Una delirante comedia de vampiros que llega directo desde Nueva Zelanda. Lo que hacemos en las sombras Mientras que en Argentina los nombres Taika Waititi y Jemaine Clement pueden no significar demasiado, en su Nueva Zelanda natal ambos comediantes son grandes estrellas. Gracias a la serie Flight of the Conchords y películas como Eagle vs Shark, que los encuentra tanto delante como detrás de cámara, este dúo cómico se abrió paso en el mundo y logró sobresalir en la difícil tarea de hacer reír. Tanto que para su estreno en Estados Unidos, What We Do In The Shadows (penosamente traducida como Casa Vampiro aquí) lo hizo bajo la tutela de Will Farrell y su sitio web Funny or Die. Contada en tono de falso documental (género conocido mockumentary), la película sigue la “vida” de cuatro vampiros que conviven en un caserón en Wellington, Nueva Zelanda. Ellos son Vladislav, Viago, Deacon y Petyr. A diferencia de lo que muchos podríamos creer, la vida de estas criaturas de la noche es bastante normal y rutinaria. Con los mismos problemas que cualquiera que haya convivido alguna vez con otros amigos supo afrontar, como por ejemplo mantener la higiene y tareas del hogar. Estos duermen durante todo el día hasta que el sol se esconde para luego salir a divertirse por las noches. Aunque, como todo vampiro, solo pueden entrar a lugares a los que sean invitados. El orden de la casa se verá alterado cuando Petyr, en lugar de matar y alimentarse de un extraño llamado Nick, lo convierte en vampiro. Nick se termina por sumarse al grupo y junto con su amigo Stu, un querible humano de quien el grupo juró nunca alimentarse. Pero cuando Nick comienza a tomarse ciertas libertades con su nueva condición de vampiro, las fricciones con el grupo empiezan a aparecer. Casa Vampiro viene de presentarse con mucho éxito en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y no es muy difícil encontrar un porqué. Para empezar, Taika Waititi y Jemaine Clement logran aplicarle un divertido y original giro a un género que -entre adaptaciones de novelas juveniles y re-invenciones innecesarias de personajes legendarios- venía en picada. Los vampiros que retrata el film son de carácter clásico a pesar de vivir en nuestros días. Desde su vestimenta que permanece similar a del siglo en que fueron convertidos, hasta las fortalezas y debilidades que todos conocemos y que no siempre se respetan. Con una duración apenas inferior a los 90 minutos y un ritmo ágil, cuando empiecen a correr lo títulos finales simplemente podemos rogar por unos minutos más. Esto se debe a que la película es una de esas pocas que puede mantenernos riendo a carcajadas durante todos su metraje. Con un guión inteligente y tan bien construido como ejecutado, el film lanza un chiste detrás de otro, con la mayoría de ellos logrando justo lo que se propone. Los cuatro personajes principales tienen un pasado bien construido y características que lo vuelven únicos, y están interpretados a la perfección por un grupo de actores con buena química y un gran timing para la comedia. Todo está bien contenido por gran trabajo en el diseño de producción, donde la escenografía y el vestuario apenas ponen en evidencia que estamos ante la presencia de una cinta independiente hecha con apenas $1.6 millones de dolares (algo que en Hollywood ni siquiera sería suficiente para cubrir un cuarto del salario de Will Smith). Conclusión En la misma linea de películas como This Is Spinal Tap o Best in Show, Casa Vampiro se ubica entre lo mejor que el género de los mockumentary tiene para ofrecernos. Todo nace de un inteligente guión que reparte en las medidas justas sangre, comedia y corazón; y que es llevado a la pantalla como una vistosa cinta, con un gran cuidado en los detalles, y que promete hacer reír hasta a los más exigentes espectadores.
Queridos difuntos… Oceanía nos ha dado muchas alegrías a los fanáticos del séptimo arte a lo largo de las décadas, no sólo en lo que hace a esas películas encuadradas en una suerte de mainstream local sino también en lo referido a una pluralidad de propuestas independientes de toda índole. Si bien la fórmula autóctona respeta el esquema de la enorme mayoría de los mercados cinematográficos del Tercer Mundo, no cabe duda que en la región se profundizó -por razones culturales e históricas obvias- esa típica combinación entre la mordacidad elegante europea (en especial la que responde a la vertiente británica) y esa pasión irrefrenable por los géneros (por supuesto que la influencia estadounidense fue decisiva). Australia ya nos había regalado el año pasado un díptico maravilloso compuesto por The Babadook (2014) y Wyrmwood (2014), hoy Nueva Zelanda completa el suyo al sumarle Casa Vampiro (What We Do in the Shadows, 2014) a la también hilarante Housebound (2014), redondeando una etapa genial que supera ampliamente a Hollywood y su panoplia de bodrios. En la línea de La Danza de los Vampiros (Dance of the Vampires, 1967) de Roman Polanski, el opus ofrece un retrato ácido de lo que implicaría una convivencia suburbana y más o menos “tradicional” de un puñado de chupadores de sangre, haciendo foco sobre todo en los pormenores de tal faena y el choque subsiguiente de idiosincrasias. El trabajo de los directores, guionistas y protagonistas Jemaine Clement y Taika Waititi es francamente extraordinario, ya que a la vez que construyen una parodia muy eficaz de los resortes prototípicos del género (condimentándola con una estructura meramente decorativa símil falso documental), consiguen una alegoría precisa de la cultura neozelandesa y/ o global (la permeabilidad a la estupidez contemporánea es bastante alta en todo el planeta). Así descubrimos de a poco a los cuatro habitantes de un hogar entre lúgubre y absurdo: Viago (Waititi), el dandy sofisticado, Vladislav (Clement), el mujeriego crónico, Deacon (Jonathan Brugh), el rebelde, y Petyr (Ben Fransham), el Nosferatu oficial de la comunidad. Utilizando como excusa la llegada al grupo de Nick (Cori Gonzalez-Macuer), un vampiro novato, y Stu (Stuart Rutherford), su amigo humano, el relato nos pasea por un sinfín de comentarios irónicos acerca de las personalidades involucradas, los problemas para hacerse de “alimento”, la dialéctica amo-esclavo, la necesidad de pernoctar durante el día, las particularidades del gremio de los difuntos y los desajustes con respecto al coexistir en el siglo XXI. La obra tiene destino de film de culto y en esencia está apuntalada en la química de los actores y en ese cúmulo de observaciones entrañables en torno a la faceta mundana del devenir social y cierta pose superada del que se sabe paria, melancolía sutil mediante…
Un subgénero se encuentra completamente revitalizado cuando se expande hacia límites impensados y el resultado es gratificante. Por esa razón, ahora que los vampiros están más vivos que nunca (toda una paradoja), les llegó la hora de protagonizar una de las comedías más divertidas de los últimos tiempos. Luego de salir airosos de esa difícil batalla contra una de las enfermedades terminales más duras que les toco afrontar en toda su historia (la saga literaria “Crepúsculo” y sus patéticas películas) estos magníficos personajes finalmente recuperaron su privilegiado lugar dentro de la cultura popular y se revitalizaron gracias a muy buenas propuestas como “Let Me in”, “Livide”, “Chimieres” y hasta la mismísima “Dracula Untold”. Pero este 2014, en materia vampiros, se tenía guardado un as bajo la manga y dicha carta resultó ser una de las mejores películas jamás hechas con estos personajes. Y para delicia de todos aquellos que creen ciegamente en las combinaciones impensadas, “What We Do in the Shadows” se trata de una absurda y delirante comedia con chupasangres para toda clase de público. Los realizadores neozolandeses Jemaine Clement y Taika Waititi (responsables de la multipremiada serie “Flight of the Conchords”) se sacaron ingeniosamente de la galera una audaz comedia que se apoya en dos aspectos claves: los excelentes trabajos de los miembros de su amplio reparto y un estilo visual dinámico y eficaz que le otorga un ritmo glorioso a la película. Sí, “What We Do in the Shadows” es una de esas comedias que no levantan nunca el pie del acelerador y busca siempre la manera más honesta y original de sacarle una carcajada al espectador. Ese esfuerzo y su resultado tremendamente positivo deben agradecerse con aplausos de pie ya que últimamente no es fácil encontrar algo así dentro del género. Su premisa es simple: Cinco vampiros (interpretados por Clement, Waititi, Jonathan Brugh, Ben Fransham y Cori Gonzalez-Macuer) conviven bajo el mismo techo y son los protagonistas de un documental filmado por un grupo de realizadores que decide mostrar el “día a día” de estos peculiares personajes que habitan entre nosotros en la actualidad. Por eso, a modo de documental, seguiremos los pasos de Vladislav (un homenaje al vampiro interpretado por Gary Oldman en la peli de Coppola y a Vlad el Empalador), Viago (un chupasangres clásico y medio afeminado), Deacon (el joven canchero y rebelde), Petyr (una parodia al “Nosferatu” de Murnau) y Nick (el vampiro boludo al mejor estilo “Crepúsculo”), quienes ayudados por Stu (un humano común que por momentos se roba la película), llevan adelante su vida cotidiana mientras sortean todos los problemas que los afectan: su enemistad con los hombres lobos, los típicos problemas de convivencia, la siempre complicada búsqueda de alimento y su pésima relación con la tecnología. El resultado final de “What We Do in the Shadows” es más que alentador, no solo porque posiciona en lo más alto del podio de este 2014 a dos realizadores con muchísimo pulso y talento a la hora de generar risas en el espectador (a los cuales hay que seguirle los pasos de cerca a partir de este momento), sino porque también deja en evidencia que con respeto y pleno conocimiento sobre los temas con los que se trabaja se pueden lograr resultados gratificantes y efusivos sin importar demasiado el género. Una cosa es ser original (buscar aquella faceta desconocida u poco explotada dentro de una historia recontra conocida) y otra cosa es ser irrespetuoso y apoyarse en la distorsión de los hechos para llamar la atención tratando de vender algo como lo que no es. Si “Crepúsculo” prendió las luces de emergencia y sentenció a estos personajes a un coma inducido con pronóstico reservado por tiempo indeterminado, “What We do in the Shadows” es el alta médica de nuestro paciente favorito con excelentes augurios para un futuro cada vez más auspicioso. Ahora sí; Habemus vampiros (de verdad) para rato.
