Las influencias de la Nouvelle Vague siguen presentes en el cine contemporáneo. Aunque se trate de un musical, en apariencia convencional. Con esto no digo, que Las Canciones de Amor sea una película que esté a la altura de cualquier obra filmada por Godard, Truffaut o Rohmer. Pero si es verdad, que se respira un aire de homenaje, de traspasar la barrera de la verosimilitud, de la puesta en escena...
Acordes sobre la fragilidad de las relaciones Con cuatro años de retraso llega este relato atravesado por canciones que interpretan los actores. No es una comedia musical y ni siquiera pretende serlo. Se trata de un film sobre dos jóvenes parisinos que deciden quebrar los límites y experimentar con la fragilidad de las relaciones. Ismael (Louis Garrel, el mismo de Los soñadores) y Julie (Ludivine Sagnier, rostro de las películas de Francois Ozon), son novios e invitan a Alice (Clotilde Hesme) a vivir (y dormir) con ellos. La película de Christophe Honoré (Los bien amados es su más reciente creación) está estructurada en tres capítulos: La partida, La ausencia y El regreso. En la primera, la muerte golpea inesperadamente al protagonista y la tragedia queda plasmada en instantáneas fotográficas en blanco y negro. En La ausencia, el espectador se acerca a la angustia, a la llegada de un nuevo "amigo" de Ismael y ve cómo queda su vínculo con Alice, la tercera en discordia. Y el episodio final, propone un ordenamiento afectivo y existencial de los personajes. Las canciones que se escuchan fueron compuestas por el mismo director antes del rodaje de la película, y aparecen como aporte dramático de los intérpretes para que la acción continúe. No se trata de letras pegadizas, sino de diálogos musicalizados. Filmada en la calle y en interiores, este film resulta curioso y, a la vez, bienvenido por su formato original. Una historia de amor y desarmor bien actuada por un sólido elenco. Triángulo amoroso, conquista homosexual y convivencia con las ausencias, constituyen los ejes de la trama.
Por las calles de París Con más de cuatro años de retraso (se estrenó en la Sección Oficial del Festival de Cannes 2007), llega esta despareja, pero muy digna y provocativa tragicomedia musical. La propuesta arranca como en los musicales de Jacques Demy y de Alain Resnais, pero al poco tiempo la historia da un vuelco inesperado (la protagonista muere de un infarto) y, así, la superficialidad típica de una comedia romántica de tono picaresco (un triángulo amoroso) pronto se convierte en algo bastante más oscuro, una Caja de Pandora de la que afloran desde el melodrama hasta el humor negro para una película que apuesta por la libertad estilísica, creativa y sexual. Honoré filma a sus jóvenes intérpretes (Louis Garrel, Ludivine Sagnier, Chiara Mastroianni y Clotilde Hesme) cantando por las calles lluviosas y gélidas de la Ciudad Luz -imágenes que afortunadamente eluden la veta turística y el pintoresquismo- los pegadizos temas compuestos por Alex Beaupin. El film combina la provocación de otro trabajo previo de Honoré como Ma mère (conocida en la Argentina directamente en DVD como Relaciones prohibidas), con la ligereza de En París, visto en un ciclo sobre la Quincena de Realizadores programado en la sala Lugones del Teatro San Martín. La pasión de Honoré por el musical no se quedó en Canciones de amor, ya que cerró el último Festival de Cannes con Les Biens-Aimés, film que contó con el aporte de una estrella como Catherine Deneuve y, otra vez, Chiara Mastroianni (madre e hija con Deneuve tanto en la vida real como en la ficción), Ludivine Sagnier y Philippe Garrel.
Paris es una fiesta Estrenada en Cannes 2007 y vista en Argentina durante la clausura del BAFICI 2008, llega de manera repentina a la cartelera porteña esta maravillosa comedia musical de Christophe Honoré. Con reminiscencias al cine clásico americano de los años 50, pero con una temática propia de los tiempos que corren, Canciones de amor (Les chansons d’ amour, 2007) es un deleite para la vista y los oídos. Protagonizada por Louis Garrel (Hijo de Philippe Garrel), quien interpreta a Ismäel, un joven parisino que está en pareja con Julie (Ludivine Sagnier). Cansados de la rutina sexual y con muchas ganas de experimentar, los jóvenes, invitarán a Alice para participar de un ménage à trois. Pero todo cambiará cuando ante la muerte súbita de de Julie, la vida de Ismäel tome otros senderos y descubra que el sexo no es siempre entre un hombre y una mujer Christophe Honoré estructura la obra como una clásica comedia musical de los años dorados de Hollywood pero con un formato y un contenido muy actual. Es decir que en Canciones de amor los personajes dirán sus líneas de diálogo y de repente se pondrán a cantar como si la vida se tratara de eso. Aunque hay que aclarar que no es una comedia musical como las de Broadway. Sus puntos en común están más cercanos a 8 Mujeres de François Ozon o a Nunca estuviste tan adorable de la argentina Mausi Martínez que a Nine, una vida de pasión o a Cabaret. Tal vez la mejor definición que uno pueda darle a esta película sea la de musical parisino cool y esto no es por esnobismo sino porque así son sus personajes, la historia de chicos modernos y la forma en que Honoré eligió para hablar (y cantar) sobre el amor en los tiempos que corren. Canciones de amor deja en claro que no todo siempre es lo que parece ni que uno más uno da como resultado un dos, al menos en el amor. Lo que si deja en claro es que en el cine (y en la música) muchas veces se habla de lo mismo, pero si cambiamos la forma el resultado puede ser otro. Y ahí está el corazón de Canciones de amor. Se puede hacer una película de amor sin caer en el lugar común y esto es lo que logró Honoré con su parisino retrato sobre el romanticismo y el sexo en los tiempos de hoy.
Siempre nos quedará París. Con cuatro años de atraso, se estrena en los cines porteños este peculiar drama musical francés, dirigido por Christophe Honoré, un cineasta no muy conocido por estas latitudes, pero que ya tiene varios títulos en su filmografía (En París; Relaciones Peligrosas), cuyo denominador común en su obra son las conflictivas y diversas relaciones vinculares que se establecen en la gente joven parisina...
