Leo no está pasando por su mejor momento. Su novia lo abandona, obligándolo a buscar un departamento, aunque su trabajo como profesor de literatura no le provee el dinero necesario para hacerlo. Es así como su personalidad autodestructiva lo llevará a vagar las noches porteñas para lidiar con una realidad angustiante, que solo mejorará con la presencia de una alumna tan brillante como esperanzadora. Ignacio Sesma debutó con “Noche de Perros” en 2015, una comedia con tintes policiales. Pero su segundo largometraje, “Con este miedo al futuro” se aleja de este tono para otorgarnos un drama existencial, en el cual nos presenta a un protagonista difícil de tratar pero con el cual igualmente podemos empatizar por las distintas problemáticas que tiene que atravesar. En este sentido debemos destacar la labor de Facundo Cardosi, quien se pone el film al hombro (está presente en todo momento durante la hora y 10 que dura la obra) al retratar a este hombre autodestructivo, con formas ásperas de dirigirse a sus alumnos y a las personas que lo rodean. La historia no hace mucho foco en por qué el personaje es cómo es, aunque puede darnos a entender algunas situaciones sin mucha explicación de fondo. Una comodidad que se abandona para ahondar en la incertidumbre de la vida. De todas formas, la cinta no busca justificar al protagonista sino mostrar este clima desesperanzador en el que vive en el presente y lo que se viene para el futuro vacilante. Dentro del elenco también sobresale Ailín Salas, quien interpreta a la alumna de Leo y quien le trae un halo optimista a su situación. Las interacciones con la joven son los únicos momentos en los cuales el protagonista se permite analizar su escenario y abrirse a sus sentimientos. El dúo actoral genera una buena química en pantalla. Los aspectos técnicos se encuentran a la merced de la historia. Una fotografía oscura, una cámara en constante movimiento con planos cortos que permiten ver los gestos y sensaciones de los distintos personajes y una banda sonora que termina de generar este clima deseado. Si bien “Con miedo al futuro” presenta un ritmo intenso y denso por la temática que trata, ese sentimiento no se mantiene hacia el final del film, sino que nos quedamos con una sensación más tranquilizadora. Aunque una situación sea angustiante, dejemos la comodidad para embarcarnos en la incertidumble y se pueda caer en actitudes autodestructivas hay esperanza para un futuro mejor.
Con D de desencanto Un más que bienvenido viraje para Ignacio Sesma (Noche de perros) conocido hace unos años con su comedia bizarra donde también la noche era un marco propicio para los climas de la película. Su segundo opus se apoya en la idea de la transición de un personaje atrapado por la realidad y la asfixia cuando nada de lo que se propuso y propone le sale. La crisis existencial de este escritor que no escribe hace tiempo porque parece no tener nada que contar lo encuentra además en una ruptura con una pareja (María Canale), hastiada de su inercia y poco comprensiva con su procesión interna, mezcla de desencanto y un mecanismo de auto destrucción que no es más que un reflejo deformado de su mala racha. Mala racha que se acopia en las pequeñas situaciones que marcan su derrotero: da clases de literatura en la universidad a un grupo de alumnos, quienes al igual que él no escriben ni tampoco demuestran entusiasmo alguno en su clase; sin un lugar propio donde vivir porque el sueldo de suplente en la cátedra no alcanza ni siquiera para un alquiler y siempre bajo la mirada de un entorno que si bien no es hostil es un reflejo del espejo en el que menos le gusta mirarse. Hasta que aparece una alumna (Ailín Salas) y la promesa de que al final del túnel de autodestrucción algo de luz queda. Pero lo que queda es muy poco porque Con este miedo al futuro es un más que interesante retrato de una crisis existencial en la que Facundo Cardosi se lleva los laureles por la entrega a un personaje fronterizo, a veces parco, otras abatido y con enormes dosis de adrenalina a la hora de la auto destrucción que recuerdan a la película La noche, de Edgardo Castro, film que también tuvo su paso por el BAFICI como este segundo opus de Ignacio Sesma. Con D de drama intimista y también de desencanto.
