The Propaganda Game La producción nacional de cine documental está en un continuo ascenso, aunque dicho aumento no necesariamente refleja una superación en las formas de abordarlo. A lo largo del año se ve una considerable cantidad de films correctos pero no mucho más que eso. Algo que tiene que ver con una clara ausencia de autores. Filmar un documental no es poner una cámara y reflejar la realidad. También es saber contar, construir un relato y darle un marco estético adecuado a la historia. Cuerpo de letra (2015) no solo cumple con estas tres condiciones mínimas sino que supera todo lo ya visto. El segundo trabajo del director de Hacerme feriante (2010), logrado retrato sobre la feria La Salada, ubica la acción en el conurbano bonaerense para adentrarse en el mundo de los grafitis, pero no en cualquier grafitero, sino en aquellos que realizan pintadas políticas. Deambulando entre la ficción y la realidad Julián D’Angiolillo conduce al espectador por un mundo desconocido dominado por la urgencia, el vértigo, la adrenalina, el dinero y la traición. El protagonista de esta historia es Eze, un muchacho que forma parte de una cuadrilla que se dedica a pintar paredes con grafitis políticos. Una práctica que en un comienzo fue ideológica y que con el correr de los años se convirtió en un eslabón más de la cadena publicitaria electoral. Eze es todo un experto en el tema. Sabe cómo tiene que ser la letra, cuál su tamaño, y que color utilizar para que se lea de manera rápida por el ocasional automovilista y cause el impacto deseado. Pero Eze también toca en una banda de cumbia y pone su voz en publicidades que se anuncian desde un avión. Como si fuera un thriller observacional, D’Angiolillo conduce al espectador por el mundo desconocido que rodea a una campaña electoral, no poniendo el foco en los políticos como la chilena Propaganda (Christopher Murray, 2014), ni en el aparato publicitario ni periodístico alejado de la cotidianidad sino en algo más tangible, aunque desconocido para la mayoría. Todos vemos paredes pintadas con el nombre de algún candidato, pero que hay detrás de eso lo desconocemos. Eso es lo que nos muestra Cuerpo de letra y lo hace de una manera notable. El trabajo de cámara, montaje, fotografía y sonido de Cuerpo de letra es de un rigor estilístico pocas veces visto en un cine que enfrenta cierto tipo pudor a la hora de bucear en la ambigüedad. D’Angiolillo no se encasilla en un género -tampoco parecen importarle- y eso vuelve a su película de una originalidad, frescura visual y solvencia narrativa a la que no estamos muy acostumbrados. Sin duda, un autor que sabe que quiere y como contarlo.
Valiosos retratos barriales La edición 2015 de la Competencia Argentina será recordada como la de los documentales, o al menos como el año en que gran parte de las películas toman como materia base lo real, aproximándose a ella de las formas más disímiles. Allí está, por ejemplo, Rosendo Ruiz partiendo del trabajo de un taller educativo en un colegio secundario para realizar Todo el tiempo del mundo y Daniel Rosenfeld poniendo en abismo el carácter verídico del particular buscador de OVNIS que protagoniza Al centro de la Tierra. Segundo largometraje de Julián D'Angiolillo después de la notable Hacerme feriante (BAFICI 2010), Cuerpo de letra filtra el mundo real a través de los mecanismos propios de la ficción, aprehendiendo como pocas películas nacionales recientes el espíritu de su tiempo. Porque, ¿qué son esos batallones que noche a noche inundan los murallones del conurbano con pintadas políticas sino uno de los tantos eslabones de la batalla discursiva y simbólica que atraviesa la Argentina? D’Angiolillo muestra un gran tacto para aproximarse a su materia prima evitando el carácter aleccionador, además de un oído siempre atento al léxico de sus protagonistas. En ese sentido, Cuerpo de letra se encuadra en una tradición neorrealista (¿ya podría hablarse de un Nuevo Nuevo Cine Argentino?) amalgamando lo político con lo social sin jamás enunciarlo, prestándose a un diálogo fluido y frontal con Mauro. Al igual que los falsificadores de billetes del film de Hernán Rosselli, Ezequiel, suerte de hilo conductor del relato, se mueve en los márgenes del sistema, casi siempre oculto por la velocidad de su trabajo: un poco de cal, un par trazos gruesos y otra vez a refugiarse en la camioneta. Dueño de una cámara cercana pero nunca asfixiante, D’Angiolillo apuesta, sobre la mitad del metraje, a complejizar a Ezequiel esfumándole su carácter robótico y develando sus anhelos artísticos y un particular oficio como asistente de un locutor de publicidades áreas que su jefe reproduce desde su avión. Publicidades que van desde carnicerías y demás comercios locales hasta, claro, propagandas políticas. Así, oscilando entre lo público y lo privado o, aún mejor, mostrando cómo lo primero condiciona lo segundo, Cuerpo de letra se convertirá más tarde en una película bélica, con pinceles y agua en lugar de balas y bayonetas.
