Clara (Elisa Carricajo) y Alejandro (Rafael Spregelburd) se mudan y la flamante casa, claro, queda llena de canastos sin abrir. Sin embargo, él debe viajar al toque para participar en un congreso en Bologna y ella queda sola en medio de absoluto desorden. Ese caos va invadiendo también su vida: comienza a faltar a las clases que da en la universidad y a las reuniones de cátedra, le miente a su marido en las charlas por celular y Skype cuando, por ejemplo, le dice que no ha recibido respuesta sobre una beca que estaba esperando (que encima es positiva) y empieza a aceptar diversas propuestas de salidas: de una vecina (Carla Crespo) para encontrarse con unos amigos extranjeros; de una profesora de yoga para embarcarse en un retiro espiritual con mucho de new-age, y así... Comedia asordinada que en distintos momentos remite al cine de Ana Katz y Martín Rejtman, Cetáceos es una película sobre la incomodidad, el hartazgo existencial (o al menos contra cierto status quo) y la necesidad de probar, fluir, dejarse llevas sin saber muy bien por qué, para qué ni con quién. Elisa Carricajo es la intérprete ideal para transmitir esa sensación de vacío, deriva y perplejidad, bien acompañada por Spregelburd (en otro de sus papeles de insufrible) y un sólido elenco de secundarios que incluye a Crespo, Susana Pampín, Esteban Bigliardi y varios más. Percia trabaja el humor con sobriedad (no es una película de gags sino de situaciones y observaciones absurdas) y en medio de ese viaje (interno y externo) de Clara afloran sensaciones íntimas que lo convierten también en una mirada desencantada sobre estos tiempos tan desconcertantes y poco amigables.
La oscuridad de Clara La melancólica vida de una treintañera en crisis es el tema elegido por Florencia Percia para Cetáceos (2017), una sórdida comedia sobre seres desencantados que buscan una escapatoria en medio del caos reinante. Cetáceos sigue el punto de vista de Clara (Elisa Carricajo), una profesora universitaria treintañera, aparentemente exitosa, que acaba de mudarse con su marido (Rafael Spregelburd) a un nuevo departamento. En medio de ese cambio de espacio, él debe viajar a Italia y ella debe afrontar el caos que implica la mudanza. Caos que de a poco también se incorporará a su vida. De entrada observamos cierta incomodidad en Clara. Hay situaciones -como la del florero que trae el marido- que denotan que ella no está a gusto en su nuevo hogar. Algo la vuelve distante y a medida que los minutos avancen se intensificará. Clara busca escaparse de una vida chata, rutinaria y algo anodina. Una mujer opacada por un marido que quiere ser el eje de atención. Hay claras influencias del cine de Ana Katz en este retrato femenino de Florencia Percia. Sobre todo comparado con Mi amiga del parque (2015). Un marido que viaja, una mujer que entra en crisis y la necesidad de escape. Pero también en el manejo del humor absurdo de Martín Rejtman, donde no hay obviedad sino una sutileza que necesita de un espectador activo que sepa apreciarlo y también encontrarlo. Con un guion sin fisuras y una puesta observacional, Cetáceos, además de una interesante factura técnica donde se destaca la fotografía de Lucio Bonelli, el trabajo de sonido de Adriano Salgado y la edición de Andrés Quaranta, cuenta con un reparto encabezado por la siempre extraordinaria Susana Pampín, Carla Crespo y Esteban Bigliardi, entre otros actores.
¿Es posible obtener lo que uno deseaba y, así y todo, sentir que no alcanza, que de pronto no era lo que realmente se quería, que la felicidad pasa por otra parte? Cetáceos (2017) indaga en esas cuestiones. Clara (Elisa Carricajo) se muda a un nuevo departamento con Alejandro (Rafael Spregelburd), su pareja. Él enseguida debe viajar a Bologna, Italia, para hacer una ponencia. Ella da clases en una universidad y, en simultáneo, le confirman que obtuvo una anhelada beca. Todo parece ser pura felicidad en su vida. Sin embargo, no está satisfecha, o eso es lo que se advierte a través de las actividades que emprenderá durante esos días de estar sola: conoce a un músico escandinavo, le miente a su novio cuando se comunican vía Skype (no desembaló las cajas, no tuvo novedades de la beca) y se suma a un grupo de meditación que emprende un viaje. Tal vez en estas nuevas actividades pueda encontrarle el verdadero sentido a su vida, o al menos escapar de su esquemático modo de existir. El mayor mérito de la directora debutante Florencia Percia es contar la historia de una crisis evitando las explicaciones y los lugares comunes, limitándose a mostrar las andanzas de la protagonista. Y lo hace en clave de comedia al estilo de las producciones independientes que suelen llegar de los Estados Unidos (de gran influencia en los cineastas de los últimos años); el elemento cómico no está impostado sino que se desprende de las distintas situaciones que vive Clara. Para la adecuada ejecución de las ideas de Percia es crucial la actuación de Elisa Carricajo: su tono de voz y su mirada (de una fotogenia muy especial, como se comprobó en sus trabajos para Matías Piñeiro y Mariano Llinás) le permiten hacer creíble a esta chica de treinta y pico y sus vaivenes. Las intervenciones de Spregelburd suman hilaridad a la hora de satirizar a un académico que parece más preocupado por sí mismo que por cualquier otra cosa. Cetáceos le pone humor a una situación no tan humorística, además de que presenta a una directora con una sensibilidad personal.
