El primer plano de Breve historia del planeta verde muestra a Tania (una transexual regordeta, pero eso lo sabremos luego: acá se muestra solo a una mujer y eso es importante), durmiendo con una máscara de descanso en su cara, que tiene los ojos del ET de Spielberg. Esto puede ser leído como una simple y querible cita, pero también –al igual que todo buen cine narrativo- como una suerte de síntesis de lo que vamos a presenciar: donde nosotros vemos un simpático alienígena (y una película que marcó nuestras infancias y probablemente la de Loza también), Tania ve oscuridad; o mejor dicho, puede decirse que no ve nada. Este reverso de la mirada se perpetúa a lo largo del film, en un riesgo poco común dentro del género: el espectador mira a ese alien violeta y cuasi cartoon de manera asombrada o se ríe con él, pero absolutamente todos los personajes de la película (incluso una médica que aparece sobre el final y vendría a representar a la “ciencia”) se lo toman como la mayor naturalidad del mundo. Es también una postura asumida: donde esperamos ver “una con un marciano” y sus devenires espectaculares y asombrosos, tanto para los personajes como para el mismo Loza nada de esto es motivo de perplejidad porque la cosa pasa por otro lado. BHDPV no es (la brillante) Paul de Mottola, pero se acerca a sus terrenos al tratarse de un grupo de amigos outsiders donde el encuentro con el (otro) alien sirve más para salvarse a ellos mismos que a la criatura. Así las cosas, BHDPV es dramedy, es ciencia ficción, es road movie, es aventura, pero por sobre todas las cosas es un pequeño cuento (como anticipa su título), amable y asordinado, que jamás subraya la transparencia de su fábula simple y universal, sobre esas heridas que es necesario sanar. No importa si es a causa de un pequeño alienígina, pero sí que sea con esos amigos que nos bancan en todas. Uno de los mayores placeres del BAFICI es algo que uno sueña cada vez que ve una película estupenda o espantosa: acercarse al director de la misma y felicitarlo o insultarlo, dependiendo del caso. Yo me lo crucé a Loza y lo felicité, claro, pero le dije lo que acá repito: no entendí por qué el público de reía tanto, si a mí me había producido una tristeza enorme. “Es lo que vos sientas”, me dijo, y no solo no quiero contradecirlo sino que concuerdo. Un cineasta y dramaturgo tan respetado como Loza se ha volcado al género y al fantástico en particular, sin por eso resignar un ápice tanto sus virtudes como sus ideas. Es una película alien para un cine nacional que a veces parece tener los pies demasiado pegados a la tierra. Ojalá sirva de ejemplo para nuestros cineastas (célebres o novatos, viejos y jóvenes) para filmar lo que en el fondo siempre quisieron contar –o el cine que los impulsó a filmar-, y ojalá llegue el día de que nosotros también dejemos de mirar estas excepciones con asombro desmedido, habiéndonos acostumbrado al riesgo.
Una de las películas anteriores de Santiago Loza se llama Si estoy perdido no es grave (2014). Es un buen punto de partida para caracterizar a su poética. Se trata de una experiencia lúdica donde los personajes parecen perdidos en Toulouse. Podemos perdernos en el cine y no es grave. En tiempos de selfies, prótesis audiovisuales y condicionamientos tecnológicos, se debería reivindicar a toda película que se interrogue sobre los primeros planos, que se corra sanguíneamente de marcos industriales y proponga crear desde un lugar diferente, honesto y hasta fallido. Fue Jean Louis Comolli quien escribió en Mirar para ver (1995) acerca de un tipo de cine en el cual se alteran el juego de representación y las expectativas del espectador. Allí defendía esa energía que se aparta de las convenciones y entrecruza los registros. Esta búsqueda poética y narrativa es la que rige el destino de Breve historia del planeta verde, el filme que abrió la novena edición del FICIC, pero desde un lugar más amable y no menos singular, con tres personajes que también aparentan estar perdidos a través de rutas y lugares abandonados. Puesta en otras manos, la historia (una extraña mezcla con referencias a El mago de Oz y E.T.) hasta podría parecer aniñada, sin embargo, si hay algo que reivindica Loza una vez más en su cine y con su propia voz es que no existe un Relato ni necesariamente abundan grandes momentos preconcebidos. Lo que tampoco prevalece es una marca genérica definida porque en la naturaleza híbrida de la película se homologa la propia búsqueda de los protagonistas, donde cada acto cotidiano puede ser transformado por la lente del director. Otro aspecto de la poética Loza que vuelve es esa especie de melancolía productiva y la posibilidad de que la cámara cobije a los personajes, los abrace en este viaje existencial y abierto al azar que los une y los posiciona en torno a sus identidades. El pasado es para ellos un tiempo de prejuicios y de persecuciones, sin embargo, conforman en el presente un bloque sólido. El imaginario evocado podría ser el de los superhéroes, pero nada de eso deja ver su tratamiento cinematográfico. Tania (la chica trans), Daniela y Pedro son amigos desde la infancia y comparten un sentimiento de unión ante la discriminación pueblerina. Tienen una misión: dirigirse a la casa de la recientemente fallecida abuela de Tania y descubrir un secreto. El hermoso disparate es que encuentran una criatura alienígena que se transformará en un espejo de sus propias experiencias. Con todos estos elementos, Loza teje una trama sin sobresaltos, pausada, signada por la sensación de estar confortablemente adormecidos a medida que nos internamos en el itinerario de los tres amigos. Puede que prevalezca un estiramiento innecesario o que cierto distanciamiento en algunos tramos resienta el resultado, pero no hay manera de permanecer indiferentes ante aquellos momentos donde la belleza de las imágenes o la aparición de los versos de Almafuerte en un pasaje clave, golpean con fuerza la sensibilidad. Loza es un melancólico que continúa divirtiéndose. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
El cine es capaz de crear universos, es capaz de convertir lo fantasioso, lo increíble, en algo verosímil mientras “se le siga el juego”, tanto cómo uno se deja atravesar por ese mundo imaginario que puede ser igual o totalmente distinto al nuestro, al que cada uno lleva dentro. Breve historia del planeta verde de Santiago Loza (ganador de la Competencia argentina en el BAFICI 2003 y 2013) construye uno de tantos mundos, un ecosistema que se retroalimenta de esa fusión entre el cine y la vida, lo fantástico y lo real, y es en ese ida y vuelta que la aventura de Tania – una chica trans – y sus dos amigos Daniela y Pedro, con el fín de cumplir el deseo póstumo de su abuela, se convierte en una cruzada sobre la construcción de la identidad, la amistad y la soledad. Existe un elemento disparatado en este viaje (particularmente una sorpresa que se da casi al principio, pero que vale la pena toparse de imprevisto) que funciona como excusa para corporizar todos los miedos y conflictos de la comunidad queer con una crudeza poética con la que resulta imposible no empatizar. Si la sociedad oprime y la discriminación tiene un discurso tan avasallador que mata, la imaginación es la única respuesta posible para demostrar que detrás de la pantalla hay humanos, los únicos capaces de transformar la realidad, y desde esa sinceridad es que Loza decide narrar esta historia. En este cuento sobre los raros, sobre los marginados, tomar el delirio para convertirlo en arte también es un acto político.