La política en clave cubista Para mostrar el mundo de los grupos que hacen pintadas políticas, Julián d’Angiolillo acumula sucesivas capas de realidad, que al superponerse devienen en un objeto más extraño que la ficción. Finalmente logra una modesta y peculiar variante conurbana de La ley de la calle. El joven director Julián d’Angiolillo tiene solamente dos largometrajes en su filmografía, un número todavía modesto para intentar hacer un balance de su carrera como cineasta, que sin dudas recién empieza. Sin embargo, son suficientes para afirmar con seguridad que posee una sensibilidad poco frecuente, capaz de descubrir historias de potencial cinematográfico ahí donde el resto apenas si ve la superficie de lo cotidiano. Y una capacidad excepcional para encontrar el modo más apropiado de narrarlas. Su primer trabajo fue Hacerme feriante (2010), un documental heterodoxo en el que conseguía retratar con precisión el universo caótico de la feria de La Salada, pero sin dejar de atender sobre todo al factor humano y social que muchas veces queda oculto detrás de los fenómenos de semejante magnitud. Si su debut fue un aviso claro que sugería prestar atención a sus próximos pasos como director, Cuerpo de letra viene a duplicar con éxito la apuesta. Es como si los cinco años que separan a una película de la otra no sólo hubieran pulido las virtudes ya exhibidas, sino también afinado su percepción para ir un paso más allá. Para tomar a la realidad como materia prima, desmontarla y crear con las mismas piezas un revelador objeto nuevo.El estreno de Cuerpo de letra exactamente un mes antes de las elecciones presidenciales, que tendrán lugar a fines de octubre, es cuanto menos ubicuo. No sólo por el tema evidente que ocupa la superficie del relato, que se desarrolla en el submundo de las brigadas nocturnas que realizan las pintadas políticas en todas las paredes de la capital y el conurbano bonaerense, sino también por la forma estética y narrativa con que elige retratar ese universo. A tales fines, D’Angiolillo crea un espacio cinematográfico en el que nunca queda claro cuál es el límite que separa la realidad de la ficción y ese es un gran acierto. Como un Dante moderno, el director baja con su cámara a un mundo desconocido para el común de los espectadores y en lugar de revelarlo a través de un dispositivo claramente documental, va acumulando sucesivas capas de realidad, que al irse superponiendo devienen en un objeto más extraño que la ficción. El resultado ciertamente podría ser una nueva versión del infierno.La película empieza como un thriller de intrigas suburbanas, cuyos protagonistas son (o aparentan ser) descastados personajes nocturnos. Ahí un muchacho, típico exponente de la clase obrera del conurbano, rescata a su amigo Ezequiel que ha quedado tendido en el boulevard central que separa los carriles de lo que tal vez sea la General Paz. Dicha avenida será un espacio recurrente y vital para el relato, no sólo porque se convertirá en un territorio en disputa para las diferentes barras de pintadores, sino porque, como en pocas películas de la cinematografía argentina reciente, queda bien claro el lugar de frontera que su trazado representa. Mientras Ezequiel es llevado a la rastra por su amigo, un hombre con un tatuaje en la mano los observa desde un puente y los sigue, como si los estuviera controlando. Ezequiel se convertirá en el protagonista de Cuerpo de letra y será su ingreso a uno de los grupos que trabajan realizando pintadas políticas, lo que ponga en marcha el motor del relato. Su posterior paso a un grupo rival servirá para revelar una infrecuente versión de las películas de guerra de pandillas, una modesta y peculiar variante conurbana de La ley de la calle, que en su último tercio (rodado en la víspera de las elecciones parlamentarias de 2013) tendrá un extraordinario clímax.La noche también se presenta como un espacio límite. La vigilia va cediendo su lugar a un clima onírico que D’Angiolillo crea a partir de potentes montajes visuales, sin desatender jamás al poder de lo sonoro como herramienta de extrañamiento. Del mismo modo en que un grupo vandaliza el trabajo de sus rivales, deformando las letras de sus pintadas hasta volverlas ilegibles e interrumpir así la transmisión del mensaje ajeno, ese desmenuzamiento lisérgico de la realidad que el director propone está lejos de ser un mero recurso estético y también puede ser leído como una reveladora clave política. Así, Cuerpo de letra expone y retrata el mundo de la política casi de manera cubista, deshaciéndolo en sus partes esenciales, entre las que no necesariamente se cuentan ni la convicción ni las ideas. La última escena, con Ezequiel dentro del cuarto oscuro, ilustra perfectamente ese defasaje entre lo que se dice (o se pinta) y lo que se piensa (o se vota).