Clara (Elisa Carricajo) y Alejandro (Rafael Spregelburd) deciden mudarse juntos. Frente a una tarea tan estresante como mudarse, y víctima de una vida sumida en la rutina, Clara decide aprovechar el viaje de trabajo de su pareja para escapar de la vida cotidiana. Empujada por el desorden, vive nuevas e imprevistas experiencias postergando sus obligaciones laborales. Alejandro se comunica constantemente para contarle sus éxitos profesionales y aunque Clara simula normalidad, oculta salidas, actividades que inicia (Tai Chi), personas que conoce. Mientras miente, algo se despierta en ella: comienza a advertir que las cosas ya no están en el mismo lugar que antes. Nos encontramos ante un film que habla del automatismo de la vida moderna, de la falta de apreciación de las cosas naturales y de las crisis (ya sean de pareja, laborales o existenciales) que transitan las personas durante su vida adulta. Un film conciso y sincero que no pretende ser más de lo que es. Elisa Corrijo demuestra una enorme comodidad para transmitir la sensación de rutina, hartazgo y vacío mientras que su partenaire Spregelburd vuelve a componer a otro de esos personajes fastidiosos y molestos (que tan bien le sientan). En ciertos tramos, la película puede resultar redundante y carente de acción por parte de la protagonista, pero justamente la finalidad es la fastidiar al espectador y llevarlo a transitar el mismo camino por el que viaja la protagonista. “Cetáceos” es un film que tiene una apariencia anodina pero que en realidad tiene un objetivo claro y sincero.
La fuga es la meta. Muchas veces el punto de llegada es un punto de partida o fuga. Clara, protagonista total de esta película de la realizadora Florencia Percia, se entrega a lo impredecible cuando da la sensación al comienzo que su vida es bastante estructurada. Basta con entrar en un departamento atestado de cajas y la excusa de la ausencia de Alejandro para fluir hacia lugares desconocidos, tal vez esa búsqueda incansable de nuevos horizontes cuando los caminos posibles son siempre unidireccionales. En ese sentido, la deriva es la meta y el encuentro con otros aventureros ocasionales en este viaje sin rumbo el máximo tesoro por descubrir. Por momentos, las situaciones que no buscan el remate humorístico en Cetáceos se tornan por peso propio graciosas, debido a un casting a la altura de las circunstancias. Alguna reminiscencia a las películas de Martín Rejtman o ciertos reflejos del nuevo cine argentino dicen presente y son más que bienvenidos.
Clara (Elisa Carricajo) y Alejandro (Rafael Spregerburd) se mudan a un nuevo departamento en el microcentro porteño. Por cuestiones laborales, él se va de viaje a Italia y ella se queda sola en ese espacio desordenado y desconocido. Mientras tanto, ella espera la confirmación de una beca de doctorado, pero su interés real está en escribir una novela más que en su futuro académico. A medida que el film avanza y que el desorden en el nuevo hogar no cesa, Clara decide aceptar distintas propuestas, ya sea de vecinos o completos desconocidos, para escapar de su vida y de su estado confusional -tanto en relación a lo amoroso como a lo profesional- que se contrapone a la perfección con el creciente entusiasmo de Alejandro por los nuevos proyectos. De esta forma, la ópera prima de Florencia Percia narra a la perfección ese momento en cierta etapa de la adultez en la que un individuo se siente estancado y debe plantearse nuevos escenarios o bien continuar inerte ante el presente. Además, el film cuenta con la magistral actuación de Elisa Carricajo, quien compone excelentemente los distintos matices de su complejo personaje que mayormente se presenta “a la deriva”.
La opera prima de Florencia Percia que eligió muy bien a su protagonista Elisa Carricajo. La historia de una joven que se muda con su marido, que tiene todas sus pertenencias embaladas y que se queda sola, porque el debe viajar a Italia por su profesión. Ella es como una hoja al viento que cumple o intenta cumplir con todo lo que tiene planeado su pareja. No sabe lo que quiere pero conoce exactamente lo que no quiere. Sin embargo, esa mudanza, ese empaquetar su entorno y esa soledad la arrastran a paliar su creciente insatisfacción con salidas con extraños: con turistas, clases de tai chi, retiros espirituales. Y al mismo tiempo comienza a desligarse de sus clases, de una beca que le otorgaron y sobre todo del intenso marido que la llena de planes, imposiciones y casi no la consulta para ninguna de sus decisiones. Una mirada aguda sobre una mujer que necesita imperiosamente liberarse de un mundo que le impone sus normas, profundamente desilusionada de su existencia, en la búsqueda de algo que la conmueva. Un inteligente itinerario que le permite a la directora indagar sobre lo que ocurre con su protagonista y de paso ironizar con el entorno que la rodea y con el mundo actual, con gente que se anota en cualquier obligación con tal de no responder a ningún interrogante existencial, especialmente cuando nos habita la insatisfacción.