Marcianos del fin del mundo Breve historia del planeta verde (2019), de Santiago Loza, propone una entrañable historia de amistad y amor en el marco de una road movie pedestre, y en la que el extrañamiento por la incorporación de elementos cercanos al realismo mágico, y cine de género, serán solo una pequeña parte de un relato mayor, que apela a la emoción e identificación para sellar su pacto con el espectador y dejar un profundo y sentido mensaje sobre diversidad e integración. Tania (Romina Escobar) es una mujer trans que intenta hacerse respetar y evitar ser discriminada, anda por la vida con Pedro (Luis Soda) y Daniela (Paula Grinszpan), sus amigos de toda la vida, con quien comparte el día a día y, entre todos, se cuidan de las amenazas que el exterior les pone. Cuando recibe un llamado desde el sur para avisar el fallecimiento de su abuela, decide emprender un viaje con sus amigos para recuperar parte de su historia, sin saber que en ese camino, la revelación que un pequeño ser del espacio exterior acompaño a su familiar durante el último tiempo, y que ahora le es legado para contactarlo con el planeta de donde es oriundo, construirá un nuevo sentido a su existencia y la de sus amigos. Santiago Loza propone y dispone, y juega de manera hábil con el tempo narrativo, para presentar en una primera parte a cada uno de los personajes con travellings y paneos que los detallan en sus lugares, y luego hacerlos interactuar en un marco natural bellísimo que realza, al comenzar a caminar junto al “ser de otro mundo”, sus intenciones de eliminar de Breve historia del planeta verde cualquier vestigio de lugar común y prejuicio. No por el color incluido en el título es que la película sea plástica, al contrario, lo es por el engamado y paleta de colores única, que brilla en las manos de la cuidada fotografía de uno de sus colaboradores más eficientes, Eduardo Crespo, y que en la elección del vestuario y puesta, suma elementos que potencian el relato. Al avanzar la película, y superar el extrañamiento con el alien, todo comienza a generar sentido en la sinergia del trío protagónico, personajes entrañables que están para ayudarse y que con oficio y conexión con los espectadores, gracias a naturales indicaciones en su interpretación, consolidan un guion que transforma el extrañamiento en empatía. Y gran parte de esa empatía se debe a la elección de Romina Escobar como protagonista, clave para comprender, además, los cambios en la representación del deseo y los cuerpos en el cine argentino, formas que empiezan a valorarse y a erguirse de otra manera. Voluptuosa, exigente, deseante y deseosa, foco de atención, así Tania camina con decisiones que repercuten en el resto del grupo, pero sin desear cambiar los estados dentro y fuera, y mucho menos juzgar las decisiones y que en la intimidad de cada protagonista Loza ubica respuestas verbales en un film que sorprende y estimula. La voluptuosidad de Tania, la ingenuidad de Daniela y el talento de Pedro, contrastan, en algunos pasajes, con el odio con el que la sociedad en la que deambulan los juzga, sin comprender que en el rechazo se fortalecen, se potencian y se multiplican, como las palabras de amor que se incluyen en uno de los guiones más inteligentes del cine argentino de los últimos tiempos.
En este largometraje escrito y dirigido por Santiago Loza, el realizador repite el equipo técnico de su anterior película: “Malambo: El hombre bueno” (2018), entre ellos, Diego Dubcovsky, como productor, Eduardo Crespo en la dirección de fotografía y Victoria Luchino en el diseño de vestuario. “Breve historia del planeta verde” se centra en Tania (Romina Escobar), una chica trans que, al morir su abuela, debe continuar con un legado particular: regresar a su lugar de origen a una pequeña criatura extraterrestre. Esta travesía no la realizará sola, sino que estará acompañada por sus amigos Daniela (Paula Grinszpan) y Pedro (Luis Soda),quienes durante este viaje también resolverán ciertos conflictos propios. Santiago Loza nos presenta esta historia posicionada en el género de ciencia ficción para contar esta travesía de tres amigos que se conocen desde la infancia y deciden emprender este viaje para ayudar a Tania. No es sólo la presencia del pequeño alienígena lo que transmite rareza en el film, sino que los protagonistas de la historia también reflejan cierto misterio. Sus maneras de hablar con diálogos desarrollados de manera lenta o entrecortada, las acciones que realizan, sus formas de circular por el espacio, entre otros, también nos pueden resultar extrañas. Ellos no se sorprenden ante la presencia de este ser extraterrestre, sino que es tomado con absoluta normalidad, por ellos y por todo aquel personaje que se cruce con la criatura. Este recurso hace que el film se desarrolle de una manera particular, produciendo en el público diferentes sensaciones, como asombro y también comedia, ante algunas escenas insólitas. Asimismo, lo inusual de los tres protagonistas es acompañado por un acertado trabajo con respecto a las imágenes y los sonidos, los mismos, logran, por ejemplo, que una salida a un boliche nocturno, también se convierta en cierto contacto con el mundo alienígena. La película refiere sobre variados temas, como el amor y la amistad, pero también a algunas temáticas sociales, como las miradas prejuiciosas que debe sufrir Tania solo por ser una chica trans, o el maltrato escolar reflejado en aquel vivenciado por los tres amigos en su infancia, entre otros. En resumen, “Breve historia del planeta verde” es una película particular, ya que desarrolla este género muy poco usual en la cinematografía argentina. En este caso, tomando como excusa un viaje de tres amigos para devolver un pequeño alien a su planeta de origen. Todo lo que se dice y hace parece extraño y despertará en el público muchas preguntas ante algunas escenas extrañas. Definitivamente, será disfrutada por todos aquellos que siguen la obra del autor.
Los primeros instantes de Breve historia del planeta verde no difieren del habitual universo cinematográfico de Santiago Loza: un sutil acompañamiento a personajes con algún tipo de herida emocional. Es el caso de Tania, una mujer trans que acaba de perder a su abuela y debe viajar al interior del país, junto a sus amigos Daniela y Pedro, para ocuparse de la casa vacía. Pero no tarda en aparecer un elemento disruptivo: la mujer que cuidaba a la abuela los anoticia de que la anciana ha criado un extraterrestre -sí- que encontró perdido y que su última voluntad era devolverlo al lugar de donde vino.
Al presentar su última obra en una enorme sala llena, en el marco de la sección Panorama de la Berlinale, Santiago Loza calificó a Breve historia del planeta verde como una película frágil. Y creo que tiene razón si no tomamos tan estrictamente lo que la Real Academia Española dice que significa ese término. En efecto, esta breve historia que no es “LA del planeta verde” sino una (otra, de las tantas tan hermosamente distintas que existen) que sucede en este planeta, en modo alguno es quebradiza o fácil de hacerse pedazos. No es débil, ni puede deteriorarse con facilidad. No es caduca; no es perecedera. En cuanto a la tercera acepción que decreta la Real Academia Española (que cae fácilmente en el pecado, especialmente contra la castidad), creo que no resulta del todo pertinente… En fin, que a donde pretendo ir es que esta amorosa historia de amistad, que se disfraza un poco de película de aventuras de los ochentas del siglo pasado (alienígenas incluidos), sólo puede considerarse frágil en cuanto a lo difícil que resulta alcanzar el balance, la sutileza, el agridulce equilibrio que requiere una producción como esta. Lo frágil, en todo caso, es aquello que constituye la esencia de la película. La fragilidad es la del trío de protagonistas; la fragilidad es la de la amistad y el humanismo. Quizás por eso es tan difícil llevarlos a la pantalla grande con herramientas sensibles y sinceras. Y ello es lo que logran el bello trío de protagonistas un poco extraterrestres (Romina Escobar, Paula Grinszpan y Luis Soda), a los que se suma un verdadero alienígena (¿de carne y hueso?). Se percibe, además, una sintonía de lo que la película propone que nace del guión y la dirección pero que también se imbrica con delicada elegancia con el diseño de imagen y sonido de la película. En un film que abraza también algo del espíritu clase B (quizás también impuesto por los modos de producción a los que debemos acostumbrarnos en esta parte austral del planeta, por qué negarlo), esa coordinación y sintonía no son tan habituales. Esos momentos en los que el humor o el amor simplemente se sienten son pequeños milagros, ellos sí frágiles en la primera de las acepciones referidas. Película orgullosamente trans y alienígena, Breve historia del planeta verde es tan frágil pero también tan poderosa como lo son la amistad y el amor. Y está bien que así sea.