Comienzo la cobertura con la última película vista en el festival, una comedia de vampiros proyectada en un clima de contagiosa alegría cinéfila, algo habitual en las funciones de la sección Hora Cero. “Si nunca vieron Flight of the Conchords, deberían hacerlo ya”, dijo el programador Pablo Conde al presentar el film, en referencia a una serie televisiva de HBO cuyos creadores, los neocelandeses Jemaine Clement y Taika Waititi, son también los realizadores y protagonistas de What we do in the shadows. Es de noche. Suena el despertador y un sujeto de tez muy pálida sale de un ataúd para hablarle a la cámara y contar cómo son sus días en un penumbroso castillo junto a otros tres amigos de la misma especie. Así arranca el film, como si fuera un documental sobre las costumbres de los vampiros, un paseo por todos esos tópicos que conocemos desde siempre y que aquí sirven de base para la parodia. El vampiro anfitrión tiene el look de un Drácula clásico, enamoradizo y algo ingenuo. Hay otro muy parecido al Nosferatu de Murnau y otro con el perfil de Gary Oldman en el film de Coppola. El cuarto vampiro debió huir de Europa por haber militado en las huestes de Hitler. A la convivencia se suma más tarde un vampiro novato que provoca desastres al no poder aceptar su condición. Veloz y compacto, el relato ofrece una verdadera lección de timing: uno intuye que cada gag ingenioso podría haber disparado con facilidad un abanico de chistes similares, pero si hay algo que el guión evita es precisamente caer en la redundancia y la saturación grotesca. Tampoco abusa de los efectos digitales, que son discretos aunque muy efectivos y funcionales al verosímil que el film busca construir. Los directores se ríen de muchas taras de los vampiros, pero se nota que los conocen a fondo y los adoran. No aspiran a desactivar los clichés del género sino más bien a verificar la resistencia de esa raíz particular, tan mágica como arbitraria, sobre la que se erige una mitología. La película recupera con inteligencia esos signos vitales que soportan el paso del tiempo más allá de todos los reciclajes anodinos impuestos por la industria cultural en las últimas décadas.
Cuando pensábamos que ya no se podían hacer más chistes con la temática vampírica llega este film para probarnos equivocados. No sólo revitaliza el género “mockumentary” además le da un giro propio al ser filmado en Nueva Zelanda y por neozelandeces. Y ya lo sabíamos, Jemaine Clement es fantástico en cualquier proyecto.
Reivindicando a la parodia Desde hace ya un tiempo que el género de la parodia no pasa por su mejor momento. Con solo ver los estragos generados por el legado de Scary Movie y sus sucesoras bajo el común denominador “movie” (lease Epic Movie y Date Movie), más podemos decir que la formula se fue gastando en los últimos años. Por suerte, de vez en cuando, aparecen películas dispuestas a romper con la monotonía de los géneros que se encuentran estancados. Hoy le toca el turno a What We Do In The Shadows de los neozelandeses Jemaine Clement y Taika Waititi, nombres que probablemente no signifiquen mucho para el que no está familiarizado con la multipremiada serie de HBO “Flight of the Conchords”. El film se plantea desde el recurso tan versátil del mockumentary (falso documental) para retratar la vida cotidiana de un grupo de tradicionales vampiros en la urbe de Nueva Zelanda. Los problemas son los mismos de cualquier grupo de inmortales amigos chupa sangre que conviven en una tenebrosa mansión. Es decir, quién lava la ropa, quién limpia la casa, cómo afeitarse sin poder reflejarse en un espejo, quién consigue los humanos para la cena, situaciones muy frecuentes para cualquier vampiro de la actualidad. Al grupo inicial compuesto por Viago (Taika Waititi), proveniente de la ilustración del siglo XVIII, Vladislav (Jemaine Clement), un sanguinario y mujeriego guerrero del imperio otomano, Deacon (Jonathan Brugh), el rebelde seductor del siglo XIX, y Petyr (Ben Fransham), un ser milenario con gran parecido a Nosferatu, se le suma como nuevo integrante Nick (Cori Gonzalez-Macuer), un vampiro principiante pero con bastantes conocimientos de la diversión nocturna neozelandesa. Es a partir de esta premisa que What We Do In The Shadows triunfa en lo que las demás parodias fracasan. Desarrollando un argumento propio habitado por personajes bien identificables y representativos de cada versión de vampiro en la historia del cine. Es así que con orígenes tan distintos y costumbres tan diferentes entre los personajes, la aparición de problemas en la convivencia dentro de la casa termina siendo algo inevitable. Dando como resultado una serie de situaciones divertidísimas que mantienen a la película en un estado de risa continua. Se nota que Clement y Waititi son grandes fanáticos del género y en vez de caer en lo más obvio y fácil como podría ser una sátira de Crepúsculo o cualquier otra película de terror actual, prefirieron homenajear a todos los clichés vampíricos del cine clásico. Posibilitando un desarrollo de la historia más orgánico y evitando convertirse en una simple suma de escenas paródicas inconexas totalmente dependientes del argumento de las películas a parodiar. Tras convertirse en la sorpresa del último festival internacional de Mar del Plata, está más que claro que el boca a boca fue la principal razón para que esta película tenga su merecido lugar dentro de la programación del actual BAFICI y de nuestra cartelera comercial para principios de Mayo. Oportunidades para poder disfrutarla en pantalla grande no faltan.
Desenfado y sangre en una vuelta de tuerca al género Una comedia con dientes afilados y formato de "falso documental" alcanza para salpicar ingenio, diversión y referencias a las criaturas de la noche que entregó el cine en infinidad de oportunidades. Después de la invasión de criaturas de la noche que azotaron la pantalla con estilos y propuestas pensadas para públicos diversos, llega este "falso documental" que recupera las esperanzas: los vampiros regresan con energías renovadas y un tono bizarro que contagia al espectador. Casa Vampiro -What We Do in the Shadows- es una comedia de los realizadores neozolandeses Jemaine Clement y Taika Waititi -Flight of the Conchords- que encuentra su mayor atractivo en la vertiginosa puesta en escena que convierte a la casa del título en un tren fantasma que depara sorpresas a cada instante. En el lugar conviven cinco vampiros -Jamaine Clement, Taika Waititi, Jonathan Brugh, Ben Fransham y Cori Gonzalez-Macuer- que protagonizan un documental rodado que muestra su vida cotidiana, sus salidas nocturnas en busca de presas y la ayuda de un ser humano. El film resulta interesante desde su planteo de "familia normal" y con los estereotipos de personajes conocidos; desde el vampiro clásico y más romántico hasta la presencia de uno de 8.000 años que permanece encerrado en un placard y remite al clásico Nosferatu. Todos parecen salidos de una fiesta de disfraces pero son reales y caminan entre los simples mortales. Lo antiguo en lucha permanente con lo moderno, los baños de sangre que ostentan varias escenas y el efectivo humor hacen de la película una experiencia distinta para los seguidores clásicos del género y para aquellos espectadores que descubren un relato plagado de guiños que no ocultan sus festivos aires de blooper. El ingenio y los efectos visuales también ayudan para potenciar las andanzas de estos seres nocturnos que duermen colgados, tejen, juegan al billar, cometen algún exceso y hasta se dan el lujo de observanr la realidad desde otro ángulo.
Sangre, sudor... y risas No es la primera vez que se hace una comedia de vampiros, pero esta modesta producción neozelandesa tiene sus hallazgos particulares con una historia ambientada en la Wellington actual que trabaja sobre anacronismos y citas que van desde la vieja Drácula hasta las reciente Crepúsculo. Entre Vamps, de Amy Heckerling, y los films de Edgar Wright y Simon Pegg tipo Muertos de risa, esta película coescrita, codirigida y coprotagonizada por Taika Waititi y Jemaine Clement (Flight of the Conchords) es un falso documental con espíritu de reality-show (los realizadores son “invitados” a filmar la intimidad de los protagonistas) que nos presenta a un grupo de vampiros (el más joven de “apenas” 183 años y el más viejo, con su look Nosferatu, de 8.000, aunque todos se comportan como adolescentes) que comparten una decadente casa y por las noches salen a tener algunas aventuras que van desde entrar a un boliche o intentar alguna aventura sexual. Los protagonistas son muy distintos: está el romántico, el rebelde, el tímido y el recién llegado que debe aprender el métier en una descripción con toques homoeróticos, explosiones gore que remiten a los primeros films de su compatriota Peter Jackson y escenas en las que, por ejemplo, luchan con hombres lobos. No todas las situaciones son igual de inspiradas, creativas y simpáticas, pero se trata de una verdadera rareza por origen, por tono y por búsquedas. Vale la pena, entonces, arriesgarse y entrar por un rato a esta delirante Casa vampiro.
