Pareja de tres Deshora (2013), dirigida por Bárbara Sarasola-Day, es una película sobre los deseos ocultos, lo que no se menciona pero se manifiesta lentamente a partir de una cámara testigo e intimista que pone énfasis en el cuerpo de los personajes principales. Pero todo ese procedimiento surge de un elemento desestabilizador que irrumpe en escena: un nuevo personaje. Ernesto y Helena son un matrimonio, en primera instancia, estable y fortalecido que vive en una casa de campo de enormes proporciones. Una finca en la que tienen a su cargo un gran número de trabajadores dedicados al cuidado de animales como caballos y gallos de pelea y, además, a la cosecha de caña. Sin embargo, y debido a su buena voluntad, deciden aceptar y hacerse cargo del cuidado de Joaquín, quien no está atravesando un buen momento emocional. Y ahí es donde todo cambia, pues la llegada del primo de Helena -con quien ella parece tener más de un secreto en el pasado- significa el inicio de un cambio en la vida sosegada y apacible que tiene con Ernesto. Todo se resquebraja al comenzar una relación de tres. Con un inicio disperso llevado hacia lo predecible, ya que la aparición de Joaquín hace denotar como los otros personajes -Helena sobretodo- sienten una curiosidad que va un poco más allá del simple diálogo, la película parece flotar entre la presentación de la hacienda, los trabajadores y la vida rutinaria de Ernesto y Helena, hasta Joaquín acoplandose a su nuevo entorno sin incidir sobre algo determinado. Pero la cámara se vuelve más envolvente por su posición cercana y puntillosa y así, Deshora torna hacia lo interesante al presentar cambios en los personajes, enfatizar sus ambigüedades, e insertando al espacio como un cómplice de lo que va sucediendo. Como una película que sigue la idea de Teorema (1968) de Pier Paolo Pasolini o alguna película, aunque un poco distante, de Roman Polanski. Aquí un personaje trae la desestabilización a un espacio de por si cerrado y ya construido. Pero el nuevo integrante no solo produce un cambio, sino que es participe a tal punto que los otros personajes requieren de su presencia física. Sin duda no se puede obviar el detalle de la mezcla de nacionalidades y cruce de procedencias que plantea la película. De por sí ya Joaquín siendo extranjero directamente, además de ser ajeno, es tomado como un extraño. Pero toda disputa de pareja, más aún si se convierte en una pareja de tres, termina en violencia (sobre todo sucede en este tipo de argumentos) y ése es el punto más álgido de la película de Bárbara Sarasola-Day. Hacia el final va enrumbada hacia la liberación que puede ser visto como un clímax necesario e inevitable. Entonces en ese trayecto, con un extranjero que ronda a una pareja y un fin violento, Deshora nunca pierde esa mirada (la mirada de la cámara) explorativa y curiosa, que poco a poco y lentamente, va atrapando también la mirada del espectador.
El matrimonio de Ernesto (Luis Ziembrowski) y Helena (María Ucedo) no pasa por un buen momento. Aunque viven en una estancia, en medio del bosque de Salta, lejos de la ciudad, nos pueden escapar a la crisis de pareja; crisis agravada por la imposibilidad de tener hijos. En ese contexto llega Joaquín (Alejandro Buitrago), un primo de la mujer, quien debe terminar de recuperarse de problemas con adicciones. Pero el huésped, con su inquietante manera de ser, no hará más que alterar más la vida de los dueños de casa. Deshora es un drama contado como un thriller intimista y perverso, y la directora Bárbara Sarasola-Day se encarga de imprimirle un estilo propio, que evita los clichés. Los puntos fuertes están puestos en las miradas, las metáforas y en acciones que parecen decir poco pero que significan mucho y reflejan la extraña e inesperada tensión sexual entre los personajes. Además, la directora saca provecho de los parajes salteños, especialmente los bosques, siempre con una finalidad narrativa...
Cualquier película que convoque al gran Luis Ziembrowski como protagonista tiene que arrancar necesariamente con entusiasmo, y Deshora no es la excepción. Aires rurales. Aislamiento. Tedio. La mirada de un tercero y el desequilibrio que provoca lo nuevo. Ambientada en una finca en el noroeste argentino, la opera prima de Bárbara Sarasola-Day narra lo que sucede en la intimidad de un matrimonio cuando un joven pariente llega del extranjero para instalarse en la hacienda por un tiempo. Ya desde los primeros minutos se advierte que el visitante, Joaquín (el colombiano Alejo Buitrago) buscará seducir a su prima Helena (María Ucedo), mientras Ernesto (Ziembrowski) se mantiene ocupado siendo un patrón bondadoso y diligente. Y acá aparece la primera zona endeble del film: la integración entre el espacio y los personajes. A pesar de la inmejorable geografía y de los detalles lucidos, el contexto parece quedarse sólo en lo pintoresco, sin lograr nutrir de forma espontánea el conflicto central. Lo que obtenemos, en cambio, es una impresión de “bloques” (la plantación, la cacería, la riña de gallos, el burdel) que el relato nos hace recorrer como si fuera una excursión. Si pensamos que esto lo estamos viviendo sólo desde la mirada extrañada del nuevo huésped, entonces el enfoque podría justificarse; sin embargo, uno siente que con el escenario elegido se pretende decir algo más con respecto al campo y a sus clases sociales, y esto es justamente lo que no se llega a desarrollar. De todas maneras, no es esta faceta "antropológica" el punto más complicado del film. Ahora viene lo difícil: tratar de convertir en argumento aquello que sólo logramos entender desde la intuición. Vamos al núcleo: Deshora es básicamente una película con vuelta de tuerca. No lean lo que sigue si piensan verla. En la función de prensa del film hubo muchas risas nerviosas durante ciertas escenas que no buscaban generar esa reacción. ¿Es posible que a esta altura de la soirée el público se siga incomodando frente a la tensión sexual entre dos hombres? Bueno, en parte sí, y la propia película habla un poco de eso: la estructura mental conservadora es mucho más tenaz de lo que queremos admitir. Pero lo que principalmente motivó las risas fue una sensación de torpeza que el film transmite al mostrar los acercamientos entre Ernesto y Joaquín. No es que los actores estén mal ni que los hechos resulten inverosímiles: el asunto es cómo el relato nos prepara para esos momentos, y aquí lo que naufraga es la graduación de los indicios. El ejemplo claro es el “discurso sobre la caza” pronunciado por Ernesto, una escena demasiado apresurada que con su subrayado termina dañando la ambigüedad de lo que viene después. Y aquí es donde la intuición nos lleva a diagnosticar que la película reclamaba mayor tiempo para que la evolución del deseo prohibido fuera más sutil, más escalonada. ¿Pero cuál debería ser la duración ideal de Deshora, entonces? ¿Dos horas, tres, cuatro? ¿Quién tiene derecho a establecerlo? ¿Quién se cree capaz de calibrar el tiempo preciso de una pulsión? ¿Acaso la película no lleva incorporada una noción del tiempo en su mismo título? Sí, y hasta se respira la angustia del reloj biológico, que no es un tema menor. Vamos a la hipótesis: hay historias que sólo se pueden contar con los tiempos propios de las telenovelas. Deshora tiene todos los elementos para ser una gran telenovela, y espero que esto se entienda como un punto a favor, como una oportunidad para releer toda la película y reconocer que en ella palpitan unas inmensas ganas de narrar que, simplemente, se quedaron sin tiempo. La idea surgió luego de ver en este Bafici la genial Últimos días de la víctima, de Adolfo Aristarain, en donde me reencontré con Arturo Maly, y recordé su extraordinario personaje en "Celeste", una ficción con Andrea del Boca que se emitió allá por 1991. En esta novela Maly interpretaba a un padre de familia que ocultaba una relación gay que había tenido en su pasado, hasta que debió blanquearla al descubrir que estaba enfermo de sida. La suya era una devastadora historia de amor trunco, autocensurado. "Celeste" era una novela larga, de las de antes, con intrigas que se desplegaban con tiempo, con muchos diálogos, postergaciones y recurrencias. Pasó casi un cuarto de siglo, el mundo es radicalmente otro... o no (recordemos las risas en la sala). Hablamos de mandatos y temores ancestrales: la represión de Maly en "Celeste" es la misma que sufre Ziembrowski en la película. En Deshora, en lugar de experimentar una idea de progresión, lo que recibimos es una acumulación de incesantes escarceos, dudas y arrebatos violentos que sólo alcanzan el golpe superficial porque no pueden permitirse el tiempo para la reverberación verdadera. Entonces el atajo es la patología, cuando la película bien podría haber sido la historia de una pasión inesperada.
