“Han sido necesarias muchas casualidades, muchas coincidencias sorprendentes (y tal vez muchas búsquedas), para que encuentre la Imagen que, entre mil, conviene a mi deseo. Hay allí un gran enigma del que jamás sabré la clave: ¿por qué deseo a Tal? ¿Por qué lo deseo perdurablemente, lánguidamente? ¿Es todo ‘él’ lo que deseo (una silueta, una forma, un aire)? ¿O no es sólo más que una parte de su cuerpo? Y, en ese caso, ¿qué es lo que, en ese cuerpo amado, tiene vocación de fetiche para mí?”. El texto es parte de Fragmentos de un discurso amoroso, uno de los libros más célebres del filósofo francés Roland Barthes, y aplica a la perfección a los objetivos que se trazó Claire Denis para esta película estrenada en la última edición del Festival de Berlín, donde la veterana cineasta parisina fue premiada con el Oso de Plata a la Mejor Dirección. Presentadora de un programa de entrevistas radiales, Sara (Juliette Binoche) vive con Jean (Vincent Lindon), una ex estrella del deporte que ha estado en prisión por un delito no especificado en la película y tiene un hijo adolescente con el que se avecina una crisis evidente: fruto de una relación con una mujer de color, el chico vive una adolescencia incómoda por la ausencia permanente de su padre, quien delegó su cuidado en una abuela atildada y generosa que no puede controlar del todo la situación. Es una línea argumental que Denis plantea apenas como contexto, porque el foco está puesto en otro asunto, la revolución interior que le provoca a Sara el reencuentro fortuito con François (Grégoire Colin, habitual en los elencos de los films de Denis), un viejo amor cuyo influjo renace inesperadamente y con una pasión arrolladora. Para colmo, François y Jean trabajan juntos. Lo que podría ser material para un melodrama convencional es otra cosa en manos de esta directora que ha trabajado mucho y de diferentes formas el tema del cuerpo y el deseo -pensar en Bella tarea (1990) y la pulsión del amor homoerótico en el rugoso ámbito de la Legión Extranjera o en el canibalismo erótico de Trouble Every Day (2001)-. Vemos cómo Sara -un trabajo realmente exquisito de Binoche, que suma su tercer colaboración con Denis, luego de Un bello sol interior (2017) y High Life (2018)- va experimentando todo eso que luce a primera vista contradictorio, difuso, difícil de explicar. Se la nota satisfecha con su matrimonio, pero al mismo tiempo es tangible que se siente atraída magnéticamente por un hombre que hasta hace nada era solo parte del pasado. Y es capaz de ocultar la verdad a su pareja y al mismo tiempo indignarse con sus fundadas sospechas. Pero no es tanto el tema de la fidelidad lo que le interesa a Denis, sino el de la deriva anárquica del deseo y lo que alguien puede hacer cuando ese fuego interior apremia. Con un aporte muy valioso de Eric Gautier (director de fotografía que han convocado entre otros Agnés Varda, Olivier Assayas, Leos Carax y Sean Penn), esta solvente cineasta sabe cómo capturar la intimidad de sus personajes, apoyándose en planos cortos, cerrados, que revelan en cada gesto una emoción intensa y nos permite empatizar con ellos antes que juzgarlos.
Un affaire, entendido como la relación de alguien con otra persona, pero no consensuada con su pareja, mezcla emociones que suelen ser incompatibles. En el triángulo amoroso que propone Claire Denis en Con amor y furia, los personajes de Juliette Binoche y Vincent Lindon lo experimentan de manera brutal. Sara (Binoche) es quien vuelve a mantener una relación con su ex, a espaldas de su actual pareja, Jean (Lindon). No es lo más grave, pero no deja de ser un punto en cuestión que Francois (Grégoire Colin), que fue su esposo durante años, es el mejor amigo de Jean. Sara y Jean están juntos desde hace diez años, y desde entonces no han retomado el contacto con Francois, pero el llamado de éste a Jean para que vuelvan a trabajar juntos en una agencia deportiva desencadena la trama. Porque ¿qué debe hacer Jean? ¿Aceptar el ofrecimiento, porque necesita el dinero, o dejarlo pasar? . Todo se complicará cuando Sara vuelva a tomar contacto con Francois en la presentación de la empresa. Claire Denis empuja a Sara y a Jean -digamos que el personaje de Francois es el menos abordado- a decir y callar, a tomar decisiones cuando nada parecía impedir su felicidad en común. Es curioso cómo esta relación triangular se emparenta con un próximo estreno (Los Fabelman, de Steven Spielberg), en el que el personaje de Michelle Williams tiene un affaire con el mejor amigo de su esposo (Seth Rogen y Paul Dano, respectivamente). Con amor y furia (Avec amor et acharnement, que también sería Con amor y determinación o furia) es lo suficientemente abarcadora como para no quedarse encerrada en los tres personajes. Sara tiene un programa de radio en París, Jean fue una estrella del deporte que debió abandonar por una lesión y que ha pasado un tiempo en prisión, por un delito que no se devela. Jean tiene un hijo adolescente, Marcus (Issa Perica), bastante conflictivo y que vive con la madre de Jean (Bulle Ogier), a varias horas de distancia. Pasión difícil de apagar La directora de Bella tarea hace que esos sentimientos, encontrados, entre Sara y Jean, sean expresados con vivacidad y por momentos hasta con salidas propias de adolescentes. Esa pasión que Sara siente que se reaviva hacia su ex, ¿es posible de aplacar, apagar, olvidar? Denis y su coguionista, Christine Angot, la autora de la novela en la que se basa, dejan que Sara se exprese con una sinceridad que suena a suicidio para cualquier pareja. Por supuesto que Juliette Binoche es capaz de convencer con cada letra que pronuncia (vean la escena en la que niega todo a Jean), y Vincent Lindon apela moverse con esa furia contenida en el cuerpo enorme de este hombre acomplejado que no sabe para dónde ir. Como Sara. Y probablemente como cualquier personaje sumergido en medio de un affaire.
Sara y Jean están pasando unas vacaciones románticas, en pantalla queda claro el amor que sienten mutuamente. La pareja regresa a su departamento y cada uno vuelve a su rutina. Sara va a su programa de radio, Jean prosigue con su búsqueda de trabajo. Su amor parece el mismo que desde el primer día, hasta que un nombre comienza a ser mencionado en la pareja. Es que Jean recibe una propuesta laboral por parte de François, el anterior amor de Sara, quien fue el nexo entre ella y Jean. A partir de que ese nombre comienza a resonar en la pareja, ya nada será lo mismo, el amor que se sentía en esos primeros planos de los enamorados en el mar, tomándose de la mano, ya no volverá a resurgir o será costoso que suceda. François, este fantasma del pasado, cuando se materializa lo cambiará todo, no solo en la vida de los protagonistas sino en el ambiente que nos ha preparado la película desde un principio, variando, por ejemplo, los registros musicales, de una música más tranquila a una más misteriosa o tensa. Esta tensión que surge en el ambiente de los dos, es transmitida por la película y logra que el espectador se sienta de la misma manera que los protagonistas. Las miradas, que al principio eran de amor, luego serán tensas, los primeros planos de los dos, nos sirven para ser partícipes de este sentimiento. Los protagonistas son interpretados correctamente por reconocidos actores franceses, Juliette Binoche (Sara), Vincent Lindon (Jean) y Grégoire Colin (François). De los cuales destacamos, como dijimos previamente, la capacidad de cambiar el clima de la película, de transmitir ese nerviosismo que prevalece por medio de sus miradas. «Con amor y furia» es una historia de una pareja que parece estar viviendo y sintiendo el amor intacto desde el primer día pero, cuando el pasado irrumpe en ellos, la tensión domina la pantalla. Esta sensación es transmitida de tal manera que el espectador se sentirá afectado por ella al salir de la sala. Por estos motivos, recomendamos esta película dirigida por Claire Denis.
