Una casa con fondo y pileta. Una familia sin padre. Un pibe que, después de ir a bailar, encuentra un arma y se pega dos tiros. Uno en la cabeza, que erra y se incrusta en la pared. El otro en el estómago, que entra y se queda ahí, alojado. Así y todo, se salva. Ese es el punto de partida de la nueva película de Martín Rejtman (Rapado, Silvia Prieto, Los Guantes Mágicos), que nace a partir de los dos disparos pero después se abre en abanico, mostrando lo que hacen los demás a partir de esos dos disparos: la historia de la madre, la profesora de flauta, el hermano, el novio y la amiga de la chica que el hermano seduce. Aparecen personajes y el director decide seguirlos y dejar atrás a los otros. La historia se abre pero siempre describiendo una curva que, al final, se cierra. Con un montaje prolijo, correcto, que no da lugar a los saltos de edición, con una fotografía impecable y una iluminación al mismo nivel, la película transcurre su camino firme, de la mano de un puñado de buenos -y en su mayoría, desconocidos- actores. ¿Por qué los personajes que aparecen primero en la película tienen que ser los protagonistas? Rejtman sabe cómo escribir un guión. Las reglas sólo se pueden romper siempre y cuando uno las sepa de memoria. En el caso de Dos Disparos, no hay protagonistas. Los personajes entran en escena y el punto de vista cambia. Primero (como se decía más arriba), el chico y el arma. Luego, su hermano y su madre. Después, los integrantes del grupo de flauta barroca. Luego, el hermano conoce a una chica en un local de comidas rápidas. Después, la amiga de la chica que trabaja en el local de comidas rápidas. Luego, un viaje a la costa. Y así… Las situaciones se van encadenando unas con otras creando un universo repleto de matices y pequeños detalles que hacen que la parte se convierta en el todo. Detalles hermosos (mañas) que interpretados con maestría, como el caso de Fabián Arenillas, Claudia Cantero o Walter Jakob, hacen de estos personajes seres detestables pero a la vez -y en cierta forma rebuscada- queribles. El espectador desprevenido puede llegar a pensar que Rejtman se olvida de los personajes que van quedando atrás en la historia pero no es así: todos están presentes todo el tiempo. Las historias se desvían. Cada vez que entra un personaje nuevo a escena sabemos que la cámara dejará de seguir la historia que nos estaba contando para entrar en este otro nuevo mundo. Ahora, cada nuevo mundo al que accedemos tiene un denominador común: la comunicación entre los personajes es la mínima necesaria. Los silencios, lo “no dicho”, incomoda. ¿Por qué? Porque cuando un personaje dice lo que piensa, nosotros lo aceptamos por explícito. En este caso, el silencio nos obliga a poner nuestro punto de vista sobre el mundo y nos lleva a llenar esos silencios con nuestras opiniones, con nuestros propios conflictos.
Recorrido sinuoso por los caminos de la desesperación La última película de Martin Rejtman inicia sobre lo que ocurre en una familia tras lo que pasa cuando Mariano (Rafael Federman), uno de los 2 hijos de Susana (Susana Pampin) se efectúa dos disparos con un arma encontrada en su casa, en una calurosa mañana de verano. Sin morir en el intento, y sin saber por qué a pesar de que estaba cargada, desde allí se desatan una serie de sucesos en relación a ellos, y a los personajes que empiezan a rodearlos, con una cámara que parece que destina el seguimiento de forma aleatoria, altercando entre los diferentes y extraños personajes que aparecen en la vida de ellos. El perro de la casa que huye, una chica que re aparece en la vida de su hermano, vacaciones inesperadas con extraños olvidables para la madre, son parte de esta historia repartida en la narración del film. Sin insistir en el porqué de tal efecto sobre las acciones que el joven Mariano toma ante la sorpresa de encontrar el arma en su casa, el fin continua con caminos diversos, inventando historias inconexas, mostrando el devenir de los casuales personajes y construyendo con ello, un relato episódico que atraviesa el sinsentido del verano, como una metáfora melancólica de sostenidos vaivenes de la vida. La genialidad del film de Rejtman reside en su propio universo narrativo. Con un medido ascetismo en la actuación, propio del clima Bressoniano que suele trabajar en sus films, la película avanza alejándose del supuesto conflicto inicial. Avanza por caminos inesperados, ocurrentes, novedosos. Fluye en territorios desconocidos, adentrando de a poco al espectador en ese código cinematográfico ficticio, mentiroso, totalmente construido. Pero que una vez dentro se empieza a disfrutar de las sutilezas que encierra. Con un surtido de acciones en tono de comedia que rozan lo bizarro, siempre en un ritmo sostenido, cauto, como entregando de forma paulatina esos platos para ser digeridos por el espectador. El film propone una vuelta a su conflicto inicial, avanzado el relato. El joven nuevamente por diversos sucesos, vuelve a enfrentarse con el arma y una vez más repite el accionar de aquella calurosa mañana, algo que el film subraya como leyenda, encontrándose nuevamente en el sinuoso camino de la desesperación y hastío, en el vacío existencial la vida apacible del verano en Buenos Aires. Sin dudas, excepcional en su forma, una experiencia a considerar dentro del cine nacional.
Martín Rejtman formó parte de ese movimiento que se dio a conocer a principios del nuevo Siglo como Nuevo Cine Argentino, cine naturalista, en el que la sociedad, y sobre todo el sector joven podía verse reflejado en la abulia que mostraban sus personajes sin rumbo. Dentro de ese ambiente, Rejtman se caracterizó por aportarle algo de bríos con un humor fresco y casi paródico que lo alejaba de cierta pesadumbre de otros colegas suyos. Silvia Prieto y Los Guantes mágicos eran obras diferentes, armónicas, íntegras y simpáticas, con una mirada realista pero a la vez simpática, colorida, esperanzadora. Dos Disparos, su cuarto largometraje, quizás más emparentado a su ópera prima Rapado, es un cambio de registro en este aspecto. Sí, muchos de sus guiños están presentes, cierta mirada sórdida y la construcción de diálogos como monólogos dichos sin respirar. Lo que cambió es la construcción argumental. El film abre con Mariano (Rafael Federman) un adolescente, de clase media acomodada aunque no ostentosa, que, en el amanecer de una madrugada, luego de una noche de extenso boliche, llega a su casa, se mete en la pileta, sale, encuentra un revolver en un galpón y sin más gatilla dos veces, un bala que roza en su cabeza, y la otra directa a su estómago… pero sobrevive sin lesiones graves. Así, la historia se instala en como su familia, compuesta por su madre Susana (Susana Pampin, repitiendo un personaje similar al visto en la miniserie Bien de familia) y su hermano Ezequiel (Benjamín Coelho), reconstituyen su vida en base a ese hecho que pasó, y por supuesto, también cómo se reinventa Mariano luego de lo sucedido. Lo que en manos de otro director hubiese sido un hondo drama sobre la crisis familiar y el averiguar el por qué se llegó a esa decisión repentina; en realidad, para Rejtman, servirá sólo como un puntapié para otras historias que se abren y van variando el eje. En ese abanico de relatos, quizás, este su mayor inconveniente. Dos Disparos pareciera un film sin un rumbo fijo, no sería acertado decir que el argumento es sobre Mariano, su familia y los disparos, porque rápidamente aparecerán otros personajes que tomarán un momentáneo protagonismo, hasta saltar a otro personaje, y así; llevando al espectador a una suerte no de confusión sino de agobio, de rutina. La película maneja silencios, y algunos monólogos en boca de sus personajes sobre temas variados y de relativa efectividad. Rejtman siempre supo posar bien la cámara y logra tomas que dicen mucho más que los personajes; a lo cual le suma una música disruptiva. Las apariciones de Fabián Arenillas y Walter Jakob sobresalen dándole un matiz diferente a sus personajes, convirtiéndose en lo mejor de la película. Dos Disparos es un film fallido en sus objetivos, quizás en querer contar mucho dentro de un solo “envase”. La sensación es la de un film que no avanza, que se corre a los laterales y abandona lo que estábamos siguiendo sin darle una resolución. No hay dudas que Martín Rejtman es un cineasta consagrado que tiene para entregar mucho más de lo muestra en este film. Como dice el dicho, un tropezón, no es caída.