De a poco, el cine argentino, después del estallido de finales de los noventa, fue llegando al campo. Lentamente, desde las ciudades las películas viajaron mayormente al interior para encontrar allí algo que el entorno urbano no podía darles: Tan de Repente, La Rabia, y ahora muchas más como El Campo, Los Dueños y Deshora son, en cierta medida, las incursiones en un territorio todavía desconocido que las películas van cartografiando a su manera, cada una con sus propios instrumentos. La ópera prima de Bárbara Sarasola-Day muestra un lugar fuertemente organizado en torno al trabajo, en donde la autoridad del patrón alcanza tanto a los peones como a la propia esposa. Para subvertir el reinado de Ernesto, y para desarreglar todavía más su frágil matrimonio con Helena, llega Joaquín, un primo de ella recién salido de una institución que va a vivir con ellos por un tiempo. En un primer momento uno cree que el joven en recuperación viene a ser una suerte de Terence Stamp de Teorema, pero la película enseguida se encarga de señalar que, lejos de cumplir el rol de un agente destructor de lo establecido, Joaquín será el que ponga a funcionar un mecanismo que habrá de afectar tanto a la pareja como a él mismo.
Seducción con aire bucólico La seducción y el deseo impulsan esta ópera prima de la directora salteña Barbara Sarasola-Day que cuenta la historia de un matrimonio cuya existencia se ve alterada ante la llegada de un tercero. Deshora encamina, lentamente, a sus personajes hacia la tragedia cuando Ernesto (Luis Ziembrowski) y Helena (María Ucedo), un matrimonio que atraviesa una crisis, recibe en su finca a Joaquín (Alejandro Buitrago), el primo desconocido que salió de un centro de rehabilitación y que puede oxigenarse en los campos de tabaco del noroeste argentino. Entre cacerías, miradas cruzadas y acercamientos, un triángulo amoroso comienza a gestarse y también a encender la mecha de la violencia. En el film todo es delicado y contado a la medida de las circunstancias que atraviesan los personajes: soledad, descuido y violencia solapada. La intimidad es vulnerada pero también la pareja ve una posibilidad de cambio ante la presencia de un joven que se baña desnudo en el lago y genera atracción en Helena. Un juego que tiene sus riesgos y se ve plasmado por una cámara que espía, se acerca y profundiza en los vínculos alterados. Al buen trabajo de la realizadora se suma la convicción de Ziembrowski como un hombre duro y de Ucedo, quien logra la fragilidad necesaria de la mujer que siempre espera, en esta coproducción entre Argentina, Colombia y Noruega. Por su parte, el actor colombiano Alejandro Buitrago aporta la cuota de seducciòn y su personaje se ve inmerso en un mundo que no le pertenece ante una rutina (ya establecida por la pareja) que irá descubriendo con el correr de los días.
Presas de caza Existe un halo de inconformismo en esta pareja que habita el universo para nada bucólico de Deshora, film de la debutante salteña Bárbara Sarasola Day y que se presentó entre otros festivales en el último BAFICI. En un momento del relato, en una charla de esas donde los silencios juegan un rol esencial Helena (María Ucedo) deja entrever en su discurso ese hastío propio de la convivencia junto a un esposo, Ernesto (Luis Ziembrowsky), resignado pero también acomodado a su nueva rutina en el campo como patrón ante peones obedientes que le cuidan la hacienda; como ese macho alfa que debe dominar a la mujer y de vez en cuando permitirse esas aventuras en los prostíbulos aledaños y así volver borracho al hogar. Pero ese clima de tristeza, frustración y conformismo se ve profundamente alterado con la llegada del primo de Helena (Alejo Buitrago), un joven dispuesto a pasar un tiempo forzado con ellos tras una rehabilitación. De inmediato la juventud y el ímpetu del extraño pone en jaque a Ernesto y despierta fantasías en Helena para que la atmósfera de apacible letanía se envicie desde el punto de vista del deseo y el juego permanente de los cuerpos, que a veces deviene vouyerismo en la secreta e impune contemplación del acto sexual o en las competencias por ganarse la atención de Helena. La realizadora maneja la tensión del relato a fuerza de escenas largas o planos y encuadres cortos para transmitir una sensación de opresión latente que ocasionalmente encuentra respiro en la inmensidad del afuera pero donde parece vedada la palabra o expresión de lo que realmente se siente desde el discurso más que desde el cuerpo. La presencia de un tercero trae consigo el vértigo de lo novedoso y de las chances de cambiar que se encuentran ligadas a la aventura de lo prohibido, aunque también la otra cara de la misma moneda refleja la inercia y el propio letargo de esos personajes que por momentos parecen enquistados en la tierra y a toda represión corporal. Existe una animalidad que subyace al comportamiento instintivo presente en este escenario de cacería simbólica, retrato del universo masculino desde una mirada muy personal de la realizadora debutante, en el que las presas cambian de rol pero comparten la necesidad constante de la fuga.
Deseo y decepción Esta ópera prima dirigida por una mujer -una saludable tendencia a la que por suerte nos tiene acostumbrado el (ya no tan) Nuevo Cine Argentino- se estrena luego de un paso por importantes festivales (Berlín, BAFICI, Cartagena, etc.). Bárbara Sarasola-Day describe cómo el arribo de Joaquín (Alejandro Buitrago), un joven colombiano que trata de combatir su dependencia a las drogas duras, a la casa de su prima Elena (María Ucedo) cambia por completo la existencia de ella y de su marido Ernesto (Luís Ziembrowski), quienes conforman un matrimonio de larga data que lucha contra el desgaste de toda pareja, la dificultad de explotar una hacienda tabacalera en Salta y la frustración de no haber podido tener hijos. El recién llegado -con su desenfado y su libertad sexual- conmueve a ambos protagonistas, generando tensiones, pero también tentaciones varias. Con algo de déja-vu (la referencia al cine, también salteño, de Lucrecia Martel es inevitable), Deshora -narrada con precisión, sutileza y elegancia- resulta una más que interesante propuesta, realzada desde lo visual por un aprovechamiento de las locaciones naturales y por el aporte en ese sentido del talentoso director de fotografía Lucio Bonelli.