Un film francés contemporánea y encantador El espíritu de Jacques Demy, el desparpajo payasesco de Antoine Doinel, la fresca gracia del primer Godard, las osadías del amor sin tabúes de la nouvelle vague, pero también la delicada atmósfera romántica y tristona de Los paraguas de Cherburgo , la tenue melancolía de Truffaut y la ligereza de las canciones pop para expresar la emoción o aligerar la gravedad del duelo y la ausencia. Nada de eso falta en Canciones de amor , pero Christophe Honoré ha hecho bastante más que nutrirse de imprecisas memorias de imágenes antiguas o de los ecos de viejas músicas. Ha hecho una obra propia, nueva, moderna. Un film (no una comedia) musical, con personajes que viven en una reconocible París invernal, cantan su amor, su insatisfacción, su desconsuelo y sus euforias o simplemente dejan fluir su pensamiento para exponer lo que los preocupa o conmueve. Las citas constituyen un homenaje cariñoso a un cine que ya no existe, pero ritmos y sonidos, conductas y conflictos son los de este tiempo, y la vitalidad, una marca muy contemporánea que el film hace suya en la cámara, el montaje y la puesta de escena. En esta obra exquisita y entrañable que no sacrifica la gracia ni siquiera cuando la muerte irrumpe del modo más inesperado, la simbiosis entre guión y canciones es uno de los grandes aciertos. No es para menos si se considera el íntimo compromiso personal del compositor y letrista, Alex Beaupain, con el tema. No sólo porque es amigo y colaborador de Honoré desde la juventud sino porque fue él quien vivió en carne propia la tragedia que está en el centro del relato; por ese motivo prefirió mantenerse a distancia del rodaje y sólo aparece en el film unos pocos minutos, en esa escena clave, sentado al piano y cantando una de las primeras canciones que escribió en memoria de su compañera. Sus canciones jamás quiebran la acción: la prolongan. Y le confieren al film un encanto que seduce. Desde el principio la historia gira alrededor del indeciso, inconstante y juguetón Ismaël, un periodista que ha enamorado con su simpatía a toda la familia de su novia, y por supuesto a Julie, en quien, sin embargo, se percibe cierto descontento; tal vez por eso la pareja se ha embarcado en un ménage à trois con Alice, una compañera de Ismaël. La magnífica escena del domingo en el armónico hogar de los padres anticipa el tono afectuoso, la gracia y la fresca elegancia que presidirá toda la narración. Pero enseguida sobreviene la tragedia que sume a todos en el estupor. Cada uno sobrellevará el duelo como pueda: algunos vínculos se estrecharán; habrá quien ofrezca ayuda generosa (Jeanne, una de las hermanas de Julie); quien se consuele con un nuevo novio (Alice) y quien, como Ismaël, se deje ganar por el desconsuelo, procure el aislamiento y ensaye vanamente nuevas conquistas femeninas sin sospechar que no será allí donde encontrará la mano amiga que rescatará su corazón. Si Louis Garrel descuella por su carisma y su enorme repertorio de recursos (baste comparar la escena del cementerio con aquella en la que convierte en títere un repasador), puede decirse que todo el elenco está en estado de gracia: Chiara Mastroianni, Ludivine Sagnier, Brigitte Rouen (madre luminosa y tierna) y Grégoire Leprince-Ringuet, el muchacho sin miedos para quien todo está por comenzar, incluso el amor. El film es como una danza que, igual que la vida, engarza alegrías y penas. Una delicia que enamora y a la que mucho aporta la belleza de París.
Triángulo amoroso en una París amigable Mezcla de comedia frívolamente juvenil y melodrama de lágrimas, el film de Honoré recupera la tradición de la nouvelle vague. Marcada por un clima de canciones pop, la película respira espíritu lúdico, ganas de jugar con el cine y el espectador. El no sabe si la ama por su lindo par de nalgas, por miedo a la soledad, por azar, por pereza o por tratarse de “una mala costumbre”. Bien en la tradición de la nouvelle vague, Ismael manifiesta sus dudas en plena calle y de madrugada, mientras camina por una París eternamente amigable junto a su amada Julie. No lo piensa para adentro, sino en voz alta. Bien alta, afinando y acompañado por energéticos guitarra, bajo, piano y batería. Desde Una mujer es una mujer hasta Conozco la canción, Gotas de agua sobre rocas calientes, 8 mujeres y Corazones, pasando obviamente por Los paraguas de Cherburgo, la comedia dramática-musical es –por más que no se la haya reconocido debidamente como tal– todo un clásico del cine francés de la nouvelle vague & descendientes. Ejercicio de restauración nouvellevaguista, tras haber cerrado Cannes 2007 y el Bafici 2008, la entusiasta Les chansons d’amour se estrena, en Argentina, en medio del de-sierto cinematográfico de entrefiestas, con cuatro años de demora y en ese sistema poco amigo de definiciones visuales que es la proyección en DVD. Ismael es Louis Garrel, icono de la nouvelle vague desde que protagonizó Los amantes regulares, bajo la dirección de su papá Philippe. De allí viene también Clotilde Hesmé, reina de la fotogenia que aquí no hace de Julie sino de Alice, tercera punta del triángulo amoroso que forma con los otros dos. Julie es la rubia Ludivine Sagnier (Gotas de agua..., La piscina) y Chiara Mastroianni hace de su hermana, tal vez como cita indirecta al superclásico de Jacques Démy, por vía materna (Mastroianni es, como se sabe, hija de Catherine Deneuve). Como el Jean-Pierre Léaud de los comienzos, Louis Garrel pasa de la alelada circunspección a la mímica exagerada. Como en Una mujer es una mujer y tantos otros Godard, siempre hay un libro a mano para taparse la cara y asomar los ojos. Toda pared sirve para colgar la tapa de un disco o el afiche de alguna película, aunque ninguno de ambos tenga nada que ver con la película en la que están colgados. En este caso, News of the World, de Queen, y Nobody Knows, de Hirokazu Kore-eda. Para seguir con Godard, la secuencia de títulos es un desfile de puros apellidos, en un tipo de letra bien grande: Branco (por Paolo Branco, el legendario productor portugués que supo estar detrás de tantos Oliveira, Ruiz & Cía.), Honoré (Christophe, director de la película), Garrel, Sagnier, etcétera. En las dudas cantadas de Ismael resuena el que peut je faire, je ne sais pas quoi faire de Anna Karina en Pierrot le fou, y así siguiendo. Respetando también la tradición que se honra, Canciones de amor mezcla la comedia frívolamente juvenil con el melodrama de lágrimas (recordar Los paraguas de Cherburgo, Lola, Vivir su vida), a partir del momento en que algo trágico sucede, sin el menor preaviso. Escritas y compuestas por Alex Beaupain, las canciones son tan pop a la hora de expresar alegría, vacilación, ensimismamiento o la más desoladora tristeza. No se sabe bien si es así o se trata de pura predisposición personal, pero a este cronista se le hacen mejores las de la última variante. No por nada Beaupain quiere decir “bello dolor”. Bello dolor expresan los ojos tristes de Chiara Mastroianni, que desde un secundario logra generar en el espectador emociones primarias. Producto, seguramente, de esa suerte de condena a la soledad que su Jeanne parece arrastrar. El otro secundario que logra saltar a primera fila es Grégoire Leprince-Ringuet, adolescente que a fuerza de obstinación amorosa logrará sacar al protagonista de su heterosexualidad y su duelo. ¿Es Canciones de amor lo que suele llamarse “un mero ejercicio”? Ejercicio sí, posiblemente. Pero no tan mero, en tanto logra recuperar –no sin algún esfuerzo o sobreactuación, que en algún momento la hacen más parecida a El exilio de Gardel que a Rozier o Rohmer– aquello que la nouvelle vague tuvo en sus comienzos, y después nunca más (hasta llegar al último Resnais, al menos): espíritu lúdico, ganas de jugar con el cine y el espectador, energía que da la juventud. Juventud que no es de edad: monsieur Honoré, que es del ’70, tenía 37 cuando la filmó. Ni hablar de la edad de Rohmer a la altura de Cuentos de otoño o la de Resnais ayer mismo, cuando abordó esa insolencia de Las hierbas salvajes.
