Tras los éxitos y premios conseguidos con Gloria y Una mujer fantástica, el director chileno Sebastián Lelio debuta en inglés con un intenso y emotivo drama construido al servicio de dos excepcionales actrices. Hay un romance prohibido entre dos mujeres en el centro de la trama de Desobediencia, pero no es el amor (ni el sexo) el tema central de la película. La libertad para elegir qué hacer con la propia vida es el punto fuerte del debut en inglés del director chileno Sebastián Lelio (La sagrada familia, Navidad, El año del tigre, Gloria y Una mujer fantástica) con la transposición de la novela de Rebecca Lenkiewicz. Las mujeres que se aman desde la adolescencia son Ronit (Rachel Weisz) y Esti (Rachel McAdams). El regreso de Ronit a la comunidad judía ortodoxa de Londres en la que ambas se criaron reaviva ese romance que tuvo efectos distintos en cada una. Ronit, hija de un rabino admirado por todos, que acaba de morir, eligió mudarse a Nueva York, cambiarse de nombre, convertirse en fotógrafa, no casarse y no tener hijos. O sea, eligió una vida totalmente alejada de lo mandatos de la religión y de su propio padre. En cambio, Esti se quedó y se casó con Dovid (Alessandro Nivola), amigo de ambas de la infancia y discípulo del rabino. Nada es de resolución fácil en Desobediencia. Ronit intenta reconciliarse con su pasado y con una parte de su identidad, su origen, al que no sólo ella rechazó sino que también la rechaza a ella por haber tomado otro camino. Esti lucha con su deseo y no sabe cómo dejar de conformarse y vivir una vida plena. Uno de los mayores logros de la película, que tiene una acertada puesta en escena y excelentes interpretaciones, es la forma en la que muestra el precio de la libertad personal, pero también subraya el valor infinito que esta tiene. La desobediencia del título no se refiere sólo a la afrenta que el amor de estas mujeres significa para sus creencias religiosas sino también a una mucho peor: la de ignorar los propio anhelos.
Debajo de ese manto tan blanco Este año ha sido particular para Sebastián Lelio pues resultó ganador del Óscar a mejor película extranjera por Una mujer fantástica (2017), el primero para Chile, y ahora estrena su primera película de habla inglesa Desobediencia (2017) y que, como fiel a su estilo, trabaja sobre un argumento polémico. En esta oportunidad toma la religión judía más ortodoxa para hacerla estallar desde sus entrañas. Con un lenguaje lánguido y una composición milimétrica contrastada, plantea el tema de la eterna duda entre la razón y el instinto, entre lo más razonable y el impulso carnal de las pasiones más ocultas. Una poderosa elegía sobre las convenciones actuales. Basada en el libro de Naomi Alderman, todo comienza con la muerte en una sinagoga de Londres del Rabino de una comunidad judía. Aquel hombre resulta ser el padre de Ronit Krushka (Rachel Weisz) quien se dedica a la fotografía en Nueva York. Ante la mala noticia debe regresar a su casa a toda prisa. Pero ella renunció a su comunidad, dejándolo todo y perdiendo su herencia religiosa. Entonces volver será un remesón para todo el mundo. Del luto pasará a ser vista como la hereje, la hija perdida y a la vez como la oveja negra que abandonó al Rabino. En dicho regreso se encontrará con sus amigos de la infancia y ahora casados Dovid (Alessandro Nivola) y Esti (Rachel McAdams) Kuperman. Sin embargo, solo traerá problemas al destaparse, de nuevo, un secreto inconfesable. No hay dudas que al inicio el lenguaje pausado podría hacer que el film sucumba en cierta lentitud que nos desapegue de aquella figura del dolor y el duelo postmortem. Sin embargo, y de manera inesperada, una incertidumbre aparente y anodina nos lleva hacia el drama más denso y oscuro. La llegada de Ronit desencadena el amor oculto que acarrea desde la infancia con Esti. La calma e indiferencia se convierte en imágenes de amor descontrolado y lésbico que harán que la elegía se convierta en un canto de libertad en la oscuridad de una religión que parece resquebrajarse. Y entonces a partir de ahí uno no volverá a desengancharse hasta el final. Es interesante como el relato hace recordar a las novelas del escritor estadounidense Philip Roth (gran autocritico de su propia raíz judía) donde un personaje regresa ya sea por enfermedad o muerte a su barrio de infancia, pero a la vez este personaje es el elemento que abre los temas tabúes, pues es el elemento desestabilizador. A diferencia de Roth, Lelio está más interesado en el mundo femenino como protagonista, aquí sus dos actrices encarnan el pecado en sí mismas y a la vez pondrán en jaque a su entorno que siempre lo sabía y siempre se preocuparon en ocultar. En Desobediencia, Lelio demuestra otra vez su impronta virtud para el manejo de escenas fuertes sin escapar a los detalles visuales y con ello abrir la polémica de par en par. El relato muestra a la religión, construido por siglos sobre columnas de hierro como un campo poseedor de temas paradójicos, contradictorios y siempre discutibles. Una poderosa manera de humanizar las tradiciones más conservadoras.
El rabino Krushka le habla a su congregación sobre la creación del mundo y cómo Dios creo tres clases de criaturas: los ángeles, las bestias y los seres humanos. De estos tres tipos de clasificaciones, solo los humanos tienen voluntad propia y la posibilidad de tener libertad de elección. Los hombres y las mujeres son los únicos que tienen el poder de desobedecer. En la mitad de su sermón, el rabino sucumbe ante una enfermedad que venía padeciendo y fallece delante de su comunidad. Así inicia “Disobedience” (2017), un film del chileno Sebastián Lelio, que el año pasado fue el ganador del Oscar a Mejor Película Extranjera por su excelente cinta “Una Mujer Fantástica”. Este largometraje es su primera incursión en el cine de habla inglesa y básicamente consiste en una exploración sensible sobre el amor, la fe, la sexualidad, la libertad de pensamiento y elección, entre otras cosas. A su vez, nos presenta otro desafío que tienen que afrontar dos mujeres en el marco de la rama ortodoxa de la religión judía, aunque podría trasladarse a cualquier otro ámbito. Un drama emocional que fue relatado con maestría y excelsamente interpretado por sus protagonistas. La cinta es una adaptación de la novela homónima de Naomi Alderman y cuenta la historia de Ronit (Rachel Weisz), una mujer que se crió en una familia ortodoxa judía y que decide regresar a su hogar con motivo de la muerte de su padre, el rabino Krushka. La controversia no tardará en aparecer cuando ella comience a mostrar interés por una vieja amiga del colegio llamada Esti Kuperman (Rachel McAdams), la cual está casada Dovid Kuperman (Alessandro Nivola), otro amigo de la infancia y protegido del rabino fallecido. Los problemas surgirán cuando Ronit, que lleva una vida alejada de la religión, regrese a realizar su duelo, pero también termine revolucionando este sector más estricto y ortodoxo de la colectividad judía. Lo interesante de este film se da no solo en los contrastes y en cómo un mundo converge con el otro, sino también en la forma en la que están narrados los acontecimientos. La obra comienza de manera enigmática por medio del sermón del rabino en la sinagoga y después se traslada a la hija del líder religioso que atraviesa un período de duelo que, por más de que no sea estrictamente observante de sus costumbres, comienza de alguna manera a refugiarse en esa fe y a tratar de reconciliarse con la misma (cuando se rasga sus vestiduras luego de hacer patinaje sobre hielo esto podría verse como una de las costumbres que se dan con el entierro dando paso a la Shivah o tiempo de duelo observado dentro del judaísmo). En realidad, Ronit busca enmendar su relación con el padre. No obstante, con el correr de la trama nos iremos enterando de las razones por las cuales la mujer dejó la comunidad para emprender su propio viaje hacia la libertad de elección, una libertad que todavía no le fue otorgada a su amiga Esti. Lelio dirige magistralmente el relato, que además escribió junto a Rebecca Lenkiewicz (“Ida”), y que está muy bien interpretado por Weisz y Nivola, pero especialmente por McAdams. El duelo actoral que se da entre las dos intérpretes femeninas es tremendo y aporta la cuota de sensibilidad necesaria para poder empatizar con estas dos mujeres que buscan ser aceptadas y reconocidas dentro de su comunidad. Si bien hay una crítica a la impasibilidad de los sectores más ortodoxos, y cómo a veces dejan de lado o incluso incumplen mucho de los mandatos divinos con el solo fin de ser más estrictos y observantes, también hay una especie de redención sobre el final de aquellos miembros de la comunidad que son los verdaderos entendedores de aquellas palabras con las que abre el rabino Krushka el film. De hecho, se resignifica ese comienzo en un último intento del padre de pedirle perdón a su hija y querer conectar con ella en lo que algunos llaman la claridad previa a la muerte. Con una lograda puesta en escena y un más que funcional trabajo de fotografía de Danny Cohen (“The Danish Girl”, “Les Miserables”), que nos yuxtapone la frialdad londinense con la del círculo religioso que excluye a este amor “prohibido” por medio de la desaturación y el bajo contraste, “Desobediencia” es una película sobre la reconciliación del pasado y la libertad personal. Un film extremadamente sensible y humano que busca conmover por medio de un relato sobre el amor y la espiritualidad, a través de un elenco fuerte y una energía que viene a reivindicar la necesidad inherente del ser humano de desobedecer.
