El sentimiento de culpa. Si hay un género en el Hollywood contemporáneo que desde hace décadas parece no poder salir de una suerte de estado vegetativo, definitivamente es la comedia romántica. De los 80 a esta parte no ha habido ninguna modificación significativa en los engranajes en cuestión: recordemos que por aquellos años se fue dando un proceso de reconversión que involucró por un lado la profundización del dejo irónico de los 70 y por el otro un vaciamiento del trasfondo contracultural de obras como Shampoo (1975) o del clasicismo elegante símil El Cielo Puede Esperar (Heaven Can Wait, 1978), lo que derivó en una fórmula que pide a gritos la legitimación facilista del sarcasmo pero siempre termina ofreciendo mediocridad. Mientras que el resto de los baluartes cinematográficos atravesaron cambios sustanciales a lo largo del tiempo, los productos destinados al corazón quedaron tristemente petrificados y a merced de la anomalía eventual que pudiese traer un poco de aire fresco a la falta de novedad e inteligencia de siempre. Salvo excepciones como la reciente ¿Puede una canción de amor salvar tu vida? (Begin Again, 2013) o la exquisita 500 Días con Ella (500 Days of Summer, 2009), la farsa mainstream parece atrapada en su propia necedad, a la que últimamente gusta maquillar mediante el fetiche de los inserts animados, el texto sobre las imágenes, el morphing y demás artilugios digitales que procuran “dinamizar” la narración. ¿Qué mejor ejemplo que Con Derecho a Roce (Playing It Cool, 2014), el desatino de turno, para ratificar todo lo anterior? La ópera prima de Justin Reardon no se mueve ni un ápice del manual más fundamentalista del género, circunstancia que se enmarca dentro de uno de los rasgos más funestos ya no sólo de la comedia romántica sino del cine en general de nuestros días: el conservadurismo de los realizadores. Sin ir más lejos, basta con decir que aquí tenemos nuevamente a un protagonista -interpretado por Chris Evans- que no cree en el amor porque mami lo abandonó de niño y que por supuesto verá cómo estalla su cinismo cuando conozca a la mujer que despierte tanta pasión aletargada, hoy la sagaz Michelle Monaghan. La película utiliza como excusa el oficio del galancito, nada más y nada menos que el de guionista, para bombardearnos con secuencias huecas y semi oníricas en las que el susodicho fantasea colocándose en el papel central de las anécdotas de los integrantes de su entorno afectivo cercano. De hecho, como si la presencia de familiares impetuosos, amigos bufonescos y una catarata de consejos bobos sobre la relación no constituyesen de por sí martirio suficiente, el film deambula perdido por otros clichés similares que empantanan el relato. Sólo sobrevive esa reflexión al paso vinculada al sentimiento de culpa que aparece cuando uno avanza por el “deporte” de la conquista, sin verdadero cariño de por medio…
Con derecho a roce es un film pasatista, simple y repleto de clichés, pero el buen elenco, algunas situaciones divertidas y las fantasías del personaje principal, hacen que su visión sea mucho más agradable. El título que se ha inventado para Argentina vende falsamente al film, pues da a entender que la historia se trata de...
Una cara diferente del amor El corazón de Me (Chris Evans) fuma, todo de negro y con varias cicatrices en su cara, las consecuencias de amores furtivos. Así nos presenta el director Justin Reardon al corazón del protagonista, quien no cree en las relaciones ni en sus variables pero necesita realizar el guión de una comedia romántica. Con derecho a roce (Playing it Cool) rompe con el panorama acostumbrado a las películas del género con historias hilarantes, divertidas bajo una gran edición y producción. A Me le encargan escribir un guión sobre una comedia romántica, pero el primer problema que encara es el de no creer en el amor como lo dejan entrever las películas de ese tipo. Por un trauma en su pasado, nunca pudo enamorarse ni comprender a que refiere el amor en sí, por lo que un bloqueo mental creativo obstaculiza su objetivo de terminar el texto a tiempo. Por esta razón, acude a su grupo de amigos escritores para reflexionar y encontrar una salida al problema en cuestión. En el camino a todo esto conoce a Her (Michelle Monaghan), una mujer que cambia totalmente el paradigma sobre las relaciones que tenía. La química entre Evans y Monaghan goza de muy buena salud, haciendo parte a los espectadores de sus salidas y encuentros. Me, al escuchar historias de las demás personas, las lleva a su cabeza protagonizándolas él mismo para tratar de comprender los sentimientos de esos sujetos en aquellas historias, utilizando metáforas muy bien elaboradas por el guionista y director. Un ejemplo de ello es cuando se imagina como un astronauta se pierde en el espacio, solo y sin oxígeno por el ahogamiento que representa esa sensación de amor. Con una forma muy desenvuelta y equilibrada, el director Justin Reardon sorprende con momentos muy divertidos y grandes diálogos. Como buen escritor-director, Reardon traspasa muy bien las metáforas utilizadas en los libros a la pantalla grande. Con un argumento fluido y hasta un poco predecible, la historia se desenvuelve correctamente en una duración justa para lo que necesita, teniendo un punto de quiebre en esos momentos donde se deja jugar a la imaginación de los protagonistas dando pie a imágenes precisas y muy divertidas. A diferencia de otras películas con la temática amigos con beneficios (No Strings Attached, 2011 / friends with benefits 2011), Playing it cool se diferencia de ellas saliendo de su hegemonía del plano sexual, sino explorando otras virtudes en la relación entre dos personas. A pesar de tener varios momentos cliché de los films de este género, como el final, Con derecho a roce es una comedia con una producción elocuente, que además de su historia principal, abre varias aristas con relatos divertidos y desopilantes, gracias al gran elenco que lo acompaña. Como decimos que tiene varios elementos cliché del género, rompe con otros y hasta se ríe de ellos.
