Blues del petróleo. Que el cine nacional de pretensiones altisonantes se convirtió en un mero mecanismo retórico, tan vacío como repetitivo, es un hecho innegable que podemos constatar en cada nueva propuesta con destino festivalero que llega de forma compulsiva a la cartelera local. Ajenos en gran medida al gusto popular y centrados en una imagen alternativa con respecto a Hollywood (“alternativa” quiere decir europea y vetusta, reduccionismo mediante), los ejemplos autóctonos ya no tienen los problemas técnicos de antaño pero siguen apresados a cierto tono severo del desaparecido “nuevo cine argentino”, aunque hoy peligrosamente cerca de aquellos mamarrachos del período previo, los opus que motivaron la “rebelión”. Así las cosas, elementos que se creían superados como la sobreactuación, un naturalismo deficiente, la prolongación innecesaria de las escenas, la desidia en el desarrollo de personajes y los baches esporádicos en el guión, retornan de a poco a una “industria criolla” que continúa subsidiada/ mantenida artificialmente por el estado debido a la ausencia de un público específico, gracias a que las autoridades de turno se manejan desde el amiguismo, a partir de una perspectiva egoísta y con criterios del onanismo intelectual. Boca de Pozo (2014) es otro eco trasnochado de la década del 90 pero sin la fuerza ni el aire renovador de aquellos años, apenas un recuerdo muy lejano de la potencialidad de un cambio definitivo. El film en cuestión hace una relectura de la obra de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, condimentada con algunos destellos de Ken Loach y Wim Wenders, con vistas a retratar la existencia de Lucho (Pablo Cedrón), un petrolero del sur que a pesar de disfrutar de un buen pasar económico, vive sumido en una depresión promovida por su adicción a la cocaína, sus deudas por apuestas varias y el “sueño” de escaparse con una prostituta, abandonando en el camino a su pequeño hijo y a su esposa embarazada. Si bien la película edifica un verosímil más que sugestivo, en función de locaciones reales que suman mucho a la escenificación, es incapaz de despertar un verdadero interés en el patético protagonista. Como suele ocurrir, el principal responsable de este devenir monótono y plagado de estereotipos artys es el director Simón Franco, quien pudiendo complejizar la historia mediante personajes secundarios o giros narrativos concretos, se decide en cambio por un soliloquio -sinceramente soporífero por momentos- en el que Cedrón hace lo que puede. Un minimalismo hueco y cierta torpeza en la progresión dramática sólo provocan aburrimiento en esta colección de penas inertes que desaprovechan la oportunidad de analizar una profesión poco “trabajada” por el cine. Llegando la instancia del desenlace, Franco ni siquiera le saca el jugo a ese estrecho margen de tensión acumulada a lo largo del metraje…
Boca de Pozo, de Simón Franco, sigue las peripecias de Lucho, un trabajador petrolero interpretado por Pablo Cedrón. Al contrario de lo que uno podría esperar a partir de la sinopsis, la mayor parte del metraje está dedicado al tiempo libre del protagonista, no a sus horarios laborales. Su rutina es resumida en breves tomas: vistas panorámicas de la torre petrolera, que domina el paisaje rural, y planos detalle de la columna o sarta de perforación, que se alarga progresivamente con nuevos tramos de caño. La función de estas imágenes es descriptiva. Es decir, muestran la duración y monotonía del trabajo, sin emularla o reproducirla en la pantalla. A modo de comparación, films como La Libertad, de Lisandro Alonso, y La Isla Desnuda, de Kaneto Shind?, registran minuciosamente cada movimiento de sus leñadores o pescadores. Franco, en cambio, cuenta otra historia: no la de un cuerpo que trabaja, sino la de un cuerpo que no sabe cómo descansar luego de trabajar. Terminadas las escenas introductorias en el yacimiento, la trama se muda a una ciudad cercana, donde viven los “boca de pozo”, apodo que reciben quienes se ocupan de perforar el suelo. Descubrimos otra faceta de Lucho, la de mujeriego y drogadicto. Lo seguimos mientras recorre, en su auto, distintos puntos de interés: la villa miseria donde compra cocaína, el club nocturno donde se emborracha, el casino donde despilfarra su dinero en máquinas tragamonedas y la suntuosa casa de una prostituta. También almuerza con su madre, con la que apenas habla, y escucha los reproches de su esposa, quien le recrimina que malgaste su sueldo. El proyecto de la película y su estética resultan algo predecibles. Franco, generalmente, se limita a filmar primeros planos o planos medios, a menudo con una profundidad de campo corta para aislar a sus personajes del mundo. Lucrecia Martel, en La Mujer sin Cabeza, ensayó algo parecido, pero de manera extrema y experimental. Boca de Pozo es más amable y visualmente repetitiva. Pocos son los momentos que desorientan o sorprenden (salvo excepciones, como cuando el rostro de Lucho, sobre el escenario de un boliche, flota ante un fondo abstracto de luces de colores). Se nota cierta ausencia de imaginación cinematográfica. No falta profesionalidad, pero tampoco sobra ambición. De todos modos, esta pobreza de estilo es quizás deliberada. El film es un pequeño fragmento de vida y sus últimos minutos sugieren una historia cíclica, un camino sin rumbo para Lucho. El protagonista, como insinúa el título, es definido por su oficio, pero no lo vemos tanto en acción como en reposo. Los efectos de su trabajo, de sus días largos, del ruido insoportable de la maquinaria, no los descubrimos in situ. Lo hacemos después, cuando Lucho intenta organizar su descanso, construir sus relaciones afectivas, comunicarse con su madre o su esposa y usar su dinero. Incluso, cuando habla con los demás, Lucho tiende a exagerar sus muecas de fastidio y cansancio, como si fueran gestos automáticos. Es el retrato de un hombre que perdió la capacidad de gobernar hasta su propia expresividad. Es en esto que notamos la huella, la cicatriz, de ser un “boca de pozo”.