Breve historia del planeta verde comienza con Tania, su protagonista, durmiendo con los ojos tapados por una máscara de descanso, que tiene impresa la mirada de E.T. y provoca el efecto de que es ella quien tiene la vista perdida desde la cama. En ese comienzo simbólico, que ya da algún indicio de la trama de la nueva película de Santiago Loza (Extraño, Los labios, La Paz y un largo etcétera), ya se percibe el tono que el cineasta le imprime a Breve historia del planeta verde. Una sensación de extrañeza ensoñada teñida por la alegoría constante marca este relato sobre la amistad de tres personajes marginales (interpretados por Romina Escobar, Paula Grinszpan y Luis Sodá) que, para cumplir el último deseo de la abuelita de Tania, abandonan la ciudad para emprender un viaje al fin del mundo cargando el peculiar cuerpo de un pequeño alienígena moribundo hasta su lugar de descanso. La historia es muy sencilla, pero Loza consigue que esta road movie coquetee con el cine de aventuras, la ciencia ficción, la fotonovela, el drama, la comedia y algún género más. El director se encargó de definir Breve historia... como una película trans, no por alguna necesidad de etiquetar a Tania, sino para dar cuenta de las mutaciones que atraviesa la narración. Breve historia... es la película más amable de la carrera de Loza y por momentos se acerca a una especie de cine infantil queer sobre las amistades y los lazos familiares, a la manera de El joven manos de tijera, El Mago de Oz o Frozen. Pero existe otra dimensión mucho más oscura en esta película inquietante por la tensión latente que transmite casi toda escena, más allá de cómo el cineasta decide resolverlas, y que encuentra su punto máximo cuando los tres amigos recitan un poema de Almafuerte como manifiesto de batalla. Loza reflexiona sobre las heridas y el duelo en una película que, en el contexto del cine argentino contemporáneo, parece salida de otra galaxia.
Breve historia del planeta verde mezcla elementos de ciencia ficción, aventura, drama y un sentido del humor particular, según una receta propia de Santiago Loza que sería difícil de copiar con tan buenos resultados. Tal vez sea un chiste fácil decir que la película es un poco extraterrestre, ya que uno de sus personajes lo es literalmente. Pero allí parece estar la clave de un film en el que la noción de lo diferente predomina en su narrativa y su estética. Los tres protagonistas viven la diferencia en carne propia. Tania (Romina Escobar) es una mujer trans que hace shows y disfruta de la noche porteña con su amigo Pedro (Luis Sodá). Son amigos de toda la vida y forman un grupo inseparable con Daniela (Paula Grinszpan), quien acaba de pelearse con su novio. Cuando Tania recibe una llamada en la que le avisan que murió su abuela, regresan al pueblo en el que crecieron. Allí descubren un extraterrestre moribundo, compañero de la abuela. Con ese ser establecen una comunión de amor y empatía que es una continuación de aquella que mantienen entre ellos desde la infancia, cuando la unión de sus diferencias les permitió superar el desprecio y el maltrato de los que los trataban como si fueran de otro planeta. La apuesta por lo simbólico no anula la capacidad de conmover en Breve historia del planeta verde, en gran medida gracias a las excelentes interpretaciones del trío protagónico de esta película singular, que logra una conexión tanto intelectual como afectiva.
Santiago Loza filmó Breve historia del planeta verde en Salsipuedes. Aunque –o porque– ningún personaje nombra la localidad de Córdoba, corresponde mencionarla: es otra prueba de que todo cierra en la nueva película del realizador oriundo de esa provincia. Es que este relato de ciencia ficción justo plantea el desafío de escaparle a la (peligrosa) normalidad. En honor a la lucha desigual, cita versos del ¡Avanti! de Pedro Bonifacio Palacios o Almafuerte. En su largometraje, Loza parece deslizarse por una serie de lugares comunes con la única intención de mostrarnos la salida. De hecho el también autor de Los labios, La Paz, Doce casas, Si je suis perdu, c’est pas grave presenta a tres amigos en principio vulnerables –Tania, Daniela, Pedro– que se revelan solidarios, preclaros, determinados, imbatibles. Le atribuye a la primera integrante del trío, transgénero deseada, incluso codiciada, la capacidad de evitar el destino trágico que las mujeres como ella suelen enfrentar en nuestra Argentina machista y transfóbica. Asimismo el realizador convoca a Paula Grinszpan para desviarla de la senda humorística y encargarle una Daniela sufrida, melancólica, al borde de la resignación. Además imagina un encuentro cercano del tercer tipo sin recurrir a la parafernalia de Steven Spielberg. Al contrario, esta breve historia gira en torno a un extraterrestre de color violeta que parece sacado de la factoría de Peter Capusotto. Loza también subvierte la tradición literaria, cinematográfica, televisiva que convierte a los alienígenas en agentes de violencia: o aterrizan con la intención de invadirnos, someternos, aniquilarnos, o sus visitas en son de paz no hacen más que exacerbar nuestra propensión a la xenofobia genocida. A contramano de esos antecedentes, el E.T de este relato transmite lucidez y serenidad incluso a los bravucones de pueblo chico, infierno grande. Dicho esto, Breve historia… les rinde homenaje a las series y películas que en los años ’70 y ’80 alimentaron nuestras fantasías ufológicas. La música de Diego Vanier, en especial los solos de piano, nos trasportan a ese pasado donde algunos espectadores también encontramos consuelo en la posibilidad de toparnos con alguna criatura del espacio exterior. En esta instancia se vuelven todavía más queribles los personajes que Romina Escobar, Luis Sodá y la mencionada Grinszpan encarnan con sensibilidad en una Salsipuedes a veces sombría, a veces luminosa.
Tras su premiado paso por Berlín y por el Bafici, se estrena esta especie de cuento de hadas, disfrazado de road movie y ciencia ficción, que apuesta, sin panfletos ni didactismos, por la diversidad. Tres amigos (destacadas actuaciones de Romina Escobar, Paula Grinszpan y Luis Sodá) viajan juntos para acompañar a una de ellos, Tania, una chica trans, a la casa de su abuela recientemente fallecida. Hay que hacerse cargo de la casa y de la última voluntad de la mujer muerta. Esa sorpresa los lanza a una aventura impredecible, inesperada y que cambiará sus vidas. Loza construye una road movie amorosa y emotiva con las armas de la sensibilidad y la poesía. Se arriesga caminando por una delgada línea, donde el ridículo y el realismo (mal entendido) se asoman a cada lado, y nunca cede ni se cae. Ama a sus personajes y confía plenamente en lo que cuenta no desconociendo ni a la posmodernidad ni al cinismo, sino como si no hubiesen triunfado en nuestros tiempos. Y esa potencia es revulsiva y revolucionaria. La cámara flota registrando lo que sucede y nosotros con ella. La ostranenie producida nos ubica en un registro desautomatizado y de puro extrañamiento para hablarnos de los seres dejados de lado, vilipendiados, marginalizados, los descastados, pero sacándolos de la victimización para empoderarlos desde la confianza y la serenidad de saberse iguales a cualquiera, defendiendo su diferencia con una amorosa ternura. Una experiencia original y de un humanismo fuera de época pero imprescindible. Sensible, poético, revolucionario, este nuevo film de Loza humaniza la diferencia con una amorosa ternura.
Santiago Loza es un autor y director que sabe retratar la fragilidad humana como nadie. En su film tres humanos dejados de lado, que solo se tienen a si mismos emprenden con la decisión de los que nada tienen que perder, una aventura que incluye a un extraterrestre. Ellos como él son extraños, olvidados, tan leves e invisibles como si pertenecieran a otro mundo. Juntos con un objetivo y esa amistad que les permite tener una rebeldía contra lo que les toca vivir. Loza los presenta, los hace latir, los muestra únicos y queribles, habitantes de un ensueño que les permite una libertad propia, un lugar donde no sentirse los otros. Son nosotros, poéticamente únicos, buscando un mundo más amigable donde poder existir. Para ellos esa aventura que los lleva a cumplir los deseos de una anciana muerta, con el ET incluido le da un propósito. Son, en una atmósfera distinta, que emerge como una imaginería ingenua, tan corpóreos y presentes que permiten una identificación, una empatía inmediata. Están lejos de los ritos cotidianos, inmersos en ese cuento breve, para permitirse, nada menos que habitar la libertad negada, el lirismo desatado, el lugar que se ganaron. Una película que nos atrapa en su poética. En su mirada inteligente.
