (1960). Spider es el hijo Miles Quaritch, el gran villano de las dos películas, además. Cuando la familia de Sully busque un nuevo hogar se cruzará a su vez con otro clan, aquellos que siguen, como el título lo indica, el camino del agua. El mundo de Cameron se ha volcado hacia lo que es su verdadera obsesión y a lo que le ha dedicado estás últimas tres décadas más allá de sus películas. Las escenas acuáticas no tienen comparación con nada de la historia del cine. Crear universos y a la vez conectar con los espectadores es una tensión difícil de equilibrar. James Cameron es humano, uno que se expresa a través de fantasías, de historias inventadas, pero para poder conectar con lo que uno ve, siempre debe haber referencias a nuestro mundo. Y obviamente en Avatar: el camino del agua las hay. Todas las emociones y temas humanos están en los Na´vi. De alguna manera, cada uno de ellos es un avatar de nuestra condición humana. En Terminator 2, en Mentiras verdaderas, ser padres era una permanente lucha que acá se replica con los protagonistas y sus cinco hijos, casualmente el mismo número de hijos que James Cameron tiene en la vida real. Como Jake Sully, el realizador dejó atrás el planeta de las historias en la Tierra y se fue a otro lugar, Pandora. Entre la fantasía más completa y las peleas familiares completamente terrenales, la película juega a permitirnos ser otros aunque en realidad sigamos siendo los mismos. El panteísmo que ya planteaba en el film original acá vuelve a aparecer, pero lo que es todo un hallazgo es que ahora es más fácil de entender. Ahora lo ha vuelto no sólo más sencillo, sino también más creíble. Si pensamos en cómo ha cambiado el mundo entre 2009 y 2022 queda claro que James Cameron se adelantó a su tiempo en los temas y las ideas. Hoy la mirada sobre la naturaleza en esos términos es mucho más universal y aceptada, más incluso que hace trece años. También se observa la idea de los humanos buscando una siguiente chance de sobrevivir. Jake Sully vive en un paraíso que eligió cuando se opuso a la misión que le habían encomendado y la idea de que ese lugar no es otra cosa más que una armonía total es lo que Cameron mira con fascinación. A la vez, Avatar es un espectáculo artístico y tecnológico descomunal. Es muy entretenida y nadie ha usado el 3D mejor que Cameron aquí. Se sirve de los avances científicos para lograr este universo natural tan perfecto. Mucho más virtual que el film anterior, incluso. Cameron desconfía de las máquinas pero también se sirve de ellas. Las máquinas, claro, no tienen moral, depende de quien las use y para que las use. Se trata de una película estrenada ahora y cuyo análisis recién empieza. Es tanto lo que se puede buscar aquí que reducirla al comentario de estreno es solo mirar la superficie. Cameron alerta, como en sus películas anteriores, acerca del precio que vamos a pagar por nuestras acciones. Aliens, Terminator 2, Titanic, las películas de James Cameron incluyen una alerta acerca de la ambición desmedida que descuida el lado humano. Antes del estreno tenía dudas acerca de hacia dónde podía ir Avatar 2 y ahora solo deseo ver las siguientes. Como Jake Sully, Cameron dejó atrás la Tierra (en el cine) y ha decidido instalarse en Pandora. Esto recién empieza.
El Camino del Agua (y la resiliencia). Llegó como regalo de Navidad la segunda entrega de Avatar. La película que marcó un antes y un después, cinematográficamente hablando, dado a su innovadora tecnología y por crear un universo eco-místico con seres azulados y evolucionados. Retomando la continuidad de la historia, en una breve elipsis, nuestros avatares favoritos nos relatan como afianzan su historia de amor en Pandora teniendo hijitos y respetando la sagrada tierra. Neytiri junto a Jake Sully viven en comunidad, sumado Spider, un joven humano que se cree Na’vi; nada menos que hijo del coronel Miles Quaritch. Pero humanos modificados genéticamente, deciden invadir nuevamente el continente extraterrestre para cobrar venganza y extraer de las Tulkun, una especie de ballena alien, un elixir que detiene el envejecimiento. Hay razones e intenciones varias para destruir el planeta. Ante el ataque, Sully decide proteger a su familia y se refugia con una de las tribus que pertenecen al agua, quienes habitan en las islas de los extensos mares de Pandora. Ellos, que son de tierra, deberán adaptarse a ese nuevo hábitat y cultura, hasta que se avecinen los temidos enemigos y los deban enfrentar. Así transcurre este extenso espectáculo visual con una estética increíble que se asemeja a la de un video juego. Hay tomas submarinas deslumbrantes, así como las aéreas en las que se destacan las peleas. En relación a la primera entrega, ha mejorado notablemente desde lo narrativo. El relato es más sólido y se centra, sobre todo, en los vínculos. Seres que se aman y se relacionan. Una familia que se adopta y adapta al entorno, asumiendo orgánicamente a la naturaleza. Y que a pesar de los problemas que deben sortear, se afianzan cada vez más. Un drama de acción sumergido en un universo mágico y fluorescente.
En 2009, James Cameron estrenó la primera entrega de esta saga y fue un éxito rotundo. El público quedó maravillado con el fabuloso mundo narrado por el director de "Titanic" y "Terminator", en el cual fusionó los géneros de acción, aventuras y ciencia ficción. Luego de trece años llegó ayer a los cines la secuela de este universo en el cuales los personajes se aman, luchan por sus territorios, pelean, buscan venganza y descubren nuevos horizontes. Han pasado más de diez años en Pandora y el ex soldado devenido en Na"vi Jake Sully (Sam Worthington) y Neytiri (Soe Zaldaña) tuvieron cuatro hijos y adoptaron a Kiri (Sigourney Waver) y Spider (Jack Champion). La tranquilidad de la familia desaparece cuando el coronel Miles Quaritch (Stephen Lang) y parte de su equipo regresan en forma de Na"vi con la única misión de destruir a Jake Sully y saldar aquello que quedó pendiente tiempo atrás. Bajo el inminente peligro, Jake decide alejarse con su familia y pedir ayuda a los líderes de la tribu caracterizada por el elemento que le da título al filme, el agua, quienes deciden ayudarlos con cierto resquemor. Saben que el peligro los puede acechar en cualquier momento también a ellos. El nuevo universo en el cual Cameron sumerge al espectador es fantástico: cómo decide llevar a la pantalla las profundidades del océano, quiénes lo habitan, lo bello pero también peligroso que puede resultar, todo está trabajado y pensado con máximo detalle. La música de Franglen acompaña cada escena y momento relevante. SUPERADORA El director construye a lo largo de los 192 minutos de duración de la película una historia aún más atrapante, efectiva y visualmente impresionante que "Avatar". Desde lo narrativo el relato está muy bien logrado y desde lo cinematográfico, la película ofrece escenas de gran belleza destinadas a ser apreciadas en la pantalla grande, además de momentos de tensión y adrenalina en las continuas batallas. Las escenas de acción de "Avatar 2: El camino del agua" son extraordinarias: transcurren sobre la superficie, en las profundidades, en la tierra. Peleas cuerpo a cuerpo, disparos, criaturas impresionantes que vuelan y se sumergen. Cameron recorre las alegrías y tristezas de una familia que se mantiene unida para afrontar las adversidades, por más dolorosas que resulten. La película es una dosis de calidad, emoción y belleza visual que debe disfrutarse, sin duda, en las salas de cine.
Cuando James Cameron recibió el Oscar como mejor director por Titanic, se adueñó de la frase que decía Leonardo Di Caprio y se la creyó para siempre. “Soy el rey del mundo “gritó en el final de su agradecimiento. Un hombre que hizo la película más taquillera, ganándole a su propia creación, que tardo diez años en hacer la secuela y que regresa con un plan que incluye “El camino del agua” y tres más (la tercera ya hecha y la mitad de la cuarta), se transforma en un creador único. El que consigue presupuestos de 350 millones de dólares y le promete a la industria cinematográfica que este film marcará el retorno definitivo del público a las salas de cine. Es fácil creerle. Avatar construyó una hermandad de fanáticos que se transforma en un público cautivo. Ellos y los seguros nuevos fieles se encontraran con una película de tres horas, que es mejor verla en pantalla gigantesca y siempre en 3D, que provoca una atracción inmersiva, y gran admiración por todos los rubros técnicos, directores de arte, los actores que prestaron sus cuerpos y talentos para la captura de imágenes y toda la enorme experimentación tecnológica que tanto ama el realizador canadiense. Por ejemplo la utilización de los 48 fotogramas por segundo (como en “El señor de los anillos”) y la tercera dimensión mejorada, toda la nueva batería del CGI deslumbrante. Con ese bagaje es fácil enamorarse de cada nueva y grácil criatura acuática, de la belleza de la imágenes y demorarse tanto tiempo en presentaciones y situaciones no tan bélicas como la que toma la ultima hora. Por eso no es tan importante la historia, y hay diálogos y situaciones tan elementales que no se pueden creer. Jake y Kiri forman una familia, disfrutan de la vida de Pandora sin saber que los humanos planean un genocidio e instalarse allí, porque la tierra es prácticamente inhabitable. Un tema que recorrerá las películas que faltan. Aquí una persecución vengativa hace que la familia huya y se instale con otro grupo étnico adaptado a la vida en el agua. Y sin querer los involucre en la más cruenta de las batallas. Es el cine industrial en su máxima expresión, casi táctil como imaginó Huxley. Un film de indudable belleza artística en cada animal creado, ballenas gigantes, peces espada, mezclas de dragones con delfines, mantarayas lumínicas que ayudan a respirar bajo el agua, una entidad centro de toda la cultura. Y batallas sangrientas, cacerías crueles, pérdidas irreparables. Entretenimiento puro, a enorme escala, que cansa, que fatiga el uso de los anteojos, pero que a la vez es indudablemente atractivo.