Nuevamente Martin Rejtman aprovecha el absurdo y la ironía para hablar de un estado de época en "Dos Disparos" (Argentina, 2014) un filme intimista, digresivo y cansino sobre las relaciones y vínculos sociales. Mariano (Rafael Federman) es un joven que pasa sus días del verano entre salidas nocturnas, cortar el césped de su jardín, nadar en la pileta y practicar la flauta, si ningún otro objetivo más en la vida. A partir del mismo aburrimiento de su rutina un hecho fortuito, el que da nombre al filme, lo colocara en el centro de la escena cuando su madre (Susana Pampin), su hermano (Benjamin Cohelo) y sus vínculos comiencen a tener otra visión sobre el y el hecho que cometió. Rejtman habla de la soledad en el vínculo, algo que mas allá de los lazos que unen a los seres pueden generar un vacío y un desconocimiento sobre el otro aun mayor que si se tratara de un extraño. A Mariano (Federman) nadie lo conoce, y mucho menos su familia, que con su madre a la cabeza buscara controlar al joven para evitar que nuevamente intente suicidarse. La madre no duerme, tiene a un extraño en su casa y lo quiere lejos, al igual que esa vieja arma que disparo dos veces en el cuerpo de su hijo, o los cuchillos, que intentara desaparecer a toda costa de la vivienda. Martin Rejtman nuevamente genera un discurso basado en obsesiones de los personajes (la flauta, los cuchillos, la comida, el césped) y desencuentros (entre su hermano y la cajera de la hamburguesería por ejemplo) que en algunos casos pueden llegar a acercar, como en el caso de la madre y la profesora de flauta de Mariano. En ese encuentro fortuito además el filme abrirá una nueva narración. Un viaje de desconocidas a la costa que terminará en situaciones ridículas en las que se toparán con el ex marido de una, su actual pareja y dos personajes que viven a su manera alejados de todo (de antología el chiste de la pizza). Entre las dos partes Mariano será el vinculo de unión, pero en cada una predominara una idea sobre el universo opuesto al otro (juventud/madurez, organización/desestructuración, libertad/encierro) y en cada parte habrá personajes que intenten doblegar las intenciones del otro aun estos ni siquiera lo manifiesten. "Dos Disparos" reflexiona sobre sus protagonistas y los enmarca en espacios cerrados, oclusivos, oscuros, excepto cuando los quiere liberar y ahí los muestra al aire libre o, como en la escena inicial, en lugares para bailar en los que el desenfreno es la contraparte de la inercia de los personajes. Al igual que en sus anteriores largometrajes Rejtman construye un microuniverso que destruye el costumbrismo para elevarlo a una categoría diferente y que además profundiza sobre sus personalidades mostrándolos dubitativos (con planos detalles) y atentos a que la nada signifique algo.
Fantástico Sr. Rejtman Dos disparos es el nuevo film de Martín Rejtman (Rapado, Silvia Prieto, Los guantes mágicos), tal vez el exponente más importante de aquello que supo denominarse Nuevo Cine Argentino (NCA), un cine naturalista y calmo donde el silencio y la abulia caracterizaban a los personajes. En este panorama, Rejtman supo destacarse por la frescura y simpatía con la que dotaba a sus films; con seres moviéndose en un espacio absurdo, con historias absurdas, pero aún así entrañables y cómicas. En Dos Disparos, todo el universo Rejtman se despliega nuevamente de forma genial. La cinta inicia mostrándonos a Mariano (Rafael Federman), un joven de unos dieciséis años que luego de una noche de boliche en el conurbano, llega a su casa, nada un rato en la pileta familiar, y luego encuentra un revólver en el galpón del jardín. Sin mucho espacio para la reflexión se encierra en su cuarto, y gatilla dos veces: una bala roza la cabeza y la otra va directo a su estómago. Sin embargo, Mariano sobrevive con lesiones leves, pero ya no es el mismo: tiene una bala dentro de su cuerpo, y convive con ella a partir de ese momento. A partir de este hecho, la familia de Mariano también cambia. Su madre (la excepcional Susana Pampín, una chica Rejtman) intenta controlarlo para que él no vuelva a intentar suicidarse, y para ello esconde, oculta, entierra cuanto objeto filoso ande dando vueltas por la casa. Por otro lado tenemos a Ezequiel (Benjamín Coelho), hermano mayor quien parece predestinado al desencuentro con la chica que le gusta, una cajera de hamburguesería compuesta por Camila Fabbri, quien se esta separando de su novio…hace bastante tiempo. Inicialmente la historia pareciera ser sobre lo que le sucede a esta familia a partir de los dos disparos, pero la película va mucho más allá de eso. Por un lado nos presenta un mundo de obsesiones o manías en los personajes- hablo de personajes y no de protagonistas, porque esta figura cambia y muta a lo largo de todo el film- entre las que se destacan: la obsesión por un buen sonido en la flauta –Mariano forma parte de un cuarteto de flautas-, la obsesión materna por esconder el objeto que causa peligro, el césped prolijo, la vergorragia materna al punto de hablar sin respirar –otro toque Rejtman- el cigarrillo, por sólo nombrar algunas. De esta forma, la trama inicial va dando paso a otras nuevas, algunas ridículas, otras no tanto, pero todas con toques humorísticos. Así el foco pasará de Mariano a su hermano, luego a su madre, luego al grupo de flauta, luego a la joven que le interesa a Ezequiel, luego a la profesora de flauta y un viaje a la costa, y así algunas más…Todas en menor o mayor medida se van encadenando, sin olvidar a la historia anterior, porque como ocurre en las obras de Rejtman, todo está o se hace presente siempre. Así este realizador crea, como en sus obras anteriores un microuniverso donde el silencio es el gran protagonista, pero ese silencio lejos de ser pasivo, es creativo, crea y profundiza en las personalidades de quienes están frente a cámara, y los muestra por momentos dubitativos, abúlicos, insómnicos, odiables, irritables, irónicos, y todo eso se conjuga de manera tal que el resultado no puede ser más que genial. Dos Disparos es perfecta, ya sea en cuanto al montaje prolijo, a la bella fotografía que armoniza con la iluminación, y ni hablar de las actuaciones: el trío familiar compuesto por Rafael Federman, Susana Pampín y Benjamín Coelho, es un deleite; así como las interpretaciones de los siempre increíbles Walter Jakob, Fabián Arenillas (otro habitué en los elencos de Rejtman) y Laura Paredes. Aplausos y risas extras al chiste de la pizza, la burla al psicoanalista, y las camisolas azules y anaranjadas. Todo esta reglas narrativas son propias del universo Rejtman, y el cine celebra su maravilloso regreso. Por Marianela Santillán
Nadar solo Mariano sale de fiesta por la noche. A la mañana regresa a casa. Nada en la pileta, corta el pasto. Husmeando en el garaje encuentra una caja de madera con un revólver dentro. Lo toma, sube las escaleras hasta su cuarto, se sienta en su cama y se pega dos disparos: el primero en la cabeza, el segundo en el estómago. Sobrevive inmaculado. Como el robo al comienzo de Rapado (1992) y el cumpleaños número 27 de la epónima heroína de Silvia Prieto (1999), Dos Disparos (2014) comienza con un incidente súbito y contundente que marca indeleblemente al protagonista, y luego se disuelve sin sonido ni furia en la chatura de su vida y la de la gente que lo rodea. La nueva película de Martín Rejtman – el padre o padrino o precursor del llamado “Nuevo Cine Argentino” – es la más expansiva de su obra. En Silvia Prieto, el foco nunca se aleja demasiado de la protagonista y su círculo de “amistades”, si se las puede llamar de ese modo. En Dos Disparos, hay una conga interminable de personajes robando cámara y presencia con la más nimia de las excusas. Elijan cualquier tramo de la película. Por ejemplo: Mariano, su hermano Ezequiel y su pareja Ana han ido de vacaciones a la costa. Mariano no puede entrar en la disco porque la bala que ha quedado dentro suyo activa el detector de metales. Conoce a Lucía fuera. Ella regresa con ellos a Buenos Aires al día siguiente. Lucía se une al cuarteto de flauta de Mariano y comienza a trabajar con Ana en un restaurante de comida rápida. Luego desaparece de la trama sin dejar rastro alguno de su pasar. La comedia de la película es que cualquier personaje puede llenar cualquier papel en cualquier momento, sin prejuicio hacia su personalidad o perfil físico, social o psicológico. La tragedia es que en este sistema de cartas comodines, ninguna relación posee peso en la vida de nadie. Todos los personajes se comportan de manera despreocupada e indiferente, y hablan con la inflexión de estar leyendo sus líneas de diálogo. Son gente de paso, en “vacaciones permanentes” como diría Jim Jarmusch. La película se siente como un ejercicio lúdico de Rejtman: veamos cuánto podemos alargar esta cadena interminable de situaciones que no llevan a nada ni impactan en la vida de nadie. Seguimos a Mariano, luego a su hermano Ezequiel, luego a su madre Susana y a la profesora de flauta Margarita que junto a Liliana viajan a Miramar donde se les une su ex marido con su nueva mujer y hacen noche en una casa y luego hacen noche en otra y así. Cualquier punto de corte resulta arbitrario. Aunque tragicómica, Dos Disparos recorre un camino un poco más sombrío que, digamos, Silvia Prieto, porque un acto de suicidio es más trágico que cumplir veintisiete. ¿O lo es? ¿Habrá una conexión con el infame Club de los 27 ahí? Mariano es una especie de músico, ¿no? Habría que preguntarle a alguno de los personajes de la película, pero ya se habrían distraído con otra cosa antes de acabar esta oración.