EL GRAFFITI QUE NO VARÍA Aún en la actualidad, persiste la creencia de un cierto halo cautivante del mundo de los graffitis sostenido tanto por las diversas estéticas como por lo prohibido, una atracción que, en ocasiones, roza el borde de lo legal. Estos rasgos se concentran en mayor medida si se trata de pintadas sobre propaganda política. ¿Cómo acceder a dichos protagonistas? ¿Hasta dónde se permite un registro? ¿Cuál es el límite del recorte? En Cuerpo de letra el director Julián D’Angiolillo intenta sumergirse en esos terrenos de disputa, de códigos y leyes propias, de la marginalidad. Si bien en un principio se podría considerar cierta semejanza con el falso documental Exit through the gift shop (2010) dirigido por Banksy, un reconocido artista callejero, pronto dicha conexión se evaporará. En ambos casos, se manifiesta una intención por conocer desde el interior el trabajo callejero y, por ende, a quienes lo realizan. También comparten ciertos rasgos de la técnica, pues las dos películas muestran, de distinta manera, el aprendizaje o la realización de graffitis. Ahora bien, ¿es arte realizar pintadas políticas? Y aquí cualquier similitud es pura coincidencia porque D’Angiolillo se corre de esa discusión. Su enfoque se asocia más a lo político y social que a lo artístico; una mirada que no termina de desarrollarse o de presentar cuál es su interés. A pesar de que el director mantiene un cierto tono acorde al material seleccionado, a los espacios y a los acercamientos de dichas realidades, no se producen ni ritmos ni quiebres durante el filme. Por el contrario, se torna una monotonía que sólo se interrumpe debido a los timbres de voz de un hombre que graba propagandas para radio con uno de los jóvenes de la banda y que luego pasará por un avión sobre La Plata. Esta chatura impide que se aprecie y destaque el gran trabajo de cámara de D’Angiolillo a través de los constantes cambios de ángulos, alturas y posiciones. Por ejemplo, en una escena donde la cámara vira de posición hasta mostrar que un joven está pintando uno de los costados de la autopista. De esta forma, se identifican dos composiciones opuestas: por un lado, el vértigo de la cámara y, por otro, la uniformidad de las bandas que se disputan la noche y las paredes. El director, entonces, queda atrapado entre esa dicotomía que, finalmente, lo devora sin más. Como la avioneta que da vueltas sobre los campos con sus avisos de campaña política o las últimas pintadas que cubren, de forma parcial, aquellas que supieron ser un éxito en otra circunstancia. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Al igual que Hacerme feriante, en Cuerpo de letra Julián D’Angiolillo retrata de manera cautivante un aceitado universo de transacciones espurias. En el submundo de las pintadas políticas, solo visible a través de las marcas que deja en forma de coloridos nombres de candidatos y de las firmas de sus autores, el director encuentra a unos personajes que habrán de atravesar distintos registros, desde el claramente ficcional del comienzo hasta el más documental de la última parte. La elección del lugar, el momento de pintar, la forma en que sobreviven los chicos, cómo es que se reparten las distintas zonas como si fueran territorios; la película descubre una realidad inédita con un complejo entramado de órdenes y jerarquías. Los grupos que pintan para candidatos enfrentados guerrean entre ellos por la conquista de los espacios, pero permanecen totalmente ajenos a la cosa política que publicitan sus aerosoles y pinceles. Durante los días previos a las últimas elecciones legislativas, esa tensión estalla y el mundo descubierto por Cuerpo de letra entra en una notable ebullición: la cena previa a las pintadas, la preparación de los colores, el viaje al sitio, el apuro por pintar antes que el otro, la amenaza constante que suponen los rivales; todo es velocidad y nervio, cine verdaderamente urgente que con su vitalidad pone en evidencia todo el cálculo y la falsedad de las películas que se proclaman a sí mismas como “sociales”.