Avatar 2 es el gran regreso de James Cameron a la dirección de ficcionales luego de mucho tiempo de ausencia preparando este proyecto, una experiencia cinematográfica grandilocuente y emocionante.. En el link, la crítica escrita más formal; más abajo la crítica radial, más informal, completa en los reproductores de audio solo de Spotify, o de YouTube con video. Avatar The Way of The Water es una película a lo grande; de grandes dimensiones, de grandes acciones, de grandes ambiciones, y probablemente de grandes emociones para el espectador también. Es un evento cinematográfico que más que una secuela de Avatar, tiene casi como el espíritu de un reinicio de la historia, en una franquicia que promete desarrollarse en varios capítulos, algunos de ellos, ya filmados. La primera película tenía la sensación de contenerse en sí misma, de ser una película individual que no necesitara más continuaciones; en este caso, la secuela no es innecesaria en sí misma, pero no tiene ese espíritu de película en solitario que tenía la primera; sino que se siente como que, inspirada en la primera película se lanza una nueva saga con este film, y como si la primera Avatar, en vez de ser el inicio, quedara como una precuela, o preludio; espiritualmente da esa sensación, aun cuando técnicamente es una secuela hecha derecha, ya que el filme continúa la historia donde la había dejado la primera entrada, donde el personaje de Jake Sully, interpretado por Sam Worthington, es ahora completamente na’vi y ya no se lo ve en forma humana. Está casado con Neytiri, interpretada por Zoé Saldaña, que era na’vi desde el nacimiento, y ahora tienen tres hijos mestizos naturales, que son de la raza na’vi, pero que tienen algunas características distintas, como los dedos de las manos diferentes; además tienen una hija adoptiva, que es una na’vi que nació del avatar que ocupaba el personaje de Sigourney Weaver, y fue concebida de manera misteriosa; y una especie de hijo del corazón, que no es técnicamente de la familia, pero es como si lo fuera, que es completamente humano y debe andar con máscara, que es hijo natural del personaje del coronel Quaritch, quien era el villano de la primera parte, interpretado por Stephen Lang, que a su vez regresa en esta secuela en forma de avatar na’vi, o sea un cuerpo de na’vi creado artificialmente, pero con la mente y los recuerdos del coronel Quaritch, que había fallecido en la primera parte; pero por precaución, antes de ir a la guerra había hecho una copia de su mente para ser descargada, y ahora está cargada en ese avatar, listo para la revancha. Con respecto a la historia, luego de muchos años de felicidad del pueblo na’vi y de la familia descripta en Pandora, donde los hijos han crecido hasta ser adolescentes, o jóvenes adultos, vuelven los humanos a invadir, con este coronel y su equipo de soldados/avatares a la cabeza, con la intención de tomar pandora definitivamente, pero la misión del coronel no es específicamente tomar el lugar, sino cobrar venganza contra el Jake Sully. Esto hará que luego de un primer ataque de los humanos, llamados la gente del cielo, por los na’vi, el protagonista decida reubicar a su familia en otro pueblo, de otro lugar muy distinto, pero también asombroso, con una raza distinta de na’vi, de tono más verdoso, y que viven y se desarrollan de manera muy simbiótica con el agua que los rodea, en el arrecife donde se desarrolla este pueblo. La familia deberá aprender las costumbres del lugar, y deberá adaptarse a esta vida sumamente acuática, mientras a su vez, el espectador descubre esta nueva parte de Pandora, que es espectacular, visualmente extraordinaria, que como que al igual que en la primera parte, donde nos deslumbrábamos con el bosque y la selva, en este caso nos deslumbramos con la vista marina, la fauna y flora marina, y la imaginación de los creadores que vienen con nuevas plantas y animales, para hacer las delicias de la imaginación del espectador; mediante la construcción de un mundo con una creatividad enorme, que tiene unas vistas espectaculares. Desde el puto de vista narrativo, aquí sería como el comienzo de la nueva saga, luego de ese prólogo de la llegada de los villanos que tiene sabor a secuela de la película original; entonces en este momento es donde empieza como ese reinicio espiritual de la saga por así decirlo, que mencionábamos previamente. Ya que ahora la acción se reubica en este lugar marino, y las dinámicas entre personajes son distintas, y los enfrentamientos serán distintos. Dónde ya no es una cuestión de un soldado encubierto, o de los humanos contra los na’vi, sino que es una cuestión de proteger la familia frente a la venganza de este personaje, que ahora también tiene el cuerpo de un na’vi, y le permite a hacer cosas que antes no, y ser así mucho más peligroso. Este re comienzo en la parte acuática de Pandora, tanto por parte de los personajes, como por parte de la narrativa que guía al espectador, puede ser de gran gusto para quienes se maravillan por las vistas espectaculares y por la creatividad del lugar, y lo que es un nuevo universo; pero también puede parecer muy largo para algunos espectadores, quienes quizás en algún momento le puede parecer que la película es lenta, o hasta quizás aburrida en esta parte, para quiénes son más acelerados. En ese sentido, pareciera que el director se enamoró de las imágenes, y no quiso cortarlas más para hacerla de una narrativa con una cadencia y un ritmo más firmes y sólidos, y en esa parte de la película, desde el primer tercio hasta la mitad aproximadamente, la narrativa se siente que podría haber sido mucho más compacta en la edición, y no avanza mucho la trama durante bastante tiempo de metraje, y ese es el peor problema de la película sin dudas, porque no nos va enganchando tanto, y puede que para cuando venga la acción, algún espectador ya esté cansado; a diferencia de la primera Avatar que era muy sólida en su ritmo, y no tenía partes donde se sintiera que no avanzara el argumento. Una con vez sorteada esta situación, la película empieza a tomar ritmo, y al final es dinámica, emocionante, y trepidante; con algunas de las secuencias de acción más espectaculares que se hayan hecho en la historia del cine, con una escena de acción en el agua que es realmente extraordinaria, es una obra maestra de la dirección; por parte de unos de los grandes maestros del cine de acción, en el máximo de sus poderes narrativos, es algo realmente increíble lo que ven nuestros ojos; con el enorme mérito de tener personajes que son distintos a los seres humanos, máquinas distintas a las que vemos en la tierra, animales con características distintas a las que conocemos, como con una especie de dragones por ejemplo que son anfibios, y pueden volar, pero a su vez nadar como si fueran un tiburón abajo del agua; y la combinación de todos esos factores, en una escena épica de batalla, que aun siendo en menor escala que la de la primera película, con menos gente, y menos vehículos; es extraordinaria, porque es emocionante, porque es hiper compleja en su diseño, con numerosos personajes, en numerosas situaciones desarrollándose paralela y alternadamente, pero sin embargo, y ahí está la genialidad de Cameron, se puede seguir perfectamente la acción, se entiende perfectamente, que personajes estamos viendo, que es lo que está haciendo cada uno, y en ningún momento, en lo que podría haber sido un caos narrativo, el director