En lo profundo Boca de pozo es un relato hacia adentro, que pretende sumergirse –a veces lo logra, a veces no- en el complejo estado psicológico de su protagonista en un proceso de enajenación y auto alienación, que no tiene como detonante –paradójicamente- su rutina laboral como perforador de pozos en el sur sino su propia impotencia para moverse con libertad cuando esa rutina desaparece. Pablo Cedrón es el actor más adecuado para ponerse en la piel de Lucho, hombre de pocas palabras, siempre con un gesto de disconformidad ante todo y que parece encontrar seguridad durante sus largas estadías, alejado de sus deudas financieras, una esposa embarazada, un hijo poco comunicativo y una madre a la que visita de vez en cuando pero no con la misma frecuencia que lo hace con su amante prostituta. La salida obligada del pozo simbólicamente sumerge al protagonista en otro pozo del que parece aún no haber tocado fondo y ese derrotero, que también cuenta con lugares comunes en un pueblo común donde no queda mucho por hacer, se vuelve un círculo vicioso que lo mantiene atrapado. Para Lucho el dinero implica problemas y los afectos también, aunque ese vértigo y adrenalina de lo incierto no le alcanzan para motivarle siquiera la chance de un cambio o proyecto de huida. Las falencias del guión que encuentra en el naturalismo su mejor aliado quizás obedezcan a la falta de construcción de personajes secundarios de más peso, aunque todas las fuerzas recaigan siempre en el mismo centro que no es otro que este atribulado y nada empático personaje, a quien la cámara de Simón Franco acompaña desde la distancia necesaria pero sin perderle el rastro a su procesión interna. La idea de calar hondo tanto para extraer el tan codiciado petróleo como alcanzar en lo más profundo aquellas emociones que determinan las conductas o llevan a tomar las decisiones más extremas trazan el paralelismo entre Lucho, su trabajo y su entorno, dejando muy poco margen para escudriñar sobre otros aspectos de su existencia.
Un lugar donde refugiarse Simón Franco vuelve a retratar el sur argentino, luego de Tiempos menos modernos (2011), pero ya no con el estilo tragicómico que caracterizó a su ópera prima, sino esta vez desde la opresión de un personaje agobiado por la rutina laboral y familiar. En Boca de pozo (2014), Lucho (soberbia actuación de Pablo Cedrón) vive en el pozo petrolero y esa rutina existencial se traslada a la relación que mantiene con su esposa (Paula Kohan), su madre, su hijo y la prostituta que frecuenta de la que está enamorando. Franco divide la película en dos partes para mostrar la vida de Lucho. En la primera se posará sobre el ambiente laboral que rodea a los operarios petroleros y la rutina diaria que los lleva de la cama al trabajo y viceversa. Rutina que se verá modificada por una huelga que lo sacará de la hostilidad del lugar para depositarlo en la hostilidad de otra realidad. Es en ese segundo tramo es donde la película da un giro para seguir (literalmente la cámara sigue al personaje durante todo el periplo) el derrotero personal de un hombre adicto -a las drogas, al juego, al sexo, a las mentiras- que busca evadirse permanentemente de esa otra realidad que le toca vivir cuando está fuera de su hábitat laboral. Mujer, hijo, madre, amante, rodean a un personaje osco y antipático que se avade de las demandas afectivas a través de cuanta adicción exista. La historia crece a medida que vamos viendo las diferentes aristas de un personaje que da la sensación de que va en caída libre. El guión de Boca de pozo, fue escrito a tres manos por el propio realizador, Luis Zorraquin y Salvador Roselli, este último también guionista de Las Acacias (2011), película que se le asemeja y con la que se pueden establecer varios puntos de contactos. Boca de pozo es una obra intimista, con todo el peso dramático puesto en un solo personaje, que muestra a la Patagonia desde un lugar que el cine no nos tiene acostumbrados. Un lugar tan hostil, oscuro y opresivo como la vida de Lucho.
Hay que salir del agujero interior Simón Franco sorprendió hace poco más de dos años con la poco vista Tiempos menos modernos, una comedia asordinada sobre un baquiano de origen tehuelche cuya vida daba un giro de 180 grados después de la llegada de la televisión a la Patagonia. Boca de pozo toma las mismas coordenadas geográficas, centrándose en un personaje perdido en ese terreno yermo, aunque en este caso en un complejo petrolero inhóspito, casi perdido. Como en su ópera prima, Simón Franco dedica los primeros minutos a mostrar el devenir de la rutina de su protagonista, el operario Lucho (notable Pablo Cedrón). Rutina que no presenta demasiados sobresaltos: de la cama al pozo y del pozo a la cama. El film acrecienta aún más el efecto alienante de lo cotidiano retratando la operativa maquinal -y todo el automatismo reiterativo que esto implica- de las moles de acero sobre las que él trabaja. El panorama cambia cuando llega al pueblo durante una huelga laboral. Allí se verá que, detrás de esa aparente calma, subyace un personaje pleno de matices: infiel, apostador compulsivo, no demasiado apegado a su familia y con un alcoholismo incipiente. Sin el humor solapado de Tiempos menos modernos, pero con mucha más espesura emocional, Boca de pozo empieza a complejizarse a medida que ausculta en los recovecos de Lucho. Podría pensarse a Boca de pozo, entonces, como una reversión tonal de los trabajos patagónicos de Carlos Sorín, desde Historias mínimas hasta la gran Días de pesca: allí donde antes había luz, inocencia y bondad, aquí todo es lóbrego, oscuro y silencioso, más allá de que Franco se reserve para el desenlace la potencialidad de un cambio. Cambio que quizás sea el deseo subrepticio del protagonista, incluso cuando ni siquiera él mismo pareciera saberlo.