No por mucho cantar se llega a Cherburgo Esta es la historia de Ismael, Julie, Alice (a dúo o los tres juntos, lo que «es incómodo para dormir», según dice una de las chicas), y también la historia íntima de Ismael y Erwann. Estos dos tienen a cargo la única escena de sexo que vemos en toda la obra, lo demás es solo hablado o canturreado. Entre medio, una de las chicas muere repentinamente, lo que hunde al protagonista en inmensa tristeza, de la cual saldrá, por supuesto, gracias a un nuevo amor. Mientras, el autor «saludará» a sus propios amores: la imagen de los jóvenes de clase media que cultivó la Nouvelle Vague, medio pedantes, frívolos, sin exigencias laborales ni siquiera en sus lugares de trabajo, el Paris invernal ajeno a los turistas y lugares turísticos, y algunos tesoros de la mencionada Nouvelle. Uno de ellos, el personaje de Antoine Doinel creado por Francois Truffaut para Jean-Pierre Leaud. Hay cierto parecido entre esa criatura y el Ismael que hizo Christophe Honoré para Louis Garrel, solo que aquel pícaro causaba cierta simpatía, y éste parece un gandul inmaduro y egocéntrico con cara de vampiro suplente de «Crepúsculo». Otro tesoro fácil de advertir es el clásico de Jacques Demy «Los paraguas de Cherburgo» (claro, inspirarse en algo no necesariamente significa alcanzarlo, ni acompañarlo). «Canciones de amor» se divide en tres capítulos: «La partida», «La ausencia», «El regreso», precisamente los mismos títulos que dividían a «Los paraguas...», usados con otro sentido. En cada capítulo, nuestros personajes dialogan a través de canciones, un recurso novedoso y llevado al extremo en la primera, y solo circunstancial en la que vemos (se entiende, una cosa era el compositor Michel Legrand en su mejor etapa, y otra es hoy Alex Beaupain aunque esté en su mejor etapa). Hay también una escena en común, el momento de la confesión a la madre. Pero que causa una gracia enternecedora en «Los paraguas...», cuando la nena de 15 confiesa su embarazo, y una gracia corrosiva en «Canciones...» cuando la joven de 28 detalla sus nuevos hábitos sexuales y la vieja, pasado el susto, sabe percibir el drama de la pareja detrás de la pose. Por supuesto, la obra es mucho más que esos guiños y andaduras, y el modo en que Honoré hace más compleja y «actualizada» su historia de amor francés lo coloca entre los nuevos artistas venerados de diversos círculos, muchos de ellos concéntricos a los «Cahiers du Cinemá» de donde él surgió hace ya un tiempo. Fuera de eso hay que decir también, con todas las letras, el nombre de otro inspirador que nadie menciona y «Cahiers...» maldice: el viejo romántico Claude Lelouch, evidente modelo para la escena de la muerte inesperada, que es una de las mejores de toda la película. «Delta Charlie Delta» se llama el tema de esa parte. Del resto, vale mencionar los que en solitario entonan Chiara Mastroianni («Au parc», ella es la cuñada voluntariosa e inoportuna) y Ludivine Segnier («Si tard», hacia el final, como un fantasma), «Je naime que toi», a cargo del trío de amantes por las calles de Paris, y una estrofa de «La Bastilla» interpretada por el veterano Jean-Marie Winting con un ritmo entusiasta propio de otra película. Beaupain, autor/a de todos los temas, aparece tipo cameo haciendo la canción «Brooklyn Bridge». No parece mala.
Melancolía pop Por esas incongruencias de la vida recién ahora se estrena comercialmente este film del año 2007, exhibido en su momento en el Bafici para el público local, Canciones de amor del francés Christophe Honoré, que nuevamente apela a su creatividad artística para sumergirse en un género poco explotado en Europa como los musicales pero solamente en la periferia y no en el corazón como suele ocurrir con este tipo de propuestas, que por lo general se revisten de cierta ingenuidad y mirada edulcorada sobre la vida y el amor. Tan inexplicable como el amor es la muerte y ese es el punto de partida de esta tragicomedia con canciones escritas por el director para esta ocasión y arregladas por Alex Beaupin que se adaptan perfectamente a los estados de ánimo de los personajes y a la puesta en escena, mayoritariamente en recorridos por las calles de una París gris y despojada de esa postal de folletín turístico. Estructurada en 3 capítulos definidos como partida, ausencia y regreso, el film atraviesa tres triángulos amorosos que se irán superponiendo en el derrotero del protagonista Ismael (Louis Garrel), quien primero vive una experiencia de menage a trois con su novia Julie (Ludivine Sagnier) y su compañera de trabajo Alice (Clotilde Hesme). Sin embargo, tras la repentina muerte súbita de Julie ese triángulo del principio se rompe y el protagonista entra en un estado de angustia por el duelo de la pérdida que inmediatamente se traduce en la búsqueda caótica de otras conquistas amorosas, entre ellas la de un joven bretón que lo seduce y le genera mayor confusión y duda respecto a su sexualidad. El entorno compuesto por la familia de la recientemente fallecida y especialmente por una de sus hermanas (Chiara Mastroiani) se preocupa por su estabilidad emocional pero al mismo tiempo lo asfixia como el fantasma de Julie que le propone simbólicamente el tercer triángulo amoroso, aquel que no se puede romper ni siquiera con la canción más triste del mundo aunque llueva en París. El film de Honoré se disfruta –en el sentido más amplio del término- de a ratos como aquellas canciones con letras profundas y melodías pop que las hacen un poco más digeribles pero nunca alcanza a trascender o a penetrar en lo más profundo a pesar de la brillante actuación de Louis Garrel, a esta altura de su carrera y con un futuro más que venturoso. A no confundir Canciones de amor con la experiencia de Conozco la canción u otras similares porque en las películas de Resnais existe un halo de magia y misterio que en este caso queda absolutamente sepultado por esa catarsis melancólica y pop.
