Dejando de lado el carisma y la lograda composición del pequeño protagonista del relato, esta propuesta no hace otra cosa que revalidar un tipo de cine que atrapa audiencias regodeándose en la miseria de pueblos periféricos. Aquello que comenzó tímidamente con películas “testimoniales” llega a su exacerbación en un film que arranca con un siniestro vuelo imperial de dron para contextualizar lo incontextualizable, el dolor de un menor por luchar por sus ideales a pesar de la suerte que le tocó en la vida.
Drama familiar de la pobreza. Hermoso tema en el que se mezclan la condición femenina, la miseria, las costumbres de una sociedad libanesa desorientada y un mensaje humanista en la mirada y las palabras de un niño convertido en adulto antes de tiempo (Jackie Bonnet, Culturebox). Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2018, Cafarnaúm, de la realizadora libanesa Nadine Labaki (Caramel), que ha rodado con actores no profesionales interpretando “más o menos su propia realidad”, es una inmersión en la vida de los niños de la calle en Beirut que nos enfrenta a ese cine de denuncia que no debe perder vigencia. Melodrama que toca todos los palos de la miseria: inmigración, pobreza, injusticia social, niños maltratados y abandonados, mujeres también maltratadas, niñas vendidas para matrimonios forzados…, Cafarnaúm se centra en la historia de Zain (Zain Al Rafeea, miembro de una familia que escapó de Siria para refugiarse en Líbano y que hoy, gracias a la película, va a instalarse en Noruega), un espabilado niño de doce años que sobrevive a los peligros de la calle. Huyendo de sus padres, recurre a la justicia para demandarlos por el «crimen» de haberle dado la vida. Fábula contemporánea, inspirada en el caótico infierno de los suburbios libaneses, cuando sus padres entregan a la hermana de once años a un adulto de treinta para que se case con ella, Zain abandona el hogar familiar. Sin recursos, se ocupa del bebé de una joven refugiada etíope sin papeles, que ha dado a luz en secreto y pasea al niño escondido en un carrito de la compra –algunas de las escenas de los dos niños son de una emoción casi insoportable-, hasta que la policía le encarcela y es entonces cuando decide denunciar a sus padres. El recorrido de Zain por las calles, las chabolas, el ruido y el polvo de Beirut, es una excusa para poner en evidencia el caos y la corrupción que impera en una ciudad que no consigue recuperarse de una guerra interminable y que recoge, a su pesar, a los desesperados de toda la región que huyen de persecuciones y hambrunas. Una ciudad y un suburbio en el que los pobres explotan a otros aún más miserables. El film es crítico con las tradiciones en un país de grandísimos contrastes: con los niños como víctimas, con casamientos consentidos entre familias para quitarse una boca que comer; o con el rol que hombres y mujeres "deben" ocupar según se supone que es su lugar en esa sociedad, y que mediante las desgarradoras declaraciones de los padres pasas de la repulsión a la lástima infinita; o las situaciones que potencian la desesperación, la pobreza o la bajeza de algunas personas, siendo presa fácil de mafias y explotadores varios. Vomitivo. Como si se tratara de un reportaje sobre los niños y las aceras –un mundo ignorado- de la capital libanesa, la realizadora (que también interpreta el papel de abogada de Zain) sigue los paseos y las carreras en busca de comida o refugio del pequeño, quien ha conservado su nombre en la película y que desborda madurez y veracidad.
Enfrentando la pobreza El tercer largometraje de la aclamada realizadora y actriz libanesa Nadine Labaki, conocida por su debut cinematográfico, la comedia romántica Caramel (Sukkar Banat, 2007), y por el drama religioso Where Do We Go Now? (Et Maintenant on va où?, 2011), narra las penurias de un niño de doce años intentando sobrevivir en una ciudad del Líbano en medio de la pobreza, la exclusión social y la violencia familiar. Zain, un niño libanés, vive con sus padres y sus numerosos hermanos, todos indocumentados, en una pieza muy precaria en el país mediterráneo y tras ser arrestado por apuñalar a alguien, decide emprender un juicio contra sus progenitores por traerlo a este mundo de penurias. Así comienza la historia de Cafarnaúm (Capharnaüm, 2018), que de a poco involucra al niño en su huida de sus padres con Rahil, una mujer inmigrante de Etiopía que vive en la nación ilegalmente. En un flashback de lo ocurrido antes del juicio, el film expone las changas y mandados con los que el joven y su familia sobreviven y su intención de encubrir el primer período de su hermana de once años para que sus padres no la ofrezcan en casamiento al dueño del departamento en que viven, Assaad. Tras una pelea con sus padres al respecto, el niño huye de la casa enojado por la pérdida de su hermana, eventualmente entregada a Assaad en matrimonio. Asombrado por un anciano disfrazado del “hombre cucaracha”, Zain entra en un parque de diversiones y entabla amistad con Rahil, esa inmigrante ilegal que trabaja en maestranza y que esconde en los baños a su hijo pequeño para que nadie lo descubra. Como Zain no consigue trabajo, Rahil le ofrece vivir en su precaria pieza a cambio de cuidar de su hijo, Yonas. Cuando la mujer es arrestada el niño hará lo imposible para mantener al bebé a salvo, intentando conseguir comida como sea. En este film lleno de gritos y llanto, los planos febriles que semejan movimientos bruscos se mezclan con las imágenes de la miseria para desestabilizar al espectador en escenas muy conmovedoras y de gran fuerza discursiva. Los sueños de los inmigrantes de salir de la pobreza y prosperar sin organizarse son una constante en una historia que hace hincapié en las contradicciones del Líbano. Cafarnaúm trabaja desde el eje de la pobreza la asimilación del país a la cultura occidental, la influencia de las organizaciones paramilitares islámicas -a través de una escena al principio en torno a los juegos de los niños- y el tráfico y el consumo de drogas como aproximaciones varias a la cuestión de la miseria en el Oriente Próximo. Por momentos el protagonismo de Zain, Yonas y Rahil cede a lo colectivo en secuencias donde la ciudad se vuelve el centro de la escena, ya sea en planos cenitales sobre las precarias construcciones o en la mirada que Labaki impone sobre la miseria de las calles y una pobreza que se extiende como un hormiguero. La cámara de Christopher Aoun retrata así las variantes de una ciudad donde los sueños son aplastados por la realidad, estudiar es una quimera absurda y la posibilidad de ser deportado es tan cercana como los problemas de vivir indocumentado y completamente al margen del sistema. El protagonista y la mayoría del elenco son interpretados por refugiados de países en guerra que emigraron al Líbano para tener una vida mejor. Esta elección le aporta al film una gran autenticidad a través del excelente trabajo de Labaki en la dirección en una historia escrita por la propia directora en colaboración con Jihad Hojeily y Michelle Keserwany, sumada a la asistencia adicional de Georges Khabbaz y Khaled Mouzanar. El título del film refiere a la metrópoli que fue el hogar de Jesús de Nazareth, por lo que el film realiza una alegoría religiosa alrededor de las contradicciones y paradojas del Líbano, un país cuya capital tiene muchos contrastes de extrema riqueza y extrema pobreza. Cafarnaúm ofrece un panorama completo y desolador sobre la situación social del país, sus cambios y proyecciones, y principalmente los sueños de las nuevas generaciones que esperan poder escapar del destino de indigencia que les espera.
La directora de Caramel (2007) se despacha con la historia de Zain (Zain Alrafeea), un niño pobre que deambula por las calles desparramando ternura ante su carente situación. Una especie de nueva versión de El pibe (The Kid, 1921) de Charles Chaplin. Zain vive en la pobreza extrema y, ante los distintos conflictos con la ley y peleas con sus padres, es expulsado a rebuscárselas solo en otro contexto. Pero la suerte no estará de su lado y vivirá infinidad de problemas. Cuando logra que una mujer le de casa y comida esta desaparece dejándole a su pequeño bebé a su cargo. A fuerza de voluntad y esperanza, tratará de salir adelante. Con un registro realista, siguiendo de cerca con una cámara en constante movimiento a los personajes, Nadine Labakitrata de captar gestos y pequeños momentos de dulzura en sus pequeños personajes. Los detalles de afecto entre Zain y el bebé son breves episodios de sensibilidad en el mundo hostil que habitan. La película funciona hasta la primera hora, contando con la cámara las vicisitudes del protagonista y sus rebusques para sobrevivir demostrando que la precariedad en la que se encuentra lo lleva a tomar decisiones extremas y no lo hace por maldad. Logramos empalizar con el protagonista y tener una descripción acertada y oscura del universo marginal en donde le toca deambular. Pero sobre la segunda mitad, la película cae en el melodrama, presentado a una serie de adultos como los villanos de la historia y poniendo en su boca palabras que anuncian la tragedia. Un recurso innecesario ya que el drama había sido descripto efectivamente. Las palabras y el golpe bajo se sienten sobre actuados. El plus del film está en su título. "Capharnaüm" significa “ciudad de Nahum” o “ciudad de consuelo”, estaba situada en la costa noroeste del mar de Galilea, en un lugar llamado Tell Hum, a orilla del lago Tiberíades, donde Jesús fue atacado por una multitud de pacientes que buscaban la curación. Un dato que le aporta un tinte simbólico al relato. Cafarnaúm: La ciudad olvidada cuenta su historia de superación, pasa por lugares comunes y cae en algunos clichés. Sin embargo, es el carisma de Zain Alrafeea y el registro acertado de la directora libanesa, recursos que hacen llegar al film a buen puerto.