Este nuevo trabajo del director Simón Franco, es un drama que se va construyendo a partir de sus personajes y que intenta reflejar la realidad de un trabajo y una comunidad donde la soledad, el dinero y los vicios conforman la existencia de sus pobladores. Pablo Cedrón interpreta a un “boca de pozo” (apodo que reciben quienes se ocupan de perforar el suelo en los pozos petroleros) que comparte, junto a otro compañero, una experiencia de trabajar en un yacimiento a las afueras de la ciudad patagónica de Comodoro Rivadavia. A partir de locaciones reales y un naturalismo en la puesta en escena Franco logra conformar un relato verosímil sobre la vida de estos trabajadores, pero la prolongación innecesaria de varias escenas y la falta de construcción de personajes secundarios desaprovechan una oportunidad para profundizar un poco más sobre esta profesión tan particular. Seguimos la rutina de este trabajador, tanto en su ámbito de trabajo como en su tiempo en el pueblo, donde su adicción a la cocaína, deudas por apuestas y encuentros con una prostituta, se vuelven un círculo vicioso que lo mantiene atrapado. Si bien el film destaca la realidad de un trabajo duro (por la exigencia física, lo monótono y las condiciones climáticas), pero muy bien remunerado, en una ciudad sin ofertas culturales ni recreativas más que fomentar el juego, los vicios y el consumismo de estos trabajadores ausentados de sus familias, sólo centra su mirada en ciertos trabajadores del sector. Trabajadores casi analfabetos, sin una formación académica ni contención familiar que ganan semejantes cantidades de dinero y caen rápidamente en los vicios. Con largas panorámicas, visualmente repetitiva y una lenta progresión dramática, la película da un pantallazo por la rutinaria vida de estos trabajadores que no logran despertar un verdadero interés para el espectador.
La decisión de contar de otra manera Con un notable trabajo de Pablo Cedrón en el papel protagónico, la película se esmera en evitar la empatía fácil con el espectador. E introduce un matiz no tan habitual en el cine argentino de estos tiempos, relatar a partir de las acciones. El pulovercito claro da la voz de alarma. Poco antes del final de Boca de pozo, el protagonista, trabajador petrolero que no da pie con bola y hasta entonces apareció vestido siempre con ropa oscura, se presenta en familia, sonriendo junto a su esposa e hijo, con un pulovercito claro. Alarma de símbolo: ¿significa el pulovercito que Lucho resolvió sus problemas, se le aclaró la vida de golpe? Por suerte, Boca de pozo, ópera prima de ficción del neuquino Simón Franco (1968), no es Las acacias o cualquier otra película por el estilo. No termina con la súbita buenificación del (anti)héroe, de modo de complacer a su majestad el espectador, siempre tan deseoso de identificaciones positivas. Lucho no se abuena ni deja de hacerlo: Boca de pozo es un simple corte en el tiempo, que termina donde termina. Después del final, la vida de Lucho sigue. El espectador nunca sabrá si bien, mal, mejor o peor. El pulovercito claro no era un símbolo: era un pulovercito, nomás. Como Algunos días sin música tiempo atrás, Boca de pozo es una “tapada”. Llega al estreno sin un notorio paso previo por festivales (Pantalla Pinamar en este caso, Mar del Plata en el otro, sin mayor repercusión de ninguna de ambas), sin ese runrún que suele acompañar las películas que hay que ver (incluso las que no hay que ver), sin recomendaciones y casi sin que se conozcan nombres y antecedentes del director. Matías Rojo, realizador de Algunos días sin música, era un debutante. Simón Franco no. Pero para recordar que tiene una película previa (el muy premiado documental Tiempos menos modernos, 2011) se requiere un pequeño esfuerzo. No se requieren más que dos o tres planos para advertir, de entrada, que el director de Boca de pozo sabe qué quiere contar. Dónde poner la cámara, cuánto hacer durar cada plano, qué clase de elipsis utilizar para que la narración fluya sin perder misterio. Boca de pozo responde al modelo de “película patagónica”, impuesto, más allá de las gigantescas diferencias, por films como Nacido y criado, Liverpool y La reconstrucción: historias de trabajadores manuales, enfrentados al viento y el frío en una soledad que presupone el corte de previas relaciones familiares. Como Diego Peretti en la última de ellas, Lucho (Pablo Cedrón) trabaja en la industria petrolera. Pero Peretti era ingeniero, y Lucho la yuga desde temprano allí donde indica el título: en las torres de Comodoro (el realizador vivió largos años allí), vigilando que el pistón entre y salga del pozo. Tiene un amigo. O tal vez sea sólo su compañero de tráiler. Es Gary (el chileno Nicolás Saavedra, a quien lo único que se le entiende es la palabra “culeao”). Gary es más joven que él, cenan juntos comida precongelada, ven la tele o juegan a la play. En el medio, Lucho trata de estudiar para un curso de capacitación. Mucho no puede. “No me entra nada –dice–. Leo y leo y no me queda.” A la play juegan por plata y Lucho siempre pierde, frente a un rival más joven y más rápido. El juego, la plata y perder parecen elementos capitales en la vida de Lucho. Tiene una deuda de juego que no puede levantar, para levantarla pasa números de quiniela o va al casino, pierde más y agranda la deuda. Igual, en la vía no está. En Comodoro tiene casa, mujer (Paula Kohan) e hijo. Es dueño, además, de un “BM”. Pero lo quiere hacer plata para saldar la deuda. Mientras tanto chupa, toma merca, fantasea con irse a Neuquén con una chica que no está muy claro si es una amante o una puta a la que visita regularmente. Sobre un guión del que participó Salvador Roselli (que intervino en El perro, Liverpool y... ¡Las acacias!), Simón Franco no cae, en relación con su protagonista, en el desprecio, el miserabilismo o la romantización de la derrota. Lo mira hacer. Sin juicios, sin pretender llevarlo a ningún lado. Boca de pozo no es lo que el cine es cada vez más seguido –una fábula moral–, sino lo que está en inmejorables condiciones de ser y es cada vez menos: un relato de acciones. Acciones físicas, concretas: los pistones que suben y bajan, los hombres que hablan poco y se guardan cosas, un paro gremial en la planta, una borrachera en un karaoke, la vista perdida de Lucho en medio de un polvo. “Me perdí”, dice Lucho durante el karaoke, tratando de seguir la “melodía” de La vuelta del Matador, de Cacho Castaña. Esto es cine. Eso quiere decir que las acciones físicas pueden ser, también, metafóricas. Los émbolos, que no dejan de repetir la misma mecánica al infinito, tal vez estén diciendo algo sobre la angustia de Lucho. La narración es seca y directa, y la actuación de Pablo Cedrón, áspera, lacónica, reconcentrada. Cargada de un cansancio que quizá sea algo más que físico.