Humor inteligente para hincar los colmillos A modo de falso documental y con la precisa mirada ácida sobre los clichés del género, esta rara avis neozelandesa nos introduce en el derrotero de un grupo de cuatro vampiros, que deben lidiar con el conflicto de la inmortalidad aplicada al mundo que les toca en suerte. La convivencia con mortales, por ejemplo, y ese irrefrenable apetito por la sangre, marcan las coordenadas donde una batería de chistes y situaciones provocan la carcajada asegurada. La parodia sobre los lugares comunes, en este caso, resulta más que inteligente y la elección del reparto acertada en todos los personajes. Estrenada en el festival de Mar del Plata y con gran éxito, la propuesta avanza en la intimidad de Viago (Waititi), Vladislav (Clement), el lujurioso, Deacon (Jonathan Brugh), la oveja negra y Petyr (Ben Fransham), en clara alusión a Nosferatu. A ellos se suman una serie de personajes secundarios también atractivos desde el punto de vista psicológico y con quienes interactuarán en un juego que mezcla las diferencias, pero también se atreve a exhibir –siempre bajo un tono irónico- la conflictiva existencialista planteada desde los anales históricos del vampirismo. Con escenas sumamente jocosas e ingeniosas y un empleo de los efectos especiales, que se ajusta a las exigencias del guión, Casa vampiro es un ejemplo de buen cine que no tiene prejuicios a la hora de adentrarse en temáticas consideradas banales o superficiales, pero que nunca deja librada a la suerte la mezcla de entretenimiento puro con humor inteligente.
Horror fans know for a fact that vampires of all sorts have become so popular in these last 10 years that we are not surprised at all by most new vampire movies. More often than not, they fail to break new ground, be it due to lazy screenwriting or because they are plainly formulaic — and not in a good way. But what if there was a seriously funny documentary on these bloodsuckers that could even change the way you view them? What if they came out of the shadows to show you what their everyday life is like? What if you realized they are not that different from you, after all? Now there is such a movie. Winner of Best Film in the Midnight Madness section of the Toronto film fest and the Audience Award at Sitges, written and directed by New Zealanders Jemaine Clement (from the television series Flight of the Conchords) and Taika Waititi, What We Do in the Shadows is an ever surprising, exceptionally witty and hilarious mockumentary about four hundredsomething vampires — Vladislav, a mediaeval count; Deacon, a 19th century peasant; Viago, an 18th century dandy; and Petyr, an ancient version of Nosferatu — who share a flat in Wellington as they do their best to cope with everyday dilemmas. That is to say, what do you do if by mistake you hit the main artery in your victim’s neck? How do you dress properly for a party if you don’t have a mirror reflection? How do you get into a night club if you’re not invited? What’s the best way to introduce a newly-made vampire to the ups and downs of eternal life? Is it possible to protect your human friends from being eaten by vampire flatmates? Starring Jemaine Clement, Taika Waititi, Jonathan Brugh, and Cori González-Macuer, What We Do in the Shadows takes the mockumentary subgenre to a whole new level: it not only is perfectly shot in a deliberate imperfect style typical of a low-budget documentary, but it also becomes an amusingly nuanced character study of immortal souls trying to figure out what a good vampire ought to be like today. Chances were that such an undertaking would probably consist of a just series of smartly connected skits, at best. But Clement and Waititi know better than that and have created a close-knit narrative with a character driven story that goes beyond a mere sum of funny scenes. I mean, you even get to care about these vampires in a very humanistic way — pun intended. The escalating verbal and visual gags are right on cue, they always make sense, and you can hardly see them coming, even if you have like one a minute or so. Because they steam out of the narrative rather than being forced upon it for comic effect. Irony and dead pan humour are alive and well in this unique behind-the-scenes look at what vampires do in the shadows. One more thing: expect werewolves and zombies as guest stars — and forget all about Twilight. Production notes What We Do in the Shadows (New Zealand, 2014). Written and directed by Jemaine Clement, Taika Waititi. With: Jemaine Clement, Taika Waititi, Jonathan Brugh, Cori Gonzalez-Macuer, Stuart Rutherford, Ben Fransham, Jackie van Beek, Rhys Darby. Cinematography by Richard Bluck, DJ Stipsen. Runtime: 86 minutes.
Amigos con Colmillos Corriendo el año 2015 el género de terror está más que saturado de producciones "cámara en mano", que intentan simular realismo a través de una trama que justifica de la forma más ridícula el hecho de tener a algún personaje registrándolo todo en video. ¿Pero qué pasa cuando el terror deja paso a la comedia y esa cámara en mano deviene en clave falso documental? Casa vampiro (What We Do In The Shadows, 2014) puede verse como una rara avis tanto dentro del género cómico como el de terror, y es precisamente ahí donde radica gran parte de su encanto. Viago, Vlad, Deacon y Petyr son cuatro vampiros que viven en Wellington, una ciudad de Nueva Zelanda. Han vivido en este planeta por siglos, pero no por eso han sabido desarrollar sus habilidades sociales, y a eso hay que sumarle que no pueden abandonar su casa durante el día, así que imagínense. El film es un registro de la vida de estos vampiros, su falta de conexión con el mundo exterior y su limitado conocimiento de la modernidad. Justamente lo atractivo de este "registro" es que funciona como suerte de falso documental o como se dice en inglés mockumentary. El film es un híbrido entre This Is Spinal Tap y la serie televisiva The Office, y producida por los Monty Phyton. El humor funciona en un regsitro extremadamente sutil, lo gracioso descansa en los pequeños gestos, en el intercambio de palabras entre los vampiros, en el timming de cada ocurrencia que se plasma en la pantalla. El humor exagerado o escatológico que se suele asociar con la comedia contemporánea es aquí reemplazado por uno menos explosivo, pero no por eso menos efectivo, y sin dudas mucho más inteligente. Por más que nos encontremos en el terreno de la comedia, no hay que olvidarse que se trata de una película de vampiros, donde la sangre y las tripas no dejan de ser elementos de un rigor canónico; pero esa sangre y esas tripas funcionan desde el absurdo y lo tragicómico. Este tipo de detalles son los que ponen en relieve la astucia de un film que no es sólo "una peli graciosa de vampiros". Los vampiros son una mera excusa, a no confundirse. Casa vampiro funciona como una sátira a la sociedad moderna, a nuestra forma de comunicarnos, al modo en que manejamos nuestros lazos afectivos, a la forma en que la tecnología nos deshumaniza y a la necesidad de contar siempre con un Otro que nos defina. ¿Nada mal por tratarse de una película tonta de vampiros, no?
Un delirio hecho película, que toma con humor el mundo de los seres de la noche, divertida y llena de ideas del principio al fin, con hombres lobo pulguientos, vampiros de 80.000 años de edad con jóvenes recién convertidos, tareas hogareñas y amistades impensables. Con la factura de un falso documental hecha por expertos en humor como Taika Waititi y Jemaine Clement, que también la protagonizan. Divertidísima y oscura.