El inquieto ojo del realizador de HACERME FERIANTE vuelve en este película, que cruza ficción con documental pero se vibra y siente como lo segundo más allá de que probablemente bordee lo que ahora se da por llamar “híbrido”. D’Angiolillo centra su historia en el universo de los grupos que hacen pintadas políticas en las avenidas, rutas y autopistas en los márgenes de la ciudad de Buenos Aires, poniendo el eje especialmente en las disputas barriales y locales de los distintos punteros y sectores políticos para los que los personajes trabajan. El filme coquetea con encontrar una estructura de ficción que sostenga el retrato pero pronto parece abandonarla para apostar por un formato más impresionista y documental, mostrando las actividades cotidianas y el peligroso trabajo nocturno de estos “fantasmas de la ruta” que actúan en las sombras, cuando todos duermen, y nos sorprenden cada mañana con la alteración muchas veces violenta del paisaje visual cotidiano. Si bien le falta algo de claridad y eje a los relatos del filme, es indudable que D’Angiolillo tiene un agudo y ajustado poder de observación, uno que tal vez esté necesitando la gran historia que lo haga finalmente explotar. El talento está ahí, a la vista y tan en evidencia como esos carteles que nos distraen en las rutas. (Crítica publicada durante BAFICI 2015)
“Ese” parece decir una voz, fuera de campo, mientras en cuadro los autos siguen pasando a toda velocidad, en un flujo modesto de madrugada, por la vía de una autopista. “¡Ese!”, ahora, más alta, en cuadro, la voz, sobreponiéndose al rumor de los motores, tiene un cuerpo y es el de un joven de unos treinta años, vestido con ropa deportiva, que llama sin desesperación aunque sí con algo de urgencia al tal Eze que yace ¿dormido? ¿desvanecido? en el cantero central que separa ambos corredores de la autopista. El joven observa por un momento hacia su izquierda y se aventura sobre el asfalto, sorteando el paso de los autos, para rescatar a su compañero. Más o menos precisa en los detalles, la descripción pretende dar cuenta de lo que sucede en una de las primeras escenas de Cuerpo de letra, y si fracasa es por la dificultad de traducir en palabras ese clima ominoso y enrarecido que compone el director como marco de acción de sus personajes en esta escena preliminar que oficia, a su vez, como botón de muestra de lo que será el resto del metraje. Estrenada en el último BAFICI, Cuerpo de letra, el opus dos de Julián D´Angiolillo, no puede dejar de sindicarse en la brecha abierta por el nuevo cine argentino, aunque más no sea por su decisión de trabajar sobre cierto recorte del universo de los marginados, uno de los campos temáticos dilectos de esta tradición. Sin embargo, quizá su más estrecha filiación convenga rastrearla en el antecedente más inmediato de Mauro, la ópera prima de Hernán Rosselli, vista en la edición 2014 del mismo festival. Ambas películas comparten un evidente desapego por ciertas formas codificadas de narrar la marginalidad (observacionismo moroso, tiempos muertos, esteticismo de la pobreza, etc.) y apuestan a un grado de desquicio del realismo tensándolo hasta un límite que no perturbe el entendimiento de la experiencia que se pretende transmitir. El alumbramiento de una nueva mancha temática solicita una forma original de abordarla, capaz de sobreexigirla en su material. Cuando esto sucede, el resultado suele dar grandes películas como Mauro o Cuerpo de letra. Así, Rosselli encara la historia de un falsificador de billetes con un montaje vertiginoso que enfatiza las elipsis eliminando todo tiempo muerto de sus personajes para transferir la experiencia de un fatigado hombre de clase media venida a menos que no puede darse el lujo de detener su cuerpo-maquinaria más que para cumplir con sus necesidades fisiológicas, fumar un pucho o echarse un polvo, ni mucho menos permitirse el gesto romántico de “largarlo todo y escapar a la naturaleza” (como le vimos hacer a varios personajes del NCA). Por su parte, D´Angiolillo encuentra a sus personajes en una experiencia similar a la que atraviesa el Mauro de Rosselli: la del ganapán, la del “ir tirando día a día”; aunque vale destacar que la trabaja con recursos más radicales. En Cuerpo de letra Ezequiel es un joven de unos treinta años que se gana la vida con todo tipo de trabajos, cuyo común denominador diríase que es la publicidad en un sentido amplio: pintar muros con propaganda política, pintar pasacalles con mensajes de ocasión (ya sea una declaración de amor, la publicidad de una gomería o el agradecimiento devoto a algún santo) y hasta oficiar de locutor de propagandas que luego una avioneta se encarga de desperdigar por el aire de la ciudad. D´Angiolillo parece componer la historia de su personaje replicando el método que éste utiliza para pintar los muros con propaganda política: sobre la pintada anterior, un blanqueo con cal y antes de que se seque ya se traza la nueva inscripción. Así, capa sobre capa, la trama va y viene en un contrapunto incesante que desdibuja las referencias temporales del día a día cronológico para componer un presente continuo que encuentra indiferentemente a Ezequiel en una u otra ocupación, pero que no impide que en cada resquicio del film se cuelen las marcas históricas de su tiempo. En Cuerpo de letra, su director echa mano a un repertorio muy libre de recursos: movimientos de cámara y encuadres algo heterodoxos, montaje por fundidos encadenados, un uso creativísimo del sonido (en algún tramo el del paso periódico de los autos parece querer remedar el del mar, en pleno centro neurálgico de una ciudad); todo ello en dosis contenidas siempre en función de la trama y sus personajes. Hay una genial panorámica de la autopista con las patrullas de pintores de muros en acción, en la que pertinentemente entra en cuadro la parte lindante de la ciudad, que se sostiene el tiempo suficiente para delatar la presencia perturbadora de esa ingeniería de hierros y hormigón hasta convertirla casi en una postal post-apocalíptica (¿una escena salida de la versión de El Eternauta que Martel no llegó a filmar? Podría ser). Por suerte, esta torsión del realismo que ensayan los directores de Mauro y de Cuerpo de letra no vira hacia la sordidez que en tantos otros films funciona como un gozoso punto de partida y de llegada, y, en cambio, prestan atención a aquellos momentos en que sus personajes desplazados hacia los márgenes por el sistema (más no expulsados, en la medida en que le son necesarios) tienen su momento de redención y no son sólo un cuerpo explotado al servicio de otros, sino individuos en pleno ejercicio de su vitalidad. Así, los personajes de Mauro, en una posible filiación arltiana, pueden pensarse como personajes de clase media en desgracia que, aun en su apocamiento existencial, conservan el deseo siempre renovado de dar el batacazo para “salir de pobres”: los billetes de Rosas son para Mauro lo que la rosa de cobre era para Erdosain. En Cuerpo de letra Ezequiel tiene como capital una técnica artística que, aunque esté al servicio de quienes le contratan, no le impide en cierto grado sentir como propio el fruto de su trabajo. El grupo de cumbia en el que es presentador y músico funciona también como un ambiente para la realización personal del personaje, al igual que las calles del barrio donde todos parecen conocerse, y en las que tiene lugar una de las últimas escenas de la película en la cual vemos a Ezequiel conducir su moto, acompañado por un amigo, mientras, con estilo chancero, va saludando a sus vecinos, hasta llegar a una escuela para votar. Quizá haya que pensar un buen rato para recordar una secuencia del cine nacional reciente que tenga la potencia de esta última de Cuerpo de letra. Aquí D´Angiolillo se gasta un atrevimiento final y en el más cívico de todos los días del calendario transgrede, mediante un subterfugio, esa decencia ciudadana que los candidatos suelen mentar ante cámara después de votar, para que un último ramalazo de vida vuelva a estallar sobre el final de su film acompañando a su personaje hasta el interior mismo del cuarto oscuro.