Breve historia del planeta verde es una película acerca de la amistad. Tania es una chica trans que hace shows en discos de Buenos Aires; Pedro es una criatura de la noche y Daniela acaba de romper una relación amorosa que la dejó en una profunda melancolía. Los tres son amigos de toda la vida emprender un viaje cuando Tania se entera que su abuela a muerto. Pero al llegar a la casa, les espera una sorpresa: la abuela tuvo de manera oculta un amigo, ese amigo, atención, es un extraterrestre. Un simpático alien ahora congelado, pero compañero fiel de la abuela fallecida. Lo que parecía una película más del cine argentino, sufre en ese momento un giro y cambio de género espectacular. Los protagonistas, aun cuando sus actuaciones son muy desparejas, son queribles y la locura de que esta road movie con un alien la convierten en una rareza a tener en cuenta. Por momentos cómica y por momentos emotiva, la historia tiene algunos momentos algo flojos, pero algunos de completa originalidad. El promedio da una película que no consigue despegarse del todo para transformarse en un clásico de culto. Pero no hay mucho para reclamarle, porque el riesgo si bien no es un bien en sí mismo, suele hacer que las películas sean más interesantes.
Santiago Loza, director de “Cuatro mujeres descalzas” “Los labios” “Extraño” o “La Paz” y con una importante y extensa trayectoria como dramaturgo teatral, un estudioso en cada una de sus realizaciones del universo femenino, cambia completamente de registro –sin abandonar en absoluto su fascinación por los personajes femeninos contundentes- para construir en “BREVE HISTORIA DEL PLANETA VERDE” una fábula con mucho humor en el que se mezclan elementos de comedia delirante y ciencia ficción que no habían aparecido previamente en su cine, o al menos, no de esta manera. Ya desde la primera escena, el antifaz con el que duerme Tania –un personaje trans que invade toda la pantalla por su desenfado y su atractiva personalidad- revela, en cierto modo, el recorrido que pretende recorrer Loza en esta nueva creación. Cuando Tania recibe la noticia de la muerte de su abuela, irá junto con sus amigos Daniela y Pedro a la casa donde ella vivía y allí se encontrarán con un legado, una última voluntad de su abuela absolutamente sorprendente e inesperada: deberán regresar a un alien que se encontraba albergado en el sótano de su casa, a aquel lugar de donde ella lo había recogido. Para esta “aventura”, los tres personajes contarán solamente con un plano muy precario, impreciso, hecho a mano; sus mochilas y una valija en la que transportarán al nuevo integrante del equipo –un extraterrestre violeta, contundentemente pop- con varias cubeteras de hielo para mantenerlo refrescado, en estado óptimo. Loza junto a sus tres protagonistas centrales, no temen lanzarse a una aventura que está empapada de un espíritu completamente bizarro y que sabe sostener un humor tan delirante como naïf pero que tiene fundamentalmente la gran virtud de no perder de vista, en ningún momento, el sentido de lo que quiere contar. Loza una vez más construye con Tania un personaje femenino sumamente atractivo, tal como nos tiene acostumbrados y maneja a la perfección el elemento trans del personaje que va convirtiendo a “BREVE HISTORIA DEL PLANETA VERDE” en una fábula sobre los diferentes, los que tienen que encontrar su propio lugar en el planeta. Será un viaje revelador y de fuerte introspección para cada uno de ellos pero el acento está fuertemente puesto en Tania dado que este viaje, indudablemente se emparenta con la libertad interior, con el descubrimiento de una liberación, ese proceso de aceptación que debe atravesar cada uno, aun con sus diferencias y sus matices. Romina Escobar construye una criatura querible, fuerte y quebradiza, potente y frágil a la vez con una Tania inolvidable y se pone la historia al hombro y logra un trabajo absolutamente destacable. Paula Grinszpan (una actriz con gran trayectoria teatral con “Para Partir actualmente en cartel y con exitos como “La Pilarcita” o “Eléctrica” en su haber) es Daniela, quien emprende el viaje con una profunda melancolía por estar elaborando el duelo de la ruptura con su pareja. Y completa este particular terceto Luis Sodá como Pedro, una típica criatura de la noche que conforma este trio de amigos que se conocen desde la infancia. Claramente conforman un trio de “outsiders” que está emparentado con la ajenidad de ese alien frente a un mundo que lo expulsa como lo hace con todo lo que es diferente por lo que quizás sea que este terceto logra una conexión casi instantánea. Todos parecen saber de qué se trata esta aventura del volver al lugar de origen y reconocerse y encontrar el verdadero sentido de la pertenencia. En un breve papel, Elvira Onetto demuestra una vez más que puede brillar aún con una pequeña intervención que es una de las escenas más logradas y divertidas del filme, en donde cuenta el vínculo que unía a la abuela de Tania con este Alien con un pequeño clip que es indudablemente lo más simpático, creativo y desopilante de la película. Loza trabaja con lo fantástico y los elementos imaginarios de forma tal que resultan completamente funcionales dentro de la trama, investiga una nueva forma de expresión en lo cinematográfico en un terreno que no le es habitual, pero que sin embargo a poco de recorrido, se lo siente como completamente orgánico y se celebra que un director de su trayectoria, se anime a tomar riesgos y salir de la comodidad, para sorprender con una obra diferente a todo su cine y su dramaturgia. Ganadora del premio Teddy en el 69º Festival Internacional de Berlín –un premio que reconoce a la mejor película de temática LGBTIQ- “BREVE HISTORIA DEL PLANETA VERDE” intenta hablar dentro de su estructura de fábula moderna, en palabras del propio director, del poder de los débiles, la forma de transitar los duelos y dar revancha, para instalarse entre lo banal y lo profundo, lo cotidiano y lo sublime. Y sin perder el humor, brillando con un cosmética ochentosamente pop, Loza lo logra durante todo este magnífico recorrido.
El nuevo film de Santiago Loza, "Breve historia del planeta verde", se vale de elementos del cine de género – muy a su modo – para narrar la historia de tres singularidades tan únicas como terrestres, unidas por una hermandad del dolor. Luego de la atípica "Malambo: El hombre bueno", el gran director indie local vuelve a ese cine intimista que lo caracteriza desde su presentación al mundo cinéfilo con el corto de "Historias Breves III: Lara y los trenes". Su octavo largometraje ficcional, "Breve historia del planeta verde", viene de ganar el Teddy a mejor película, y en la última edición del BAFICI – la más queer de las 21 realizadas – le valió a Loza el premio de Cronistas a mejor director. Sí, "Breve historia del planeta verde" es un film LGBT+ puro; muy al estilo minimalista y cuasi teatral al que nos tiene acostumbrado el director en su mejor forma. Tania (Romina Escobar), Pedro (Luis Soda), y Daniela (Paula Grinszpan) son un trío indisoluble. Amigues y hermanes de la vida, que se protegen y apoyan frente a todas las circunstancias. Cada une es un ser particular, con un brillo diferente, que al unirse crean fulgor. La protagonista es Tania, una joven mujer trans, que subsiste como a muchas chicas trans la coyuntura actual les permite vivir, con un pretendiente que no sabemos si le conviene o no. El único vínculo seguro son sus dos amigues con les que convive. Un llamado le avisa que su abuela que vive en el Sur (Elvira Onetto) falleció, y debe hacerse cargo de algunas pertenencias. Les tres viajan hasta el lugar iniciando una road movie, con mucho de una "Pink Flamingos" taciturna. Una vez allí, la compañera de esta abuela les revela la pertenencia más importante, un extraterrestre que llegó a sus vidas hace algunos años, las acompañó a cada instante, y ahora, ante la partida de la mujer, debe volver a su planeta antes de morir él también. Tania, Daniela, y Pedro vuelven a emprender un nuevo viaje, cargando a este ser extraterrestre hacia el punto que será la partida de este mundo. Ese viaje también será de descubrimiento para ellxs, y en especial para Tania que debe rehacer su presente, redefinir su situación sentimental emocional, y cerrar ese pasado con su familia, y con un pueblo que conoció a alguien que ella ya no es. Aunque el elemento fantástico es evidente en la película, y