Amor y mentiras Con derecho a roce (Playing It Cool) es la ópera prima del director Justin Reardon, quien junto a los también poco experimentados Paul Vicknair y Chris Shafer como guionistas, lograron una comedia romántica pretenciosa que peca de inconsistente y que queda a medio camino entre una moraleja y una simple historia de amor. Tanto Vicknair como Shafer habían trabajado anteriormente en Before We Go (2014), la que sería su primera incursión como guionistas en Hollywood, y mostrarían cierto talento para las comedias románticas no tan tradicionales. Si bien varios de los factores de Before We Go se repiten esta vez, como los guionistas y el papel principal a cargo de Chris Evans (Captain America: The Winter Soldier, The Losers), el carácter de la historia se torna un tanto complicado de digerir una vez inmersos en ella, ya que los guionistas acuden a conceptos más metafóricos y teatrales de los que el público a quien está dirigido este estilo de películas está acostumbrado a adoptar. En el apartado actoral tanto el protagonista Chris Evans como su contraparte femenina Michelle Monaghan (Gone Baby Gone, Mission: Impossible III) cumplen roles un tanto distanciados y hasta se podría decir despreocupados, lo cual deja en claro que una mejor elección del casting, sobre todo en el apartado femenino, podría haberle dado valor extra al resultado final. Con derecho a rose es una gran reunión de talentos nuevos y en plena adecuación al medio, y es para el director Justin Reardon un comienzo un tanto tibio, tal vez por haber pretendido más de lo que debía con un guion complicado de adaptar y llevar a cabo. Aun con sus altibajos la película rinde cierto grado de entretenimiento y complementa ciertos factores esenciales de una comedia romántica para dar con un resultado aceptable que los/las amantes de este género apreciaran.
Con derecho a roce es un muy retrasado estreno, que llega a la cartelera para suplir ese deseo latente de las parejas y platea femenina de una comedia romántica en la cual sale todo bien. Afortunadamente nos encontramos con un buen ejemplo del género y no con un fiasco como suele ocurrir la mayoría de las veces. Si bien el tema ya fue muy explorado y recientemente hubo tres títulos que versaron sobre esto: De amor y otras adicciones (2010), Amigos con beneficios (2011) y Amigos con derechos (2011); El debate de la amistad entre el hombre y la mujer y las relaciones que pueden tener nunca pasará de moda en el cine. Lo atractivo de esta propuesta es que desde el vamos las intenciones son claras tanto en el argumento (lo que quiere el protagonista) como en lo que la película brindará como entretenimiento. La ópera prima del director Justin Reardon cumple y supera el máximo requisito de estos films: buen elenco y química entre ellos. El dúo protagónico logra enganchar tanto juntos como por separado y si bien sus historias ya las vimos miles de veces en otras cintas, poco importa aquí porque ya se logró la conexión con el espectador. La elección de dos estrellas del momento fue más que acertada, Chris Evans aporta su cuota de macho simpático que todas quieren y Michelle Monaghan es la chica que todos queremos conquistar sin importar qué. La realización es correcta, sin pretensiones y sin nada que destacar. Lo mismo ocurre con el guión, que si bien no es malo, no llama la atención en ningún sentido. Con derecho a roce es una película hecha exclusivamente para satisfacer una demanda real y que no aportará nada, ni a la cinematografía ni a los espectadores, pero la buena noticia es que hará pasar un buen momento a aquellos/as que busquen este tipo de propuestas.
Es otra estúpida película americana No hay nada malo per se con que un guionista se meta en su propio guión. Hay una forma ingeniosa y una forma indulgente de hacerlo. Charlie Kaufman, por ejemplo, complejiza el proceso creativo de sus historias al meterse en ellas. Es el guionista que escribió El ladrón de orquídeas (Adaptation., 2002), acerca de cómo no puede escribir la película que estamos viendo, y Todas las vidas mi vida (2008), en la que se hace una puesta en abismo entre la vida y el arte. Del otro extremo se encuentra Con derecho a roce (Playing It Cool, 2015), una comedia romántica en la que un cínico protagonista debe escribir una comedia romántica, así como los Sres. Chris Shafer y Paul Vicknair probablemente escribieron esta película por encargo y de mala gana. El metalenguaje no se detiene ahí: el protagonista (Chris Evans) es además el narrador de la historia, y se identifica simplemente como ‘Yo’. La indulgencia es tal que el ‘Yo’ de los guionistas es guapo, gracioso, adinerado e increíblemente exitoso con cuanta mujer alguna vez intentó seducir. Además tiene la manía de proyectarse en cuanta historia romántica le cuentan (¿así como los guionistas se imaginaron en el lugar de Evans?), un gag que no es muy gracioso. El único defecto de Evans, ay, es no creer en el amor. Pero entonces conoce a ‘Ella’ (Michelle Monaghan). La femme de cualquier comedia romántica debe estar por encima de la etiqueta social, y efectivamente al conocerse en una recaudación de fondos Ella le desafía a escandalizar a los vejetes de la gala y flirtear con ellos. Esto lo enamora. ¿Será posible que esta mujer tan traviesa y peculiar sea la indicada? Hay algo sumamente infantil en el comportamiento de estas personas. A lo largo de la película hacen y dicen cosas con la idea de mostrarse tiernos y ocurrentes, pero todo resulta forzado y fuera de lugar. Son treintañeros comportándose como si todavía estuvieran en la secundaria, actuando por capricho, inventando problemas donde no los hay y enfrentando convenciones que deberían serles indiferentes desde hace por lo menos veinte años. No tienen una sola conversación inteligente ni comparten nada que nos indique por qué estas dos personas se enamorarían, excepto el hecho de que son las dos personas más sexies de todo el elenco. Los diálogos son un problema. Él tiene un séquito de amigotes, todos escritores, que le hacen de coro (Topher Grace, Luke Wilson, Aubrey Plaza). No dicen una sola cosa ingeniosa en toda la película. Pelotean ideas, así como los guionistas habrán peloteado, pero jamás pasan de ser interesantes a