La película definitiva sobre vampiros A diferencia de mucha comedia actual, este descubrimiento del Festival de Mar del Plata se permite ir y volver entre el chiste grueso y el humor blanco, o de la comedia física a la sátira, siempre con una delicadeza y una precisión que abruman. A contramano del conservador y limitado mercado actual, a veces ocurre el milagro y aparece algún distribuidor con ganas de arriesgarse sólo para sacarse las ganas de estrenar una gran película. Una aventura de esas representa la llegada a los cines porteños de la exquisita comedia Casa vampiro, inexacto (pero no tan mal) título local de este falso documental neocelandés sobre vampiros, bautizado originalmente What We Do in the Shadows (Lo que hacemos en las sombras). Se trata de uno de los grandes descubrimientos realizados por los programadores del Festival de Mar del Plata para su última edición, junto con la no menos notable Te sigue (It Follows), muy buen film de terror que también, para sorpresa de los que habían perdido la fe, se estrenará comercialmente dentro de un mes.La idea detrás de Casa vampiro es simple: un documental que registra la vida cotidiana de un ecléctico grupo de vampiros que comparten una tenebrosa casona en los suburbios de Wellington, Nueva Zelanda. Los guionistas, directores e intérpretes de la película, Taika Waititi y Jemaine Clement, aprovechan a sus cuatro protagonistas para reunir en ellos las señas particulares de todos los personajes importantes que ese subgénero del cine de terror ha ido acumulando a lo largo de su nutrida historia. Ahí están Viago, que con sus casi 400 años de edad sigue siendo un dandy del siglo XVIII en plena era digital y tiene algo de Lestat, el afectado personaje de Entrevista con el vampiro; Vladislav, que con sus más de 800 años encarna al clásico vampiro medieval y sanguinario al estilo del Drácula coppoliano; Deacon, el joven y rebelde del grupo, de apenas 189 años; y Petyr, un monstruo de 80 siglos hecho a imagen y semejanza del Nosferatu de Murnau. Tampoco faltarán referencias a la saga Crepúsculo, a La danza de los vampiros, gran comedia de Roman Polanski, a Blade, cazador de vampiros o a la inigualable fábula sueca Criatura de la noche. Pero también a personajes clásicos de la mitología y la literatura vampírica, como la condesa Báthory o Carmilla de Sheridan Le Fanu, por citar apenas dos.A diferencia de cierta comedia actual, en la que sus responsables no se permiten ir más allá del límite de lo probado o bien desbarrancan en la grosería más banal para tratar de conseguir por ese medio lo que no logran con inteligencia (la risa), Casa vampiro no le teme a meterse en cuanto vericueto exista dentro del género. Así se permiten ir y volver entre el chiste grueso y el humor blanco, o de la comedia física a la sátira, siempre con una delicadeza y una precisión que abruman. La película no se desespera por amontonar carcajadas –que por otra parte tampoco faltan–, sino que como un estilista del boxeo va construyendo el knock out por acumulación de golpes calculados con rigor. Uno de los motivos que hacen de esta una película fabulosa es que no trata de manera condescendiente al espectador. Aunque es posible que consigan disfrutarla mejor quienes conozcan a fondo todos los caminos y atajos del mito del vampiro, eso no significa que el resto vaya a pasarla mal. Al contrario, la película incluye también infinidad de referencias a la cultura popular moderna, como el universo de los Reality Show (el título local es una referencia directa a la casa de Gran Hermano), o la tecnología digital, de YouTube a Skype y el mensaje de texto. En el libro Zilele Dracului, compilación de ensayos sobre vampiros, José E. Burucúa (h) y Fernanda Gil Lozano señalan que “el horror resulta compañero habitual del ridículo” y que en la risa hay “un temple que no se debería descartar” al aproximarse a la figura de Drácula, epítome del vampiro moderno. Casa vampiro expone el modo en que el abuso que el cine ha hecho de la figura del vampiro derivó en su inevitable degradación. Si esta cofradía de cuatro (y luego cinco) vampiros ya no asustan a nadie no es porque hayan dejado de representar un peligro, sino porque la industria ha transmutado al vampiro en monigote. Siguiendo la idea de Gil Lozano y Burucúa, se puede decir que la reiteración ha ido diluyendo el horror, dejando cada vez más en evidencia las aristas ridículas del mito, que Clement y Waititi aprovechan con tanta inteligencia en esta que tal vez ya pueda considerarse como la película definitiva sobre vampiros.
¡Que viva la parodia! Hubo que esperar mucho tiempo, no tanto como los años que tienen los personajes de la película, pero valió la pena, se tuvo la suficiente paciencia y llegó el día. Desde La danza de los vampiros de Roman Polanski y El joven Frankenstein de Mel Brooks, en los 60 y 70, la parodia del terror no tenía un gran film que ahora, y sorpresivamente, viene de Nueva Zelanda, concebida por gente de la televisión, con bajo presupuesto pero repleta de ironías, chistes, alusiones y referencias al género, una construcción de relato que refiere a un falso documental entremezclado con un reality (¡los camarógrafos llevan crucifijos!) y un respeto desde la puesta en escena que convierte a esta comedia casera en un ejemplo único. Por supuesto que la saga Crepúsculo cae bajo los colmillos de esos cuatro habitantes de un caserón al que hay que limpiar todos los días, ya que los eternos amigos, una vez que deciden recorrer las calles en busca de diversión, se topan con más de un hombre lobo en estado catatónico. Pero la fiesta no refiere exclusivamente a la contracita irónica; Casa vampiro es mucho más. En todo caso, se parece a una celebración lúdica que recuerda a los años 70 y al descontrol de The Rocky Horror Picture Show, pero sin canciones y coreografías, apuntando al cuello de la veta vampírica, sumergiéndose en la soledad y efímera felicidad de un grupo de personajes que hasta descubre las posibilidades de Internet. Los tiempos cambiaron y aquel film proveniente de un espectáculo Broadway desde hace años es una obra de culto. Ojalá que Casa vampiro adquiera una definición similar. Prepare sus dientes y vaya a verla. ¡Ya!
Jemaine Clement, la mitad de la dupla creativa de la comedia televisiva FLIGHT OF THE CONCHORDS (si no la vieron, háganlo: es brillante) y Waititi, uno de los colaboradores de esa serie (y otro comediante estrella, como muchos de los reunidos en esta película, de Nueva Zelanda) codirigen y coprotagonizan esta excepcional comedia sobre vampiros narrada a la manera de un falso documental. A mitad de camino entre THIS IS SPINAL TAPy LOS LOCOS ADDAMS, la comedia sigue a un grupo de vampiros que comparten un caserón en Wellington y que deben lidiar con ciertas cuestiones cotidianas ligadas a su condición de criaturas de la noche. Las bromas, que son constantes, van desde las tareas “básicas” que no se cumplen (poner diarios abajo del sofá para que no se manche de sangre la alfombra cuando muerden a un humano en el living, digamos) hasta la interacción con el afuera, que se complica cuando uno del grupo (el más veterano, el terrorífico Petyr) convierte a un joven en vampiro y este no se adapta bien a las reglas de los otros tres (el atildado Viago, el perturbado Vladimir y el más relajado Deacon, cada uno con cientos de años de “vida”), complicando la seguridad del grupo. what-we-do-in-the-shadowsAsí, mientras aprenden a usar Skype, sufren por amores y amigos perdidos, se topan con educadísimos hombres lobos (sí, hay chistes sobre CREPUSCULO, inevitables), zombies y otras criaturas, los vampiros van interactuando con los humanos, peleándose entre ellos y contándole a los “documentalistas” (que, obviamente, portan crucifijos durante el rodaje) sus complicadas y muy divertidas historias de vida. Una película de sketches, si se quiere, casi adaptable a una serie televisiva, pero con un nivel de aciertos humorísticos impresionante, especialmente por esa manera tan particular que tiene el humor que Clement (con Bret McKenzie) utilizaba en la serie de HBO y que retoma aquí, una mezcla de picardía e inocencia que resulta irresistible. Sabe cómo ser gracioso y, a la vez, humano, frágil y hasta tierno. Y la combinación es fabulosa.
Vampiros simpáticos y nada pretenciosos Quizá sea bastante tonto, pero al menos este seudo-documental es original y divertido. Cuatro vampiros viven en una casona de Nueva Zelanda y su vida (o mejor dicho, su no-vida) cotidiaba es objeto de un documental que registra estupideces como sus peleas por ver a quién le toca lavar los platos llenos de sangre y otras cosas por el estilo. Los vampiros están interpretados de manera simpática por los codirectores, entre otros, y cada uno tiene un modelo distinto de chupasangre, empezando por una especie de Nosferatu que se mueve poco porque es el más viejo (tiene unos 800 años, y el más joven, todo un adolescente rebelde, tiene unos ciento ochenta y pico). La película tiene algunas cosas ingeniosas, como por ejemplo, ilustrar la dificultad de los vampiros para ir a boliches dado que, como se sabe, el vampiro no puede entrar a donde no es invitado. Más allá de que no tiene mayores pretensiones, hay simples y eficaces efectos especiales para mostrar a los vampiros elevándose en el aire cuando se pelean entre ellos, y otros detalles simpáticos, además de excelente música original. Claro que el chiste no se mantiene permanentemente y, en algún punto de la proyección, la broma parece agotarse en sí misma.
Comedias sobre vampiros, a esta altura, hay miles. Desde La danza de los vampiros hasta Hotel Transilvania, pasando por Que no se entere mamá o Buffy la cazavampiros, el género ha dado todo y más. O eso parecía hasta ahora con el estreno de Casa vampiro, una película que no se parece a ninguna de sus colegas y, en honor a la verdad, a ninguna otra película en general. Casa vampiro es neocelandesa, está ambientada en una Wellington previsiblemente nocturna, y está dirigida y protagonizada por Taika Waititi y Jemaine Clement, dos de los responsables de la serie de culto Flight of the Conchords y de una algo menos conocida pero igual de imprescindible Eagle vs. Shark, comedia romántica incómoda. Vladislav, Viago y Deacon son tres vampiros que comparten una casa junto con Petyr, el más anciano de los cuatro, de 8 mil años y rasgos monstruosos parecidos a los del Nosferatu de Max Schreck. Un equipo de filmación se mete a producir un documental sobre ellos -porque Casa vampiro es un falso documental, aunque pronto olvidamos el recurso- y así nos introducimos en su vida y cotidianidad. Cada uno con una personalidad diferente -sobresale Deacon, el más “joven”- y listos a recibir a otros personajes -el recién convertido Nick y el humano Stu-, los tres vampiros lavan los platos, van a bailar y discuten la mejor manera de morder a una víctima sin ensuciar el sillón. Quizás el que haya visto algunos trabajos anteriores de estos amigotes neocelandeses nos quedemos con ganas de más: algún numerito musical, alguna carcajada extra, pero Casa vampiro es singularísima en su propuesta y en su tono: irónico pero no cínico, tierno pero filoso, siempre observador y con las referencias en la punta de la lengua. Como Los Soprano y las películas de mafia, Casa vampiro bebe de la sangre del manantial interminable de películas de vampiros y escupe un artefacto pop y único.