Candidatos pintados ¿Quiénes son los que están detrás de los grafittis y las pintadas políticas callejeras? ¿De quiénes son las voces que locutan publicidades desde las avionetas en el Conurbano? Cuerpo de letra pone en escena esas caras antes ocultas detrás de un trazo que anuncia "Massa 2015" en los paredones de la Panamericana o una voz que publicita desde las alturas las ofertas en los cortes de carne de un comercio. Pero eso es sólo una parte del asunto, porque el último largometraje de Julián D'Angiolillo no pone énfasis en narrar "las historias detrás" de aquello que conocemos, como estrategia de visibilización de lo invisible, sino que busca adentrarse en un mundo subterráneo, en una realidad velada. Porque si bien es cierto que la película sigue a un grupo de personajes -y a uno de ellos en particular-, el relato no se ocupa de esas subjetividades, sino del contexto en el que ellas se mueven. En plena oscuridad un grupo de muchachos bajan de una camioneta con tachos de pintura, cruzan la autopista esquivando autos, blanquean los muros con la propaganda política del candidato opuesto y acto seguido, brocha y linterna en mano escriben la leyenda indicada por el puntero al que responden. En Cuerpo de letra la imagen simula una distancia descriptiva y el espacio casi siempre es el público -un espacio de disputa, de enfrentamiento por "copar" la calle, por "ganar" los muros mejor "cotizados"-. El tiempo es el de la noche, esa nocturnidad que mejor propicia lo clandestino. La pintura es una de las disciplinas en las que incurre D'Angiolillo como artista plástico. Pintar, o más exactamente dibujar, ya sea a través de la técnica de la tinta sobre papel o la intervención de fotografías, es una actividad artística, sin fines prácticos. Pintar para los chicos del comando en cuestión tiene la finalidad concreta, última, de convencer al electorado de conseguir los votos, de instalar en el espacio público al candidato que les paga. Por eso es que pintar no es lo mismo que pintar, aunque en ambos casos se coloquen firmas de autor y se trate, después de todo, de distintas formas de trabajo, condición que los iguala. La película de D'Angolillo "pinta" o pone una lupa sobre las formas de funcionar de este submundo, en el que los pintores hacen lo que deben para ganarse el pan y a la hora de las urnas, en el cuarto oscuro, toman sus propias decisiones.