graciosas. Un personaje dice que Ghost, la sombra del amor (1990) es la película más romántica de todos los tiempos. Otro retruca, con absoluta seriedad, que es Terminator (1984). El primero se ofende. Ése es el chiste. Alguien como Quentin Tarantino hubiera minado oro con esa conversación, la hubiera llevado a dónde ningún escritor ha llevado jamás un diálogo. Pero no. Con derecho a roce no se mete en aguas más profundas que un tobillo. Ello requeriría talento, técnica, ambición aunque sea. Cuando llega la parte en la que Ella se tiene que enojar con él, se ensaña con algo tan banal que ni Monaghan puede hacer de la escena creíble. Es un problema recurrente: actores competentes con material tan malo que no pueden hacer más que hundirse en cada escena. Monaghan está tan por encima del papel de dreamgirl ciclotímica que da vergüenza ajena verla. Y lo de Evans sería menos humillante si ya no hubiera parodiado este mismo tipo de estúpidas películas americanas en No es otra estúpida película americana (Not Another Teen Movie, 2001). Hace 15 años corría hacia un aeropuerto en busca de su enamorada, todo en chiste. Hoy lo hace en serio. Lo poco que funciona de la película viene de sus protagonistas y a pesar del diálogo que les toca recitar, en la historia que les toca interpretar. A pesar de todo, Chris Evans y Michelle Monaghan tienen cierta chispa juntos. A pesar de todo, algunos chistes funcionan. Pero nada aquieta la sospecha de que a todo momento estamos viendo la fantasía pretenciosa e inelegante de los dos tipos que ni se molestaron en ponerle nombre a su protagonista.
Amor con muchas vueltas Chris Evans es Me, y Michelle Monaghan es her. Me es un guionista al que le han encargado una comedia romántica, pero que no cree en el amor, y en casi ninguna de las emociones de las que tanto hablan esas películas. Sin enamorarse nunca y yendo de chica en chica, alguna vez le tenía que tocar y una noche conoce a her. La fórmula es clásica, un hombre ganador y buen mozo que no cree en el amor, cae finalmente enamorado de una mujer encantadora, se hacen amigos, comparten el mismo humor, les gustan las mismas cosas, todo parece perfecto, pero... ella está comprometida. El problema es que este guionista frío y descreído encuentra alguien igual que él, una chica cínica, irónica con un gran sentido práctico, que no cree en el amor y piensa casarse con su novio solo porque le ofrece una relación sólida y es un hombre confiable. Decepcionado, Me trata de olvidarse de Her, recorriendo bares y charlando con amigos, planteando extrañas teorías sobre el amor y el desamor. Me le habla a la cámara, cuenta su historia, y se imagina a sí mismo en diferentes y disparatadas situaciones. Esos momentos de surrealismo son lo mejor de la película -que a través de una creativa edición combina el relato lineal con los sueños del protagonista-; al volver a la realidad, la historia es solo otra comedia romántica más, y no de las mejores. Chris Evans tiene todo lo necesario para entretener durante casi dos horas, al igual que su heterogéneo grupo de amigos entre los que se destacan Topher Grace y Aubrey Plaza, no sucede lo mismo con Michelle Monaghan, quien por momentos aburre y parece no tener nada interesante para aportar. El filme tiene buenos momentos, buenas ideas que rozan el humor absurdo, pero que luego se pierden en un guión demasiado típico, prefabricado, y como es de esperarse, con un final predecible.
Una simpática comedia sobre dos descreídos de los lugares comunes del romance. Uno, obligado a escribir sobre el tema; la otra, a punto de casarse con el hombre conveniente. La primera parte es la más lograda y punzante. La segunda, cuando el atractivo entre los protagonistas es innegable, resulta melosa. Bien Chris Evans y Michelle Monagham. Entretiene.
Sin miedo a sonar como una fan, debo admitir que hace mucho tiempo pienso que Chris Evans se merecía una chance de mostrar sus dotes de galán no sólo por lo que la naturaleza le ha dado, sino también porque tiene un carisma muy difícil de encontrar. Ya lo hemos visto como el héroe fuera de su tiempo, como el side kick kamizake y divertido en “The Loosers” y como el chico de puro músculo y poco cerebro en “Celular”. Era cuestión de tiempo que alguien se fijara que también podía usar todo ese encanto para dar vida a uno de los personajes menos queribles, pero que en sus manos es la bomba. Playing it cool es la historia de un guionista que tiene que escribir una comedia romántica pero no cree en el amor ni ha tenido una relación duradera con nadie porque se considera incapacitado para querer. Para poder escribir, de hecho, se apropia de las historias de otros y se ve a sí mismo como el protagonista pero con un costado cínico (que lo personifican de una forma irresistible para cualquier cinéfilo). Todo esto cambia, claro, cuando conoce a una chica que no está disponible pero que no puede evitar sentirse atraído. Como es una película que ironiza a los clichés, el director Justin Reardon en su primer largometraje toma las riendas y se apropia de todos sin ningún tipo de problemas y los va a hacer funcionar. Con el sentido del humor que merece y todos los recursos estéticos que se imaginen, pasaremos de la animación, de la estética de época combinada con elementos mágicos, por el cambio de coloración de un personaje y un uso inmejorable de la música que hacen de esta comedia menor, una excelente opción. El guión, con toda la simpleza y la comicidad que piden sus autores Paul Vicknair (27 bodas) y Chris Shafer quienes también hicieron el libro de “Before we go” la cual también se estrenará este año con Chris Evans y que lo tiene a él como director, habla de la química con el talento y de un papel a medida. Lo que más me gusta de esto es que no pierde el romanticismo pero son historias chiquitas, cercanas, con los elementos que necesitamos como la banda de amigos descastados de él, la inexistencia de entorno para ella (que sólo vino al mundo para enloquecerlo a él), un pasado trágico que los une y hermosas ciudades para terminar de cerrar el trato perfecto. Es de esas películas que no van a pasar a la historia, pero que cada vez que las enganches en cable o el día que lleguen a Netflix, sí o sí tendrá tu tiempo.