Inconformismo urbano Clara (Eloisa Carricajo) y Alejandro (Rafael Spregelburd) acaban de mudarse, terminan de traer las últimas cajas y canastos; pero él tiene que irse. Ambos son académicos y Alejandro debe presentar una ponencia en Boloña, Italia. Clara se queda sola ¿Es eso un problema? Una mudanza implica una vida nueva y eso es lo que ella parece encarar; aunque de golpe parece querer desprenderse de todo lo que fue. Cetáceos cuenta con un dream team interpretativo del cine independiente nacional. A los conocidos y expresivos rostros de Carricajo y Spregelburd, se les suman Esteban Bigliardi, Gabriela Ferrero, Susana Pampin, Carla Crespo, Pablo Seijo, Horacio Marassi, Claudia Cantero, y Abian Vanstein, entre otros que quizás no sean nombres tan populares para la mayoría, pero sus caras siempre son reconocidas tanto en el cine como en la alternativa teatral. Percia, también guionista, se vale de estos solventes intérpretes y construye personajes que son la gran riqueza de Cetáceos. Clara sale con su vecina, conoce a unos extranjeros y se va de copas, concurre a una tienda naturista, se engancha con unas clases de Tai Chi y hasta asiste a un retiro al campo organizado por la profesora. Mientras tanto, Alejandro, las cajas, los canastos embalados, las clases que dicta en la facultad y hasta el anuncio de una aceptación de beca de grado, quedan a la espera sin respuesta por parte de Clara pues ella está en otra cosa. Cetáceos tiene una gracia muy particular, dibuja una sonrisa permanente, y si bien no exige que comprendamos a Clara se esfuerza en hacer pasar a Alejandro como un hombre algo, ¿cómo decirlo?… insoportable. Cada uno de los citados actores cumplirán un lugar en la vida de Clara y son personajes desarrollados aunque ocupen más o menos escenas. Todos tendrán su momento para lucirse jocosamente. Carricajo es capaz de expresar muchísimos sentimientos con su sola mirada, no hace falta que verbalice todo lo que le sucede a Clara: su actuar, su cadencia al decir, su mirar, nos dejan bien en claro que está buscando un nuevo vivir, que no soporta más a su yo anterior… aunque no tenga muy en claro qué es lo que quiere. También habrá una mirada irónica y simpática a ese estilo de vida urbano que pasa por descubrir nuevas técnicas para vivir mejor. Esa gente que pareciera vivir abstracta de problemas de la realidad. La puesta en escena es correcta sin regodearse en preciosismos de ningún tipo. Los juegos de luces y los espacios abiertos son los que predominarán desde la fotografía para expresar algo de la soledad por la que transita el personaje. Conclusión Cetáceos es una propuesta amable, simpática y correctamente estructurada. Su anécdota, que puede parecer pequeña, se potencia con un acertado elenco de caras reconocibles y talentos sobresalientes. Un debut más que auspicioso para esta nobel realizadora.
Desandando los pasos de Clara (Elisa Carricajo) y los sorpresivos nuevos rumbos de su vida, la realizadora Florencia Percia construye un atrapante relato sobre una mujer que decide cambiar su vida sin saberlo. La cámara se reposa al lado de la mujer para acompañarla en el trayecto que implica una modificación a su realidad, imperceptible para algunos, pero esencial para ella. El elenco secundario, con actores de la talla de Rafael Spregelburd y Susana Pampín, refuerza la premisa de una historia sencilla y a la vez reflexiva.
Una película, que no sería taxativamente una comedia, pero que arranca algunas sonrisas, acerca de una mujer y sus relaciones afectivas. Un drama, aunque no habría tampoco mucho por lo que seguirla con el gesto adusto, sobre ese mismo personaje, que o no sabe bien qué hacer con su vida o sí -como la mayoría de nosotros- lo sabe, pero en su caso no se atrevía a decidirse. Cetáceos, opera prima de Florencia Percia, egresada de la Universidad del Cine, es eso y tal vez mucho más. Estará en cada espectador descubrir sus puntos en común con Clara y sus desacuerdos. Nunca se desentenderá ni quedará inmiscuido en la indiferencia. Clara (Elisa Carricajo) acaba de mudarse con Alejandro (Rafael Spregelburd, que si sigue participando en tantos largometrajes será más actor de cine que de teatro), pero está ¿cómo decirlo? algo apática. Su pareja se va de viaje a Italia, a dar unas charlas, y las conversaciones que mantienen por Skype o telefónicamente no son lo que deberían ser. O tal vez, sí, pero no lo que Clara y este cronista entenderían como lo ideal. Y Clara, ante cada situación de contacto con otros que se le cruzan, acepta. Se manda. Se manda como no lo hace con Ale, ni reacciona ante esa beca de posgrado que le salió en in instituto de investigación, de donde la llaman una y otra vez, y ella da vueltas y vueltas, y en vez de ir, presentarse y firmar, lo patea para delante. Como a Ale. Cetáceos es una película de relaciones, claramente. Y claramente Clara está en una etapa de transición. Con Ale, por la mudanza, por su futuro laboral, porque está abierta a nuevos estímulos, pero no termina de atreverse. Eso es lo que entendemos al introducirnos en su vida en ese momento. Quizá haya sido así siempre. No lo sabemos, ni lo sabremos. Cetáceos plantea también los cambios de humor en una pareja, la dificultad de mantenerla a la distancia (aunque el personaje de Spregelburd sea por momentos un denso insoportable y se entienda mejor la escasa onda que Clara le pone a la conversación). El cine argentino no suele presentar protagonistas femeninas como Clara. Enhorabuena llegó Cetáceos.