Cuando importa más es el viaje que el destino Si en una clase de guión se analizara el de Dos disparos con el manual clásico, el profesor bien podría decir que está todo mal. Arranca por lo que bien podría ser el final de un film sobre un adolescente (un intento de suicidio sin "jusfiticación"), cambia constantemente de punto de vista (y hasta de protagonismo), no cierra las diversas subtramas que abre, no remata las situaciones graciosas. En definitiva, no "explica", no busca la empatía ni ofrece gratificaciones directas al espectador. Pero todas esas decisiones, que no pasarían ni la primera revisión de un estudio en Hollywood o en cualquier productora dedicada al cine convencional/comercial, son las que hacen de la filmografía de Rejtman en general y de Dos disparos en particular una obra de autor, una historia con vuelo, tono y climas propios. Como bien sostuvo en la entrevista con OtrosCines.com, su nuevo film apunta a la dispersión, a la acumulación, a la deriva, va "contra la comedia", pero el absurdo y agridulce humor rejtmaniano "resiste" y aparece donde y cuando menos se lo espera. Nadie (nunca) está preparado para la siguiente escena del director, porque siempre hay un recurso inesperado listo para provocar, incomodar o seducir. Decir que este film es sobre la historia de Mariano, un muchacho de 16 años que encuentra un arma en el depósito de un quincho y, como impulso ante una insoportable ola de calor, se pega dos balazos (uno que le roza la cabeza y otro que se le queda incrustado en el estómago) sería minimizar los alcances de una apuesta decididamente coral, que se abre cual abanico y nos obliga a encontrar cada pieza como quien arma un enorme rompecabezas. Porque lo de Mariano es apenas el punto de partida (el disparador, chiste fácil) de una película que luego contará las desventuras afectivas de su hermano algo mayor, Ezequiel; los miedos de su madre (Susana Pampín), que esconde no sólo el arma sino también todo elemento cortante que pudiera "tentar" al "suicida"; la de Lucía (la chilena Manuela Martelli); la de los otros integrantes de un conjunto de flauta dulce que interpreta música barroca; y la de unos patéticos y en el fondo queribles personajes que terminan reuniéndose en balnearios grises como Lucila del Mar o Aguas Claras. Y así podría seguir la descripción. Las historias, por momentos, se recuperan, los personajes reaparecen, pero el director de Rapado, Silvia Prieto y Los guantes mágicos apuesta al esquema muñecas rusas porque siempre hay alguna nueva subtrama (más pequeña o más grande) por incorporar. Con un impecable equipo integrado por Lucio Bonelli (fotografía), Diego Vainer (música), Martín Mainoli (edición) y Mariela Rípodas (arte), y el apoyo de una producción que le permitió trabajar en múltiples locaciones (aprovechadas al máximo con planos generales casi siempre fijos, aunque pletóricos de movimiento y de encanto interno), Rejtman logra una película a la vez hipercalculada y deforme, sí, pero también de una extraña belleza y lirismo. Las atribuladas criaturas de su cine, el malestar que cada una de ellas arrastra, no alcanzan a enturbiar un relato lleno de recovecos, desprendimientos y sorpresas. Elige tu propia aventura.
La flauta con la que Mariano toca con su cuarteto de música antigua suena mal. En realidad, es él quien suena mal. Desde su intento de suicidio una bala aparentemente le quedó incrustada en una parte del estómago y estaría provocando que el sonido salga raro, sucio, doble. “Parecemos un quinteto”, dirá una de las integrantes del grupo. No es el único ruido raro que asoma y perturba, misteriosamente, a lo largo de DOS DISPAROS, la nueva película de Martín Rejtman. Desde que se pegó esos dos tiros –que por razones misteriosas no le produjeron casi ningún daño–, su mamá Susana lo obliga a andar con un celular prendido en todo momento, por las dudas. Pero el celular es viejo y no saben cómo sacarle el sonido, que aparece en los momentos menos oportunos. “Lo único que conseguí es cambiarle el ringtone”, le dice a su hermano, Ezequiel, con quien está viviendo después de El Episodio. Y hasta uno podría suponer que Yago, el perro de la familia, desapareció tras escuchar los disparos. El ruido del cuerpo (que también resuena en los detectores de metales y lo obliga a quedarse afuera de varios lugares), aseguran, se irá en algún momento, pero nadie sabe bien cuándo. De hecho, la bala no aparece en las radiografías. Para sacar el del celular no queda otra opción que envolverlo en una servilleta, meterlo dentro de una agarradera de cocina y esconderlo dentro de un cajón. Igual, bajito, seguirá sonando. Lo mismo pasa con el arma o con los cuchillos o con todas las cosas que Susana quiere sacar del medio para que a Mariano no se le de por repetir su inexplicable intento de suicidio. Volverán a salir a la luz. Nada se puede esconder del todo, nada se puede tapar para que no se note nunca. Dos_disparos_Rejtman_1DOS DISPAROS empieza siendo la historia de Mariano y de las repercusiones de sus actos, pero pronto el relato empieza a girar hacia otras avenidas narrativas, como si Rejtman decidiera utilizar la expresión “disparador” de una manera literal y la bala que rozó la cabeza de Mariano siguiera zigzagueando a lo largo del filme. De a poco la historia comenzará a centrarse en Ezequiel, su hermano, y en su intento de relación con Ana, que trabaja en un local de comidas rápidas y que “hace dos años”, dice, se está separando de su novio. Y de ahí pasará a las idas y vueltas de un nuevo miembro femenino del cuarteto de flautas, a una amiga fiestera de Ana, a una conquista por internet de la amiga de Ana y, casualmente, a la madre de este chico que terminará uniéndose a Susana en unas vacaciones pesadillescas en las que se seguirán sumando más y más personajes dentro de una trama que parece seguir una lógica de “elija su propia aventura”. A tal punto es así que, en cierto momento, Mariano, Ezequiel y los disparos parecen haber sido olvidados por completo. A diferencia de anteriores filmes de Rejtman, DOS DISPAROS tiene una libertad narrativa inusual, más similar a la de su literatura (los cuentos de TRES CUENTOS, su reciente libro, se accionan con la misma lógica de permanentes derivaciones y cambios de punto de vista) que a la de su cine previo, aunque de ellos conserva su gusto (casi su “marca de estilo”) por las actuaciones que apuestan por cierta inexpresividad gestual y en las que los textos se dicen con mínimas inflexiones. Esa “rigurosidad” de los comportamientos (y de la puesta en escena) está como atravesada aquí por una libertad inusual en lo que respecta a los giros dramáticos. Si bien en sus filmes anteriores la acumulación de sucesos –encuentros y desencuentros, viajes, sumatoria de episodios– estuvieron siempre presentes, aquí llegan a un extremo llamativo aún en su obra, especialmente respecto a lo que la alejan del, ok, disparo inicial. Dos_disparos_Rejtman_2Y lo que finalmente termina generando la película es una fascinante contradicción entre acción e inacción, entre vacíos llenos de palabras que muchas veces no significan nada y una angustia latente que queda marcada en el espectador a la manera de una película de suspenso a partir de los disparos del principio. “No estoy ansioso ni deprimido”, le dice Mariano a su hermano cuando rechaza las pastillas (“ansiolíticos y antidepresivos”) que su mamá le dio para tomar, pero su rostro y su decisión de pintar su casa de negro para una fiesta podría dar a pensar lo contrario. Lo mismo hace su madre, que se toma una excesiva cantidad de pastillas para dormir, pero tampoco parece reconocer la presencia de problema alguno. Está, sí, el ruido. Ese que permanentemente recordamos como una señal de algún tipo de molestia, llamémosla, existencial. No hay figura paterna en esa familia, pero de eso no se habla, de la misma manera que el cuarteto de cuerdas siempre vuelve a convertirse en trío porque uno “abandona” sin demasiadas explicaciones. DOS DISPAROS cruza a varias generaciones en su recorrida narrativa y anecdótica, atraviesa varias separaciones, rupturas y uniones que nunca se concretan, pero casi siempre el espectador termina volviendo a Mariano, a Susana y a Ezequiel. A esa familia normal a la que un día los problemas se les escaparon de abajo de la alfombra (de los estantes, de las cajas, del césped del jardín) y el único que se dio cuenta fue el perro.