El fuego y las cenizas El debut en el mercado anglosajón de Sebastián Lelio, el realizador y guionista chileno responsable de las interesantes Una Mujer Fantástica (2017) y Gloria (2013), combina dos temáticas paradigmáticas de los dramas identitarios de izquierda, léase el autoritarismo en una comunidad conservadora y hermética y la represión sexual de larga data en el contexto de un fundamentalismo religioso cuyo margen de tolerancia hacia lo diferente se ubica bien por debajo del cero. Desobediencia (Disobedience, 2017) examina la libertad de la que disponen los seres humanos para valerse por sí mismos y tomar decisiones en ese sentido cuando la sociedad en la que viven no hace más que coartar las posibilidades de desarrollar una cierta autonomía, cuestionar el mandato tradicional establecido o aunque sea apostar por un crecimiento de índole individual que escape a los barrotes tácitos consuetudinarios. La premisa de base es sencilla y respeta la línea de las películas previas del director, muy cercana a lo que sería una versión lavada y accesible del cine de reflexión marxista y transgresión social de Rainer Werner Fassbinder: Ronit (Rachel Weisz) es una fotógrafa de gran éxito en Nueva York que un día recibe una llamada telefónica informándole que su padre Rav Krushka (Anton Lesser) falleció, nada menos que el rabino de una comunidad de judíos ortodoxos de Londres. La mujer de inmediato entra en crisis y decide asistir a los servicios fúnebres en Gran Bretaña, así descubrimos que antaño optó por abandonar el enclave religioso y que estaba distanciada de su progenitor. Pronto la marginación toca a su puerta de la mano de la autoridad actual, su tío Moshe Hartog (Allan Corduner), quien parece no haberle perdonado que haya apostatado y en especial la separación de su familia. Ahora bien, la verdadera razón de tanto encono por parte del clan y los miembros del culto se reduce a una relación lésbica que Ronit mantuvo hace años con su amiga de la infancia/ adolescencia Esti (Rachel McAdams), la cual se terminó casando con el mejor amigo de ambas, Dovid Kuperman (Alessandro Nivola), a su vez discípulo de Krushka y su “sucesor natural” en materia del rabinato. Alojada en la casa de la pareja Kuperman, la protagonista descubrirá que las cenizas pueden volver a arder y que la pasión entre las mujeres continúa despertando la intromisión demencial de la comunidad, pero esta vez una mayorcita Esti se planta frente a un vínculo sin amor y le pide a Dovid que la libere del compromiso de turno, lo que se complica todavía más porque está embarazada. El guión de Lelio y Rebecca Lenkiewicz subraya el aislamiento autoimpuesto de los judíos, los chismes horrendos de todo bastión amurallado, la persecución de la que son objeto los disidentes y la patética tozudez de individuos que aceptan preceptos arcaicos y contraproducentes -como el unirse en matrimonio para “curarse” de la homosexualidad- sólo porque una infinidad de bobos del pasado los vienen reproduciendo desde una perspectiva acrítica y por demás castradora. Cayendo apenas por debajo de Gloria y Una Mujer Fantástica, la propuesta se las arregla para manejar bastante bien un minimalismo expresivo basado más en las actitudes de los personajes que en los diálogos en sí, siempre dejando espacio para un gran desempeño por parte del trío compuesto por Weisz, McAdams y la revelación Nivola, un actor con un largo derrotero en roles secundarios que pone al descubierto cuántos intérpretes andan dando vueltas por ahí sin ser aprovechados en papeles acordes a su talento. El erotismo y la precisión en la puesta en escena habituales de Lelio aquí también brillan de la mano de problemas psicológicos arrastrados desde hace mucho tiempo cuyo eje es una colectividad que a pura hipocresía nos habla de hombres y mujeres con voluntad propia aunque en términos prácticos restringe todo lo que puede el margen de acción de sus componentes individuales con el objetivo de que el más mínimo signo de cambio sea eliminado cuanto antes. Desobediencia invita precisamente a insubordinarse en pos de la construcción dedicada de uno mismo como un ente soberano capaz de formular sus propios juicios y juzgar el carácter regresivo de la coyuntura en la que nació, vive o le toca desempeñarse…
Una muy buena película. Sepan aquellos que se sientan atraídos sólo por ir a ver a dos actrices de gran peso interpretando un romance lésbico, que en esta oportunidad las escenas con contenido sexual homosexual...
Sebastián Lelio es un gran director. En esta primera incursión en el cine americano tiene la difícil tarea de contar una historia de amor prohibido en medio de una comunidad religiosa. Si bien en los momentos de mayor tensión sexual, el realizador no se anima a mucho, en las atmósferas y climas, como así también en la posibilidad de mantener en vilo al espectador con el devenir de las protagonista, deposita todo su conocimiento en imágenes.
La apostasía en comunidades judías ortodoxas mereció en los últimos años dos grandes películas: Félix y Meira (2014), drama sobre una judía de la comunidad de Montreal que se enamora de un gentil, y One of Us (2017), documental de Netflix que muestra la vida de tres ex judíos jasídicos de Brooklyn. La fascinante mecánica de estos grupos cerrados, que funcionan según sus propias reglas aun dentro de grandes ciudades, es el marco en el que se desarrolla Desobediencia, una historia de amor intensa, pero sin la emotividad ni el brillo de aquellos títulos. Este es el debut de Sebastián Lelio como director de una película hablada en inglés. Incluso antes de que la sobrevalorada Una mujer fantástica ganara el Oscar a mejor película en idioma extranjero, al chileno ya se le habían abierto las puertas para desarrollar una carrera internacional. En su rol de productora, Rachel Weisz vio Gloria (2013) y, atraída por la sensibilidad de Lelio para retratar el alma femenina, decidió convocarlo para escribir y filmar un guión basado en la novela de Naomi Alderman. La propia Weisz entrega una notable interpretación de Ronit, una fotógrafa que vuelve después de muchos años a su hogar en el norte de Londres para la shiva, el período de siete días de duelo por la muerte de su padre, un eminente rabino, líder de la colectividad. Su regreso reactiva forzosamente las relaciones que habían quedado en suspenso tras su abrupta partida, sobre todo con sus mejores amigos de toda la vida, Esti (Rachel McAdams) y Dovid, que están integrados a la vida social y religiosa de la comunidad. Lo mejor de la película es el extrañamiento de Ronit por estar en un lugar familiar al que ya no pertenece y en el que ya no tiene cabida; su trato con gente cercana y lejana a la vez. Pero el foco no está puesto ahí, sino en el romance tabú, que funciona tanto como un alegato a favor de la diversidad sexual como de la liberación femenina (y de una masculinidad sensible que la acompañe). Más allá de su tufillo a corrección política y a falta de riesgo, el mayor problema de Desobediencia es que a medida que transcurre va teniendo un tratamiento cada vez más melodramático. Hasta el punto de echar mano de recursos lacrimógenos que no son efectivos y, además, terminan embarrando la historia.
El director chileno Sebastián Lelio sigue con sus sensibles y provocadoras exploraciones de la intimidad del universo femenino. Tras Gloria y Una mujer fantástica(ganadora del Oscar), escribió y filmó su primera película en inglés, basada en la novela de Naomi Alderman. Ronit (Rachel Weisz) es una fotógrafa británica radicada en Nueva York. En medio de una sesión le avisan que su padre, un influyente rabino de la comunidad ortodoxa de Londres, ha muerto. Ella. que se mantuvo alejada y adoptó un estilo de vida más moderno, regresa y se reencuentra con quien fuera su mejor amiga (y algo más) de juventud. En cambio, Esti (Rachel McAdams) no solo se quedó allí y aceptó sus reglas, sino que además se casó con Dovid (Alessandro Nivola), al que todos ven como el futuro líder religioso. La atracción entre Ronit y Esti no tardará en reaparecer, pero el eje pasa por la búsqueda de la identidad y, en definitiva, la reivindicación de la libertad de elegir el camino propio por sobre los condicionamientos sociales o religiosos. Lo que en principio parece ser un prolijo y algo académico estudio psicológico se va convirtiendo en algo bastante más complejo y profundo. A partir de una narración rigurosa y de notables actuaciones del trío protagónico, Desobediencia resulta un film tan cuestionador como noble. Otro hallazgo de un director con un presente exitoso y un futuro brillante.
En One Of Us, documental que cuenta la historia de tres “desertores” de una de las comunidades judías más ortodoxas (la Jasídica) de Nueva York, Ari se pregunta sobre Dios. El tiene 18 años y, hace poco, decidió cambiar su estilo de vida. Entonces cuenta que por hacerse y hacer preguntas, quienes antes eran sus amigos hoy no lo saludan. A este planteo, un anciano miembro de ese grupo religioso responde: “La forma que tenemos los jasídicos de ver las cosas es no profundizar en temas filosóficos, como la existencia de Dios y… esto tiene que ver con hacer algo y hacerlo en forma repetitiva (…), eso ha funcionado por miles de años”. El documental, dirigido por Rachel Grady y Heidi Ewing, y producido por Netflix, cuenta la lucha de estas tres personas por abandonar la comunidad en la que nacieron y las duras consecuencias que eso tiene en sus vidas. Porque no sólo pasaron a descubrir un mundo en el que no sabían, por ejemplo, googlear, también se dieron cuenta de que, fuera de su grupo jasídico, eran seres socialmente incompetentes. Desobediencia, primer largometraje de Sebastián Lelio luego de su “ingreso a Hollywood” con el Oscar por Una mujer fantástica, también trata sobre un grupo de judíos ortodoxos pero no se mete tan a fondo en la religión. A Lelio le interesa poco ahondar en los dogmas, las leyes, las costumbres o las normas judías, él prefiere contar una historia sobre cómo funciona el amor (entero, con todas sus caras y variantes) en este tipo de comunidades. Esta es la historia de Ronit (Rachel Weisz), Esti (Rachel McAdams) y Dovid (Alessandro Nivola). La primera, hija de un importante rabino de Londres, abandonó su comunidad judía hace algunos años para mudarse a Nueva York y llevar una vida secular. Su padre no volvió a hablarle. Tampoco lo hicieron sus amigos o sus familiares. Pero, un día, aquel rabino muere y alguien le avisa a Ronit, quien vuelve a Londres para despedir sus restos. Allí se encuentra con que todo sigue igual excepto por una cosa: Esti (su gran amiga, romance y amor adolescente) y Dovid (su gran amigo y fiel aprendiz de su padre) hace años que son marido y mujer. La película entonces navega, más que nada, por los sentimientos de ambas mujeres porque, claro, lo subversivo es que una mujer ame a otra, no que un judío ortodoxo ame tanto a una mujer que llegue a “aceptar” aquel amor y, entonces, se cuestione la vida entera. Caer en el camino fácil del lesbianismo prohibido lleva a Leilo por un camino de varios clichés que solo conducen a desperdiciar al valiosísimo personaje del enorme Alessandro Nivola: Dovid, quien sufre la transformación más profunda de los tres protagonistas de esta historia. De esa gran falta Desobediencia solo se salva porque Rachel McAdams entrega la mejor interpretación de su carrera. La película cubre a Esti con ropas y pelucas, pero esta actriz la descubre: ella arrastra la mirada como si a Esti le pesara, incluso camina y se mueve casi arrastrando la pasividad con que ha tomado el matrimonio, y esa vida, como (en palabras del propio padre de Ronit) la “cura” de su homosexualidad. Lelio respeta tanto el trabajo de McAdams que, salvo puntuales excepciones, la muestra en planos que no la invaden y que, en cambio, le permiten trabajar con ese cuerpo que carga como encogido o succionado hacia adentro, casi como queda su pelo cada vez que ella se quita la peluca. Más allá de eso, la relación entre Ronit y Esti no surca la película demasiado. En realidad, lo que más altera el orden (el del relato, pero también ese status quo judío del que tanto se habla en One Of Us) aquí es el amor de Dovid por Esti, tan intenso que hasta conduce a que el aspirante a rabino acepte, primero, que su esposa embarazada de su hijo no lo ama y, segundo, que le gustan las mujeres. El vínculo entre ellos es lo único que lleva al verdadero cuestionamiento del sistema en el que están inmersos, tanto que hasta hace que Dovid ya no pueda defender ciegamente la propuesta de esa religión. Ahí está Desobediencia, en ese hombre que ama tan intensamente que hasta cuestiona el manual que le rige la vida desde el nacimiento. Desobediencia está en ese tipo que, al borde de asumir el mando de una comunidad religiosa, admite que su credo puede estar equivocado. Desobediencia está en el abrazo entre Ronit, Esti y Dovid afuera de la sinagoga, escena que sintetiza esta película entera y que no habla de un amor lésbico (como la han marketineado, incluso llamándola Jew Is The Warmest Color) o heterosexual, sino que habla, simplemente, del amor.