Nuevo largo de Claire Denis, una cineasta francesa que es claramente, una de las figuras de la escena de su país en estos últimos años. «Avec amour et acharnement» llega a nuestras salas precedida de un galardón en el festival de Berlín de 2022 como mejor dirección, hecho que muestra a las claras, el destacado momento de Denis, quien se caracteriza por presentar un estilo descarnado, natural y transgresor, en todos sus trabajos. En lo personal, acuerdo que ella es muy talentosa y su cine es siempre motivo de interés. Excepto «High life» (2018), toda su producción me parece atrapante. «Con amor y furia», trae de vuelta parte del grupo de talentosos intérpretes con los que Denis ha trabajado, para montar un escenario crudo y áspero, la historia de un triángulo amoroso, que implica el derrumbe de una aparente pareja sólida. Lo primero que hay que reconocerle a esta directora, es que ha elegido un tema incómodo para el espectador. Al menos, al potencial público al que va dirigida la propuesta. No hay aquí tregua alguna para quienes serán testigos de esta compleja tríada, ya que la brutal honestidad de los perfiles presentados sostendrá con sobrado interés las casi dos horas de metraje. La historia es la de una pareja aparentemente equilibrada y feliz, integrada por Sara (Juliette Binoche) y Jean (Vicent Lindon), quienes abren el film en un paradísiaco espacio donde se los ve relajados y plenos. Llevan 10 años de matrimonio y nada haría sospechar un vuelco en dicha relación. Pero… algo no está bien. Algunos cuadros más adelante, y de forma accidental, Sara verá a François (Gregoire Colin), antiguo socio de Jean, que ha sido su pareja, justo en un tiempo donde su actual esposo dinamitó con su presencia ese vínculo. Denis no se detiene mucho a explicarnos en profundidad lo que Sara piensa, de todo lo que implica este reencuentro. La instala en una situación en la cual su ex se hará presente, primero en forma sutil y curiosa, luego, en su mente y pensamiento de una forma extraña, errática y descarnada. Jean es un hombre con temas en su vida. Fuertes, pero no anticipa en un principio el inicio de la debacle y eso es un acierto de Denis: todo el film transcurre como una topadora emocional que pareciera previsible pero es ilógica, en cierta manera. Sara, por razones que sabrá cada espectador apreciar, entrará en crisis e ingresará en una espiral donde nadie saldrá bien parado, porque el precio de cada decisión no sólo deja heridos en carne viva, sino también redirecciona el sentido de cada existencia . Ella siente, elige, vive, se enamora y se desenamora y está bien. La directora lo tiene claro y muestra esa circunstancia atravesada de dolor e incertidumbre. Deseosa de ser amada. Conciente de lo que hay en juego. Pero lista a asumir su elección. El peso actoral de la trama, obviamente recae en dos intérpretes excepcionales, que no decepcionan. Dominan cada cuadro y poseen una intensidad mágica, descomunal. Colin aporta oficio y piel pero lo que se juega en cada discusión entre Binoche y Lindon es tremendo. Digno de sus enormes capacidades. Es un dramón, por definirlo de alguna manera, pero da enorme placer verlo. Ser testigo de esta historia es, para mucha gente del espectro de esa edad, es anticipar o revivir algo de todo esto, indirectamente. Y quizás uno de los mejores aciertos de «Con amor y furia», es el peso actoral de la fibra que implica la colisión de un matrimonio y la batalla amorosa que desarma vínculos y redirecciona otros, pagando los precios correspondientes. Un trabajo, a la altura de su directora e intérpretes. Atrapante.
Sara y Jean disfrutan a solas de un merecido descanso y lo consiguen, precisamente, porque están solos. De hecho, parece que no haya quedado nadie más en todo el planeta. Sus siluetas, apenas dos manchas en la azul inmensidad del mar, se presentan casi como los últimos vestigios de la humanidad, incluso del reino animal. Y así está bien. Mejor dicho: está perfecto. El agua, cristalina, arroja luz sobre dos cuerpos en total sintonía, tanta que no sorprendería verles fusionarse. Las caras de Juliette Binoche y de Vincent Lindon están precisamente en estas: un primerísimo primer plano las junta con la evidente intención de que la toma no pueda respirar, o que solo pueda hacerlo a través de sus bocas. Pero el idilio no tarda en romperse. La siguiente escena nos sumerge abruptamente en un túnel por el que circula un tren a toda velocidad. Atrás queda aquella costa paradisíaca; ahora estamos en París, la gran ciudad, ese espacio inmenso y sobrepoblado en el que obviamente se hace latente el riesgo de contagiarse. En casa, la gente se comunica a través de videollamadas con una resolución de imagen casi grotesca; en el resto de los interiores no queda otra que taparse la cara con una o dos mascarillas hasta volver a salir al exterior y, ahora sí, volver a reconocernos los unos a los otros. Un gesto, una mirada furtiva y ya se ha lanzado el embrujo. De camino a su trabajo en una emisora de radio (y antes de entrevistar a Lilian Thuram sobre cuestiones de identidades raciales), Sara se cruza con François, su ex pareja y hace tiempo también el mejor amigo de Jean. Y todo se precipita, y todo se va al traste. Con amor y furia es esto, un triángulo amoroso en el que, además de los dos actores antes presentados, tenemos a Grégoire Colin, aquí en la piel de un empresario que entra en escena a través de una teóricamente irrechazable oferta laboral a su antiguo colega. Antes de esto, la felicidad sigue instalada en casa de Sara y Jean. En parte, porque son capaces de hablar sobre lo que haga falta; de decírselo todo a la cara, vaya. Cuando solo están ellos dos en la ecuación da la sensación de que está todo controlado: de que todo lo que vemos y oímos es realmente lo que hay. Pero la inclusión de este tercer elemento no tarda ni medio segundo en manifestar su poder disruptivo: el deseo amoroso realmente se mueve a esta velocidad demencial. En una fiesta, los tres personajes coinciden en escena por primera vez y cuando Sara y François se quedan a solas da la sensación de que entre los dos (con la energía que han despertado) han roto la lógica espacio-temporal; ya puestos, la del montaje. El tercero en discordia acudía a la cita con su actual pareja, pero cuando cruza su camino con su antiguo amor todo se acelera hasta descarrilar. Sara y François se disponen a ponerse al día, descaradamente abiertos a cualquier proposición por parte del otro y, claro, esto la novia de ahora lo ve, y parece que no lo va a tolerar, que va a intervenir para marcar territorio… pero no. Un corte nos sitúa en un momento y un lugar en el que dicho encontronazo ya es agua pasada. O a lo mejor es que no se ha llegado a producir. No lo