A Leo (Facundo Cardosi), la suerte lo esquiva. O quizás sea él, que sin darse cuenta se ha conformado como un sujeto autodestructivo que repele asistencia y vínculos saludables. Se encuentra en el exacto momento de su vida en todo cruje, está en crisis con su pareja (separándose), con problemas económicos serios y sin lugar donde vivir. Para peor, desde esa visión, todo lo que ve se ve mal. El no puede darse cuenta que con su accionar establece lazos complejos con el mundo que lo rodea. Incómodos. Débiles. Está parado en el medio de un sismo y no logra reaccionar ante esa amenaza. Nacho Sesma vuelve luego de una interesante ópera prima ("Noche de perros") con un drama de esos que podemos definir como de búsqueda interna. Cavilaciones, diálogos internos, enojos, dolor, sensaciones que fluyen y generan altos y bajos emocionales capitalizados por la correcta actuación de Cardosi, quien pone lo mejor de sí para encarnar a este solitario hombre perdido. Sabemos que nadie salvará a Leo hasta que él mismo se de cuenta de cómo detener el espiral de descenso a los avernos que está transitando. El guión ofrece un recorrido no demasiado turbulento en cuanto a violencia, pero sí vehículo de incomodidad permanente para el espectador. Queremos que Leo entienda algo de lo que le pasa y que sea amable con la gente que trata de ayudarlo. Pero no nos escucha y sigue su camino, con el único faro que a veces ilumina la pantalla, la bella y amistosa alumna que lo necesita (Alilín Salas) y que puede darle, tal vez, el cobijo que él necesita. Sesma viene de traernos una comedia y vira hacia el drama melancólico y urbano del sujeto en crisis. De un hombre que llega a un nuevo punto de inflexión y se encuentra sin cartas para dar de nuevo y avanzar. De alguien que no sabe, donde está, pero puede percibir que no es donde quiere estar. En esa línea, la idea se cumple y el producto llega a buen puerto. Tiene lo que se necesita para ser una película honesta y directa. Modesta, pero aceptablemente construída y abierta a la emoción.
Caída libre Luego de Noche de perros (2015), una comedia con toques de policial clase “b”, Nacho Sesma da un giro de timón en su carrera y presenta Con este miedo al futuro (2018), un drama existencialista opuesto a su ópera prima en cuanto a la forma, aunque en la temática se encuentren varios puntos de contacto. En la primera escena vemos a Leo (Facundo Cardosi) tomando cocaína antes de ingresar a dar una clase en la universidad. Es profesor de literatura y con esa presentación ya se se intuye que estamos ante un ser autodestructivo. Y sí, Leo no la está pasando muy bien. Su sueldo no le alcanza, su pareja lo ha abandonado, su metodología no se lleva muy bien con el alumnado y sus compañeros docentes presentan quejas de él. Sin lugar donde vivir termina refugiado en el quincho de una casona en venta de los padres de su mejor amigo (Martín Mir). Leo deambula por la noche porteña con sus males y peligros siempre al borde de una cornisa de la que parece a punto de caer. Sesma cambia de registro para abordar tópicos como la autodestrucción y la noche porteña con respecto al tratamiento hecho en Noche de perros. Si en su debut apostó a la comedia policial ahora se vuelca al drama intimista, visceral, con analogías a películas como La noche (2016) de Edgardo Castro, aunque sin tanta crudeza en lo que muestra y como elige mostrarlo. Pese al derrotero por el que atraviesa Leo, Con este miedo al futuro es esperanzadora. En la antítesis del personaje autodestructivo aparece una alumna (Ailín Salas) como la única luz en el interior de un laberinto sin salida. Sesma apuesta a un relato ambiguo, en donde no todo está dicho ni explicado, pero también a la sordidez a través de una puesta sucia, con cámara en mano y una fotografía lúgubre como el personaje central. Cuando todo parecía estar encaminado para un tipo de cine mucho más “amigable” y cercano al género, Sesma sorprende con una película menos condescendiente, oscura, cargada de densidad, que tanto desde lo formal como lo narrativo asume una serie de riesgos de los que logra salir airoso.