Cetáceos comienza con una mudanza. Clara y Alejandro se acomodan en el octavo piso de un edificio porteño, entre cajas, canastos y muebles recién comprados. Alejandro se despide con minuciosas recomendaciones y parte en un viaje académico hacia Bologna; Clara inicia un curioso itinerario de autoconocimiento marcado por el azar y una inconsciente voluntad de dejarse llevar por lo desconocido. Florencia Percia consigue en su primer largometraje un estilo de comedia muy difícil de lograr, capaz de resignar los gags y las risas en virtud de un estado suspendido entre la perplejidad y el absurdo. La notable interpretación de Elisa Carricajo y el contraste que establece con la verborrea e invasiva presencia virtual de Rafael Spregelburg (casi toda la película vía Skype) permiten seguir su extrañado presente a partir de su recién descubierta vocación de internarse en aventuras, que por cercanas y reconocibles no son menos misteriosas. Con algo del estilo del cine de Martín Rejtman y una admirable destreza en el equilibrio de los personajes secundarios (genial Susana Pampín a la cabeza del retiro espiritual), Percia propone una reflexión sobre la pareja y los deseos postergados con un humor ligero, concentrado en el uso de planos fijos y sonido fuera de campo (de las ballenas, del edificio nuevo) en los que la presión de un entorno cada vez más regulado se convierte en una divertida y angustiada presencia.
Claridad en la oscuridad Clara (Elisa Carricajo) y Alejandro (Rafael Spregelburd) se mudan juntos a un departamento nuevo. A los pocos días, Alejandro debe viajar por trabajo a Italia y Clara queda sola en una casa llena de cajas e incertidumbres. El desorden va invadiendo su vida y ella empieza a aceptar invitaciones descabelladas que la alejan del mundo en el que vivía. Desde el comienzo de la película, se la nota a Clara incómoda con la situación en la que se encuentra y ella intenta cambiar eso a medida que avanza la historia, descubriendo que no todo era lo que esperaba. Si bien el personaje no tiene un objetivo o motivación muy concreta, sus deseos se van conociendo a través de la historia y el espectador puede seguir el hilo muy fácilmente. Algunas acciones y diálogos quedan sin resolver pero parecer ser la intención de la directora Florencia Percia. La actuación de Elisa Carricajo es la que le da vida al personaje principal y se pone al hombro toda la película. Clara se nota constantemente incómoda, con una sensación de vacío y perplejidad que se ve en pocos personajes. Con sus ojos celestes hipnotizantes demuestra cuando está atenta a todo lo que sucede a su alrededor y expectante a las nuevas situaciones que la invita a participar. Cetáceos es una película corta que demuestra cómo la incomodidad y el caos pueden existir en una persona y cómo se puede escapar de ellos. La película nos hace reír pero también reflexionar acerca de nuestras situaciones y qué significa ser feliz.
Hay algo en lo azaroso de los acontecimientos de la vida cotidiana que es atractivo y hasta cinematográfico. Quizás tenga que ver con zonas de confort que se deshabitan y habitan según estados de ánimo, o con temporadas cargadas de intención de luchar contra el hartazgo y la inconformidad. Cetáceos, la ópera prima de Florencia Percia, tiene bastante de esa mirada, haciendo que cada escena forme parte de esta especie de retrato de la inercia.
Correrse al centro de la propia escena En su ópera prima, Florencia Percia muestra a una pareja en la que el hombre apenas le presta atención a la mujer, hasta que ésta rompe el cascarón en el que vive a un costado. El realizador argentino Martín Rejtman (Rapado, Los guantes mágicos, Dos disparos) goza del infrecuente privilegio de haber convertido su apellido en adjetivo, gracias a lo inconfundible y peculiar de su estilo. Se dice que una comedia es rejtmaniana cuando tiene una visión vitriólica del mundo, pero asordinada. De modo que ese vitriolo nunca aparece en estado puro sino atenuado, tanto como un sentido del absurdo que nunca es directo. Opera prima de la realizadora Florencia Percia (1964, graduada en la Universidad del Cine), Cetáceos es rejtmaniana, pero no al punto de ser meramente derivativa. Hay en las películas de Rejtman una desolación de fondo que aquí no se constata, tanto como una suerte de soledad radical, existencial, que aquí tampoco. Rigor existencial que se corresponde con el de la puesta en escena y que en el caso de Percia aparece flexibilizado, menos espartano. Considérese entonces a Cetáceos, si se quiere, una comedia rejtmaniana menos radical. No por eso menos coherente, redonda y lograda. Alejandro sabe lo que quiere y lo resuelve rápido. Recién mudado junto a su mujer Clara, en la escena inicial toma un jarrón, lo coloca en el centro de una mesa ratona, lo mira y le parece perfecto. Clara titubea, no sabe bien qué decir, parecería que más bien no sabe qué opinar. Apenas atina, como para cumplir, a agregar un cenicero que es como que pide permiso para compartir la mesa con el florero. Como el florero, Alejandro ocupa el lugar central de la mesa imaginaria que comparte con Clara. Ella es como el cenicero, ubicándose en el costadito del lugar que Alejandro deja sin ocupar. Alejandro es el centrado, y Clara, la descentrada, la que no se sabe muy bien dónde está parada ni qué quiere. Sin embargo, Cetáceos está vista desde los ojos de ella, no de él. Elisa Carricajo, actriz de formación teatral, es miembro estable de la troupe cinematográfica de Matías Piñeyro, para quien viene actuando en todas sus