sabemos, solo podemos intuir lo que ha pasado a través de las actitudes y los relatos de los personajes que están en escena. Mediante un juego perverso de elipsis, en el que nuestro punto de vista como espectador pierde los privilegios de la omnipresencia, Claire Denis nos sumerge ahora en la turbiedad de los laberintos melodramáticos, aquellos en los que es tan fácil perder la compostura. De hecho, el propio aparato cinematográfico se presta al espectáculo: la crudeza de las imágenes digitales privan de cualquier posibilidad de glamour a los integrantes de este triángulo pasional, y el sobre-uso de la partitura de Stuart Staples parece intervenir intrusivamente en su psique. Jean, Sara y François son meros títeres a merced de sus propios calentones. Ella, en una de las muchas convulsiones sufridas, se ve casi obligada a verbalizar (en voz alta, se entiende) los síntomas que seguramente va a manifestar su cuerpo a lo largo de los próximos días: “Ya estamos, una vez más, tocará estar siempre atenta al teléfono móvil… tocará sentirse húmeda”. Lo dice para ella, para sacar este calor que lleva dentro, pero también lo exterioriza para que lo oigamos nosotros, quienes a estas alturas ya nos hemos acostumbrado a la falta de sutileza con la que el guion coescrito por Christine Angot (colaboradora de Claire Denis en Un sol interior) va adentrándose en cada tortuoso frente de la función. Lo importante, en este sentido, es que cada uno de ellos está al servicio de los caprichos de los tres (des)enamorados. Solo existen los celos, las desconfianzas y la espera hasta que el móvil vuelva a sonar. Nada importa más allá de esto; el mundo se pierde de vista. Pero volviendo al aparato cinematográfico, está claro que el envoltorio condiciona el contenido… proporcionándole también las herramientas necesarias para brillar. En este caso, está un trío protagonista que se luce al optimizar el tiempo y el espacio que les proporciona la cámara nerviosa de Claire Denis: Grégoire Colin descoloca con la facilidad con la que el “galán fatal” puede perder la dignidad, Juliette Binoche llora como nadie la pérdida de su propia libertad y Vincent Lindon da una semi improvisada y magistral lección de retroalimentación de la frustración. Cada uno con sus propios demonios y alimentando los de su compañero de cama. Como en las relaciones más enfermizas, aquellas de las que no se puede salir tan fácilmente.
La directora de 35 Rhums (2012) escribe el guión junto a la novelista Christine Angot de este triángulo amoroso que se distancia del melodrama sentimentaloide. Claire Denis hace un ensayo sobre las pasiones humanas con toques de thriller psicológico, con personajes que se sumergen en los ríos del deseo dejándose ver vulnerables. La humanidad expresada en toda su fragilidad. Presentada en la Berlinale, Con amor y furia (Avec amour et acharnementaka, 2022) es una película de personajes, más precisamente de sus dos protagonistas. El film funciona por la entrega de Juliete Binoche y Vincent Lindon en pantalla. Ellos dos felices, enojados, desnudos, avergonzados en escena la mayor parte del film, tratando de definir su relación con palabras y gestos. Sus grandes actuaciones llenan de matices la película. A diferencia de Escenas de la vida conyugal (Scener ur ett äktenskap, 1973) no hay aquí secretos revelados. El amante reaparece diez años después y despierta en Sara (Binoche) pasiones que creía extintas en su cuerpo. Incluso que van en contra de la estabilidad emocional lograda con Jean (Lindon). Sin embargo, no puede evitarlo. El costado instintivo de su ser, complota contra su racionalidad. Estamos ante una película de interiores, de habitaciones, de departamentos, de cuartos de hotel. En parte, para escenificar la sensación de encierro del personaje de Sara, que conduce un programa de radio donde entrevista activistas del tercer mundo, en parte, porque se pone en escena la intimidad de la pareja, en su fortaleza y debilidad. Con amor y furia llega de esta manera a los límites de Vértigo (Hitchcock, 1958), en donde el poder del deseo y la pasión pueden ser la sal de la pareja y, con la misma determinación, su destrucción.
La síntesis del filme nos cuenta que: Cuando se conocieron, Sara vivía con François, el mejor amigo de Jean. Ahora, Jean y Sara se quieren y viven juntos hace 10 años. Un día, Sara ve a François por la calle, hace años que no lo ve. Él no se da cuenta, pero a ella le invade la sensación de que su vida podría cambiar repentinamente. Al mismo tiempo, François retoma el contacto con Jean por primera vez en tantos años y le propone volver a trabajar juntos. A partir de aquí, todos perderán el control El filme comienza con escenas idílicas en el mar, Jean (Vincent Lindon) y Sara (Juliette Binoche) se muestran enamorados, están de vacaciones, el volver a lo cotidiano parece una continuidad, hasta que Sara ve a Francoise (Gregoire Colin) camino a su trabajo. A partir de ese momento comienzas los planteos íntimos e
En el cine de Denis existen dos organizadores simbólicos constantes: el deseo y el poscolonialismo; fue en Bella tarea, la obra magna de la directora, donde el entrecruzamiento de ambas variables conoció el balance perfecto. En Avec amour et acharnement las cuestiones poscoloniales son un fondo orgánico a la trama...
Es posible amar y desear a dos personas a la vez? Esto cuenta “Amor y Furia”, ambientada en nuestro tiempo, la nueva película de Claire Denis qué transita por los caminos del triángulo amoroso que conforman Sara, Jean y François. Sara es una mujer madura que conduce un programa de radio y Jean, un ex presidiario por motivos que no salen a la luz está intentando rearmar su vida encarando un nuevo proyecto laboral . En esos días François, quien fuera amigo de Jean y ex pareja de Sara, reaparece después muchos años y lo contacta para sumarlo a un nuevo trabajo. La pareja de Jean y Sara está plantada sobre pilares seguros, firmes aunque con personalidades distintas, lo que no impide que entre ellos exista una pasión desenfrenada. A ese binomio se integra François formando un vínculo de tres que se tornaría peligroso. En el personaje de Sara se luce con gran sensualidad y una actuación muy sólida la bella Juliete Binoche, en el rol de Jean se desempeña Vincent Lindon quien le otorga a su personaje una imagen vigorosa y un acertado desempeño actoral. Como la pieza en discordia François en la piel de Grégoire Colin muestra una faceta que lo ubica siempre al borde del límite. Dentro de los rubros técnicos la fotografía de Eric Gautier permite crear climas que otorgan naturalidad y trasladan al espectador a imágenes de un clima tenso pero a la vez apasionante. Una película que para los amantes de este género merece ser vista.