En 2007 sorprendió con “Caramel” y luego “Y ahora donde vamos?”, su segundo filme tuvo, trascendencia internacional y ganó la mención especial del Jurado en Cannes 2011 además de acariciar la estatuilla dorada con una nominación al Oscar como película extranjera y se alzó con los ansiados premios del público en San Sebastián y Toronto. La talentosa Nadie Labaki, actriz, guionista y directora, se embarca ahora en la sorprendente “CAFARNAUM: la ciudad olvidada” con la que nuevamente compite por el Oscar a la mejor película extranjera (y este año la competencia es feroz con “Roma” “Cold War” y “Somos una familia - Shoplifters” como fuertes rivales) y ha revolucionado Cannes alzándose nuevamente con el premio del Jurado. La película abre con un médico revisando a un niño (el protagonista magnético y absoluto del film, Zain Al Rafeea) tratando de precisar su edad, que será de aproximadamente 12 años porque en medio de la miseria social y emocional que muestra Labaki, muchos de esos niños no tienen ni siquiera una partida de nacimiento. Diversas mujeres son llamadas por una voz fuera de campo. Entre ellas está Rahil, una etíope que sufre los típicos problemas de la inmigración. Solo vemos sus rostros, ya nos captan con sus miradas y Labaki, de a poco, los volverá a reunir en esta historia. Sólo basta señalar, dado que el guión es exquisito, complejo, entrecruzado y es enteramente disfrutable como para ir sin demasiados datos previos, que lo que sabemos desde las primeras escenas es que Zain ha cometido un crimen, se encuentra en la cárcel y desde allí enjuiciará a sus padres por haberlo traído al mundo: un mundo de completo sufrimiento, desamparo, miseria y abandono. A partir de allí, Labaki irá rebobinando la historia, sumergiéndonos en esa Beirut empobrecida en donde en condiciones más que precarias Zain comparte un espacio mínimo con sus padres y sus cinco hermanos. No hay escolarización, viven hacinados, trabajan en la calle y viven a la deriva, mientras el padre duerme en un sillón y fuma sin parar pero por sobre todo, sufren la invisibilidad de una ciudad superpoblada de problemas similares, de historias idénticas a las de ellos donde nadie los mira. Zain es un niño-hombre, brutalmente endurecido por la calle, que creció de golpe y cuida a sus hermanos con un halo paternal sumamente amoroso. En particular protege a su hermana Sahar –de 11 años- porque sabe que apenas sus padres se den cuenta que ya tuvo su primera menstruación, están dispuestos a comerciarla y arreglar casamiento para tener un ingreso de dinero extra. Por diversos avatares de la trama, la historia de Zain se entrecruzará más adelante con la de Rahil, ese rostro particularmente inolvidable que hemos visto en las primeras imágenes. Rahil lucha por criar a su hijo y junta cada peso que recibe para poder pagarle al inescrupuloso falsificador de documentos que justamente espera que jamás llegue a la cifra para poder sacarle a su bebé como parte de pago. Sólo resta decir que entre tanto dolor, tanta desolación, tanta deshumanización el trabajo de Labaki de encontrar poesía en los escombros, es admirable. Desde la primera escena nos toma del cuello, se nos hace un nudo en la garganta y en las dos horas que dura el filme, la película no nos da respiro. Nos atrapa, nos angustia, nos sacude e incluso nos hace replantear las mismas ideas que fuimos formando en la primera parte. Durante el juicio también escucharemos muy brevemente (sin apelar al típico discurso hollywoodense de defensa, sin embanderamientos ni nada similar) las voces de sus padres: dos seres atrapados en el dolor ancestral que vienen padeciendo de generación en generación y esa frustración, desazón que parece estar transmitida en su propio ADN, de verse a sí mismos representados como un despojo social. Labaki inteligentemente no plantea casi en ningún momento dentro del entorno familiar ni víctimas y victimarios: por el contrario, todos son presos de una situación opresiva, angustiante, dolorosa, manipulados por circunstancias extremas en donde el desgarro emocional está a flor de piel. Sin embargo, hay poesía. Hay humor. Hay momentos deliciosos aún en esa angustia que no cede. Es prácticamente imposible no compararla con la que fue su competencia directa en la temporada de premios: “Roma” de Alfonso Cuarón y su crítica social de cartulina, impostada, con una fotografía preciosista y calculada el extremo, esa perfección donde el alma queda ausente y recortada. “CAFARNAUM: la ciudad olvidada” se narra absolutamente en las antípodas: es puro sentimiento, genuina, frontal, descarnada. Además de contar con un guión sólido, una historia conmovedora, personajes bien delineados y con una feroz crítica social bajo el ojo impiadoso de la cámara que solo muestra la realidad sin filtros, el trabajo de Labaki con Zain y el bebé es para aplaudir de pie. Seguramente ha observado durante horas a estos dos protagonistas para poder, en la sala de edición –otro trabajo brillante-, tomar esos segundos donde sus miradas y sus gestos, construyen las postales de ese vínculo, casi con un registro documental y respirando una honestidad y una simpleza absolutamente infrecuente. Hay quienes han visto pornografía de la miseria y manipulación en el relato. Evidentemente “olvidan” por un momento que Labaki es mujer, libanesa, y contra todos los prejuicios se impone a cualquier estereotipo y muestra lo que es parte de su propio territorio y de su historia. Escapa francamente de todo oportunismo, y para que no nos quede ninguna duda, cuando ya nos ha brindado una de las mejores películas del año, en la imagen final nos regala una postal, un aire fresco que difícilmente olvidaremos por mucho, mucho tiempo.
Ganadora del Premio del Jurado de la Competencia Oficial del último Festival de Cannes y nominada en la categoría de Mejor Film en Idioma Extranjero tanto en los Globos de Oro como en los BAFTA británicos, los César franceses y los Oscar, la nueva película de la directora libanesa de Caramel y de ¿Y ahora dónde vamos? resulta un ejemplo cabal de lo que tantas veces se ha definido como pornografía de la miseria. El resultado es un film dominado por la culpa y dictado por la corrección política con un mensaje tan bienintencionado como en definitiva torpe y subrayado. Vaticinábamos durante la cobertura del Festival de Cannes 2018 que la nueva película de la realizadora de Caramel (2007) y de ¿Y ahora dónde vamos? (2011) era de esas propuestas demagógicas que cumplían con absolutamente todos los requisitos de la corrección política para ganar premios en los ámbitos más variados: desde un festival como el que la seleccionó para su estreno mundial hasta los Oscar. Y así fue. Cafarnaúm surge del sentimiento de culpa del Primer Mundo respecto de los sufrimientos y miserias de los países pobres. Algo así como un cine "Naciones Unidas" que busca paliar esa sensación. Pura pornografía de la miseria. En este caso, Labaki apuesta a actores no profesionales (un niño y un bebé como queribles protagonistas), cuestiones como el abuso infantil, la descontención de la infancia, la inmigración ilegal y un relato enmarcado con estructura de thriller judicial (didáctico, por supuesto) que oficia de ordenador de un relato que va y viene en el tiempo. Labaki es una sólida narradora y consigue momentos de fuertes implicancias emocionales, pero siempre se percibe el énfasis, el subrayado, la fórmula (¡ay, esa musicalización!) que nos limita, nos abruma y nos condiciona para transformarnos ya no en espectadores libres sino en meros rehenes de una artista siempre lista para la manipulación.
La tercera película de la libanesa Nadine Labaki esconde uno de los peores peligros del cine pretendidamente social del presente: su mirada es tan extraña al mundo que retrata, tan anclada en una observación culposa, que concibe como única realidad la espectacularidad de sus miserias. Cafarnaúm cuenta la historia de Zain (notable presencia de Zain Al Rafeea), un niño que denuncia a sus padres por haberlo traído al mundo. Con una estructura narrativa de alternancia temporal, y contaminada por una trampa moral, Labaki combina ese proceso judicial con las causas que lo originaron. En la ciudad de los milagros de Jesús, la vida de Zain es un compendio de injusticias de las cuales nadie sale indemne. Labaki condensa el desamparo y la desidia en planos aéreos por los pasillos de un barrio pobre, intervenidos por una música insistente que convierte cualquier registro en el apelativo a una lágrima en ciernes. Tanto el opresivo contexto familiar de Zain como su periplo posterior al abandono de su hogar adolecen de una mirada compleja, se recuestan en provocaciones, y señalan responsabilidades que terminan siendo falaces y limitadas. Hay un único momento en el que la verdad asoma tras los engranajes: Zain llega a un parque de diversiones en las afueras de la ciudad, conversa con el "hombre cucaracha" y comparte esa extraña supervivencia. En ese respiro pesa la verdadera desigualdad y el entramado abierto de sus causas, sin los evidentes subrayados para despertar conciencias.