shakespereadas. Junto a sus colegas y amigas Pilar Gamboa, Laura Paredes y Valeria Correa, Carricajo actúa también en la postergada La flor, de Mariano Llinás. Carricajo tiene unos ojos muy celestes, que pueden volverse tan fríos como el hielo y tan ausentes como la parte de un iceberg que queda fuera de la vista. En un corto incluido en Historias breves 12 (2016), Carricajo hacía de mujer-robot, y gracias a esos ojos y esa mirada resultaba tan convincente como nadie más podría serlo. Aquí, durante la primera parte de la película, el rostro de Carricajo vuelve sobre esa composición robótica, quedándose, en más de una ocasión, dura, como imantada, con una semisonrisa inmutable y lejanamente idiota. Como si su yo estuviera muy, muy lejos. Lejos y ausente está Clara cuando se comunica por Skype con Alejandro, que viajó a Bologna para participar de un simposio en el que presenta una ponencia, que lo tiene muy inquieto. Segundo gran acierto de casting, es imposible imaginar a alguien más apropiado que Rafael Spregelburd para hacer este papel de tipo canchero, destinado al centro de la escena, lugar que domina con fluidez y sin esfuerzo. Narciso, pero por lo que puede verse no al punto de desconsiderar por completo a su mujer (gran acierto de concepción, no hacer de él un monstruo completo y despreciable, lo cual hubiera hecho todo más fácil y más obvio), Alejandro es uno de esos tipos que monologan naturalmente, de puro entusiasta. A Clara la escucha pero hasta ahí, hay momentos en que le pasa por encima como un camión a un cochecito de juguete. Lo que está fuera de toda duda es que no la ve. No ve su turbación durante la escena del florero, no ve que está en otra cuando hablan por Skype, no la ve incómoda y desinteresada. La manera que encuentra Carla de protegerse es no contar nada de lo que hace, esconderlo, mentir sin tapujos. “Estuve vaciando los canastos de la mudanza”, dice, y los canastos están ahí, llenos de cosas. De a poquito, con dificultad, por obra un poco del azar, de la insistencia del otro y de su propia necesidad, Carla irá rompiendo ese cascarón en el que vive a un costado (otro detalle inteligente, Carla no es ama de casa sino profesional, trabaja en lo suyo y lo suyo está bueno, como que está a cargo de una serie de ediciones en una carrera de Sociales) y se irá corriendo hacia el centro de su propia escena. Guionista de la película, Percia es lo suficientemente fina como para no cerrar su historia con moño de regalo, haciendo de ella una nueva versión de la fábula de la mariposa. Por otra parte, el absurdo rejtmaniano que flota en toda la película parece recordar que el centro absoluto no existe, que las propias cosas están descentradas y así seguirán.
Cetáceos, de Florencia Percia Por Gustavo Castagna Casa nueva, mudanza, pareja…. cajas embaladas. Un nuevo espacio, nueva vida, pareja feliz… pero él (Alejandro) tiene que concurrir a un congreso en Bologna. ¿Pareja feliz, entonces? ¿Y las cajas sin abrir? Skype podrá ser la salvación, la tabla de rescate para Alejandro y Clara, una mujer ahora sola, a la espera de una novedad laboral, rodeada de nuevos amigos, algunos extranjeros, una profesora de yoga, algún retiro espiritual bien de esta época light y ¿vacía? Tan vacía aun como la (nueva) vida de Clara, reconociendo un nuevo paisaje extraño y rostros diferentes, cercanos, de carne y hueso, no el de su pareja vía Skype, modernidad contraproducente en lo afectivo, con el fuera de campo en permanente tensión. La pantalla te dice “hola, cómo andas” o “qué linda estás”, pero desde ahí no sabes cuándo te está escuchando el otro o en qué momento se percibe una desazón, un rostro poco feliz, un rictus pleno de disgusto y ajeno a toda pasión. Bienvenida opera prima de Florencia Percia, que escarba en ese vacío de una pareja a la distancia con las cajas de la mudanza todavía sin abrir. Bienvenido, entonces, ese humor al que la película recurre en más de una ocasión, donde la mirada de la directora husmea sin mofarse, escarba sin levantar el dedito sobre algunas taras de una clase media profesional y sin obstáculos económicos que necesita de la naturaleza, el yoga y los paseos fuera de la gran ciudad para alejarse de la rutina laboral y ¿afectiva? Cetáceos mira a las películas de Ana Katz, a aquella novia errante ahora sin pareja y perdida en Mar de las Pampas, reclamándole a su novio la frustración afectiva por teléfono desde un locutorio. Ese humor asordinado del cine de Katz (también presente en Los Marziano y Mi amiga del parque) se transmite en muchos momentos de Cetáceos, que cuenta con una intérprete inolvidable (Elisa Carricajo) y secundarios de peso o periféricos de notable presencia actoral. Los planos finales de Clara vislumbran los interrogantes que se vienen de ahí en más. Acaso perciben un mundo sin Skype, con la computadora apagada, con nuevos proyectos, con otros tránsitos y retiros espirituales mirando documentales de ballenas. Clara mira hacia un lugar (des)conocido. En tanto, todavía quedan varias cajas pendientes de abrir. CETÁCEOS Cetáceos. Argentina/Italia, 2017. Dirección y guión: Florencia Percia. Producción: Mercedes Córdova, Valeria Forster y Florencia Percia. Fotografía y cámara: Lucio Bonelli. Dirección de arte: Ana Cambre. Montaje: Andrés Quaranta. Vestuario: Jam Monti. Música: Matteo Carbone. Intérpretes: Elisa Carricajo, Rafael Spregelburg, Susana Pampín, Esteban Bigliardi, Carla Crespo, Gabriela Ferrero, Claudia Cantero, Abian Vainstein, Horacio Marassi, Andrea Strenitz, Pablo Seijo. Duración: 76 minutos.