Con el sello de Claire Denis. Sara (Juliette Binoche) y Jean (Vincent Lindon) se ven como una hermosa pareja madura de vacaciones en alguna maravillosa playa en Francia. Se seducen y acarician a cada minuto mientras nadan con el sol como fiel testigo de un amor tan intenso y apasionado. Pero lo que parece una relación amorosa ideal entre ambos comenzará a sentir sus fracturas al volver nuevamente a su hogar en París y con el reencuentro de Sara con un exnovio llamado François (Grégorie Colín), quien aflorará viejos sentimientos que parecen aún no dormidos en ella. La directora francesa Claire Denis es una cineasta con una mirada muy particular acerca del amor y las relaciones. Su versión amorosa nunca es la convencional, al contrario, sus personajes sufren de los peores sentimientos: angustia, abusos, celos. Siempre habrá conflictos, discusiones, desilusión y los momentos felices y plácidos serán mínimos o casi inexistentes. Su anteúltima película, Con amor y furia (Avec amour et acharnement, 2022), que se vio en el pasado Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici), en la sección Trayectorias, no es la excepción a esta norma en su notable filmografía. La pareja protagonista vivirá un triángulo amoroso, enfocado más que nada en los deseos de Sara, una periodista de radio empeñada en entrevistar a inmigrantes africanos y árabes, y de alguna manera exponer la discriminación y el maltrato que sufren lamentablemente en el país galo, temática que Denis ya ha tratado en otras de sus películas. Sara, una maravillosa Juliette Binoche, es una mujer difícil, muy inestable emocionalmente y que arrastra a los otros en toda su confusión. Jean es un hombre amable, que lucha por recuperar a su hijo y que ha dado demasiado por la relación con Sara. La aparición de François, en el pasado su mejor amigo, llevará a los protagonistas a un camino de tentaciones, desamor y destrucción. Es así como Claire Denis nos sumerge en un espiral sin salidas. Elipsis, cortes temporales y de montaje, nos llevan a un destino que va en picada. La directora es una poeta, con algunas secuencias realmente magistrales, recitando una prosa donde las imágenes y la narrativa fluyen sin dudas. Da la impresión que la relación entre Sara y Jean, por momentos de una índole casi enfermiza, no tiene remedio, ni cura. Ella, descarada, provocará sin límites a su ex amante François, poniendo a su pareja Jean a merced de celos y desconfianza. La cámara nerviosa de Denis nunca deja de perder su habitual elegancia. Estamos ante un melodrama muy certero y sincero. Uno que habla de la llama que aún no se apagó y vive en el corazón de una mujer como Sara. Donde la infidelidad quizás no es lo más importante, si no sus marcadas consecuencias: la desaparición de una relación que en un principio parecía soñada. Nada más alejado de la realidad, justamente.
"Con amor y furia", mucho más que un triángulo amoroso La puesta en escena de la notable realizadora francesa potencia una historia aparentemente sencilla, basada en la angustia y la indecisión amorosa de una mujer. Si el cine fuera solo cuestión de “argumento”, Con amor y furia sería una película más. Una de triángulo amoroso, con sus altas y bajas sentimentales, sus dudas y clandestinidades, sus pasiones y sus odios. Nada nuevo. Pero el cine no es cuestión de “argumento” sino de puesta en escena, y la puesta en escena pasa por los ritmos y tiempos narrativos, el modo en que se muestra cada fragmento, la elección de los planos, encuadres, transiciones de montaje. Es allí donde la película de Claire Denis --que le valió a la realizadora el Premio a la Mejor Dirección en el Festival de Berlín-- se supera a sí misma y se hace única e inimitable, donde eleva su propio “argumento” a otra cosa, mayor y más intensa que cualquier melodrama “de triángulo amoroso”. La historia de Con amor y furia –decimosexto film de la realizadora de Vendredi soir, Bella tarea y 35 rhums—comienza en un estado de plena felicidad, y eso hace suponer qué sucederá poco más tarde. Sara (Juliette Binoche) y Jean (Vincent Lindon) se aman, y ese amor es expresado en una escena en la que juegan en el mar, y continuado en varias escenas de intimidad. Aparece un tercero, François (Grégoire Colin), el hombre al que ella amó antes de conocer --por su intermedio-- a Jean, y el mundo de Sara comienza a tambalear, movido por la duda amorosa. ¿A quién ama más, con quién quiere quedarse, cómo romper con uno de los hombres a los que ama? Denis ralentiza algunas escenas, cuestión de transmitir la sensación de eternidad que embarga a los amantes, como el momento inicial de la playa, o para comunicar la intensidad de un sentimiento, como el segundo en que --el destino, la fatalidad, flor y nata de todo melodrama-- divisa a François, años después de no verlo, y siente un flechazo como el que signa el comienzo de un amor. El hecho de que Jean y François fueran amigos, y ahora socios en un emprendimiento que el segundo de ellos acaba de ofrecer complica el nudo sentimental que acaba de armársele a Sara. En la medida en que la situación se vuelve cada vez más tensa, la puesta en escena también lo hace. Los planos se hacen más cortos, comunicando el encierro que cada vez más cerca a Sara y Jean (los encuentros de Sara con François están mostrados en planos más largos) y las discusiones y peleas de la pareja se muestran en continuidad (con algunos planos secuencia y cortes tan fluidos que hacen parecer que las escenas enteras están filmadas en planos secuencia), de modo de acrecentar la angustia, la sensación de encerrona sin escape. Breves paneos de un rostro a otro apuntan al mismo fin. La música como submarina de Tindersticks agudiza el “ruido de fondo” de la pareja. Con amor y furia está contada desde el punto de vista de Sara, de modo que todo lo que sucede, toda la puesta en escena, responde a los sentimientos que ella experimenta. Ella trabaja como periodista radial, entrevistando a representantes de países de lo que antes se llamaba “Tercer Mundo”: una mujer libanesa que cuenta la calamitosa actualidad de su país, un hombre africano que hace el elogio del anticolonialismo de Frantz Fanon. El tema del colonialismo y sus secuelas no es nuevo en la obra de la realizadora, que vivió durante su infancia en África y aludió a él con la presencia de inmigrantes africanos en muchas de sus películas, abordándolo resueltamente en Bella tarea (1999) y White Material. Aunque en el presente trabaje como cazador de talentos para clubes de rugby --la sociedad propuesta por François--, en la psiquis de Jean el pasado pesa más. Fue jugador de ese deporte, no pudo seguir jugando desde el momento en que se quebró, y viene de pasar varios años en prisión por un motivo que se desconoce (no vendría mal saberlo). Dada su ausencia, Jean perdió la custodia de su hijo Marcus (Issa Perica), quien quedó al cuidado de la abuela (la veterana Bulle Ogier, quien actuó en films de Luis Buñuel, Jacques Rivette y Barbet Schroeder, entre otros). La rebeldía adolescente de Marcus, sus incertezas, encuentran como canal de expresión la larga ausencia de su padre, y la difícil relación entre ambos es una de las líneas del relato. Pero todo el peso recae sobre el extenuante trabajo de Binoche y Lindon. Ella, cargada de angustia e indecisión amorosa; él, con esos músculos siempre tensos, de una furia que en ocasiones se vuelve físicamente peligrosa.