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Muertos de risa Decenas de copias después de Blair Witch Project, finalmente llega un film found footage con algo nuevo para contar. En realidad, esta producción neozelandesa responde menos al subgénero “filmación encontrada” que a una parodia de documental al estilo This is Spinal Tap, y allí radica el atractivo. Un equipo de camarógrafos se calza una cadena de ajos y entra a la residencia de cuatro vampiros. El principal anfitrión es Viago (Taika Waititi, también director del film), un vampiro de más de 100 años que sabe desenvolverse ante las cámaras, y este presenta a Deacon (Jonathan Brugh), el más torpe, con más de 300, Vladislav (Jemaine Clement), más de 800 y sediento de sangre como de orgías, y el veterano Petyr (Ben Fransham), el clásico Nosferatu de casi 1.000 años. La troupe sale de noche con ropa de sus víctimas (Viago cuida no mancharlas con sangre), ruega a los dueños de los boliches para que los dejen pasar y eventualmente condonan la vida a un humano para tenerlo de amigo, por si acaso. Haciendo gala de un humor desopilante, Casa Vampiro recuerda a otro film neozelandés, Braindead, de Peter Jackson, donde el ingenio de bajos recursos se demuestra insuperable frente a la cadena de producción made in Hollywood.
LOS VAMPIROS DE HOY USAN INTERNET “Queridos difuntos: La Asociación de Vampiros de Wellington, en conjunto con el Club de Brujas y la Sociedad de Zombis, los invita a formar parte de la ‘Mascarada Diabólica’ en la noche del 6 de junio que comenzará a las 6 de la tarde. La localización será en la Catedral de la Desesperación y el invitado de honor será…”. En verdad, el evento de la “Mascarada Diabólica” actúa como excusa para poner en evidencia que Casa Vampiro (What we do in the shadows en su versión original) es un falso documental. En el inicio de la película se le indica al espectador que, de forma excepcional y gracias a un grupo de documentalistas oportunamente protegidos con crucifijos, será testigo no sólo de la vida cotidiana de los vampiros, sino también de la reunión de múltiples criaturas tales como zombis, brujas y banshees. Cuatro vampiros de diferentes siglos conviven en una misma casa en Wellington y, a pesar de sus distintas personalidades, cada uno debe realizar determinadas tareas domésticas como lavar los platos, pasar la aspiradora o limpiar los muebles. De hecho, es en la cotidianidad donde se percibe el juego irónico de los directores frente a los estereotipos de los chupasangres. En consecuencia, Viago (Waititi), de 379 años, es un dandy y de espíritu romántico que llegó a Nueva Zelanda para declararle su amor a una joven; Vladislav (Clement), de 862 años, es la encarnación de Vlad III Dr?culea, mejor conocido como Vlad Tepes, tanto en su aspecto físico como en su atracción por la tortura; Deacon (Jonathan Brugh), de 183 años, es el más rebelde y desinhibido y Petyr (Ben Fransham), de 8000 años, es una versión liberada de Nosferatu. De la misma manera funciona la mirada hacia el humano. Si bien Nick (Cori Gonzalez-Macuer) es el nexo entre ambos estados, a través de su reciente transformación, lo curioso es el trato hacia su mejor amigo Stu (Stu Rutherford). Los cuatro vampiros sienten cierta simpatía por él y no sólo deciden no sacrificarlo, sino que lo consideran amigo. A cambio, Stu los conecta con el mundo gracias al avance tecnológico. Así pueden ver la salida del sol en películas, visitar sitios de “vírgenes”, sacarse fotos o conectarse con otras personas por internet. Jackie o Phillip, por el contrario, se limitan a ser los sirvientes a quienes se les niega la condición de vampiro. Los directores también parodian a los hombres lobos, concebidos como perros o bien como jóvenes bien hablados y que usan ropa deportiva cuando hay luna llena para mayor comodidad durante la transformación. En una pelea violenta entre ambos grupos se puede pensar en una aproximación estética a El proyecto de Blair Witch cuando algunos de los camarógrafos corren para evitar ser apresados por los hombres lobo y las cámaras caen y se escuchan ruidos en el fuera de campo. De esta forma, en Casa Vampiro convergen dos características que le brindan una mirada fresca al boom de los vampiros: por un lado, el aprovechamiento del falso documental y su puesta en evidencia en múltiples personajes y escenas; por otro, la selección de ciertos elementos del género que corrompen o desarticulan. Entonces, la película se vuelve sobre su propio gesto de la misma manera que Viago, Vlad y Deacon desfilan para ver qué vestimenta atraerá a sus víctimas esa noche o que Nick que, en su ingenuidad de reciente vampiro conquistador de la noche, se atribuye el protagonismo de Crepúsculo (2008) como la versión renovada de Robert Pattinson. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Muertos de risa. A esta altura ya quedo demostrado que la temática vampiresca mantiene una lectura variopinta de apariencias al combinar sus argumentos con facetas que desarticulan las reglas del género y actualizan los mismos contenidos. Como la comedia no escapa a esta consigna, es imprescindible detenernos ante una propuesta como Casa Vampiro, que fuera planificada hace bastante tiempo por los neozelandeses Taika Waititi y Jemaine Clement. Este falso documental registra la convivencia entre cuatro vampiros anticuados y su interacción con el mundo actual. Una primera instancia acompaña a estos chupasangre durante sus actividades hogareñas dentro de la mansión que habitan y mientras deambulan por las calles de Wellington durante las noches. Pero la intromisión de un hipster que pasa a ser convertido y un amigo que incorpora herramientas tecnológicas, modifica la rutina del grupo y cambia los modales que estos tienen para relacionarse con los humanos. La sobriedad burlesca que condiciona todo el entramado del relato modera la desenvoltura del elenco en cada uno de los estereotipos en torno a estos seres. Tenemos a Viago rememorando a su amada, Vladislav que sostiene las costumbres, Deacon como el seductor y Petyr que se encarga de conservar a la especie. También cabe resaltar los obstáculos de estas criaturas viviendo en sociedad (ingresar a un sitio sin invitación, la imposibilidad de verse reflejados, abandonar la comida chatarra, mantener una higiene durante los crímenes) y que son parodiados gracias al ingenio de sus realizadores. Aparte de la comicidad repartida entre los protagonistas, las referencias que se asocian y los trucajes conectados, en Casa Vampiro abunda un sentido codificado del ambiente neozelandés que se estructura dentro del caserón en la longevidad romanticista del cuarteto. Esta condición pasará a ser alterada por la apertura cultural que marca la variante efectiva del documento. Respetando las pautas del mockumentary como hacía mucho tiempo no pasaba, Waititi y Clement entregan una sátira del género que se abastece de remates inspirados y encima cuenta con la duración necesaria.
Vampiros luchando contra la modernidad. Divertidísima y delirante parodia al cine de “No-MUERTOS” que valiéndose de los tópicos del subgénero de los chupasangres homenajea y toma en sorna a clásicos como el NOSFERATU de MURNAU, el DRACULA de COPPOLA y hasta el EDWARD de CREPUSCULO. TAIKA WAITITI y JEMAINE CLEMENT los creadores de la serie de culto FLIGHT OF THE CONCHORDS son los responsables de esta irreverente, pero muy cuidada película. Un filme de estética impecable, cargado de contenido y porque no, con cierto toque experimental, una excusa para que los fanáticos de estos seres de la noche se enfrenten con una original visión sobre los personajes más recurrentes del cine de horror. Una grata sorpresa que no se debe dejar pasar.