Las películas que presentan realidades hostiles y tienen a niños como protagonistas del horror siempre tienen gran impacto en el espectador. Basta recordar la brutalidad de Pixote, de Héctor Babenco, o Salaam Bombay, de Mira Nair. Ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes y candidata para la próxima entrega de los Premios Oscar en la categoría de “mejor película extranjera”, Cafarnaúm: la ciudad olvidada retrata la tremenda infancia que debe atravesar Zain, un niño de doce años (quizás 13) en medio de la pobreza de Beirut. La cámara de la libanesa Nadine Labaki (Caramel) sigue el periplo y los obstáculos que se van presentando en su camino con una mirada entre salvaje y conmovedora. Zain es un niño que vive la vida de un adulto por las imposiciones de un presente familiar pobre y una realidad que no ofrece oportunidades. Desde el comienzo ambientado en un tribunal, Zain (Zain Al Rafeea, un actor no profesional sobre quien descansa todo el peso dramático) demanda a sus padres por haberlo traído al mundo. Este es sólo el inicio estremecedor, porque luego sabremos por qué se escapa de su casa, dominada por la violencia y se ocupa de la crianza de un bebé, el hijo de una inmigrante ilegal de Etiopía que sobrevive y se esconde de la amenaza constante. Zain contempla la ciudad desde la altura en la vuelta al mundo de un parque de diversiones,pero sus sueños y deseos se derrumban. La directora (quien también se reserva el pequeño papel de la abogada defensora de Zain) espía una realidad dura y estremecedora a través de tomas cenitales, pero se aproxima al pasado del niño y de su familia a través de flashbacks que van contando la historia completa. La inmigración ilegal, la venta de drogas, la exclusión social y un sistema carcelario con hacinamiento de reclusos conforman esta película con algunos minutos de más. El desenlace complaciente no opaca el buen resultado de un relato para ver y vivir con el corazón en la mano.
Ficciones de lo real. Cafarnaúm: La Ciudad Olvidada, como filme que retrata la vida en los barrios bajos urbanos, puede sumarse a una larga lista de películas que buscan concientizar al espectador sobre la situación social de los desposeídos. Si pensamos en la función política del cine, no hay dudas de que con su tercer largometraje, Labaki tuvo una clara idea de aportar un mensaje a la audiencia, en especial si se consideran los escenarios elegidos —las zonas marginadas de Beirut— y particularmente, la decisión de incluir a Zain Al Rafeea como protagonista, un niño que hasta la filmación no sabía leer ni escribir y, habiendo nacido en Siria en 2004, se trasladó finalmente al Líbano como refugiado. A pesar de que no resulta crucial tener esta información a la hora de seguir la historia, estos elementos le otorgan a la obra una faceta documental que se vuelve indisociable del nivel ficcional, el guion y los artilugios narrativos que la directora utiliza para dar forma al relato. Es indiscutible, entonces, que la ficción como tal se puede rastrear en ciertas decisiones estéticas o en una mirada que termina de conformar el filme en sí. Si bien es cierto que la película ha sido bien recibida tanto en Cannes (tuvo una ovación y obtuvo el Premio del Jurado) como en Hollywood (tiene una nominación al Oscar), no ha sido sin un debate ético sobre los límites de la representación de la pobreza. Por un lado, se encuentran los que creen necesario —y hasta obligatorio— evidenciar una situación que viven miles de personas a diario y que, reflejado de forma directa y cruda, puede alertar al espectador sobre eventos que desconocía —o evitaba. Por otro, hay quienes ven en ese retrato sin concesiones, una explotación innecesaria de miseria y bajezas. Personalmente, me ubico en el segundo grupo, ya que en general, cuando me enfrento a películas con escenas en las cuales los personajes transitan el límite de lo miserable, me pregunto si el hecho de mostrar una realidad tal como es, puede llegar a cambiar, de forma real y efectiva, una situación general de desprotección social. A su vez, me resulta paradójico el hecho de que desde la dirección y el guion se recree un universo de manera artificial, se hagan retomas de un niño hurgando en la basura con música de fondo o se corrija la luz en un plano en el cual un bebé llora de manera desconsolada por hambre. Dejando de lado esta sensación descripta, que no invalida los aciertos que sí valen destacar de Cafarnaúm: La Ciudad Olvidada, el filme funciona desde su manejo narrativo y Labaki demuestra un gran talento para trabajar sobre la caracterización del carismático Zain, un niño que debe crecer a los golpes en un contexto que es sumamente difícil ya para un adulto. El camino recorrido por el protagonista, a lo cual se suma su encuentro con una madre de origen etíope en situación de pobreza extrema, resulta el elemento distintivo de una obra que no es fácil de digerir pero en sus minutos finales nos deja un hálito de esperanza. Al seguir al niño e identificarnos con sus pesares y angustias, nos sumergimos también en un contexto en el cual el personaje debe, antes que todo, resistir, no sólo los embates de una sociedad en descomposición y carente de solidaridad, sino la violencia y maltrato de su propia familia. Por ende, dadas estas adversidades, a lo largo de la película somos arrastrados, junto con Zain, hacia la realidad bruta, logrando que la sensación de caer cada vez más bajo y de que no hay salida posible para el pequeño héroe se presente en todo momento. Ahora bien, a sabiendas de que no basta con una serie de infortunios para contar una historia, Labaki aporta, desde el guion y desde el montaje, un recurso que, en ocasiones funciona, pero en otros se diluye en la marea de acontecimientos. La película comienza con la imagen de Zain esposado y caminando dentro de un tribunal. De este modo, nos enteramos de que hizo algo malo, aunque no terminamos de comprender qué es lo que lo llevó a prisión. Es, entonces, a través de largos flashbacks que vamos conociendo más sobre este niño y lentamente podemos armar el rompecabezas que nos permite adentrarnos en su historia personal, en su atormentada infancia y en los eventos que determinaron su situación presente. Así, el desdoblamiento en dos líneas temporales es un recurso interesante desde lo conceptual pero no del todo logrado en cuanto a la dinámica de la narración: el juicio (en el presente), es el intelecto, la mirada distanciada y fría de un tribunal que solo accederá a la realidad de manera indirecta, a través de un testimonio que puede ser debatible o tergiversado —que es exactamente lo que termina sucediendo. Sin embargo, desde el punto de vista del guion, esta división en dos tiempos y espacios disímiles, nunca termina de integrarse en un todo y, sobre el final, sentimos que las respuestas llegan de manera arbitraria y forzada, intentando que la historia tenga un cierre esperanzador, aunque poco verosímil. ¿Qué es lo que persiste en el recuerdo tras asistir a la proyección de un filme como Cafarnaúm? Probablemente sea una sensación, una molestia por hechos que sabemos que existen pero son de tal magnitud y extensión, que resultan imposibles de abordar en su conjunto —tal y como lo expresa el título, el término Capernaum, en una de sus acepciones, significa caos. La falta de un horizonte para millones de personas que habitan en el mundo, y, que, por causas y contextos diversos, se enfrentan a las peores condiciones de vida, es un hecho que para muchos está naturalizado —especialmente en Occidente. Pero la paradoja está a la orden del día y permanece, latente, para cualquier persona que intente ir más allá de las apariencias: si con su cámara precisa y directa, Labaki se encarga de evidenciar y denunciar un hecho real y cotidiano; volviéndonos conscientes de que “mirar para otro lado” no resolverá nada, una ovación en un festival de cine o una estatuilla tampoco compensan la situación, y puede leerse más como un acto de compasión vacua que como un llamado a la acción concreta y real. En todo caso, si de consecuencias directas hablamos, la relocalización del niño protagonista en Noruega y su asistencia a la escuela por primera vez en su vida, son ejemplos de una directora comprometida con su trabajo, que ha podido ofrecer ayuda a alguien que la necesitaba, y además, lo ha hecho entregándonos una obra que, pese a cierto sentimentalismo, merece ser vista y apreciada
Zaim parece tener doce años y, recluido en una cárcel libanesa, es llevado a juicio. Acusa a sus padres de haberlo traído al mundo. Inmediatamente, una serie de flashbacks, recursos que remiten al pasado, cuenta el porqué del pedido. Una vida de pobreza y explotación, rodeado de hermanos tan presionados como él y destinados al trabajo en las calles, y la negación a la educación que les corresponde, se unen al detonante que precipita a Zaim fuera del hogar. Viendo el asedio de un vecino a su hermana de 11 años decide escapar con ella, pero sólo él alcanza a hacerlo, ante la oposición de los padres, que ya arreglaron el casamiento. La segunda parte del filme habla de su vida como cuidador del bebé de una joven etíope, inmigrante ilegal, que le da alojamiento a cambio del cuidado de su hijo. El filme de Nadine Labaki, Premio del Jurado en el último Festival de Cannes, está estupendamente contado, con una verosimilitud que lastima y sobrecogedoras actuaciones de niños como Zain Al Rafeea en el personaje protagónico; un bebé increíble, Boluwatife Bankole, y la pequeña Haita Izam, mientras que el resto del grupo está a la altura de los niños (Kawsar Al Haddad como la madre y Jordanos Shiferaw, la etíope). CREDIBILIDAD El problema es que si sobrevivimos a la presión emocional que todo el filme promueve con su carga dramática, nos damos cuenta de que algunas costuras crujen. El excesivo melodramatismo de la música, la implacable ola de desgracias (pedofilia, venta de niños, tráfico de personas y, sobre todo, la poca credibilidad de un impostado juicio llevado adelante con las declaraciones de un niño educado en la calle). Más aún, tampoco se sabe de dónde saca el pequeño la dignidad con que defiende a su hermana, cuando sus padres son incapaces de cualquier conducta ejemplificadora. O sea que ciertas fallas en el diseño de los caracteres quitan credibilidad a ciertas acciones. A pesar de todo, el filme deslumbra por la notable dirección de actores, todos refugiados reales sin experiencia profesional. Desde el bebé de origen africano hasta la chica nacida en Eritrea (Rahil en el filme) y el niño sirio, Zain Al Rafeea, que recuerda el "Pixote", de Héctor Babenco, filme que con una temática similar demuestra que la miseria tiene el mismo rostro en cualquier lugar del mundo.