La nueva película de Martín Rejtman (Silvia Prieto, Los guantes mágicos) despliega un universo de situaciones absurdas y personajes por demás especiales. Tres por tres Mariano (Rafael Federman) llega a su casa, se mete en la pileta, corta el césped del patio y encuentra una pistola. Dispara el arma dos veces, una contra su sien y otra contra su estómago. El perro de la familia, probablemente asustado por los disparos, se escapa de la casa. Asombrosamente Mariano sobrevive y a los pocos días se encuentra de vuelta en su casa. Susana (Susana Pampín), su madre, esconde todos los cuchillos de la casa y la pistola, le da un celular a Mariano para que esté siempre ubicable y lo manda a vivir con su hermano mayor, Ezequiel (Benjamín Coelho). De ahí en más la narración se expande y nos adentramos en distintas historias. Mariano forma parte de un cuarteto de flautas dulces, y la bala que quedó alojada en su estómago le produce un sonido extraño al tocar el instrumento, lo cual causa irritación en el grupo. Por su parte, Ezequiel conoce a Ana (Camila Fabbri), una empleada de una casa de comidas rápidas, que se está separando de su novio “hace dos años”. Mientras tanto, Susana alquila el cuarto de Mariano y se hace amiga de su profesora de flauta. Ruidos molestos Dos disparos comienza como un drama, pero rápidamente adquiere tono de comedia, con el humor que caracteriza a las películas de Rejtman. La película despliega un universo repleto de situaciones absurdas y personajes que no se quedan atrás, los diálogos son ajustados y rápidos. Partimos de Mariano y sus dos disparos y la narración se expande y ramifica hasta llegar a las desventuras de Susana y otras dos mujeres, momento en el que prácticamente nos olvidamos de Mariano y Ezequiel. No obstante, todas las historias están íntimamente relacionadas. Tiene un elenco impecable: Susana Pampín (a quien ya vimos en Silvia Prieto), Walter Jakob, Manuela Martelli y Laura Paredes, y el gran debut cinematográfico de Camila Fabbri, Benjamín Coelho y Rafael Federman. Los personajes, por angustia o ansiedad, buscan llenar con palabras ese vacío que los rodea, al igual que Susana que entierra en el patio los cuchillos y el arma, como si eso sirviera para que su hijo se aferre a la vida. Y los ruidos de los objetos también están muy presentes. El celular viejo que no para de sonar, la pistola, el extraño sonido de Mariano. Todo se esconde y se guarda lejos para que no moleste. Conclusión Dos disparos es una gran comedia con un humor sutil pero disparatado, con los rasgos distintivos de la obra de Martín Rejtman. Toma riesgos desde lo narrativo y abre un universo de historias fascinantes, donde no faltan los encuentros y desencuentros, las aventuras y angustias de sus personajes. Una comedia inusual sobre una familia y su reacción frente a estos dos disparos. Rejtman lo hizo de nuevo.
¿Humorada? Sobre gente aburrida contagia al público Catorce intérpretes, cuatro países, tres directores de casting, posiblemente un entrenador de perros (animal que inteligentemente huye al comienzo de la película y al final ni figura en los créditos) fueron necesarios para hacer "Dos disparos". Que comienza con dos minutos largos de baile ruidoso y luz estroboscópica, sigue con cinco minutos de un pibe medio dormido que viaja, llega a su casa, nada en la pileta del fondo, corta el pasto (lo que incluye medio minuto de desenfoque), busca algo, encuentra un arma y se pega dos tiros. Uno en la cabeza y otro en la panza, en ese orden. Pero parece que las balas eran de fogueo, porque el chico sigue vivo, y por tanto, desgraciadamente, la película también sigue. Ahora, ¿por qué se los pega? Quién sabe, parece que de puro aburrido. En esta película casi todos parecen aburridos a nivel zombi, estado de ánimo que rápidamente se traslada al público, salvo aquellos espectadores preparados que saben que ésta es una nueva comedia de Martín Rejtman, autor venerado por los cultores del Nuevo Cine Argentino, y entonces festejan. Los recursos del autor para que esto sea una comedia son algo minimalistas, por decirlo amablemente. Es cierto que Pierre Etaix, Otar Iosseliani y Aki Kaurismaki han usado similares recursos, pero a ellos les sale bien, probablemente porque se preocuparon de darle carnadura, intención y gracia a sus personajes (algo que aquí sólo demuestra Fabián Arenillas, en breve aparición) y, además, porque sus guiones conducen a algo. En fin. Hay algunas frases dignas de mediano festejo, situaciones que quizá causen gracia cuando uno se las cuente a sus amigos y entonces advierta el absurdo de las mismas, no mucho más. Ah, también hay un recurso notable. Para mantener el tono zombi, y quizá para ahorrarle plata a sus productores, cuando el tipo se pega los dos chumbos, en vez de una puesta en escena con la familia desesperada, sangre en el piso, y demás, simplemente vamos a pantalla en negro y la voz del fulano contando que no fue nada. Lo siguiente que vemos es la familia volviendo de la clínica, el herido sin siquiera una curita en la cabeza, y la madre llamando al delivery como todos los días. (¿acá habría que poner: Risas?)
Recovecos argumentales Desde Los guantes mágicos (2003) Martín Rejtman, uno de los fundadores de esa irrepetible entelequia llamada Nuevo Cine Argentino, siempre estuvo activo a través de libros y films exhibidos con una limitada difusión (el documental Copacabana; el maravilloso mediometraje para televisión Entrenamiento elemental para actores). Hecha la aclaración, el también autor de Rapado y Silvia Prieto, un realizador más que influyente en buena parte del cine argentino de las últimas dos décadas, retorna con Dos disparos, una puesta al día y una reformulación a su cine anterior. El comienzo, un intento de suicidio de un joven, con dos tiros en su cuerpo, resulta ya la síntesis de un estilo particular y único, con el habitual despojamiento y austeridad de la puesta en escena y diálogos y determinadas situaciones que bordean un específico humor. Pero entre pliegues y repliegues de la historia, Dos disparos elige el camino de la dispersión narrativa, donde Rejtman elabora una trama para que esta sea abandonada y comience otra. El personaje de Mariano, quien motoriza el relato, deja lugar a otros: su madre, un cuarteto de música antigua que integra el protagonista, su hermano Ezequiel, un perro ausente. De allí en más cobrará protagonismo Ezequiel y más tarde será el turno de un viaje a la costa atlántica de otros personajes aledaños a los centrales, como si estos tomaran la posta de una película que no necesita un único centro de interés, sino la acumulación de situaciones –dramáticas y graciosas– donde Rejtman corrobora que Dos disparos es una película de recovecos argumentales, descentrados uno del otro, misteriosos y bellos, comprendidos dentro de un tonalidad lírica similar a la música barroca que interpreta el cuarteto de flauta dulce. En ese entramado argumental que hasta puede confundirse como el de un film de tres episodios conectados entre sí, Dos disparos triunfa por su geométrica estructura narrativa, por el humor de determinadas situaciones y por una atmósfera particular que requiere del interés del espectador. Un film único en su especie concebido por un realizador que jamás traiciona sus objetivos desde la puesta en escena. Un mundo intransferible, el de Rejtman, quien nunca se fue, pero que por fin retornó para estrenar comercialmente su última y personal película.