Luego de un recorrido festivalero interesante (BAFICI, Berlinale, La Habana), llega a sala porteña la ópera prima de la salteña Bárbara Sarasola Day, "Deshora". Propuesta ambientada en el nordeste argentino, trae la historia de un triángulo amoroso entre un matrimonio afincado tierra adentro y un visitante extranjero (colombiano) que viene a pasar un tiempo con ellos. Ernesto (Luis Ziembrowski) y Helena (Maria Ucedo) conforman la pareja que lleva muchos años juntos y atraviesa el natural desgaste de la relación. Joaquín (Alejandro Buitrago) es el primo de la mujer, un chico que tiene problemas con la droga y busca un espacio para rehabilitarse. Lo que se inicia como una apacible convivencia y adaptación de Joaquín al escenario rural, toma un cariz distinto, una vez que todas las piezas están acomodadas en el tablero. Podemos decir que en “Deshora”, la selva de alta montaña es el escenario donde tres sujetos viven una historia compleja, sensual y adulta en la cual pueden encontrarse varias capas para analizar. Lo moral, el deseo y las barreras sociales y familiares son los tópicos que se juegan a cada paso de este camino. El relato es simple, lo oculto (que hay y en cantidad) se funde con la cruda realidad y los protagonistas van dibujando una vinculo tenso donde el lenguaje corporal juega fuerte en el destino de los protagonistas. Sarasola Day (quien también escribió el guión), se apoya en una fotografía cuidada para mostrarnos cómo se vive y se siente enfrentarse a abordar la propia intimidad, una vez que el vacío erosionó los lazos sociales y familiares que contienen esa propia realidad. Ucedo luce exacta (y bella en su madurez) y Ziembrowski la acompaña con similar nivel. Un poco detrás de ellos aparece Buitrago, mostrando oficio como principal arma de batalla. Entre los tres, llevan adelante una película austera, pero bien filmada y de llegada directa e intensa. Promisorio debut de Sarasola Day, a quien habrá que seguir con atención.
Un triángulo amoroso de cuatro aristas, eso es el planteo de Deshora, debut en la dirección de largometraje de Barbara Sarasola-Day que también se encargó del guión. Ernesto (Luis Ziembrowsky) y Helena (María Ucedo) son un matrimonio aparentemente consolidado, fuerte. Se encargan de una finca importante en la que desarrollan varias actividades (como la cría de animales y la cosecha de caña) con un número considerable de empleados. Pero a toda estabilidad le toca el cimbronazo para que haya argumento. Hace su aparición Joaquín (el colombiano Alejandro Buitrago), primo de Helena, inestable. El hombre se queda en el lugar, se instala en sus vidas, y pronto llega el trío amoroso, emocional. En esta relación de a tres, todos empiezan a cambiar a medida que se desarrolla, sobre todo Helena; demostrando que la estabilidad conyugal talvez no era tal. La cuarta arista de este triángulo la conforma el entorno, la finca y todo lo que la rodea. Inteligentemente Sarasola-Day no precipita su relato, lo va conduciendo como una canoa en aguas tranquilas, apacibles. Hasta la llegada de Joaquín el film nos muestra la rutina diaria, los hechos compartidos que hacen a la unión conyugal, el día a día del trabajo del campo, bien diferente a lo que podría ser una pareja citadina. Aún cuando ni bien llega el extraño, el extranjero parece amoldarse a esta rutina. Nada es inmediato en Deshora, todo se da progresivamente. Este ritmo paulatino, se cuela por dos vertientes. Por un lado en la primera parte del film pareciera ser de esas historias en las que nada trascendental fuese a ocurrir, una cámara posada en los detalles, fija, de tomas largas. Poco a poco comienzan los quiebres, se desarrolla la crisis y ahí la pasividad del primer tramo cobra otro tamiz, un significado que antes no se percibía. Aún así, el trío y la ingerencia que esa circunstancia tiene en cada uno de ellos no será súbito; la cámara de Sarasola-Day nunca perderá de vista los detalles, el tono intimista. Con una fotografía que sabe aprovechar los espacios rurales, un ritmo que sabe inducir la inminente violencia en la que todo decantará, y una dirección de actores marcada pero libre; Deshora luce como un trabajo riguroso, ajustado, y a su vez simple. Tanto Ziembrowsky, como Ucedo (que merece mayor reconocimiento del que tiene), y el por aquí desconocido Buitrago se notan sólidos en sus respectivos roles, variando sus matices y acrecentando sus personalidades. Deshora es un film que termina entregando más de lo que parecía, más de lo que prometía. Puede que no sea perfecto, que necesite algunos ajustes; pero sobre todo valorando el trabajo de una ópera prima, el resultado es más que esperanzador.
Secretos en el campo En su opera prima, la directora Bárbara Sarasola Day, quien antes realizó los cortometrajes Exodia y El canal, plasmó la llegada de Joaquín (el colombiano Alejandro Buitrago) a una casa de campo. El arribo del muchacho oxigenó las distancias pasionales entre Helena (María Ucero) y su marido, Ernesto (Luis Zembrowski). A Joaquín se lo ve distendido, feliz, lejos de su celda: un centro de rehabilitación para recuperarse de sus adicciones. Fue enviado, en contra de su voluntad, a pasar un tiempo cerca de la naturaleza. Y se acostumbrará, cigarros en mano. El arribo del muchacho libra en la pareja una silenciosa batalla de deseos, algo que se fue apagando entre ellos, fatigado por la dificultad por concebir un hijo. La novel directora plasma, desde la artesanía de este drama de observación, una rica historia de secretos entre los protagonistas. La tensión flota en el aire, cada uno tira de una cuerda imaginaria como si fuese una cinchada. Y en el medio está Joaquín, quien cumple un rol entre enigmático y ambiguo, matizado por su, no tan casual, aspecto andrógino. Desde la contemplación, él sembrará dudas (y desafiará) los conflictos que se le crucen: se niega a disparar una escopeta o pregunta qué sucede si los gallos de riña no pelean. Navega en contra de la corriente. La abstracción es su arma, porque sabe que con el tiempo la explosión de situaciones será inevitable. Y comenzará a gatillarse la verdadera “cacería” humana. Deshora es un filme cuerpo a cuerpo donde la intimidad es un candado abierto por la llave del deseo. Las miradas penetran a los personajes. El sexo hará el resto. Los campos de tabaco, una laguna artificial y la espesura de la selva son bocanadas de aire fresco ante la erótica y sofocante situación en el interior de la finca. Un filme de contrastes. Un limbo.
La vida provinciana, la relación con esos lugares y la convivencia en un contexto tradicional y conservador son los pilares de este film que tiene como personajes centrales a Ernesto y a Helena, un matrimonio de muchos años que vive en una finca aislada entre campos de tabaco y la selva de alta montaña, en el noroeste argentino. La pareja está atravesando una frágil situación y la dificultad para concebir un hijo los ha sumido en la obsesión y en la pérdida del deseo. Un día, y sin mucho entusiasmo, ambos reciben a Joaquín, un joven primo casi desconocido para ella, que acaba salir de un centro de rehabilitación. El muchacho deja transcurrir los días entre el aburrimiento y la soledad hasta que, casi sin proponérselo, comenzará a mirar a Helena con una pasión que se va transformando en obsesión. En éste, su primer largometraje, la directora Bárbara Sarasola-Day logró su propósito de crear un casi torturante clima en el que lo íntimo busca todo el tiempo sus fronteras. Sus personajes quedan así frente a un doble juego: lo que se comparte y lo que se preserva, lo aceptable y el tabú. Con una lograda fotografía de Lucio Bonelli, que logró imponer el necesario espíritu a la anécdota tanto en los interiores como en los exteriores, rodados en Salta, el elenco supo también construir con enorme naturalidad sus personajes. Luis Ziembrowski (excelente en su papel de hombre humillado), Alejandro Buitrago (el joven que descubre nuevos micromundos) y María Ucedo componen este trío que buscará, cada uno a su manera, la forma de salir indemnes de existencias que les impiden vivir en plenitud.