Una pareja recién mudada a una casa nueva: una vida por abrir. Como las cajas que se amontonan, esperando señal de aterrizaje. Pero Alejandro (Rafael Spregelburd) se va de viaje de trabajo y Clara (Elisa Carricajo) se aburre, luego se distrae y finalmente va descubriendo que esos días en soledad le permiten dudar de lo que parece que quiere. Esta comedia, ópera prima dirigida por una mujer, cuenta el viaje interior de ese descubrimiento,hecho de encuentros con distintos personajes que van apareciendo mientras la voz de Alejandro, en el teléfono, se pone cada vez más inoportuna. Simpática, entretenida y algo posmoderna, la película mantiene un humor desmarcado, pero que está siempre ahí, ideal para encarar historias de crisis existenciales.
Es una comedia dramática, que muestra la terrible soledad que sufre una mujer cuando se encuentra sola en su departamento, solo rodeada de canastos y cajas cerradas porque se acaba de mudar. La protagonista sufre cierta inestabilidad, el único contacto que tiene con su marido es a través del Skype y llamados al celular porque este se encuentra lejos trabajando y al igual que en su trabajo (debería asistir cátedras y a dar clases en la universidad) ella miente faltando y no se sincera en sus actividades profesionales. Comienza a relacionarse con otros personajes, se aleja de lo cotidiano y monótono y le va encontrando nuevas cosas a la vida. Ella era una mujer que vivía en silencio, casi invisible y oprimida por la rutina. El film está rodeado de metáforas, símbolos y por momentos roza en el absurdo. Tiene cierto hilo conductor con la película “Mi amiga del parque” de Ana Katz, con un toque femenino.
Una pareja se muda a una casa nueva: por obligaciones de él, ella queda sola en pleno caos y, en lugar de resolverlo, se deja llevar por una serie de encuentros un poco absurdos. Retrato sobre la procrastinación (esa palabra difícil pero hiper presente), sobre la posibilidad de ser otra persona además de quien uno es, el film elude la comicidad franca para observar con ironía lo extraño que puede ser el mundo cotidiano, o lo raros que podemos ser nosotros. Gran elección de actores, perfectos en sus roles.
MECANISMOS AGOTADOS La ópera prima de Florencia Percia, retoma unos cuantos lugares comunes del cine argentino de las últimas épocas: los tiempos muertos, los personajes apáticos, los conflictos que antes que estallar se insinúan, las acciones erráticas y hasta un tanto estiradas. Cetáceos es, en cierto modo, como un compilado formal, narrativo y hasta temático de una corriente dominante dentro del ámbito independiente de la cinematografía nacional. Se podría pensar que el film intenta realizar una operación de relectura y actualización, a partir de su relato centrado en una mujer que, cuando su pareja se va de viaje, empieza a abrirse a situaciones y actividades que van por fuera de su rutina habitual, lo que propicia un cambio en su persona. Lo cual sería razonable, ya que estamos ante una serie de mecanismos que ya lucen avejentados. Pero en verdad no hay relectura, actualización o revisión, sino una simple (y un tanto vacua) repetición, que hace al relato extremadamente previsible. Cetáceos tiene un horizonte de espectador (el público festivalero, particularmente el “baficero”) demasiado pensado y definido, lo cual le resta una enorme cantidad de riesgos. A la directora se le nota una indudable capacidad para trabajar el encuadre y hasta el manejo de determinados diálogos, pero su desafío a futuro es crear personajes tangibles, que generen una real empatía. Quizás la clave para films como Cetáceos y otras producciones asentadas en el circuito festivalero pase por pensar (y pensarse) más allá de esa frontera invisible que es un festival de cine como el BAFICI. Mientras no haya un giro en esa configuración, que vaya de la mano con la interpelación a un público más amplio, la redundancia continuará siendo la norma.
Todos los problemas del hombre surgen del hecho de no poder quedarse solo en un cuarto, dice más o menos una conocida frase de Pascal. En Cetáceos, en cambio, todo lo bueno que le pasa a Clara le sucede cuando sale del departamento al que acaba de mudarse con su marido, que está en Italia en un congreso. El universo conspira contra el encierro de Clara enviándole invitaciones a bares, fiestas, clases de tai chi, locales de comida orgánica y retiros espirituales. Elisa Carricajo compone a una mujer que parece un cuerpo en un permanente estado de disponibilidad: cualquier estímulo atrae su atención y la conduce por una deriva de actividades que la alejan del departamento, de sus obligaciones en la facultad y del eventual regreso del esposo. El mundo funciona como una excusa para huir de las responsabilidades y la película de Florencia Percia se mueve por él plácidamente, sin esfuerzo, con un ojo ágil, casi rejtmaniano, atento a los detalles más absurdos y encantadores de los lugares que habitan sus personajes.