Cantar para vivir El musical del francés Christophe Honoré es una delicia para los fans del género. Una comedia, una tragedia, un drama, un musical. Todo eso es -a veces al mismo tiempo- Las canciones de amor , la película que Christophe Honoré estrenó en 2007 y que llega aquí cuatro años y medio después. El riesgo “tonal” es bastante severo, ya que no sólo el espectador debe aceptar la convención -cada vez más resistida- de que los personajes se canten sus sentimientos los unos a los otros, sino que lo que pasa en la película hace, por momentos, que la aparición de canciones sea por lo menos extraño. Pero Honoré resuelve el asunto con talento e inteligencia. Y, también, con extraordinarias canciones de Alex Beaupain que funcionan como una suerte de “opereta”, variaciones sobre un par de melodías que se adaptan (letrística y melódicamente) a las diferentes situaciones que se van viviendo. Para el fan del musical -y de la versión francesa del musical, más específicamente-, Las canciones... será un placer de principio a fin. El filme cuenta la historia de amor entre Ismael (Louis Garrel) y Julie (Ludivine Sagnier), quienes deciden sumar a su pareja a Alice (Clothilde Hesme) hasta formar un “menage-a-trois” que parece funcionar bastante bien hasta que aparecen los celos. Mientras la situación se le comenta a la familia de Julie como si tal cosa, las canciones van dando muestra de ese cruce entre el entusiasmo y las dudas que se genera allí. Pero a la media hora de película (dividida en tres episodios) sucede algo trágico que no conviene revelar. Lo cierto es que el triángulo se rompe e Ismael debe lidiar con su tristeza y con las relaciones que se van formando con el paso del tiempo. Relaciones que no son las que ni él, ni el espectador, imaginan. El amor, el dolor, la pasión, el paso del enamoramiento a la decepción, la capacidad de volver a empezar después de una muerte, la necesidad del otro -como apoyo, como una nueva posibilidad de amar- están en el centro del filme de Honoré. Y son las canciones (once en total) las que no sólo van comentando los temas del filme, sino las que le dan ese tono naturalista, casi cotidiano que tiene. Cerca en espíritu, pero lejos de la grandilocuencia dramática de la música de Michel Legrand para Los paraguas de Cheburgo , de Jacques Demy -evidente influencia, lo mismo que el primer Godard-, las canciones se sienten como el disco que uno escucharía en esos cambios de ánimo: del tema pop fresco al romántico, de la balada triste a la nostálgica. Y los actores diciendo (más que cantando) las letras le agregan vitalidad al filme. No siempre todo funciona. Por momentos Garrel se excede en lo payasesco de su personaje y otras situaciones son algo forzadas. Pero el género lo admite casi todo. Y así, mientras Chiara Mastroianni homenajea a su madre (Catherine Deneuve) cantando con un paraguas y Louis le pone estribillo a un código policial (en “Delta Charlie Delta”), Las canciones... se convierte en un placer romántico, triste y lúdico a la vez. Los vaivenes de la vida amorosa cantada en voz alta por la calle, como debe ser.
Esos amores que van y vienen Ismael es un seductor, parece querer a Julie, pero también gusta de Alice. Como el amor es libre y lábil, en este filme de Honoré, ellos prueban una relación de tres y pasan su vida cantando y dialogando. Sí, porque como aquella "Los Paraguas de Cherburgo" de Demy, el amor puede expresarse cantando cuando nace, vive o se muere. Ellos son jóvenes, lindos, libres, están en Paris y todo es posible. Pero nadie se ocupó de prohibir la muerte y ella aparece llevándose a Julie. Habrá tristeza, habrá una familia que irrumpe preocupada por Ismael, sin saber que Ismael puede consolarse con Alice, o con las hermanas de Julie, Yasmine y Jane o con el joven Erwann. MUY LELOUCH, TAN VARDA El fin es un juego, una cadena de amores que van y vienen, sin ataduras morales o códigos. París funciona como cuadro melancólico con su invierno y sus árboles despojados y sus personajes reflejan conflictos actuales y pasados, muy Lelouch, muy Truffaud, tan Vardá. Las canciones de Alex Baupain son bellas, poéticas y los actores cantan bien. Las entonan entre los diálogos, naturalmente, como si fueran simples palabras sin música. Todo es evanescente, libre, dispuesto a cambiar de forma en cualquier momento. Se puede entonar loas al amor presente, al Angel de la Bastilla o a la muerte y todo parece encajar en un París sin tiempo, donde todo es bello, joven y puede reiniciarse con libertad. Actores ideales en sus papeles. Louis Garrel jugador e inconstante, Ludivine Sagnier, la chica de "Gotas que caen sobre las piedras" y Chiara Mastroianni, con la ternura que refleja su apellido paterno y la lejanía de Catherine Deneuve, su madre en la vida real.