Ahí, al comienzo, un chico noble, con sentido del hogar, a quien conocemos esposado, le hace un singularísimo reclamo al señor juez. Para explicar la razón de su reclamo cuenta su historia, que pasamos a ver, y admirarnos, por el talento con que está contada, y a espantarnos, por lo que cuenta. Alguien dice que esto es pornomiseria. Al contrario, es un emocionante cuadro de la niñez abandonada, como “Salaam Bombay”, “La vendedora de rosas”, o “Gregorio”, que hoy son clásicos. Protagonista, Zain Al Rafeca, un auténtico refugiado sirio. Autora, Nadine Labaki, la de “Caramel”, que ahí aparece como abogada y el domingo va por el Oscar. Dicho sea de paso, “Cafarnaum” también tiene un final esperanzador.
Es un film que recogió en el mundo los mejores elogios, entre ellos el llevarse el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes y ser nominada (representando al Líbano) para Mejor Fim Extranjero para el Oscar. Es una muestra desgarradora de la miseria humana, mostrada a través de los ojos de un niño, un actor no profesional bello y conmovedor, acompañada por chicos y adultos que no son actores y cuyas vidas se parecen mucho a lo que muestra el film. Pero también ha generado no pocas polémicas, porque se ha acusado a la realizadora de manipular los sentimientos y de hacer una verdadera “pornografía” de la miseria. Nadine Labaki la misma realizadora de “Caramel” se sumerge aquí en los barrios más pobres de Beirut. Trabajó con un guión propio co- escrito con Michelle Kesrouani, Gerge Khabbaz y Khaled Mouzanar producida por este último, también autor de la música y esposo de Labaki. La historia se divide en dos partes. La primera muestra al protagonista en el seno de una familia numerosa y miserable, obligado a trabajar, protegiendo a su hermana que finalmente es vendida a su empleador, apenas menstrúa. Ese niño que terminará en la cárcel resuelve hacerles un juicio a sus padres que lo trajeron al mundo sin hacerse nunca responsables por él. Y una segunda y larga parte donde el chico que huye, va a vivir con una mujer africana, sin papeles legales y un bebe. Cuando ella es detenida, el protagonista queda a cargo de ese niñito. El filme muestra a ese mundo de pedófilos, ilegales, violentos, corruptos, traficantes de personas, en toda la dimensión del horror, con imágenes increíblemente duras, muy bien filmadas, con gran producción, pero también con algunos momentos de comedia y con esos niños de increíble magnetismo frente a la cámara. Imágenes arrolladoras que la directora utiliza como un cine de ideas contundentes y discutibles. Con la buena intención de agitar conciencias dormidas o que se niegan a entregarse a esa emoción que llega incontenible. Estructurada como una mezcla de documental y melodrama Aun para coincidir o discrepar hay que verla.
Golpeando por debajo del cinturón La directora libanesa narra la ordalía de un chico de la calle, preso en una cárcel para adultos, condenado a cinco años por haber apuñalado a un hombre. Nominada al Oscar en el rubro Mejor Película en Lengua Extranjera, donde competirá contra el caballo del comisario, la ubicua Roma de Alfonso Cuarón, Cafarnaúm, la ciudad olvidada es el tercer largo de la celebrada cineasta libanesa Nadine Labaki. Celebrada porque sus películas anteriores -Caramel(2007), ¿Y ahora a dónde vamos? (2011)-- le valieron una merecida fama de artista sensible, que se tradujo en una nutrida agenda en festivales como Cannes, Rotterdam, San Sebastián o Toronto. En varios de ellos incluso ganó premios del público, detalle que habla de su facilidad para conectar con el espectador. Ambos trabajos dan cuenta además de su buen pulso para moverse entre el drama y la comedia, sin que ello signifique abordar con ligereza temas complejos como la condición femenina o el peso de las identidades religiosas en el mundo árabe. Si bien todo esto también forma parte de Cafarnaúm, existen esta vez una serie de elementos que rompen el equilibrio que Labaki había logrado en su obra previa. Acá narra la vida de Zain, un niño libanés de doce años que parece más chico, protagonista excluyente de la película. La misma avanza siguiendo el devenir de sus penurias que, se intuye, no son más que el reflejo de una realidad inevitable para los nenes de las clases bajas de países como Líbano, Siria, Palestina o Afganistán. Pero también para los que han nacido en la mayoría de los países de África o América latina. Incluida la Argentina, donde la pobreza es una epidemia en plena expansión y los abusos contra menores no son precisamente infrecuentes. Cafarnaúm comienza con unos chicos jugando a los soldados en las calles de un barrio pobre. Aunque llevan armas hechas de madera y botellas de gaseosa vacías, no es difícil reconocer en sus movimientos una íntima familiaridad con los paisajes bélicos. Pero Labaki no está interesada en el panorama geopolítico, sino en tratar de pegarse a Zain para convertirse en testigo de su intimidad, responsabilidad que a través de su película traslada al auditorio. Así se sabrá que Zain está preso en una cárcel para adultos, condenado a cinco años por haber apuñalado a un hombre. "A un hijo de puta", dice Zain ante el juez que instruye la causa que el chico, ya preso, decide llevar contra sus propios padres, acusándolos de haberlo traído al mundo. A partir de ahí, dando un salto temporal hacia el pasado, Labaki reconstruirá el camino que su personaje debió recorrer para llegar hasta ahí. Zain trabaja más que sus padres para mantener una familia que comparte con cinco o seis hermanas menores. Y se preocupa por ocultar la llegada a la pubertad de una de ellas, Sahar, de once años, y así evitar que la entreguen en matrimonio a un tipo de casi 30. No lo conseguirá, claro. Entonces escapará de su casa y hará amistad con Rahil, una inmigrante africana que lo lleva a vivir con ella a su casilla de chapa. Ahí cuidará al bebé de la mujer mientras ella va a trabajar. Hasta que Rahil es detenida por ilegal y Zain se queda solo. O no tan solo: ahora tiene que cuidar a un bebé. Cafarnaúm no ahorra golpes de efecto, algunos sensiblemente bajos, para contar las desgracias de Zain, lista que acá se deja incompleta para evitar el spoiler, pero que se irá poniendo cada vez peor. También es cierto que Labaki consigue momentos de humor y ternura incluso en medio del horror más grande, y que el pequeño Zain Al Rafeea se luce en la piel del protagonista. Sin embargo el objetivo final es retratar la miseria, el dolor y la furia de Zain sin filtros, con crudeza y sin piedad. Ahí aparecen las preguntas y sobre todo una: ¿Por qué? Todo ser humano sensible, incluido el argentino de clase media, intuye que la realidad es un abismo, un infierno en el que la mayoría sufre más de lo que le es dado imaginar. El mundo es una mierda, sí. ¿Pero alcanza ese argumento para crear un personaje con el único fin de herirlo a discreción, de provocarle todos los daños posibles frente a un auditorio, solo para ilustrar que el mal existe? ¿Alcanza con la excusa de que el mundo es un lugar espantoso para convertir al cine en un dispositivo de agresión, que tiene como primera víctima a su propio protagonista y a través de él al conjunto de los espectadores? Preguntas difíciles que cada espectador deberá responder solo frente a la pantalla (o no). La película de Labaki habla por ella con elocuencia.