La metáfora es simple: el sonido con el que las ballenas se comunican es tan fascinante como descifrable. Con esos sonidos un biólogo marino que Clara conoce en un fin de semana en el que viaja con un grupo de yoga, está obsesionado, él filma un documental sobre el modo de comunicación de los cetáceos y está en pleno proceso de edición de los ruidos. Es asi, parece que las ballenas se comunican mejor. El lenguaje de las ballenas y el de los humanos parecen ser los temas centrales de un film donde la verdadera comunicación está en problemas. El universo de Cetáceos, la consistente opera prima de Florencia Percia, es el del mundo académico. Alejandro (un medido y acertado Spregelburd) es un lingüista que frecuenta Congresos internacionales, y al momento de mudarse junto con Clara (profesora universitaria, aspirante a una beca postdoctoral), debe viajar a un evento en Bologna. Se los va a ver juntos solamente al comienzo y Percia se juega al mostrarlos dubitativos entre una aparente amistad y una relación amorosa desgastada. Acierta. Los contactos a distancia son por skype y las conversaciones giran en torno a la ponencia que Alejandro va a exponer en italiano. Clara comienza paulatinamente a escapar a las obligaciones que a su vez la atan a Alejandro. Mentiras pequeñas, una clase a la que falta, una reunión de catedra reemplazada por ese fin de semana respirando a 400 km de Buenos Aires; improvisaciones en una vida excesivamente planificada. Sutil y pequeña, Cetáceos está construida a partir de elipsis y pocas palabras, al menos las que importan, y le sobrevuela un clima de libertad raramente visto en el cine argentino.
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Cetáceos, la ópera prima de Florencia Percia, es una comedia que habla de la incomunicación humana y el deseo siempre postergado en la sociedad actual. Se estrena después de su paso por la Competencia Argentina del Bafici 2017. Clara (Elisa Carricajo) y Alejandro (Rafael Spregelburd) se han mudado. No han terminado de desembalar las cajas y él tiene que partir a Italia para participar de un Congreso. Ambos son egresados de la carrera de Letras. Ella debería organizar y ordenar todo, mientras espera la confirmación de una beca para su tesis de posdoctorado. Pero también se queda libre de observar su vida. Una mudanza además de estresante puede ser la posibilidad de cambiar otras cosas. Una vecina del edificio recién llegada de unas vacaciones la lleva a tomar algo con unos músicos extranjeros que conoció en el avión y luego a una fiesta. En la dietética, donde compra productos orgánicos y saludables desconocidos hasta un minuto antes, conoce a una instructora de yoga y Tai Chi y empieza a tomar clases en el parque. Lo que parece, a simple vista, una mujer empujada por los vientos de la vida a aceptar todo lo que le ofrecen más por un apocamiento de personalidad o la imposibilidad de decir que no, resulta, más temprano que tarde, una apertura a nuevas experiencias o la asunción de que deseo y acción no están yendo por el mismo camino. La joven comienza a mentir y a embarcarse en actividades y situaciones que no son comunes para su transitar acomodado. Siente que algo no está bien y se permite ver qué es. La ópera prima de Percia nos lleva, a través de Clara, a un viaje de conocimiento y de crecimiento que encadena los sucesos con un humor absurdo que nunca desvaloriza a los mundos otros ni a sus habitantes, en los que y con los que se involucra. No se ríe de ellos por más que puedan parecer embarcados en cosas que bordean cierto estilo de vida new age muy contemporáneo o hagan uso de los grupos o talleres sólo para intentar comunicarse, relacionarse y mantener vínculos que la vida cotidiana y contemporánea no permiten por la vorágine y el ritmo vertiginoso. Mientras nos reímos y vamos avanzando en los entuertos en los que se envuelve la protagonista desandamos una reflexión que no necesita de explicitaciones en los diálogos para surgir. Y la empatía está al alcance de la mano porque no se subestima ni se hace uso de la burla ni el cinismo posmoderno. Elisa Carricajo se luce ampliamente para mostrarnos una Clara que va buscándose, alejándose del tedio no asumido, del automatismo y el vacío acostumbrado, yendo de la perplejidad al desconcierto, la aventura y el riesgo. Y lo hace acompañada de un elenco en el que se destacan desde Spregelburd hasta Susana Pampín, Esteban Bigliardi, Carla Crespo y todo el resto que deja su marca hasta en papeles más secundarios y breves.
La opera prima de Percia es un retrato de una mujer enfrentada a una crisis que, como dice la vieja frase, siempre puede convertirse en una oportunidad. Clara (Elisa Carricajo) se muda a una nueva casa con su pareja, Alejandro (Rafael Spregelburd), pero él enseguida acepta irse a un largo viaje por trabajo y ella se descubre sola, sin muchos planes, en un lugar nuevo y en el que no conoce a nadie. La crisis parece severa, pero de a poco se va produciendo un doble juego: la distancia con Alejandro va empezando a ser más emocional que solamente física y al conocer a una vecina del departamento (Carla Crespo) que insiste en invitarla a lugares, empieza a experimentar con nuevos amigos, nuevas experiencias y situaciones inesperadas. Si bien la trama contada de esa forma puede dar a entender que se trata de una película convencional, casi de “autoayuda” femenina, en la cual una mujer descubre una nueva vida cuando se aleja de su pareja, la propuesta de Percia es un tanto más curiosa. Por un lado, por las formas: la realizadora hace eje en la extrañeza, en la inquietud y en los tiempos de soledad de Clara y jamás plantea los dos lados de “la fuerza” como opciones binarias. Por un lado puede estar su marido, un personaje un tanto canchero que se va volviendo irritante (ya una especialidad de Spregelburd), aunque solo lo veamos por Skype, y por otro un grupo variopinto que incluye turistas europeos y un grupo un poco más particular en cuanto a las actividades que realiza (allí aparecen Susana Pampín y Esteban Bigliardi) y que la lleva a experimentar por zonas para ella desconocidas. Percia apuesta a que sigamos ese extraño viaje con la protagonista por más que no necesariamente nos podamos identificar del todo con su manera de actuar –un poco a la deriva, como dejándose en apariencia llevar por las opiniones de los demás– o con sus decisiones ante las distintas situaciones que le toca atravesar. La película se construye y explaya a partir de pequeños momentos y gestos de Carricajo y compañía, apostando por un asordinado tono absurdo y por un humor que coquetea con la angustia pero que jamás pierde de vista la verdad emocional de su atribulada protagonista.