Con la angustia a cuestas Luego de la divertida Noche de perros llega el segundo largometraje del director Nacho Sesma, Con este miedo al futuro, una película que da un giro de 180° a su anterior trabajo y nos mete de lleno al género dramático. Aquí conocemos la historia de Leo, un profesor universitario que luego de una separación y algunos problemas financieros va por la vida sin motivación alguna y cargado de depresión. Hasta que un día conoce a una de las alumnas más interesantes de su clase y con el correr de su relación, ella le transportará un poco de la luz que le hacía falta en su vida. Lo más interesante y resaltable de esta película, es la narración y la química entre los actores. Desde que comienza hasta que termina, la vida de Leo (aunque sea muy insignificante y rutinaria) siempre logra mantener al espectador identificado en al menos una de las cosas que va viviendo el protagonista, ya que todos hemos pasado una situación similar. Y todo muy bien transitado con momentos de humor muy puntuales y naturales para nada forzados, que dieron forma a esta historia. Y lo que hace que la película sea bien vista finalmente es la química que Facundo Cardosi y Ailín Salas compartieron en pantalla. Cada escena donde sus personajes interactúan pareciera que no hubiese una cámara y que solo fuese una conversación entre amigos o algo más. Es un punto muy destacable del film ya que se basa en las relaciones humanas. Los momentos límites de bajeza, incertidumbre y desesperanza que transita Leo son muy bien trabajados por Cardosi, que con los planos cortos en su cara deja ver un gran trabajo actoral digno de seguir de cerca en futuros trabajos. Con este miedo al futuro es un drama muy bien logrado, con situaciones diversas bien transportadas a la pantalla y que te deja con un gran sabor de boca ya finalizada la película. Muy buen salto del director Nacho Sesma a un género del que sabemos no es habitué. Con este miedo al futuro es una película con una narración tan ligera y buena que sorprende.
Leo (Facundo Cardosi) es un escritor frustrado y docente de Literatura en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA que no está pasando precisamente por su mejor momento: a la crisis creativa le suma otra afectiva, ya que está en pleno proceso de divorcio con Agustina (María Canale) y debe encontrar dónde irse a vivir con sus magros ingresos. Lo que sigue, entonces, es una tercera crisis, ya más de corte existencial, de esas que tantos hombres sufren en la mediana edad tras unos cuantas frustraciones y fracasos. Cuando Leo se empieza a interesar por Jazmín (Ailín Salas), una muy joven y talentosa alumna de su curso, la película bordea el patetismo (también cuando muestra el “reviente” de cierta noche porteña y de nuestro anithéroe), pero el guionista y director Ignacio “Nacho” Sesma (el mismo de Noche de perros) saca a flote el relato con bastante encanto, humor y sensibilidad. Así, lo que pintaba para un regodeo en los más bajos instintos y miserias de un perdedor autodestructivo (en la segunda mitad se insinúa una tragedia pasada que justifica ciertas características suyas), termina siendo un relato bastante más amable y querible de lo que prometía con ciertos elementos propios de la comedia romántica más clásica. La película abusa por momentos de cierta “suciedad” con una permanente cámara en mano, que no siempre se traduce en tensión pero que de todas formas no llega a abrumar. Además, las impecables actuaciones de Cardosi como ese intelectual cínico e inmaduro y de Salas, en un personaje menos inocente que el de sus films previos, terminan convirtiendo a Con este miedo al futuro en una historia llevadera y disfrutable.
Profesor de Literatura, escritor frustrado y residual adolescente, Leo atraviesa una crisis profunda. Algunas de sus causas yacen en el relato, otras se extravían en un estado que, como la soledad, parece nacer de la existencia antes que de la coyuntura. La segunda película de Nacho Mesma alcanza sus mejores momentos en esa inmersión en la vida de su protagonista hasta la asfixia. Los planos cerrados y la cámara en permanente movimiento atrapan el encierro y la inestabilidad de Leo, que ningún mágico encuentro parece poder liberar. Si bien las insistentes escenas de autodestrucción pueden resultar artificiales y calculadas, la excelente interpretación de Facundo Cardosi hace creíble su periplo y consigue en los silencios compartidos con Ailín Salas los más interesantes hallazgos.
La soledad, el peor momento de un hombre, una separación anunciada, problemas económicos, discusiones con sus jefes, no tener donde vivir, quedarse temporariamente en un quincho que le facilita un amigo. Un punto de inflexión en la vida de un profesor universitario que descarga su malestar y pesimismo en sus alumnos, un escritor que no escribe, un hombre que se tienta con la salida fácil de la noche para llegar a un punto a su límite. El director y guionista Nacho Sesna cuenta con Facundo Cardossi como un buen intérprete de ese momento crucial en la vida de todo ser humano donde uno puede perderse o encontrar el rumbo. Ailín Salas aporta su magnetismo. Una historia con algunas reiteraciones, algunas exageraciones en el lenguaje pero muy honesta en su desarrollo. Una drama con buenos elementos para entretener.