Rejtman volvió. Sin embargo nunca terminó de irse porque en su ausencia de la pantalla grande filmó un cortometraje (Copacabana), y un telefilme junto a Federico León (Entrenamiento elemental para actores). De todos modos, la celebración bien vale la pena porque fiel a su estilo, su regreso está marcado por un cine con huellas de autor que viene a renovar la producción nacional con aires frescos, olvidados y extrañados. Dos Disparos bien podría ser una comedia como así también un drama, ambos géneros se entrelazan para provocar risas medidas, pero también alguna preocupación, en un filme que comienza por el final (si pensamos en el canon del cine clásico) siendo este desenlace anticipado el climax de una historia sin un hilo conductor ni protagonistas. En pleno verano y luego de una intensa noche de boliche, Mariano regresa a su casa. Se pone un traje de baño, un par de antiparras y se tira a la piscina. Allí cuenta el tiempo que tarda en realizar un largo completo para, a continuación, dedicarse a cortar el césped. Es un imprevisto técnico el que interrumpe la acción y lo lleva hacía el cuarto de herramientas donde, por casualidad encuentra un revolver. Mariano lo toma, sube las escaleras, se sienta en su cama y acciona el dispositivo: una bala en el estómago y otra en la cabeza. Sobrevive. Falso suicidio, negligencia o aburrimiento son las posibles causas de este acto inesperado que da comienzo a un filme en donde el universo conocido del cine de Rejtman se presenta a cada momento. La cámara fija y la estructura racionalista en la composición estética, sumado a la desaturada paleta cromática que vira siempre entre los colorados y los azules, más la contextualización espacio temporal en un pasado impreciso que permite la convivencia de Pumper Nic con celulares, Dos Disparos es un nuevo ejemplo de la inteligencia de este realizador cerebral que filma y funda las bases de una nueva poética. Sus personajes estrictamente diseñados dotan toda su obra de un singular ambiente en donde la intensa verborragia de algunos contrasta con el silencio de otros, que sólo se comunican por gestos o por sus propias ausencias. Sin ningún tipo de lazo afectivo que los vincule, ellos sólo son piezas en este juego cuyo objetivo se trata de hacer una película. Ninguno es fundamental, pero el conjunto es imprescindible, lo que permitirá elaborar un complejo mapa de extrañas conexiones que no siempre tienden a estar justificadas. Es el verosímil rejtmaniano el que habilita tantas posibilidades como al cineasta se le ocurran y es allí donde radica su virtuosismo artístico. A Rejtman le gusta hablar de artificio cinematográfico así como también de naturalismo representativo. Sin bien son dos conceptos que podrían oponerse, el realizador logra aunarlos en su aplicada retórica. Por un lado, se empeña en develar la magia fílmica cada vez que con algún guiño concreto, habla directo a su audiencia y marca su presencia casi como si estuviera sentado junto a cada uno de sus espectadores comentando la escena. Como por ejemplo en el plano en el que Mariano sale del boliche: en una pantalla dividida con simétrica perfección aurea, por izquierda Mariano camina hacía la perspectiva y se aleja; y por derecha, en un cartel luminoso se puede leer believe. La palabra inglesa significa creer y es el propio Rejtman el que habla y se anticipa. Confíen en mí, los invito a mi mundo, podría ser su mensaje. Por otro lado, prefiere retratar situaciones de extremo naturalismo en donde despojados de barrocas puestas en escena sus personajes representan acciones cotidianas de personas de una clase media un poco achatada. Los diálogos cargados de información, tal vez, irrelevante y con un ritmo casi sin puntos ni comas, los parlamentos se vuelven tragicómicos, pura catarsis de personajes sin motivaciones. Y es aquí donde la ambigüedad juega un rol fundamental. ¿Cómo puede Rejtman hablar de naturalismo cuando lo primero que salta a la vista es una sensación de distanciamiento y artificialidad? De hecho puede hacerlo porque es el marco de verosimilitud construida en relación a su visión del mundo el que lo habilita a manipular elementos del lenguaje audiovisual que en otras filmografías quedarían inconexos u erróneos. Justificación injustificada o sin necesidad de ser argumentada, la retórica de Rejtman crea situaciones absurdas en el contexto de la cotidianeidad. Es oportuno recordar que no concibe al cine como un dispositivo de verdad sino como un engranaje para crear ficciones en tiempo presente. “Una película es un artificio, nunca un reflejo de la realidad, porque en la película uno tiene la posibilidad de sintetizar, seleccionar y juntar cosas que en la vida real nunca se juntarían”, dice el realizador. Dueño de un indiscutible don discursivo y habilidad técnica, Rejtman vuelve a la pantalla grande con una película que viene a recordar aquel mundo en donde sin ánimos psicologistas, las acciones suceden porque si y desprovistas de causalidades; en donde los personajes son intercambiables y con posibilidades yuxtapuestas; y en donde la superficialidad rasante de su temática y puesta en escena, muestran escenas ficcionales de un tiempo, tal vez, nunca vivido. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
El filme muestra tensión entre la forma y el modo, y todo queda librada a interpretaciones. Hace calor. Mucho. Mariano nada en la pileta de su casa. Corta el pasto. Va al cuartito de las herramientas y encuentra un revólver. Se pega dos tiros. Sobrevive. Así arranca Dos disparos, la nueva película del escritor y cineasta Martín Rejtman (Silvia Prieto, Los guantes mágicos). Dicen que es una comedia, una comedia dramática al fin, pero esa escena inicial condicionará todo el resto de la trama, una trama inusual, difícil de definir. O sea que sólo usted, espectador, podrá ponerle el género a esta película. Y Rejtman le pedirá todavía más. Porque así como sobrevive Mariano, también se mantiene viva esa imagen incierta de un chico jalando del gatillo, inexpresivo, casi con naturalidad pegándose dos tiros. Naturalmente asistimos a las repercusiones del caso en la familia de Mariano (Rafael Federman), quien pronto se mudará a vivir con su hermano invitado por su madre. No es una historia con desarrollo, nudo y desenlace. No veremos una trama que nos haga olvidar el impacto inicial. ¿O sí? Dos disparos se parece mucho a un juego de tensión entre los hechos y la forma de contarlos, entre los diálogos y el lugar de los hablantes. Si no fuera porque su director lo negaría, tal vez podríamos hablar de un manifiesto contra la sobreactuación y contra las historias cerradas. Aquí no cierra nada. Todo lo contrario. En la película conviven varias subtramas y sobre todo un tono, marcado por el ritmo y la cadencia narrativa que siempre están puestos por encima de los hechos, aunque no se note. Pasan las cosas que pasan. Mariano y su cuarteto de flautas, el hermano que flirtea con una chica que está de novia pero que lleva años rompiendo con su pareja, su madre que sale de vacaciones con dos desconocidas. Allí sí nacen las situaciones de comedia, un humor ácido representado en actuaciones y diálogos que no se asumen graciosos. Ya lo dijimos, naturales. Una estructura exquisita de desvíos y situaciones que se van por las ramas cosidas por el tono del relato, de los relatos. Ocurren hechos concretos, pero su significado, su mensaje, queda abierto a la interpretación del espectador. Situaciones que se suceden, que toman la posta, como en toda familia. Podemos buscar símbolos, mensajes o frescos de una realidad social. Pero Rejtman no baja línea, no intenta marcar la cancha, sino todo lo contrario, la deja libre. Y ese es su desafío, nuestro desafío.