“Desobediencia”, de Sebastián Lelio Por Hugo F. Sanchez Un anciano rabino da un vibrante discurso en una sinagoga y colapsa en medio de la ceremonia. Su muerte determina que su hija Ronit (Rachel Weisz), radicada desde hace años en Nueva York, regrese a la comunidad jasídica londinense en donde se crió para despedir a su padre. Allí se encontrará con todos las costumbres propias de el judaismo ortodoxo de donde huyo cuando era mucho más joven pero sobre todo, volverá a ver a Esti (Rachel McAdams), que fue y sigue siendo un amor imposible. Al encuentro postergado por años se le agrega la sorpresa de enterarse de que Esti ahora es una mujer religiosa, que niega su inclinación sexual y que se casó con Dovi (Alessandro Nivola), que está a punto de asumir como el rabino mayor. El chileno Sebastián Leilo (que con Una mujer fantástica ganó el Oscar al mejor film extranjero) hace su primera experiencia en un film en inglés a partir de la novela Disobedience de la escritora inglesa Naomi Alderman con una puesta sobria, que más allá de centrarse en el amor prohibido, indaga el universo cerrado de una grupo de personas que eligen cada día vivir bajo los preceptos religiosos, sin embargo, el principal mérito de Desobediencia es poner en primer plano cuestiones como la libertad de elegir y la valentíade optar por un camino propio. El extraordinario trabajo de Weiz, McAdams y Nivola y la sensibilidad de Leilo en la dirección va desarrollando la historia gradualmente para tomar todos los puntos de vista, aunque la sobriedad del principio luego va cediendo ante cierta audacia calculada -la escena de sexo entre ambas mujeres es un ejemplo- y el melodrama. Aún así, Desobediencia es una buena película, sobre todo por su capacidad de mostrar un mundo tan complejo como hermético DESOBEDIENCIA Disobedience. Reino Unido/Estados Unidos/Irlanda, 2017. Dirección: Sebastián Lelio. Intérpretes:Rachel Weisz, Rachel McAdams, Alessandro Nivola y Anton Lesser. Guión: Sebastián Lelio y Rebecca Lenkiewicz, basado en la novela de Naomi Alderman. Fotografía: Danny Cohen. Edición: Nathan Nugent. Música: Matthew Herbert. Distribuidora: UIP (Sony). Duración: 114 minutos.
Luego de un multipremiado debut con “La sagrada familia”, el chileno Sebastián Lelio filmó “Navidad” y “El año del tigre”, pero logra irrumpir con muchísima fuerza en el circuito de festivales con su cuarto largometraje: “Gloria”. Una hermosa película alrededor de los conflictos interiores de una mujer de más de 50, con una intensa y memorable actuación de Paulina García (la remake americana se encuentra actualmente en post producción, dirigida por el mismo Lelio y protagonizada por Julianne Moore) y que logra posicionar a Lelio en el mercado internacional, mostrándolo ya como uno de los grandes directores latinoamericanos del momento. Si quedaba alguna duda que Lelio tiene sutileza para contar historias que tienen como eje central el universo femenino, con “Una mujer Fantástica” logra consagrarse definitivamente jugándose con una historia arriesgada. Su elección de un tema completamente novedoso en la filmografía latinoamericana y con el protagónico excluyente de Daniel Vega, en la piel de una trans que debe atravesar el duelo por su compañero recientemente fallecido, enfrentado en ese duro proceso a la ex mujer y a toda la familia de su amante, le valió a Chile un Oscar como mejor película extranjera en esta última entrega. Ahora Lelio desembarca en Hollywood con otro relato que vuelve a tocar los temas que evidentemente le preocupan: el mundo femenino, el impacto de las pasiones sobre las emociones, el descubrimiento sexual que plantea cada nueva relación y el goce que se instala en esos vínculos que están destinados, fundamentalmente, a romper con ciertas reglas sociales preestablecidas: común denominador de sus últimos trabajos. En “DESOBEDIENCIA”, Lelio adapta la novela de Naomi Alderman que plantea un particular triángulo amoroso que acentúa más su espíritu transgresor ya que los personajes pertenecen (directa o indirectamente) a la comunidad judía ortodoxa en Londres. Rachel Weisz es Ronit, hija de un renombrado rabino de esa comunidad, quien hace tiempo se declaró en absoluta rebeldía y actualmente trabaja como fotógrafa en Nueva York, lejos de su entorno familiar religioso. Ante la noticia del fallecimiento de su padre, deberá volver intempestivamente al lugar de origen para acompañar los ritos funerales y volverá a insertarse, de alguna manera, en ese lugar que abandonó y del que hoy se siente absolutamente ajena. En este proceso de duelo y despedida de un padre con el que siempre mantuvo una relación antagónica, se reencontrará con Dovid (Alessandro Nivola) quien fue su amigo en la niñez y adolescencia y ahora es una figura de tanto peso dentro de la comunidad, que se lo considera el sucesor natural de su padre dentro del rabinato, hecho no menor para el vínculo que retomarán con Ronit. Pero la historia de “DESOBEDIENCIA” poco a poco va complejizando este reencuentro: han pasado varios años donde Ronit eligió perder el contacto y por ende, ella tampoco estaba al tanto de Dovid se había casado con Esti (Rachel Mc Adams), quien fuera su mejor amiga y que se desempeña como maestra en la escuela ortodoxa para las jóvenes, otro lugar de mucha visibilidad dentro de la comunidad. No tardará en saberse que ha sido Esti la que llamó a Londres y le hizo saber de la muerte de su padre para que Ronit “volviese a casa”. Ese llamado no es falto de intención sino que dentro del entramado de los personajes, de a poco se irá develando que Esti y Ronit han tenido una historia amorosa en la adolescencia, la que no tardará en volver a desencadenarse, y ahora con mucha más fuerza. En toda la primera mitad de la película, donde se van presentando las situaciones de cada uno de los personajes, Lelio acierta en una compleja y detallada descripción, atando sus deseos y sus pulsiones a lo que la comunidad exige de cada uno de ellos ya sea porque acepten el mandato o porque lo rechacen de plano, como en el caso de Ronit / Weisz. Ella viene a despedirse de su padre pero también a intentar ocupar un espacio que ha dejado vacante y a darse la posibilidad de dar una nueva lectura de su pasado. Sin quererlo, su presencia modifica las otras historias, sobre todo la de Esti, en donde rápidamente aparecerán vientos de cambio sin medir las consecuencias que esto pueda provocar en sus vidas. El guión adaptado de Lelio y Lenkiewicz sobre la citada novela de Alderman, se mueve brillantemente en toda esta primera parte, sosteniendo una tensión dramática extrema entre los tres personajes. Nada se desarrolla en forma explícita sino que los guionistas trabajan de forma tal que las situaciones vayan decantando a medida que los personajes puedan ir desplegando sus sentimientos y sus pasiones. Lelio conduce este trío de actores excepcional, con mano firme, logrando tres avasallantes interpretaciones cada una con el matiz del conflicto ético y moral que su personaje necesita. La sinergia que se genera entre ellos (y en especial en las escenas de Weisz y Mc Adams) es perfecta, son grandes actores y el ojo preciso de Lelio, los aprovecha en su mejor versión. Pero una vez desatado el conflicto central, el efecto dominó no se hará esperar. Cuando la verdad salga a la luz, primero internamente y luego más abiertamente, las piezas del rompecabezas comienzan a moverse y producen un desplazamiento de los personajes y del centro dramático de la historia. Es esta segunda parte cuando “DESOBEDIENCIA” pierde el perfil de drama intimista y la audacia de la puesta de Lelio, con esa mirada completamente visceral para sus personajes, para virar hacia un melodrama que prefiere volver a la estructura conservadora y clásica, con personajes que toman caminos que no condicen con el potente desarrollo de la primera mitad del film. Lelio hace temblar a sus criaturas, lejos del preciosismo estético a ultranza de la “Carol” de Todd Haynes pero tampoco logra la audacia que en algún momento generó “La vida de Adèle”. Queda a mitad de camino con la adaptación de una novela que quizás no arriesga todo lo que el director chileno suele plantear en su cine. Justamente “DESOBEDIENCIA” fue vista en el último BAFICI, en donde se proyectó también la película israelí “Montana”, con la que finalmente parece dialogar más cómodamente, manteniendo un cierto status quo que dejará mucho más tranquilo al público más conservador y con ganas de más a los que nos gusta el sabor del riesgo.
Después de la premiada y elogiada “Una mujer fantástica” Sebastian Lelio realiza su primera experiencia en ingles, fuera de su país, pero lo hace sin renunciar a sus intereses: la exploración de los límites, de las libertades individuales, del deseo, de la valentía de asumir esas pulsiones. Eligió una novela de Naomi Alderman, y para adaptarla se tomo ese trabajo junto a Rebecca Lenkiewicz (“Ida”). Es que el tema elegido no podía ser más contrastante; la rígida moral que marca las costumbres de los judíos ortodoxos, con sus roles predeterminados, sus hombres dedicados al estudio de las escrituras sagradas, y sus mujeres sometidas, vestidas de oscuro con sus pelucas sintéticas (mostrar el pelo es pecado) y un amor lésbico. En ese ambiente asfixiante una mujer moderna, una fotógrafa de Nueva York, regresa a Londres por la muerte de su padre para comprobar cuanto la desprecian los vivos y los muertos. Y además reverdece su pasión amorosa por una amiga de su adolescencia. Ellas, las enormes y entregadas Rachel Weisz y Rachel McAdams, dan rienda suelta a tanta pasión contenida y atravesarán gozos, culpas y represiones. Lelio respeta a esa comunidad de fanáticos más de la cuenta, pero fija toda la humanidad en el vértice del triángulo amoroso, en el rabino encarnado con devoción por Alessandro Nívola. Con una fotografía de tonos sobrios que subraya la asfixia del ambiente y una resolución que levantara polémicas, el realizador chileno demuestra una vez más su talento. Una relación de lesbianas en esa comunidad es tomada como el peor de los pecados, en un grupo religioso donde los casamiento son pactados por los adultos mayores, los hombres no pueden ser tocados por otra mujer que no sea su esposa o madre, y las mujeres rezan apartadas de los hombres a quienes obedecen y de quienes dependen. Doble cerrojo para una relación cuyo solo enunciado es una desobediencia del mandato religioso.