Un puzzle psicológico Preso de una pulsión autodestructiva, emergente de una situación emocional complicada, el protagonista interpretado por Facundo Cardosi no se hace querer sino recién hacia el final. Segundo trabajo del director argentino Nacho Sesma, Con este miedo al futuro es una de esas películas narradas casi en primera persona en las que un ojo invisible y omnipresente acompaña al protagonista a sol y sombra, para contar en detalle los hechos que conforman su vida. Por eso no es extraño que la escena inicial sea nada menos que un primerísimo plano de la nuca de Leo, ese protagonista, rodeado de azulejos blancos. Leo duda si aspirar el montoncito de cocaína que se yergue en una de las esquinas de su tarjeta Sube, pero la vacilación dura solo un instante. En cuanto se agacha, decidido a meterse todo adentro, la escena funde a negro y aparece el título en letras blancas, con el sonido de la nariz de Leo como única banda sonora. El plano de la nuca hace temer una de esas películas en las que la cámara toma a los personajes siempre desde atrás, como si los persiguiera, un clásico del cine independiente argentino de hace unos años. En ellas los directores parecían esconderse de sus criaturas, como si en lugar de registrar una historia la estuvieran robando. No es por ahí por donde Sesma encara a Leo, a quien en lugar de espiar prefiere acompañar. Él es un profesor de literatura que toma merca en el baño de la universidad y fuma en el aula, aunque sabe que no debe. Conductas que no se vinculan con lo recreativo, sino con una pulsión autodestructiva, emergente de una situación emocional complicada. El tipo se acaba de separar y ahora duerme en un colchoncito en el piso del quincho de la casa que era de los padres de un amigo, quien le habilita el espacio hasta que la propiedad se venda. En el laburo no le va mejor y además empieza a coquetear con una alumna. Con este miedo al futuro presenta a Leo de forma cruda, apostando a que el espectador no se encariñe con él. Al principio el retrato destaca su carácter hostil y desconsiderado, mostrando un personaje desbordado por el enojo y propenso a los excesos. Pero a medida que avanza también va apareciendo de a gotas su dolor. Es evidente que hay un primer motor oculto que explica esa actitud agresiva frente a casi todo, pero el director (que también es guionista) acomoda los elementos del relato de tal forma que recién sobre el final aparecerá alguna respuesta. Como Sesma ha tomado la decisión ética de mantenerse junto a su protagonista (y no detrás de él), esa revelación adquiere la forma de una justificación. A través de ella parece querer forzar la empatía del espectador, quien hasta ahí había sido inducido a tomar distancia del protagonista. En consonancia con esa actitud compasiva, el final aflojará algunas tensiones, permitiéndole a Leo cierto alivio. En ese mismo sentido el título de la película puede resultar demasiado explicativo, como si se tratara del diagnóstico que un psicoanalista le da a su paciente al inicio de la sesión, sin esperar a conocer cuál es la historia que este tiene para contar. Un gesto tranquilizador.