se pierde, y no pierde el foco; logrando que el espectador siga de manera perfecta la acción. En ese sentido, nos remite a dos obras maestras del cine de acción, y a dos secuencias que son absolutamente extraordinarias en la historia del cine, que son el final de Rescatando Al Soldado Ryan, de similares características, y el hundimiento del barco en Titanic. En cuanto a lo visual, que tanto se destaca, debemos mencionar que con numerosos efectos, personajes, efectos prácticos, y una cuidadísima creación de un mundo entero, la película es una fiesta visual, y el nivel de detalle que tienen las tomas es absolutamente extraordinario; en cuanto a cada hoja que se dibuja en el bosque, a cada burbuja que está en el agua, o cada caño en las estructuras, que están construidas con un nivel de detalle impresionante, que no da la sensación de ser una imagen dibujada, sino de algo realmente filmado en otro lugar, en otro planeta. Además, el uso del 3D es espectacular, y es uno de los mejores 3D en la historia del cine, lo cual la hace que la experiencia tengo un nivel de inmersividad extraordinario, parece que estuviéramos ahí, literalmente. Por ejemplo, en un momento determinado por llueve en la escena, y parece que estuviera lloviendo en la sala de cine, es increíble y el nivel de detalle que tienen las partículas que están entre los personajes y la cámara, y se ve un nivel de obsesividad tal, como para demorar una secuela 13 años, algo que sólo James Cameron, después de haber hecho dos veces la película más taquillera de la historia, podría lograr. En ese sentido, Avatar 2 es un avance técnico extraordinario, que sienta un nuevo estándar de calidad, y las bases para un cine de ciencia ficción y fantástico más realista, más espectacular, y más inmersivo que nunca. Y por eso la película termina siendo un hito en la historia del cine. Con respecto al 3D, es obligatoria verla en este formato si uno puede ver películas así, porque Cameron piensa y dirige la película en 3D, no es solamente que hay profundidad en la imagen, y la película está pensada en 2D como la mayoría de las películas, sino que juega con esta profundidad, con los planos de cosas más cercanas y más lejanas, y con los planos que están por afuera de la pantalla, para hacer la experiencia inmersiva, para hacerla realista, para ser más emocionante, para darle más claridad a la acción, y para lograr que el espectador se sienta como si estuviera viviendo en Pandora. Avatar The Way of The Water es una película obligatoria de ver para todo cinéfilo que se precie de serlo. Más allá de los problemas mencionados, el filme por momentos se convierte en una obra maestra de la dirección, y una clase de cine. Para todo estudiante que quiera aprender a dirigir una película, este filme es fundamental de ver y analizar, porque el maestro Cameron no solo nos deja con la boca abierta, no solo emociona, no solo divide la historia del cine, sino que también hasta nos enseña cómo hacer cine. Imperdible. Cristian Olcina
La magia de Pandora sigue intacta. Avatar: el camino del agua es Cine en estado puro. Ese mismo que nació en diciembre de 1895, por obra y gracia de los hermanos Auguste y Louis Lumière y con la simple idea de entretener, sorprender, emocionar. Avatar: el camino del agua (secuela de la historia creada y dirigida magistralmente por el realizador James Cameron en el año 2009) también es un espectáculo audiovisual totalmente deslumbrante y magnético por dónde se lo mire. Sus 192 minutos de metraje son un viaje que nos transporta a la fantasía, los sueños, al amor por la naturaleza y el respeto a la vida. Su universo es único y su mensaje antibélico es apenas la punta del iceberg en un relato que refiere a muchos otros asuntos importantes: la colonización imperante, la importancia de seguir manteniendo los recursos naturales para futuras generaciones, el papel de la tecnología y la unión de la familia. Y todo gracias a un proyecto por el que James Cameron, director de enormes clásicos del cine de acción y ciencia ficción como Terminator (1984), Aliens: el regreso (1986) y Titanic (1997), se la jugó por el todo, casi desde el mismo momento en que la imaginó, allá por el 2000, hace ya 22 años. La trama de esta nueva película retoma la historia de la anterior Avatar y de sus personajes centrales, Jake Sully (Sam Worthington), un terrícola que llegó, tecnología mediante, a la luna de Pandora y se enamoró allí de una Na’vi llamada Neytiri (Zoe Zaldana). Diez años han pasado desde esos acontecimientos y esta pareja se ha unido en Pandora para formar una familia y tener hijos, cuatro exactamente, una de ellas una niña adoptada. Todo es armonía y felicidad para la familia, pero lamentablemente un día llegarán al lugar los villanos de turno, un grupo de terrícolas que buscan colonizar Pandora y no en muy buenos términos. Es entonces que Jake y Neytiri se tendrán que separar por primera vez en mucho tiempo y luchar para que no le usurpen y roben lo que tanto aman. Jake se terminará refugiando en otra comunidad, la de los Metkayina, quienes viven en un hábitat diferente, el agua. Lo que Jake nunca imaginará es el gran apoyo que recibirá de esta población, distinta en escenario, pero igual de unida que los Na’vis. James Cameron es uno de los pocos directores que aún sabe cómo filmar escenas de acción que funcionen. Todo es de acto impacto: el sonido, la animación, las batallas, la acción real. De sólo ver a Neytiri, una verdadera guerrera de piel azul, con su arco y flecha defendiendo a su tierra, ya es suficiente. Las secuencias hablan por sí solas. Los espectadores pasarán así a ser testigos de una guerra sin tregua ni respiro. Cuando el fin justifica los medios, no hay excusa posible. También James Cameron es un director muy conectado con el agua, desde su mismo debut con la cinta de Eco-terror, Piraña 2: asesinos voladores (1981), pasando por la soberbia historia de CF, El Abismo (1989) y la galardonada Titanic. Aquí le rinde homenaje con la maravillosa puesta de la comunidad acuática Metkayina, con sus océanos y hasta con un extraño animal marino, Tulkan. No olvidar que estamos hablando de un verdadero artesano del cine: su clara y precisa forma narrativa, más todos los recursos visuales que son grandiosamente utilizados en pantalla y su potente entendimiento de los géneros y sus códigos, así lo demuestran. Avatar: el camino del agua es una experiencia muy recomendable. Sus más de tres horas de duración son de disfrute y deleite absoluto. El ritmo nunca decae y el tiempo se pasa volando, así como lo hacen los Na’vis en sus rasantes vuelos diarios. Lo único reprochable son las subtramas que se irán presentando en la historia, demasiadas para mí gusto, algunas complejas y que pueden llegar a confundir al público. Lo demás, la introducción nuevamente a un universo bellísimo, donde sus integrantes, los Na’vis y los Metkayinos, aún se respetan, cuidan y aman. Algo cada vez menos común en los terrícolas, que envidiosos buscarán colonizar este lugar aún virgen de maldad y engaños. Avatar: el camino del agua es una película que tendría que ser vista por muchos: chicos, adultos y mayores. Su mensaje nos habla de la humanidad en todas sus variantes, sus imágenes de las emociones, y su legado nos llena de esperanza de un mundo mejor y más unido. James Cameron filma para la posteridad, para un cine que aún está vivo y afortunadamente lo seguirá estando por un tiempo más.