Las protagonistas son dos mujeres que se quieren desde siempre y vuelven a reencontrarse cuando Ronit regresa, quien no logro olvidarla la llama, ante la muerte de su padre, todos aquello que supuestamente estaba dormido vuelve a avivarse. Ronit Krushka (Rachel Weisz, “Ágora”) hija de un rabino Krushka, que acaba de morir, querido y admirado por muchos, como casi no vivió allí no la conocen, ella decidió no casarse, no tener hijos, se alejo de los mandatos de la religión y es fotógrafa en Nueva York, en cambio Esti (Rachel McAdams, “Noche de juegos”), sigue los mandatos religiosos, se casó con Dovid Kuperman (Alessandro Nivola, “Selma”) amigo de ambas y discípulo del rabino. En esta historia de amor y de deseos prohibidos, dos mujeres se aman apasionadamente pero tienen que luchar contra los mandatos de la religión judía ortodoxa, se logra con las excelentes actuaciones de Rachel Weisz, Rachel McAdams y el camaleónico Alessandro Nivola quienes van generando grandes climas, muy sólida, emocionante, con una buena ambientación, dirección de arte, banda sonora y fotografía de Danny Cohen (“Los miserables”). El director argentino pero chileno de adopción Sebastián Lelio (ganador del Oscar a Mejor Película Extranjera por “Una Mujer Fantástica”) con esta historia hace su primera incursión en el cine de habla inglesa, resulta desbordante esta pasión entre dos mujeres, con momentos asfixiantes, llenos de miedo, fogosidad, angustia, a veces el amor y el sacrificio llegan a traspasar todas las barreras.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
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Se estrena la primera película en inglés de Sebastián Lelio, el director de la ganadora al Oscar por Mejor Película Extranjera: Una mujer fantástica. Escrita junto a Rebecca Lenkiewicz (guionista de la polaca Ida y del próximo estreno Colette) y basada en la novela de Naomi Alderman, Desobediencia es la historia de un amor prohibido pero ante todo de la necesidad de poder ser uno mismo aun habiendo salido de un entorno que grita que seamos del modo que otros tienen planeado. Rachel Weisz es Ronit, una fotógrafa que vive en Nueva York. Cuando se entera de que falleció su padre regresa a la comunidad judía ortodoxa que dejó en Reino Unido. Allí se reencuentra con parte de su pasado, con una sociedad que no acepta la vida liberada que ella lleva (una mujer soltera que no tiene hijos, que viste minifalda, que lleva su cabello suelto) pero sobre todo con un viejo amor, un amor que quizás no esté apagado ni enterrado. Ahí es cuando aparece en escena Esti, interpretada por Rachel McAdams, una vieja amiga que se casó con otro viejo amigo. Mientras una se permitió salir y darle rienda suelta a su propio ser, la otra vive encerrada en los mandatos de su comunidad. Sin embargo no todo parece estar tan resuelto para ella cuando se reencuentra con Ronit y empiezan a florecer tantos recuerdos y sentimientos. Lelio va narrando la relación entre ellas dos de una manera sutil, a su tiempo, para después mostrarlas dejándose llevar de la mano a escondidas. Es frío a la hora de retratar todo lo referido a esta comunidad, sus costumbres, sus rituales, sus vestimentas siempre oscuras no sólo en duelos; pero a la hora de retratar la historia de amor y pasión entre ellas va siendo gradual, comenzando de manera delicada hasta ser más visceral en la escena de sexo o imprimiéndole aún más romanticismo con The Cure como banda sonora. La trama de Desobediencia es bastante simple pero le permite a Lelio desplegar alrededor de ella varias aristas como los mandatos que una mujer se supone que tiene sólo por ser mujer y por haber nacido en determinado lugar. Cuando llega Ronit a su lugar de procedencia no es bienvenida y sólo encuentra refugio en este trío de viejos amigos. No estamos ante una historia de amor y nada más, sino que se trata además de autodescubrimiento, y no se ve esto sólo en el personaje de Ronit sino especialmente en el de Esti, que cree que cierta vida la colma hasta que se enfrenta a lo que de verdad desea. Entre las actrices se percibe mucha complicidad y le suma veracidad a su historia. A veces son sólo miradas y gestos y otras veces algún comentario punzante: “¿Qué fue lo que te sucedió?”, “Vos”. Ellas dos son el eje principal de la película, funcionan una como reflejo de la otra, aun pareciendo ser tan distintas: la liberal y la sumisa, la que quiere más y la que se amolda.
Desobediencia (2017), primer film en inglés del realizador chileno Sebastián Lelio (Gloria, Una Mujer Fantástica) nos presenta a Ronit (la siempre magistral Rachel Weisz) como una fotógrafa inglesa que vive en New York, quien un día recibe una llamada en la que le avisan que su padre, el rabino de una comunidad ultra ortodoxa en Londres, ha fallecido. A partir de esta noticia, Ronit regresa a su antiguo hogar luego de muchos años de haber decidido alejarse de su padre, y rechazar las costumbres que su religión intentaba imponerle. Sin embargo, al regresar también percibe -en diversas oportunidades- el rechazo que la comunidad siente por ella, tanto por cuestionar sus mandatos como por elegir otra forma de vida. Además Ronit se encuentra con Dovid (Alessandro Nivola), antiguo amigo de la infancia y principal discípulo del rabino Krushka, quien, para sorpresa de Ronit, se ha casado con Esti (Rachel McAams), otra amiga de la juventud, que a diferencia suya, permaneció en la comunidad acatando las normal y reglas requeridas. Pero todo esto cambia cuando súbitamente reaparece la atracción mutua entre ambas mujeres, y entonces nos enteramos de una antigua relación romántica entre ella, que en el pasado supo ser descubierta por el líder de la comunidad. Si bien esta atracción “prohibida” es central en la trama, es sólo una prueba más de lo aplacado que está el deseo de Esti, deseo no sólo en relación a lo romántico sino deseo extendido a todos los aspectos de su vida; una vida que se ve como aparentemente buena y estable, pero que realmente está imposibilitada de todo tipo de libertad de elección, sobre todo si esas elecciones cuestionan las imposiciones sociales y religiosas y los mandatos familiares. En ese sentido podemos pensar que la verdadera demanda de Esti puede no tener que ver con un amor -ya sea homosexual o heterosexual- sino con una demanda de libertad, que sólo podrá lograr, una vez que se sincere consigo misma. De esta forma, Desobediencia va complejizando la trama a medida que se acerca a los personajes, y a lo que se espera de ellos, mientras construye un clima de tensión creciente y atmósfera incómoda tanto dentro del film como para los espectadores, logrado a la perfeccción por la excelente calidad actoral del trío protagónico. El resultado es un provocador film que invita al cuestionamiento personal a través de una simple pregunta ¿qué quieres?, o mejor dicho ¿ que quieres para tu vida? Imperdible.
Con "Desobediencia" completa Sebastián Lelio su trilogía de mujeres decididas a imponer sus pulsiones y su personalidad frente a las restricciones sociales. Antes fueron "Gloria" y "Una mujer fantástica". Esta le dio el Oscar, la otra le abrió las puertas del cine angloparlante. Fue verla, y ya Julianne Moore quiso hacer una remake dirigida por el mismo Lelio, y Rachel Weisz lo contrató para hacer con ella y Rachel McAdams la película que ahora vemos, sobre novela de Naomí Alderman. Protagoniza dicha novela una fotógrafa inglesa de apellido Curtis, instalada en Nueva York, cuyo nombre verdadero es Ronit Krushka. Hija de un prestigioso rabino, cortó con su padre y con la comunidad ortodoxa que él conduce allá en Hendon, noroeste de Londres. O acaso la comunidad cortó con ella. Cuando el padre muere, ella vuelve, más que nada por cuestiones de herencia. Y se reencuentra con una querida amiga, ahora esposa del nuevo rabino. En la adaptación, Lelio y Rebeca Lenkiewicz, coguionista de "Ida", concentraron la carga dramática en ese regreso al lugar agobiante, circunspecto, del que la mujer huyó, y en la atracción amorosa de la que no puede, ni quiere escaparse. ¿Pero querrá escapar de allí su amiga? Todo está expresado de modo elegante, frío y despacioso. La tensión es notable antes que nadie se quite siquiera el abrigo. Habrá alguna explosión pasional, claro, pero, más que nada, hay buenas reflexiones sobre la naturaleza humana, la decisión propia y la reconciliación oportuna con quienes piensan de otra forma. Y hay personajes creíbles, complejos, muy bien interpretados por las dos Raqueles, Alessandro Nivola (el joven rabino) y Anton Lesser (el rabino sabio, de sermón memorable). Al Oscar, quizá, Rachel McAdams.
Minoría dentro de la minoría Es notable el interés del director chileno Sebastián Lelio por las minorías sociales, algo ya visto recientemente en su film Una Mujer Fantástica (2017), acerca de los avatares de una mujer transgénero al quedar viuda de su pareja, un hombre mayor, y las crueldades de la familia del difunto. En la película en cuestión, Desobediencia (Disobedience, 2017), ya significativa desde su título, narra la historia de amor entre dos mujeres en una comunidad judía conservadora. Con un comienzo de gran potencia sonora mediante el estruendo de un shofar (instrumento de aire ceremonial de la religión judía), el cual es tocado sólo en ocasiones especiales, la escena inicial se sitúa en un templo con un añejo rabino que enuncia su prédica, en la cual dice “debemos elegir qué vida vivir”, e inmediatamente muere. En paralelo una joven fotógrafa en Nueva York retrata no azarosamente a un hombre mayor, también con barba pero con el torso desnudo y tatuado, un “rebelde” que no tiene nada de conservador. Resulta que la joven en cuestión es hija del rabino que ha fallecido, quien -como es propio de la tradición judía- rasga sus vestiduras al enterarse de la noticia. En consecuencia, ella, Ronit (nombre hebreo que no casualmente es unisex), decide volver a su ciudad natal, Londres, para presenciar el funeral de su padre, a quien no veía hace años. A partir de allí Ronit (Rachel Weisz), volverá a conectarse con su niñez y adolescencia y las costumbres de la comunidad judía ortodoxa de la que su padre era un referente espiritual. Mediante un relato que va dosificando de forma paulatina e interesante la información, comprenderemos qué secretos familiares se esconden y por qué ella se ha ido. El tema principal se expone mediante el encuentro de Ronit con Esti (Rachel McAdams), una amiga de la infancia casada con otro amigo de ambas, Dovid (Alessandro Nivola). Los viejos sentimientos se reavivan y florecen, pues ya no son dos adolescentes sino dos mujeres: una que ha renunciado a los mandatos familiares y religiosos, y otra que al contrario los ha respetado, o mejor dicho ha reprimido sus emociones. Desobediencia toma una minoría social, una comunidad judía -y más aún, de creencias conservadoras- para exponer el sentir de otra minoría, las mujeres, y más específicamente de una tercera minoría, las lesbianas. La película muestra entonces otras entre otros, parafraseando el documental argentino Otro entre Otros (2009), con interpretaciones muy sentidas y cálidas de ambas protagonistas. Aquí se desarrolla una crítica muy respetuosa hacia ciertos mandatos de la religión judía, incluso su machismo y la falta de comprensión de la homosexualidad por parte del Antiguo Testamento. Incluso la escena de intimidad entre ambas mujeres se da en un barrio distante de Londres, sólo allí es posible, lejos de todo: es una secuencia provocativa y cuidada a la vez. Durante todo el relato se expone con inteligencia el contraste entre el sentir de Esti al tener relaciones sexuales con su marido y el verdadero placer que siente con Ronit. Quizás esta mirada sensible y respetuosa, tanto con respecto a la religión como a la homosexualidad, se deba a la presencia de la coguionista Rebecca Lenkiewicz, escritora de Ida (2013), la cual también examinaba ciertos mandatos religiosos y conflictos familiares. Desobediencia, a través de su interpretación del conflicto, abre la posibilidad a una nueva generación de judíos conservadores a alcanzar un lugar de entendimiento del sentir contrahegemónico en relación a la sexualidad. El relato se inicia con un viejo rabino -cuya edad es vista para la religión como un gesto de sabiduría- hablando sobre la libertad de elección y termina con la predica de su joven discípulo, Dovid, sobre la “libertad de acción”: mientras que en el pasado llevaba toda una vida comprender el sentir del otro, para las nuevas generaciones es un aprendizaje más inmediato basado en el respeto y el entendimiento por sobre la imposición. Desobediencia es sin dudas un film que expande los límites hegemónicos tanto de la sexualidad como de la religión, y más ampliamente de la fe.