Más extraño que la ficción La capacidad de observación que había demostrado Julián d´Angiolillo en Hacerme feriante regresa con creces en este nuevo documental. Su ojo/cámara sigue la ilusión del Aleph de Borges, esto es, tener un conocimiento absoluto del universo que retrata. Diversas posiciones de cámara y de ángulos, variedad de planos, el ubicarse desde todas las perspectivas posibles, marcan el tipo de registro que ofrece el director para sacarle el máximo jugo visual a la realidad que elige recortar: en este caso, un grupo de jóvenes dedicados a pintar propaganda política en las zonas aledañas a las autopistas. Hay un horizonte cronológico de llegada: las elecciones del domingo. Sin embargo, la mirada otorga una atemporalidad a ese espacio absorbido desde todos los puntos posibles. Por momentos, ciertas secuencias, sonorizadas magistralmente, dan cuenta de una especie de infierno urbano moderno que, lejos de observarse con desprecio, facilita la posibilidad del extrañamiento. Los afiches y grafitis que pueblan las paredes marcan el contexto eleccionario. No obstante, la preocupación pasa por mostrar los bordes de la situación, dar cuerpo a quienes son parte (como si fueran hormigas) de la maquinaria que sostiene el aparato político durante noches que parecen eternas entre rituales propios. En este registro desde lo cotidiano, también hay una búsqueda a partir de la voluntad por conferirle a la cámara y a sus diversas lentes la cualidad de transformar la realidad. En este sentido, lo cotidiano es un objeto de percepción y un camino por donde recorrer secretos y misteriosos pasadizos. En ese afán por mostrar está implícita la misma imposibilidad de registrar todo y entonces lo que resta es asumir la mirada enrarecida como un impulso vital para transformar la realidad en una experiencia de tinte metafísico. En la voluntad por no interferir se corren riesgos. Los primeros minutos son difíciles en torno a la escucha (un efecto similar al de Pizza, birra, faso). La dicción de los personajes y los ruidos de la autopista dificultan el entendimiento. De todos modos, es un signo pasajero hasta que se entra en ese siniestro mundo nocturno. Hay un pasaje maravilloso hacia la mitad que resume el método d´Angiolillo: se trata de una exploración fragmentada de todos los resquicios por donde se mueven activamente los pintores y que cierra con un hermoso plano general. Es un momento musicalizado, excepcional, de una delicadeza capaz de poner a este documental en otro terreno, el del discurso poético.
Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más.
El jueves pasado tuvo el estreno de Cuerpo de Letra, segundo largometraje de Julián D´Angiolillo. El director de Hacerme feriante es un especialista en explorar microuniversos, personajes que muchas veces pasan inadvertidos, y bajo el lente de su realizador, adquieren un estatus de antihéroes contemporáneos, urbanos, narradores y protagonistas que abren las puertas de mundos que parecen ajenos, pero no lo son. Cuerpo de letra, recorre y permite conocer a los protagonistas de los graffiteros políticos. Es tiempo de elecciones, y las autopistas, fronteras sin dueños, son los sitios perfectos para que los líderes partidistas contraten a artistas de murales para que pinten sus apellidos. A través de los ojos de un debutante, el espectador entra de lleno en una contienda, un enfrentamiento a contrarreloj para depositar un mensaje en el subconsciente de la población. Es un film político, pero al mismo tiempo no intenta serlo. Su tono distante, contemplativo, frío en cierta forma, permite que solamente se vea el trabajo de los protagonistas sobre su hombro. La cámara funciona como testigo de discusiones y charlas cotidianas. Conflictos a diario que deben enfrentar los personajes. La carrera a contrarreloj de dos grupos opuestos por terminar antes, va en paralelo de la campaña política per sé. El ingenuo espectador comprende que detrás de cada mensaje, se esconde una maquinaria organizada y sindicalizada. No se trata de arte, no se trata de expresión. Simplemente es un trabajo, de donde se puede desprender una mirada irónica acerca de la manipulación de los candidatos, la hipocresía y prejuicios de la sociedad. Pero D´Angiolillo no juzga, deja que el espectador saque sus propias conclusiones, y eso convierte al film en un documento ingenioso, singular, imprescindible en este contexto social. El realizador tiene un estilo donde pendula entre el clásico film de cámara-testigo, con una leve ficcionalización, que le permiten sostener una estructura narrativa y empatizar con los protagonistas. Cuerpo de letra, es un drama social, pero también una sátira. La entrada a un micromundo repleto de soñadores y artistas que para seguir concretando su manera de expresarse deben venderse al sistema: el lobbismo, los punteros, las reuniones sindicales. Donde cualquier cineasta con pretensiones de armar un análisis político, falla, D´Angiolillo sale airoso. Porque no abandona su punto de vista, su mirada es puramente formal y social, comprometida con la ideología de los personajes, pero sin llegar al punto de criticarlos.
Indudablemente este es un documental ideal para este fin de semana donde la política estará en el centro de la escena argentina. ¿Qué sucede cuando se inicia la noche y las cuadrillas de pintores / letristas se apoderan de las paredes de nuestros vecindarios, para llenarlos de signos y palabras de gran carga ideológica? La verdad, en lo personal, nunca presté atención a cómo se daba este proceso de escritura en gran tipografía, organizada y monumental, en nuestras calles. Supongo que lo veía con cierta ingenuidad. Sentía que venía de algo espontáneo, desorganizado, caótico. Y "Cuerpo de letra" viene a mostrar la realidad, sin dudas Julián D’Angiolillo (en su segundo trabajo luego de la auspiciosa "Hacerme feriante" del 2010), nuevamente se muestra como un tipo hábil para el registro urbano y popular. El director nos mostrará como funcionan los grupos que recorren la ciudad de noche y cómo ellos mismos preparan desde la tipografía hasta los diseños que ofrecen. Las autopistas son los lugares visibles. Sus paredes son vistas una y otra vez por los automovilistas y peatones. Esas imágenes se repiten en el tiempo y se fijan, de ahí que la tarea que estos hombres realizan es muy importante. Graban en las retinas del público que circula, sus mensajes, amparados en la fuerza de la repetición. Con una buena ubicación estratégica, cualquier texto atrae. Y es registrado. De ahí que estos grupos son organismos delicados que cumplen un rol muy importante para el sistema político. D'Angiolillo observa y filma con soltura. Parece sentirse cómodo entre sus observados. Genera buena atmósfera (eso se percibe en el tratamiento de la imagen, relajada, paciente, profunda) y sabe que cosas al ojo de la audiencia más le interesan de su campo de exploración. "Cuerpo de letra" es un ejercicio interesante de recorrer por dentro agrupaciones que se encargan de señalar, desde las frías paredes, cuál es el tenor de sus sueños a nivel político. He aquí un documental dinámico, fuerte y con un tema que seguramente podrá interesar a muchos: siempre es interesante ver quienes recorren nuestra ciudad de noche y cómo se da ese proceso, en la hostil realidad. Suma.