Una película sobre lo mal que lo pasan los chicos pobres en lugares pobres, interpretada de manera demagógica por niños pobres, con más golpes bajos de los que se pueden soportar. Una película sobre lo mal que lo pasan los chicos pobres en lugares pobres, interpretada de manera demagógica por niños pobres, con más golpes bajos de los que se pueden soportar, y rodada con mirada miserabilista por una realizadora en realidad parisina. Un cine que busca conmover con la lágrima fácil, pero que no es más que la explotación descarada de la miseria humana para ganarse un premio festivalero. Nominada al Oscar y Gran Premio del Jurado en Cannes. Filmada a puro encuadre televisivo.
Nominada como Mejor Film en Idioma Extranjero en premios como los Oscar, BAFTA y Globos de Oro, llega a los cines Cafarnaúm: la ciudad olvidada, la nueva película de la cineasta libanesa Nadine Labaki (Caramel, ¿Y ahora dónde vamos?). La historia nos presenta a Zain (Zain Al Rafeea), un chico de aproximadamente doce años (ni siquiera sus padres saben la edad exacta), que cumple una condena por haber apuñalado a alguien. En un comienzo, el menor llega hasta la Corte para presentar una demanda en contra de sus progenitores por “darle la vida”. Luego de eso, la película irá saltando entre flashbacks y flashforwards para permitirnos entender quién es el “hijo de puta” (como expone él) al que atacó y el por qué de esa decisión, que en un comienzo parece drástica, en contra de sus padres. Poco a poco se nos irá contextualizando la vida del protagonista. Antes de ser encarcelado, el niño vivía junto a sus padres Souad (Kawthar Al Haddad) y Selim (Fadi Kamel Youssef) y un número no especificado de hermanos, en una pequeña casa oxidada, destartalada y caótica. Debía realizar trabajos para Assadd (Nour el Husseini), el propietario de la casa, quien mostraba intenciones no muy nobles hacia Sahar (Cedra Izam), la hermana de 11 años del demandante. Incapaz de salvar a la menor de ser vendida a Assadd, Zain se escapa de su casa y termina en un parque de diversiones. Ahí se hace amigo de Rahil (Yordanos Shiferaw), quien limpia en aquel lugar. La mujer proveniente de Etiopía, y residente de manera ilegal en el Líbano, le ofrece al menor un techo y comida a cambio de que éste se ocupe de Yonas, su pequeño hijo, mientras está fuera de la casa. Todo parece marchar relativamente bien, hasta que un día Rahil desaparece por completo. Previo a esto, la película se focalizará por varias escenas en esta joven y su complicada situación en el país. En esta instancia, Nadine Labaki pone énfasis en la situación de aquellos extranjeros ilegales que son hostigados y chantajeados para no ser deportados. El guion logra plantear una serie de problemáticas sociales como la explotación infantil, la situación de migrantes que viven en condiciones similares a la esclavitud y la pobreza extrema que parece no tener fin. Cafarnaúm: la ciudad olvidada es un film crudo pero necesario. La historia es emotiva de por sí. No requiere de “condimentos” para que la audiencia llore, ya que los acontecimientos que se plasman en pantalla son lo suficientemente sólidos como para sacarle una lágrima a cualquiera. Pese a esto, la directora insiste en adicionar una música invasiva que, en lugar de acompañar, sólo busca el impacto y el golpe bajo. Algo completamente innecesario. Si bien año a año este tipo de películas se presentan en los festivales más importantes -y muchas veces podrían pecar de efectistas (el film acá analizado por momentos lo hace)-, no dejan de mostrar una realidad latente, pese a que por momentos resulte lejana a nuestra sociedad (en un sentido más personal). Películas como ésta son necesarias para recordarle a las audiencias la realidad de otros países que en muchas ocasiones parece olvidada
“Cafarnaúm: La ciudad olvidada”, de Nadine Labaki Por Jorge Bernárdez Cafarnaún arrasó por los festivales donde pasó y su directora recibió elogios y diatribas por partes iguales. Completó su carrera llegando a competir por el Oscar a película extranjera. Su historia cargada de situaciones límite, protagonizada por actores que no son profesionales y su puesta en escena con mucho de cámara en mano que transmite nervio y tensión, no da respiro, metiendo al espectador en el centro de esas calles abigarradas de el Líbano donde se desarrolla. Zain es Sirio tiene 12 años y dejó su casa por situaciones de violencia que la película se toma su tiempo para contar, pero cuando lo hace no se ahorra nada, El niño sirio se pega a una chica negra que tiene un bebé, pero rápidamente los dos niños se quedan solos y lo que sigue es el deambular sin destino de ambos por el mundo de los refugiados. Sobreviven como pueden y el relato se vuelve una pesadilla. La directora libanesa Nadine Labaki pone en pantalla el trágico devenir de los refugiados sirios que es un tema lacerante y que de ninguna manera pensamos que no debe contarse, pero la sobre exposición de los protagonistas la sensación de “explotation” de los miserables de la tierra termina incomodando mucho más allá de la toma de conciencia que previsiblemente es lo que busca la directora. La historia tiene un giro legal, porque el niño decide en un momento, cuando el estado lo institucionaliza y trata de encauzarlo y devolverlo a la familia de la que escapó, Zain decide demandar a sus padres por haberlo traído al mundo. Ahí la película además de ser la exposición de las miserias de los refugiados le da voz al niño que nos dice que para él este mundo y la vida misma son una mierda. A esta altura de las cosas al espectador no le queda mucho margen y tiene que admitir que el pobre niño algo de razón tiene y no le quedan muchas ganas de vivir. Cafarnaún es un descenso al infierno del mundo de los refugiados, un infierno que no es hipotético, que está en este mundo y que solemos ver en las noticias pero que la película pone en las narices del espectador que cuando todo termina puede volver a su casa, a su mundo de aire acondicionado y agua corriente. Lujos que los refugiados de la película ni siquiera pueden imaginar. ¿Cambia algo al mundo una película, ayuda? Nadie podrá decir que Cafarnaún suaviza nada y deja un sabor amargo. Más allá de la valoración moral acerca de las intenciones de quienes filman algo así. CAFARNAÚM: LA CIUDAD OLVIDADA Capharnaüm / Capernaum. Líbano/Francia/Estados Unidos, 2018. Dirección: Nadine Labaki. Intérpretes: Zain Al Rafeea, Yordanos Shiferaw y Boluwatife Treasure Bankole. Guión: Nadine Labaki, Jihad Hojeily y Michelle Keserwany. Fotografía: Christopher Aoun. Música: Khaled Mouzanar. Edición: Konstantin Bock y Laure Gardette. Distribuidora: UIP (Sony). Duración: 126 minutos.
“NADA VALE SI HAY UN NIÑO EN LA CALLE” Cuando el dolor es tan grande en la pantalla uno se pregunta: ¿es necesario? En este caso, contestaría que sí. Nadine Labaki le pone nombre, identidad e historia a un joven de 12 años que sobrevive en la miseria económica y social. La directora libanesa logra desnaturalizar la pobreza. Hace posible que ese niño en la calle no sea “un elemento más del paisaje” y por sobre todo le da voz, y con él a todos aquellos que viven en una situación parecida. Zain tiene 12 años, pero por su aspecto menudo parece un niño más chico. Aunque en realidad la edad fue dada de manera aproximada por un médico, ya que no estaba en los registros, ni tenía identificación. El film cuenta cómo llegó hasta la Corte a denunciar a sus padres por “haber nacido”. En un primer momento, narra su vida junto a su familia. Aquí podemos observar que no va a la escuela porque trabaja, ya que de esa manera ayuda a generar ingresos en su hogar. Viven en una pequeña casa, donde duermen todos juntos, él, la madre, el padre y sus hermanos (que son, al menos, cinco). Tienen varios problemas edilicios y hacen lo imposible para sostener el alquiler. La mayor parte del tiempo Zain se encuentra en la calle y a la deriva. Su cable a tierra es su hermana, a quien protege y por quien vive. Tiene una gran conciencia de su situación y es por eso que anticipa que a ella la van a entregar en casamiento luego de su primera menstruación. La concreción de este hecho determina la ruptura con su madre y padre. La desesperación y bronca del niño lo llevan a fugarse y vivir a la deriva. Así comienza un camino solo, en el que el sistema no hace más que sumar enojo en el niño. Cafarnaúm explora varias temáticas: la inmigración ilegal, las fallas en el sistema de salud y en la justicia, la pobreza, la trata de personas y el abandono del Estado. La apertura de temas y los pequeños detalles de denuncia le permiten al film no quedar atrapado en el señalamiento de los padres como culpables de la vida que llevó el niño. La voz de Zain pone el foco en sus progenitores porque son quienes le dieron la vida. Sin embargo, Labaki muestra cómo la Justicia aparece recién cuando el niño comete un delito. Así como también expone que los medios de comunicación se hacen eco del caso cuando se vuelve un espectáculo. En este sentido, la aparición de la voz de Zain en la televisión genera una escena parecida al momento en el que Jamal de ¿Quién quiere ser millonario? es visto en la pantalla. Todos los niños de la cárcel festejan por saber que Zain está saliendo al aire. La intensidad del relato hace posible que se mantenga una atención constante. Y aunque la vida de Zain parece acumular todas las peores miserias, también aparecen momentos de respiro. Las argumentaciones infantiles de Zain para explicar por qué anda a cuestas de un bebé de tez negra son tan disparatadas que logran sacar una sonrisa. Es a través de Shiferaw, personaje que alberga a Zain en su hogar, que vemos el sacrificio por sostener una familia y la solidaridad con el otro. Es, a su vez, el hijo de ella quien se lleva las mejores escenas. El bebé baila y parece que el mundo se detuviera a verlo, así entero, mientras su entorno está roto.