Ambientada más de una década después de los acontecimientos de la primera película, 'Avatar: The Way of Water' empieza contando la historia de la familia Sully (Jake, Neytiri y sus hijos), los problemas que los persiguen, lo que tienen que hacer para mantenerse a salvo, las batallas que libran para seguir con vida y las tragedias que sufren. En realidad, nada nuevo bajo el sol, visualmente impactante, el uso de la tecnología en su máxima expresión, pero constituyéndose, desde el guión, en un catalogo de lugares comunes Esta secuela, mas larga, hasta se podría decir vertiginosa, hace agua, valga la redundancia, desde el pobre relato,
AVATARES DE CAMERON “Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”. Aristóteles 1 Cuando se alcanza el punto omega de la autoconciencia, esto puede asemejarse a escalar el Himalaya y llegar a la cima del Everest. La pregunta que viene a continuación es qué hacer allá arriba. Se está muy solo: el tiempo es gélido, encima en cualquier momento puede aparecer el abominable hombre de las nieves. Es cuestión de emprender el descenso: pero un descenso dialéctico si se nos permite la expresión. Se baja, se desciende sin perder en el trayecto el punto de condensación -también conocido como sabiduría- que se logró obtener en la cumbre. Esto se resuelve haciendo de la obra, “vida”: concreta, carnal y espiritual; o se busca reducir a escala la sabiduría allí obtenida y se distribuye en pequeños fragmentos o en notas al pie. Se decide ser un maestro, y no un pez banana atosigado de citas y fragmentos. Confesamos que lo primero que se nos cruzó por la mente es un apunte crítico de Henry James sobre el recorrido cronológico de los relatos de Kipling “(…) de lo menos simple, a lo más simple; de los angloindios a los nativos, de los nativos a los soldados, de los soldados a los cuadrúpedos, de los cuadrúpedos a los peces, de los peces a las máquinas y a las tuercas”. Algo así circula en el cine de James Cameron. Ciertamente -y lo hemos expresado en nuestros seminarios-, su cine siempre arrastró una relación doble, ambigua con respecto a lo técnico. Se daba tanto una fascinación algo infantil por toda serie de invenciones y dis-positivos -que también son dis-posiciones, al decir de Heidegger-, como de consuno una crítica; es decir una toma de distancia con respecto a la tentación titánica de su empleo para fines siniestros y perversos. En rigor nada nuevo desde que el discurso tardo humanista hizo una monserga repetida -y éticamente más que falluta- al día siguiente de Hiroshima y Nagasaki. La diferencia reside en que desde Griffith el propio concepto de cine resolviendo de movida esta contradicción: empleando, aceptando re-signándose al útil técnico pero desviándolo del uso para el que había sido concebido por una mentalidad opuesta polémicamente a la suya. Este es el “etymon espiritual” y el bajo continuo de todo el concepto del cine, hasta llegar a la autoconciencia, fundada hacia comienzos de los años setenta del siglo pasado con dos films, El padrino y El exorcista. Cameron pertenece a la segunda generación autoconciente. Por lo tanto halló al cine y su concepto en un grado de saber y de saber qué se sabía casi imposible de ser superado. O el cine -como todas las artes que lo precedieron-, se hacía, se volvía Mundo, Historia, o, por el contario, entraba en la inevitable y cíclica decadencia. Su obra comenzço con una re-flexión sobre los géneros o “estados de transparencia”, con primacía lúcidamente puesta en lo fantástico (Terminator, Aliens); pero también con obras que ya mostraban o desprendían cierto tufillo de política “una de cal y otra de arena”. Donde a lo expresado operativamente en ambos films se le sumaba de matute una coda especulativa, didáctica e innecesaria sobre lo que había expresado con anterioridad. ¿Para no ser confundido? ¿Con qué, o con quién? Así el sermón final de romanticismo político que le pegoteó a El abismo, como la corrección -en todo sentido el uso actual del término- a la primera Terminator, mediante una segunda parte que funcionó como una vulgata pacifista. Al decisionismo de su primera etapa, pareció injertarle el estado deliberativo de la segunda. Allí comenzaron algunas de nuestras dudas. Pero entonces Cameron tuvo una intuición genial. Comprendió que la autoconciencia se hallaba en un paradójico callejón, puesto que era uno con salida. O con varias salidas. Una situación que a ciertos fines anímico-espirituales, como vitales, les es mucho peor que estar en un cul-de-sac. Así dio o fue empujado a esa repetida pregunta o dilema que aparece luego de que una construcción orgánica llega una operatividad tan plena, que por el mismo motivo se da de bruces con lo especulativo que la rodea. Una vez allí ¿Sólo quedan como opciones, la repetición o la inflación? Como Verdi luego de su “Otelo” -donde se opinó que la ópera había llegado a su punto Omega-, Cameron se dijo –cambiando lo que haya que cambiar- “torniamo all’ antico: sará un progresso”. “Ahora volvamos a lo primero”. Así postuló “el regreso a Griffith”. La autoconciencia corría el riego de volverse auto indulgencia. Las primeras historias, esas que deben ser transparentes para dar lugar a unas segundas simbólicas, estaban perdiendo esa imprescindible transparencia. Reduzcamos entonces la complejidad de la primera; volvamos por ejemplo, al “chico-conoce-chica”, pero sobre esa base primigenia puede -por esa misma sencillez aparente-, operarse en paralelo una más compleja simbólica mito-poética. De allí, Titanic. Claro que también esa primera historia debía exhibir -la época de/manda- una novedad que sirva de cobertura a su deriva hermética. Así apareció la necesidad, el imperativo del empleo extremo de lo técnico. La extraordinario y, al parecer, irrepetible de Titanic, es haber logrado un equilibrio perfecto; unas bodas alquímicas entre lo máximo-técnico y una fábula simple y que, a la vez, resulte en un operatividad simbólica totalizadora. No sólo eso, logró infiltrarse en el medio televisivo, y llevar a cabo las dos temporadas de su serial Dark Angel, su obra maestra absoluta junto con Aliens y Titanic. Hasta el día de hoy la única creación literalmente genial transmitida por ese medio. 2 Un juego peligroso pero necesario es el siguiente: imaginar con qué cosa, medio o fantasía sabría tentarnos el demonio, o uno de sus amanuenses. A Cameron lo tentó con una máquina que no haría más que crecer en potencia y capacidad mimética. A cambio le pidió el alma de Titanic, y el espíritu de Dark Angel. Esta máquina, como un Gólem ingobernable, o como un alien que devoraba y se reproducía sin cesar, creció en virtualidad mientras paralelamente fue aniquilando la realidad. Provisto de tal mecanismo, Cameron cayó en la tentación de subir la escalera que baja. Posiblemente se dijo: si la autoconciencia al llegar a su punto Omega busca volverse, hacerse Historia, Mundo, pero eso no sucede, entonces inventemos todo un mundo. Con su propia historia, sus habitantes, y sus condiciones, tanto lingüísticas como biológicas. Parece “lógico”. Pero el problema es que desde hace décadas se fabrican a destajo todo tipo de ucronías, utopías, distopías, y otras topías cada vez más ponzoñosas. Y, desde luego, no abundan los Jonathan Swift, ni los C. S. Lewis, ni tan siquiera es fácil concebir un breve y sintético “Tlön”. Puesto a la tarea, Cameron intentó engendrar un universo fantástico, pero tan sólo parió uno mágico. Y ambos son irreconciliables hijos de la mente. Son los Caín y Abel del imaginario. Si en Titanic consiguió regresar a Griffith, aquí -en Avatar: El camino del agua, recayó en Georges Méliès. Siendo mágico pobló a su mundo ficticio de simplezas ecologistas ya más que repetidas. Buscó ser un Julio Verne, pero quedó más cerca de Greta Thunberg; la de trencitas, que ama el medio ambiente y los pajaritos. Ya en Avatar, los detentadores del Bien eran algo elementales, puesto que no eran más que copias manufacturadas en las usinas de la bondad verde; fatalmente el Mal necesario que debe oponerse, resultó tan trivial como sus bondadosos pandorianos. Militarotes gritones, llenos de cuero y con cabelleras rasadas; siempre con cara de padecer hemorroides. Lo que mi tía Carlota llama todavía “fachos”. Sin duda la primera parte de esta saga -si bien ya estaba algo salpicada de lugares comunes-, nos “conformó”. Porque había -o posiblemente creímos que había-, algo, un poco de esa vieja música anterior con sus ritos de iniciación y sus axis mundi todavía operativos, aunque un tanto sazonada de floripondios botánicos e ictícolas; variaciones de las hadas y los elfos de las nurseries victorianas. Como sea. Aquí ya es demasiado. Nos inunda de todos los ripios ambientalistas y progresistas que circulan por Occidente desde hace más de medio siglo. Más que diálogos tiene consignas. Sería de interés contar las veces que dicen la palabra “brother” (a veces apocopada en “bro”), con lo que intenta convencernos del valor de la fraternidad. También la ingente proliferación de “Go! Go!” El inolvidable Gogó Andreu hubiera celebrado tal homenaje… Otrosí. A pesar del uso diestro y operativo de la simbólica religiosa en sus obras anteriores, Cameron se declara ateo; como se ha encargado de señalarlo de manera puntual y con suficiencia. Perfecto. Es cosa suya. La libertad es libre y etc. etc. Ahora bien, si se es ateo, uno debe conformarse y prepararse a vivir según tal deriva. “Arreglárselas solo”, como dijo Bioy. Pero no inventarse una seudo religión tachonada de chafalonías “místicas”, fabricada a escala de sus necesidades. Una espiritualidad que en este caso no es forjada por ningún trance existencial sino por una computadora. Avatar: El camino del agua contiene casi todos los flatus vocis que desbordan los manuales de autoayuda, ejercicios respiratorios, yoga improvisado, y terapias alternativas. Es de lamentar que se haya olvidado de las flores de Bach. En resumen, la obra de James Cameron pintaba para ser un compañero de ruta de Mircea Eliade; pero ahora parece más cerca de Paolo Coelho.