El cine de género tiene varias premisas. La principal es que en orden o de la forma en que nos quieran contar la historia, el cuento se cierra. Podrá resolverse todo en los últimos segundos o de manera lineal, pero el espectador actúa de testigo objetivo y la idea se completa. Sin embargo, la directora Claire Denis ('Un bello sol interior', 'High Life'), en 'Con amor y furia', nos muestra una sola perspectiva sobre esos amores y sus fugacidades, entonces el rompecabezas queda sin algunas piezas. Otro punto de la arquitectura del cine comercial es que el o la protagonista pocas veces traiciona sus principios. Y aquí otro desprecio a los manuales. La que nos muestra su inconsistencia sentimental y nos pinta paisajes incómodos es nada menos que Juliette Binoche, actriz -fetiche de la directora- que llena la pantalla con solo una mueca. Con ella en su plenitud física y actoral, nuestra entrega es parcial. Cerrando este planteo narrativo, emergen las figuras de los coprotagonistas, su actual pareja Jean (Vincent Lindon) y su ex amor François (Grégoire Colin), quienes con actitudes poco audibles y no del todo explícitas van poniendo en jaque al personaje de Sara. Como los magos, algo esconden y no sabemos bien qué es. Tampoco se muestran buenos del todo, menos como villanos. Y en este triángulo amoroso, Denis pone en blanco sobre negro toda la intimidad de seres que deben negociar sus ansias de amor eterno con lo tentador y lo prohibido del momento. O sea, lo antipático del amor en primer plano. En 'Con amor y furia' convergen la solidez actoral y estética de Juliette Binoche, la ciclotímica piscología de Claire Denis y las incongruencias de cuando los fantasmas del pasado le ganan al presente. Dialéctica pura en una París otoñal, de cielos grises, balcones confesionarios y corazones desangelados.
La película se inicia con una visión romántica, impregnada de deseo, de una pareja grande, gozando de un momento paradisíaco, en el mar, intensamente enamorados. Y casi de inmediato, cuando esas vacaciones se terminan, el encanto aun subyace en una Paris invernal, que los trae a una realidad insospechada. El pasado irrumpe tajeando, desgarrando todo lo tienen, una relación en la que pueden decirse todo a la cara, que es el centro de sus vidas. Diez años después de un vínculo amorosamente construido, un ex amante hace su aparición y lo trastoca todo, los sumerge en un caos del cual nadie saldrá indemne. Pocas veces en el cine se vive con tanta intensidad y verdad incómoda y lacerante lo que sucede cuando aflora el deseo y la pasión desatados, en gente que pasó lo cincuenta. Y ahí está Juliette Binoche que pierde el control, que manipula a su ex amante y a su actual pareja con argumentos y situaciones tan intensas que son dolorosas de ver, pero que trata de ser sincera con si misma, la cámara la sigue, pero nunca la juzga. Vincent Lindon magnífico, el hombre con un pasado en la cárcel del que nada conocemos, con un hijo adolescente, con una oferta de trabajo que lo tienta que lo vuelve a la vida a un costo muy alto. Sus escenas donde pelea y se contiene con su masculinidad herida y sus sentimientos rotos son impresionantes. Y el tercero en discordia encarnado por Grégorie Colin un manipulador, quizás guiado por la venganza, astuto destructor y seductor. Impecables actores. La directora se ganó el premio máximo en Berlin y colaboró con el guión de Christine Angot en este melodrama áspero sin sentimentalismos.
Verano francés, parece. La semana pasada se estrenó Los jóvenes amantes, rutinaria historia de amor algo recordable desde la pareja protagónica. Y ahora viene Con amor y furia, con Juliette Binoche y Vincent Lindon viviendo una inesperada crisis pero, vaya que resulta importante, con Claire Denis detrás de cámara. A través de su extensa trayectoria (más de 15 películas) Denis vuela por los aires la añeja (¿vigente?) política del autor: en su obra se encuentran relatos íntimos sobre parejas (Vendredi soir), historias de fuerte óptica feminista (Bajo un sol interior, también con Binoche), inserciones en el terror canibalístico (Trouble Every Day) o en la ciencia ficción distópica (High Life, otra vez Binoche), diversas miradas que confrontan culturas (su opera prima Chocolat; 35 Rhums; El intruso; White Material) o un sutil homoerotismo de desierto y arena naranja (Beau travail), entre otras confluencias temáticas y formales marcadamente antagónicas. Pero en más de una película de Denis se cuela una visión muy francesa, sobre conflictos arraigados al viejo Tercer Mundo desde una mirada claramente eurocéntrica que, por momentos, roza o hasta avasalla debido a su cómoda corrección política. Sara trabaja como periodista radial y entrevista a una mujer libanesa que describe las atrocidades en su país y en más de una escena este subtema (que incluye citar a Fanon desde una prédica burguesa siglo XXI) pretende acentuar o, por lo menos, disimular la historia central de Con amor y furia: la súbita crisis de una mujer y un hombre a plena felicidad (Sara y Jean) desde el momento en que ella se cruza con Francoise (Grégorie Colin), su ex y amigo de su pareja actual. | Esa felicidad de Sara y Jean ocupa los primeros quince minutos: mar, sol, intimidad de la pareja, besos, silencios. El nudo argumental, placentero desde un inicio, irrumpe de manera inesperada con la novedad que cité más arriba. Y acá surge el desafío para una directora experimentada como Claire Denis: cómo sostener durante hora y media (con los correspondientes intervalos “políticamente correctos”) una relación que parece hacerse trizas sin caer en lugares comunes o escenas estéticamente estereotipadas. Desde la planificación del guión las novedades son las esperables: los encuentros de Sara y Francois, sujetos al punto de vista narrativo elegido por la directora, la soledad que vive Jean junto a sus dudas por el comportamiento de sus mujer, la hipótetica relación laboral entre Jean y Francois… y así. En este punto, Con amor y furia es una historia convencional, bien narrada y con dos estupendos actores. Pero Denis está y se hace presente en un excelente trabajo de cámara, en especial en dos escenas (extensas) donde Sara y Jean discuten en interiores ante la inminente crisis. Allí la realizadora recurre al plano secuencia o, en contraste, a abruptos cortes entre toma y toma, como si estuviera espiando el conflicto desde el ojo de una cerradura. En esas y en otras escenas registradas en exteriores con Sara y Francois, Con amor y furia se aproxima sin regodeos ni pedidos de disculpas, a una estética cassavetiana: la energía que transmite en un principio la palabra escrita en un guión, se transfiere a los actores protagonistas y, por extensión, a las decisiones que toma en este caso la realizadora para concebir una determinada puesta en escena. Ahí Con amor y furia se convierte en una película distintiva y sutil.