Comedias románticas las hay por montones. Incluso hay una (de tantas) forma de separarlas: por un lado, las que apuestan a los elementos básicos ya que así tienen asegurado al menos al espectador asiduo a ese género, y por el otro, los que intentan hacer algo nuevo con él, algo diferente. Pero escapar de las reglas que un género tiene tan impuestas siempre es un riesgo, porque se puede caer sin pretenderlo en algunas de ellas (porque al fin y al cabo para jugar hay reglas) o convertirse en otra cosa, separarse del género por no ofrecer todo lo que una película perteneciente a tal debería ofrecer. El problema principal con Amigos con derecho a roce, es que queda a mitad de camino. No es una cosa, pero tampoco la otra. Para ser una comedia, la película es apenas graciosa. Y es que, tal como su propio protagonista, un guionista que quiere escribir películas de acción pero lo contratan sólo para escribir una comedia romántica sin que él siquiera sepa aún lo que es el amor, a lo que apela (o eso pretende) el film es a escapar a la magia que ciertas películas tienen, a ese modo de mostrarnos de una manera irreal el amor. Esto para retratarnos una historia más real. Entonces desde el vamos el relato se percibe agridulce. Chris Evans interpreta a un protagonista roto, a un hombre que fue abandonado por su madre de muy pequeño y que nunca pudo enamorarse, que tiene sexo sólo por tener un sexo que no le hace sentir nada. Michelle Monaghan es la mujer de la que rápidamente se enamora, con quien roza manos e inmediatamente siente, y nosotros vemos, electricidad. El film cuenta con recursos interesantes e imaginativos como ese. Por ejemplo, el corazón de Chris Evans es retratado como él mismo, vestido en un traje que lo hace parecer salido de un bar hace unas décadas, fumando, ahogándose en la pileta, o lo que sienta él que su corazón vive en ese momento. La historia entre la pareja protagonista no puede evitar caer en clichés. Él se presenta ante ella sin quererlo como algo que no es en absoluto, y luego siempre teme decirle la verdad, pero a medida que el tiempo sigue pasando, la mentira, la traición, se torna peor. Por el otro, ella está de novia, supone que en algún momento va a casarse con él, y no pretende dejar esa parte de la vida que tiene armada así porque sí. Si la premisa de la película tiene que ver con la amistad entre el hombre y la mujer, allí radica otro problema. Es cierto que textualmente los personajes dan su parecer (el protagonista se rodea de unos amigos que terminan siendo personajes coloridos e interesantes), y que la misma pareja decide jugar a ser amigos, pero esta temática nunca está del todo desarrollada. Incluso esa “amistad con derecho a roce” a la que alude el título traducido no dura más que una noche. Quizás otro problema sea que el film está vendido como algo que no es. Quizás alguien vea el cartel, el título y pretenda ver otra película al estilo de las protagonizadas el mismo año por Mila Kunis y Justin Timberlake por un lado y Natalie Portman y Ashton Kutcher por el otro. No, “Amigos con derecho a roce” no se parece a esas películas. Es apenas divertida, por momentos ingeniosa, pero fallida cuando más novedosa quiere ser. Quiere demasiado escapar a ciertas convenciones y al final cae en todas y cada una de ellas. Se podría hablar de otros problemas, como el excesivo uso de la voz en off, o un protagonista al que nunca terminamos de entender, pero a la larga, “Amigos con derecho a roce” es una película interesante, no tan original como quiere serlo ni tan divertida ni tan romántica. Pero la salvan que los dos protagonistas irradian un encanto natural, y que los personajes secundarios (Topher Grace, Aubrey Plaza, Luke Wilson, entre otros) aportan un poco más de vida al relato, y que a nivel estético tiene juegos interesantes, como las situaciones y el modo en que se las imagina su protagonista.
Un paso en falso en la autoparodia Tanto se han explorado (y explotado) las fórmulas de la comedia romántica que a esta altura a los guionistas de Hollywood sólo les queda dar una vuelta de tuerca más y jugar con (y reírse de) los clichés del género. Eso es lo que propone e intenta esta ópera prima de Justin Reardon coescrita por los también inexpertos Chris Shafer y Paul Vicknair. El problema es que el juego autoparódico e irónico no funciona nunca y, por lo tanto, Con derecho a roce resulta aún más ridícula y menos eficaz que el exponente más elemental de la comedia romántica que pueda imaginarse. Un film de estas características ya arranca mal cuando todos los personajes tienen nombre menos los dos protagonistas: Chris Evans y Michelle Monaghan. Él es un guionista al que su agente le encarga escribir de apuro una comedia romántica. El problema es que el galán -habituado al sexo fácil y los encuentros efímeros- nunca ha estado enamorado y no sabe ni por dónde empezar. Pero un día conoce a "Ella" en un evento benéfico y, claro, quedará fascinado por su belleza e ingenio. Pero la muchacha está a punto de casarse y en principio deciden ser sólo amigos. No tiene sentido continuar con la descripción porque el lector podrá completar por sí solo la sinopsis y no errará ninguno de los conflictos, uno más obvio y trillado que el otro. El film intenta ser algo más moderno e ingenioso mediante algunos inserts absurdos y el uso permanente de la voz en off del Capitán América, que funciona como contrapeso cínico, como pensamiento defensivo ante las desventuras y enredos que sufre el protagonista. Evans, puro entusiasmo y simpatía, es lo mejor (o menos peor) del film, mientras que una notable actriz como Monaghan sigue en caída libre con unos últimos proyectos (Lo mejor de mí, Pixeles y éste) que jamás están al servicio (ni a la altura) de sus múltiples matices. Hay escenas en un bar -a la Cuando Harry conoció a Sally-, hay un cuarteto de amigos de él (Topher Grace, Aubrey Plaza, Luke Wilson y Martin Starr) tan patéticos como supuestamente graciosos, pero ni esos ni otros elementos de sitcom ni la química romántica funcionan mínimamente en un film tan esquemático y estructurado, tan poco fluido y gracioso, que lleva a preguntarse qué pudo haber pasado en el seno de una industria tan capacitada y profesional a la hora de concebir este tipo de productos como la de Hollywood.