La alienación del día a día En su "opera prima" la directora salteña Bárbara Sarasola-Day explora la intimidad y el deseo que aparece entre tres personajes, que conviven en una vieja finca en la zona de los cerros, en la provincia de Salta. Sarasola-Day arma un interesante tablero de situaciones, en el que Helena (María Ucedo), Ernesto (Luis Ziembrowski), su marido y Joaquín (Alejandro Buitrago), el primo de la mujer, que llega a la vieja casona, provoca el despertar de ciertos deseos tan ocultos, como temidos. "Deshora" va descubriendo las distintas capas que provocan conflicto entre esos personajes, que oscilan entre un deseo sexual reprimido y un desasosiego interior que ninguno de los tres sabe como encontrarle un cauce acertado. TRAS LAS PAREDES Helena y Ernesto son dueños de esa finca, en la que crían caballos y cosechan tabaco. Todo parece ir bien en la pareja, sólo que detrás de las paredes de su dormitorio se esconde la frustración de no poder tener hijos. Ese dolor, que marca sus vidas, adquiere nuevos matices con la llegada de Joaquín, un joven que es primo de la mujer y por lo que estuvo internado en un neuropsiquiátrico. Joaquín consume drogas y se convierte en un personaje tan extraño, como provocativo para la pareja que conforman Ernesto y Helena. A tal punto que ese silencio cargado de intenciones ocultas de Joaquín, terminará despertando en los dueños de casa un deseo negado, que un día explotará a través de un acercamiento primero con la mujer y luego entre los dos hombres. SESGO CONSERVADOR Su final trae a la memoria, la intención de esta nueva directora salteña, de querer mostrar la asfixia que a veces tiñe las vidas de los habitantes de algunas de las provincias del interior, los que con tal de preservar su estilo tradicional de vida, son capaces de matar, sin ningún pudor. El trio de actores se destaca por una exigencia de matices interpretativos y sentimientos, que se transmiten a partir de las miradas y de la sutileza de los gestos, a los que Luis Ziembrowski, le aporta una excelente calidad comunicativa; mientras María Ucedo, tiene la valiosa labor de mostrar a esa mujer que sufre en silencio su imposibilidad maternal y Alejandro Buitrago, le aporta una sutil máscara de misterio a su papel de intruso en esa casa en la Salta profunda.
Un trío en tensión Salta como geografía, zona rural, un matrimonio sin hijos y el primo de la mujer como nuevo habitante, recién salido de un instituto de rehabilitación. Sensaciones y tensiones tenues y luego extremas, describe Sarasola-Day en su opera prima, tomando como centro a Helena y Ernesto, dos vidas que oscilan entre el hijo que no llega, la rutina sexual, el trabajo de él, cacerías ocasionales y alguna riña de gallo utilizada como metáfora visual. Pero el pariente intruso es distinto, bastante desinhibido, de pocas palabras, misterioso en su andar nocturno. Deshora –adecuado título– converge hacia un triángulo a punto de estallar debido a sus carencias: afectivas, sexuales, laborales. La realizadora salteña elige los cruces de miradas y silencios prolongados para explorar a un trío de personajes que sólo necesitan de un par de trazos y de pocos textos, siempre eficaces, con la intención de comprender el conflicto. Por suerte, el cine argentino que vale la pena ver se está alejando un poco de los jóvenes palermitanos que andan con su tristeza a cuestas. Deshora es todo lo contrario: un film de cámara, una especie de à huis clos sensorial, donde se coquetea con el misterio, la piel que necesita sexo, el deseo frustrado de la pareja que pretende modificarse con la llegada del primo Joaquín, cuestión que disparará un giro bastante inesperado en la última parte. Con referencias a El cuchillo bajo el agua de Polanski o invocando cualquier otro film donde se presenta un esqueleto argumental similar, Deshora cuenta con los estupendos trabajos de Luis Ziembrowski y María Ucedo (una actriz que el cine requiere con urgencia), personificando a un matrimonio que parece decirse te amo, te odio, pero dame más.
Dirigida por la talentosa Barbara Sarasola-Day. La llegada de un extraño, un primo que busca rehabilitarse de las drogas, sacude la rutina de un matrimonio desgastado, por el trabajo duro, la imposibilidad de gestar un hijo, la pérdida del deseo. Ese tercero, observador y protagonista, despertará en ellos pasiones ocultas, represiones que salen a la luz. Bien actuada, con un clima logrado, vale la pena.
La opera prima de la directora argentina Bárbara Sarasola-Day, DESHORA, se centra en una pareja de cuarenta y pico que vive en una finca salteña y que recibe la visita de un primo que no ven hace muchos años, de origen colombiano, que viene a quedarse con ellos en plan de rehabilitación de drogas. Ella (María Ucedo) está intentando quedar embarazada sin suerte y la llegada a su casa de este joven entre misterioso y seductor empezará a despertar tensiones en la pareja de maneras que no serán necesariamente las más esperadas por los espectadores, especialmente por lo que genera en el marido (Luis Ziembrowski). En cierto modo, ese triángulo sensual más que sexual que se conforma entre los tres deseantes protagonistas también podría ser visto como la mirada entre deseosa y temerosa de esta pareja recatada de argentinos frente a la llegada más desinhibida de alguien que, al parecer, se maneja con mayor seguridad y confianza respecto a su sexualidad (su nacionalidad, evidente en el look y en el acento, jamás se menciona en la trama). berlin 5 DeshoraProlijamente contada, con un crecimiento dramático y varias sorpresas importantes en la última parte, pero con algunos problemitas de actuación (el actor colombiano telegrafía demasiado evidentemente sus intenciones) y algunos simbolismos simplistas con animales varios, DESHORA aparece como una más que sólida opera prima argentina, una de las tantas dirigidas por mujeres en los últimos años, muchas de ellas claras herederas (en forma y temáticas) del cine de la también salteña Lucrecia Martel.