Como en Tiempos menos modernos, Simón Franco vuelve a transitar por su Patagonia y nuevamente por un ambiente conocido: el de los trabajadores del petróleo, los boca de pozo, tal como son llamados los encargados de hacer las perforaciones en los yacimientos y que en esa función pasan la mitad de su vida en la planta: quince días encerrados en el campo donde trabajan y otros quince de descanso, en sus casas, en Comodoro Rivadavia. Un régimen de trabajo que es al mismo tiempo un régimen de vida, y no precisamente de los más saludables, aunque tengan el beneficio de una remuneración considerablemente alta. Es natural que Lucho, el protagonista casi excluyente de esta historia (un estimable trabajo de Pablo Cedrón), lleve una vida tan poco satisfactoria. Su singular rutina laboral se extiende a todas las circunstancias que lo rodean. Ningún dinero compensa la chatura de su vida ni puede liberarlo de un futuro al que se sabe condenado. Tampoco lo compensan los placeres que puede pagarse: ni el alcohol ni el juego, ni la compañía de una prostituta con la que a veces sueña alguna forma de amor, ni siquiera el consumo de cocaína que ha terminado llenándolo de deudas. Ni hablar de la deteriorada relación con su mujer, o con su hijito, o con una madre a la que ve pocas veces y escucha menos. Son durísimos los períodos de trabajo -donde sólo se vincula, muy superficialmente, con un obrero chileno que sólo ha llegado al yacimiento atraído por el buen sueldo-, pero es difícil establecer si no son igualmente angustiantes las dos semanas de "descanso" en la ciudad. El film empieza y termina en la planta petrolera con una serie de imágenes descriptivas que tienden a lo documental, aunque tal vez intentan transmitir alguna carga metafórica acerca del peso que agobia el sentimiento de Lucho y de su complejo estado psicológico. La segunda parte, ya en la ciudad, también procura ahondar en el drama interior, aunque no siempre lo consigue, un poco porque el guión se cierra demasiado sobre el parco personaje (la cámara lo sigue casi continuamente) y a él quizá le ha faltado mayor elaboración, acaso porque los personajes secundarios han tenido escaso desarrollo, con lo que el retrato se hace algo reiterativo. A su favor, en cambio, debe anotarse el aporte de las locaciones reales. Sin duda, donde el film mejor acierta es en la pintura del ambiente. Haber desarrollado todo el rodaje en la Patagonia, tanto en la ciudad de Comodoro Rivadavia como en el campo, les da a las imágenes, con su soledad y su clima hostil, una verdad que se refleja en los personajes y que de otro modo habría sido difícil de alcanzar.
Capitalismo y soledad Doble o nada", desafía Lucho (Pablo Cedrón), "Te voy a dejar pelado", responde Gary (Nicolás Saavedra), que no duda en dejar la plata que había tomado de la mesa, seguro que va a embolsarse 600 pesos en otra partida del… videojuego. Doble o nada", desafía Lucho (Pablo Cedrón), "Te voy a dejar pelado", responde Gary (Nicolás Saavedra), que no duda en dejar la plata que había tomado de la mesa, seguro que va a embolsarse 600 pesos en otra partida del… videojuego. La escena se ubica casi a 15 minutos del comienzo de la historia, que ya se encargó de mostrar las duras condiciones laborales de los trabajadores del petróleo y el relato ya se encamina a reflejar a Lucho en su hogar, cuando baja a la ciudad, un trabajador bien pago que sin embargo no encuentra sosiego y se gasta sus importantes ingresos en prostitutas, cocaína y consumos desaforados. Después de Tiempos menos modernos, donde relataba la derrota de un hombre solitario frente a los avances de la modernidad, el director neuquino centra su segundo film en la capacidad intrínseca del capitalismo de ser el vehículo para la infelicidad del hombre. Así, el mundo del trabajo, que en general es uno de los espacios de excelencia de la injusticia y las privaciones, es abordado por Franco en un trabajador calificado que puede representar a muchos, que luego de trabajar en las condiciones más penosas, lejos de su familia y aislado, recibe una paga mayor que el común de los asalariados pero no sabe que hacer con ese dinero, que sin ninguna duda no es un sosiego para el permanente estado de insatisfacción. Cedrón está inmejorable en un protagónico que parece haber sido hecho a su medida y más allá de algunos esquematismos, el film dialoga con la obra de los hermanos Dardenne o Ken Loach, es decir, incursiona dignamente en terrenos poco transitados del cine argentino en los últimos años.