PARA LA LIBERTAD Luego de Gloria y Una mujer fantástica, el chileno Sebastián Lelio sigue explorando en Desobediencia los devenires del universo femenino atravesado por tabúes y mandatos sociales: aquí dos mujeres de una comunidad de judíos ortodoxos en Inglaterra que tomaron diferentes rumbos en su vida, pero a las que una situación particular las lleva a reencontrare y a tratar de decidir qué hacer con la historia entre ambas, con ese deseo que resulta indisimulable pero se enfrenta fuertemente a lo que se espera de ellas. Que esta sea la primera película de Lelio en inglés no sólo marca un evidente quiebre en su carrera, sino que además muestra algunas limitaciones, como si en la traducción hubiera algo que se perdió o donde el director no supo de qué manera traducir si herencia cultural a otro tipo de lenguaje. La sensibilidad y emoción de su cine se trastoca aquí por momentos en una frialdad algo solemne y en exceso quirúrgica. Las mujeres en cuestión son Ronit (Rachel Weisz), hija de un reputado rabino, quien se radicó en Estados Unidos escapando de los mandatos familiares y de la propia comunidad, y Esti (Rachel McAdams), quien no tuvo la misma suerte de escapar y terminó casándose con Dovid (Alessandro Nivola), protegido y discípulo de aquel rabino. La muerte del religioso hará que Ronit viaje a Inglaterra para avivar no sólo sus propios dilemas existenciales, sino la relación con Esti, con ese amor que se vio frustrado. Es interesante en esa primera parte del relato la manera en que Lelio va dosificando la información, especialmente la forma en que se apoya en sus tres notables protagonistas: Weisz, McAdams, Nivola en un juego de silencios y miradas que en ocasiones se expresan a través del cuerpo. Ahí podemos ver la mano sutil del director para imbricar lo público con lo privado, en saber de qué manera aquello que impacta en los individuos tiene su eco social y se replica, pero sin subrayarlo. Porque si por un lado explora la relación entre las dos mujeres, también mira con interés la forma en que Dovid no sólo asimila eso que sucede a su alrededor, sino cómo reacciona en referencia a su rol social donde todavía no termina de hacerse fuerte como rabino, como referente de su comunidad: tal vez el momento más emotivo del film es aquel en el cual Dovid toma una decisión crucial, tanto para él como para Esti y Ronit. Su definición sobre la libertad, la manera de ejercerla y las elecciones, leit motiv fundamental de la película. Desobediencia funciona mientras se construye como un drama ascético, con la pasión surgiendo inexorablemente en algunos pasajes que operan como respuesta al control excesivo del mundo de rituales judíos: por eso que las amantes tendrán que emprender un viaje, irse del lugar y dar rienda suelta al deseo en un espacio despersonalizado como el de la habitación de un hotel. Pero los problemas del film surgen en la última media hora, cuando cede a algunos recursos más propios del melodrama y tarda en resolver la historia de sus personajes, con giros más propios del guión que de la lógica del relato y de sus personajes. Ahí es cuando el carácter más amable y latino del cine de Lelio no puede aflorar, o chirría, ante la superficie prolija de drama europeo. Ese cruce cultural no termina de estar resuelto y afecta a los resultados finales de la película, que aún así muestra a un autor de los más interesantes del cine latinoamericano.
Desobediencia es la película LGBTT de Sebastián Lelio. De su serie de mujeres fuertes que siguen sus deseos frente a un mundo normalmente hostil, el chileno reciente ganador del Oscar con Una mujer fantástica tiene aquí su primera producción en inglés. Actualmente enfrascado en la remake estadounidense de Gloria, Lelio ya parece consustanciado con este cine mainstream. - Publicidad - Desde la narración clásica más estricta, y través de la adaptación de la novela de Naomi Alderman, se mete esta vez en el mundo de la ortodoxia judía londinense. El regreso de una mujer llamada Ronit, a la comunidad de Hendon, en Londres, cuando le avisan de la muerte de su padre, un rabino ejemplar, significará además el reencuentro con un viejo amor. Ahí estará el primer giro inesperado en un guión notable que se contextualiza en la cerrada y inflexible sociedad jaredí. La mirada moralista de los otros y la libertad de una mujer que decidió alejarse de ese mundo de mujeres sumisas, hombres que rezan en la sinagoga, y niños que se educan en la réplica de esas reglas. El rechazo que sufre a su llegada y luego el contacto con Espi, esposa del futuro rabino (excelente actor Alessandro Nivola) cosa que traerá sus consecuencias, serán el corazón de una película que se mueve en las aguas del cine de personajes conflictuados por situaciones del pasado y por la toma de decisiones hacia el futuro y fundamentalmente por las imposiciones de reglas religiosas que deben adaptarse a esas problemáticas. Lelio no elige enfrentarse malamente a estas reglas sino que muy hábilmente las concibe como parte del hilo argumental y habla también de la capacidad de cambio de los sujetos inmersos en la religion. Habrá muchas maneras de interpretar la desobediencia del titulo. Eso se lo dejamos al espectador. Bien vale la pena adentrarse en el desafío. Rachel Weisz y Rachel McAdams, son dos protagonistas de gran química. Eso tambien hay que decirlo.
La película en inglés, dirigida por el chileno Sebastián Lelio (Una mujer fantástica, Gloria), es sombría y tiene en el centro, -como Carol, como La vida de Adele-, una historia de amor entre mujeres. En su preámbulo, un rabino discursea sobre los mandatos de Dios y la desobediencia. Lo hace con extraña vehemencia y minutos después se desploma. Desde Nueva York llega su única hija, Ronit, (Rachel Weisz), para el entierro. Es fotógrafa y no pertenece a esta comunidad judía de las afueras de Londres. Tanto se ha alejado que la reciben con frialdad y dureza, como su fuera un cuerpo extraño, y lo es: no usa peluca, fuma, no se ha casado ni formado una familia. Pero ahí están sus anfitriones: el discípulo, ahora casado con Esti (Rachel McAdams, oscarizable), con la que, sabremos, Ronit tuvo una relación. Lelio construye su relato atento a los silencios, las miradas, las omisiones que dicen más que las palabras, códigos de una comunidad religiosa de luto. Pero la presencia incómoda de Ronit es una puerta hacia el afuera, el mundo del que celosamente se guardan, y ese contraste, entre lo guardado y lo suelto, lo ordenado y lo caótico, es una tensión que se va haciendo evidente, un logro de una narración inteligente y sutil. Al punto de que es capaz de dar un giro y poner el foco en su otra protagonista, Esti, que gana peso e impone su punto de vista. Lo que no gana Desobediencia es calor y emoción, como si el tono reprimido de sus personajes, que apenas conocemos y apenas sonríen. que no se tocan, se trasladara a la manera de mirarlos. La escena de sexo entre ambas, pura metáfora liberadora y bastante obvia, es a la vez pacata y desagradable, más allá del atractivo de ver -hasta ahí- a dos estrellas haciéndose el amor entre las sábanas. Como drama romántico, crónica de una lucha entre el deseo y el deber, asunto serio con mayúsculas, Desobediencia transmite menos pasiones que grisura, bajón y aburrimiento.
Una película sobre los cuerpos En un marco familiar marcado por el judaísmo ortodoxo, el reencuentro entre dos mujeres jóvenes, que habían sido algo más que amigas en su adolescencia, no sólo reaviva viejos conflictos sino que desata una disyuntiva entre la libertad individual y los mandatos patriarcales. Primer paso del chileno Sebastián Lelio en el cine angloparlante antes de la remake de su propia Gloria, Desobediencia confirma la mudanza de algunos de sus rasgos de estilo e intereses temáticos hacia una geografía y ambiente muy diferentes. También la permanencia de las virtudes de sus films previos –la mencionada Gloria y la más reciente Una mujer fantástica–, como así también algunas de las limitaciones de una estructura formal que oscila entre el naturalismo sutil y las instancias expositivas. Basada en una novela de la escritora británica Naomi Alderman y apoyada, en no escasa medida, en la rotunda presencia del trío protagónico, el nuevo largometraje de Lelio vuelve a plantear la difícil situación de una mujer (dos mujeres, en este caso) en una sociedad (aquí un microcosmos dentro de una sociedad) que minimiza su libertad de acción y movimiento y la empuja a dejar que sean otros quienes tomen las decisiones por ella. No se trata, como en Una mujer fantástica, de la intolerancia hacia una mujer transexual o del machismo de la clase media alta chilena, sino de las prácticas culturales y religiosas en el seno del judaísmo ortodoxo de un barrio londinense. La noticia de la muerte del padre de Ronit Krushka (Rachel Weisz), un célebre y respetado rabino, casi un padre espiritual de la comunidad, llega a la fotógrafa –neoyorquina por adopción– de forma súbita e inesperada. Más aún si se tiene en cuenta que el contacto se cortó tiempo atrás y de manera radical. Esa información y algunos detalles del entramado familiar se hacen evidentes luego de que un típico taxi inglés la deposita nuevamente en la vereda de la casa paterna y se produce el reencuentro con Dovid Kuperman (Alessandro Nivola), protegido del rabino y casi un hermanastro de Ronit, además de heredero natural de su posición en el grupo social, y Esti (Rachel McAdams), compinche de la infancia y adolescencia y actual esposa de Dovid. El hecho de que ambas mujeres hayan compartido algo más que una simple amistad en el pasado es, al mismo tiempo, el origen de nuevos conflictos (en realidad, viejos conflictos reavivados) y el germen de una dicotomía personal entre la libertad individual y las obligaciones hacia los demás. Que, en el caso de un grupo marcado por el dogmatismo, la adhesión rigurosa al protocolo religioso y una evidente endogamia, no hacen más que potenciar la socialmente peligrosa naturaleza de esa relación. Aunque pueda no parecerlo en una primera mirada superficial, quizás demasiado enfocada en las palabras, Desobediencia es una película sobre los cuerpos. Sobre cómo contener y doblegar sus impulsos, domesticar algunas de las posturas y movimientos –es decir, hacer uso de un esperable recato– ocultar ciertas partes a las miradas ajenas (abundan aquí las polleras largas y cuellos apretados, como así también las obligatorias pelucas, o sheitels, que, paradójicamente, resultan tanto o más atractivas que el pelo natural). Es por esa razón que el momento del encuentro íntimo entre Ronit y Esti se siente tan poderoso, una estupenda escena que se ubica en las antípodas del sensacionalismo y que logra transmitir, sin necesidad de palabras, la idea de comunión entre dos personas. Y, en términos más sexuales, del orgasmo no tanto como pequeña muerte sino como luminosa resurrección. En una película en la cual la sutileza del rendimiento actoral resulta esencial, las dos Rachel se lucen sin aparente esfuerzo, tal vez uno de los más evidentes talentos de Sebastián Lelio: la dirección de actrices. A esa altura de las circunstancias, promediando el relato, resulta evidente que la protagonista no es tanto la liberada y rabiosamente soltera Ronit –con sus faldas cortas y pelo natural al viento– como su amiga, quien no puede evitar mover la cabeza y tararear “Lovesong”, de The Cure, con algo de rebeldía mezclada con culpa. Desobedienciatoca sus márgenes con toda una tradición melodramática del cine clásico, el otrora llamado women’s film. Lelio, sin embargo, reencauza el film hacia territorios menos explosivos, hacia una confrontación y desenlace moldeada por los dictámenes del drama psicológico. Allí comienzan a sobrar algunas palabras y los cuerpos pasan a un segundo plano, aunque también es cierto que el personaje de Nivola, marcado hasta ese momento por un rol secundario e inamovible en sus convicciones, aparentemente ciegas, comienza a reflejar contradicciones, dudas e indecisiones que no parecían siquiera existir. Otro signo de inteligencia de la película, cuyo título hace gala finalmente de una saludable diversidad de significados.