James Cameron y el camino del espectáculo Si la trayectoria de James Cameron deja alguna enseñanza es que nunca hay que apostar en su contra, sin importar los rumores sobre presupuestos descarrilados o pretensiones megalómanas ni que demore más de una década en dirigir una película. Avatar (2009) tuvo un debut sensacional, el film más caro y simultáneamente taquillero de todos los tiempos, pero no dejó una huella significativa en la cultura popular. Su trama era básica y calcada de otros films más memorables. No lanzó carreras ni inspiró imitadores. La novedad del 3D perdió su efervescencia. En un mundo colmado en el ínterin por el cine de superhéroes - Marvel a solas produjo 28 largometrajes entre 2009 y 2022 - el legado de Avatar se redujo al chiste fácil sobre el rodaje eterno de su secuela, achacado a la compulsión obsesiva del director. Trece años más tarde, Cameron finalmente estrena Avatar: El camino del agua (Avatar: The Way of water, 2022), una secuela no solo digna del original sino hasta superior, técnica y narrativamente. A grandes rasgos cuenta la misma fábula ecológica, pacifista y anticolonialista, pero esta vez lo hace netamente desde la perspectiva nativa y el conflicto tiene un corte más íntimo y personal. Se suma una nueva generación de personajes con dinámicas interpersonales más complejas, el mundo se expande atractivamente y si bien la trama no deja de ser algo predecible, guarda momentos de sorpresa e intriga. También trabaja mejor el suspenso, montando en paralelo los recorridos de héroes y villanos y preparándolos para un clímax cargado de acción que se siente más merecido. Visualmente la película es bellísima, incorporando un rico mundo subacuático al lienzo de Pandora y texturándolo con un 3D nítido y detallado. No es el 3D carnavalesco que llama la atención a sí mismo con chistes o sustos, sino una herramienta más para pincelar la densa y vibrante flora y fauna alienígena. Gran parte de la película ha sido también filmada con el doble de fotogramas por segundo, lo cual le da una agradable fluidez a la imagen y ayuda a hilvanar las secuencias de acción más complejas que ocurren simultáneamente arriba y abajo del mar. El espectáculo es inigualable y hace gala de dos de las grandes fortalezas de Cameron: filmar secuencias de acción transformativas (mutando y condicionando a los personajes constantemente) y filmar de manera didáctica pero entretenida. En los 193 minutos del film nada ocurre que no sea anticipado y examinado primero con un ojo casi documental, tan fascinado se encuentra el director por los detalles más extraordinarios o ridículos de su ciencia ficción. A diferencia del blockbuster promedio, que tiene una energía improvisadora y a menudo se regodea en ello, el de Cameron es metódico y solemne. La acción siempre satisface la expectativa. De lo que Cameron y sus co-guionistas (Rick Jaffa y Amanda Silver) no se pueden jactar son los diálogos. Los hay atroces, melodramáticos, insólitos. Ciertos personajes hablan más por los guionistas que por sí mismos, llamando la atención a la intención de la escena o bien recitando lo que suena a líneas de un primer borrador olvidado. Jake Sully (Sam Worthington) narra de nuevo en off intentando conectar las partes de una enorme y a veces divagante épica, y sus monólogos filosofales sobre conceptos como la familia, la felicidad y el hubris humano no pasan de observaciones banales e intercambiables.
De todas las virtudes que se pueden destacar en Avatar 2 la más relevante es que rescata la experiencia de un espectáculo cinematográfico épico en una sala de cine. En tiempos donde las plataformas de streaming acapararon la atención del público y el propio estudio Fox desechó muchos estrenos al consumo hogareño (como la excelente Prey de la saga Depredador), el loco James Cameron ofrece un film que sólo puede ser disfrutado en la pantalla grande con el formato 3D. Quien elijan postergar su visionado encontrarán luego una propuesta muy diferente ya que el regreso a Pandora no se puede replicar con ningún otro sistema de entretenimiento. La particularidad de esta continuación es que propone una experiencia inmersiva sin precedentes que inserta al público dentro del universo de ficción que creó el realizador. A través de un sistema de tres dimensiones que presenta una evolución notable en la profundidad de los espacios y una nueva tecnología (inventada exclusivamente para este film) que permitió combinar la filmación bajo el agua con la animación de captura de movimiento, la película nos transporta a un mundo de fantasía extraordinario donde todo lo que vemos se siente real. Por momentos inclusive tenés la sensación que si extendés tu mano hacia a pantalla podés tocar y sentir a los personajes y la fauna que los rodea. Desde los primeros minutos el film impacta con una puesta en escena abrumadora que se vuelve apasionante con el transcurso del tiempo. Un prodigio técnico que también acarrea ciertos daños colaterales que despertarán un debate interesante en la industria de Hollywood y el público cinéfilo. En esta continuación el director optó por desarrollar el relato con un 3D más inmersivo y el uso del HFR (High Frame Rate) en 48 fotogramas por segundo. La estética tradicional con la que concebimos al cine se da en un formato de 24 fotogramas por segundo, Cameron la eleva a 48 para conseguir un hiperrealismo demencial en las imágenes en alta definición. Como aspecto positivo esto genera una sensación muy especial ya que todas las criaturas y las secuencias de acción se perciben reales como si se tratara de un documental. Sin embargo también le aporta al film una estética digital de telenovela televisiva (para ponerlo en términos sencillos) que puede resultar chocante para mucha gente. Un extremista de la vieja escuela como Quentin Tarantino probablemente encontrará en Avatar 2 la encarnación cinematográfica del Anticristo y ahí surge un debate muy interesante. En lo personal no odié esta elección artística de Cameron pero me quedo con el HFR tradicional. En el pasado Peter Jackson experimentó este formato en la trilogía de El Hobbit, mientras que Ang Lee hizo lo mismo con Gemini Man y no tuvieron buenas respuestas del público. Será interesante ver si Avatar consigue una mayor aceptación del registro visual que propone. Una debilidad que tuvo la primera entrega fue que elaboraba un plagio burdo de Una princesa de Marte, la primera novela de la saga John Carter de Edgar Rice Burroughs. Lejos de evadir esta referencia el director levanta la apuesta y ahora lo incluye a Korak, el hijo de Tarzán, a través de un personaje bizarro cuya finalidad en el argumento no terminé de entender. Supongo que cobrará más relevancia en futuras entregas. El punto es que la influencia de la fantasía de Burroughs es más fuerte todavía en este relato, dentro de una historia que desarrolla mejor los personajes y la dinámica de las relaciones familiares que cobran relevancia en el conflicto central. Creo que en aspecto jugó un papel clave el hecho que Cameron contara con la ayuda de Rick Jaffa y Amanda Silver (guionistas responsables de la última saga de El planeta de los simios), quienes le aportaron un mayor contenido al film. La introducción de los hijos de Jake Sully (Sam Worthington) está muy bien elaborada y en esta ocasión el villano (que aprovecha a Stephen Lang) cuenta con una arco argumental mejor definido. La historia en general tiene un tono dramático más emocional e incluye un sólido comentario ecológico que se siente honesto debido al compromiso del cineasta con el tema de la protección de los océanos. Pese a su duración de 192 minutos la narración cuenta con un ritmo muy dinámico que nos permite olvidar el paso del tiempo. Sobre todo por la mencionada experiencia inmersiva que propone y la exploración de nuevos mundos del universo de Pandora que te dejan con ganas de conocer más sobre las nuevas civilizaciones que se introducen en esta entrega. En resumen, James Cameron mantiene la corona del Rey de las secuelas con una película que sobresale entre los mejores espectáculos pochocleros del año.
Si esta crítica tuviese que llevar un título, sería "El retorno del Rey". Porque James Cameron es eso. Y así se autoproclamó cuando recibió todas las estatuillas (incluyendo la de Mejor Director) por su obra maestra Titanic. Y no es para menos, no solo por mantener el podio de películas más recaudadoras. Con la ya nombrada y con Avatar (2009), donde se le dio inicio a este universo que nos convoca en este momento. Cuando finalizaba la primera década de este Siglo y las películas de superhéroes aún no se congregaban bajo un género propio, y también estábamos lejos de la guerra del streaming, Cameron sacudió al mundo entero con lo que nos mostró de Pandora. Sí, la historia era Pocahontas en el espacio, pero poco importó ya que fue funcional hacia ese espectáculo visual (incluso sensorial) que nos brindó. Una película claramente adelantada para su época. Las secuelas se oficializaron casi de inmediato, pero el buen Jim se tomó su tiempo (13 años) para escribir, crear tecnología nueva y rodar varias películas al mismo tiempo. La espera llega a su fin y valió la pena con creces. Se repite el fenómeno del orgasmo visual pero aún mejor. Lo que se hace con el agua es indescriptible. No vale de nada que intente poner en palabras escritas lo gratificante y lo que causa en las retinas. Vayan a verla al cine, a la pantalla más grande que puedan (y en 3D). Lo que si puedo ahondar un poco -sin spoilers- es en la historia más profunda y mejor desarrollada en comparación con su predecesora. Los nuevos personajes amplían en todo sentido el sendero ya iniciado y hacen que nosotros, los espectadores, abordemos desde otro lugar la mitología de Pandora. El elenco brilla (en todo sentido) y te cuesta saber cuál es tu favorito. Hay subtextos filosóficos y coyunturales, así como también homenajes cinéfilos que van desde guiños muy puntuales a Jaws (1975) hasta el mismo Cameron autoreferenciando su propia filmografía. Son casi tres horas y media que pasan volando, en parte por adrenalina y en parte por un viaje que se toma lo necesario en llegar de un lugar al otro. Y que te deja con muchas ganas de más. James Cameron lo hizo de nuevo. Otra obra maestra.