Zain es un niño de 12 años (hasta donde calculan los especialistas ya que nunca fue anotado oficialmente) que decide demandar a sus padres por darle la vida y una dolorosa realidad que lo llevará por un complejo camino. “Cafarnaúm”, cinta nominada a los Oscars como Mejor Película Extranjera (y que finalmente cayó ante “Roma”) nos trae una historia conmovedora que, si bien por momentos busca manipular emocionalmente al espectador a través de situaciones angustiantes, logra plasmar una cruda realidad mediante la mirada de un joven protagonista cuya actuación representa una revelación. Películas como “Cafarnaúm”, que suceden tan lejos de nuestro hogar, sirven para contextualizar la situación que vive un país particular, a través de la mirada de sus directores, quienes pueden ser más o menos objetivos, pero que intentan contarle al mundo una perspectiva puntual. En este sentido, nos encontramos con un cuestionamiento fuerte, como es la decisión de traer un niño al mundo en un ambiente sin un futuro palpable, en medio de guerras, pobreza y tradiciones rígidas y arcaicas que van en contra de ciertos derechos. Dependiendo de dónde nos paremos podemos ver la negligencia de unos padres que no planifican (por ignorancia, falta de educación o por una función inherente al ser humano) tener una familia numerosa y que no se hacen responsables por el cuidado de sus hijos, o, el sacrificio que hacen para poder brindarles la mejor calidad de vida que ellos les pueden ofrecer a pesar de las circunstancias desfavorables. El film tiende a focalizar sobre la primera postura (aunque hacia el final el espectador puede ponerse del otro lado a partir de un discurso de la madre), sobre todo porque se centra en la figura de Zain, un chico pequeño que es más maduro que los adultos y que deberá rebuscárselas para sobrevivir, ya sea trabajando, robando o negociando frente a las dificultades de un contexto complejo. Uno de los puntos más fuertes del film son sus interpretaciones, de la mano de un elenco de no actores. Principalmente debemos destacar la labor de Zain Al Rafeea, quien con tan solo 12 años se carga el film al hombro, sin haber tenido experiencias cinematográficas previas. Logra una empatía directa con el público a través de su mirada, sus gestos y actitudes. Mucho de su vida pudo haber influido a la hora de componer a su personaje, ya que es un refugiado sirio viviendo en el Líbano y que recién después de la película consiguió un pasaporte noruego para comenzar así su vida desde cero, yendo por primera vez a una escuela para aprender a leer y escribir. Este realismo se ve plasmado en él y en cada uno de los roles. Incluso por momentos nos da esa sensación de que nos encontramos ante un documental y no una historia de ficción por la crudeza del relato pero, sobre todo, por la naturalidad que transmiten sus actores. En este sentido se refuerza el hecho de haber seleccionado a personas sin experiencia previa en actuación para brindarle una mayor veracidad al argumento. Como decíamos anteriormente, existen ciertos pasajes del film donde se puede ver una clara manipulación emocional (diversas situaciones a las que se tiene que enfrentar un niño o primeros planos y planos detalles que transmiten tristeza y dolor) pero, a la vez, también podría ser una realidad desconocida por todos nosotros y que se busca únicamente retratar los hechos que suceden en dicha sociedad. Sea de una forma o de otra, la película consigue conmover al espectador y enfrentarlo a un contexto crudo para generar conciencia y debate sobre los puntos de vista que plasma el film. Por otro lado, por momentos tenemos ocasiones que buscan aplacar tanto melodrama, apelando a la dulzura de su protagonista, que hasta podrá sacar alguna que otra sonrisa en la audiencia. Hacia la última parte del film la historia se vuelve un poco redundante y pesada, introduciendo una subtrama que cobra por instantes mayor importancia que la central, pero esto no logra opacar el resultado final de la cinta. En síntesis, “Cafarnaúm” nos relata una realidad cruda que, a pesar de caer en una manipulación emocional por momentos y volverse repetitiva hacia su conclusión, sale airosa a partir de la excelente actuación de un protagonista sin experiencia actoral previa, de un elenco que le brinda mayor veracidad y naturalidad al relato y un tono atinado elegido para contar una historia de estas características. Un cuestionamiento sobre las miserias humanas que podrá traer un debate posterior, pero que sin dudas generará algún tipo de sentimiento en el espectador.
Un niño de no más de 13 años se para frente al juez y le dice que quiere denunciar a sus padres por haberlo traído al mundo. Cafarnaúm es la película libanesa que competirá este domingo en la categoría de Mejor Película Extranjera en los Oscars y narra la historia de Zain, un chico que debe enfrentar situaciones desgarradoras.
Zain (Zain Al Rfeea) es un niño pobre que vive en Beirut, en una zona muy difícil. La situación marginal es infernal, asquerosamente infernal. No sólo en las calles sino también en el (vamos a llamarlo) ámbito hogareño en donde la ausencia de padres y la miseria absoluta harán revolver el estómago a más de algún espectador sensible. Dicen las sinopsis que tiene 12 años el chico, pero realmente parece menos. “Cafarnaúm: La ciudad olvidada” arranca con chicos de esa edad jugando a ser soldados en las calles de Beirut. Una secuencia que también dará cuenta de la imagen de libertad y lucha que los adultos dejan marcadas a fuego en el ADN de las generaciones venideras. Paralelamente, el relato se centra en la estancia de Zaim en una cárcel por haber matado a “un hijo de puta”, y frente a un juez a quien manifiesta su deseo de llevar a juicio a sus padres por el hecho de haberlo concebido. Lejos, pero muy muy lejos, de las sutilezas que supo mostrar en "Caramel” (2007), la directora y actriz libanesa Nadine Labaki, elige ir por el camino más fácil para mostrar este universo cuya historia irá contando en montaje paralelo, las circunstancias que llevaron a su protagonista a la prisión y la resolución del conflicto familiar. El camino más fácil, efectista, panfletario y desagradable es el de mostrar el contexto social con crudeza y sin piedad por ninguna de las criaturas que pasan frente a cámara empezando por Zain. Casi todos los planos, desde los generales a los detalles, se manifiestan de forma gráfica con la clara intención de provocar al espectador más que interpelarlo. Esa forma que tanto se critica en la TV amarillista, a la cual no se le mueve un pelo a la hora de mostrar un asesinato en una salidera o a un chico robando una joyería, es el estandarte estético que la directora elige para su obra. Lo que comúnmente se llama “golpe bajo”. Desde el uso de los drones para las tomas aéreas hasta los planos picados y contrapicados se tornan obvios y predecibles perdiendo su poder expresivo, e incluso su valorización en la compaginación cuando la banda de sonido le indica al espectador la emoción de rabia, impotencia, compasión o lástima debe sentir, según el momento del relato. No obstante el recurso de la “porno-miseria”, hay un relato que se narra con ritmo y pulso vertiginoso subido al discurso de un texto cinematográfico que habla de la terrible situación social que se vive en la capital de Líbano. El trabajo sobre expuesto del chico Zain Al Rfeea tiene momentos de una verdad insoslayable, y probablemente sea el verdadero nexo emocional entre la película y el espectador. También es probable que ese ritmo narrativo y la temática hayan catapultado la nominación al Oscar a mejor película de habla no inglesa de “Cafarnaúm, la ciudad olvidada”. De ahí a ser una buena película hay un abismo.