La mejor película argentina del año es una película política que trabaja sobre su objeto en tiempo presente y apuesta a inventar una forma cinematográfica que es también una expresión política por otros medios. Las paredes, finalmente, hablan. O, mejor dicho, un cineasta notable es capaz de hacerlas hablar. ¿Cómo es posible? A través del sonido y la imagen, las causas materiales del cine. Así, un cineasta consigue desandar el resultado de un signo lacónico pintado en una pared de la vía pública con fines electorales para entender un proceso que lo precede. ¿Qué dicen? ¿Quiénes escriben? ¿En nombre de quién escriben? ¿Son publicistas heterodoxos de la calle y las rutas? ¿Cuándo trabajan sobre el orden visible de lo público? Cuerpo del letra responde todo. Después de una película magnífica como Hacerme feriante, Julián D’Angiolillo aquí redobla su búsqueda por entender las prácticas marginales que se inscriben en el orden público. Antes fue la economía paralela de La Salada, ahora la propaganda política alternativa. El espacio elegido, pues para el director el espacio como tal es ya una cuestión política, es el radio de las autopistas que sirven de acceso a la Capital Federal. Esas paredes son palimpsestos para las propuestas de los candidatos de turno. El aforismo de campaña tiene entonces tanta caducidad como urgencia. La pintada es una crónica indirecta de la actualidad. Gran parte de Cuerpo de letra pasa por observar a los grupos de letristas independientes que pintan esas paredes por las noches al lado de una ruta en la que los coches no dejan de pasar. El tránsito es aquí una vía para el trance, y ya desde el inicio el concepto sonoro y visual intenta introducir en la percepción la experiencia de estos artistas de las letras. Los hipnóticos fundidos de planos en movimiento y una banda sonora que se disloca en ocasiones de lo visto operan como una droga cinematográfica que altera la percepción. Antes de contar cómo funciona todo, el director y su equipo preparan el sistema perceptivo. Es necesario sentir el espacio como los protagonistas. De a poco, D’Angiolillo descubre las formas de trabajo de estos grupos, que suelen tener un líder y disputarse las paredes como territorios simbólicos y que además son políticamente neutros. El grupo elegido para seguir ha sido contratado por la gente de Sergio Massa, y la época elegida corresponde a las elecciones de 2013. Uno de los pibes que pintan también colaborará con un hombre que trabaja en la publicidad aérea, lo que permite singularizar ligeramente a uno de los personajes y a su vez señalar otros modos de publicidad y colonización del espacio público. Son segmentos humorísticos y amables, pausas de un relato sobre el que empieza a cernirse en el desenlace un posible enfrentamiento. Los políticos se disputan el poder; los letristas de la calle, las paredes. En el inicio de la veda, los combatientes de la brocha y los baldes de pintura irán al frente y nada los detendrá. Una batalla final se anuncia; el fin de una elección es también la medición de la eficacia de la estética de los signos, algo que se pone a prueba. Vale aclararlo: con el poder no se juega. Los minutos finales podrían ser de un western. El cine es una forma de reorganización de lo visible que desata una experiencia imposible de asir si no existe una cámara como mediación. ¿Cómo hubiéramos sabido de estas prácticas clandestinas sin un plano que lo enuncie? En plena madrugada, los letristas imprimen sus palabras en las paredes de la ruta alumbrándose con linternas. Las panorámicas para mostrar ese trabajo se yuxtaponen y así se aprehende un territorio y se transmite el paso del tiempo. El proceso de todo trabajo no se ve, pero sí se puede filmar. Y aquí se ha dado con la forma justa. En esa secuencia el lenguaje del cine desnuda toda su potencia, y como decía un célebre cineasta, el cine se vuelve entonces una forma que piensa. Cuerpo de letra es una prueba irrefutable de aquel axioma que podría estar pintado en una pared. Habría que estar ciego para no votarla como la gran película (política) del año.