El plano secuencia inicial es una invitación, un gesto de bienvenida y la apertura a un mundo desconocido. Un trabajador de una tabacalera lleva la cosecha en la espalda mientras atraviesa la zona cultivada. Si bien Deshora no le dará la espalda a quienes trabajan la tierra, la vida de los dueños (y quizás también la propia película) merece ser examinada por contraste. Las penurias de los patrones y sus dilemas personales son inconmensurables con la vida de los trabajadores. Quien llega fuera de tiempo a la vida de Ernesto (un abogado devenido en tabacalero), casado con Elena (que lo acompaña en las tareas de la hacienda), es Joaquín, primo de Elena, que viene de Colombia tras una internación por drogas duras. Se supone que una estadía en este universo natural es ideal para su recuperación; tal vez lo sea, pero su presencia funcionará como un elemento disruptivo de la economía libidinal de la pareja. Juventud y sensualidad: la potencia de esa presencia extraña desestabilizará el matrimonio presuntamente consolidado. Como el relato transcurre en Salta y la directora Bárbara Sarasola-Day es salteña, se podrá pensar que estamos en un mundo cinematográfico conocido, el de Lucrecia Martel. Poco tienen que ver: no es la decadencia de clase y el lenguaje de la cotidianidad como su síntoma lo que le interesa a Sarasola-Day; tampoco la interacción de clases funciona como una zona de intercambio tenso de deseo y repulsión. En Deshora los empleados permanecen casi en fuera de campo, a lo sumo serán testigos ocasionales. La conversación es escasa, aunque ciertas líneas son precisas y dichas con el tiempo justo (Luis Ziembrowski y María Ucedo están perfectos). Lo que parece interesar especialmente a Sarasola-Day es la aparición del deseo, que se enuncia siempre a través de la mirada. Ser mirado es ser deseado. La puesta en escena insiste una y otra vez en el acto de ver y de espiar; de ahí la recurrencia de los planos subjetivos. Y el deseo (sexual), además, es siempre violento, más aún cuando el deseo se triangula y debilita la lealtad entre los esposos. El solipsismo de clase y una cierta tendencia a la abstracción le juegan en contra a Deshora. Su elegancia cinematográfica y su legítima inquietud por las pasiones carecen de un contexto, necesario para no ceder a la tentación de convertir a sus criaturas en ratas de un laboratorio aislado del mundo. El resto es perfecto.
Sexo y poder, en creciente tensión La ópera prima de la salteña tiene su estreno comercial aquí, tras su paso por la Berlinale y el Bafici. Los personajes encarnados por Luis Ziembrowski, María Ucedo y Alejandro Buitrago componen un inquietante triángulo, que se manifiesta de un modo lento y paciente. “Abrí más las piernas”, le dice Ernesto, dueño de la finca, a Joaquín, el recién llegado. Se las abre él mismo, golpeándole los pies con su bota. Le está enseñando a disparar, por lo cual se halla a sus espaldas, tomándolo del brazo derecho. En algún momento, cierta tensa sorpresa en la expresión de ambos da a pensar que la presión de Ernesto a espaldas de Joaquín fue más allá de lo necesario. Hasta que lo que circula entre los dos tiene tanta carga que, para liberarla, Ernesto grita, de modo visiblemente excesivo para un simple entrenamiento de tiro: “¡Dispará!”. De esa clase de subyacente tensión sexual y de poder (en ocasiones no tan subyacente) está hecha Deshora, ópera prima de la realizadora salteña Bárbara Sarasola-Day (1976), que tras pasar por la sección Panorama de la Berlinale 2013 lo hizo también por el Bafici, estrenándose ahora con un lanzamiento llamativamente modesto: sólo dos copias, en los cines Gaumont-Km 1 y Cosmos. En un punto, Deshora es una suerte de Teorema, de Pasolini, reducido al mínimo. La situación es básica, primaria incluso. Hace años que Ernesto (Luis Ziembrowski) y Helena (María Ucedo) viven en medio del agreste noroeste, manejando un establecimiento de producción de tabaco. El desgaste que hay entre los dos no es muy distinto del de toda pareja que arrastra varias décadas de convivencia, a lo cual se suman dos elementos particulares: 1) por lo visto, Ernesto es la clase de tipo que en la cama no tiene muy en cuenta los deseos de su mujer, y además 2) tienen problemas de infertilidad. Que él, por supuesto, le achaca a ella. Bastaría que apareciera un tercero, de ser posible joven y seductor, para que lo que está faltando se vuelva exceso. Ese tercero aparece. En la primera escena, para ser más precisos. Recién salido de alguna clase de centro de rehabilitación, Joaquín, primo de Helena (el actor colombiano Alejandro Buitrago), es depositado por su madre (Marta Lubos) al cuidado del matrimonio. Cuidado deberá tener el matrimonio, para que el matrimonio no se les vaya al demonio. En un punto, Deshora es una suerte de Teorema (Pasolini, 1968) reducido al mínimo. No se trata aquí de la seducción de una familia entera por parte de una rara mezcla de ángel y demonio, sino de la de ambos miembros de un matrimonio, a cargo de un muchacho despojado de referencias místicas. Pero cargado de alusiones sexuales. En su mirada pícara, su semisonrisa ladeada, su susurro, el permanente subtexto físico que maneja, aun en las situaciones más banales. El deseo se mantiene ambiguo. Hay un momento en el que Joaquín se masturba en el baño. Lo que no sabe es si lo hace pensando en Helena (a quien claramente va envolviendo, como la araña a la mosca) o en Ernesto. Más tarde las cosas quedarán más claras, al menos en ese punto. Quedará más a la vista también que la erótica que circula entre los tres circula entre los tres, y no tanto de a dos, a partir del momento en que se vuelva más evidente que lo de Joaquín pasa más por mirar que por hacer. En ese momento y como movidos por un pacto tácito, Ernesto y Helena pasarán a actuar para él, hallando en su mirada el goce que hasta entonces se les hacía esquivo. El mérito de Sarasola-Day no pasa tanto por aportar novedades en lo temático –esta clase de triángulo aceptado puede hallarse hasta en el lejano film japonés La llave (Kon Ichikawa, 1959, abaratado décadas más tarde por Tinto Brass), mientras que la vinculación entre naturaleza salvaje y pasión erótica goza de una tradición aún más larga y vasta, tanto en cine como en literatura– como en el modo lento, paciente y alusivo con que va haciendo crecer la tensión sexual. Sexual y de poder, como queda dicho: el carácter de “patrón de estancia” de Ernesto marca todas sus relaciones, incluidas las que tiene con su esposa y el visitante. Obviamente que en una película centrada casi exclusivamente en tres personajes, los actores resultaban fundamentales. Los tres están magníficos. Ucedo da una mezcla infrecuente de tristeza y sexualidad. Buitrago tiene, más que del buitre que anida en su apellido, algo de halcón. Aunque tal vez en el fondo sea una paloma: no olvidar que sale de un centro de rehabilitación. En cuanto a Luis Ziembrowski, no podría imaginarse un actor más adecuado para este patrón, obsesivo hasta lo persecutorio, que cuando se lanza sobre su mujer en la cama parece un jabalí dando cuenta de una presa frágil.
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Cómo sorprender a base de exabruptos Una finca salteña con plantación de tabaco al pie de las sierras, allá por Rosario de Lerma y Campo Quijano. Un matrimonio en crisis por el hijo que no llega recibe el pedido de la tía de la mujer para alojar un tiempo al nene, tamaño gandul recién salido de una internación por drogadicto, así el muchacho toma fresco y no vuelve tan fácilmente a las andadas. No sabe que los primos ya algo anduvieron, en otro tiempo. Él es un vago sobrador y dañino, ella tiene demasiado tiempo libre, el marido la va de recio. En síntesis. El lugar es atractivo, y lindamente fotografiado por Lucio Bonelli. El planteo es atractivo, y además bien actuado por Luis Ziembrowski, María Ucedo, y el fachero colombiano Alejandro Buitrago. Lo que para algunos/as también será atractivo, pero sospechoso para otros, es el detalle de los premios: esta película compitió por los Teddy Awards en la Berlinale del año pasado. No corresponde avanzar más sobre el argumento. Baste decir que cierta posición didáctica en el uso de las armas da mala espina, aunque sean armas de caza y no de pesca. Que luego alguien tiene un accidente incomprensible y ridículo, y la consecuencia es imprevista, inopinada y también medio ridícula, porque cae de pronto por el lado menos pensado sin decir siquiera agua va. Pero así son las cosas. Se dice que ciertos deseos surgen de golpe, incontenibles. Se dice también que en toda narración conviene ir preparando el terreno, para que las cosas exploten mejor y no a lo loco. Bárbara Sarasola-Day hizo esta película a su manera, con ganas de sorprender al espectador desprevenido, y lo sorprendió nomás. Desarrolló también un clima interesante, y una puesta en escena bastante propicia para exquisiteces, salvajismos, lentitudes y atropelladas. Pueden discutirse en cambio el estilo de relato con exabruptos que a veces parecen hechos por falta de tomas, alguna parte en que la película parece estancada, la resolución ambigua y abrupta, lo básico de algunas escenas (ppr ejemplo, la primera del matrimonio en la cama) y alguna otra cosita. Debuta como realizadora tras larga experiencia en cargos de producción para películas de Santiago Loza, Parés y de la Vega, Julia Solomonoff, Daniel Burman, Diego Lerman, Sergio Renán y otros buenos. Puede salir buena.