“Con este miedo al futuro”, de Ignacio Sesma Por Gustavo Castagna Sin contemplaciones al bucear en la psiquis de un personaje autodestructivo, un profesor universitario de literatura (Leo) en crisis afectiva y profesional, la segunda película de Ignacio (Nacho) Sesma (opera prima: Noche de perros) no busca espectadores ansiosos por ver historias bonitas sino el devenir de un personaje límite, border, de escasa o nula empatía. Pues bien, el argumento no escamotea información: a Leo le va mal, está a punto de separarse, sus fosas nasales están en plena actividad, pide más horas de clase para poder ir a vivir solo, la relación con sus alumnos es ciclotímica (salvo con una joven, interpretada por Ailín Salas) y la noche y sus zonas oscuras están ahí, al alcance de un personaje poco enfático y al borde del precipicio. Nacho Sesma toma riesgos estéticos desde una cámara que persigue y acosa a sus criaturas de ficción (con especial énfasis en Leo), siguiéndolos de espaldas, o desde sus nucas, propiciando más de una referencia (acaso demodé a esta altura) con aquella poética inquietante del cine de los hermanos belgas Jean-Luc y Pierre Dardenne. En ese transcurrir vacilante del personaje central, con escasas alegrías y dudando del día de mañana, Con este miedo al futuro ofrece sus intenciones formales y temáticas. Acaso sin demasiadas originalidades desde la captación de un personaje abanderado de cierta postura nihilista frente al mundo y tal vez con una elección de puesta en escena a la que por momentos se la percibe asfixiada y solo eso debido al recurso de la cámara en mano y en permanente movimiento. Sin embargo, la película esquiva con elegancia el subrayado de textos y situaciones, acomodándose de la mejor manera en silencios, pausas, cruces de miradas y gestos mínimos. Dos ejemplos. Uno, cuando Leo (estupendo trabajo de Facundo Cardosi), en medio de la clase y tiza en mano escribe “Se van a morir” en el pizarrón. El otro: cuando visita a su ex mujer (María Canale) y de manera parsimoniosa las imágenes muestran una cuna de bebé y una tragedia que nunca se exterioriza, que el director controla con maestría, aferrándose a los rostros de los dos actores y a unas pocas líneas de dialogo, suficientes y necesarias para comprender una situación límite vivida en un pasado no tan lejano por esa pareja. Hermoso y triste momento donde allí sí la película golpea y bien desde la emoción pura. CON ESTE MIEDO AL FUTURO Con este miedo al futuro. Argentina, 2018. Dirección y guión: Ignacio Sesma. Fotografía: Manuel Bascoy. Dirección de arte: Lucía Lalor. Vestuario: Bernarda Crudo. Montaje: Mariano Blanco e Ignacio Sesma. Producción: Damián Moon e Ignacio Sesma. Con: Facundo Cardosi, Ailín Salas, María Canale. Duración: 78 minutos.
Un profesor de letras está pasando por una mala racha. Luego de publicar varios libros hace tiempo no escribe nada, se separó de su mujer pero duerme en el sofá de su casa, no tiene dinero, y se gasta todo en drogas. En clase no deja de humillar e insultar a sus estudiantes, y en un momento empieza una relación con la única de sus alumnas que demuestra algún interés en lo que enseña. La sólida actuación de Facundo Cardosi es uno de los puntos fuertes de una buena película en busca de un trípode. Dado que uno de los productores es la Universidad del Cine, alguien podría haber advertido al director que, a veces, es útil un trípode para evitar rodar una película cámara en mano. Y como es un drama intimista, el recurso a veces puede justificarse, pero llegado un punto se vuelve cansador; por ejemplo, en una escena de sexo y drogas en el baño de una discoteca las imágenes movedizas sólo llaman la atención sobre la presencia de un cameraman (que por lo menos es muy profesional, por lo cual solo de vez en cuando se le va el foco). Como la historia está bien contada y los diálogos son ágiles y creíbles, el resultado es interesante.
SOY ESE QUE NO VES Trabajar la impotencia y el miedo a lo que está por venir puede ser todo un desafío. Con este miedo al futuro lleva adelante esta apuesta saliendo airoso, pero se enfrenta a momentos en los que pierde la atención. Leo es un profesor universitario que se encuentra en uno de los peores momentos de su vida. Está separándose, no tiene dónde ir a vivir y su sueldo no le permite hacer grandes maniobras. Por suerte, cuenta con amigos que lo ayudan a pasar esas circunstancias. Este film trabaja sobre las apariencias desde el personaje y desde la historia. Los estudiantes ven a un hombre que los incita a escribir, que los reta cuando no están en sintonía con la materia y que les dice que hay que aprovechar la vida; sin embargo, él está inmovilizado. En la noche se muestra igual que en su aula. En los boliches y para las “jodas” Leo se lleva el mundo por delante, como una persona bastante desagradable. Es recién en la intimidad cuando lo vemos caer. Son los ambientes despojados de objetos los que nos muestran la soledad que está pasando el protagonista. La oscuridad es otro de los elementos que se utiliza, casi siempre está en lugares cerrados y de luz tenue, en sintonía con la depresión que tiene Leo. Con esa actitud a la defensiva que tiene todo el tiempo el protagonista, parece que sólo un amigo muy íntimo y los espectadores somos los que vemos la profundidad de sus lamentos. Pero el film engaña en su apariencia porque no es hasta el final que llegamos a conocer un poco más a este personaje. Y es que, de esta manera, la película da a entender un dato que revela que como humanos somos más complejos que una simple sumatoria de condiciones básicas. Con ese miedo al futuro muestra no solo el proceso de dolor individual, sino también cómo Leo logra mantenerse a flote a fuerza de un entorno que lo ayuda, aun sin abrirse demasiado. Maneja el film, de esta manera, el plano social que funciona de red de contención. El tono lastimero y depresivo recorre la película para explorar el estado de Leo parece necesario para lo que se retrata, aunque también termina provocando escenas morosas y poco atractivas.