Que Claire Denis sea la directora más sobrevalorada del cine contemporáneo no significa que sea una mala realizadora. Su estilo pretencioso, sus arranques de crueldad y su estudiada carrera de autor ha dado grandes películas. También ha dado algunos pasos en falso que pocos realizadores realmente grandes hubieran dado. Aprobada oficialmente por la crítica, cada llegada de una de sus películas recibe una atención extra por su fama. Sin ese fanatismo, su cine logra buenos momentos en los que la realizadora logra captar la tensión y el drama de las relaciones humanas. Aquí tiene un comienzo que muestra la habilidad de Denis para transmitir a través de las imágenes, aunque luego, debido a la clase de película que es, se terminará imponiendo un largometraje mucho más hablado, con sentimientos expresados a través de palabras y ya no tanto con el poder de la puesta en escena. La película presenta a Sara (Juliette Binoche) y Jean (Vincent Lindon) viviendo en un paraíso bello y romántico, en teoría juntos para siempre. Pero un día, François (Grégoire Colin), el antiguo amante de Sarah, reaparece frente a ella. Aunque él no la ve, su simple aparición hace tambalear todo el mundo de Sara. No es un conflicto cualquiera, porque François fue quien años atrás le presentó a Jean. La situación se complica aún más cuando Jean llega con la noticia de que luego de muchos años volverá a trabajar con su amigo François. La película maneja bien la tensión de este triángulo y los protagonistas dan todo lo que tienen. Funciona mucho menos toda la desviación del hijo de Jean, por no decir que directamente rompe la película. Al final, cuando se retoma el camino y se busca un cierre, Denis hace la esperable escena catártica, que no por lugar común deja de ser imprescindible y cierra con el agua, una vez más, como metáfora de múltiples lecturas. El agua estuvo en el paraíso del comienzo y en el diluvio que borra todos los pecados en el final. ¿Cuál será el aprendizaje de Sara y que hará de ahora en más?
“Con amor y furia” de Claire Denis. Crítica. Nuevo film de la aclamada directora francesa. Desde Francia llega a las salas de nuestro país el último film de la aclamada directora Claire Denis “Con amor y furia” (“Avec amour et acharnement”, 2022) por el cual se llevó el premio a la mejor dirección en el pasado Festival Internacional de Cine de Berlín. Este nuevo proyecto la une a dos de los intérpretes más importantes del país galo, Juliette Binoche (ganadora del Oscar a Mejor Actriz de Reparto por “El Paciente Inglés”, 1996) y Vincent Lindon (“Titane”, 2021). Un film que plantea de forma excepcional los puntos opuestos que suceden en una relación amorosa. El título de la película plasma de forma resumida lo que la historia va a contar. Sara (Juliette Binoche) y Jean (Vincent Lindon) son una pareja que lleva muchos años juntos, actualmente llevan una vida tranquila, pero esta cambia de un momento al otro cuando François (Grégoire Colin), amigo de Jean y ex pareja de Sara, vuelve a vincularse con ellos. Lo que al comienzo parece un clásico triángulo amoroso pasa a convertirse en un drama psicológico muy potente, en donde varias miserias salen a la luz. Además del desarrollo de la línea narrativa principal, el film se sumerge también en otros temas complejos que se entremezclan con las realidades de los protagonistas, siendo el más relevante la relación de Jean con su hijo adolescente, quien actualmente vive con su abuela ya que ella es quien tiene la custodia legal, debido a que la perdió luego de su paso por la cárcel.
LA MUJER QUE SE ABISMA En ese hermoso compendio de Roland Barthes que se llama Fragmentos de un discurso amoroso hallamos un mosaico de citas referidas a las diversas derivaciones que surgen de estar enamorado. En una de las entradas se lee: “Abismarse: Ataque de anonadamiento que se apodera del sujeto amoroso por desesperación o plenitud”. Claire Denis ya había utilizado ese texto en Un bello sol interior (2017), pero vuelve de modo implícito para hacer honor a varias citas del libro o al menos para poner a prueba algunas de sus afirmaciones con imágenes. El comienzo de la película nos muestra a la pareja protagónica en un lugar paradisíaco, de esos donde el agua se delata cristalina, el cielo no puede más del color azul y el sol parece más cálido que nunca. Como poseídos danzantes, los amantes se desplazan lentamente en lentos movimientos coreográficos, entregados a la naturaleza y al amor. Ese cine físico, de cuerpos presentes, tan caro a la realizadora, retorna en este inicio. Sin embargo, su perfecto contrapunto surge unos minutos después, cuando la pareja retorna a París por un túnel oscuro y el cielo se vuelve gris, los ambientes opacos y pasan cosas. Sara (Juliette Binoche) se dispone a ingresar a la radio donde trabaja y mira de soslayo a un hombre. Entra como puede al edificio, toma un ascensor y una vez dentro, en un plano cerrado, le escuchamos decir “Francois… Francois”. Mejor dicho la oímos susurrar, respiración mediante, al mismo tiempo que la cámara desciende y enfoca sus manos como queriendo abrazar o retener algo a la altura de su estómago. Es la mujer que se abisma, es el antiguo amor que se remueve en las tripas, ese fuego que no se puede apagar porque en materia de deseo todo es una caja de Pandora. De este modo, ese cristal transparente, ese mar de la primera secuencia, ya parece una ilusión o un vidrio a punto de resquebrajarse agónicamente. Y así será el resto de la película, el réquiem de una relación donde cada integrante está atado a su memoria afectiva y a sus impulsos amorosos. Sara y Francois. Jean (Vincent Lindon) y sus fantasmas de ex convicto y la imposibilidad de criar a su hijo Marcus cuya custodia tiene la abuela. En la primera relación, Denis se destaca una vez más en esa voluntad por explorar las sensaciones y las formas que entreteje el deseo, ese deseo que anula cualquier racionalidad. Basta ver a Sara jugando a olvidar a Francois, pero al mismo tiempo metiéndolo en su vida nuevamente mientras está con Jean. La confusión, el abismo, inciden en su cuerpo, en su encierro. Frente al espejo, en otra gran escena, reconocerá que donde renace la pasión regresa el martirio. Lo llamativo, a diferencia de sus películas anteriores, es la linealidad del relato. Esta decisión acaso permita advertir que sus habituales preocupaciones sobre el racismo y el colonialismo francés parezcan forzadas por una vez, implantadas en medio de una historia cuyo centro sensible es el vínculo debilitado de la pareja protagónica, asediada por un tercero y las consecuencias que ello genera. A medida que transcurren los minutos, vamos armando un cuadro social de la vida de Jean que incluye un hecho delictivo pasado, cuando jugaba al rugby, el efecto en su economía y las dificultades con su hijo negro, resultante del matrimonio con una madre ausente que vive en Martinica. Es demasiada información como para lateralizarla al conflicto central. Porque el verdadero nudo de la cuestión es siempre la manera en que se desarma la intimidad y la vida de esta pareja a partir de la irrupción de Francois que, si bien parece sorpresiva, da la sensación de ser un espectro convocado por ambos para culminar una tarea pendiente. Así lo sugieren los planos cerrados que muestran a Sara y a Jean en la cama. Son cuerpos que se entreveran y que gimen de placer que no necesariamente se corresponden (sobre todo en Sara) con lo que ven o sienten sino con lo que imaginan o temen. Por eso los colores fríos y la tenue iluminación. “Mon amour… mon amour”, suelta delicadamente ella en medio del orgasmo, pero nunca sabremos a quién se lo dice. Jean piensa, y tampoco sabremos en qué o si esos pensamientos lo alejan del placer para conectarlo con la peor de las sospechas. Sin lugar a dudas, Jean es la sombra de la duda personificada. El carácter espectral de Francois (Grégoire Colin), ese ente que viene a ocupar el ámbito imaginario de Sara y Jean en su pose seductora y demoníaca, se contrapone al orden de lo real cuando deja entrever sus mañas de niño histérico. Nuevamente, una cosa es lo que imaginamos y otra lo que es. Progresivamente se gana un lugar en la película desde un espacio más imperceptible, signado por reflejos y sombras, hasta convertirse en una presencia concreta que no vale dos pesos. Es parte de un juego de contrastes que revela apariencia y realidad. Pero el tema es el deseo y a dónde nos conduce. Sobre las consecuencias físicas, psicológicas y morales de esto versa Con amor y furia, con la característica mirada (más disimulada) de una gran realizadora.