Un amor que saca chispa Eso que llaman química se da entre Chris Evans ("Capitán América") y Michelle Monaghan (“True Detective”). Para el amor se necesitan dos. O al menos para que funcione. Los protagonistas de esta comedia romántica no tienen nombre, y no porque lo que les pase sea de otro mundo o fuera de lo común. Hay química (o electricidad, que es lo que “se ve” cuando se toman de las manos la primera vez que se ven) de inmediato, pero... Siempre que surge un pero, hay una comedia romántica. El título Con derecho a roce juega a imaginar que los personajes de Chris Evans (Capitán América) y Michelle Monaghan (Pixeles, True Detective) son amigos y uno no se anima a decirle al otro lo que siente. Y no es tan así, porque El está enamorado y si tarda en decírselo a Ella es porque tiene novio, y desde chico vive con el trauma de que su madre lo haya abandonado para irse a Chile (qué fue de la vida del padre, pregúntenle al guionista, o a Disney), y se ha convertido en un escéptico en esto de sentir amor. “El amor es como un barco rajado, que empieza a llenarse de agua, y si no lo reparan, empeora hasta que te hundes”, o “El amor es lo que sigue jodiéndote mucho después de que el sexo acabó” son dos frases que dan una idea de por dónde pasa el asunto en esta opera prima de Justin Reardon. El, que habla -literalmente- con su corazón, es un escritor al que le piden el guión de una comedia romántica, y como no tiene esas experiencias sale a buscarlas. Así conoce a Ella, y lo que vendrá después es mejor que lo averigüe el potencial espectador. Lo cierto es que la “electricidad” o buena química entre Evans y Monaghan es cierta, palpable en la pantalla, y tal vez descansar en el carisma de los intérpretes sólo no sea suficiente. Como guiño (o no), a Evans lo acompañan en el reparto Anthony Mackie, que como Falcon fue compañero de aventuras suyo en la última de Capitán América y en Avengers 2) e Ioann Gruffud, que era el Sr. Fantástico o Elástico en Los 4 Fantásticos de 2005, cuando Evans era Antorcha humana. Tal vez, para demostrar cómo se destaca en un género distinto al que le ha dado reconocimiento y, sobre todo, dólares.
Romance previsible, más destinado al zapping que al cine El guión de “Con derecho a roce” va acumulando todos los lugares comunes sobre las imposibilidades de la amistad entre el hombre y la mujer, derivando en la típica historia de amor con gags ya vistos. Chris Evans, más conocido como el Capitán América, protagoniza y también produce una comedia romántica que repite todo el ABC del género sin aportar un ápice de originalidad y haciendo que todo dependa de su carisma y el de la coprotagonista, Michelle Monaghan. Evan es un hombre que no puede involucrarse sentimentalmente con el más mínimo nivel de compromiso, debido a un trauma infantil relacionado con su madre. En todo caso, como es escritor y debe escribir una historia de amor, tiene que arreglárselas de algún modo, y lo primero que se le ocurre es acudir a sus amistades para que le cuenten sus propias experiencias. Pero al mismo tiempo, el protagonista descubre a la que podría ser la mujer de su vida (por supuesto Monaghan), aunque el problema ahora es que la chica está a punto de casarse, por lo que la única opción posible es simular una amistad que obviamente pretende ser algo más. Así es como el guión va acumulando todos los lugares comunes sobre los conflictos e imposibilidades de la amistad entre el hombre y la mujer, derivando en la típica historia de amor con gags bastante familiares y ya vistos, y situaciones que deberían estar prohibidas a esta altura de las cosas, como la de la eterna boda interrumpida. El director debutante Justin Rerdon maneja el asunto con un ritmo atendible y poniendo el énfasis en la pareja central, que en realidad es el principal motivo para ver una película más apta para un zapping en la pantalla chica que para una sesión de cine.