Ser libres de elegir Desobediencia (Disobedience, 2017) es una película dramática dirigida y co-escrita (junto a Rebecca Lenkiewicz) por Sebastián Lelio (Gloria, Una mujer fantástica). Basada en la novela homónima de Naomi Alderman, el reparto está compuesto por Rachel McAdams, Rachel Weisz (quien también es productora), Alessandro Nivola, Bernice Stegers, Cara Horgan, Anton Lesser, entre otros. Fue presentado en el Festival Internacional de Cine de Toronto, así como también se proyectó en el BAFICI de este año. La historia se centra en Ronit (Weisz), una fotógrafa que vive en Nueva York. Mientras está en su trabajo, recibe una llamada donde le comunican que Rav Krushka (Lesser), su padre rabino, falleció. Debido a este suceso, Ronit regresa a la comunidad judía ortodoxa londinense donde pasó los primeros años de su vida. Allí se reencuentra con sus amigos de la infancia Dovid (Nivola) y Esti (McAdams) y, para su sorpresa, se entera que están casados. Sin embargo, el amor que se tenían Ronit y Esti no tardará en reaparecer. En esta oportunidad, Lelio nos mete de lleno en una colectividad tan seria como estricta. El cielo nublado, junto a la fotografía grisácea y la música solemne, ayudan a crear una atmósfera religiosa opresiva regida por reglas: dos personas al saludarse no pueden tocarse, el acto sexual debe realizarse cada viernes, las mujeres tienen que usar peluca y polleras largas, etc. El director no juzga estas costumbres, sino que las usa como escenario para desarrollar un relato de amor prohibido. Y ahí es donde entran en juego nuestras dos protagonistas: con solo intercambiar miradas Rachel McAdams y Rachel Weisz transmiten todo lo que les pasa, logrando que por sus interpretaciones la trama mantenga el interés a pesar de tener un ritmo lento y con más silencios que diálogos. Por un lado tenemos a la independiente Ronit, que decidió alejarse de la comunidad judía al no querer para ella ese estilo de vida. Al irse, también se distanció de su padre, por lo que ahora sus sentimientos son complejos respecto a su muerte. Al volver a Londres, se nota el desprecio implícito de los judíos hacia su persona, como echándole la culpa de que no estuvo para el rabino cuando éste la necesitaba, cuando en realidad nadie fue capaz de avisarle en su momento que el hombre sufría de neumonía. Por otra parte, Esti contrajo matrimonio con Dovid y es maestra en la escuela local. En la cara de Rachel McAdams se puede vislumbrar lo reprimida que está, haciendo que la tensión esté perfectamente manejada en ese primer encuentro luego de tantos años entre Dovid, Esti y Ronit. Los rumores de un amorío en la juventud de las mujeres resurgen ahora que Ronit está en el pueblo, por lo que se puede ver con claridad cómo se juzga al diferente. Conceptos como el matrimonio y el tener hijos son fundamentales allí, y si se tienen otras ideas la reprobación se hace notar enseguida. Las últimas palabras del padre de Ronit, que justo fallece cuando estaba dando un sermón, se conectan a la perfección con el tema principal del film: la libertad individual de elección. Alessandro Nivola brinda uno de los mejores momentos de la película con un discurso sobre la voluntad propia del ser humano, lo que nos conduce a un desenlace tan acertado como emocionante. Puede que a Desobediencia le sobren varios minutos, sin embargo la química entre las “Rachels” por sí sola vale la pena. Además, el director plasma una moraleja muy necesaria para la sociedad de hoy en día: el respetar las decisiones del otro sin juzgar, por más que tu propia religión no esté de acuerdo con que dos personas del mismo sexo se amen.
Una mujer que se crió en una familia ortodoxa judía y regresa a su hogar con motivo de la muerte de su padre, un rabino. La controversia no tardará en aparecer cuando ella comienza a mostrar interés por una vieja amiga del colegio Desobediencia es una película estadounidense-británica dirigida por Sebastián Lelio (Una mujer fantástica) cuyo guion escribió junto a Rebecca Lenkiewicz y que está basada en la novela homónima de Naomi Alderman. Con un reparto más que seductor integrado por Rachel McAdams (Spotlight, The Notebook), Rachel Weisz (La Momia, Constantine) y Alessandro Nivola (American Hustle , Face/Off). La historia arranca con Ronit (Rachel Weisz), quien debe volver a su lugar de origen para el funeral de su padre, un rabino de la comunidad judío ortodoxa en el noroeste de Londres. Al regresar, se reencuentra con viejos amigos quienes para su sorpresa están casados, Dovid (Alessandro Nivola) y Esti (Rachel McAdams), sin embargo la tensión entre Ronit y Esti es lo primero que resalta en pantalla. Ronit trabaja como fotógrafa en Nueva York, tiene una vida sin preocupaciones a simple vista, pero la muerte de su padre revive antiguos fantasmas que creía enterrados. De entrada se deja en claro que su fantasma principal es Esti quien fue su mejor amiga y algo más, antes de que ella decida mudarse a Nueva York. La oveja negra de la familia y comunidad, la hija que abandonó a su padre y no supo respetar la religión, la rebelde, etc. Esos son algunos de los títulos que se posan sobre la cabeza de Ronit a lo largo de la película. Mientras Esti debe reprimir su orientación sexual totalmente aplastada bajo el peso de una comunidad dominada por la religión. La pelea de Dovid consigo mismo intentando no mostrar debilidad alguna y cumplir el rol de “hombre” y “ jefe de casa”. Un triángulo amoroso que rebosa pero no abusa de un drama constante gracias a la gran actuación de los tres protagonistas. Lelio nos metió de lleno en un ambiente perfectamente adecuado para el marco de la historia, el vestuario, los días grises y la sensación del frío constante nos ponen en contexto con la historia que desea contar. Los aplausos son para McAdams y Weiz que supieron transmitir al espectador de manera brillante el sufrimiento y la opresión interna por la que transitan a lo largo de la película mediante miradas sostenidas o simples gestos. Un drama contado de manera brillante que plantea la condena social a la que someten a las personas sólo por amar a alguien, en este caso, alguien del mismo sexo.
Ser libres de elegir “Desobediencia” (Disobedience, 2017) es una película dramática dirigida y co-escrita (junto a Rebecca Lenkiewicz) por Sebastián Lelio (Gloria, Una Mujer Fantástica). Basada en la novela homónima de Naomi Alderman, el reparto está compuesto por Rachel McAdams, Rachel Weisz (que también es productora), Alessandro Nivola, Bernice Stegers, Cara Horgan, Anton Lesser, entre otros. Fue presentado en el Festival Internacional de Cine de Toronto, así como también se proyectó en el BAFICI de este año. La historia se centra en Ronit (Rachel Weisz), una fotógrafa que vive en Nueva York. Mientras está en su trabajo, recibe una llamada donde le comunican que Rav Krushka (Anton Lesser), su padre rabino, falleció. Debido a este suceso, Ronit regresa a la comunidad judía ortodoxa londinense donde pasó los primeros años de su vida. Allí se reencuentra con sus amigos de la infancia Dovid (Alessandro Nivola) y Esti (Rachel McAdams) y, para su sorpresa, se entera que están casados. Sin embargo, el amor que se tenían Ronit y Esti no tardará en reaparecer. En esta oportunidad, Lelio nos mete de lleno en una colectividad tan seria como estricta. El cielo nublado, junto a la fotografía grisácea y la música solemne, ayudan a crear una atmósfera religiosa opresiva regida por reglas: dos personas al saludarse no pueden tocarse, el acto sexual debe realizarse cada viernes, las mujeres tienen que usar peluca y polleras largas, etc. El director no juzga estas costumbres, sino que las usa como escenario para desarrollar un relato de amor prohibido. Y ahí es donde entran en juego nuestras dos protagonistas: con sólo intercambiar miradas Rachel McAdams y Rachel Weisz transmiten todo lo que les pasa, logrando que por sus interpretaciones la trama mantenga el interés a pesar de tener un ritmo lento y con más silencios que diálogos. Por un lado tenemos a la independiente Ronit, que decidió alejarse de la comunidad judía al no querer para ella ese estilo de vida. Al irse, también se distanció de su padre, por lo que ahora sus sentimientos son complejos respecto a su muerte. Al volver a Londres, se nota el desprecio implícito de los judíos hacia su persona, como echándole la culpa de que no estuvo para el rabino cuando éste la necesitaba, cuando en realidad nadie fue capaz de avisarle en su momento que el hombre sufría de neumonía. Por otra parte, Esti contrajo matrimonio con Dovid y es maestra en la escuela local. En la cara de Rachel McAdams se puede vislumbrar lo reprimida que está, haciendo que la tensión esté perfectamente manejada en ese primer encuentro luego de tantos años entre Dovid, Esti y Ronit. Los rumores de un amorío en la juventud de las mujeres resurgen ahora que Ronit está en el pueblo, por lo que se puede ver con claridad cómo se juzga al diferente. Conceptos como el matrimonio y el tener hijos son fundamentales allí, y si se tienen otras ideas la reprobación se hace notar enseguida. Las últimas palabras del padre de Ronit, que justo fallece cuando estaba dando un sermón, se conectan a la perfección con el tema principal del film: la libertad individual de elección. Alessandro Nivola brinda uno de los mejores momentos de la película con un discurso sobre la voluntad propia del ser humano, lo que nos conduce a un desenlace tan acertado como emocionante. Puede que a “Desobediencia” le sobren varios minutos, sin embargo la química entre las Rachels por sí sola vale la pena. Además, el director plasma una moraleja muy necesaria para la sociedad de hoy en día: el respetar las decisiones del otro sin juzgar, por más que tu propia religión no esté de acuerdo con que dos personas del mismo sexo se amen.
A tale of two Rachels El cine es duro para con la gente que escapa de su hogar. El regreso a casa es el quid de la cuestión, el triunfante restablecimiento de la unión familiar por sobre la adversidad. Los que se escaparon estaban equivocados. Fueron egoístas. Simplemente estaban buscándose a sí mismos. Disobedience trata sobre una mujer que se escapa. Y la película gira en torno a su vuelta, pero con una salvedad: contiene un error que poco a poco veremos que no fue tal; es un engaño, aunque no todo es lo que parece.