La directora libanesa Nadine Labaki ("¿Y ahora a dónde vamos?"; "Caramel") realiza una fuerte crítica social y de denuncia mostrando la dura infancia de los niños libaneses. Resulta muy interesante su desarrollo porque hace una comprometida lectura de estos seres, que continúan con sus costumbres que existen hace muchos siglos. Comienza con la imagen de Zain esposado y caminando dentro de un tribunal, a través del flashback conocemos a su familia (que podría ser cualquier otra) cuyo protagonista es este niño Zain (joven actor sirio Zain Al Rafeea, en una lección magistral de actuación pese a su corta edad), sumergidos en la pobreza extrema, prácticamente vive en la calle, trabaja allí, roba, no va a la escuela, está obligado a buscar unos comprimidos en una farmacia para llevarlos a su casa molerlos, ponerlos en agua y que estos sean absorbidos por unas prendas que luego entregan en la cárcel, cuidar a su hermana que no la descubran porque cuando tenga su primer ciclo menstrual será entregada a un hombre mayor y los niños que subsisten como puede. Este es un film potente, desgarrador, fuerte, intenso, conmovedor, que no escapa de la realidad, con niños removiendo la basura, bebés llorando por hambre, violencia, las drogas, la falta de escolarización, la explotación infantil, la inmigración ilegal, la infelicidad y el abuso, entre otras situaciones. Esta historia se encuentra basada en hechos reales y posee momentos muy crueles, con niños que sufren, seres marginados, situaciones que disgusta y llegan al corazón. Se desata la polémica cuando el protagonista demanda a sus padres porque él no pidió nacer, al igual que sus hermanos. Pero a pesar de todo deja un halo de esperanza. Esta película fue ganando algunos premios y aplausos de los espectadores, debería ganar el Oscar a la Mejor película Extranjera.
Nadine Labaki la “cuestionada” realizadora de este nuevo filme vuelve luego de varios años de ausencia para narrar otra historia nueva acerca de sus preocupaciones sobre la actualidad de su país. En esta nueva propuesta trata uno de los temas más críticos de la actualidad como foco del relato: el abandono parental en todas sus derivaciones. No sólo el abuso, el maltrato, y la des identificación hacia el universo de la infancia, sino también busca generar una pregunta mayor acerca del sentido de la paternidad y del acto del nacimiento. Cuando refiero a la realizadora como “cuestionada”, lo hago para traer al texto lo sucedido en el Festival de Cannes (2018) a la hora del estreno Cafarnaum en la Competencia Internacional en la cual fue galardonada con el Premio del Jurado. Esta película plantea con solvencia un retrato cruel sobre la marginalidad infantil, abriendo un debate acalorado entre quienes la vivenciaron como una audaz denuncia y quienes la defenestraron clasificándola como un regodeo en “la pornografía de la miseria”. Nominada al Oscar como Mejor Película en idioma extranjero, este tercer filme de Labaki es descarnado y doloroso, pero aún en ciertos subrayados que podrían pecar de innecesarios el relato se presenta como una genuina búsqueda estética y ética sobre el debate moral que plantea acerca de la condición de la infancia y de la identidad. Tanto el recurso de corte documental como los artificios más evidentes de la ficción apuestan a recrear un mundo existente, así de salvaje e insoportable a la mirada atenta. El relato entrama dos historias que se unen entroncadas a partir de la declaración en un juicio oral donde un niño de apenas 12 años, Zain, que ahora vive en prisión, demanda a sus padres por haberlo traído al mundo. Si esta demanda la formulamos como una pregunta, queda a la luz la postulación de un vacío existencial como una paradoja ¿para qué estar en este mundo sino debería haber nacido? Es así que el filme no solamente expone una realidad local y particular, sino que definitivamente se universaliza. Esta demanda de Zain, catapulta el raconto de su vida de manera que no podamos escapar de las escenas de su subsistencia y de su familia que funciona como una prisión esclavizante, ocupando en ella un espacio tortuoso y desamorado, como si a la vez en realidad su lugar fuera un no lugar. Sus padres funcionan como explotadores se ven a sí mismos como desechos sociales, como despojos hecho sujeto que se cristalizan en padres abusivos a partir de su propia impotencia. Mientras, Zain discurre en una vida donde sólo el vinculo con sus pares, como su hermana Sahar, parece ser el único nexo con el deseo de estar vivo. En este ir y venir entre su vida en pasado y el presente judicial, se revela la razón desesperada por la que el niño está preso entre las rejas que la ley le ha impuesto y se abre el segundo relato a través del cual vislumbramos otra historia. Luego de que sus padres vendan a su hermana Sahar, de 11 años, en matrimonio, Zain escapa de su hogar y conoce en un parque de diversiones a Rahil, una joven indocumentada e ilegal, nacida en Etiopía. Ella lo alberga en su humilde casa dejando en sus manos el cuidado de su pequeño hijo Yonas de apenas unos pocos meses de vida a quién mantiene a escondidas frente al temor de que se lo quiten por su condición de ilegalidad. Esos dos niños habitan en ese encierro solitario, creando un mundo de refugio imaginario para ese contexto externo hostil y amenazante. Zain ni siquiera tiene partida de nacimiento porque sus padres jamás lo anotaron, no tiene una identidad social real, al igual que la refugiada Rahil que lo intenta ayudar dándole techo y comida. Así es que Zain trata de preservar hasta las últimas consecuencias ese lugar de protector de Yonas quien todavía no entiende las reglas de esta cruel subsistencia. Cómo deviene el relato de 120 minutos no me es pertinente revelar, pero, si vale destacar la propuesta de Labaki a la hora de haberse ocupado de investigar de manera directa la vida de decenas de niños en circunstancias similares, elemento que le otorga al filme una fuerza realista esencial. En la propuesta formal la mixtura de documental con la ficción se ve reflejada en la elección de los niños y adultos no actores, que encaran sus mismos personajes tan conectados con su vida real, a los que le imprimen en cada acción una capa emocional hecha de sus propias vivencias. Horas y horas de rodaje con material filmado en cantidades notorias permite logar esa naturalidad a la hora de ver reflejada la interacción entre los niños, que sólo este trabajo minucioso en el cuidado de las escenas y un montaje riguroso podían preservar de esta manera. La cámara activa, testigo permanente de cada escena circula como un ojo móvil que sin respirar se filtra en cada acción y en cada situación de violencia o de contemplación. Se mueve bruscamente, siguiendo los hechos con cierta tosquedad elaborada y esa dura brusquedad es el reflejo de la brutalidad de los hechos narrados, de los actos cometidos y de las emociones en juego. A la vez que esta mirada de documento se apropia de casi todo el filme, otros grandes planos generales explícitamente calculados sellan la mirada ficcionalizante y estilizada. Es tal vez el único recurso que sobre satura al espectador el de la musicalización del filme, que cae en el subrayado de escenas gran tensión dramática que no necesitan de ninguna enfatización. Allí donde la imagen respira con fuerza la música muchas veces excede a las necesidades de la escena. Los recursos estéticos van en consonancia con la propuesta de la trama y de la perspectiva ética que propone la narradora. Labaki no intenta pasar desapercibida y de manera valiente es genuina en su manera de poner todas las cartas sobre la mesa. A quienes llamen esta jugada audaz una mera “pornografía de la miseria” es porque se han quedado atrapados en el efecto y no han podido develar el fondo incrustado en las formas. Ver la miseria humana con en este nivel de desnudez puede parecernos algo obsceno, pero la miseria no es pornografía, es una de las formas más desoladoras e insoportables de la violenta condición humana. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Quizás muchos no tengan presente el nombre de la actriz, directora de cine y guionista libanesa Nadine Labaki, realizadora de películas como la recomendable Caramel, ¿Y ahora adónde vamos?, (en ambas además es protagonista) y la recientemente estrenada Cafarnaúm: La ciudad olvidada, ganadora del Premio de Jurado en el Festival de Cannes pasado, y nominada a mejor película extranjera en los pasados Premios Cesar, Oscar, Bafta y Globos de Oro. Sin dudas, el de Labaki es un nombre a tener muy en cuenta, más después del estreno de este filme. Este nuevo largometraje de la cineasta libanesa trata sobre Zain (Zain Al Rafeea), un niño de unos aproximados doce años de edad que cumple una condena por un crimen, y decide demandar a sus padres por haberle dado la vida. Tras esta introducción (en donde Labaki hace de abogada del pequeño), mediante un flashback empieza a narrar la serie de acontecimientos por los cuales Zain llega a esa instancia. Él es uno de los tantos hijos de una familia que vive en un lugar muy pequeño, en donde no hay espacio suficiente y la escasez de comida es preocupante. La situación lleva a que Zain deba trabajar para poder sostener parte de esa estructura, que naturalmente ambos padres no pueden mantener por si solos. Zain, pese a ser un niño 12 años, tiene una mentalidad mucho más madura que la de cualquier chico de su edad; la vida que le tocó es lo que lo lleva a ser así. Es por eso que una gran parte de la responsabilidad del cuidado de sus hermanos caen en sus brazos, sintiendo un especial cuidado por su hermana Sahar (Haita Cedra Izam), que es tan solo un año más chica que él. Será una determinación de sus padres para con su hermana Sahar, lo que llevará a enojarse al pequeño, y al abandono posterior de su familia, que conllevará a conocer más tarde a Rahil (Yordanos Shiferaw), una mujer de Etiopía que va al trabajo con su hijo pequeño a escondidas, y que tiene problemas para conseguir los papeles para el mencionado. Alejado de su familia original, Zain estableceré un vínculo muy importante tanto con ella, como con su hijo. Acusada por algunos de recurrir a la manipulación sentimental, y de utilizar una fórmula desgastada para lograr el afloramiento de lágrimas, poco podemos cuestionarle a Nadine Labaki, si no pasamos por alto que las temáticas que aborda a lo largo de las dos horas de Cafarnaúm forman parte del mundo en el cual vivimos, que muchas reflejan tradiciones que se sostienen en el tiempo, y que cuesta derribar; acusar de tales cosas por ende, no es más que darle la espalda a una triste realidad. La mirada de Labaki es sensible, sincera y necesaria, y eso es lo que vale. El enfoque principal denuncia temas que siempre están presentes, como los diferentes tipos de maltrato infantil, el abuso de menores, la comercialización de los mismos, la superpoblación, y el trato hacía los inmigrantes ilegales. Si bien prima el contenido social por sobre lo artístico, a diferencia por ejemplo de Roma de Alfonso Cuarón, los encuadras, planos y fotografía en general están trabajados a la perfección, induciendo al espectador en la cruda historia. Pese a su fuerte tinte dramático, la realizadora libanesa en Cafarnaúm por momentos da ciertas pinceladas de humor, como para aflojar un poco en una historia que es desgarradora. Sumamente necesaria.