Comedias románticas. Otro género que, como el horror, vive repitiéndose una y otra vez. Podrán cambiar las piezas, pero el corazón siempre es el mismo: chico conoce a chica, se enamoran, tienen muchos obstáculos en el camino, pero al final el amor prevalece. Es algo que podrán encontrar en Playing It Cool, pero lo único que tiene que hacer la película de Justin Reardon es saber aceptar los clichés y atenerse a ellos, sabiendo lo que hace y juzgando en la medida exacta para no ser una completa parodia. Y es así como tenemos a nuestro protagonista, el escritor sin nombre que protagoniza con mucho carisma y talento Chris Evans. Un hombre que no cree en el amor y, curiosamente, se le asigna la escritura de un guión romántico. Sin saber qué hacer -su experiencia en el ramo es pobrísima- se reduce a escuchar historias de la gente alrededor suyo, en particular su extravagante grupo de amigos escritores, hasta que una noche conoce a su musa inspiradora. Ella, en la piel de Michelle Monaghan, desarma con su sonrisa y pronto transforma al escéptico en firme creyente. Repito, no es una historia para volverse locos y creer en el amor de nuevo, pero el guión de Chris Shafer y Paul Vicknair se adapta y amolda lo suficiente para aprovechar la química de Evans y Monaghan y rodearlos de situaciones agradables, personajes secundarios que lo son aún mas y conflictos atractivos a la trama, sin desviarse mucho de su tema final. Hay referencias cinéfilas, bibliográficas y hasta cameos pequeños pero satisfactorios, todo un combo que termina por equilibrar la balanza en forma positiva. En el camino, hay hasta una escena bastante emotiva que puede agarrarlo a uno desprevenido -la explicación del bote, un momento sublime- así que van avisados. ¿Es predecible? Claro. ¿Es disfrutable? Bastante. Una cosa no quita la otra y Playing It Cool sabe cuáles son sus fuertes y sus desventajas. Una pequeña sorpresa, que muestra otro costado del héroe de acción que es por estos días Chris Capitán América Evans.
Cómo pifiarla 90 minutos seguidos Estrenada a fines de junio y con un paso injustamente discreto por la cartelera comercial, Escribiendo de amor mostraba a un guionista atrapado en un laberinto artístico y personal del que salía gracias al redescubrimiento de las bondades de la reciprocidad sentimental. La premisa era simplísima, más bien una excusa para desplegar sus cartas ganadoras: personas en lugar de personajes, secundarios justísimos, gracia, timing, inteligencia, sofisticación, reflexión sin caer en dramatismo ni muchos aspirar a la trascendencia. Todas cualidades que Con derecho a roce, comedia romántica centrada en los avatares emocionales de un guionista, retacea con alarmante perfección hasta convertirse en noventa minutos redondos de fallas, una tras otra. Que se extienden incluso al título de estreno local, que deforma cualquier sentido del original.Playing it Cool podría traducirse como “jugar callado”, y ésa es la estrategia adoptada por el protagonista para levantarse a la chica de turno, quien quiere –alega querer– cualquier cosa menos rozarse con él. El, vale aclararlo, no tiene nombre, pero sí una voz en off que machaca una y otra vez el “yo” para referirse a sí mismo, siempre con tonito canchero y suficiente. Esta falta de identidad es el primero de varios vacíos de una película que no hace otra cosa que mirarse su propio ombligo desde el evidente paralelismo entre el flirteo y las situaciones de la comedia romántica que él, como guionista, está escribiendo.¿Ejercicio metadiscursivo sobre los límites entre realidad y ficción, entre arte y locura, al estilo Charlie Kaufman? Ojalá. El guión de Chris Shafer y Paul Vicknair se contenta con proponer una serie de encuentros y desencuentros en bares, fiestas, playas, calles y restaurantes amplios y luminosos, dignos de afiche de agencia de turismo, siempre para decirse cosas que sólo para ellos parecen ocurrentes.Directo de un afiche también provienen la belleza inhumana de Michelle Monaghan, que sigue pifiándola feo con sus elecciones actorales, y el porte de galancete de Chris “Capitán América” Evans. La pareja será muy linda y dará bárbaro en cámara, pero para sostener solita una película le falta bastante.
Ella tenía novio Si la ópera prima de Justin Reardon se hubiese traducido localmente como “Ella tenía novio” en vez del fallido título “Con derecho a roce”, las distribuidoras hubieran evitado un sinsabor en el público para anticipar una caída, o mejor dicho, adelantar la crónica de una muerte anunciada. Como dice el refrán vernáculo “para bailar el tango, se necesitan dos”, y en el caso de esta aparente comedia romántica la primera falla es la elección de la pareja, pues entre Chris Evans y Michelle Monaghan siempre faltan cinco pal’ peso, tanto en los momentos de apacible enamoramiento no correspondido, por cierto, como en aquellos de crisis a partir del pequeño escollo que hace inviable la relación, porque ella tiene novio y además el proyecto de casarse con el susodicho, mientras el muchacho guionista en apuros cae en las redes de Cupido al tomar contacto con ella. El hecho que no conozcamos el nombre del protagonista no implica necesariamente la invitación a una lectura avezada de semejante guiño, no estamos frente a una comedia inteligente y ni siquiera con un planteo de crisis de identidad, a pesar del juego de roles en la cabeza del protagonista cada vez que piensa y se piensa en una situación. Gajes del oficio de escritor, la imaginación perenne y la chispa amorosa que motoriza la aventura del romance, solamente son elementos que sin cohesión alguna deambulan por las páginas de un guión de Chris Shafer y Paul Vicknair, quienes buscan -infructuosamente- el aspecto meta discursivo para anclarlo en una trama que pretende hablar de las comedias románticas bajo la plataforma de una comedia romántica. Ninguna de las ideas volcadas de manera apresurada y con desgano logra su efecto, así como tampoco la química entre la magnética Michelle Monaghan y el único de los Cuatro Fantásticos que era un quemo, antes del nuevo quemo Michael B. Jordan.