Todos los regresos tienen su dicotomía, sus pros y sus contras en definitiva. En el “Nocturno a mi barrio” Pichuco decía: “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? …pero cuándo? ¡Si siempre estoy llegando!” Algo de este fraseo iluminado tiene “Desobediencia” y sino fuese que está hablada en inglés, y un par de antecedentes, uno diría que estamos frente al primer tango judío hecho cine. Con la irreverencia de antaño, pero con mujeres protagonistas y dirección chilena, bien cabría la palabra “cambalache” en la más amplia de las acepciones. Ronit (Rachel Weisz), de origen judío ortodoxo pero rebelado a los mandatos, regresa después de un tiempo a su zona familiar para formar parte del ritual referente a la muerte de su padre. Será este un regreso sin gloria (sin eufemismos) pues se trata de un cabal reencuentro con un pasado no muy lejano. Familia, amigos y amigas. En este último caso una amiga en particular, Esti (Rachel McAadams), quien no sólo siguió adelante con la obediencia, sino también se casó con el discípulo del papá de Ronit. No hace falta ser de la colectividad judía para adivinar la intención de interpelar los mandatos religiosos con esta historia y el conflicto que esto desata. De hecho no es de extrañar si uno lee los créditos a la cabeza de los cuales está Sebastián Lelio, ganador del Oscar a mejor película extranjera por “Una mujer fantástica” (2017), la que anteponía el discurso por encima de los valores cinematográficos, con lo cual discutirla con fundamentos concretos presupone una posición “políticamente incorrecta”, o “apolíticamente correcta” según se la analice. Uno piensa: ¿Es en al ámbito de la ortodoxia dónde la idea cobra fuerza? Sino estuviese ese factor, ¿la historia se cuenta igual? Y si es así, ¿a qué se está interpelando? O mejor dicho; ¿contra qué valores? Fuera de estas preguntas que surgen naturalmente frente a este estreno, es curioso que sea el melodrama la elección para atravesar la supuesta polémica, por ende es menester hablar de una historia de amor no consumada que se encuentra en su punto más alto. Las dos mujeres, brillantemente interpretadas, se vuelven a ver luego de un tiempo con la suficiente fuerza como para querer recuperarlo pese a las circunstancias. Bastante alejado de la estética de la obra que le valió el premio de la Academia, Lelio se aferra a los esquemas clásicos de este tipo de narración para poner en valor sus inquietudes contra una sociedad todavía reticente a aceptar los nuevos mandatos culturales que sobreviven a los tradicionales. Justamente por eso, por depositar el antagonismo en una cuestión religiosa, es que el relato le endilga la mayor responsabilidad a la fotografía, la música, las actuaciones y la impronta melancólica en desmedro de un análisis más profundo. “Desobediencia” es como echar culpas sobre la play station sin tener en cuenta el Atari o el Pac Man. Así y todo, el disparador no deja de ser interesante y de ritmo concreto para otra historia de amor que merecía ser contada con, al menos, mejor información Todos los regresos tienen su dicotomía, sus pros y sus contras en definitiva. En el “Nocturno a mi barrio” Pichuco decía: “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? …pero cuándo? ¡Si siempre estoy llegando!” Algo de este fraseo iluminado tiene “Desobediencia” y sino fuese que está hablada en inglés, y un par de antecedentes, uno diría que estamos frente al primer tango judío hecho cine. Con la irreverencia de antaño, pero con mujeres protagonistas y dirección chilena, bien cabría la palabra “cambalache” en la más amplia de las acepciones. Ronit (Rachel Weisz), de origen judío ortodoxo pero rebelado a los mandatos, regresa después de un tiempo a su zona familiar para formar parte del ritual referente a la muerte de su padre. Será este un regreso sin gloria (sin eufemismos) pues se trata de un cabal reencuentro con un pasado no muy lejano. Familia, amigos y amigas. En este último caso una amiga en particular, Esti (Rachel McAadams), quien no sólo siguió adelante con la obediencia, sino también se casó con el discípulo del papá de Ronit. No hace falta ser de la colectividad judía para adivinar la intención de interpelar los mandatos religiosos con esta historia y el conflicto que esto desata. De hecho no es de extrañar si uno lee los créditos a la cabeza de los cuales está Sebastián Lelio, ganador del Oscar a mejor película extranjera por “Una mujer fantástica” (2017), la que anteponía el discurso por encima de los valores cinematográficos, con lo cual discutirla con fundamentos concretos presupone una posición “políticamente incorrecta”, o “apolíticamente correcta” según se la analice. Uno piensa: ¿Es en al ámbito de la ortodoxia dónde la idea cobra fuerza? Sino estuviese ese factor, ¿la historia se cuenta igual? Y si es así, ¿a qué se está interpelando? O mejor dicho; ¿contra qué valores? Fuera de estas preguntas que surgen naturalmente frente a este estreno, es curioso que sea el melodrama la elección para atravesar la supuesta polémica, por ende es menester hablar de una historia de amor no consumada que se encuentra en su punto más alto. Las dos mujeres, brillantemente interpretadas, se vuelven a ver luego de un tiempo con la suficiente fuerza como para querer recuperarlo pese a las circunstancias. Bastante alejado de la estética de la obra que le valió el premio de la Academia, Lelio se aferra a los esquemas clásicos de este tipo de narración para poner en valor sus inquietudes contra una sociedad todavía reticente a aceptar los nuevos mandatos culturales que sobreviven a los tradicionales. Justamente por eso, por depositar el antagonismo en una cuestión religiosa, es que el relato le endilga la mayor responsabilidad a la fotografía, la música, las actuaciones y la impronta melancólica en desmedro de un análisis más profundo. “Desobediencia” es como echar culpas sobre la play station sin tener en cuenta el Atari o el Pac Man. Así y todo, el disparador no deja de ser interesante y de ritmo concreto para otra historia de amor que merecía ser contada con, al menos, mejor información
Desobediencia es la adaptación de la novela homónima de Naomi Alderman, el film tiene en el elenco a Rachel Weisz, Rachel McAdams y a Alessandro Nivola. Su director y co- escritor chileno Sebastián Lelio realiza aquí su primer film en inglés, tras las multipremiadas Una Mujer Fantástica y Gloria. Desobediencia es un drama situado en una pequeña y estricta comunidad judía ortodoxa en Londres, donde la protagonista vuelve a dicha comunidad debido al repentino fallecimiento de su padre. Es entonces cuando se desatan viejos conflictos que todos parecen preferir enterrar. El largometraje se desarrolla con un ritmo lento, poca música y una fotografía que no distrae ni tampoco llama la atención. En claro: su foco está puesto en los personajes, sus diálogos y costumbres, y en el conflicto floreciente en donde temas como la sexualidad y las costumbres religiosas chocan. Bien actuada y relatada, Desobediencia no es un film que juzgue a sus personajes sino que simplemente retrata el drama en el que viven. Con grandes actuaciones de parte de Weisz, McAdams y Nivola, esta película es un oasis entre tanto tanque hollywoodense.
Crítica emitida por radio.
La primera película en inglés del realizador chileno de “Gloria” y “Una mujer fantástica” se centra en una complicada historia de amor entre dos mujeres en el seno de la comunidad ortodoxa judía de Londres. Rachel McAdams, Rachel Weisz y Alessandro Nivola se lucen en este sutil drama que trata de profundizar en el conflicto entre el deseo y el deber. Con películas como GLORIA y UNA MUJER FANTASTICA, el realizador chileno Sebastián Lelio ha demostrado un gran talento para contar historias femeninas de una manera que puede ser, a la vez, muy apasionada y discreta, muy intensa y a la vez medida. Era lógico, tomando en cuenta este precedente, que lo convocaran a dirigir una película como DESOBEDIENCIA, basada en una novela británica publicada en 2006 por Naomi Alderman y centrada en la secreta, incómoda y potencialmente peligrosa historia de amor entre dos mujeres que son parte –una más, la otra menos– de la comunidad ortodoxa judía de Londres. Y en cierto modo, Lelio aplica un similar sistema y acercamiento a la historia ya que su estilo no está muy alejado de cierto pudor y sutileza inglesa, prefiriendo sugerir y dar entender potentes y desgarradoras pasiones que imponérselas por la fuerza al espectador. Rachel Weisz encarna aquí a Ronit, una chica inglesa hija de un rabino que se ha alejado de la comunidad y hoy vive en Nueva York, donde trabaja como fotógrafa. Cuando su padre muere regresa a su lugar de origen donde, digamos, no es del todo bien recibida. La comunidad será judía, pero en el fondo son británicos y el malestar se lo hacen sentir de una manera disimulada y sin escándalos. Allí se reencuentra con Dovid (Alessandro Nivola), un amigo de la infancia que se volvió el heredero de facto del rabino y quien tiene todo para sucederlo en el cargo. Dovid está ahora casado con Esti (Rachel McAdams), que viste al uso ortodoxo (peluca, polleras hasta el piso, etc.) pero que en otra época supo ser gran amiga de Ronit. Acaso más que amiga. El reencuentro del grupo –y, especialmente el de ellas dos– será el centro del drama que se desarrollará, con algunos asuntos laterales que resolver (herencias, propiedades, etc), pero con el eje puesto en la posibilidad que entre las dos mujeres vuelva a suceder algo. Acaso el giro más interesante del guion de Lelio y Rebecca Lenkiewicz (esta vez no colabora su habitual socio chileno Gonzalo Maza) tiene que ver con los cambios de punto de vista y con el rechazo a convertir a algunos de los protagonistas principales en villanos, algo habitual en el cine del chileno. Cada uno, a su manera, ha encontrado su lugar en el mundo y por más que lidia con esa situación, actúa consecuentemente con sus creencias y sin maldades de esas que funcionan cinematográficamente pero no son para nada creíbles en la realidad. Pero lo principal es que, en un momento, la vida de Esti pasa a ser el centro de atención del filme. Y más que Ronit, es ella la que moviliza las acciones y la persona a la que el conflicto afecta más directamente, ya que retomar esa relación tiene para ella consecuencias mucho más complicadas que para Ronit, que ya abandondó el nido hace rato. Esta suerte de medida danza de acercamiento y alejamiento (más early Davd Lean o CAROL que LA VIDA DE ADELE) tiene algunas escenas de sexo que podrían ser consideradas “fuertes”, pero solo llaman la atención por ser dos celebridades las involucradas en ellas. De otro modo no serían particularmente llamativas, si bien están muy bien realizadas y sirven como ese momento en el que toda la tensión acumulada (sexual y de la otra) alcanza a liberarse después de tanto tiempo. Weisz y McAdams, especialmente esta última, confirman –como si fuera necesario– estar a la altura de la complejidad de sus personajes, lo mismo que Nivola, cuyo Dovid se aleja y mucho del cliché del religioso conservador. Uno siente por momentos que a la película le falta algún tipo de complejidad dramática extra –en cierto punto todo el recorrido que los personajes hacen no se aleja demasiado de lo previsible, más allá de la actitud inesperadamente frontal de Esti–, pero eso no le quita méritos a un filme cuyo principal logro está en convertir a todos sus personajes en seres reconocibles y humanos. No será, como UNA MUJER FANTASTICA, una película necesariamente reveladora, pero con su historia de identidades en conflicto se ubica en una línea directa con la filmografía del ganador del Oscar. Ni ángeles ni bestias, como asegura el rabino al comienzo de la película, instantes antes de morir, los seres humanos se ubican en una zona conflictiva en la que el deber y el deseo luchan permanentemente por la supremacía. Aquí –como lo deja claro la canción de The Cure usada un par de ocasiones en medio de la elegante banda sonora de Matthew Herbert– el desgarro pasa por saber que no siempre hay lugar para que coexistan lo que se quiere y lo que se debe.