no escapa a una pátina de cine de género; en realidad, Breve historia del planeta verde, tiene más del estilo del director que cualquier otro ingrediente que le podamos encontrar. "Breve historia del planeta verde" es un film de emociones a flor de piel; que no necesita declamar banderas y principios para dejar sus posturas definidas. Su mensaje y contenido es bien claro e ineludible. Tania, Daniela y Pedro son seres úniques, como cada une de nosotres es únique. Tienen sus conflictos y confusiones que deben resolver, y se tienen une al otre para eso. Breve historia del planeta verde es una película sobre el amor, pero no sobre el amor romántico, sobre el apoyo y la contención, sobre la unión de seres, la familia que construimos y no la que nos imponen. Aquel que pudo disfrutar de la excelente miniserie Doce casas que Loza presentó en la TV Pública, notará en Breve historia del planeta verde una tónica muy similar. No en el sentido de la teatralidad escénica de aquella, este es un film abierto, una road movie intimista; sino en el acercamiento de les personajes, en lo emocional del tratamiento, en la teatralidad buscada en la composición de los vínculos y los diálogos, sin que se sientan acartonados. "Breve historia del planeta verde", tiene una estructura pequeña (no es un film pequeño para nada), y un corazón cálido que abraza a le espectadore. Romina Escobar, Paula Grinszpan, y Luis Soda logran una simbiosis perfecta, el vínculo entre ellos se siente y nos llega. Cada une de ellxs enriquece a la criatura que interpreta. En particular, Escobar se carga la película al hombro, no sólo porque su rol es el motor de la película, sino por pura presencia y peso actoral. Escobar es un torbellino por el que atraviesan todas las emociones juntas, y a veces Tania parece escapada de un culebrón mexicano, y a ves es cálida, cercana, y puramente humana; o siempre es todo eso junto. Nuevamente Loza se muestra como un excelente director de actorxs. Loza rompe con las estructuras de todo tipo. En su propuesta amalgama travellings, y planos fijos, con una mirada externa, cercana, compañera, que se acentúa a la hora de iniciar las caminatas típicas de una Road movie. La paleta de colores también es distintiva y marca un ambiente de ensoñación y plasticidad entre esta mujer que se reconstruyó y un ser alienígena que no pretende verosímil alguno. Entre verdes, y violetas, la fotografía de Eduardo Crespo se hace distintiva. Tania, Daniela, y Pedro caminan a su propio ritmo, marcan el paso, y se tienen entre sí para poder actuar con naturalidad, frente a un mundo que no siempre los ve con ojos de comprensión. Tenerse entre ellos les permite vivir en esa voluptuosa singularidad. "Breve historia del planeta verde" es una película de pequeñas explosiones que en su conjunto crean un fuego enorme. El talento de Loza y su equipo, tanto delante como detrás de cámara, logran un propuesta tan avasallante como esa Tania dispuesta a no dejarse caer.
Contra el deber ser del realismo Ganadora del Premio Teddy a la mejor película de temática LGBT en la Berlinale, Loza se juega a un verosímil absolutamente disruptivo. Es difícil, tal vez imposible encontrar, en medio del panorama de películas todas-iguales-entre-sí que presenta el cine argentino contemporáneo, una que tenga la audacia casi suicida del nuevo opus del prolífico cineasta y dramaturgo Santiago Loza. Tal vez Las hijas del fuego, la fantasía porno-lésbica que Albertina Carri estrenó el año pasado, sea la única comparable, por la manera en que se tira a la pileta sin medir riesgos. Autor de películas como Extraño, Cuatro mujeres descalzas y Los labios (ésta junto a Iván Fund), en Breve historia del planeta verde –presentada en la más reciente edición del Festival de Berlín, donde ganó el Premio Teddy a la mejor película de temática LGBT– Loza se juega a un verosímil absolutamente disruptivo, de esos que el espectador toma o deja. La película escrita y dirigida por Loza recuerda, aunque más no sea en términos estructurales, a Tan de repente, la ópera prima de Diego Lerman, que comenzaba como un cuentito desfachatado y se partía a la mitad, encaminándose a una inesperada trama de realismo familiar. Breve historia del planeta verde va, a su vez, de cierto realismo naïf a una insólita fábula de ciencia ficción casera de toques místicos. Pero siempre naïf, eso sí. Tania, treintañera trans con algo de sobrepeso (Romina Escobar), Daniela, una chica disconforme con la vida que lleva (Paula Grinszpan) y Pedro, que tal vez sea gay o esté a un paso de serlo (Luis Soda) se conocen desde la primaria y siguen siendo amigos. Como las cuatro mujeres descalzas, cuando Tania, Daniela y Pedro no están tristes o melancólicos, es porque están deprimidos. Razones no les faltan. Ni el trabajo de Tania en un club drag, ni el empleo de Daniela como camarera disfrazada de cowboy en un curioso saloon country argentino, ni el no se sabe qué de Pedro (la información sobre él es escasa) los satisface. Para peor a Daniela acaba de dejarla el novio, con lo cual pasa más tiempo en la cama que en pie. En medio de eso Tania recibe un llamado desde el pueblo natal, avisándole que su abuela acaba de morir. Curiosamente, algo casi igual a lo que ocurría en Tan de repente, donde la que moría era una tía. El siguiente paso es también el mismo: como Mao, Lenin y Marcia, este otro trío deja la ciudad y va al pueblo. En casa de la abuela se encuentran con una amiga (Elvira Onetto), que los lleva a conocer a quien fue el compañero de aquélla en los últimos años: un pequeño alien al que la abuela frizó cuando estaba a punto de morirse. Glup. Para mayor desafío a la verosimilitud, este pariente lejano de ET está ostensiblemente confeccionado en material plástico o algo parecido. Lo que la abuela no pudo hacer fue llevarlo hasta un río cercano para darle allí una muerte digna, una tarea de la cual ahora Tania y sus amigues se harán cargo. Lo meten en una valija, la llenan de cubitos de hielo y allá van, a un viaje como de película de aventuras, pero sin aventura. Está claro que Loza no apunta a la credibilidad llana del espectador, que deberá practicar una especie de salto mortal por encima de su razón, para discernir qué hace ese alien allí y para qué está. En principio, el ser de enormes ojos despierta sentimientos maternales, sobre todo en Tania, y será la dark Daniela la que se ocupe de él en las últimas horas. En el curso del viaje Daniela pasa visiblemente de su condición de sufrida a la de líder del grupo, guiada por las apariciones de otro personaje fantástico, suerte de indio del Amazonas con una capucha en la cabeza. Y Tania empieza a sufrir de un trastorno estomacal que los médicos no logran diagnosticar, y que tal vez guarde alguna clase de relación con la cercana presencia del extraterrestre. Mientras Daniela avisa que “necesito tener un hijo”, el trayecto de Tania parecería conducirla a alguna clase de misticismo, que asumirá una forma bien concreta. Ni en cine ni en ningún otro arte la audacia garantiza resultados consumados. Suele ser al contrario. Breve historia del planeta verde no carece de problemas. Actuaciones dispares, en ocasiones de una languidez que puede volverse irritante; algunos diálogos tan sobreescritos como grandilocuentes, que los actores recitan obedientemente; algún personaje que no calza del todo (un muchacho brasileño enamorado de Tania), un misticismo que puede no compartirse en absoluto y algunas búsquedas formales más tentativas que certeras (un largo plano secuencia cuya necesidad no es clara, unos ralentis que tampoco), son algunos de ellos. A cambio de eso hay hallazgos indudables e infrecuentes: un tratamiento del espacio que vincula a los personajes con el entorno; un fantasmagórico bosque quemado; unos amenazantes pobladores con antorchas en medio de la noche, como sucedía en Frankenstein; un río vaporoso; una abrupta escena de baile, tan bien filmada como una semejante de Los labios. Y la empatía que inevitablemente despierta quien decidió dejar de lado el deber ser del realismo, lo ya probado, lo aconsejable y otros cantos de sirena de la mediocridad.
Tres freakies se hacen cargo de un alienígena aparentemente muerto, herencia de la abuela de “une de elles”. No es una película bizarra, ni cómica, ni ecologista, sino un particular relato fantástico de Santiago Loza sobre la tristeza y la entereza de las personas “distintas”.