Importa muy poco lo que un director con presupuesto millonario pueda hacer a nivel visual, ya que es un detalle que se da por descontado. Más si ese director es alguien de la talla de James Cameron, a quien se le tiene que pedir algo más que profesionalismo para manejar la técnica, sobre todo porque es el autor de clásicos sustanciosos como Terminator (1984), Alien 2: El regreso (1986), Terminator 2: El juicio final (1991) y Titanic (1997). Cameron demoró 13 años para hacer Avatar: El camino del agua, secuela de Avatar, la película de 2009 que se convirtió en la más taquillera de la historia y que, supuestamente, revolucionó el cine de Hollywood debido a los sofisticados efectos especiales y a la tecnología de avanzada que tuvieron que inventar para perfeccionar el 3D, formato para el que fue concebida. Sin embargo, cuando una película se escuda en lo meramente técnico, y cuando los adjetivos que usa la crítica para describir el “espectáculo” que entrega son “sobrecogedor” e “inmersivo”, hay que sospechar, ya que una película que se destaca sólo por la proeza visual quizá no tiene mucho contenido para ofrecer. El camino del agua está basada en un guion de fórmula, por momentos soso y aburrido, que recurre a incansables lugares comunes y que alarga escenas sin ninguna justificación argumental, quizá para tapar su incapacidad para entregar algo más que ese mensaje new age al que el director canadiense nos tiene acostumbrados (o ese tímido panteísmo de autoayuda que se cuela entre líneas, acompañado por un vago ecologismo para turistas de clase alta). Cameron también incorpora el tema de la familia como fuerte y el de la necesidad de marcar territorio. Para lograrlo, los azulados Na’vi tienen que combatir a los humanos que vienen del cielo porque son los que traen el mal a Pandora, los que quieren arrasar con todo, no sin antes llevarse una sustancia que rejuvenece y que poseen las Tulkun, suerte de ballenas alienígenas que viven en comunión con los habitantes de Pandora, quienes se encargan de explicar la historia de estos animales para justificar escenas decisivas. Es justamente una de estas ballenas la que va a entregar el mejor momento del filme (aquí va un spoiler): cuando le salva la vida a uno de los hijos de Jake Sully (Sam Worthington) y de Neytiri (Zoe Saldaña). El momento en el que el joven se hace amigo de esa Tulkun, separada del resto de ballenas por haber matado en defensa propia, es un corto perfecto, por el sentido de la aventura y por el amor por el género que irradia. Jake y Neytiri buscan refugio en los arrecifes de Pandora, donde viven los Metkayina, una tribu diferente físicamente a los Na’vi. Jake y su familia, como la familia Metkayina que los alberga para protegerlos del temible Quaritch (Stephen Lang), cuidan a sus hijos, conviven con los animales del lugar y sólo pelean cuando es necesario, algo que siempre hemos visto en el cine norteamericano, pero acá trabajado con una tecnología que hace de las escenas de acción su fuerte, en gran parte debido al talento de Cameron para rodar los combates con abundante CGI. Quizás la trama tienda a complejizarse un poco a medida que avanza (la película tiene 192 minutos) con elementos que Cameron introduce para darle envión a la historia, como el personaje de Spider (Jack Champion) y la relación especial que tiene con Quaritch, algo que se aprovecha para crear momentos de mucha tensión. Avatar: El camino del agua es un largo cuento ecologista que aúna acción vertiginosa, drama familiar, filosofía new age y una historia que promete seguir expandiendo su universo. Aunque, claro, no deja de ser una coraza vistosa sin alma, un espectáculo bizantino sin épica.
BLOCKBUSTER DE AUTOR Parecería imposible hablar de Avatar: El camino del agua sin hacer escala en dos factores que, en cierta medida, exceden a la propia película. Una escala es su cualidad técnica, la otra el carácter obsesivo con el que James Cameron se dispuso a construir un mundo sobre el mundo que ya había construido con Avatar de 2009. Hay que reconocer que medir a esta secuela por esas cuestiones, sobre todo por la segunda, es un poco injusto para el resto de las películas: básicamente porque ya no existe en el cine actual de contadores públicos que se hace en Hollywood gente como Cameron que dedique su vida a un proyecto gigantesco como el que tiene en manos; un universo propio, creado a imagen y semejanza de sus múltiples influencias literarias y cinematográficas, pero tan propio como una patria (algo intentó Shyamalan con su trilogía traída de los pelos y fallidamente cerrada en Glass). En lo concreto estamos ante una historia básica de supervivencia que abreva en el sincretismo religioso y medioambientalista, expresado como una fábula, pero es la propia empresa del director, con la que intenta mostrarse como un pionero afiebrado, un Fitzcarraldo que arrastra su propia nave hecha en CGI, lo que le da verdadero valor. Que a través de las imágenes que genera se logre traficar su obsesión y su deseo es algo poco habitual y habla de su maestría. La tecnología en el cine de Cameron ha estado presente desde siempre, como materia con la que trabaja y como tema. Eso confluye perfectamente en Titanic, donde le da un cierre al melodrama clásico de Hollywood montándolo sobre la pesadilla del capitalismo industrializado. Y todo esto, en el soporte de la película industrial más perfecta que podíamos conseguir hacia fines del siglo pasado. De Titanic al presente el director ha estrenado tan solo dos películas, Avatar y su secuela. Por lo tanto, Titanic puede ser entendida no solo como la película que le dio cierra a las formas de un tipo de relato, sino además como la que le dio cierre al tipo de relato característico de Cameron. Porque tanto Avatar como Avatar: El camino del agua han atomizado hasta el extremo aspectos argumentativos de sus películas (y esto no es un comentario peyorativo), para definirse finalmente en el terreno de la tecnología y lo expeditivo. Es decir, a Cameron le está ganando la pulseada el inventor por sobre el director de cine, aunque tarde o temprano este último se termina imponiendo. De ahí que sus películas sean no solo asombrosas, sino además fascinantes. Lo que va del asombro a la fascinación es lo que separa a un simple hacedor de trucos de un director de cine talentoso. El origen, de Christopher Nolan, nos asombra con sus imágenes que nos dejan con la boca abierta un rato, pero nunca nos permite ingresar a un mundo que miramos como un cuadro. Por el contrario, Cameron nos invita a zambullirnos, de la misma manera que lo hacía Spielberg en la también fundamental -a los fines del cine mainstream– Jurassic Park. Si en Cameron observamos la lucha entre un Jekyll y un Hyde, entre el inventor y el director de cine, la pulseada se va inclinando para el lado del segundo porque en el medio aparece otra figura: el documentalista. Lo que hace el documentalista es básicamente traducir desde una perspectiva cinematográfica para qué sirve lo que el inventor creó, y entregárselo al director de cine para que se luzca en lo narrativo. Avatar: El camino del agua está dividida en tres actos perfectamente marcados. El primero, donde Cameron narra a pura síntesis y con elipsis definidas, es aquel donde sienta las bases del conflicto: Jake Sully y su familia acechada por los invasores, y la decisión de escapar porque el padre protege (ya veremos hacia el final cómo esa idea se subvierte y la película termina siendo una aventura juvenil). El tercero, donde estalla la acción, donde los personajes se enfrentan con un aire inevitablemente trágico, y donde aparece el Cameron espectacular, el que maneja la puesta en escena con maestría, impactando como ningún otro en la retina del espectador. Pero es el segundo acto, el que parecería más derivativo y menos relevante para el conflicto central, es aquel donde surge el Cameron documentalista. Jake y los suyos se mudaron junto a una nueva tribu, que tiene un contacto directo con el mar. Y esto le da lugar al director para que inspeccione ese universo nuevo, en un micro-relato que es como una síntesis de los 160 minutos de la primera Avatar en la que todo era novedoso. Aún con los excesos del discurso medioambientalista y pacifista (que por otro lado parece suspender cuando estalla la acción, lo que resulta una bonita contradicción que le da matices al relato), todo ese segundo tramo de la película es fundamental para que comprendamos por qué importa luchar, qué es lo que los personajes defienden: la cámara se detiene en detalles, en criaturas que esconden un significado. Lo que parece puro preciosismo y exhibicionismo, se revela como una mirada embelesada por la propia creación; es la puesta en imágenes de las ideas que flotan en el aire de Pandora. Pocos directores son tan capaces de reflexionar a partir de la imagen digital y de darle un verdadero sentido a su exploración. Es en esos pasajes donde aparece también el valor definitivo de una película como Avatar: El camino del agua, que termina siendo una invitación a participar de una experiencia. Si bien la película parece estar hecha de retazos de otras películas, incluso de otras películas del propio Cameron (hay motivos visuales que recuerdan a Aliens, a Titanic, a El secreto del abismo), en lo concreto no hay nada en el cine actual que se le parezca y no se parece a nada. Y no hablamos aquí de cuestiones tecnológicas o visuales, sino más bien de aspectos narrativos, de organicidad de un relato que dura 190 minutos y se pasa volando, de una forma personal de entender el cine de entretenimiento, algo que para algunas narices elevadas parecería imposible. Cameron redobla la apuesta de Avatar, y si bien su nuevo film parece un poco más de lo mismo (y ese es su mayor pecado), hay en esa apuesta solitaria que lleva adelante algo emocionante y vibrante, de un tipo que está dispuesto a cerrar su filmografía con una saga inagotable de películas que nadie le pidió y, sinceramente, no sé a esta altura a cuántos les interesa realmente. Esa apuesta por el cine tecnológicamente más avanzado del mundo para convocar a los espectadores al ritual antiguo de congregarse en un espacio oscuro para fascinarse con las luces proyectadas sobre la pared.