Se preestrenó en BAFICI, What We Do In The Shadows se que se estrena hoy con el título Casa Vampiro. Se trata de la última expresión del género del mockumentary, esa tradición de comedia reinada por Christopher Guest y más recientemente popularizada por exitosas series como The Office y Parks and Recreation. El falso documental siempre atrae a personajes ridículamente ambiciosos con una confusión entre el sentido de trascendencia y la fama que nunca terminan por reconocer su lugar en el mundo. El hecho de ser los protagonistas de un “documental” les permite pensar, con cierta razón, que mostrar el mundo como ellos lo ven, mostrar sus relaciones como ellos creen haberlas creado, puede ser interesante para el espectador, mientras que al mismo tiempo, ellos, para nosotros, son el chiste final de sus propias realidades. En esta película, dirigida y escrita por Taika Waititi y Jemaine Clement, un equipo cómico neozelandés, el género se entretiene con un nuevo sujeto de estudio: una casa de vampiros. Irreales como son, entre chistes, logran dar cuenta de cuanto nosotros -sus creadores- sabemos sobre su cultura, a través de la más reciente ola del género de los vampiros. Los integrantes de la casa son Viago (Taika Waititi), Vladislav (Jemaine Clement), Deacon (Jonathan Brugh), and Petyr (Ben Fransham). Los tres primeros salen de caza por las noches, sin talento para los disfraces, o, más precisamente, para aprender sobre las nuevas modas, terminan por salirse con la suya por la heterogeneidad del mundo contemporáneo. Viago, 379 años, es quien nos introduce en la casa y sobre sus miembros. Es gentil e incómodo, a veces comprende que las cosas que dice pueden ser tomadas a mal por un ser humano que tranquilamente podría ser su víctima, pero nunca parece saber exactamente que parte de todo lo dicho es el problema. Vladislav, 862 años, su comportamiento es atávico, todavía cree en la esclavitud, por ejemplo, y dice que eso es lo que le falta a la casa cuando en la primer escena los vemos discutir en la cocina sobre la pila de platos que llevan cinco años sin lavar. Deacon es considerado el más indisciplinado y rebelde por ser el más joven con 183 años. Entre todos no reúnen una sabiduría valiosa, y tienen tantos problemas con su pasado como a la edad en que fueron convertidos. Viago va a tomar ventaja del hecho de que sigue viéndose joven para conquistar a una chica que se le escapo hace años, cuando ya era vampiro, y que ahora es vieja. Vladislav todavía está obsesionado con su exnovia, a quien llama “la bestia”, y a lo largo de los años le ha llenado la cabeza de historias a sus compañeros sobre las batallas épicas que mantuvo con ella. Por supuesto, cuando vuelva a verla, va a intentar ganarla de nuevo. Un nuevo integrante se suma a la casa cuando traen a dos invitados, una mujer y un hombre, Nick (Cori Gonzalez-Macuer), que es un exnovio de Jackie (Jackie Van Beek), la sirviente de Deacon que tiene prometido ser convertida en vampiro pero su maestro siempre le hace un truco mental cada vez que ella quiere hablar del tema. El plato de esa noche, la chica y Nick, no va a resultar en la mejor cena. Primero quieren asustarlos con trucos que los hagan saber que están en casa de vampiros, pero todos les salen mal, a pesar de los años de práctica. Más tarde, Nick consigue escaparse después de que entre los tres no consigan capturarlo, a pesar de que todos tengan poderes y, obviamente, conozcan mejor la casa. Pero una vez que Nick logra salir al patio, Petyr, el vampiro de 8000 años que vive con ellos, lo caza y accidentalmente lo convierte. Nick, de ahora en más, “Nick el vampiro”, felizmente le cuenta a todos sobre su nueva condición, porque supone que esto lo hace más sexy y popular, aunque lo debería haber mantenido en secreto para no atraer a caza vampiros y, obviamente, cristianos. What We Do In The Shadows no es tan sutil como las películas de Christopher Guest, pero la razón es simple: paga homenaje a b-movies y el gore. Empaquetada de chistes y gags que nunca se exceden en tiempo o repetición, siempre funciona. Fue la más cómica del BAFICI y se estrena hoy.
QUERIDOS MONSTRUOS El rebelde que tiene apenas 180 años, el medieval sanguinario, el dandy del siglo XVIII y el que lleva ocho milenos muerto. Ellos son los protagonistas de esta comedia documental en la que se nos muestra cómo es la convivencia entre cuatro hilarantes vampiros, sus salidas nocturnas para conseguir alimento o divertirse en una disco, la ridícula rivalidad con los hombres lobo y las celebraciones compartidas con zombies y brujas. Lavar los platos, apagar el despertador desde el ataúd, la llegada de las nuevas tecnologías, las prevenciones para no sufrir “accidentes de sol” y la odisea de vestirse sin poder mirarse al espejo son algunos de los inolvidables fragmentos que entrega la esta cinta neocelandesa ganadora del Premio del Público en el último Festival de Toronto.//?z
De “risas” y colmillos Cuando nos encontramos frente a un producto sobrevalorado y de moda que encima no nos impacta de la misma forma que al resto de la manada, nos da bronca. Es lo que sucede con la comedia neozelandesa en tono de falso documental Casa vampiro, de Taika Waitit y Jemaine Clement, que a pesar de su originalidad y entretenimiento tampoco es para tirar manteca al techo. La vida cotidiana de cuatro vampiros queda capturada por la lente de una cámara para acumular una historia con los típicos clichés y fechorías del mundo de este subgénero de terror. El grupete que trata de adaptarse a la vida moderna y a la vorágine de la tecnología mientras lucha por sobrevivir a la luz del día, cruces y enemigos, está compuesto por Viago -interpretado por Waitit-, un dandy del Siglo de las Luces (XVIII) que presenta un guiño claro al personaje de Tom Cruise en Entrevista con el vampiro; Vladislav, una suerte de chupasangre de la época medieval al estilo pomposo del Drácula de Francis Ford Coppola -representado por Clement-; el pintoresco y pelado Petryr, el más ancestral de todos, en evidente referencia al glorioso Nosferatu; y el más joven y rebelde Deacon, que parodia a La Saga Crepúsculo y sus rivales característicos, poniendo al límite la exposición de esta particular secta. Ese aire a reality show es logrado con credibilidad, buenas actuaciones, humor absurdo del calibre de la excelente serie The office y algunas pinceladas de efectos especiales precisos. Pero los momentos de flojeras se hacen sentir, y aunque nunca derrapa, a duras penas trata de sostenerse sin sobresalir. Así, nos recuerda a aquel aburrido film también en tono jocoso de Roman Polansky, La danza de los vampiros, censurado en su época y hoy con estatus de culto. Sin más, Casa vampiro -que presenta un juego de palabras entre caza y personaje de colmillos filosos pero ahora “cazados” bajo un documental televisivo- se deja ver como un entretenimiento para no tomárselo demasiado en serio. El tiempo tal vez haga justicia a este film que la viene pegando en los grupos que aman el humor kitsch.
Desde Nueva Zelanda llega la comedia Casa Vampiro, de los creadores de la serie Flight of the Conchords, uno de los films más premiados del año. Aunque los falsos documentales están de moda en la actualidad, hace unos años atrás no era común que se estrenaran comercialmente en las carteleras porteñas. Posiblemente, la excepción sigue siendo la genial Esto es Spinal Tap de Rob Reiner, que seguía las andanzas de una falsa banda de rock, compuesta por Christopher Guest, Michael McKean y Harry Shearer o Zelig, el clásico film de Woody Allen. Por esos años, se estrenó en televisión un divertido documental llamado La era del Ñandú, ópera prima de Carlos Sorín. En los años 90, se empezó a difundir por los video clubes una curiosa falsa biografía de un pionero del cine neocelandés. Forgotten Silver es una comedia que hace honor al género y fue dirigida por un tal Peter Jackson. Hoy en día, y tras el éxito de los films de terror estilo Proyecto Blair Witch o las sagas de Actividad Paranormal y Rec, los falsos documentales se dividen entre las comedias o el terror. Casa Vampiro combina ambos géneros y sin dudas, es la mejor obra de estas características filmada desde Forgotten Silver (quedan excluidas las películas de Sacha Baron Cohen). Con la excusa de exponer una fiesta tradicional pero desconocida, donde confluyen hombres lobos, zombies, brujas y otros entes, un grupo de documentalistas llega a una mansión donde conviven cuatro vampiros. Playboys, dandis, monstruos, todo combinados. Estos cuatro amigos exponen, como si fuera un reality show su vida ante cámaras. La llegada de un joven quinto integrante, que viene con su cuñado –no vampiro- altera la convivencia del grupo. Clement y Waititi, dúo proveniente de la famosa serie Flight of the Conchords que ha trascendido fronteras, escriben, dirigen y actúan en este delirante film, repleto de gags efectivos, donde se destaca la creatividad e imaginación para crear un universo propio con reglas y códigos. El patetismo de estos personajes perdidos en el tiempo, combinado con la ruptura y sátira de los clisés, sobre vampiros y mitos sobrenaturales, dan como resulta una película fresca, atractiva, y geek. Casa vampiro se nutre de citas y referencias, para crear una comedia irónica y creativa, que no se ancla en ningún otro subgénero. El talento de los comediantes –partiendo por los propios Waititi y Clement- aprovechando sus fisonomías y explotando los recursos expresivos, y herramientas corporales convierten a Casa Vampiro en un producto sensual y divertido. El tono y química entre los personajes / actores es propio de la comedia negra inglesa, y no sería demasiado lejano relacionarla con los films y programas de los Monty Python. Por lo tanto, vale la pena brindar con una copa de sangre, por el estreno de Casa Vampiro, una comedia neocelandeza original, llena de ideas nuevas, y otras recicladas que nunca pasan de moda.