Teen shoots himself and comedy ensues “My previous films were not anchored in humour, but many people saw them as comedies. My new film Dos disparos (Two Gunshots) is a comedy, but perhaps it may not be taken as such. Despite of what you may think from reading the synopsis, it really is a comedy,” says Argentine filmmaker Martín Rejtman — widely and rightfully regarded as the spiritual father of the so-called New Argentine cinema whose debut film Rapado (shot in 1992, released in 1996) was a mordant exploration of the torpor affecting Argentine youth and their families, as well as a demonstration that a cinema capable of pushing aesthetic and narrative boundaries was possible in Argentina. Then came the utterly witty and sometimes hilarious Silvia Prieto (1999), the story of a 27-yearl-old woman who becomes obsessed when she learns of another woman who shares her name. With Entrenamiento elemental para actores (2009), co-directed with theatre director Federico León, he explored the narrative modes, relationships and associations between theatre and cinema by examining an atypical drama class for children. A few minutes into Dos disparos, after an energetic disco scene where 16-year-old Mariano (Rafael Federman) dances solo, we get to see an extreme act filmed quite casually: upon returning from a night out, Mariano finds a gun in the garage. Without thinking, as though driven by an impulse, he shoots himself twice. Once in the stomach and then in the head. But he survives. From then on, we are witnesses to how Mariano’s next of kin and acquaintances react and cope, in different ways, with the situation. Needless to say, none of them finds it remotely easy to understand Mariano’s acts and, for that matter, his everyday actions too — gunshots or not. Arguably Rejtman’s most accomplished film to date, Dos disparos at times shares the cut-and-dried tone of Rapado, and at others, the engaging, infectious humour of Silvia Prieto . This time, the director’s keen eye for the mechanics of the absurd is focused on the underlying depression, on personal connections meant to be made and yet missed, and on dysfunctional behaviours that have turned into second nature. It’s also about a young teen drifting through a world where he seems to have no place to call his own. More often than not, Rejtman’s characters are certainly at odds with their surroundings. But what makes Rejtman’s new film so compelling is that, however absurd, every element is there for a reason. Chance encounters, coincidences, nights at the disco, nonsensical conversations: they all add up to a moving depiction of seclusion and estrangement. Let alone the carefully constructed dialogue that deliberately resorts to clichés and commonplace and is uttered in unusual contexts. Paradoxically enough, it also sounds quite realistic at times. Which then again should come as no surprise, since the writer/director has always striven to give new meanings to how the spoken word is conveyed in cinema. With more narrative sophistication than his previous outings, the tight script and outstanding acting ensemble draw a wondrously poignant portrait of paralysis and miscommunication in present-day Buenos Aires. And yet its unflinching view of the state of things here and now is subversively funny, as you’d expect from a very personal comedy. This is not to say that his depiction of an existentialist constant mood in generations of Argentines is any less serious because of its humour. On the contrary. Dos disparos is also a smartly disguised drama that proves to be anguishing and barren. Or you may call it a dramatic comedy, if you will. In any case, it surely is one of the best local features released so far this year — if not the best. Production notes Dos disparos (Two Gunshots, Argentina, 2014). Written and directed by Martín Rejtman. With Susana Pampín, Rafael Federman, Benjamín Coelho. Cinematography: Lucio Bonelli. Editing: Martín Mainoli. Running time: 104 minutes.
La falta del diálogo. Nos podríamos preguntar cuántas historias caben en una película, y Martín Rejtman nos convencería de que muchísimas, enlazadas una a otra, atadas por la casualidad o la causalidad, por personajes o acciones previas, ligadas azarosamente hasta comenzar por donde se empezó: en una casa, con un adolescente que se pega dos -sí, dos- tiros “por impulso” y sale ileso de la aventura. Los dos disparos son tan solo el puntapié inicial, la excusa que tiene el autor para explayar el universo futuro de los personajes que rodean al joven suicida, más allá de que sean cercanos (madre, hermano) o que vayan apareciendo de casualidad y no tengan relación con él, como los personajes que van surgiendo hacia el final. Híbrido entre comedia y drama, Dos Disparos es un filme que evade los géneros y se presenta como una serie de situaciones encadenadas, contadas en un tono monocorde hasta el hartazgo, sin que el menor rasgo de sentimiento -más allá de una suerte de aburrimiento, cierto letargo que se presenta en cada palabra proferida, en cada paso dado- se adivine en sus rostros o en sus discursos. Es curioso que Rejtman logre que en su película los ruidos y los silencios sean más valiosos que las voces. La secuencia inicial en donde la voz se ausenta, presenta más potencia narrativa que todo el resto del metraje, plagado de diálogos insostenibles incluso para un universo particular como el planteado aquí. El ruido de un teléfono que no para de sonar y no se puede apagar o el silbido que emite el joven suicida en cada ensayo de flauta aportan más elementos de comicidad que cualquier conversación dentro de la película. Pero son los parlamentos de los personajes, el guión escrito y su forma dicha, los que conspiran contra el interés del espectador: la modorra -por adrede que sea- que acompaña a cada personaje, la manera autómata en que emiten sus discursos, sin pausas, como enumeraciones interminables de datos sin importancia, y las palabras mal elegidas, como salidas de un libro antiguo, que conforman esos discursos robóticos. Se pueden hallar, hilando fino y con mucho entusiasmo, una serie de burlas a la incomunicación, una cierta descripción irónica de la vida moderna, con personajes que en su mayoría no son nadie ni se dedican a nada. Incluso podemos ponernos a dilucidar el por qué de esos disparos, que parecieron salir de la nada y generar apenas algo. Pero lo más lógico es padecer con el devenir anárquico de una serie de personajes que viven como sonámbulos en un mundo sin ton ni son, durante 105 minutos que parecen muchos más.
A todo y nada Rejtman llega con una nueva locura más de diez años después de su última ficción, Los guantes mágicos. Y lo hace en grande, sin defraudar, y dando mucha tela para cortar. Es que Dos Disparos tiene tantos condimentos dramáticos como herramientas para continuar definiendo el universo de uno de los mejores realizadores de la historia de la cinematografía local, si se le permite tamaña afirmación a este servidor. La película comienza con lo que podría ser el punto de partida para un drama muy oscuro (Mariano se pega dos tiros, uno en la cabeza y el otro en el estómago, pero no logra quitarse la vida) en el que el director de Silvia Pietro y la magistral Rapado puede volcar su mirada hacia la familia y el lugar de los jóvenes en la sociedad. Pero en vez de eso, el guion toma virajes insospechados hacia digresiones que se celebran tanto por el tono logrado como por la sucesión de gags infalibles que convierten la propuesta en una comedia ácida y parca. Le guste o no al director. Como en todas sus películas, Rejtman nunca busca deliberadamente hacer reír, pero pareciera ser como si la comedia lo buscara a él y no al revés. En ese caso, Dos Disparos es un nuevo afortunado encuentro entre el director y sus más particulares formas de filmar y narrar, así como la construcción de personajes únicos, y la película se disfruta por completo a pesar de su extraño guion que parece no dirigirse a ninguna parte. Es que todos los que conocen el cine de Rejtman saben que este no está tan interesado en contar historias sino más bien ilustrar universos concretos en los que funciona un sistema de personajes que no podrían ser inscriptos en ningún otro lugar o situación. Así, los ensayos de un cuarteto de flauta, las vacaciones a la costa de tres mujeres que apenas se conocen, o tres jóvenes viendo un compilado de goles de Independiente mientras fuman un porro, son climas completamente cotidianos en el imaginario que construye el director de Entrenamiento elemental para actores. A lo largo de la película, la historia se conecta con situaciones planteadas al comienzo, se funde en paréntesis injustificados (pero disfrutables), se pierde siguiendo a un personaje secundario que no tiene ninguna incidencia con la trama principal (¿acaso hay una, más allá de lo que proponga un intento de sinopsis o el mismo título?), e incluso hasta algunos planos son excesivamente extensos. Pero nada de eso es exceso para Dos Disparos, sino al contrario. Cuesta imaginar otra forma en que Rejtman podría contar una historia tan rara e inclasificable. Si este cineasta no fuera el autor de verdaderas genialidades como Rapado o Silvia Prieto, con las que marcó la tónica del Nuevo Cine Argentino, incluso hasta quizás fundándolo con su ópera prima, este tour de force bien podría ser considerado como su obra más ambiciosa y extravagante, un acontecimiento en la cinematografía local. Pero sin buscar mayores pretensiones, simplemente pongámosla en la lista de ocurrencias de un tipo con una mente única y al que le rogamos siga filmando más seguido.