Blindarse y cerrarse Deshora se siente cómoda como cine salteño, como cine argentino, e incluso como coproducción argentino-colombiana. Un actor colombiano es uno de los protagonistas (Alejandro Buitrago) y la película no se preocupa por explicar nada, ni por hacerlo hablar “en argentino”. Es un hecho dado su acento: tendrá que ver con algo del pasado, que la película deja oculto. O tal vez ni siquiera eso, porque ocultar sería una acción demasiado deliberada, demasiado orientada, demasiado sesgada para esta película que expone, expone y expone. La sinopsis que fue enviada en el mail de prensa dice así: “Ernesto y Helena llevan muchos años casados. Viven en una finca aislada entre campos de tabaco y la selva de alta montaña en el noroeste argentino. Un día, reciben a Joaquín, el primo casi desconocido de ella recién salido de un centro de rehabilitación, que ha sido enviado por su familia, y en contra de su voluntad, a pasar un tiempo allí. El matrimonio está atravesando una frágil situación, la dificultad para concebir un hijo los ha sumido en una obsesión y en la pérdida de deseo. La nueva presencia es para Helena la oportunidad de reinventarse y, para Ernesto, oxígeno. La convivencia desestabilizará a la pareja y un triángulo amoroso comenzará a tomar forma entre la cacería, la riña de gallos y la vida en la finca. El deseo también puede tomar la forma de una profunda violencia.” No siempre las sinopsis son así de precisas, y a la vez así de abiertas. El texto expone, dibuja un mapa, y no detalla. Para detallar está la película. Y detallar más, que se podría hacer aquí, en este texto, sería avanzar contra esta película hecha con seriedad, con mano firme. Aquí se sabe lo que se quiere contar. No es una película errabunda, por más que durante los primeros tramos lo parezca. La directora Sarasola-Day deja moverse a sus personajes, pero todo está trazado para exponerse en orden muy determinado, muy claro, muy distanciado. Ernesto (Luis Ziembrowski) se presenta como un hombre prefijado, preseteado por una idea repelente de la masculinidad. Helena (María Ucedo, que puede mejorar cualquier película, e incluso lo hacía parcialmente con Juan y Eva) es una mujer insatisfecha y en conflicto con su marido. Este conflicto es silencioso hasta que eleva el volumen (y ahí Ucedo brilla en esa escena en el bar). Deshora no se plantea porqués, razones. Deshora exhibe, expone, avanza convencida hacia miradas, roces, desconfianzas, deseos. No soluciona, no resuelve, no desata, no oculta y no revela: como buena película negativa no integra sino que expulsa, quita. En el mail de prensa también se ofrecen estos comentarios de la directora: “Deshora surge de la relación de familiaridad y extrañeza que tengo con el contexto en el que crecí. La vida de provincia, la relación con esos lugares, las prácticas y con la convivencia en un contexto tradicional y conservador. Me motiva la idea de intimidad. El cuerpo como territorio en donde se desarrolla lo íntimo, el cuerpo como herramienta de relación con los otros y con el espacio. El punto que me interesa es cuando la intimidad se ve amenazada, cuando nuestro universo conocido se vuelve extraño, cuando desconocemos a quienes nos rodean y a nosotros mismos. La intimidad también como lugar en donde habita el deseo, esa parte más secreta de nosotros que funciona como un motor que puede empujarnos hacia algo vital o hacia el abismo”. Es un comentario perfilado, coherente, bien expuesto, que evita cualquier detalle que revele demasiado de la película. Es un comentario interpretativo, que nos indica la claridad conceptual de la realizadora. Deshora, y esto se dice sin saber su suerte en la cartelera (está recién estrenada), será vista por poca gente, a juzgar por su salida y porque no tiene las características que tienen que tener las películas argentinas de éxito (un par de nombres determinados y una promoción determinada, pero no vamos a entrar en esos detalles aquí). Estrenada a un año de su presentación en la sección panorama del Festival de Berlín 2013 (la edición 2014 acaba de comenzar en el día de este estreno), Deshora será otra película argentina que seguramente pasará desapercibida. En parte es por una realidad de la distribución, la exhibición, el público, la formación del público, etc. Y por otro lado por su propia sequedad y parquedad (sus límites) a la hora de construir estos personajes. El trío protagónico de Deshora sufre, se hace daño, se mira, se desea, incluso se seduce. Cumple acciones, pero no es: hay una austeridad extrema que hace que estos personajes no sean memorables, y esto no tiene que ver con heroísmos imposibles, con simpatías fuera de lugar, con excentricidades diversas. Es otra cosa: los personajes de Deshora son ejecutantes de acciones, tipos definidos pero que no llegan a individualizarse. De hecho podrían ser denominados “el marido, la mujer y el extraño”. No nos acordaremos de Ernesto, Helena y Joaquín. Porque Deshora es una película que impone respeto (y que hace esperar otra película de la directora) pero que -tal vez orgullosa de su seguridad- deja poco lugar para que los personajes adquieran relieve, para que sepamos algo de ellos (y esto no es un pedido de psicologismo), para los gustos, las dudas, las manías, la comunicación, la interacción más errática, menos atada a lo funcional. Así D
Lo que no puede ser dicho Deshora, de Bárbara Sarasola-Day, cuenta la historia de una pareja acomodada de la burguesía salteña, Ernesto (Luis Ziembrowski) y Helena (María Ucedo) y la irrupción del deseo olvidado y/o aletargado en la figura de Joaquín (Alejandro Buitrago), un primo de la mujer, que dislocará la tranquila y monótona vida matrimonial. El joven acaba de salir de una internación por adicción y se inserta en la convivencia diaria familiar que ya se encuentra en un avanzado estado de desgaste vincular. Película de climas y pequeños gestos que van acumulando pistas (seducción estereotipada y repetidora de mandatos y roles sociales: fantasías entre primos, la salida de machos a los puteríos, o la folklórica riña de gallos con su universo literal y simbólico de masculinidad) para desentrañar o engañar al espectador en la probable formación del triángulo o el dúo. Y quizá en esa instancia es que se detiene un poco en exceso para dar cuenta de ello, estirando innecesariamente la aparición del giro que planteará un quiebre y acelerará los tiempos planteados hasta allí, un poco más contemplativos, más extensivos que intensivos. Es en esa última media hora donde la pasión desbordada, el deseo inconfesable y vergonzante, la tensión sexual, la necesidad de sentirse querido, se desatan y con ellos la violencia irrumpe sin frenos mostrando la cara oculta y verdadera de los personajes. Los cruces de miradas como conductores del deseo latente se apoderan de los espacios donde la palabra no tiene nada que decir y el melodrama se juega en una escena de baile en el zaguán de la vieja casona señorial entre el trío protagonista, interpretada con justeza y musicalizada con un bolerazo que canta lo que no puede ser dicho y apura lo que ya se sugiere inevitable.