Taika Waititi y Jemaine Clement son conocidos por la peculiar y divertida serie “Flight of the Conchords”. Pero en noviembre del año pasado, una de las sorpresas del Festival de Mar del Plata fue sin duda su película. Ya desde el vamos la premisa es interesante: un falso documental sobre vampiros. Películas sobre vampiros las hay y seguirán seguramente habiendo un montón. Esa moda que trajo el cine desde hace unos años siempre está vigente en menor o mayor medida. Y como dijo Jim Jarmusch, hay una cantidad finita de historias para contar pero infinitas formas de hacerlo. Historias sobre vampiros las hay por montón. “Casa Vampiro” apela al falso documental al mejor estilo “This is Spinal Tap” y decide seguir a un grupo de vampiros de diferentes edades (y hablamos de miles de años de diferencia) viviendo en una misma casa en Nueva Zelanda. La película toma todos los clichés de las historias de vampiros (hay un Drácula, un Nosferatu, y hasta se hace mención a Lost Boys y Twilight) y crea un producto novedoso basado principalmente en el humor. El film se convierte así en una historia interesante sobre cada uno de estos personajes (el más romántico, el más semental, el más antiguo, el vampiro nuevo, y el que no es vampiro pero les va a ir enseñando un poco del mundo moderno en el que viven) condimentada por una seguidilla de chistes uno más efectivo que el otro. Así, el film pone en pantalla a este grupo de vampiros intentando convivir todos juntos, con problemas tan cotidianos como el de repartirse los quehaceres de la casa. La adición de un nuevo integrante comienza a traer cosas buenas y malas. Por un lado, él es irresponsable y es un niño en materia de vampiro (aunque como niños se comporten todos los personajes), y por el otro trae a su gran amigo, un humano al que no se querrán comer porque les enseña a utilizar la tecnología a su favor y descubren todo un mundo nuevo. También hay hombres lobos, una “bestia” a la que se hace alusión desde el principio y sobre quien no conviene develar demasiado, vampiras en cuerpos de niñas que atacan a los pedófilos y una fiesta llena de diferentes monstruos. Con un guión que funciona entre la estructura del falso documental, y la creación de situaciones cómicas, y un gran timing para los gags, “Casa vampiro” es una propuesta fresca y absolutamente encantadora, de esas que uno no se cansaría de ver nunca. Un film que pone en evidencia mucho conocimiento y amor por el género vampírico, porque toda parodia es un homenaje. Y con una construcción de personajes exquisita, convirtiendo a cada uno de ellos en algo único e inolvidable. Me adelanto a asegurar que es una de las mejores películas del año y deberían aprovechar para verla en sala. Sus creadores incluso lograron llevar esta película tan chiquita en producción pero enorme en calidad a los Estados Unidos gracias al crowfunding.
Bizarra como pocas, una buena manera de saber cómo viven los vampiros contemporáneos que ya llevan unos cuantos siglos entre nosotros, los simples mortales. Desde Nueva Zelanda llega esta comedia negra, contada al estilo de un documental en la que conoceremos la vida de un grupo de "chupa sangres" que alquilan un departamento, van a bares (siempre y cuando tengan invitación de alguien para seguir el protocolo vampiresco), se pelean por quién lavará los platos o provocarán a los educados hombres lobo antes de que haya luna llena. Es una lástima que películas como éstas a veces pasen desapercibidas o se conviertan en cine de culto en festivales o muestras independientes. De verdad que la cartelera necesita un poco más de aire fresco -por no decir "luz"- y molestar a los simpáticos protagonistas de este singular filme. Jemaine Clement y Taika Waititi son los directores, escritores y actores de Casa Vampiro. Debo decir que no me gusta mucho la traducción del título, no inspira lo que verdaderamente es. Jemaine ya es bastante conocido en Hollywood, sobre todo por la serie "The Flight of The Conchords", con 2 temporadas en HBO. Lo que menos pueden imaginarse es que le puso la voz a uno de los Minions de "Mi Villano Favorito", Jerry. También es compositor musical y cantante y eso quedó demostrado en un cuadro de "Los Muppets 2", en la voz de Nigel, de "Río 2" y En "¡Piratas!". Taika es un poco más modesto en su carrera pero hasta fue director de casting. Estos niños terribles, en "Casa Vampiro", contarán su experiencia al tener que convivir con un recientemente convertido al gremio de "Crepúsculo" y que cree que le da popularidad con las chicas contar que es vampiro. Esto causa una gran preocupación a los ya experimentados Vladislav, Viago y Deacon, que tendrán que cuidar al vampiro mayor Petyr, que ya casi ni sale de la casa. casa_vampiro_5_ew El mayor desafío será incluir a Stu en el especial grupo, ya que es humano aunque bastante apreciado por el grupo, si ven la peli sabrán por qué. Una historia de amor que no pudo ser por un error del correo, un vampiro vanidoso y otro que tiene problemas cuando se transforma en animales tendrán su lugar en la trama que atrapará de principio a fin. Muy interesante la inclusión de dibujos, pinturas, momentos históricos a través de documentales(como si fuera un programa del serio The History Channel) y por momentos, dirigirse a aquellos que están filmando el reality. No perderse los créditos y sobre todo la última escena. La recordarán aún si algún vampiro trata de borrarles la memoria. ¡Cuiden sus cuellos!
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Una sátira que hace las delicias de cualquier espectador Sabrá disculpar el lector si me extiendo, pero cuando se encuentra una aguja en un pajar… La única forma de establecer la importancia de “Casa vampiro” dentro de la historia del cine de terror, en particular de las películas de vampiros, es yendo muchos años atrás en el tiempo. Es desandando un camino en el cual vamos pisando un par de baldosas del registro audiovisual y experimental de Jack Ass y Gran Hermano como estandartes del formato “reality show”, luego por las de sagas de terror erigidas como “found footage” (con “Actividad paranormal” -2007 y secuelas- al frente) y luego siguiendo el camino hacia los inicios. Allí encontramos el falso meta-montaje entre VHS y super 8 de “El proyecto Blairwitch” (1999), más atrás el gran resumen de Tom Holland que fue “La hora del espanto” en 1985, el relato tradicional con las de Christopher Lee y Peter Cushing a la cabeza, y finalmente un regreso al expresionismo alemán con “M” (1931) y “Nosferatu” (1922) como baluartes pero, ojo… no sea atolondrado que de todo esto hay brocha gorda por un lado y pinceladas por otro. La comprensión global del concepto de éste estreno se halla también relacionando épocas, códigos, cánones culturales estrictamente cinematográficos y, por supuesto, el viejo y querido concepto de sátira que tenía “La danza de los vampiros” (1966) del gran Roman Polanski. Si aquella obra maestra del género podía hacer mofa tanto de la situación política-económica del momento, como de la mitología vampírica acorde a lo visto hasta ese entonces (que era mucho y variado), este hallazgo neozelandés planta con fuerza un sólido mojón en la historia del cine, tal cual como hiciera la memorable “¿Y…donde está el piloto?” con el cine catástrofe, allá por 1980. Podríamos decir que hasta “Entrevista con el vampiro” (1994) y el “Drácula” de Francis Ford Coppola (1992) se mantuvo a flote el tono romántico-terrorífico que la novela de Bram Stoker ostentaba. De mediados de los noventa a esta parte no hubo forma alguna para que las películas de chupasangres mantuvieran su status de emblema del cine del terror (un par de excepciones al margen). Por el contrario, sagas como las de “Blade”, “Inframundo”, y “Crepúsculo” terminaron por quitarle a los vampiros cualquier atisbo de de generación de miedo en pos de productos que se conformaron poco más que con la máscara (colmillos y base blanca de maquillaje incluidos), buena técnica y, claro, excelente recaudación. Por otra parte, desde fines de los ‘90, el realismo en el género del terror se convirtió en el factor preponderante para la instalación del verosímil, que ya quedó demostrado, no puede sostenerse desde el guión si es que existe tal cosa a juzgar por lo visto en los últimos años. Luego, el registro de falso documental pasó a tener la potestad de la credibilidad en desmedro del verdadero valor de un libreto trabajado a conciencia. Nacieron entonces sagas como “Actividad Paranormal” y otros engendros que, aun teniendo la chance de sostener todo con registros de cámaras de seguridad, o de una única cámara en mano, se contradicen con encuadres adicionales que nunca fueron propuestos. “Casa Vampiro” hace de la dirección integral de los neozelandeses Jemaine Clement y Taika Waititi, lo mismo que Polanski en su momento: tomar absoluta conciencia del lenguaje actual del cine de terror, de la existencia mediática del elemento del reality, de las cabezas parlantes a la hora de instalar la verdad por sobre la realidad, y finalmente una burla ex profeso a la cantidad de cámaras utilizadas; sin olvidar ni dejar de rescatar (homenaje a Murnau incluido) la médula espinal del drama vampírico: la condena a la eternidad. En éste estreno la combinación de vampiros (con varios siglos entre sí de existencia) la convivencia en la misma casa durante años y la inclusión de una “víctima moderna” en esta particular comunidad, hacen de esta sátira una delicia. No sólo para los fanáticos del género; sino para cualquier espectador que entiende (los adopte para su gusto personal o no) los códigos con los que esta producción se maneja. Conviven en esta casa varios tipos de vampiros: uno mudo de 800 años, que parece hermano de Nosferatu (¿hace falta aclarar?), otro del siglo XIX, tratando de lidiar con su impronta renacentista, y finalmente otro del siglo XX con toda la paranoia propia. El más viejo, muerde a un humano de hoy. Moderno. De la era de internet pero con la misma dosis de abstracción de alguien que no tiene idea de que está vivo. Es más, para él todo empieza a tener más sentido estando muerto. O NO muerto, para ser más exactos. Esta convivencia y el formato en el que está concebida cinematográficamente construyen una de las grandes comedias satíricas de nuestro tiempo. Sobre todo para el espectador que capte de inmediato en nivel de idiotez que reina en los personajes. Unos por contraste con el nuevo siglo, otros porque no les importa el concepto del paso del tiempo más que el posible presente. “Casa Vampiro” funciona a la perfección porque desde el principio acepta su autoconciencia, y si todavía hay espectadores que en su época vieron, entendieron y rieron con La danza de los vampiros pero además nunca dejaron de lado los exponentes posteriores de las obras cinematográficas sobre vampiros, se convertirán, probablemente en fanáticos renovados de la idea del estudio del cine como icono cultural. Esta producción rescata por sobre la broma calcada de “Escenas famosas” (llámese la saga de Scary Movie), un profundo entendimiento del lenguaje contemporáneo. La combinación de actores es simplemente superlativa. Todos acusan recibo de la sátira, pero también del absurdo dentro de la ficción. Los actores de esta realización tienen a su favor el manejo de la naturalidad. Uno bien puede salir del cine y creer que estos tipos son reales, aún dentro de un registro absurdo potenciado por pequeñas pinceladas circenses que bordean agradablemente lo insólito. Ojalá los espectadores del género del terror puedan darse el lugar para verla en los pocos cines en la que se estrena. Así será más fuerte el impacto para poder exigir, de la sátira y del terror algo a la altura de éste estreno.