¿Para qué la autoconciencia? Películas que hablan sobre cine hay a montones, lo que suele variar es la distancia y la capacidad para la reflexión, esa diferencia que hay entre Scorsese y Kubrick. La comedia romántica, la comedia en general, y la comedia norteamericana sobre todo, suele reflexionar sobre sí ante nuestros ojos, acumulando film tras film que involucra entre sus temas al cine, es decir, cómo se hace, o cómo se actúa o cómo se costea. Pongamos como ejemplo una comedia romántica perfecta que se estrenó este año, Escribiendo de amor, de Mark Lawrence, y digamos que Con derecho a roce intenta a los tumbos y mal algo parecido. Chris Evans interpreta a un escritor de guiones cinematográficos con algunos problemas para relacionarse con las mujeres, y que tiene el encargo de escribir una comedia romántica. Conoce al personaje de Michelle Monaghan que, por supuesto, es perfecta para él pero está en una relación estable. Desde el comienzo y rápidamente se nos presenta con buena dinámica el universo que compone la vida del personaje de Evans (cuyo nombre desconocemos), con unas cuantas referencias y chistes logrados. Los conflictos son evidentes y gruesos, aunque eso no es a priori un problema. Sin embargo, lamentablemente Con derecho a roce es previsible y encima consciente de su previsibilidad por lo que cierto tedio es inevitable a pesar de su corta duración. El director Justin Reardon no termina nunca de encontrar una base sólida para su película, contada siempre desde el punto de vista del personaje de Evans, presentando una serie de situaciones que de alguna manera se repiten y van componiendo una historia a retazos. Es decir, veremos a Evans con su mejor amigo, con su grupo de amigos, con la chica que le gusta, con la chica con la que se acuesta, con su abuelo. Reardon también utiliza animación y hasta stop-motion para ficcionalizar las historias que refieren los amigos del protagonista que, por otro lado, siempre se imagina siendo parte de esas narraciones. El resultado es un pastiche no del todo claro y un tanto superficial, que además se apoya demasiado en el carisma de Evans y en la química que este tiene con Monaghan. Entonces para ser una película que trata sobre la vida amorosa de un escritor de películas, Con derecho a roce se queda corta en cuanto a lo que tiene para decir sobre esos temas. Básicamente se habla del clisé del romance como algo inevitable, y acumula algunas sabidurías sobre el amor monógamo occidental: hay que pelear por el amor verdadero, no hay que tener miedo a las relaciones serias, casarse implica una decisión de trascendencia cósmica, todos tenemos nuestra media naranja. Es decir, es extraño que se nos muestre cierta autoconciencia cínica al principio, en contraste con una visión más naif pero también más conservadora, y que el movimiento final de la película no sea exponer, al menos superficialmente, los grises entre estas dos posiciones, sino más bien tomar partido por la segunda opción. Esto termina convirtiendo una película de arranque interesante y con algunos momentos buenos, en una peliculita babosa parecida a esas que interpreta Katherine Heigl.
Promesas imposibles Las comedias románticas son lo que quisiéramos que fuese real”. Y esa es la premisa que le da vida a “Con derecho a roce”, la ópera prima de Justin Reardon, que no suma ni resta a las decenas de películas que ya abordaron el tema de la amistad, el amor y el sexo entre el hombre y la mujer como “Amigos con beneficios” y “Amigos con derechos” (ambas de 2011). El debate de si es posible o no la amistad entre el hombre y la mujer es infinito y los argumentos pueden ser tan teóricos como delirantes. Por eso resulta interesante el abordaje del director, que plantea la historia de un escritor (el ex Capitán América, Chris Evans) que se enamora de una chica comprometida (Michelle Monaghan). Y a partir de esta situación tan común como conflictiva, el grupo de amigos del protagonista, un tanto freakes y descreídos del amor, intentarán aconsejarlo desde sus experiencias personales e historias fantásticas. Así, entre momentos cliché (ambos se prometen que será sólo una amistad y terminan teniendo sexo), frases hechas (“tienes que decirle que la amas y todo cambiará”) y algunas escenas un tanto conmovedoras, esta comedia rodada en San Francisco cumple con lo que propone: 90 minutos de entretenimiento puro y duro. Una película ideal para ver con un amigo/a que quieras enamorar.
Lo que tiene este film escrito y protagonizado por Chris Evans es que es simpático. Para ser la historia de alguien que se enamora de una chica comprometida de quien se hace amigo, no está del todo mal, aunque tampoco hay demasiada profundidad a la hora de hablar de las relaciones. Los actores están todos bien y es una diversión (un poco nerd) ver tantos superhéroes -y algún villano. Marvel haciendo de gente común.
Una comedia parecida a tantas La nueva comedia romántica con Chris Evans, el actor de Capitán América, no innova en el género ni en el argumento. Un escritor tiene que escribir el guion de una comedia romántica para Hollywood, pero no tiene ninguna inspiración porque, de verdad, no sabe qué es el amor. Nunca lo supo, por viejos traumas de la infancia que a sus treintipico afloran, entre la culpa y el desencanto. A los guionistas de Con derecho a roce (adaptación del título que tiene poco que ver con la historia... y con el título original) les pasó lo mismo: perdieron la inspiración y se cayeron en una pileta llena de ideas comunes con la excusa de una pretenciosa autoparodia al género. En esa pileta, nada. Los tópicos del género –y del subgénero de películas sobre la difusa línea entre la amistad del hombre y la mujer–; las caras conocidas necesarias (Chris Evans, Michelle Monaghan); los amigos compinches; los enredos entre mentiras piadosas hechas por esa cosita loca llamada amor y dudas existenciales; etcétera. La calificación podría subir por algunos recursos estéticos que mezclan momentos de animación y flashbacks con gracia, pero la liviandad de un argumento que parece copia de mil películas previas, le baja todos los puntos posibles.