Presentada en competencia en Cannes esta película franco-libanesa sobre un niño que debe sobrevivir solo en un ambiente peligroso confunde denuncia con miserabilismo, emoción con manipulación y potencia dramática con efectismos varios. CAFARNAUM: LA CIUDAD OLVIDADA es el tipo de película que gana premios, ovaciones de pie, recomendaciones de políticos de turno y que se usa para campañas de concientización sobre la pobreza en el Tercer Mundo, el sufrimiento de los niños, la pedofilia y hasta puede ser citada en alguna discusión sobre el aborto. Es un catálogo, como los de ropa, pero las distintas opciones del dolor. Tiene a su favor dos elementos importantes: está realizada de manera competente y tiene un protagonista tan carismático que por momentos uno puede olvidarse que está siendo manipulado como las pastillas de antidepresivos que el niño mezcla con agua para vender en la feria como “shots”. El protagonista es un chico de probables (nadie sabe bien) doce años llamado Zein. Y la historia arranca de una manera original pero que deja entrever la lógica del filme: el niño está en la cárcel por un crimen que cometió (luego se revelará cuál fue) y desde allí ha decidido llevar a juicio a sus padres por haberlo hecho venir al mundo. El juicio, que es más un punto de partida dramático que otra cosa, es el eje sobre el que pivotean los flashbacks que recuentan la historia. La película trancurre en el pasado y se divide en dos grandes partes. En la primera se muestra a Zein y sus hermanos (varios, ni él sabe cuántos son) viviendo todos juntos y durmiendo una misma cama mientras venden jugos y otras cosas al paso en la calle sin ser casi atendidos por sus padres. Los chicos están adaptados a esa vida caótica y difícil, pero lo que más le preocupa a Zein es saber que su hermana ha menstruado por primera vez y que sus padres ya pueden ofrecerla en matrimonio a uno de los babosos comerciantes con negocio en la calle. La hermana tiene… once años. El segundo gran bloque lo muestra a Zein en otra parte de la ciudad, en la que intenta conseguir trabajo en un tristísimo parque de diversiones, sin conseguirlo. Sin lugar donde parar termina viviendo en lo de una mujer de origen etíope que trabaja en el parque en cuestión y que tiene un bebé pequeño. El siempre determinado, intenso y muy responsable Zein termina siendo “babysitter” del bebé mientras su madre se ocupa de otros trabajos mientras intenta conseguir la ciudadanía libanesa. Y ese trabajo se volverá más largo y complicado de lo pensado. El esquema es sencillo. En un estilo tomado del neorrealismo pero pasteurizado a lo largo de los años por los festivales de cine y los estudios de Hollywood (un neorrealismo UNICEF, una pornomiseria para burgueses sensibles del Primer Mundo), Labaki muestra a este chico valiente y resistente hacerle frente a todos los males del Tercer Mundo. Además de la pobreza y el hacinamiento –al que ya están acostumbrados– hay que sumarle la pedofilia, el tráfico de niños, la violencia de género/sexual y la sensación de que nadie debería traer hijos al mundo si no está dispuesto al menos a cuidarlos y protegerlos un poco. Las ideas, especialmente la última, son importantes y –se puede decir– hasta necesarias, pero el formato en que están envueltas es problemático. La manipulación emocional que hace Labaki, especialmente a partir de la mitad de la película, cuando Zein se queda cuidando al bebé, se va volviendo tan excesiva y obvia que uno no puede evitar sentirse usado, violentado por emociones que la película no evoca sino que te tira por la cabeza. De hecho, la actuación de Zain Alrafeea, que encarna al protagonista, es tan buena –y el niño es tan perspicaz y noble– que hasta la misma idea de hablar de la interrupción del embarazo en función de estas circunstancias es endeble. La película es, en ese sentido, contraproducente, ya que el más humano de los personajes es el que enjuicia a sus padres por haberlo traído al mundo. Como sucede en muchas de estas películas que explotan de manera pornográfica la miseria disfrazándola de “colorida pobreza tercermundista” es el modo, la forma, lo que fastidia. Como sucedió con YOMEDDINE y GIRLS OF THE SUMMER, las dos peores películas vistas en la competencia de Cannes, CAFARNAUM (que, hay que decirlo, funciona bastante mejor que las otras dos) confunde denuncia con miserabilismo, emoción con manipulación y potencia dramática con efectismos varios. Cuando la cámara, seguramente en un drone, se pasea por los techos de Beirut mostrando a sus habitantes más pobres como insectos en un laberinto infernal, la operación queda más clara que nunca.
Zain, un niño de 12 años de los barrios marginales de Beirut, cumple una condena de cinco años en prisión por apuñalar a un hombre. Ni Zain ni sus padres saben su fecha exacta de nacimiento, ya que nunca recibieron un certificado de nacimiento oficial. Zain es llevado ante un tribunal, después de haber decidido emprender acciones civiles contra sus padres, su madre Souad y su padre Selim. Cuando el juez le pregunta por qué quiere demandar a sus padres, Zain responde “por haberme traído al mundo. Mientras tanto, las autoridades libanesas procesan a un grupo de trabajadores inmigrantes ilegales, incluida una joven etíope llamada Rahil. La historia de Zain y su familia y la de la joven Rahil no la conocemos todavía pero a partir de ahí nos enteraremos las penurias de ambos antes de las escenas con las que arranca esta nueva película de Nadine Labaki. A pesar de la dureza de la trama y de los terrible que viven los personajes, Labaki no cae –contrario a lo que muchos colegas críticos afirmaron sin sustento alguno- en golpes bajos ni situaciones escabrosas. Todo lo peor que pasa en la película está fuera de campo, se cuenta o se insinúa. Zain y Rahil sufren pero la película no se regodea ni embellece esto. La película es bastante sobria luego de unos planos iniciales que parecían indicar lo contrario. Cafarnaúm: La Ciudad Olvidada es pura emoción. Los personajes son buenos, las escenas están bien logradas. Y no es un pecado que el cine muestre la pobreza, porque en definitiva no se trata de la marginalidad la películas sino de la grandeza de esos personajes que avanzan en la vida aun en circunstancias adversas. La corrección política de los enemigos de la corrección política: Criticar cualquier película con pobres acusando a los realizadores de vivir en el primer mundo. Algunas películas buscarán la explotación, otras no. Algunas serán más optimistas y otras más pesimistas, como ocurre con todo el cine. Si los que no son pobres no pueden hacer películas sobre pobres entonces llegará el día en el que nadie podrá hacer una película sobre algún grupo al que no pertenece. Cafarnaúm emociona de verdad, conmueve, y además muestra una realidad durísima. Nadine Labaki consiguió un objetivo con armas nobles y efectividad cinematográfica.