“Breve historia del planeta verde”, de Santiago Loza Por Jorge Bernárdez En esta película el gran logro de Santiago Loza es lograr trascender el planteo inicial, que contado en cuatro palabras despierta sorpresa y algo de curiosidad, para lograr una película sensible y de gran corazón. Un transexual, un amigo gay con el que hacen un show de transformismo y otra amiga se van al interior y terminan organizando el regreso a su planeta de un extraterrestre que la abuela de la protagonista trans tenía escondido. La mujer que cuidaba a la anciana les dice que la abuela se había hecho amiga del alienígena, que a su vez atrasó su regreso para quedarse con la mujer y establecer con ella un convivencia sostenida en la necesidad de compañía de las dos partes, pero había llegado el momento de que el visitante volviera a su planeta y ese era el legado. El director en una de las presentaciones de la película habló de la fragilidad de su creación y es que claramente no hay forma de entrar en este relato si no es por lo delicado y sensible. Conversando sobre la película el crítico y amigo Diego Trerotola dice que es como si se tomara un sketch de Cha cha cha y le agregaras corazón. Para lograr eso el director consiguió un trío que es oro puro, tres actores que se fusionan y logran que la historia funcione en todos los niveles posibles Romina Escobar, Paula Grinszspan y Luis Soda hacen que Breve historia del planeta verde sea el relato sensible y de aventuras que necesitaba ser. Esta reseña corresponde a la presentación de Breve historia del planeta verde en la Competencia Argentina del 21º Bafici. BREVE HISTORIA DEL PLANETA VERDE Breve historia del planeta verde. Argentina/Alemania/Brasil/España, 2019. Guión y dirección: Santiago Loza. Intérpretes: Romina Escobar, Paula Grinszpan, Luis Sodá, Elvira Onetto, Anabella Bacigalupo y Léo Kildare Louback. Fotografía: Eduardo Crespo. Música: Diego Vanier. Edición: Lorena Moriconi e Iair Michel Attías. Sonido: Tiago Bello y Nahuel Palenque. Dirección de arte: Fernanda Chali. Distribuidora: Compañía de Cine. Duración: 75 minutos.
Premiada y aclamada por la crítica especializada se produce el estreno comercial de la esperada película. Este jueves a las 21.30 hs., se estrena en la Sala Leopoldo Lugones (Av. Corrientes 1529) la última producción del prolífico director, dramaturgo, guionista y novelista Santiago Loza. Por Bruno Calabrese. El film se presentó recientemente en ACID Cannes y antes de ello obtuvo enBAFICI la Mención Especial del Jurado en Competencia Argentina y el Premio No Oficial a Mejor Película otorgado por ACCA Asociación Cronistas Cinematográficos Argentina, mientras que en la Berlinale recibió el Premio Teddy a Mejor Película y el Teddy Reader’s Award. Tania, una chica trans, emprende una aventura junto a dos amigos para cumplir el deseo a su abuela recién fallecida: llevar a un alienigena pequeño y violeta al lugar donde fue encontrado. Por . El multipremiado director, Santiago Loza, nos cautiva con una aventura inmersa en una estética clase B propia de los ochenta. Una historia sobre la amistad, el amor y el dolor que dejan en el cuerpo las huellas del pasado. Desde la primera toma nos encontramos con Tania, con un antifaz para dormir que emula los ojos de E.T. Metafora perfecta sobre lo que vamos a ver, que nos da un preanuncio que ella no se siente de este planeta. Sus dos amigos de la infancia, Daniela y Pedro, sufren por los mismo. El fallecimiento de la abuela de Tania, hace que ambos vuelvan al pueblo natal, donde ellos sufrieron por los desprecios y maltratos de los habitantes. Al llegar a la casa, se enteran que la abuela tenía en el sótano un pequeño alien violeta, En pos de cumplir el deseo deciden emprender la travesía donde encontró al extraño ser. Ese será el comienzo de un viaje instrospectivo de los amigos por su pasado, reencontrándose con seres que hicieron del mismo un calvario. Cada uno, a su manera, han sufrido los desprecios de los aliens humanos, lo que generó en ellos la sensación de sentirse excluidos. En el camino tratarán de sanar esas heridas que aún duelen, que los lastima. Esas heridas que a Daniela no le permita tener una relación estable, que a Pedro no le permita sentirse bien consigo mismo y con su condición. Breve Historia del Planeta Verde es una película sobre seres que se sienten diferentes, desplazados. Sobre un extraterrestre que en realidad es la marginalidad en la que vivieron los amigos. Sobre tres personajes que llevan un cuerpo que tiene mucho en común con ellos y que fortalece su relación. Una película entrañable y poderosa a la vez, sobre la amistad y el amor. Puntaje: 90/100. ESTRENO 30 DE MAYO Sala Leopoldo Lugones, 21.30 hs. – Sala Cine Select de La Plata, 21.30 hs. Showcase Haedo – Sala Amancay (Neuquén) – Cine Teatro Pico (La Pampa)
Tania, Daniela y Pedro se despiertan, cada uno en su departamento, cada uno con su propia melancolía. Hay una pesadumbre en sus miradas, contemplando hacia la nada, hacia otro lugar, sentir acentuado con el piano de Diego Vainer (Dos Disparos, Vaquero). La cámara de Santiago Loza los sigue, los rodea, se acerca de a poco. Hasta que se aleja desde el balcón de Pedro, tanto como le es posible, para dar un fenomenal plano general largo de un edificio en plena Capital Federal, uno entre tantos, con su protagonista perdido en su entorno. Así empieza esta Breve Historia del Planeta Verde.
Un viaje hacia el sur argentino con una misión: llevar consigo a una criatura extraterrestre perdida en nuestro planeta. Tres personajes que tienen poco en común –pero descubrirán que tienen mucho en común– parten en un viaje hacia el sur argentino con una misión: llevar consigo a una criatura extraterrestre perdida en nuestro planeta. Con esta historia, Santiago Loza hace una película fresca, humana y realmente de aventuras (aunque suene raro adjudicarle tal género a un film argentino) que muestra en el movimiento exterior el recorrido exterior de los personajes. Algo poco frecuente en el cine nacional, cuyo valor es menos la novedad que la calidad de la puesta.