"Les Chansons d'amour" ya sabemos todo, es una película del 2007. No entendemos bien porque se estrena ahora, tan tarde y encima en DVD ampliado pero... Misterios de la distribución, que le dicen. La primera pregunta que uno se hace es... Suma? Vale la pena? Estoy seguro que es una película necesaria, visto y considerando que es muy original, entretenida y musicalmente interesante. Nos hubiese gustado verla en 35mm y hace un par de años. Seguramente hubiese tenido más espectadores de los que tendrá en este demorado estreno. Christophe Honoré (su director) homenaje al clásico cine de los 50' pero reviste su ensayo con un lujoso envase moderno y vistoso. Es difícil de catalogar "Canciones de amor", ya que uno se tienta a clasificarla de "musical", pero en esencia, una especie de "opera casual"... O algo así. Los personajes cantan y exponen sus sentimientos a través de un cuidado repertorio que se convierte, inevitablemente, en uno de los puntos altos del film. El ensamble de emociones que se juegan en este escenario integra amores frondosos (con raíces, en algún momento sugiere una protagonista), espontáneos, melancólicos y potentes con otros donde las ausencias, el vacío y la desesperación, reinan y dominan el espacio de transición cuando el desconcierto y la duda se hacen fuerte. Este delicado film comienza poniendo la lente sobre la vida de una pareja de jóvenes: Ismael (Louis Garrel) y Julie (Ludivine Sagnier). Aparentemente se quieren, pero están entrando en una etapa de experimentación, ya que el primero trae a la convivencia que tienen, una mujer, Alice (Clotilde Hesme) para integrar un trío. Como siempre, este tipo de relaciones son complejas y tienden a desbalancearse con mucha facilidad, ya que si bien los tres son encantadores, no es fácil satisfacer las necesidades de los 3, cuando sienten distinto. Ese es el punto de partida de la historia, pero a poco de empezar lo que pareciera un recorrido colorido sobre los triángulos amorosos (y disfrutamos algunas melodías pop pegadizas y gancheras) en tono de comedia cantada, la cosa se oscurece cuando la tragedia se cierne sobre uno de los amantes... No contaremos más del argumento porque esta es de las películas que hay que hacerse un lugar para ver. La historia evoluciona y muestra como cada integrante de ese trío original va resolviendo sus caminos, una vez que algo inevitable modifica la dirección que llevaban. El guión acciona los gatillos en los momentos justos y dispara situaciones que exploran la humanidad de estos sujetos y del medio que los rodea (especialmente la familia de Julie) con gran acierto. Los cuadros musicales ensamblan a la perfección y los actores cantan con bastante oficio, cosa que se agradece. París en invierno está fotografiada espléndidamente y eso que no recorremos los paisajes habituales de la ciudad, sino que vagamos por pasajes no tan conocidos de la misma... En el debe, quizás debemos decir que a veces nos parecen poco expresivos Garrel y Hesme, quienes afinan mejor de lo que actúan. No es que den la nota equivocada, pero digamos que les falta un poco más de despliegue emocional para estar a tono con la circunstancia que atraviesan. Más allá de eso, "Les Chansons d'amour" es de esas películas que cada tanto nos sorprenden, y eso, amigos míos, nunca es poco. Altamente recomendable.
La década del ’60 marcó un antes y un después para el género musical en Francia. “Los paraguas de Cherburgo", el film que lanzó al estrellato a Catherine Deneuve, y “Un hombre y una mujer” quedarán como hitos imborrables de un tipo de cine al que volverían a transitar muchos otros realizadores galos, tal el caso algo más reciente de Alain Resnais. Pero si bien “Canciones de amor” de Christophe Honoré reincide en el uso de las canciones como forma de expresión o lenguaje de sus personajes, en contraste con las anteriores le aplica un giro al mostrar que el amor puede tener diversas vertientes no limitadas al clásico “chico ama chica”. Y lo hace con gran naturalidad, atreviéndose a presentar situaciones que hace 50 años eran casi tabú. Honoré es un interesante realizador de sólida carrera y ocho títulos dirigidos en apenas diez años, a menudo invitado a festivales internacionales como el de Cannes donde en el 2007 “Canciones de amor” sirvió de cierre de tan magno evento. Ha de agradecerse al distribuidor independiente que finalmente ha logrado que una de sus películas sea la primera en llegar a nuestras pantallas. Y el hecho de que la película tenga algunos años no le quita nada en cuanto atractivo o actualidad. La división en tres partes precisamente designadas como “La partida”, “La ausencia” y “El regreso” se ajusta a momentos trascendentales en la vida de sus personajes. En el primer tercio domina el amor entre Ismael que interpreta Louis Garrel, actor fetiche del director al haber participado en seis de los ochos films de sus filmografía, y Julie actuada por Ludivine Sagnier (“La piscina”, “ocho mujeres”, “gotas de agua sobre rocas calientes”). Pero la relación entre ambos se ve complementada por la presencia de Alice (Clotilde Hesme) en lo que pronto se revela un triángulo amoroso donde todo se comparte. Sobrevendrá una desgracia y ya en la segunda parte cobrarán mayor trascendencia otros personajes, tal el caso de Jeanne, la hermana de Julie en otro rol destacado a cargo de Chiara Mastroianni. En lo que quizás sea un guiño a la ya señalada celebridad que alcanzó su madre en la vida real, la hija de Deneuve estuvo en todas la películas que siguieron a la presente, dirigidas por Honoré. Y en la última (“Les bien-aimés”), reciente cierre de Cannes, actúan ambas además de Garrel y Sagnier! El tercero y último capítulo ya tendrá a un nuevo personaje que supondrá el giro antes señalado en la trama. Se trata de la irrupción de Erwann (Grégoire Leprince-Ringuet) con lo que Ismael afirmará la tesis del film de que el amor tiene muy diversas formas de expresarse. Como sustento de la muy convincente propuesta están las canciones del título del film. Lo que podría haberse transformado en algo “invasivo” o poco natural, como en algunos musicales norteamericanos de la década del ’50, aquí la música compuesta por Alex Beaupain juega un rol tan esencial como los actores que la interpretan. Es posiblemente uno de los puntos más fuertes de esta nada convencional producción en lo que a temática y enfoque se refiere. Hay aún muchos otros detalles que serán disfrutados por los cinéfilos y hasta un cierto parecido entre el actor Louis Garrel, hijo del director Philippe y nieto del actor Maurice, y Jean-Pierre Léaud, actor este fetiche de Truffaut. No por casualidad el intérprete del personaje de Antoine Doinel es en la vida padrino del joven Louis Garrel. Publicado en Leedor el 24-12-2011
De cómo redimirse de la muerte de un ser muy cercano trata este filme francés. Dividida en tres partes, la historia se centra en Ismael, un periodista que sale con Julie. Cuando ésta muere de repente, una serie de compensaciones amorosas se cuentan a través de las aventuras sexuales y desventuras emocionales del viudo. Montada como una comedia musical donde los personajes manifiestan sus sentimientos con canciones, la mirada sobre las relaciones en la juventud pone una enorme distancia con el modelo tradicional de pareja. Sobre todo porque al formar parte de la vida misma de los protagonistas, el sexo y sus más variadas composiciones quedan absolutamente naturalizadas. Al igual que la tristeza y la felicidad, tan difíciles de retratar sin hacer el ridículo.