Sangre fresca Hubo una época en la que HBO producía una serie delirante y de culto llamada The flight of the conchords, que respondía a unos estándares de comedia extraños al canal premium y que había sido creada por un grupo de actores de Nueva Zelanda. Del mismo país y con un humor en sintonía llega ahora Casa vampiro, escrita y protagonizada por uno de los gestores de aquel programa de TV. Casa vampiro (su título original es What we do in the shadows, "Lo que hacemos en las sombras") retoma un clásico tema del cine de horror, ya premasticado por el mainstream de los últimos años, y se nutre de todos sus mitos para realizar una comedia que toca varias fibras sin tropezarse con ninguna. La película escrita y dirigida por Jemaine Clemnt y Taika Waititi tiene gloriosos momentos de parodia pero nunca cae en la seguidilla de gags al estilo Scarie Movie, tiene terror y humor negro sin engolosinarse con ninguno de los dos, tiene también humor blanco y de situación, y un ritmo pausado para permitir el estupor y la risa, inusual para las comedias de efecto inmediato a las que estamos acostumbrados. La historia comienza como un falso documental, un reality de cuatro amigos vampiros que comparten una casona antigua en Wellington, Nueva Zelanda: Viago, el vampiro-dandy que sigue pensando en su amada perdida; Vladislav, más sanguinario y cercano al histórico conde Vlad Tepes; Deacon, el más joven y el que quiere estar a la moda; y Petyr, el monstruo que menos participa en la vida en comunidad. Con referencias que incluyen a películas pioneras del género, a otras más comerciales y también a la literatura clásica, la cámara inquieta del reality muestra las situaciones comunes de la vida en la ciudad a las que se enfrentan estos cuatro vampiros: cómo se organizan para lavar los platos en casa, cómo se las arreglan para mantener amigos humanos sin comérselos, cómo se llevan con los hombres lobos y cómo logran esquivar la luz del sol y la mirada de los policías. Cada situación está acompañada por el recurso del testimonio a cámara del reality show televisivo, en el que los personajes explican las emociones se sienten por sus compañeros, idea tan sencilla como genial. En épocas en la que los vampiros se convirtieron en monstruos de moda, en las que revisitar el tema con frescura parece imposible, el filme logra en el género comedia lo que la película Déjame entrar logró en el terror: oxigenar la sangre del mito. Y esta vez, los colmillos se asoman para reírse.
¿Qué tendrán los vampiros que nos vuelven locos? ¿Qué parte de su extensa mitología ha cautivado con tanto fervor al arte en todas sus expresiones? La literatura y el cine, sobre todo, han hablado hasta el hartazgo de los vampiros y nosotros no nos cansamos de consumir. Y a partir de la enorme cantidad de información sobre los seres de la noche, sabemos sus características como el Padre Nuestro. ¿Qué pasa si, de pronto, aparece una obra que se dedica a parodiarlos y a quitarles aquellos atributos que los hacen tan atractivos para nosotros? Eso es What We Do in the Shadows: la parodia que lleva a la desilusión hilarante. Este film neozelandés se propone como un falso documental o mockumentary sobre cuatro vampiros que comparten casa y se deciden contar a las cámaras como es la cotidianeidad de un vampiro en la actualidad. Recolectando buena parte de la mitología vampírica, troca la imagen asesina en inofensiva, el erotismo en ridiculez y el glamour en decadencia. La película, de una hora y media de duración, es ante todo, entretenida y cómica. Habiendo tanto material sobre vampiros, ya no queda más que reírse de eso y al mismo tiempo, plantear una idea nueva del monstruo. Para eso, los realizadores han elegido los estereotipos más marcados: Petyr, el vampiro más antiguo, es un viejo gruñón, encerrado e intolerante, que no colabora en absoluto con la limpieza, nos recuerda de inmediato al Conde Orlok (Nosferatu); Vlad, por su lado, parece haber sido un sádico y perverso que ha perdido su fuerza por su enemigo letal “La Bestia”. Vlad no solo nos recuerda al gran papel de Gary Oldman en Bram Stoker’s Dracula por su excéntrica vestimenta y peinados, sino que hasta repite una escena de esta película. También aparece el guiño hacia la nueva generación de vampiros, aquellos que supieron romper corazones en la saga Crepúsculo, que se empeñan en vivir entre los humanos, relacionarse con ellos y que tienen muchos problemas con los hombres lobo. Mientras corren los minutos, nuestros amigos van relatando la vida cotidiana de un vampiro, casi siempre para dejar al descubierto las incomodidades que esto supone como por ejemplo, que se rompa la arteria principal de una víctima y el living quede cubierto de sangre y los inconvenientes de la convivencia entre seres milenarios (y sanguinarios). Pero, al mismo tiempo, con la llegada de un nuevo vampiro a la pandilla, comienzan a relacionarse con la vida contemporánea: los clubes nocturnos, Facebook, selfies, You Tube, todos elementos que los despojan de este aspecto milenario y los humanizan un poco más. Así, empatizamos de inmediato con estos seres nocturnos que parecen tener una rutina bastante inocente (tejer, bailar árabe, hacer música, organizar las tareas del hogar, y…desangrar humanos). De esto modo, el mismo género de horror queda parodiado, en consecuencia y se plantea la idea de cómo un mismo elemento puede ser tanto materia de horror como de comedia. What We Do in the Shadows es una excelente comedia, completamente divertida, con actuaciones a la altura y sumamente creativas. Repleta de guiños hacia la cultura del terror y los vampiros, logra acercarnos a un grupo de excéntricos personajes y meternos en su alborotada cotidianeidad.
Cuando la parodia está muy bien pensada ¡Atención! "What we do in the shadows" es una de las mejores comedias que van a ver en este 2015. Es realmente delirante, bizarra y original. Hace mucho tiempo que no veía una comedia tan pura como esta. La película trata sobre un grupo de vampiros amigos que contratan a un equipo fílmico para que documente su vida diaria y cómo enfrentan a la vida moderna en la lejana Nueva Zelanda. La banda está compuesta por Viago (Taika Waititi), un dandy del siglo XVIII, Vladislav (Jemaine Clement), el empalador, Deacon (Jonathan Brugh) el rebelde del grupo y Petyr (Ben Fransham), el más viejo y monstruoso de los cuatro. Cada uno con su personalidad particular, no tienen desperdicio. Viago resulta muy divertido en un forma un tanto inocentona y fresca, mientras que Vladislav y Deacon son los más zarpados y bizarros. Por último está Petyr, que no habla, pero sólo con sus gestos ya resulta muy gracioso. Con el pasar del metraje se les une un nuevo vampiro, Nick (Cori Gonzalez-Macuer), que resulta ser un inconveniente por su inexperiencia como criatura de la tinieblas pero que es soportado por el hecho de que trajo consigo a un amigo humano, Stu (Stu Rutherford), quien resulta ser muy piola y ayuda a mantener la paz en la casa. ¿De qué trata la trama? Es sólo la documentación de la vida habitual de los vampiros, que más allá de lo que uno pueda llegar a pensar, es bastante parecida a la que lleva cualquier tipo promedio. ¿Dónde está lo divertido entonces? En la forma en que los directores logran combinar los comportamientos y clichés de esas míticas criaturas que nos supieron mostrar otros directores como Francis Ford Coppola, Murnau y Neil Jordan, con la mundanidad de la sociedad moderna. Deacon se convierte en perro para poder tener un rato de sexo, Vladislav hipnotiza minas para levantárselas, Nick le cuenta a todo el mundo que es vampiro porque le parece cool, y así hay un montón de pequeñas combinaciones de lo fantástico con lo mundano que hacen soltar varias carcajadas. Otro gol de media cancha es que tan sólo dura 86 minutos, tiempo suficiente para encantarnos y dejarnos con ganas de al menos media hora más. Una verdadera maravilla moderna para un género como la comedia, que luego del terror, es de los más bastardeados. "What we do in the shadows" reivindica la parodia, pero no la descerebrada de los hermanos Wayans, la parodia pura e inteligente capaz de sacarle una sonrisa al espectador más agrio. Muy recomendable.
Una de las sorpresas del año. Un original y divertido falso documental que brinda grandes dosis de carcajadas, buenas ideas, memorables personajes protagónicos y una locura que, a diferencia de las comedias de terror que estamos acostumbrados a ver, sorprende minuto a minuto.