AGITAR LO INMUTABLE A Leo se lo ve sofocado, arrinconado entre los azulejos blancos del baño de la facultad en la que da Literatura y uno de los bordes con cocaína de la tarjeta SUBE. Duda, mira para ambos lados hasta que la pantalla se funde a negro, aparece el título del filme y, de fondo, se escucha la aspiración. Luego, toma un poco de agua de la canilla, borra todo posible rastro nasal y se toca el pelo, su gesto característico. La cámara acompaña el agobio situándose sobre la nuca, de espaldas o mediante el uso de planos cerrados que realzan el halo autodestructivo que lo sigue de cerca por los pasillos, en la calle, en los espacios que habita y a través de actitudes que profundizan esa crisis interna. Esto se sostiene gracias a una construcción minuciosa de las huellas del pasado estático e inmutable del protagonista de Con este miedo al futuro como las escasas búsquedas de departamento para mudarse, el ambiente tenso en la convivencia con la ex –él durmiendo en el sillón o cada uno saliendo de noche por separado, por ejemplo–, el trato amistoso con la dealer, la “falta de inspiración” para escribir durante cinco años, las críticas hacia los alumnos en clase, las protestas de los colegas por el olor a cigarrillo en el aula o el uso diario de una campera. Un cóctel que alcanza distintos clímax sobre todo por las noches cuando fuma en el balcón, en la doble cita arreglada por la esposa de su mejor amigo, en los golpes de los patovicas o en un sexo anal urgente, frio, casi mecanizado e insatisfactorio para ambos. Además, Ignacio Sesma cuela detalles, actitudes y objetos para articular las marcas temporales porque todas son funcionales entre sí. Un presente encarnado en la personalidad espontánea, directa y descontractura de Jazmín, quien puede sonreírle como reflectando cierta luz, opinar sobre sus clases u ofrecerle su ayuda porque no tiene un mejor plan. Ella se convierte en una bocanada de aire fresco frente a lo invariable y a la falta de motivación, como el discurso –un tanto hipócrita– en el cual Leo busca movilizar a los estudiantes para hacer algo antes de que mueran y no permanezcan alienados. El reloj de pulsera también refuerza el ahora ya sea sobre la mesa de luz, entre sus manos o en la única escena donde se lo pone a la vista de los espectadores, como una manera de figurar ese transito cotidiano a veces tan efímero y poco disfrutado. El futuro se manifiesta hacia el final con el ordenamiento de cosas en el monoambiente, el objeto que lo perturba como nexo directo con esa angustia constante, la posibilidad de conseguir las horas de Literatura Latinoamericana –lo que más le gusta– en la universidad o las lecturas tanto del texto de Jazmín o de un fragmento de Jorge Luis Borges. Entonces, la suspensión en la que se encontraba Leo empieza a resquebrajarse para producir una toma de consciencia. ¿Es eso lo que quiere para sí mismo? ¿La falta de inspiración se convirtió en la nueva excusa para falta de tiempo? ¿Vale la pena el sexo apático? ¿En qué momento vivir de prestado se transformó en una regla en lugar de una opción de emergencia? Como si se tratara de una tregua, algunos de los planos y tomas del final son un poco más abiertos y claros, una oportunidad para recomponer los tres momentos temporales, aprender a lidiar con los demonios internos y proyectar hacia nuevos horizontes en búsqueda de las ganas de escribir y la motivación así como también para perder el miedo a la incertidumbre, al pasado, al riesgo y a la descreencia en uno mismo. Jazmín lo interpela con el trabajo práctico, donde la lectura de uno y otro se amalgama volviéndolos lo mismo. Porque su escritura despierta el interés aquietado en el interior del hombre y empieza a disolver la pesadez de un pasado eterno para empezar a prestarle atención a los instantes, a los matices del aquí y ahora: “Si hablamos de éxito, nos referimos al fracaso como la contraforma del podio y no como lo que realmente es: un peldaño roto entre otros tantos inmaculados. Cuando pensamos en el futuro nos remitimos al pasado tirando anclas en la gelatina que tenemos por presente hasta que la marea crece y el viento se hace insoportable. Amamos incondicionalmente y nos refugiamos en el infinito y, sin embargo, el tiempo se apodera de nosotros dejando sólo el rastro impregnado en la retina. Creemos ver con claridad cuando es el exceso de luz lo que está alimentando nuestro punto muerto. Ya resulta imposible navegar si es que el faro se ha quedado ciego y, desde entonces, nos tornamos retorcidamente simples y convencidos de que al tiempo se le dará por dejarnos beber su sangre devolviéndonos así el trozo de alma que nos ha arrancado. Pero ahora sólo este momento y nada más”. Por Brenda Caletti @117Brenn