Musical romántico a otro nivel En la moderna Paris, Ismael (Louis Garrel) y Julie (Ludivine Sagnier) son dos jóvenes que se adoran y llevan adelante una relación aparentemente sana y sin fisuras. Sin embargo, un día se ofrece la posibilidad de realizar un trío con Alice (Clotilde Hesme), la secretaria de Ismael, y esa firmeza aparente comienza a tambalear. Las inseguridades de Julie, la inestabilidad de Ismael se vuelven puntos de desequilibrio importantes y la pareja enfrenta una crisis aparentemente irreversible. La increíble performance del trío protagónico, el equilibrio entre lo dramático y lo musical y un timing que delata el pulso de un verdadero profesional, alcanzan a subsanar las mínimas fallas del guión en la segunda mitad del filme, redondeando un producto para destacar en una cartelera bastante mediocre y uniforme. Si bien este tipo de filmes... y nos referimos a comedia dramático-musical francesa, no tiene demasiado atractivo para un público masivo (recordar el estreno bastante limitado de "8 mujeres", que se impuso a fuerza de elenco y de un director en boga como era Francois Ozon), no hay justificativo para un estreno tan tardío. Estamos frente a una cinta que tuvo su debut europeo en 2007 (¡se van a cumplir cinco años!, nada menos) y que pasó al menos en dos ocasiones por pantallas del circuito no comercial argentino. Que, por caso, se puede conseguir en versiones alternativas (DVD, BluRay, otros formatos de distribución "popular", guiño-guiño) y cuyo mayor boca a boca fue decayendo desde su primera proyección no comercial, agotando la posibilidad más fuerte de sacarle algún rédito económico. Es una pena que apuestas de tan alta calidad y originalidad estética queden relegadas a paupérrimas condiciones de exhibición porque el criterio general no sostiene al Cine como prioridad.
Con toda la magia del mejor musical El film de Christophe Honoré rinde homenaje a la Nouvelle Vague con escenas de un París a cielo abierto, y con temas que van contando una historia de amor en tres momentos, teñidos siempre de una brumosa melancolía azul y nocturna. Afortunadamente --los cinéfilos podríamos pensar este film como un regalo de Navidad--, tras un largo paréntesis de silencio, se ha estrenado en nuestro país esta bienvenida realización de origen francés que si bien no fue galardonada en Cannes 2007 en la Selección Oficial; no obstante, su banda sonora fue celebrada y premiada con el César ese mismo año. Y aquí debemos subrayar lo que caracteriza a este sugestivo y atípico film en la cartelera de hoy: estamos ante un musical, que oscila entre ciertos tonos velados de la comedia y de la tragedia, en el cual despuntan emociones, gestos, instantes. Y sus canciones, que escuchamos desde la voz de sus propios personajes van acompañando sus distintos estados de ánimo, las diferentes modulaciones y giros que experimentan las relaciones sentimentales. Graduado en Letras y en Realización Cinematográfica, como asimismo permanente colaborador de la mítica Cahiers du Cinema, Christophe Honoré, nacido en 1970, posee ya una significativa filmografía un tanto desconocida, a nivel comercial, en nuestro medio. No obstante su pasión, su reconocimiento por sus maestros de la Nouvelle Vague puede seguirse en el itinerario urbano que nos invita a recorrer en este tan particular film en el que parece saludar a sus maestros. Al decir Nouvelle Vague recuperamos un París a cielo abierto, las caminatas nocturnas de Jeanne Moreau, las escapadas callejeras y las citas furtivas de Antoine Doinel, Jean Seberg y el primer encuentro en el fundacional film de Godard... Y el París invernal, tantos años después de Alain Resnais en Corazones, mediando tantas otras historias, canciones de Jacques Prevert y Edith Piaf y en los sótanos de la bohemia de los existencialistas, la áspera voz de Juliette Greco. Pareciera que en el film de Christophe Honoré, a través de estos jóvenes que viven su propia historia de amor, se dieran cita los recuerdos y fantasmas de los años idos. En Las chansons d'amour hay un tiempo para los paraguas. Como en el recordado film de Jacques Demy. Y hay planos que retratan a sus mujeres, en esta triangular historia de amor, que nos recuerdan a Las señoritas de Rochefort. De Cherburgo a París, tras los pasos de la mujer de la compañera del mismo Demy, Agnes Varda. Con imágenes de un París que vive de noche, el París de hoy, a cincuenta años de los primeros films de los directores de la Nouvelle Vague, en este París de Sarkozy en el que vemos la confusión, el abandono y la indigencia, Las canciones de amor nos va indicando con letras en blanco que ocupan gran parte de la pantalla los apellidos de los que forman parten del film; de una manera no convencional, como aquellos realizadores, autores, lo hacían. Y paso siguiente, tras estas imágenes que marcan un punto de tensión con nuestro admirado film de Woody Allen, Medianoche en París, una joven mujer se acerca a una boletería de un cine, compra su entrada, se ubica en la fila y de manera inmediata, con cierto enojo, llama por el celular a su pareja señalándole que está muy decepcionada por tener que ver siempre películas sola. Estructurado en tres capítulos, La Partida, La Ausencia y El Regreso, el film de Christophe Honoré recorre toda una combinatoria de relaciones amorosas, como a su manera ya lo planteaba otro de los polémicos films de Bernardo Bertolucci, Los soñadores, ambientado igualmente en París, pero en los días de Mayo del 68. Desde esta perspectiva, el film abre a un juego de singularidades, en las que reconocemos diferentes posicionamientos antes las ilusiones, las pérdidas, los temores, las expectativas. Film que se tiñe de una brumosa melancolía, azul y nocturna, Las chansons d' amour nos trae el eco de la melodías de canciones de los de viejos amantes, de ocasionales encuentros y de mesas de cafés que esperan la hora de una cita. Y entonces sus canciones, sus historias de amor que nos alcanzan, que nos conmueven, que nos unen y que nos llevan a permanecer insomnes. Ya terminada la función, a varias horas de la salida del cine, siguen acompañando sus líneas musicales, sus palabras. Y entre ellas, la canción que se orquesta amorosamente y de manera desafiante entre Julie, Ismael y Alice, Sólo te amo a ti. Algo más se dibuja en la cartelera: de vez en cuando, ese pacto íntimo entre cierto público y el musical se mantiene legible a través del tiempo.
Tontas canciones de amor Canciones de amor luce ante todo como un gesto de astucia, un esmerado truco de esgrimista bajo cuya violenta elegancia no alcanza a disimularse del todo, como esos formidables haces de luz que en verano insisten en anunciarse detrás de la persiana americana, su carácter eminentemente estratégico. El estatuto de anacronismo viviente de la película de Honoré le provee una coartada irresistible de lectura al tiempo que contribuye a delimitar con alguna precisión los contornos de su ambición: hacer como que se empieza de nuevo, inventarse una frescura y un corazón flamantes, recién salidos de una cinefilia desbocada, pero con la conciencia a flor de piel de que esa empresa ya no es posible. El resultado se ve con un dejo de desconfianza al principio y después con una embriaguez resignada. Los actores Louis Garrel y Clotilde Esme (importados directamente de Les amants reguliers, de Phillipe Garrel, padre del primero) forman una pareja cinematográfica que es heredera directa de la Nouvelle Vague. El director hace cantar a los personajes un pop estandarizado que ya no puede remitir a los musicales venerables de la MGM sino que reenvía a los protagonistas a un universo cuya aparente irrealidad exhibe siempre un sedimento contemporáneo, como un recordatorio a la vez melancólico y ligero de la propia confección de la película, que traza un linaje que ya no puede ser del todo propio y al que se observa como a un pariente misterioso y poco sociable. Los ecos más o menos recientes de Conozco la canción se hacen presentes también, como huellas de un procedimiento que coloca la película en un limbo de imágenes, una zona esencialmente ambigua donde la originalidad cede el paso al intento de restitución laboriosa de un mundo perdido: detrás del tono liviano y de la amabilidad constante de sus planos, Canciones de amor parece guardarse, como si fuera una pasión vergonzante, el regusto agridulce de un réquiem por un cine que no existe más.