Una manera de documentar el trabajo muy exigente en las petroleras, donde se suceden trabajos extremos y descansos. El protagonista es un hombre angustiado, desfazado, endeudado. Buenas intenciones, falla la historia, bien ambientada.
El agobio de un obrero petrolero Pablo Cedrón protagoniza esta película, ambientada en el Sur, encarnando a un trabajador en un recorrido sin rumbo. “Los lugares los hace la gente”, le dice Rojas a Lucho, cuando éste le cuenta que tendrá un hijo y que le gustaría verlo crecer en otro lado. El diálogo, uno de los más representativos de Boca de pozo, es una evidencia más de la escasa vida interna del protagonista, Lucho (gran actuación de Pablo Cedrón), cuya anodino transcurrir es el eje de la nueva película de Simón Franco (Tiempos menos modernos). Ambientado en los yacimientos petrolíferos y la ciudad de Comodoro Rivadavia, al comienzo el filme exagera la ausencia argumental mientras exacerba la atmósfera opresiva. No pasa nada, pero se respira el agobio, la rutina y la inercia que mueven a Lucho, obrero petrolero. Vive en una cabina, que comparte con Rojas (el chileno Nicolás Saavedra) y no sabremos más hasta que un paro, una negociación paritaria, los haga dejar el puesto, la caseta en la que viven, y volver a la ciudad. Cambia el lugar, pero este personaje de diálogos huecos, adicto al juego, también ofrecerá allí y en su vida familiar un inquietante eco de insatisfacción. Desconocemos el pasado de Lucho, pero es fácil adivinarlo. Nunca fue dueño de sus propias decisiones. Ansioso, consumidor compulsivo, engaña a Celeste, su mujer (Paula Kohan) con una prostituta, y le miente con el sueldo que dilapida en excesos sin retribución. Un dato insoslayable: Franco, el director, es hijo de un trabajador petrolero que vivió en esa misma ciudad. Y testigo del drama silencioso de muchas localidades del sur, donde abundan los trabajadores bien pagos sumergidos en estados emocionales depresivos. Sumergidos en un pozo de ansiedad. La película lo sigue a Lucho en ese recorrido sin rumbo, el de un hombre entregado al contexto, adormecido, sepultado por las trivialidades de una sociedad. Es un retrato del trabajador petrolero, pero la película es mucho más, pues en la inevitable identificación con el protagonista, en la transferencia propia del cine, nos deja a todos una preocupación común: ¿En qué puede convertirse nuestra vida?
Simón’s Franco Boca de pozo is professionally shot, but its screenplay is flat and superficial A brief synopsis of Argentine filmmaker Simón Franco’s Boca de pozo could say that it tells the story of Bruno (Pablo Cedrón), an oil worker in Comodoro Rivadavia whose life is split into two: half of the time he’s at the toil plant, working monotonously with only one workmate. Loneliness and lack of company is what seems to trouble him the most. Of course, during these two weeks, he lives there too — and it’s not a happy life. In the other half of his life, he’s at home with an unhappy wife and a kid, an occasional sex partner, and some big debts, so let’s say: another unhappy life. Wherever he is, he’s severely anguished, discouraged, skeptical, and depressed — but also mean and despicable. One of the film’s main problem is that while it’s professionally shot in terms of technique, its screenplay is flat and superficial. Such a contrast does not show at first since the set up of the story is well structured and developed. It properly introduces the lead character, a supporting character, the central conflict, and where and when the story takes place. And it shows all these factors in interaction. Soon, some kind of story begins to take shape. So far, so good... Yet as the minutes unfold, no sense of gripping drama appears. But the surface still looks good. Not that it is groundbreaking, because it’s not and it doesn’t have to be. It’s professional in a conventional, effective manner — and that’s OK. Take the low key cinematography, which creates an atmosphere of gloom and despair. Or the sound design, which conveys a sense of isolation, with long silences and occasional noises. But in narrative terms, time passes, and the very minor happenings and events that take place don’t add up to much. You could say it’s meant to be an observational character study. The thing is that there’s very little to observe. I guess the idea here is that Bruno is facing an existential crisis, no matter where he goes or what he does to ignore it. And now the equally important second (and unsolvable) problem: nothing in the film truly expresses or analyzes an existential crisis. There’s not nearly the neccesary dramatic density. There’s not much beyond the anecdote. Instead, there’s much commonplace and overworked dramatic situations, not enough depth to delve into complexities and subjectivities, a tedious pace that wants to be taken for gravity, and too rehearsed dialogue that ends up saying nothing at all. For a true examination of a particular man confronting such a severe existencial crisis, Boca de pozo lacks all particularities, a good deal of insight, and a personal gaze upon the drama. Needless to say, a screenplay embodying all that could be of much use
Las profundidades del sistema En Boca de pozo, la película de Simón Franco protagonizada por Pablo Cedrón, Lucho es un trabajador petrolero, dedicado a un trabajo mecánico y manual, que requiere poca capacitación y mucha fuerza. Vive durante 15 días en un tráiler junto al pozo, y luego vuelve a Comodoro Rivadavia durante otros 15 días. El relato comienza con las duras jornadas de trabajo junto a la torre de perforación y sigue en la vida cotidiana de Lucho en la ciudad. Con mucha sutileza la película cuenta una problemática común a los petroleros, que tiene un fuerte impacto social: con mucho dinero en sus bolsillos y una vida dura, el consumo compulsivo facilita un complejo de trata de personas para la explotación sexual, tráfico de drogas, alcoholismo y violencia de género. Todo en la película es contado con precisión, pero sin ningún énfasis dramático ni parlamentos explicativos. El film exige al espectador: quien no pueda comprender lo que significa que un trabajador manual que durante doce horas por día sólo enrosca caños en una torre perforadora, tenga un BMW y lo venda sólo porque está cansado del mismo, probablemente no logre conectar con la profunda consistencia de la angustia personal y de la trama social problemática que esto implica. Cedrón logra un alto nivel de expresividad en su rol y cada situación es resuelta por el tándem realizador-actor, con notable precisión y economía de recursos. Una gran película.