¿Valió la pena esperar trece años? La respuesta es positiva: “Avatar, El Camino del Agua” es una experiencia inmersiva y fascinante. James Cameron no se guarda ningún artilugio visual por explorar en este auténtico deleite de sentidos. Quien dedicara su entera trayectoria artística a elaborar una saga de películas hoy pertenecientes a la factoría Disney (tras su acuerdo con Fox) está de regreso, proyectando futuras secuelas que conoceremos, con intervalos de dos años, de aquí a 2028. Más de tres horas de metraje condensan la mayúscula visión cinética de un Cameron obsesionado con las profundidades marinas desde la magnífica “Abismo” (1988). Aquí, vuelve al elemento natural donde se siente más cómodo: la densidad del agua simulada es el origen de la vida para este ejercicio de cine de fantaciencia concebido mediante exorbitante presupuesto. Catorce años después del estreno de la ultra taquilla película “Avatar” -una integradora experiencia de paradigma tridimensional-, la flamante embriagadora imponencia visual duplica las expectativas puestas sobre semejante producto. Fotogramas en velocidad y sonido envolvente resultan las cartas de presentación de un film causante de tremendo hype. No era para menos, tanto es que técnicamente supera todo lo imaginable para el ojo humano. En los océanos de Pandora, el artificio audiovisual es instrumento para la creatividad y su forma de concebirlo revoluciona el sentido industrial de una propuesta del estilo. «Avatar, El Camino del Agua» moldea un sentido de profundidad narrativa encomiable, en donde el medio no conspira contra la idea. Reformulando los cánones de género y todo estereotipo habido y por haber, el gigante guionista y productor canadiense coloca la piedra fundamental de una obra a la que consagró su artesanal tecnicismo. Su vehículo tecnológico potencia el mensaje, a de manera que palpamos con extremo realismo relieves, texturas y contornos. El reto al que se enfrentaba el director era lograr, a través de un mundo digital, el perfecto equilibrio en dotar de protagonismo humano a una historia que pretendía prescindir de éste. Sin llegar a ser consumido por los efectos especiales, demostrando una gran capacidad de generar nervio y emoción, gana la pulseada y sortea su mismo gran obstáculo que década y media atrás: en tiempos de incredulidad y escepticismo, caer en la propia trampa del mediocre panorama hollywoodense. Reminiscencias de una labor estética y conceptual en la que comenzó a enfrascarse hacia fines de los años ’90, como compendio de una escritura adelantada al uso de efectos especiales que por entonces el cine disponía. Tiempo al tiempo, las herramientas adquiridas en pos del sentido de belleza perseguido por el autor han sabido conducir a buen destino aquella colosal quimera.
Avatar – El camino del agua: Pitufos con snorkel El abismo de la forma del agua El tiempo todo lo destruye… el mismo fenómeno se da con el agua. 13 años después volvemos a encontrarnos con los Pitufos sobre hormonados que surgieron de la mente de quien realizó varias de las mejores películas de la historia. ¿Sigue intacta la magia? Vamos a sumergirnos en Avatar: El camino del agua. ¿De qué va? Jake y Neytiri han formado una familia y se dedican a la crianza de sus hijos hasta que, para proteger a su familia, se ven obligados a dejar su hogar. Los Sully viajan a través de los vastos confines de Pandora y llegan al territorio del clan Metkayina, que vive en armonía con los océanos que los rodean. Allí, los Sully deben aprender a navegar tanto en el peligroso mundo del agua como en la incomodidad de ganarse la aceptación de su nueva comunidad. James Cameron revolucionó el cine y la cultura pop en 2009 con la que fue la película más recaudadora de la historia hasta que llegaron los superhéroes. Pasaron 84 años, pero llegó su secuela que nos lleva de Pandora a un nuevo elemento: el agua. Expectativas. Esa parece ser la palabra clave en este caso. Cómo sucedió hace exactamente un año con Spiderman: No Way Home, estamos ante el evento cinematográfico del año; incluso por sus implicancias podríamos decir de los últimos diez años. Eso nos posiciona desde otro lugar como espectadores. Nos pasó lo mismo cuando fuimos a ver la segunda de Matrix, o Avengers: Endgame, una vez que una película rompe el paradigma establecido su continuación reviste una responsabilidad inherente a ella misma al estar navegando en las intrincadas mareas de la cultura popular. Y eso pocas veces da resultados positivos. La continuación de Avatar es visualmente magnífica. Un espectáculo en sí mismo, más si tienen la posibilidad de verla en IMAX; no encontré más de 3 efectos que por la complejidad parecían más cercano a gráficos de PS5… ¿el resto? Una maravilla técnica incomparable. ¿Pero eso es lo que importa? En tiempos de desafíos técnicos constantes, donde todo parece posible en términos de vfxs, las diferencias radican en lo que se cuenta y como el público empatiza con los personajes. Esta continuación nace con el diagnóstico de nuevas secuelas ya realizadas, haciéndola en su ADN más cercana al multiverso superheroico que a su primera parte. No estamos contando una historia, sino un capítulo en algo más grande. Y eso hace perder el foco de lo que se narra. Avatar: El camino del agua arranca varios años después de la primera, con reencarnaciones, gente que vuelve de la muerte y una nueva familia a la que conocer. Todo esto, se condensa en una voz en off e imágenes que recuerdan al inicio de T2: Judgement Day, luego de eso los personajes principales arrancan en otro lugar. Y cómo Dorothy, ya no estamos en Kansas. Pero nos gustaba Kansas, y queríamos conocer más. Bueno, todo lo que conocías ya no existe. Ni siquiera las características de sus protagonistas. Mientras Neytiri (Zoe Saldaña) mantiene su personalidad, la paternidad de Jake (Sam Worthington) le juega una mala pasada reconvirtiendo al personaje y haciéndolo navegar en la incertidumbre hasta el último plano de la película. La nueva generación lleva y trae la acción (encarnados en personajes arquetípicos sacados de las Tortugas Ninjas) pero nunca terminan de asentarse. Incluso, es todo medio predecible llevando a imaginar el futuro de cada uno de ellos y adivinándolo. Las preocupaciones de Cameron siguen intactas: el océano y el agua como lugar de misterio y amor (Abbys), la secuencia larguísima de acción en un barco en destrucción hundiéndose (Titanic), el destino en las nuevas generaciones (la ya nombrada T2) más su preocupación por el ecocidio y la agenda progre de Disney. En algunos casos, este punto que debería ser de vital importancia, se vuelve tan obvio y acentuado que hasta da mersa. Avatar: El camino del agua es un show, un espectáculo, un evento cinematográfico que forma parte de una Hidra que va agregando narrativas (ahora parece que va a haber un comic sobre lo que sucede entre la primera y la segunda parte) y que pone a James Cameron en la responsabilidad de contar historias o querer seguir siendo el director más taquillero de la historia. Esperemos que una ola de soberbia no arrastre todos sus logros alcanzados.