De otro planeta Por Violeta Bruck Sobre la última película de Santiago Loza, Breve historia del planeta verde. Luego de un recorrido por distintos festivales, se estrenó el pasado jueves Breve historia del planeta verde, de Santiago Loza. Al recibir el premio Teddy, mejor película LGTTB, en la última edición de la Berlinae, el director comentó: … esta película habla de mi identidad y por eso es el premio más importante de mi carrera. Romina Escobar –la protagonista– recibió en Berlín un infinito amor como nunca lo tuvo en su vida. Son tiempos muy difíciles en Argentina y en Brasil para el colectivo trans. Por eso, más que nunca decimos que nadie le suelte la mano al otro. El film es sobre la amistad de gente que se siente diferente. Mis amigos me salvaron la vida, para ellos hice la película. Yo soy de su planeta. Los amo. El profundo sentir que expresan sus palabras recorre las imágenes y los diálogos de su película. En los primeros minutos la cámara recorre escenarios y descubre a los protagonistas de la historia. Tres jóvenes –que ya pasan las tres décadas–, amigos desde la escuela, que mantienen su lazo afectivo a pesar del paso de los años y, especialmente, como una estrategia para enfrentar y refugiarse de ese mundo hostil que se les presenta de diferentes formas. Comienza el día y podemos conocer a Tania, una chica trans que hace shows en las discos de Buenos Aires; Pedro, su amigo que la acompaña en los laberintos de la noche; y Daniela, con un trabajo precarizado, agotador, y la tristeza a flor de piel. De pronto Tania recibe la noticia de la muerte de su abuela y junto a Pedro y Daniela emprenden un viaje hacia el pasado. Parten hacia el sur, a la casa de la infancia donde ella compartió años felices con su abuela y allí descubren un extraño legado. En el sótano una criatura espacial descansa congelada. Por un flashback de fotos podemos ver que este alienígena fue una amistosa compañía de la anciana, quien antes de su muerte dejó las indicaciones para que se traslade al lugar donde fue encontrado. Con este objetivo, los tres amigos inician una aventura. Preparan sus mochilas, abrigo y una valija llena de hielo para mantener vivo al nuevo amigo, recorren bosques y se cruzan con viejos conocidos, gente distante y con prejuicios. Pocas son las voces amigas, y cuando las hay son también de seres desplazados. Loza expresa: Lo “extraterrestre” en la película es lo diferente, lo desplazado, lo marginal. Los tres personajes llevan un cuerpo que se relaciona al de ellos. Padece la misma extrañeza… Es esa presencia fantástica la que los tres personajes de la película viven con naturalidad. Lo asumen naturalmente porque también ellos, para el mundo, son seres raros, no asimilados. La película presenta un cruce de géneros entre la ciencia ficción, la comedia dramática, el viaje de aventuras y un toque de surrealismo; con referencias a la cultura de los ochenta. Una marca generacional del director, que en su infancia y adolescencia consumió todo el cine de la época: Cuenta conmigo, Los Goonies, Gremlins y, por supuesto, E.T. de Steven Spielberg, a la que considera “su película favorita”. Un poco de todo esto está presente en Breve historia…, que es también según su creador “una película sobre cómo sobrellevar un duelo. Las revanchas que ofrecen los caminos nunca transitados. La otredad, lo extraño, lo ajeno, lo sobrenatural narrado de manera cotidiana”. Las imágenes de esta historia acompañan la propuesta, con una cámara que por momentos flota aportando a la extrañeza y una cuidada composición en cada cuadro. Eduardo Crespo en la Dirección de fotografía, Fernanda Chali en la Dirección de arte y Victoria Luchino en Vestuario, logran con su trabajo aportar la atmósfera necesaria para este viaje. En los papeles de Tania (Romina Escobar), Daniela (Paula Grinszpan) y Pedro (Luis Soda), todos se destacan en la construcción de los personajes. Loza trabajó con ellos un vínculo que le permitió tomar en la película ciertos trazos de sus vidas, “del coraje con el que fueron enfrentando la adversidad”. Según sus propias palabras, “La película habla del poder de los débiles. La fuerza oculta de los eternos olvidados. Es un homenaje a todos los perdedores. Y un acto de justicia poética.” En tiempos donde los alienígenas o seres de otro planeta solo se presentan en grandes producciones pensadas en cada detalle para la conquista de la taquilla, donde los FX y el tratamiento digital de imágenes son la vara con la cual se mide las creaciones, la película de Loza se apropia de algunas claves del género para desarrollar una historia muy distinta, profunda y humana. La abuela demuestra en su recuerdo que no hay miedo a la extrañeza, ni de una nieta que busca su propia identidad de género, ni de un ser de otro planeta con quien a base de amistad y cariño es posible comunicarse. Lo verdaderamente extraño es el mundo hostil que regimenta las vidas y los sentimientos, y también la representación audiovisual que ese mismo mundo promueve. Los personajes, la historia y el cine de Loza, enfrentan juntos todo esto.
La fábula de los extraños. La propuesta de Santiago Loza resulta algo arriesgada a la vez que hipnótica porque en realidad se trata de un experimento no necesariamente cinematográfico per se, pero sí es cierto despojado de todo prejuicio formal y en un orden mayor de otro tipo de valor. La gran palabra que une este collage es el dolor, compartido por todo aquel que frente a la norma escapa, ya sea por naturaleza o por elección de expresar su individualidad. En ese sentido este trío que comparte pasado y presente es el arquetipo de lo distinto y confronta con su distinción a veces de manera festiva y otras dolorosas. Pero hasta aquí los resortes del drama se tensan de la forma ortodoxa hasta que la introducción de un elemento fantástico opera como puente a la alegoría, a la metáfora y al juego permanente entre la subjetividad de cada uno de los personajes conectados con un ser extraterrestre, un secreto que la abuela de la protagonista, recientemente fallecida, guardaba y con gusto ha legado para ella y su grupo. Desde allí, arranca otra película marcada por la travesía o el viaje de ellos con el ser de otra galaxia, agonizante, cuyo nexo es el dolor y ese dolor evoca los pasados para que todo concluya en una moraleja demasiado excesiva cuando uno de los puntos fuertes de esta película de Loza era precisamente la sutileza de los primeros minutos, la atmósfera hipnótica en los climas generados desde la plasticidad de la imagen para alejar toda cuota de realismo de la propuesta. Por eso en Breve historia del planeta verde hay una lucha implícita de dos películas pero ninguna le gana a la otra por mérito sino más bien por imposición.
La rareza de marginales propios de la filmografía de Santiago Loza se literaliza en Breve historia del planeta verde, giro pop impredecible del director cordobés. Un trío de “amigues” LGBTQ escolta a un cuerpo extraterrestre por un bosque fantástico y misterioso con linternas, malestares físicos y paradas sórdidas de road movie. La trans Tania (Romina Escobar), el gay Pedro (Luis Sodá) y la recién peleada con su novio Daniela (Paula Grinszpan) alternan la explotadora urbe por la peregrinación al pueblo donde acaba de morir la abuela del primer personaje. En la casa descubren un sótano en el que reposa un ET que había sido compañero de la anciana, y al que se encargarán de llevar naturaleza adentro sumido en hielo para darle un funeral digno. La extrañeza de Breve historia del planeta verde es más bien mutante: en ella confluyen el Spielberg retro de Stranger things con el primer Diego Lerman, el estilismo forestal queer de Morir como un hombre de João Pedro Rodrigues y el realismo mágico-curativo y asimismo selvático de Cemetery of splendour de Apichatpong Weerasethakul. Incluso Loza parece fundir aquí los experimentos formales y el naturalismo de su cine, encontrando en la fantasía un nuevo ser (por eso no es descabellado que exista un alumbramiento al final). “Todos somos raros”, dice uno de los protagonistas, exponiendo la paradoja de una cinta que en su extravagancia deliberada encuentra una comunitaria homologación: el alien semeja una mascota en su calidad de catalizador afectivo que al exigir el cuidado desinteresado permite sanar a sus transportistas, que de esa manera comparten una singular e ingenua forma de normalidad. Así, el filme prefiere ser humano a marciano.
El dramaturgo y cineasta cordobés es sin duda una de las cabezas más interesantes de nuestro país: sus ideas, la forma en que logra plasmarlas en ficciones, sus obras de teatro, películas y novelas han conmovido a miles de espectadores y a la crítica en general. Su última película, “Breve historia del planeta verde” se alzó con el Premio Teddy a Mejor Película y el Teddy Reader’s Award-Berlinale, y la Mención Especial del Jurado Competencia Argentina BAFICI , entre otros premios. Como cineasta, dirigió EXTRAÑO, LA INVENCION DE LA CARNE, ROSA PATRIA, LA PAZ, SI ESTOY PERDIDO NO ES GRAVE, entre otros premiados largometrajes, mientras que como dramaturgo escribió, solo por mencionar algunas: AMARAS LA NOCHE, NADA DEL AMOR ME PRODUCE ENVIDIA, LA VIDA TERRENAL, HE NACIDO PARA VERTE SONREIR, MATAR CANSA, PUDOR EN ANIMALES DE INVIERNO, TODO VERDE, LA MUJER PUERCA, representadas en la escena porteña con gran éxito. Su obra es enorme y los universos que atraviesa son de diferente índole, aunque hay un patrón que puede encontrarse en varias de sus creaciones: la particular mirada de la mujer sobre situaciones diversas. “Breve historia…” no es la excepción, pues a través de la mirada de Tania (una chica trans que hace shows en boliches) nos adentramos en un insólito viaje lleno de fe, confianza, ternura y valía. Junto a sus amigos Pedro y Daniela, Tania decide viajar a la casa de su abuela, quien acaba de fallecer, para hacerse cargo de su herencia y una peculiar misión que le es encomendada. En este road trip a pie los amigos lograran vencer cada obstáculo que se les presenta y además de encontrarse con ciertos aspectos de ellos mismos, se descubrirán entre sí, con sus personalidades, miedos y esperanzas. Este viaje los completa, les da la fuerza que necesitan para adoptar determinadas decisiones, los redescubre. Mas allá que la película fue premiada en la Berlinale por su temática LGTBQ+, lo interesante de “Breve historia del planeta verde” es que trasciende esta temática, es la historia de estos tres amigos y lo que juntos son capaces de hacer lo que vuelve a la historia una singular oda a la amistad. Tania, Pedro y Daniela no encuentran en la sociedad en la que viven un espacio donde sean escuchados, amados y/o reconocidos, Daniela atraviesa una profunda melancolía tras la ruptura de una relación, Pedro solo encuentra placer en la noche, donde puede liberarse y dar rienda suelta a su pasión: ambos encuentran en Tania la fortaleza y la confianza que en ellos falta, su amistad los completa, y este viaje a los tres, los transforma, los hace crecer. Un relato donde los géneros se fusionan, difícil de encasillar: como la vida misma. El trabajo de actuación de Romina Escobar, Paula Grinszpan y Luis Sodá es impecable, y los rubros técnicos acompañan la estética que propone la película. En relación al trabajo de dirección y guión, Loza construye un filme cargado de poesía y emoción. Opinión: Excelente.