Puede ser tramposa la pregunta pero vale para el análisis. ¿Aplican para una comedia romántica conceptos como "llena de clichés" o "lugares comunes" a la hora de calificarla? Si la fórmula que va a buscar el público es justamente esa, ¿se transformarían en adjetivaciones positivas? Chico conoce a chica; se gustan, pero pertenecen a estratos, ideologías, sociedades distintas. Se juntan, se besan, luego él, o ella, o ambos, se mandan una macana; se separan, se perdonan,y se besan al final. La estructura es la misma con lo cual las grandes variantes están dadas fundamentalmente por dos factores: la química del elenco (con preponderancia en la pareja protagonista), y el ritmo narrativo otorgado por la compaginación. Cómo será de fiel a la fórmula éste estreno que ni nombres tienen los personajes: son Él y Ella. Ni en una farmacia se consigue algo tan genérico. Obviamente todo esto se cumple correctamente en “Con derecho a roce”. Él (Chris Evans) busca escribir un guión para una de acción, pero su agente le pide primero que haga una romántica para cobrar notoriedad y luego sí, que escriba lo que se le ocurra. El problema es que Me descree completamente del romance hasta que conoce a Her (preciosa y fresca Michelle Monahan) quien, por supuesto, le mueve la estantería pese a su vehemencia para negarlo. Las variables son pocas y de hecho no hay sub tramas que condimenten la historia. Como no hace falta decir cómo sigue, ni mucho menos cómo termina; es bueno aclarar lo efectivo de la química de ésta dupla actoral y las solventes actuaciones del resto. El director logra esquivar un par de momentos en donde el verosímil se pone en riesgo, y así logra llevar a “Con derecho a roce” al terreno de lo aceptable. No va a ser un clásico, pero pondrá una buena sonrisa para los que se dejen llevar por la propuesta que, en definitiva, es lo que se va buscar.
Para quien quiera creer en el amor Con un elenco de estrellas, otra historia sobre los descreídos que terminan flechados por Cupido. En enero de 2011, Natalie Portman y Ashton Kutcher estrenaron Amigos con derecho (No strings attached), de Ivan Reitman; mientras que Mila Kunis y Justin Timberlake hicieron lo propio pocos meses después en Amigos con beneficios (Friends with Benefits), de Will Gluck. Fueron dos versiones de la misma historia -una mujer y un hombre, amigos de antaño o eventuales-, que terminan enamorándose a pesar de las circunstancias personales, históricas y/o psicológicas que, en teoría, impedían una relación sentimental. Sobre bases similares, Con derecho a roce, que se estrenó el año pasado y recién ahora llega nuestros cines, pone a Michelle Monaghan y Chris Evans dirigidos por el debutante Justin Reardon, una película para románticos incurables, porque no tiene mucho nuevo que aportar. Ella está en pareja. No se la ve enamorada, ni siquiera, divertida con su pareja, aunque está convencida de la conveniencia de la estabilidad de la relación, mientras despunta su espíritu "aventurero" con sus amistades. Él pasa y sigue de largo de todo compromiso. Traumas de infancia que le impiden concretar un vínculo sentimental y está seguro de que 99 de 100 parejas fallan. Pero este muchacho, guionista de cine, tiene por delante el desafío de escribir una comedia romántica. En el camino, se cruza con ella, y allí van, replanteándose amor y amistad y haciendo cómplice a amigos -casi todos intérpretes de superhéroes de Marvel- y espectadores.
Cuando se habla de comedias románticas, muchos pueden nombrar una lista interminable de títulos que hayan disfrutado, pero a medida que pasan los años, la originalidad se puede perder y se termina cayendo en el cliché absoluto. Aunque es imposible pedirle a una película de este género que no caiga este tipo cliché, “Con derecho a roce” abraza esa posibilidad y se ríe constantemente de eso. Haciendo un film gracioso, que cumple con todo lo que promete, que te pone en situaciones reales, con charlas que podrían ser tuyas con tus amigos y las buenas actuaciones por parte de todo el grupo de actores hacen que todo parezca muy natural y original. La película está dirigida por Justin Reardon y escrita por Chris Shafer y Paul Vicknair. Los guionistas trabajaron con Chris Evans en “Before we go” (2014) y se nota que lo conocen bien, porque aprovechan todas las situaciones para dejarlo bien parado.
Falsa crítica de una comedia romántica tipo "Playing it cool" es una comedia romántica de la que puedo rescatar el recurso de parodiar la esencia cursi de las comedias románticas y algún que otro momento gracioso. Por lo demás, es una comedia romántica más, con varios clichés y recursos flojos que no aportan nada nuevo o valioso al género. Es una contradicción, porque lo que por momentos critican lo hacen ellos mismos a los pocos minutos. No se decidieron por ser totalmente críticos o hacer una comedia de manual. La sinopsis sigue de la siguiente manera: Chico fachero con corazón de hielo conoce a chica linda que se lo derrite, pero resulta ser que la chica está comprometida con otro tipo, lo que deriva en que empiecen un peligroso juego de amantes en el que supuestamente la regla es no enamorarse. Uno de los dos se enamora, todo se complica y deben decidir si se la juegan y tiran todas sus estructuras abajo o si van a ser infelices para toda la vida con otras personas. Lo que sigue ya lo conocemos a la perfección. La pareja protagónica está interpretada por el Capi América, Chris Evans, y esa actriz secundaria que aún no puede alcanzar ese status de protagonista principal que necesita una película de este tipo, Michelle Monaghan. Ambos están bien y tienen química, pero esto queda sepultado bajo la falsa crítica del guión que termina copiando a las películas más clichés del género. No hay sorpresa, no hay un camino distinto del que ya sabemos que va a tomar el relato, no hay originalidad en la forma en que se resuelve el conflicto. Es lo mismo de siempre. Acompaña un elenco de actores medianamente conocidos entre los que encontramos nombres como Topher Grace, Anthony Mackie, Luke Wilson e Ioan Gruffudd (más secundario que nunca). Ninguno desentona pero tampoco se destaca. Sus roles son meros "buddies" puestos para llenar el guión y ver si se pueden atraer más espectadores a las salas. Un film menor del cual en un par de meses no recordaremos ni que existe. Es uno de esos productos genéricos que salen todos los años para generar unos dólares y probablemente cumplir con compromisos de estudio. No recomendable.