Con una excelente fotografía de Lucio Bonelli y muy buenas actuaciones de sus tres protagonistas se estrena el primer largo Bárbara Sarasola-Day. Una pareja sin hijos que vive en una finca tabacalera del noroeste argentino recibe de pronto a un primo de ella llamado Joaquín, un colombiano que acaba de salir después de casi un año de una clínica de rehabilitación por drogas. Desde el comienzo de su llegada el clima comienza a tornarse denso, y poco a poco se instala una tensión que da lugar a un triángulo amoroso. Así el visitante comienza acompañando a los dueños de casa en las actividades cotidianas, a la vez que va despertando en ellos deseos que parecían no existir, sacudiendo de pronto su monotonía. Una estética andrógina ( Alejandro Buitrago) contribuye a la construcción de un film narrado con rigor, donde el visitante no es cuestionado, sino en todo caso disputado. Joaquín es ese otro que irrumpe, pero ese “ser el otro” no se debe a su condición de visitante, sino a como éste es visto y a cómo, (Elena y Ernesto) son mirados por él. Y a la consecuencia inmediata de cómo estos reviven o renacen física y sexualmente. El otro es pensado como un significante vacío a ser completado. Esto da lugar a un reposicionamiento subjetivo, en el cual se produce un rearmado de los fantasmas, imprescindible para la reconstrucción de dichos sujetos. Sabemos que el deseo es siempre el deseo del otro, es decir, que el sujeto quiere ser objeto del deseo del otro, y a la vez objeto de su reconocimiento. Y que ese reconocimiento es de orden particular, privado y no necesariamente ético. Para desear es necesario encontrar algo que reanime la satisfacción…una memoria en acto ligada a una necesidad. Helena y Ernesto mantienen una relación ligada a la reproducción de la especie. Ambos se sienten desmotivados, sin deseo, con una pérdida del goce natural de la vida. La aparición de este visitante Pasoliniano, que emula en parte al visitante inesperado de Teorema viene a despertar esa memoria, generando en este caso un triángulo amoroso. El contexto ligado a la violencia que implica la metáfora de la riña de gallos con sus pulsiones de muerte es uno de los condimentos necesarios para acentuar el desarrollo de ese clima, donde el contacto con el agua es un remanso, ( aunque hay competencia entre Ernesto y Joaquín) cómo una especie de retorno al estado en gestación, estado próximo a la demanda que acompaña al deseo Con una excelente fotografía de Lucio Bonelli y muy buenas actuaciones de sus tres protagonistas se estrena con su primer largo Bárbara Sarasola-Day, quien logra además un clima, que por ser ópera prima nos retrotrae inexorablemente a La Ciénaga de Lucrecia Martel, no sólo por su contexto, sino por esa violencia propia del paisaje, la caza, las armas, las adicciones, esa relación con las empleadas domésticas, y esa tensión propia de la reinvención de la subjetividad a partir de la recuperación del deseo. Muy buen comienzo!
Riña de gallos Deshora de Bárbara Sarasola- Day es una bomba de tiempo, un volcán a punto de hacer erupción, una tensión que se acumula, aunque quizás nunca pueda ser liberada. Helena y Ernesto viven en un campo en la provincia de Salta y reciben durante un tiempo a Joaquín, primo de Helena. Aparentemente Joaquín necesita un espacio de tranquilidad por estar atravesando un momento difícil. Mucho no sabemos de este personaje, sólo que es un joven que acaba de concluir un tratamiento de rehabilitación, que estuvo marcado por la muerte de su padre y que tiene una áspera relación con su madre. En Deshora el deseo circula en varias direcciones y la cámara lo muestra a través de la piel, las miradas y los roces. En seductores planos detalles y de manera fragmentada este deseo se instala en cada parte de los cuerpos. El relato es sutil y ambiguo, nada parece estar claro y a la vez muchas cosas son evidentes. Helena y Ernesto cargan con el tiempo, la lejanía y la cotidianeidad de una pareja de años, pero siguen unidos. Necesitan el uno del otro y también buscan un hijo, quizás para llenar ese hueco que el amor fue dejando. Pero con la llegada de Joaquín se produce un terremoto y comienza el juego: la pelea de gallos, la cacería, las borracheras, las putas y todo lo demás. Helena queda por fuera, encerrada en esa angosta y abarrotada casa, acompañada por sus caballos, y sola. Por otro lado Ernesto se mueve a su antojo mientras que Joaquín los observa como un fantasma que deambula por la casa, metiéndose donde no debe, nadando en esos lugares en los que nadie parece querer sumergirse. Deshora nos habla de tantos temas como cada uno de los ojos que la miran, porque deja lugares abiertos y preguntas sin contestar. El relato acompaña la historia, la refuerza, calienta el aire y lo vuelve cada vez más denso, lo estira y lo disgrega. Deshora habla del poder, de la lucha con uno mismo, de la masculinidad, de la femineidad, de las pulsiones, de los miedos y de la soledad. Pero va más allá de esto porque además sugiere un contexto particular en donde se mueven los personajes, una sociedad con roles bien definidos, un micromundo con sus propias reglas. El clima va aumentando para dejarnos cada vez más asfixiados, a pesar de la amplitud del campo. El espacio cobra sentido, el contraste del interior de la tradicional casa en donde viven y la inmensidad de los espacios externos crean una película que tienen un peso propio y definitivamente deja huellas. Es “matar o morir” pero la pregunta sería: ¿qué es lo que sobrevive? Un universo hipócrita, un instinto contenido, un mirar hacia otro lado porque mirar hacia adentro sería mucho más peligroso. Se mata lo que uno es y perdura lo que se armó con tanto esmero durante toda la vida, esa “pantalla”, esa duplicación. Los espejos están muy presentes en el relato, sobre todo el que observamos al final del pasillo, ese pasillo que conecta todas las habitaciones: la de Joaquín, la de Helena y Ernesto, y la de los anhelos, con una cuna embalada y muebles de bebé sin uso. Ese espejo que está delante de ellos y que a la vez los sigue, como la cámara, cerca de sus espaldas, respirando sobre su nuca. Y nosotros somos espías de un mundo que se cae a pedazos, aunque sus integrantes den la vida por mantenerlo en pie. Sí, la vida. Parece que cuando estamos perdidos en un bosque y una mira nos apunta, no queda otra que correr y escapar, aunque quizás ya sea demasiado tarde. Llegó el momento de sacarse las vendas de los ojos, pero es un tiempo inoportuno, el de la verdad, y no siempre es hora de enfrentarla.