Tedio dentro y fuera del film Según conocedores, se llama boca de pozo a la instalación que regula la salida de fluidos en medio de un campo petrolero (generalmente ubicado "en medio de la nada"), y también al peón que la atiende. Así quedan asociados ambos en una misma rutina, muy necesaria, muy redituable, pero muy poco entretenida que digamos. La soledad, la aridez del paisaje y el clima, la lejanía, y, claro, la enorme responsabilidad del trabajo hacen que éste sea debidamente compensado. Además, las licencias son de quince días seguidos, más o menos como los navegantes de mar adentro y otros profesionales obligados a vivir largo tiempo lejos de sus hogares. La película se concentra en uno de esos peones. Está bien retribuido, tiene un buen auto, indispensable para transitar el desierto patagónico, y bastante tiempo disponible como para desarrollar alguna inquietud. Pero no se prepara en busca de un ascenso, o de otro oficio, porque dice que la cabeza "no le da". Ni se va construyendo su casita los fines de semana. Ni se alegra un poquito cuando, otra rutina, hace su habitual itinerario por las respectivas casas de juegos, de bebidas, de la madre, de la amiga cariñosa, y de la esposa con un hijo chico y otro en camino. Ni siquiera se va a pescar por ahí alguna tarde. En síntesis, este tipo representa una marca líder en el rubro del aburrimiento. Puede hablarse de alienación, de falta de oportunidades en las poblaciones apartadas, del carácter taciturno que el puesto y/o el paisaje imponen en el hombre, etcétera. Pareciera, eso sí, que este tipo se siente mejor en el trabajo que entre los suyos. Porque entre los suyos, y disponiendo de tiempo libre (y encima se le agrega una huelga) es como si estuviera al borde de otra boca de pozo: la de los afectos familiares, que vienen sin equipo de regulación, ni tabla de instrucciones, pero con obligaciones más profundas, a las que no se quiere acercar demasiado. Tales son los personajes y el conflicto esbozado. No hay mayor desarrollo, quizá porque los guionistas no le vieron mayor solución. Esta es la tercera película sobre el personal petrolero de nuestro país. Las anteriores fueron "Plaza Huincul (Pozo Uno)", epopeya de geólogos, y "La reconstrucción", drama de un ingeniero bloqueado por los malos recuerdos.
Qué se puede decir de esta producción nacional que no hiera susceptibilidades, bien partamos por el principal de los males: el sonido es muy malo por lo que los diálogos no se entienden. ¿Podría ser una falla en la proyección? Por momentos parece que se trataría de un problema del actor Nicolás Saavedra, ya que habla en chileno cerrado (deberían subtitularlo), pero no, a Pablo Cedrón en muchos momentos tampoco se le entiende. La sensación es que falló la toma de sonido, y cuando por fin algo puede ser dilucidado da cuenta que más vale no escuchar esos diálogos. Por otro lado, en cuanto a la construcción todo el filme, no es más que un muestreo constante del universo del personaje que debería haber sido actancial pero sólo está inerme en la pantalla, como si la intención sería mira lo que le pasa a este sujeto, no hay casi motivación ni menos un punto de quiebre en el mismo, menos en el relato. El director, al comenzar la narración, se toma su tiempo para mostrar uno de los ámbitos en el que se debería desarrollar la historia, en los que correspondería implicarse en la creación de un verosímil, sobre todo del héroe por describir, pero se queda sólo en un registro minucioso de un pozo de petróleo. Construida a partir de los grandes defectos en la que muchas veces caen las producciones nacionales comenzando por la sobreactuación; instalado en una estética manifiestamente naturalista, pero de constitución y resultado imperfecto; trabajado desde una estructura narrativa lánguida con la inherente dilación redundante de los planos y las actos; la falta total de trabajo en la construcción y evolución del personaje principal. Todo ayuda al tedio, con apenas un par de datos sin desarrollar, acrecentando dicha falencia, en los personajes secundarios, o sea todos los demás, con un guión paupérrimo, atestado de fauna urbana trabajado desde los más típicos estereotipos y clichés. La historia se centra en Lucho (Pablo Cedrón), trabajador en uno de los yacimientos de una empresa petrolera en la ciudad de Comodoro Rivadavia, una labor muy bien paga con un sistema de jornal muy atípico, con una alternancia quincenal entre trabajo y descanso. Casado con una mujer mucho menor que él, padre de un hijo y otro por venir, sin embargo despilfarra su dinero, sin explicación o justificación alguna, entre el consumo de cocaína, los juegos de azar, que sólo le generan deudas económicas importantes, a lo que se suma una amante, no tan bella como su esposa y bastante mayor que ésta. En síntesis, no hay conflicto, no se sabe por qué hace lo que hace cuando lo hace, no se entiende lo que hablan, y los paisajes no son exactamente referentes de una belleza natural que seduzca.