Muchas veces solemos criticar la traducción de los títulos de las películas, ya sea por no representar la esencia de lo que se narra, o simplemente por develar demasiado. El caso de la nueva película de Claire Denis me parece todo lo contrario. Su título en inglés es incluso más preciso y potente que el original (cuya traducción fidedigna en español sería “Con amor y determinación”). Para el mercado internacional el nombre FIRE (“Fuego”), articula con mayor inteligencia todo lo que aborda el film. Claire Denis, -quien acaba de cumplir 78 años hace solo un puñado de días-, ha estrenado este año dos films en Berlín y Cannes respectivamente. Con «Avec amour…» , protagonizado por los excelsos Juliette Binoche (en su tercera colaboración con la cineasta) y Vincent Lindon, ganó el premio como Mejor directora. La trama es por demás sencilla. Partimos desde un momento idílico: Sara y Jean se besan y nadan en aguas calmas. El silencio es absoluto. Lo primero que aparece es, evidentemente, el agua, lo que hace que cobre sentido el otro elemento al que hace alusión el título: fuego, lo que acontecerá (de manera simbólica) para arruinar esa estabilidad matrimonial. Luego de unos breves planos, el filme se traslada a París, donde la pareja se encuentra recién llegada de sus vacaciones, sin embargo, al poco tiempo aparece una figura del pasado: François, un hombre con el que Sara estuvo enamorada durante mucho tiempo. Allí tenemos la potencia narrativa de FIRE, una película que, viendo la carrera de Denis, se siente un tanto desprolija (técnica y narrativamente), poco sutil e impostada en sus búsquedas. Por momentos cuesta creerse este melodrama desatado en el que los personajes se mueven pura y exclusivamente por el vértigo de las pulsiones (sexuales y amorosas)...
La veterana directora francesa Claire Denis ha dirigido trece películas en total a la fecha. Como marca de autor, sus personajes son seres ciertamente marginales que se mueven en un territorio hostil. Denis, de setenta años de edad y con total prestancia, retrata los complejos mecanismos que caracterizan a las relaciones humanas y la sensualidad omnipresente en su mirada del mundo es otro rastro inconfundible de su filmografía. Todas estas variables confluyen en su más reciente obra: “Con Amor y Furia”. Las dimensiones que alcanza un asunto doméstico que involucra a un tercero en discordia describen el abismo emocional al que accede una pareja de mediana edad. Un giro melodramático al mejor estilo Douglas Sirk irrumpe en la trama, enmarcando el regreso de una sombra del pasado, y un magnífico tour de forcé de sensaciones a cargo de dos glorias vivientes de la actuación a nivel mundial. Dos titanes de la interpretación como Juliette Binoche – quien rueda junto a Denis por tercera vez, luego de “Un Bello Sol Interior” (2017) y “High Life” (2019)- y Vincent Lindon otorgan intensidad a este poderoso drama vincular. El pasado vuelve, siempre. “Con Amor y Furia” -adaptación de la novela de Christine Angot, “Un tournant de la vie”) nos habla acerca del reconocimiento y la aceptación de los impulsos (y las respectivas consecuencias) que nos mueven. Los sentimientos confundidos de la pareja protagonista se revuelven en una madeja de engaños. El punto de vista de la autora se posa sobre ella, una mujer de cincuenta y pico que decide ser fiel a sí misma y descubrir qué siente. La inseguridad parece desbordarla, ella envidia a la ex mujer de su actual compañero. Aunque en el presente ocupe ‘ella’ el rol de la mujer de la calle Ámsterdam, y viva cómodamente en sus estructuras. Él la contiene y resuelve casi todo. Hasta que regresa a la ciudad un antiguo amor que involucrara, de modo tangencial, sus respectivas vidas diez años atrás. Las aguas en las que está a punto de sumergirse Sara ya no están tranquilas como en aquel primer plano del film. Ahora es ella quien repite su nombre (el de ‘el otro’) en silencio subiendo en ascensor, ¡oh, mon amour! Con sus manos aprieta el propio pecho y ese contacto (anhelo) físico) lo dice todo. La suya es una lucha de cuerpo y alma contra la auto represión. La vida privada está a punto de autodestruirse, al tiempo que, incontenible, recobra el sentido de las lágrimas y de la piel. El día a día se trastoca cuando la atracción se torna inevitable. La examinación es moral: ¿de quién es la mano que tomamos? ¿a quién decimos amar mirando a los ojos? ¿A quién elegimos para compartir la vida? ¿podemos amar a dos personas en simultáneo? “Con Amor y Furia”, rodado en tiempos de pandemia -aspecto que la ficción se encarga de remarcar- deposita en nosotros inmensos interrogantes, a medida que cobra cuerpo de drama poderosísimo. ¡Ah, volvieron esas noches de amor y miedo!, de temblar esperando el llamado, de mojarse y hablar por teléfono a escondidas bajo las sábanas. Eso nos (se) dice, mientras se mira al espejo, desnuda. La infidelidad es tan antigua que explica mitos y leyendas. Aquí, implosiona en la dinámica de una pareja madura. El equilibrio suele ser frágil y dista de la postal idílica de los primeros minutos de metraje. Hay sociedades que mejor no deberían ser…la fortuna en los negocios se torna su anverso en materia del corazón. Denis plantea el asunto con extrema complejidad y sutileza. ¿El acuerdo conyugal equivale a prisión? ¿Se trata de cumplir esa dulce condena? ¿Quién es recluso, al fin? ¿Qué cuentas pasadas están a punto de saldarse? Como espectadores, no tendremos todas las respuestas y la moneda tiene dos caras. Obligación o dispersión. Ganadora al galardón de Mejor Dirección en la última edición del Festival de Berlín por el presente largometraje, la cineasta Denis recurre a reconocibles huellas personales. La vertiginosa mirada urbana y el recorte social que se posa sobre aspectos como la inmigración y las minorías raciales estarán presentes en el film, encontrando alternancia -más o menos uniforme- en medio de un relato que centra su atención en el triángulo amoroso descripto. El rol de la mujer es examinado sin concesiones, las pasiones mueven a sus personajes y la mirada de la autora pivota entre las convenciones masculinas y femeninas que aborda para luego dinamitar. ¿Puede