Estamos frente a un notable documental con título de tintes metafóricos. “Cuerpo de letra” hace un doble juego visual en su título. Por un lado, remite a la tipografía utilizada en las paredes de la ciudad y del conurbano al momento de pintar/escribir nombres y consignas políticas. Por el otro, a la dualidad de realidades entre quienes encargan esos carteles y quienes los pintan. Una promesa política puesta en la pared por quienes probablemente necesitan (y mucho) que se cumplan. Palabras gordas pero vacías en su interior. La fotografía de luz natural (o la que haya), la lente testigo, y una lejanía que pinta panorámicas nocturnas le dan vida al documental y a los dibujos. Ese cuerpo de letra tiene características de arte pop. De lectura fácil. Efímera. Y sin embargo perduran en las paredes de las calles, y principalmente rutas. A veces durante mucho tiempo independientemente de la vigencia del candidato. La realización de Julián d'Angiolillo sigue a un grupo de hombres nocturnos, furtivos, con código propio. Una parte de la “fauna” urbana conformada por todos nosotros y que, en este caso, vive de pintadas. “Cuerpo de letra” registra también el desgaste de los mensajes. Colores esfumados que marcan períodos de la vida del país. Pequeñas pinceladas decoradas por anécdotas técnicas o cotidianas. Una pintura de nuestros tiempos. Momentos intrigantes desde la imagen como esa cámara que se asoma al balcón mientras las luces de las linternas intentan varios metros abajo, al costado de una banquina, iluminar el trabajo. O un locutor de radio-parlantes grabando su aviso. Todo en la producción son pinturas de aldea, y eso hace de ésta realización un mosaico interesante para que el espectador agudice su capacidad de observación y tenga en su rincón de recuerdos algunas memorias del cuarto oscuro.
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Oficio de sombras Tal vez a lo mejor que pueda aspirar una película sea a provocar en el espectador la ilusión de participar de una experiencia singular que amenace, al menos por un instante, con modificar su mundana existencia. Acaso no sea otra la motivación por la cual meterse en una sala con desconocidos a oscuras. La promesa del cine, su trampa, podría ser esta: la ficción de asistir a un acontecimiento breve pero lo suficientemente profundo como para promover en nosotros una transformación inesperada. O, lo que es lo mismo, una variación de nuestro punto de vista. Una alteración fugaz de la percepción capaz de promover la manifestación de una realidad diversa. La experiencia que ofrecería el cine sería entonces la posibilidad ver el mundo de otra manera. A partir de una historia, pero fundamentalmente a partir de la forma elegida para transmitirla. Lo que revelaría la definición de un estilo. Cuerpo de letra, el notable segundo documental de Julián d´Angiolillo –Hacerme feriante es el primero- evidenciará desde el principio y durante todo el film aquella ambición determinante. Como si filmara siempre a sabiendas de que solo así, arriesgándose, arriesgando el pellejo como lo hacen sus personajes, es posible contar lo que se propone: el silencioso trabajo de las cuadrillas dedicadas a las pintadas políticas por encargo puntero. Oficio de sombras pobres que salen bien entrada la noche a marcar las paredes de las autopistas con triviales consignas electorales, pero que requieren paradójicamente de una habilidad sorprendente. La condición clandestina del trabajo y su complicada ubicación lo justifica. No cualquiera puede hacerlo. El trabajo exige precisión y velocidad. Un trazo delicado y ligero. Pero principalmente audacia. Y Ezequiel, el protagonista de la película, la tiene. Posee los atributos necesarios. Por eso apenas descubran su destreza –en este trabajo, como en el fútbol, están los encargados de cazar talentos-, lo incorporarán a un grupo de propaganda política. Su llegada no estará exenta de conflictos. Cerca de las elecciones, el espacio público se convertirá en una zona liberada a la contienda territorial, reservada a la extraña disputa entre brigadas de diversos candidatos. El film de Angiolillo se ocupará de la cotidianidad de su protagonista. De su tiempo libre al frente de una banda de cumbia; también de su otro trabajo inadvertido ligado a la publicidad, pero dirigido al espacio aéreo: la grabación de anuncios destinados a la transmisión en el cielo mediante una avioneta que sobrevuela la ciudad. Trabajos impensados cuya realización efectiva no suele considerarse, pues su ejecutor permanece sin representación. Trabajos que a simple vista parecen no ser consumados por nadie, pero que exigen de una elaboración rigurosa, de una destreza inaudita. La misma destreza que empleará el director para filmarlos, para contar su existencia invisibilizada. Angiolillo intervendrá el espacio fílmico. Por momentos ciertos planos se fundirán con otros. La disposición de la cámara aparecerá muchas veces torcida, como si buscará cierta torsión que permitiese consolidar un punto de visión enrarecido. El oficio de Ezequiel reclamará para poder narrarse un trabajo formal específico, una puesta orientada a producir un paisaje casi fantástico de autopistas inextricables. Cuerpo de Letra es una película extraordinaria. El film -entre el registro documental y la ficción- conquista una enorme significación política. Principalmente porque consigue extraer de la trivial consigna electoral toda su compleja dimensión encubierta, lo que su perversa vaguedad disimula.