La nueva película de Simón Franco (Tiempos Menos Modernos) es un incompleto y a veces redundante retrato sobre la vida de un trabajador del petroleo. Lucho (Pablo Cedrón), un trabajador del petróleo repartido entre la dura labor en el yacimiento y una vida incompleta en la ciudad, está hundido en una profunda angustia que lo encierra en un círculo vicioso del cual tratará salir. Salir del pozo A diferencia de lo que muchos de nosotros podríamos creer, la gente que trabaja en los pozos petroleros del sur de nuestro país (e imagino que en cualquier otra parte de Argentina también) gana una considerable suma de dinero todos los meses, suma que está directamente relacionada con el difícil estilo de vida que deben llevar. Esto provoca que, por ejemplo en Comodoro Rivadavia, los “petroleros” inevitablemente inflen la economía del lugar. La película se centra en Lucho, uno de estos hombres. Boca de PozoLa cámara de Franco se mueve con total impunidad por la vida de Lucho, comenzando por sus días en el yacimiento junto a su joven compañero interpretado por el chileno Nicolas Saavedra. Estas escenas nos dejan en claro una cosa, la vida de Lucho está en ese pozo. Este trabajo requiere que los hombres pasen 15 días seguidos trabajando, para poder regresar los otros 15 días siguientes a la ciudad y pasarlos con su familia. Pero hay algo que simplemente no funciona para Lucho cuando es momento de volver a la ciudad. Sus matrimonio está en problemas y en lugar de enfrentarlos decide pasar sus días con otras mujeres, en el casino o consumiendo drogas. ¿Que es lo que creó este distanciamiento en Lucho? ¿Por que sus días mas felices los pasa en el pozo trabajando? Sin dudas son preguntas interesantes que uno se hace a lo largo del relato, pero Franco nunca nos entrega demasiadas respuestas. En su lugar Franco nos entrega pequeños vistazos dentro de de la vida de Lucho. Vistazos a la vida de un hombre insatisfecho que, al igual que la película, nunca sabe para que lado agarrar. Como Lucho, Boca de Pozo es una de esas películas que se sienten un poco fuera de su tiempo. Si esta misma obra hubiera llegado a nuestras pantallas hace diez o quince años atrás, seguramente estemos hablando de un panorama completamente diferente. Pero ese no es el caso. La nueva obra de Simón Franco es algo que podríamos catalogar como parte del Nuevo Cine Argentino, que de nuevo ya no tiene demasiado. A su vez, y a pesar de una fantástica interpretación por parte de Pablo Cedrón, el relato está marcado por una gran cantidad momentos redundantes tanto para el personaje como para la historia. ¿Cuantas veces necesitamos ver a Lucho consumir cocaína, alcohol o pasar sus noches con una prostituta para darnos cuenta que no está del todo contento con su vida? La respuesta es no tantas como nos lo muestra la película. Sin dudas la angustia de Lucho está bien retratada, pero no sentí lo mismo cuando llegó la hora de la resolución. Conclusión Boca de Pozo es un bien intencionado e interpretado retrato sobre la vida de un trabajador del petroleo. Pero a pesar de los esfuerzos de su director y guionistas, el material no se siente lo suficientemente trabajado como para presentarlo como un largometraje. Si bien no creo que sea una mala película, terminé con la sensación de que me contaron más de lo que ya sabía sobre el personaje y menos de lo que realmente me interesaba sobre el.
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La vida cotidiana de un trabajador de los pozos petroleros del sur del país es el centro de la acción de BOCA DE POZO, segundo largometraje de Simón Franco. El protagonista es Pablo Cedrón, encarnando a Lucho, un hombre que enfrenta con cierto desgano su mecánico trabajo cotidiano, pasando buena parte de su tiempo conversando con su colega chileno Gary (Nicolás Saavedra), más joven pero igualmente aburrido y mecanizado como él. Entre mates, videojuegos y charlas van matizando las horas de duro trabajo hasta que una huelga los envía de regreso a sus casas. Y allí veremos el otro lado de sus vidas. Lucho está casado y tiene un hijo, pero la relación con su mujer no parece ser muy buena. Tiene, además, otras peculiaridades que la película explorará cuando lo siga a través de sus recorridos por Comodoro Rivadavia. Gary tampoco parece pasarla del todo bien y el encuentro de ambos en la ciudad mostrará más detalles de su relación, que van la compraventa de un auto a una noche de fiesta y karaoke. No hay grandes eventos en BOCA DE POZO, pero lo que sí parece haber es mucha verdad. Cada recorrido, cada situación, cada diálogo –a excepción de algunas escenas “familiares” de Lucho con su mujer y su madre– destilan una cualidad casi documental, de esas que parecen surgir entre los personajes casi naturalmente, sin mediación de la actuación y/o el guión. Esto es especialmente notable en un par de conversaciones entre Lucho y Gary –el el trabajo y en el boliche– en el que los dos personajes van pasando de contarse anécdotas más o menos banales a hablar de cosas que les preocupan, todo en largos planos secuencias que los pintan a la perfección. bocadepozoLa película no intenta ir más lejos que eso: es la descripción de unos días en la vida de Lucho, un trabajador petrolero. Hay una curiosa relación entre la aparente comodidad económica del personaje (tiene un buen auto, cobra un aparentemente muy buen sueldo) y la callada angustia que lo acompaña todo el tiempo: un trabajo que lo agobia, una mujer con la que no se termina de entender, una posible salida que no se atreve a explorar. El escenario es otro elemento clave de un filme que se toca, tangencialmente, con otras sagas patagónicas minimalistas como LA RECONSTRUCCION, NACIDO Y CRIADO y hasta las películas de Carlos Sorín basadas allí. El frío y los paisajes desolados le otorgan al filme un aura triste, casi angustiante, dejando claro desde la primera escena que el clima es un elemento fundamental para entender algunos de los comportamientos: la soledad, el hastío, el alcohol, una suerte de vacío existencial. La película se estrena sin casi recorrido por festivales (se vio solo en Pantalla Pinamar) por lo que para muchos es una verdadera sorpresa, una “tapada” como se dice. No vi la anterior película de Franco (TIEMPOS MENOS MODERNOS) pero escuché muy buenas cosas de ella. A juzgar por BOCA DE POZO, más allá de su no muy afortunado título, es claro que se trata de un cineasta con un mirada y un oído muy atentos y curiosos, que sabe pintar el universo en el que vive con inteligencia (matices, sutilezas, detalles) y que entiende claramente que en el cine la verdad hay que construirla y sostenerla cada segundo.