Sara jugar a dos puntas en las propias narices del propio Jean? ¿Debe Jean entregar su preciado trofeo en bandeja de plata solo porque su confianza es infinita? ¿Sabrá Francois aprovechar la ocasión y abalanzarse sobre la carnada más obvia que se ha posado delante de sus propios ojos? Su ex cumple ahora el rol de amante… Cuidado con los dispositivos, podrían borrar toda evidencia y compromiso de un plumazo o torcer los planes amorosos; aunque amoroso, en realidad, es una palabra que adquiere notable ambigüedad; el cuchillo siempre tiene dos caras y lastima sin dudar. ¿A quien ama Sara? ¿Ama, realmente, Sara? Lo que vemos, finalmente, no es oro que reluce en la cotidianeidad de una convivencia resquebrajándose. El deseo, que nunca es ingenuidad, es el capitán de un barco que acaba huyendo hacia ninguna parte. ¿Quién lleva el timón cuando la mentira se torna rutina? ¿Cómo sostener la farsa y enmascarar propósitos? En tiempos donde impera la soledad, la repulsión y la culpa, el ser fiel a lo que sentimos se convierte en un personaje más. Se es fiel a la realidad, aunque los pliegues sean infinitos. El dilema ético nos sacude, nos ponemos en los zapatos de cada uno de los personajes intervinientes en esta regla de tres escrita con calentura. ¡Qué triste la realidad!, dice Sara, en brazos de su amante, recordando aquellos viejos tiempos, solos en una habitación. Es hora de volver a casa. Víctima del desconcierto y balanceándose en el desequilibrio que describe a sus días, el personaje de la excepcional Binoche, brindándonos una de sus más intensas interpretaciones en mucho tiempo -lo que no es poco decir-, describe a una mujer que antepone a sus estructuras consolidadas el hecho de sentirse deseada y busca alcanzar su verdad impostergable. Aunque para ello se preste a jugar un peligroso juego. Incluso a manipular y herir, viendo en su compañero la necesidad de controlar que a ella le provee excusas pasajeras.; proyecta en su pareja la contradicción interna que la agobia. Aunque, en verdad, se está traicionando a sí misma. Dice que necesita tiempo para pensar y recuperar el aliento, entre oración y oración. Pero ya son dos gritándose sin escuchar. Porque no hay nada más que hablar. Y en el buscar justificarse se empantanan, hasta que Jean (el formidable Lindon) coloque en su boca palabras que valientemente Denis aprueba, resignificando por completo el film. Zorra, prostituta. La escena nos pone la piel de gallina. Él muestra su amar genuino y poco más tiene qué hacer en este juego salido de cauce. Sin tarjeta de crédito en mano, pero con la dignidad intacta, la salida es por la puerta de adelante. Los deberes de padre esperan, allá afuera en la vida…y hay un mundo que se desmorona. ¿Qué partido tomamos?
Dudas, temores, deseo, mortificación: en torno a esos resbaladizos estados de ánimo gira este film, en el que Sara (Juliette Binoche), que convive con Jean (Vincent Lindon) –quien paga todavía las consecuencias de haber estado en prisión–, se reencuentra con su anterior pareja, François (Grégoire Colin), lo cual la desestabiliza. Aunque irregular (ha recibido críticas unánimemente negativas por su último film Stars at noon, paradójicamente –o no– premiado en Cannes), la obra de la directora francesa Claire Denis es valiosa y suele inquietar, procurando un dramatismo alejado de los cánones hollywoodenses y desplegando una belleza a veces sosegada (35 ruhms), y en otras ocasiones ríspida y enrarecida (Bella tarea, High life). En este caso, su cámara parece subyugada por los gestos y miradas de los personajes principales, encontrando su estilo en la tensión de los diálogos, las sospechas, los encuentros y desencuentros, la atmósfera que crean la música y la notable fotografía de Eric Gautier, más la sensualidad que genera (más allá de que sean escasas las escenas de intimidad sexual y los cuerpos semidesnudos, ya no juveniles, de Binoche y Colin). Algunos ingredientes del guion, basado en una novela de Christine Angot, no encajan a la perfección con esta suerte de conflictivo triángulo amoroso, como el trabajo de Sara en una radio, entrevistando a personas de países periféricos hablando de sus problemas. El personaje del hijo, encarnando cierta desorientación juvenil e incluso alguna forma de discriminación, suena igualmente antojadizo, en tanto el de la abuela (interpretada por Bulle Ogier, la actriz de El discreto encanto de la burguesía) parece desaprovechado. El film puede resultar algo insatisfactorio, además, al provocar innecesariamente intriga sobre los motivos del encarcelamiento de Jean, o al dejarse llevar por la indecisión de Sara, pero vale por lo sensitivo, por momentos espléndidamente logrados (como el casual encuentro de Sara y François), e incluso por exponer la sensación de desazón que marcó el tiempo en pandemia.
Hay en el cine de Claire Denis un deseo casi obsesivo de psicoanalizar a sus personajes a través de las imágenes, mientras un relato subterráneo se va formando con lo que no dicho, con lo no mostrado, una estética de lo sugerido que hacen de Con Amor y Furia un exotismo formal que la directora interroga como un espacio más en el que buscar respuestas que quizá nunca lleguen.
Lo nuevo de Claire Denis nos trae un triangulo amoroso protagonizado por Juliette Binoche que promete mejorar y destruir sus vidas.
La manera de narrar de Claire Denis -acercarse al extremo a sus personajes, seguirlos cuando es esencial, utilizar la elipsis con audacia- permite en parte que una historia del montón (una mujer envuelta en un triángulo amoroso donde realmente ama a ambos hombres) sea una exploración por territorio emocional desconocido. Aquí, incluso si los intérpretes son gente virtuosa, es más el ojo que sigue a los personajes -y qué selecciona mostrar- lo que otorga peso a cada secuencia de la película más que la habilidad del actor por alcanzar algo muy parecido a la verdad (la verdad que puede permitir una ficción). Gran exploradora de formas y géneros, Denis aquí se queda con un esquema simple y conocido para ahondar no en las emociones sino en la contradicción entre deber y deseo. La gran discusión entre Binoche y Lindon es cine puro y revelador.