Tercero en discordia Qué tendrá el agua salteña que vuelve tan especiales a sus mujeres? En su largometraje debut, Barbara Sarasola-Day muestra más que un pasajero parentesco con Lucrecia Martel (La Ciénaga), y se manifiesta en la ambientación, los climas, la geografía y la voluntad de un cine personal, atado a su propio biorritmo. Entre riñas de gallo, sembradíos de tabaco y varias hectáreas destinadas a la caza, Ernesto (Luis Ziembrowski) es un capataz de gesto adusto y amargo. Su matrimonio con Helena (María Ucedo) podría ser una explicación; tras años de convivencia, la imposibilidad de tener hijos es vivida como un estorbo por la pareja. Hasta que a la casa llega Joaquín, un primo de Helena que no logra insertarse en la sociedad tras un período de rehabilitación. Bajo su aspecto misterioso, su actitud de voyeur y su compulsión a armar cigarrillos, Joaquín (Alejandro Buitrago) oculta algo que inquieta a la pareja. Con antecedentes como Teorema de Pasolini y El sirviente de Losey, el tema del intruso encuentra en este film un nuevo giro con final abierto, entre los indiscretos espejos de esa casa del noroeste argentino. Recomendable.
La primera imagen de Deshora que revela la apertura del filme no tarda en describir una situación muy concreta: el duro trabajo del hombre en el campo. De espalda a cámara y desobedeciendo a permitirnos conocer su identidad, un hombre carga con unos cuantos kilos de cañas de azúcar. El andar rutinario y el esfuerzo propio de la acción contrasta inmediatamente con el sollozo de la vegetación, la cual nos recuerda que en ésta área rural no todos se desloman por conseguir el pan. Existen los otros, esos que sin piedad dan órdenes y disfrutan del paisaje. Si bien la balanza podría parecer desequilibrada, no tardaremos en descubrir que estos últimos no cargan cañas sino dilemas existenciales. Tres son los personajes que deambulan adormecidos como animales en cautiverio tras las huellas de un pasado complicado y un presente que los estigmatiza. Joaquín (Alejandro Buitrago) es un joven que recién salido de un centro de rehabilitación para adictos es encomendado al cuidado de su prima Helena (María Ucedo), quien en aquel usual rol de la señora de campo, se ha estancado en la soledad y el desamor. De todos modos no será sólo por su culpa que la desgracia aparezca en su vida. Ernesto (Luis Ziembrowski) es el esposo y dueño (por herencia) de toda la extensión del inmenso predio rural, que con sus modos machistas y un bagaje de represiones al borde del colapso, intenta cumplir con su rol de amo. Deshora es una historia de amor a destiempo, un cuento campestre que lejos de la presunta inocencia o tranquilidad pastoral se convierte en un drama psicológico lleno de paradojas: Helena se desvela pensando porque no puede ser madre mientras que la yegua de la estancia no para de tener cría; Ernesto es el más machistas de los hombres pero no puede dejar embarazada a su mujer ni hacerse cargo de sus impulsos sexuales, y Joaquín es la mejor excusa para darle forma a una perfecta estructura triangular, actuando como nexo dramático y físico, estará a su cargo (en su andar fantasmagórico) el control mental de Ernesto y Helena, quienes irónicamente fueron designados para protegerlo. Entre juegos de intensa seducción sexual contenida, pronto las presas tomarán el puesto de los cazadores y cuando esta situación llegue a su cenit, será el momento de tomar las decisiones que se vinieron postergando. Los tres se necesitan pero uno debe partir, y quien se vaya será por el azaroso destino y no por el natural fluir de sus acciones. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Secretos de familia y un triángulo amoroso que puede despertar los deseos más oscuros. Esta es la ópera prima de Bárbara Sarasola-Day (Salteña de 37 años, el film se lo dedicó a su madre quien siempre la alentó y que falleció unas semanas antes del rodaje). Ambientada en una casa de campo en el noroeste argentino nos encontramos con un matrimonio joven, Helena (María Ucedo, un personaje creíble y bien actuado) y Ernesto (Luis Ziembrowski, un personaje muy jugado), los invade la rutina y se encuentran intentando tener un hijo. Tienen varios peones trabajando para ellos, se dedican al cuidado de animales como caballos, gallos de pelea, a la cosecha de caña y algunas actividades de campo. Ellos a través de un familiar, Estela (Marta Lubos) ,reciben a Joaquín (colombiano Alejandro Buitrago, compone un personaje interesante), un primo de Helena de 25 años, a quien no ve hace mucho tiempo, este acaba de terminar un tratamiento de rehabilitación por problemas de adicción y ahora junto a ellos podría encontrar un lugar en la sociedad. La presencia de este nuevo integrante de la familia se advierte algo desequilibrante con las miradas, los silencios y ciertas incógnitas, este demuestra un interés por Helena, en los primeros encuentros el espectador percibe que algo pasó entre ellos pero no sabe bien que fue. A través de la cámara Joaquín incomoda, seduce, preocupa y puede hacerles sentir placeres incontrolables solamente con su presencia. Para ayudarlo Ernesto intenta mantenerlo ocupado y va participando de distintas actividades en el lugar: riña de gallos, tragos, charlas, cigarrillos, un día para nadar en el río, la cacería y hasta lo lleva a un burdel. Pero Joaquín resulta algo inquietante y puede hacerles sentir sus inseguridades, despertar fantasías ocultas, deseos impensados y pueden salir a la luz las pasiones más oscuras que puedan existir en las personas. El relato por momentos comienza a naufragar, posee una interesante fotografía de Lucio Bonelli (“La araña vampiro”), ambientes sofocantes, distintos sonidos del lugar, corridas por la vegetación del lugar, estos son elementos interesantes, con tomas largas que le juegan en contra porque le da cierta lentitud y pierde un poco el ritmo. La historia contiene subtramas y una vuelta de tuerca, además contiene misterio, intriga, metáforas, el despertar de los apetitos sexuales, resulta perturbadora, tiene momentos de violencia, y propone al espectador reflexionar acerca del deseo, poder reconstruir lo que sucedió y también debatir.
La grieta que esconde la mirada La puesta en juego -en escena- del deseo tiñe a Deshora de manera progresiva. Como un caldo infernal donde se quiere pero no se debe caer. Una sensación de agobio, de candor, comienzan a traslucir sus personajes, almibarados entre el aire descampado de una tabacalera. Allí es donde va a parar Joaquín (Alejandro Buitrago), para quizás resarcir su vida, en pleno trance de rehabilitación. La casa es de su prima Helena (María Ucedo) y de su marido, Ernesto (Luis Ziembrowski). Allí viven, entre el trabajo que éste ha paternalmente heredado, en busca de un embarazo que se demora, señal tal vez más honda, encastrada muy adentro. Joaquín es el disparador que altera, es quien se pasea en horas cualquiera, el que fuma marihuana en vez del tabaco que le rodea. Su voz se acerca a su prima entre pasos en silencio, como si deslizara intenciones que, en todo caso, ya también estaban en ella. Hábilmente, la ópera prima de Bárbara Sarasola-Day -presentada en la sección Panorama del Festival Internacional de Cine de Berlín-, introduce al espectador desde los supuestos, para luego liberarle de prejuicios. Para arribar a las resoluciones, críticas, de heridas abiertas, con sangre que presagia, lo que la realizadora construye es un desliz turbio, de fisuras. Hay puertas entreabiertas, jadeos nocturnos, ojos furtivos. Las poses se denuncian en su artificio. Maneras y gestos hoscos que entre estos hombres de campo, con mujeres sumisas o ausentes -sino prostitutas-, debe replicarse la relación entre patrón y empleados, o el ritual compartido de la caza. El desenlace que elige Sarasola-Day es notable, porque la resolución sucede desde el corte de montaje, cuando las situaciones ya han sido conocidas, sugeridas, así como finalmente asociadas desde su organización simultánea en el relato.