Personajes sensibles y desajustados Premiada en la Berlinale y en el Bafici, la película del director cordobés apuesta por lo fantástico como modo de confrontar al mundo Antes que contar -y redundar en- la historia que toda película ya se encarga de contar, mejor detenerse en otros aspectos, porque para saber qué es lo que pasa en una película es por lo que se va, entre otras cuestiones, a ver la película. Y puesto que Breve historia del planeta verde esconde una sorpresa, mejor que sea el espectador quien se encargue de descubrirla. LEER MÁS El PO le responde a Altamira | La crisis que desató la fractura en el Partido Obrero LEER MÁS Jaguares: "No queremos dejar pasar esta oportunidad" | El wing Matías Orlando de cara a la final del Super Rugby ante Crusaders Por eso, es mejor que sea la curiosidad la que descanse en el misterio que anida en esta historia pequeña, situada en un planeta cercano. Una película íntima en la que subyace un momento en donde lo que acontece adquiere otros ropajes. Es decir, una película que dice ser un género mientras lo desdice, por dejarse tamizar de una hibridez consciente. En este sentido, las categorías genéricas desde las cuales ubicar al film de Santiago Loza aparecen tal vez contradictorias. Sólo tal vez, porque la confianza en lo que se hace, en lo que se muestra y lo que se narra, dicen todo el tiempo sobre el desenlace o punto de arribo deseado. En última instancia, hay una puesta en escena. Y eso, ni más ni menos, dice de manera suficiente sobre un director de cine. Abocado a una experiencia artística que le reparte entre el teatro, la literatura y el cine, el cordobés Santiago Loza encuentra en esta película un lugar de riesgo, está claro, pero con la sensibilidad suficiente como para saber que el film no habrá de derrapar. Ahora bien, y de manera sintética, Breve historia del planeta verde es la odisea de tres amigos dispuestos a llegar (a volver) a la casa de una abuela. La abuela falleció, y hacia allí, a ese lugar situado en una infancia pretérita y cercana, entre las paredes de una casa que guarda olores viejos, entre el barrio y los lugares de antaño, habrán de codearse los protagonistas. Santiago Loza encuentra en esta película un lugar de riesgo que fue urdido con la sensibilidad suficiente para no derrapar. Lo que no se ha dicho es que Tania, la nieta que acude al llamado de este más allá (¿porque qué otra cosa es esa etapa ligada a la infancia?) es transexual. Lo que también debe ser dicho es que Romina Escobar, la actriz, es magnífica. Su naturalidad ante la cámara es el gran hallazgo de Santiago Loza. Así, Tania viaja, camina, sufre y ríe, acompañada de Daniela (Paula Grinszpan) y Pedro (Luis Soda). Tres disconformes, tres desajustados que sin embargo comparten una sintonía plena, a tono con lo que enfrentan. Esto es, los años de un pretérito al que volver. Un tiempo casi ido al que se debe (re)visitar. Es por eso que hay que acompañar a Tania. Y no dejarla sola. Ese pueblito, ese lugarcito, de casa de muñecas y comidas de abuela, comparte una emanación dulzona con cierto regusto amargo. Sobre todo ante un afuera seguramente amenazante, desde el marco contenedor (y tan hipócrita) que ciertas ciudades pequeñas o pueblos grandes brindan. De modo tal que volver allí será una prueba límite, para todos pero sobre todo para ella, para Tania. Durante el camino y la estadía, las miradas los cruzan, las mediasonrisas les apuntan. Además, no bien llegar, ya el trío se impone otra meta. Para saber cuál es, habrá que ver la película. Santiago Loza hace teatro, literatura y cine. Entre otros rasgos, hay un gran momento en el film de Loza, y se corresponde con la escena que comparten Tania y una amiga de la abuela, interpretada por la inmensa Elvira Onetto. Es un diálogo magnífico, que delata la artesanía de Loza en la relación que descubre entre actrices de generaciones diferentes, en busca de una comunión que no borre sus diferencias de registro. Lo que la Onetto logra en este diálogo es apasionante, porque mientras la palabra dice, son sus gestos los que comunican algo más. De este modo, la simpatía del decir guarda matices contradictorios. Lo que se escucha no se condice con lo que se ve. Y esto es algo que el film logra de manera elegante, al permitir que sean las propias intérpretes las que se luzcan -desde estos gestos mínimos- ante la cámara. Así, el pasado de esta vida que Tania ahora es adquiere rasgos de un pasado seguramente afectuoso, pero nada fácil. Hubo dolor. Y cierto pase de facturas aparece desde la voz de esta amiga otoñal, que parece risueña. La gran Elvira Onetto. Descubierto lo que aquí no se dirá, el trío parte hacia la aventura, para cumplir una misión de índole esencial, que los anuda respecto de su historia. De esta manera, los viejos vínculos aparecen, junto a los desprecios, algunos rencores, ciertas disculpas y camaraderías. Hay que llegar al lugar que el mapa asegura, como si fuera una búsqueda del tesoro, así como cualquiera de las aventuras de tanto cine de matinée. Ese cine seguramente visto en el cine o la televisión del mismo pueblo, durante aquella infancia. LEER MÁS El día que Palermo erró tres penales en un partido | A 20 años de aquel duelo de Copa América de la Selección de Bielsa contra Colombia A lo largo de la travesía, lo que progresivamente se extraña es el paisaje, o mejor dicho, lo notable es cómo Loza y su director de Fotografía, Eduardo Crespo, son capaces de enrarecer lo cotidiano, como si el entorno estuviera a la par del sentir íntimo de estos personajes marginales y sensibles, en un mundo frío al que agregan calidez. De esta manera, estos paisajes raros se codean con otras marcas estéticas de un género (casi) fantástico. En este sentido, el film dialoga con el cine mismo, se vuelve lúdico, mientras narra una aventura que no por eso sería menos trágica. Llegados al punto último, deseado, inevitable, quizás Breve historia del planeta verde lo que haya hecho no fuera más que una suerte de trompe-l'œil, un engaño visual tendiente a disfrazar lo brutalmente realista. Ante ese realismo duro, extremo, la respuesta estética que significa esta película adquiere su razón de ser. Al practicar su operación fantástica, el film no sólo logra un cometido poético, sino que denuncia una iniquidad que estuvo todo el tiempo presente, anunciándose. La manera de confrontarla es a través de la poesía, a partir de imágenes capaces de subvertir lo simplemente denotativo, para convertir a la película misma en un artefacto incómodo (para algunos, para algunas). En otras palabras, Breve historia del planeta verde toca una fibra íntima, no exenta de dolor. Un dolor vuelto belleza. A pesar de todo.
El prolífico Santiago Loza (dramaturgo, escritor, cineasta), conmueve con esta Breve historia del planeta verde. Que es por cierto breve, apenas 75 minutos. Y que tiene un fantástico trío protagónico, encabezado por una actriz trans, Romina Escobar. También puede definirse con ese término -fantástico- al corazón de esta película. En torno de su amistad y su aventura, que consiste nada menos que en cuidar y trasladar, a través de distintos paisajes y distancias, a un extraterrestre debilitado, en una valija. Con sus personajes entrañables, vulnerables, Loza propone también un alegato, creativo y sensible, en favor de la libertad y la tolerancia.