Comedia extrañísima de autor singular Al final de Nueve reinas, Marcos (Ricardo Darín) terminaba derrumbado frente a un banco. Al empezar El aura, el taxidermista (Darín) empezaba en el piso de un banco. Al final de Los guantes mágicos -el largometraje de ficción anterior de Martín Rejtman, de 2003- Alejandro (Vicentico) terminaba bailando solo en una discoteca. Cuando empieza Dos disparos vemos a Mariano (Rafael Federman) en una discoteca, bailando solo. Fabián Bielinsky y Rejtman, conectados. Sus obras, claro, son muy distintas, pero estos dos directores tienen en común una notable autoconciencia: para ellos, cada elemento del relato es pensado hasta la obsesión y dispuesto de forma tal que incluso cuando filman el azar todo parece necesario, planeado, exacto. Rejtman, apellido fundamental de la renovación del cine argentino, construyó su poética particular, su estilo fílmico con dos mediometrajes (Doli vuelve a casa, el codirigido Entrenamiento elemental para actores), un documental (Copacabana) y cuatro largos de ficción (Rapado, Silvia Prieto, Los guantes mágicos, Dos disparos). Y cualquier fragmento de Dos disparos, Silvia Prieto o Los guantes mágicos contiene las coordenadas de su cine. Los modos del cine de Rejtman son absolutamente irrenunciables: en unos pocos minutos impone con claridad su personalidad como director. Rejtman es un cineasta obsesivo y también un escritor obsesivo. Los elementos que pone en juego -en la literatura y en el cine- son elementos controlados, elementos que maneja y dispone con total dominio. El "toque Rejtman" quizá consista en hacer un cine de perpetuo movimiento que parece constituirse y regenerarse una y otra vez desde la aparente quietud. El disparador puede ser una persona que se llama igual que otra, una muñequita, un coche viejo, un saco, una moto. El disparador de esta película es, justamente, el título: los dos disparos que se inflige Mariano en su casa suburbana, un día de mucho calor. Elipsis. Mariano no muere. Mariano y su familia (su hermano y su madre) son los personajes a partir de los cuales Dos disparos despliega otros. Las conexiones parten de un correo electrónico, de un local de comidas rápidas, de un perro perdido, de viajes a la costa (que parecen acelerar y multiplicar las conexiones), del aprendizaje y la práctica de flauta en cuarteto. Rejtman empieza con la posibilidad de una muerte y se aleja de toda tragedia, de todo tono mayor o grave. La lógica conectiva domina la película, no los personajes o el protagonismo relativo de uno u otro. Las actuaciones son todas perfectas y exactas, pero es casi ocioso decirlo: no pueden no serlo en un modelo de cine como el que plantea Rejtman. Personajes y actores circulan hasta que el director los aparta sin estruendo alguno. El relato pasa a tener otros centros, y quizá los centros reales del film sean los espacios físicos por los que los personajes van rotando: la casa familiar y el departamento de Ezequiel, el departamento de la costa y la inefable casa de los amigos de los recientes conocidos de la madre de Mariano. O tal vez todo se derive de qué hacer con los objetos, o del poder que tienen esos objetos: un revólver que debe dispararse, un teléfono que no puede no sonar, pizzas que hay que pedir en cantidades monstruosas, autos que deben ir una y otra vez hacia la costa. El cine de Rejtman es un cine de una lógica ensimismada, en el que todo se conecta mediante el uso intensivo -no se puede desperdiciar un viaje, hay que compartirlo- y los acontecimientos se derivan de forma necesaria en medio de diálogos cargados de humor siempre a punto de terminar de forma inevitable e imperturbable en construcciones de absurda seriedad ("él es el hermano de la persona que cumple años"; "les pido disculpas"). Las formas de dialogar, de nombrar, de describir y de evaluar presentes en las palabras elegidas del cine de Rejtman son un artificio que crea su propio verosímil. Nada es contingente en esta comedia extrañísima de un autor singular que parece imponerse el desafío de reconstruirla cuando quiere, como en el segmento del segundo viaje a la costa: ahí Rejtman presenta personajes a una velocidad inusitada y su particular concepción del cine brilla como nunca.
Un grandes éxitos, en modo circular En la nueva película del director de Rapado aparecen marcas personales conocidas, tanto en la carnadura y carácter de los personajes como en su modo de narración. Con ello consigue buenos resultados, pero de notorias resonancias con títulos anteriores. A casi diez años de su última película de ficción y después de un pasodoble en el género documental, Martín Rejtman vuelve al primer amor con Dos disparos, donde aparecen otra vez y de modo reconocible los elementos que en algo más de veinte años de carrera modelaron el universo personal de este director fundamental del cine contemporáneo argentino. Virtual iniciador con Rapado (1992), le guste a él o no, de lo que una década después sería bautizado con el nombre de Nuevo Cine Argentino (NCA), el estreno de su nueva película coloca a Rejtman en un lugar paradójico. Porque desde su debut hasta acá es mucha el agua que ha corrido bajo el puente del NCA, una corriente que supo ser torrentosa y desbordante, que casi llegó a agotarse, pero que en los últimos años consiguió renovarse con una nueva generación de nombres y títulos que sin querer, como siempre, le dieron nuevo impulso. Sin embargo, esos vaivenes casi no se perciben en el recorrido que trazan los cuatro largometrajes de ficción de Rejtman: más allá de los evidentes progresos técnicos que separan a Rapado de Dos disparos, o de los ajustes en la fluidez con que una y otra son narradas, en esencia no hay distancia cinematográfica entre ellas. Decir que Rejtman vuelve a sus obsesiones de siempre es una de las formas de explicar la situación descripta. Un modo distinto para definir el mismo escenario sería decir que en Dos disparos Rejtman filma desde la comodidad de un lugar que conoce muy bien, del que ciertamente obtiene los mejores resultados posibles, pero que no representa un aporte sustancial a lo que había mostrado (con creces) en sus films anteriores. La anécdota del adolescente que en una tarde calurosa de verano decide pegarse dos tiros con un arma que encuentra escondida en el cuarto de herramientas de su casa es apenas la punta de un ovillo que, al desenrollarse, irá uniendo los centros nodales que el director ya visitó antes. Debe decirse que esas dos balas no sólo no matan al protagonista, sino que vuelven a colocarlo en el centro del mismo universo indolente cuya inercia lo empujó a esa acción, que él ejecuta con la misma apatía con la que hasta entonces cortaba el pasto en el fondo de la casa familiar. Aunque es posible pensar a este chico y al protagonista de Rapado como las dos caras de una moneda, tal vez sería más acertado decir que en realidad representan la misma. Existen directores que consiguen componer exitosas variaciones para hacer sonar las notas recurrentes en nuevas melodías narrativas. Para que la cosa no se convierta en una reiteración, es necesario que el compositor, sabiendo que no puede cambiar esas notas, asuma el riesgo de variar el eje sobre el que hará girar la nueva pieza. Un riesgo que no se percibe en Dos disparos. Así como en Rapado una madre de- satenta ponía falsamente fuera del alcance de su hijo la sierrita que éste usaba para robar motos, la madre de este otro hace exactamente lo mismo con el revólver. Lo curioso es que ambos instrumentos –que para los jóvenes representan un vehículo peligroso con el que buscan despegar de una realidad incómoda– acaban en el mismo lugar: un cajón de la cocina en donde ellos vuelven a encontrarlos. Pero no se trata sólo de coincidencias circunstanciales puestas en espejo: en sus películas los vínculos familiares siempre están carcomidos por una indiferencia idéntica. Y la alienación como patrón de conducta vuelve a manifestarse en la compulsión por regresar siempre a los mismos lugares (la casa de videojuegos en Rapado; la discoteca y el aeropuerto en Los guantes mágicos; la hamburguesería y de nuevo la disco en Dos disparos), espacios que favorecen la distancia entre los cuerpos. Porque si algo define a las criaturas de Rejtman es la repulsión por el contacto físico: en sus films la gente casi no se toca. Los amigos no se abrazan, los novios no se acarician, los padres no besan a sus hijos y las parejas rara vez comparten la cama. Todo matizado con las mismas (y efectivas, por cierto) pinceladas de humor seco y siempre montado sobre un relato de estructura circular, donde los personajes se van cediendo el protagonismo para terminar más o menos en el mismo lugar en que todo empezó, pero cambiados. Para seguir con la metáfora musical, no es inapropiado definir a Dos disparos como un grandes éxitos de Martín Rejtman: lo mejor de su cine vuelve a aparecer, pero la canción sigue siendo la misma.