Lucho trabaja como perforador de pozos de petróleo, o “boca de pozo”, en un yacimiento petrolífero de la Patagonia, trabaja de manera rutinaria, casi como por espasmo, como si fuese una máquina más del lugar. Eso se instala perfectamente en los primeros minutos de "Boca de pozo", pero no es a lo que quiere apuntar Simon Franco en su segundo largometraje, o sí, pero desde otra perspectiva. Luego de la rutina de su trabajo, Lucho se dirige a una ciudad en donde se alojan otros trabajadores como él. Pero a diferencia de lo que podríamos pensar, su rutina continúa, se expande a una nada peligrosa, como si el personaje sólo viviese en función del trabajo que realiza. El director vuelve a apuntar a cierta abulia del mundo “capitalista” luego de su debut con Tiempos menos modernos; y aquí, paródicamente, pareciera acercarse más al mensaje o trasfondo de aquel clásico de Charles Chaplin que el título de su obra anterior “parodiaba”. Ojo, hablamos del mensaje, no del tono, Boca de pozo no tiene nada de comedia o de sátira. Si en Tiempos Modernos veíamos como a “Carlitos” la maquinaria lo consumía y lo transformaba en un engranaje más, sumiéndolo por otro lado en miseria. Acá Lucho tiene un pasar, tiene una familia, pero no es feliz. con su madre mantiene largas miradas sin hablarse, de su mujer recibe reproches por despilfarrar dinero, y tiene razón, Lucho concurre a una villa para comprar y consumir droga, frecuenta bares y prostíbulos en los que se emborracha y se deja llevar, además de visitar los tragamonedas del casino. Claramente, estos escapes son síntomas de algo. Pero ese algo Franco no lo expresa, lo deja a la interpretación del espectador, que puede o no captar las (in)directas. "Boca de pozo" no es una película fácil, amable, todo lo contrario, juega al juego de la monotonía, del desafío al espectador para ver cuánto puede aguantar sin que pase nada. No hay un hilo conductor clásico, es un instante de vida. El director pretende demostrar cierta soledad y aislamiento en el personaje, y para eso utilizará todo tipo de recursos de cámara, fotografía y puesta en escena. Prevalecen los primeros planos, el enfoque recargado sobre un fondo desvanecido, y los escenarios despojados, ya sea en la ciudad o ante la inmensidad paisajística del yacimiento. Hay un as bajo la manga, Lucho es interpretado por Pablo Cedrón, excelente en su composición de un hombre que expresa todo con gestos mínimos, que vive sumido en esa rutina agobiante; sin dudas es lo mejor de la película. El resto, oscila entre actores profesionales y ciudadanos del lugar, trabajadores reales,todos en plan naturalismo "Boca de pozo" es clara en sus conceptos, pero su metodología puede favorecerla tanto como jugarle en contra; la abulia que despierta el personaje se asemeja a la de los jóvenes de aquel NCA ya cada vez más olvidado, pero Lucho no es joven. La idea a desarrollarse es certera pero también es cierto que es inevitable cierto cansancio para el público, no hablamos de un film llevadero, con ritmo; los síntomas del personaje pueden transmitirse del otro lado de la pantalla. Con sus aciertos y errores, "Boca de pozo" es un interesante ensayo analítico sobre los efectos de vivir en un sistema que no permite el lucimiento, la diferenciación, que lleva a las personas a ser absorbidas por una masa e integrar tan sólo un número más.
Boca de pozo KEKENA CORVALÁN on 23 junio, 2014 at 15:50 Director de la más que interesante Tiempos menos modernos Simón Franco estrena su segunda pelicula que pudimos ver en el Festival de Pinamar en marzo de este año. Además de compartir con su primer opus el trabajo del actor chileno Nicolás Saavedra, en ambas también hay una confrontación con formas de vida en contextos específicos que no son los remanidos paisajes urbanos del cine tradicional, y esto es para destacar en el cine de Franco. En este caso se trata de una película también atractiva, que refiere aspectos de la vida de los trabajadores petroleros de la Patagonia argentina que desarrollan una dura labor en lo que se llama “boca de pozo”, que es el lugar de donde sale concretamente el petróleo. Esto es mostrado de manera minuciosa en la primera parte de la película, planteando casi un documental de observación, centrado en una actividad repetitiva, mecánica, pero que exige alta concentración en sus movimientos. Luego, la película tiene otro momento, siempre a partir del hilo conductor del protagonista, Pablo Cedrón, que como siempre, realiza un trabajo muy gestual para componer este raro personaje, un hombre duro y escueto, pero a la vez sensible, plantado en un contexto duro y en el que, más allá de sus intenciones, no puede decidir, si accedemos a las claves de su vida de relación. Y lo interesante de este armado es la progresión que va realizando desde lo escueto del comienzo en cuanto a su vida hasta el develamiento de su vida, incluso ante sí mismo. Aquí emerge otro registro, y la película entra en un tono dramático, con una historia densa de prácticas y códigos, y la cotidianeidad de este personaje se vuele un nudo complejo en su universo de relaciones familiares y amorosas, su relación con la droga, la paternidad, el hacerse cargo de su casa… El contraste entre paisaje e industria, entre fuerza y pensamiento, entre trabajo e intimidad, entre consumo de bienes y sustancias y acción bruta contra la naturaleza, entre hombres y mujeres, atraviesa también este doble juego entre documento y drama. Boca de pozo habla de este lugar, de ese espacio intermedio, de esta vida amesetada, que podría ser metáfora patagónica por excelencia.