Hoy se estrenó la esperadísima secuela de uno de los films más taquilleros de la historia del cine en todo el mundo: “Avatar 2: el Camino del Agua”, dirigida y co-escrita por James Cameron, y nos sumergimos una vez más en el mundo de Pandora. Jake Sully (Sam Worthington) sigue liderando al clan Omaticaya de los Na’Vi, junto con la gran cazadora, su esposa, Neytiri (Zoe Saldaña). Ha pasado cierto tiempo desde la última batalla con los humanos, y su familia se ha agrandado, dando paso a nuevos aprendizajes y retos, pero ninguno como el que un día les llega: la Gente del Cielo vuelve, y con ellos sus naves, armas, robots y codicia sin fin, más fuertes, sagaces y hábiles que nunca. Entre los atacantes, se encuentra un viejo enemigo de Jake, que tiene cuentas pendientes con él. Sully debe encontrar la forma de proteger a los Na’Vi, y, especialmente a su familia, de la sumisión, y para eso, es necesario decidir si escapar o luchar hasta el final. ¿Cuánto costará vencer a la Gente del Cielo? ¿Podrán Jake y Neytiri pagar el precio? Esta superproducción, sumada a su antecesora, “Avatar” (2009), sube el estándar en lo que es estética, efectos, CGI, y la combinación de todo esto para armar algo inolvidable. La actuación, al reseñarse, casi no puede separarse de todo lo técnico, porque se sabe que los actores, para grabar sus escenas, realizan sus performances en un estudio vacío, lleno de paneles azules. No hay nada en el mercado del entretenimiento que logre integrar tan fluidamente el arte de los intérpretes con tan exquisita parafernalia de recursos tecnológicos. La posproducción, responsable absoluta de esta integración, convierte objetos sueltos, no solo en un “todo”, sino en una bellísima experiencia multisensorial para el espectador. Dejando de lado la excelencia de la técnica, las performances de los y las intérpretes, aunque algo apuradas por la dirección, son, en general, muy memorables. Destacamos, sobre todo, las de Sigourney Weaver (“Kiri”), Kate Winslet (“Ronal”) y Stephen Lang (“Quaritch”). A medida que se expande el Universo de esta historia, la importancia de los personajes de Worthington y Saldaña decrece, sin extinguirse, pero dejando lugar para el crecimiento de otras presencias - eso es algo lindo de ver. Pero… al cobrar relevancia el concepto de la familia, más que solo personalidades individuales, se necesita más tiempo para contar la experiencia de todos. La ambición rompe el saco: esto termina apurando el desarrollo de la trama y, por momentos, entorpece el entendimiento de todo lo que sucede (que es mucho). Apurándolo, y todo… el film dura casi 3 horas. Por otro lado, “Avatar 2: el Camino del Agua”, con tantas expectativas detrás, tiene el deber de conectar la primera película con toda una historia más grande. Así, se construye gradualmente, y los personajes tienen más matices, sin ser simplemente “buenos” o “malos”. La trama y el guion no son infalibles, lamentablemente, y el espectador puede (o no) perderse en pequeños detalles que no son aclarados, o lo suficientemente profundizados. Sin embargo, se nota una espectacular habilidad para conectarla con el resto de la saga “Avatar”, que ya tiene planeados 3 estrenos más. Para finalizar, hay que aclarar que la belleza de la temática del film, relacionada con el agua, los seres submarinos de Pandora, etcétera, son increíbles. El diseño y la animación de todo el escenario en que se encuentran los personajes dejan boquiabierto hasta al más escéptico. Las texturas son casi palpables, la música es perfecta y la ambientación fluye naturalmente; la creatividad presente en este film abruma de tan bella que es, y la frutilla del postre es que hasta la creación de nuevos personajes está combinada con buena asesoría científica (en la adaptación de la anatomía de los cuerpos en base al ambiente en donde crecen). No tiene fallas. Personalmente, vi esta película en 4D. Más allá de que es una excelente experiencia, lo principal es verla en el cine, ya sea en 2D, 3D, 4D... La belleza está en las texturas, los paisajes, y las inmensidades. ¡A aprovechar! Recomendada con mucho entusiasmo para ver en estas fiestas. Por Carole Sang
Después de trece años, James Cameron entrega su prometida secuela de la película que revolucionó el 3D, quizás la que más sentido le dio. Pero así como aquella, no hablamos de películas que son eso, espectáculos para la pantalla grande y poco más: James Cameron es ante todo un gran narrador de historias, clásico, pero también un virtuoso de la imagen y aquí vuelve a sorprender con una película que en imágenes virtuosas supera a su antecesora. El mundo de Pandora se nos fue desarrollado a través de una bella historia de orígenes y adaptación como lo fue Avatar. Para su secuela, Cameron redobla la apuesta: con un mismo interés temático y una historia parecida pero diferente, que no se siente repetitiva pero sí totalmente fiel a esa esencia, el director introduce un mundo que a él lo fascina, el acuático. En cuanto a la trama, ésta encuentra a sus protagonistas Sully y Ney’tiri felices y conformando una familia con cuatro hijos, siendo una de ellas, Kiri, adoptada (Sigourney Weaver que regresa interpretando a la hija del personaje por el que la conocimos en la entrega anterior). A ellos se les suma un niño humano, Spider, que quedó atrapado en Pandora al haber sido concebido ahí y se siente uno más de esa familia de criaturas azules. La paz y la calma del lugar se ven invadidos cuando los militares, “la gente del cielo” como los llaman las criaturas del bosque, irrumpen en Pandora mientras el Planeta Tierra termina de degradarse. Como si fuera poco, uno de ellos es Quaritch, avatar del coronel villano deceso que al ser creado con sus memorias busca venganza con el desertado Jake Sully. Jake Sully se siente antes que todo esposo y padre y como tal quiere proteger a su familia. Es así que decide que se trasladen hasta más allá de los bosques junto a una tribu parecida pero diferente que vive a orillas del agua. A esta altura pasó alrededor de una hora de película que sirve para refrescar datos de la película anterior, presentar el conflicto y enfrentar a protagonista y antagonista. Desde este momento, la película se eleva sobre todo desde lo visual, mostrando a un Cameron fascinado con su mundo acuático y logrando transmitir cada gota de ese amor. Avatar: El camino del agua, escrita por el director junto a Rick Jaffa y Amanda Silver, nos presenta entonces una nueva subcultura que se rige por los mismos principios de lealtad entre ellos. El desafío para esta familia que llega de afuera es ahora ser aceptados y convertirse en uno más. Una de las pequeñas perlitas que se encuentran acá es el personaje de Kate Winslet, no tanto quizás por el personaje en sí, que queda algo pequeño y desaprovechado, sino por lo que significa el reencuentro entre el director y la actriz tras la emblemática “Titanic”. Sin contar mucho más de la trama, que depara más sorpresas y personajes, vale la pena decir que a medida que la película avanza nunca deja de fascinar e hipnotizar con sus imágenes. Imágenes espectaculares y creadas de una manera tan precisa que no siempre se pueden distinguir los efectos digitales de los prácticos. El 3D y el HFR le permiten mucho dinamismo y resulta fácil verse inmersa en estos mundos. Al mismo tiempo, como mencionaba antes, Cameron es un gran narrador. Con un guion de estructura clásica, con buen timing para presentar situaciones o personajes que pronto forma parte de la trama principal, la película siempre resulta atrapante y emocionante, y no es poco para una película de su duración en una época con espectadores cada vez menos acostumbrados a permitirse dejarse llevar por otros mundos sin interrupciones durante tanto tiempo. También tenemos a un director ya en su madurez, totalmente consciente de su talento y de su obra, un maestro indiscutido, y que por lo tanto puede permitirse citarse a sí mismo en más de una ocasión y sin que nunca parezca algo forzado. Desde la trama, quizás esta secuela no presente mucha novedad y quede un poco por detrás de su predecesora, apostando aún más al sentimentalismo. A nivel visual, en cambio, la supera de manera notable. Obvio que voy a dejar constancia acá de que es una película para ver en sala, en 3D y en HFR, y ni hablar en IMAX si se puede. Eso sería lo ideal. Desde que el 3D irrumpió en las salas pocas películas han demostrado hacer del 3D un personaje más como lo hizo Cameron con su Avatar. Avatar: El camino del agua es un espectáculo fascinante y es también una historia sobre la familia, el respeto por la naturaleza y la importancia de aprender a convivir entre diferentes culturas. Quizás algún trasfondo, en especial lo relacionado a la denuncia ecológica, resulte algo subrayado, y la lucha entre el bien y el mal no dé lugar a muchos matices. Aun sí estamos ante una película que lo tiene todo: aventura, amor, ciencia ficción, acción… una experiencia alucinante, entretenida y, sobre todo, humana.
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Reseña emitida al aire en la radio.