Cantando las emociones Canciones de amor, como su nombre nos anticipa, es una película musical del director y guionista francés Christophe Honoré que llega a nuestro país cuatro años después de su estreno mundial. Pero, contra toda expectativa, no se trata del típico musical con cantantes y bailarines profesionales, sino de una película en la cual los actores en determinados momentos se ponen a cantar sus emociones, obviamente con un fondo instrumental acompañando, y lo hacen de una manera casi natural: con voces simples y sin demasiada técnica vocal, sumándoles coreografías que casi cualquier mortal sin estudios de danza podría hacer. Para darle aún mayor cotidianeidad a dichas secuencias, las canciones se entremezclan con los ruidos de los autos y de la ciudad circunstante. Este último será un elemento significativo a lo largo de la historia, ya que se sitúa en una París que difiere de la visión del turista a la que nos tienen acostumbrados muchas películas, con recorridos por lugares famosos y monumentos. En este caso, llega a nuestros ojos su vida urbana en uno de sus barrios, las personas que lo habitan y trabajan allí. Como hemos anticipado, la historia que se cuenta contiene una cierta cotidianeidad, dada por el modo en que es narrada, a pesar de centrarse en una relación poco habitual entre dos mujeres y un hombre, que comparten techo y cama. Los vínculos son mostrados con una gran apertura, sin emitir demasiados juicios sobre estos, evitando estereotipar tanto personajes como situaciones. Hasta el día a día contiene elementos insólitos que irrumpen en las rutinas, como las imitaciones de estados de ánimo que hace Ismaël (Louis Garrel) durante un almuerzo con la familia de su novia Julie (Ludivine Sagnier). Cabe mencionar además que el film rinde homenaje al movimiento cinematográfico francés Nouvelle Vague mediante la utilización de carteles que interactúan con los pensamientos de los personajes y, además, con la inclusión de imágenes de algunas de estas películas, como los famosos Champs Elysee de París en la cual la actriz Jean Seberg vendía el diario New York Herald Tribune en la película de Jean Luc Godard Sin aliento. En fin, con Canciones de amor estamos ante una película romántica pero que se sale de lo habitual, a partir de más de una vuelta de tuerca inesperada en el desarrollo de la historia. Las actuaciones son también muy buenas y no debe dejarse de lado la presencia de la cantante y actriz Chiara Mastroianni, hija de los grandes Marcello Mastroianni y Catherine Deneuve. Realmente valió la pena esperar unos años para poder verla estrenada en los cines argentinos, aunque esperamos que las próximas películas de Honoré tarden menos.
Meticulosa realización con ajustada trama, excelente elenco y brillante técnica Es así. Somos así. Los que amamos el cine no podemos estar tranquilos esperando. Una tarea tan gratificante como sentarse en la butaca de un cine se podría leer desde el punto de vista físico como una actividad sedentaria. Sin embargo hay muchas otras cosas desde el funcionamiento del cuerpo humano que se mueven alrededor de la percepción del arte. Suena raro esto que digo para el afuera, pero créame que hay mucho movimiento en la pasión por ver. Ya sé. Usted está imaginando que cuando me siento en el cine empiezo a moverme como Messi. Bueno, no. La cosa pasa por otro lado. Al punto que voy es que “Las canciones de amor” va a cumplir cinco (5) años desde que fue concebida. La ansiedad hace que la haya visto hace cuatro en algún DVD que rescaté por ahí, por eso la pregunta que está dando vueltas en mi cabeza es: ¿qué posibilidades de éxito comercial tendrá si hay muchos inquietos como yo? Si es por el contenido, ya le digo que vale la pena. Comencemos por recordar y entender algo fundamental. El cine musical es un género complejo de realizar porque el espectador debe saber que todo, o casi todo lo que los personajes dicen, sienten y piensan, será cantado o recitado al compás de la música. Es una convención que de no aceptarse es inútil perder tiempo en la butaca. Por supuesto que sin actores bien dotados técnicamente, en lo físico y en lo vocal, para hacer creíble las situaciones un musical estaría condenado al ridículo. Con poco más de diez canciones que giran en torno a dos o tres melodías, “Las canciones de amor” es una obra dividida fundamentalmente en tres actos para tocar distintos temas, como el nacimiento del amor, la finalización de una pareja por desgaste, el dolor por la pérdida, transitar los duelos y las relaciones entre personas del mismo sexo; entre otros menores. Los personajes funcionales a sostener la propuesta son principalmente tres. Ismael (Louis Garrel) y Julie (Ludivine Sagnier), quienes conforman una pareja que intenta reflotar la relación incorporando a Alice (Clothilde Hesme), tanto en lo cotidiano como en la intimidad. En desmedro de la intención original, los celos comienzan a tirar el plan por la borda. Sin embargo es un hecho trágico lo que por su impacto sirve como disparador para que los tres dividan sus caminos hacia otros horizontes. Sobre todo Ismael, que poco a poco va profundizando su dolor mientras en su vida comienza a aparecer el amor nuevamente. La realización de Christophe Honoré cumple con todas las convenciones y demuestra un trabajo de dirección meticuloso y notable en todos los rubros, comenzando por la interpretación de un elenco excelente (Ludivine Sagnier está un escalón más arriba), siguiendo por la banda de sonido, item insoslayable en este caso por la importancia que tiene, y finalizando con una compaginación brillante en concordancia con la idea del director. En todo caso, hasta se da cierto lujo al citar implícitamente su admiración por la nouvelle vague y alguna referencia al musical de Hollywood. Las canciones de amor funcionan bien y se escucha mejor.