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Este filme es el ingreso del realizador chileno Santiago Lelio al mercado de habla inglesa, basado en la novela homónima de Naomi Alderman, cuya adaptación fue tarea del mismo director junto a Rebecca Lenkiewicz, conocida por el guión del filme Ida (2013). Como es de esperar en una película de Lelio, que ya marcó estilo y temática en otras producciones como Gloria (2014) y Una mujer fantástica (2017), nuevamente centra la narración en la figura de dos mujeres en conflicto con ciertos aspectos de su identidad, y que se presentan atravesadas por tres temas comunes: la condición de marginalidad, la relación crítica con el “deber ser” y la re definición de su identidad. Desobediencia, el título en castellano, es una palabra muy acertada, ya que nos refiere a la idea de poner bajo la lupa el concepto de obediencia que muchas veces necesitamos tomar como valor positivo cuando puede ser la destrucción de la propia condición de libertad de un individuo. La obediencia funciona como forma de inserción social, familiar y cultural. Desobediencia será en todo caso para Lelio y los personajes algo que pone en crisis al sujeto y lo enfrenta a una condición esencial: el libre albedrío. La trama nos presenta a Ronit (Rachel Weiz) que regresa al barrio judío ortodoxo de Londres de donde es oriunda al enterarse de que su padre (el Rabino) de quien se ha alejado hace décadas, ha fallecido. Ella, que vive en Nueva York y está fuera de toda la mística y la vida de la colectividad se reencuentra con dos personas de gran importancia en su pasado que serán los que le den un espacio para poder hacer allí, en el epicentro del barrio judío, el duelo que necesita. En Londres están Esti (Rachel McAdams) y Dovid (Alessandro Nivola) su esposo y discípulo del Rabino. Es muy interesante relacionarse a estas tres figuras: un matrimonio judío que vive bajo los mandatos de la religión y una mujer soltera de sangre judía que ha roto sus lazos con la familia y el credo. Pero en su juventud ellos fueron íntimos amigos, y la sensación de que entre Dovid y Ronit hay un pasado amoroso aún se respira en aire, es algo que nos acompaña por un buen tramo del filme. Más tarde descubriremos que entre Ronit y Esti hay una historia de amistad e inclusive de ciertos deseos sexuales adolescentes que debieron dejar en el olvido. Ambas se criaron en estos modelos patriarcales y de fuertísimo arraigo cultural en nuestra historia, aún cuando no seamos de la colectividad ni practiquemos sus liturgias hay muchas condiciones de jerarquías, roles y prohibiciones que han sido parte de la historia occidental. Esti y Ronit parecerían, si las miráramos superficialmente, dos mujeres opuestas y por otra parte hasta podríamos creer que una es más libre que otra, pero si nos acercamos a sus individualidades podemos observar cuanto se parecen. Ambas son de alguna manera “sujetos del margen” que es esa construcción que suele reconocer muy bien Sebastián Lelio donde la marginalidad del sujeto femenino se presenta en la mujer que está dentro del sistema, y no afuera. O sea está en un margen, en el borde de la hoja y como dice Esti en una escena “lleva el apellido de su marido haciendo desaparecer todo su pasado”. ¿El tema del libre albedrío tironea su lugar frente a la idea de condición marginal? No exactamente. Más bien por el contrario termina siendo en esta historia, su salvoconducto. La trama luego de una hora de película comienza a sentirse forzada, claramente la novela ha marcado un camino y este sendero conduce a un desarrollo final lleno de lugares comunes y afirmaciones enfáticas sobre temas que más bien necesitan de una paleta de grises y puestas en duda, nada de certezas implacables. Es la historia que encabezan Esti y Ronit la que es empujada a una extrema obviedad que atenta contra toda sutileza narrativa. Aun así, una escena de intimidad que dará para muchos comentarios, vale más por lo bien filmada que por el valor dramático, aunque la película no exigía una escena de tono tan audaz si luego no tendría tela para soportar con altura las consecuencias sin caer en el cliché. No puedo negar que la actriz canadiense Rachel McAdams, en el papel de joven casada y ortodoxa, despliega una artillería actoral impecable y sorprendente. Sus miradas, sus silencios, una gestualidad cuidada manejan muy bien esta tensión volcánica a punto de estallar. El personaje de Dovid tiene también muchos momentos atractivos, es tan creíble en su rol, tan natural en su composición que su coherencia de carácter, aún en sus más sensibles contradicciones lo hacen de una solidez singular. La factura no es la mejor para este primer paso en el mercado anglosajón, aun cuando fue muy bien recibida en el Festival de Toronto no tiene la pluma fina, ni la cámara exquisita de sus producciones chilenas que sin duda son su marca de fuego. Por Victoria Leven @levenvictoria
Una larga vida La primera película en inglés de Sebastián Lelio es un drama demasiado prolijo sobre una relación prohibida dentro de una comunidad judía ortodoxa. La primera película en inglés del chileno Sebastián Lelio, que viene de ganar el Oscar a la Mejor Película en Idioma Extranjero con Una mujer fantástica, vuelve sobre la que parece ser su obsesión: las relaciones amorosas de las mujeres ante los ojos acusadores de la sociedad. En Gloria (2013) se trataba de una mujer divorciada de 60 años que no estaba dispuesta a morir sola; en Una mujer fantástica (2017), una cantante trans que salía con un hombre mayor; y en Desobediencia, una fotógrafa bisexual hija de un rabino ortodoxo. Hay una diferencia: esta es la primera película de Lelio hablada en inglés, y la primera que no escribió junto a su habitual socio Gonzalo Maza. En cambio, está basada en la novela homónima de Naomi Alderman, una especie de discípula de Margaret Atwood, cuya última novela, El poder, es una distopía opuesta a la de El cuento de la criada, en la que las mujeres de pronto adquieren superpoderes. La actriz Rachel Weisz compró los derechos de la novela de Alderman, produjo la película y, por supuesto, interpreta el papel de Ronit Krushka, la protagonista. Ronit vive en Nueva York y vuelve al suburbio de Londres en el que nació y creció para el funeral de su padre, el rabino de la comunidad judía ortodoxa del lugar. Los miembros de la congregación la reciben con frialdad. Todos le dicen “ojalá vivas una larga vida”, como se acostumbra decirle en la comunidad judía a los familiares del muerto, en un ritual que adivinamos esconde cierto desprecio. Incluso Dovid (Alessandro Nivola) y Esti (Rachel McAdams), sus dos mejores amigos de la infancia y primera juventud, ahora marido y mujer, parecen incómodos ante ella. Al motivo de tanta lejanía lo vamos intuyendo de a poco, con pequeños detalles y gestos. Ronit es claramente una rebelde y no solo respecto de su sexualidad; pero ahora también está más grande, y el reencuentro con su pasado la sensibiliza. Pero el corazón de la película es su relación con Esti, con quien retoma un amorío de juventud. Lelio es sutil y prolijo, tal vez demasiado. El tono que maneja, pese a tratarse de una historia que bien podría haberse bandeado hacia el melodrama, es sobrio y totalmente lejano del colorinche almodovariano de sus dos películas anteriores. Tal vez porque no tuvo el control total o porque no se animó a faltarle el respeto a un asunto que le resultó ajeno (aunque uno imagina que el mundo judío ortodoxo es tan ajeno para Lelio como el mundo trans) o, en definitiva, porque le pareció que no cabía en esta historia esa luminosidad irreverente que había en Gloria y Una mujer fantástica, incluso en el medio de la tragedia. Sé que tengo que hablar de lo que ví y no de lo que me hubiera gustado ver. Ví un drama sólido, con un trío protagónico soberbio, que pinta un mundo particular con sobriedad consumada. Pero no puedo evitar decirlo: me hubiera gustado ver un melodrama desatado sobre dos mujeres que se aman y terminan bailando rikudim. Si alguno vio una película así, me avisa.
Lelio y el derecho a desobedecer El cineasta chileno Sebastian Lelio, ganador del Oscar 2018 a mejor película de habla no inglesa con Una mujer fantástica, dirige la película inglesa Desobediencia. La convocatoria para sumarse a esta obra partió de la misma productora y actriz Rachel Weisz. La elección de Lelio para dirigir esta película, que mantiene múltiples vasos comunicantes con sus obras anteriores, no es algo casual. La opresión familiar, sexual, religiosa, el lugar de la mujer, las convenciones y mandatos sociales, la hipocresía, son parte del universo que construye el cineasta, se ubique en Chile o en Inglaterra. Desobediencia está basada en una novela de Naomi Alderman publicada en 2006. La escritora vivió en Hendon, la localidad cercana a Londres habitada por una comunidad judía ortodoxa que es el espacio de desarrollo de la historia. La película atraviesa el recorrido de sus personajes en medio de este extraño espacio. Una comunidad con aspectos y costumbres heredadas de siglos pasados al lado de una ciudad moderna y conectada al mundo. Ronit (Rachel Weisz) es la hija de un importante rabino de Hendon; ella abandonó el pueblo hace años para vivir una vida libre y sin opresión religiosa en Nueva York. Tras la muerte de su padre vuelve para las ceremonias de despedida, y a partir del reencuentro con familiares y amigos se irán descubriendo múltiples capas. La trama central es la que surge del reencuentro con Esti (Rachel McAdams), una amiga que se quedó en el pueblo y soporta la vestimenta religiosa y sus costumbres que incluyen el uso de pelucas ocultando su pelo natural. A medida que avanza la interacción entre Ronit y Esti podemos descubrir el verdadero vínculo entre las amigas: un amor y atracción sexual que fue forzado a romperse en el pasado, y su reencuentro en el presente. El tercer protagonista de la historia es Dovid (Alessandro Nivola), amigo de la infancia de Ronit y Esti, discípulo del viejo rabino con un importante reconocimiento en la comunidad, y actual marido de Esti. Los tres personajes serán seguidos por la cámara y ocuparán su lugar de la historia, con un crecimiento particular. En el desarrollo de las contradicciones de cada uno se podrán descubrir complejidades, sembradas de a poco y buscando detalles por fuera de los estereotipos. El personaje de Esti, el más oprimido de todos, es quien más apuesta a rebelarse y Dovid, religioso y conservador, tendrá a su vez momentos de comprensión que pondrán a la amistad por encima de las normas que él mismo profesa y representa. El plano de un abrazo entre los tres amigos registrará una sensación de libertad apoyada en la amistad y necesariamente opuesta a los mandatos de la comunidad religiosa. Cada recorrida de las calles de Hendon y sus reuniones sociales expondrá rigidez, vigilancia, disciplina, papeles asignados en una forma de vida que parece repetirse rutinariamente durante siglos. Con un mundo exterior convertido en una cárcel será en espacios cerrados, lejanos y en soledad donde Esti y Ronit podrán encontrar la libertad necesaria para sus deseos. En su primer encuentro a solas, un beso entre ellas presenta quienes son, resguardadas de un mundo hostil escuchan “Love song” de The Cure, una banda de sonido mucho más acorde a sus vidas que los silencios impuestos. Si en Una mujer fantástica Lelio expone las múltiples dificultades de la diversidad sexual ante la opresión de la institución familiar, con Desobediencia suma el ángulo de la opresión religiosa, en este caso de la comunidad judía ortodoxa, pero claramente similar a la iglesia católica y otras. No es casualidad que la autora de la novela que inspira esta película es alentada y apoyada por Margaret Atwood. Pero a diferencia de El cuento de la criada, Desobediencia no es una distopía futura sino que se basa en la experiencia de vida actual de una comunidad real en un barrio del norte de Londres.