Un profesor de literatura pasa una noche en el límite de la autodestrucción. Un cuento que mezcla la sordidez con cierta luz de un modo poco frecuente en el cine. Con una desprolijidad calculada –quizás ese sea su defecto– esta historia de un profesor de literatura que está al límite y pasa una noche en el límite de la autodestrucción es un cuento que mezcla la sordidez con cierta luz de un modo poco frecuente en el cine (no solo argentino, de paso). Más allá de la historia, o más bien de la situación de la que parte para narrar, hay una pregunta casi metafísica por el sentido y el tiempo que resulta estimulante.
El protagonista del relato está perdido, no sabe qué le depara el futuro y tiene miedo de enfrentarlo, mientras se agota su tiempo de encontrarse consigo mismo y de ser mejor persona. El director potencia ideas que ya estaban en su película predecesora (Noche de Perros) y vuelve a la noche para construir un relato sincero sobre los cambios y cómo nos afectan.
La historia gira en torno a un profesor universitario de literatura, quien está atravesando una profunda crisis no solo en lo emocional sino también económica. El personaje se encuentra interpretado por el actor Facundo Cardosi (“Noche de perros”), quien ofrece una buena actuación y le va dando buenos matices, giros y el espectador sensible va sintiendo su cansancio, su asfixia, la inestabilidad y como un hombre va perdiendo sus ilusiones. Acompañan a las distintas situaciones, otros personajes interpretados por María Canale como la ex esposa, Ailín Salas como Jazmín su nueva conquista, Martin Mir como su amigo Diego, entre otros. Además el film cuenta con una buena dirección y hay un plus porque protagonista y director ya se conocen de otros trabajos y no la hacen tan superficial, se consigue mayor atención a través del uso de la cámara en mano, nos introduce en la noche y como un hombre puede caer en su autodestrucción.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Con este miedo al futuro: El colapso de la mediana edad. Como una sesión de psicoanálisis, se arma la historia de Leo y su conjunción de crisis. “Con ese miedo al futuro” parece una película de típico cine independiente argentino donde la cámara persigue al protagonista por detrás, como hostigándolo, pero esa forma de espiar queda en la primer escena. La historia comienza con un primerísimo primer plano de la nuca de Leo en un baño de la facultad donde trabaja, dudando si meterse la cocaína que tiene sobre una tarjeta SUBE. Se acerca al montoncito blanco, la escena funde a negro y surge en blanco el título del film, con el ruido que hace Leo al aspirar, como banda sonora. Nacho Sesma presenta este drama profundo, oponiéndolo a su ópera prima “Noche de Perros”, una comedia/policial clase B. Leo (Facundo Cardosi), escritor frustrado, docente de Literatura y humano autodestructivo, no está pasando por su mejor momento: crisis creativa, divorcio en curso, no tiene dónde ir a vivir (va a dormir al quincho de la casa de los padres de un amigo), el sueldo no le alcanza, sus compañeros de trabajo se quejan de él. Todo se traduce en una crisis existencial que lo va a hacer caer a unos sitios recónditos del alma y de la noche porteña. Cardosi representa de manera creíble esa inestabilidad del personaje hostil que no genera empatía sino hasta el final. Durante casi toda la película, el espectador no quiere a Leo. Luego empieza a aparecer el dolor para justificar esa forma de ser y juega la condescendencia. Por su parte, Ailín Salas aparece como la antítesis de Leo, una alumna luminosa y fresca que, claramente, llamará la atención del protagonista, de distintas formas. Es una película que, a pesar de la densidad de lo narrativo, logra ser disfrutable. La constante cámara en mano y la oscura fotografía no llega a molestar. Con planos cerrados, todo el tiempo, se siente el aislamiento y el enojo de Leo, pero Sesma cuenta la historia con humor y sensibilidad, sin centrarla en las miserias de la autodestrucción. El relato llega a ser mucho más amable de lo que parece al comienzo.