Poliamor a la Francesa Canciones de Amor o Les Chansons D'Amour es una película difícil de encasillar, que trata temas interesantísimos y ofrece la mirada acerca del amor de un director desafiante como es el francés Christophe Honoré. ¡Cuidado!, tiene mucho de musical, ya que los protagonistas interpretan 11 canciones distintas del compositor Alex Beaupain a lo largo de la cinta, por lo que si sos de los que no soportan los musicales... quizás esta película no sea una buena opción. Debo decir que soy casi archienemigo de los musicales... no sé por que... simplemente no me gustan, sin embargo Les Chansons me pareció muy soportable, elegante, entretenida y francesa hasta los huesos. La historia se centra en un trío amoroso compuesto por Ismael, Julie y Alice, 3 jóvenes que deciden comenzar un "Ménage à Trois" como parte de su experimentación sexual. Todo parece ir bien, naturalmente se comienzan a manifestar celos por parte los miembros del trío, pero nada muy grave para la relación. El problema surge cuando la tragedia se posa sobre uno de los protagonistas, golpeando fuertemente la armonía que se había alcanzado como trío amoroso, debiendo lidiar con sentimientos de amor, dolor, desgaste, pérdida y nuevos despertares sexuales (aquí entra un 4to protagonista que queda para la sorpresa del espectador). Honoré no repara en mostrar con notable cotidianeidad las relaciones poliamorosas, homosexuales y heterosexuales de los jóvenes que dan vida a este film, ofreciendo un ensayo personal acerca de los estándares del amor y las relaciones sentimentales en los tiempos que corren. La temática de la sexualidad está muy presente, pero la trama se centra sobre todo en los amores, como se construyen, como se destruyen y como se superan. Es por momentos una comedia, luego da lugar al drama, es musical pero no todo el tiempo, tiene mucho de homenaje a otras películas del cine francés (Los Paraguas de Cherburgo), nos muestra París pero con ojos locales y no los típicos lugares turísticos, es gris y habla del amor y la sexualidad, es simplemente una buena producción que no tiene una sola etiqueta sino varias para pasar por una verdadera experiencia cinematográfica. Puede gustar o no, pero uno no puede negar el talento. Un dato loco... la cinta es del 2007!! pero recién se estrenó este mes en Argentina sólo en las salas de Buenos Aires. Los del interior tendremos que alquilar el DVD.
Con algún eco de Los paraguas de Cherburgo y el recuerdo inevitable de la espléndida Conozco la canción de Alain Resnais, Canciones de amor ofrece una deliciosa pieza musical cinematográfica. La presencia de elementos que se relacionan con la comedia musical estadounidense son parte indudable del film, pero también las situaciones dramáticas están presentes. El realizador Christophe Honoré, con un claro espíritu truffautiano en el que Almodóvar no está alejado, logra aunar una historia atrayente envuelta por el mejor estilo del cancionero francés. Con las suficientes alternativas como para ofrecer entretenimiento constante y algunos toques emotivos que no por ser leves son superficiales, la trama engloba circunstancias ligadas a temáticas amorosas de diversa índole, pero siempre inusuales e irreverentes. Triángulos, vínculos igualitarios y tendencias afines forman parte del abanico amatorio incluido, aunque en casi todos los casos el afecto y los sentimientos prevalecen. Al comienzo, la pareja formada por Ismael y Julie invitan a Alice –enamorada de ambos- a vivir con ellos, presuntamente para darle más chispa a su relación. Esto funcionará por momentos, pero tendrá una trágica escisión. A partir de ahí las situaciones atravesarán por inesperados carriles, todos muy disfrutables. La asidua presencia de canciones no corta la continuidad dramática sino por el contrario se integran al relato logrando una armoniosa confluencia artística. Los temas musicales y los climas sonoros proporcionados por Alex Beaupain son un aspecto esencial del film, casi un personaje más. Carismáticos y talentosos, Louis Garrel, Ludivine Sagnier y Chiara Mastroianni protagonizan el film dentro de un elenco homogéneo y eficaz. Para hambrientos de amor y del mejor encanto del cine musical francés.
Un devaneo prescindible Christophe Honoré (Ma mère, Dans Paris, La belle personne) es uno de los nuevos niños mimados del cine francés. Quizá por una necesidad de renovación, quizá por una cuestión de autobombo regional, ultimamente hay jóvenes que van sucediéndose en la recepción de ovaciones y laureles, y siempre aparece una "nueva promesa" distinta. Hasta hace poco les tocó el turno a Francois Ozon y a Arnaud Desplechin, y vale cuestionarse si se encuentra allí realmente la renovación, si no siguen haciendo un poco más de lo mismo que hubo siempre, y si alguna de sus películas realmente trasciende algo en algún sentido. Honoré, -quien desde su debut en 2002 viene concibiendo una película por año- ha cosechado premios y la crítica especializada habla -como siempre- de un verdadero "autor" y de un gran heredero de la nouvelle vague. Honoré cuenta aquí con muchos elementos como para caer bien: un reparto de lujo (Louis Garrel, Clotilde Hesmé, Ludivine Saignier, Chiara Mastroianni, Brigitte Roüan) tramos musicales de tipo Los paraguas de Cherburgo, Conozco la canción o 8 mujeres, con los personajes cantando de a ratos, muchas referencias bibliográficas y cinéfilas a lo Godard -debe de aparecer una docena de títulos de libros que difícilmente tengan algo que ver con la trama- y una anécdota de amores y pasiones juveniles que bordea el melodrama lacrimógeno. Honoré se explaya en su temática favorita; la diversidad sexual, la homosexualidad y los límites difusos en las orientaciones amatorias de varios personajes, todos abiertos de mente, todos muy libres, todos muy bellos, todos muy progres. Hay un menáge a trois, luego una seguidilla de amoríos casuales por aquí y por allá, amor homosexual de variada índole. Y por supuesto, los elementos dramáticos. Fundamentalmente, la muerte súbita de un personaje principal, a poco de empezada la película, y el efecto de esta pérdida sobre los otros. El director evita los velorios, los llantos familiares y decide hacer un importante salto hacia adelante en el tiempo, quizá para eludir los aspectos más difíciles y trágicos del asunto. Honoré parece un Almodóvar lavado que no importuna ni incomoda demasiado, ni mete ningún dedo en ninguna llaga, ni sabe crear conflictos universales. Ningún personaje tiene costados reprobables o difíciles, todos superan, comprenden, miran el cuadro con tolerancia, con esa postura tan "progre" presente en mucho cine francés. Hablan de su vida íntima sin ningún complejo, relatan a algunos familiares con naturalidad sobre sus atípicas relaciones. Como si el autor plasmara sus deseos de cómo correspondería reaccionar ante determinadas situaciones y bajara línea de cómo debería ser la gente. Terminada la película, uno queda con la idea de haber recorrido la elegante y amanerada obra de un director que coqueteó con la sexualidad, con la muerte, los celos y el amor, sin decir absolutamente nada al respecto. Honoré cae, lamentablemente, en muchos de esos vicios que llevan a que tanta gente se tome para la burla al cine francés.