Una mudanza puede servir para afianzar una pareja pero también para mostrar las incompatibilidades de quienes la componen. Cetáceos no se plantea ni de un lado ni del otro, sino que relata los días posteriores a este momento, haciendo de la confusión el punto de conflicto. En medio de ese escenario, los protagonistas aparecen: Alejandro (Rafael Spregelburd) deja todas las cosas en su casa nueva y sale corriendo para el aeropuerto, con destino Italia, para asistir a un congreso; mientras Clara (Elisa Carricajo) se encuentra inmóvil, rodeada de canastos por desarmar y sin el deseo de hacerlo. Desinteresada respecto a su presente, el imp
En los últimos años del cine argentino vimos varias obras cuyo elemento predominante es el hastío y el aburrimiento que tienen que transitar los intérpretes a lo largo de toda la narración, un componente muy atractivo para los nuevos directores, pero incomprensible para los espectadores. Pero, en éste caso a la realizadora le interesa mostrar la evolución personal de alguien como Clara (Elisa Carricajo), a quien hay algo que le preocupa y la angustia. No sabe si es la relación con su pareja, Alejandro (Rafael Spregelburd), o el nuevo departamento al que se mudaron y lo tiene que ordenar sola. Otra posibilidad es la rutina del trabajo. Lo único claro que tiene es la sensación de agobio permanente e infelicidad, especialmente cuando está en los lugares o con las personas que no quiere. El desarrollo del film dirigido por Florencia Percia plantea una especie de doble vida de la protagonista, con sus vínculos y las acciones que realiza. Por un lado, la relación con Alejandro es fría por parte de ella, porque él, que se encuentra en Italia para dar una conferencia y se comunican todos los días por teléfono o skype, demuestra constantemente su amor y entusiasmo por lo que le sucede con el trabajo y con su chica. Por otro lado, Clara no puede permanecer mucho tiempo en su hogar ni en el trabajo, prefiere salir. Recibe constantemente invitaciones de todo tipo, y ella las acepta sin dudar. Ahí es cuando se siente libre, sacándose una pesada mochila de su espalda para poder hacer nuevas o ver otro tipo de gente que la motive o le despierte curiosidad. La narración transmite permanentemente con esa dualidad de sensaciones que transita la protagonista: Lo conocido y rutinario le provoca desgano, pero el atractivo de lo desconocido la moviliza y energiza. Esta realización nos permite apreciar la transformación de una mujer, a partir de pequeñas cosas que le hacen bien tanto al cuerpo como a la mente, pero no lo enfrenta con audacia sino que lo deja fluir, y si tiene que ocultar o posponer algo lo hace sin medir las consecuencias. El relato transcurre en forma parsimoniosa, nunca se altera el ritmo. Tiene varias capas que hay que ir descubriendo para comprender y acompañar a Clara en su viaje, porque está encerrada en su propio laberinto y no se atreve a renunciar a todo y comenzar de cero. Se siente harta de muchas cosas, pero no sabe cómo resolverlo y, mientras tanto, acepta elaborar nuevas maneras de ocupar su tiempo, como una búsqueda personal incesante hasta que pueda reordenar sus pensamientos y sentimientos.
ECOS COTIDIANOS ¿Te llamaron por la beca? ¿Querés venir a tomar unas cervezas con unos amigos extranjeros? Vamos a un retiro de tai chi, ¿venís? ¿Recibiste algún paquete? Estas son algunas de las preguntas que integran el nuevo universo de Clara; un universo que poco tiene que ver con la rigurosidad de las clases en la universidad, la monotonía de lo cotidiano, las reuniones de cátedra, la mudanza o la relación con su ególatra novio Alejandro. Por el contrario, el viaje a Italia de su pareja y la soledad simularían gestar una nueva faceta de libertad, incluso de experimentación, en la protagonista a través de pequeñas acciones del mundo cotidiano como una charla con la vecina, la compra de miel en un almacén orgánico o la aceptación de invitaciones azarosas, por ejemplo, un retiro espiritual. Si bien la directora Florencia Percia plantea a Cetáceos como una comedia absurda basada en las decisiones o propuestas que le surgen a Clara, dicha excentricidad opera en tanto desfasaje entre la acción y la vivencia y no en aquello que ocurre. Clara apuesta por lo novedoso, lo imprevisible, lo no planificado como forma de romper con una vida hermética y rutinaria; sin embargo, su manera de aprehenderlo en los gestos, en el cuerpo, en la mente parecen distantes, como si se tratara de alguien que está presente pero no termina por creer en lo que hace. El desfasaje provoca cierta ausencia del personaje que lo torna como suspendido en otros universos internos ajenos al espectador y también a la propia protagonista. El desorden de la mudanza se traduce en el propio caos de Clara pero de una manera lejana, solitaria y letárgica con una tenue intención de romper los límites de lo esperado. Por Brenda Caletti @117Brenn