Con este miedo al futuro es una de esas películas argentinas que se supone que además de drama, poseen humor, pero esa suposición parte de las sinopsis, los comentarios en las críticas y el deseo de que algo de lo que dicen los personajes le pueda parecer gracioso a alguien además de a ellos. En todo caso, lo cómico consiste en no lanzarse de lleno a las miserias de los personajes y tener algunos momentos de piedad. Leo, el protagonista, es un profesor de literatura en la Facultad de filosofía y letras, tiene una crisis en su postergada carrera de escritor, su divorcio que lo obliga a mudarse y dudas existenciales que lo llevan a ser por momentos agresivo, irrespetuoso y autodestructivo. La aparición de una alumna brillante que se interesa en él es la única esperanza que parece asomarse en el horizonte. La película, con su cámara en mano y su estilo despojado, cumple con el manual del cine independiente argentino. Los extensos diálogos acerca de dudas profundas y trivialidades no suman y solo consiguen alargar la extensión de una película que nunca justifica su condición de largometraje. Un diálogo sacado –posiblemente como cita- de Adaptation parece ser un ambiguo punto de partida para debatir acerca de si en la vida y en el cine, existen conflictos. En la vida, no hay duda, lo dice el personaje, en el cine depende del esfuerzo y la capacidad de los que lo hacen.
Nacho Sesma escribe y dirige un drama sobre un hombre de mediana edad en medio de una crisis consigo mismo. Facundo Cardosi interpreta a Leo, un escritor que ya no escribe y se gana la vida como profesor universitario. La película comienza con una imagen suya aspirando cocaína, como para entender el momento en el que se encuentra y sus tendencias autodestructivas. Acaba de separarse de su mujer (María Canale, en cartelera actualmente con Tampoco tan grandes) y mientras busca un departamento para vivir se queda en el quincho de la casa que un amigo está por vender. Es momentáneo, todo es momentáneo, todo esto pasará. Pero es un invierno frío y largo en Buenos Aires. En la escuela donde trabaja intenta conseguir más horas para juntar el dinero que necesita para mudarse. Más allá de una forma de ser y de tratar demasiado particular, tanto con sus alumnos como con sus superiores, los alumnos lo escuchan y el director le consigue las horas que buscaba. Es como que a pesar de ese mal momento que está viviendo, las cosas y personas a su alrededor siempre parecen estar dispuestos a ayudarlo en lo que pueden. Leo, sin embargo, se siente perdido, cae en drogas y relaciones vacías e intrascendentes. Una cita a ciegas organizada por su amigo le resulta insoportable y prefiere lo que la noche y su anonimato tienen para ofrecerle. Mientras tanto, una alumna suya (interpretada por Ailín Salas) lo escucha y comienza a acercarse cada vez más a él. En medio de ese espiral descendente y autodestructivo, ella empieza a añadir destellos de luz a su vida. A veces hay que tocar fondo para poder salir a flote. Leo, por momentos, parece encaminarse y después cae, cada vez más fuerte el golpe. Golpes que son buscados. Porque, en realidad, gran parte de la oscuridad que reside dentro de Leo deriva de traumas personales a los que el film alude recién al final y de una manera sutil y sin necesidad de explicarlos o subrayarlos. La cámara en mano le brinda una mayor intimidad a un relato al que, de todos modos, a veces le cuesta escaparse del cliché del hombre torturado y hastiado en medio de una crisis personal. Por momentos el film además respira mucha frescura y naturalidad, aunque otras situaciones se sienten un poco más forzadas.