Martin Rejtman hace un cine personalísimo que no busca conquistar al espectador por el camino fácil, que comienza con lo que podría ser un final, que no cierra historias, que cambia de protagonistas, que le impone a sus actores una lejanía particular en su parlamentos, que le otorga a sus criaturas una un apuro por sobrevivir y bancar… Cine distinto, inteligente, anticonvencional.
Caño de escape El extraordinario relato Este-Oeste, que abre Tres cuentos, el libro más reciente de Martín Rejtman, tiene poco más de 100 páginas y está dividido en dos capítulos. El primero narra un poco de la niñez y mucho de la adolescencia de Lara, una chica cuyo padre vive en Chile y cuya madre y tía paterna (que, en la separación, quedó del lado de su familia política) viven con ella en Buenos Aires. Pero, para el capítulo dos, Rejtman toma a Esteban, un personaje secundario de la primera mitad con quien Lara se encuentra varias veces a lo largo de un par de años y continúa el cuento desde el punto de vista de él luego de irse becado a Estados Unidos. Algo similar sucede con Dos disparos, el film más reciente del realizador. La película comienza narrando la historia de Mariano (Rafael Federman), luego de pegarse dos tiros -de los que sobrevivió sin ninguna consecuencia más allá de una bala que le quedó en el cuerpo y le trae un par de complicaciones (suena en detectores de metales; provoca un “doble sonido” en la flauta dulce que toca en un cuarteto de música antigua)-, y de cómo su madre (Susana Pampín) y su hermano (Benjamín Coelho) intentan “protegerlo”, si bien él dice que no está para nada deprimido y que lo de los tiros fue sólo un impulso “porque hacía mucho calor”. En todo este tramo, Rejtman vuelve a concentrarse en personajes de la edad de los de Rapado (en sus siguientes películas fueron creciendo: en Silvia Prieto están entre el fin de sus veinte y el comienzo de los treinta, mientras que la mayoría de los personajes de Los guantes mágicos están terminando los treinta) y, al igual que en el caso de Tres cuentos, el humor, si bien está presente en varios pasajes, aparece de forma más esporádica que en el resto de la obra rejtmaniana. Pero, en un momento de su segunda mitad, Susana, la madre de Mariano, decide escaparse unos días a la costa, y Rejtman no tiene mejor idea que irse de viaje con ella; abandonar por un rato a buena parte de sus protagonistas y presentar otros nuevos. Al viaje se suman Margarita (Laura Paredes), la profesora de flauta de Mariano, y una desconocida, Liliana (perfecta Daniela Pal), a quien le reenviaron un mail en el que Susana buscaba a un acompañante con quien pagar los gastos de la nafta. Y luego, ya en la costa, se sumarán varios personajes más, todos ellos adultos -de una edad promedio con la que sí vendría a continuarse Los guantes mágicos-. Y ese “humor esporádico” de la primera parte es reemplazado por la más pura y desaforada de las comedias. A partir del momento en que Liliana entra en escena, la película vira bastante en cuanto a tono: incluso los diálogos, breves y concisos en la primera parte, se convierten en parrafadas brillantes enunciadas con esa musicalidad perfecta que suele tener el diálogo rejtmaniano. Igualmente, este cambio de registro no sucede de una escena a otra; poco antes de que comience el viaje, Rejtman nos lo adelanta un poco en aquel excelente gag del diván. Y, luego del viaje, nos regala otro momento bellísimamente absurdo que incluye un niño, un auto, un perro y una canción improbable, para luego volver al tono algo más reposado (aunque no exento de altos momentos cómicos, si bien estos tengan un perfil más bajo) con el que empezó. Estos cambios progresivos de registro son una prueba de la meticulosidad casi obsesiva de Rejtman en la película, que también se extiende a los diálogos, a las actuaciones y, especialmente, a su puesta en escena, ya que Dos disparos -su primer largo de ficción rodado en video digital- es la que mejor se ve de todas sus películas: cada uno de sus encuadres es enormemente bello y preciso, y ninguno de sus planos se extiende un segundo más de lo que debería. Lo más extraño es cómo Rejtman logra que este nivel de cuidado no le quite un gramo de frescura a su película. Dos disparos, al igual que Tres cuentos hace casi dos años, nos muestra al mismo Rejtman de siempre aunque más perfeccionado; más “aceitado”. Tal vez Silvia Prieto siga siendo su mejor película -y una de las mejores de la historia del cine argentino, y del cine en general-, pero Dos disparos es la versión más acabada del universo rejtmaniano en cine.
Delicada coreografía con bailarines parcos Al espectador convencido de que el cine que vale es sólo el que emociona y exalta, el que es capaz de inquietarlo con una intriga detectivesca y tranquilizarlo con una moraleja final, seguramente le costará reconocerle méritos al cuarto largometraje de ficción de Martín Rejtman (1961, Buenos Aires). Es que la propuesta de Dos disparos pasa por otro lado. El comienzo, con su protagonista adolescente, Mariano (Rafael Federman), bailando envuelto en las luces intermitentes de una discoteca, parece invitarnos: bailemos, juguemos, el movimiento es lo que importa. Después de verlo ingresar solo a su casa, cumplir con una rutina veraniega y hallar un revólver escondido, iremos descubriendo que el crescendo narrativo y el costumbrismo son reemplazados aquí por un delicado movimiento de piezas en cada plano, por la musicalidad con la que son coreografiados pequeños gestos, por el divertido cruce de personajes que se expresan con parquedad e interactúan como alelados. No queda claro –y no debería importar– si estamos ante un drama o una comedia: si es un drama (a eso parecen llevar algunos conflictos que se desatan y la inalterable seriedad de sus actores), es suave y desapasionado; si es una comedia, es de las que están hechas para despertar sorpresa y sonrisas antes que sonoras carcajadas. El film despliega su gracia a través de un uso inteligente del fuera de campo (los misteriosos e insólitos “dos disparos” que ejecuta Mariano sobre su cuerpo), la minuciosa elección de los encuadres y construcción de los planos fijos (hay sólo dos o tres travellings, uno en la bella escena del coche acelerando a orillas del mar), la elección y caracterización de los actores respondiendo a tipos físicos cercanos a personajes de un comic (los adolescentes con su encanto neutro, los adultos con sus tics algo ridículos), la manera con la que Rejtman entrelaza y relaciona hechos triviales (los aparatos telefónicos que no se encuentran o suenan cuando no deben, los pedidos al delivery, los encuentros en un local de comidas rápidas, la búsqueda del perro), los pudorosos destellos de un humor sutil (Liliana/Daniela Pal, con sus modales bruscos y su físico poco glamoroso, aclarando que sus tres hijos son del mismo padre aunque sabemos que dos de ellos son mellizos; la joven pareja que dice estar “separándose” desde hace años; los módicos problemas que le depara a Mariano el andar por la vida con una bala instalada en su cuerpo; las idas y vueltas del cuarteto de flautas y sus discusiones en medio de los ensayos). En algunos gestos de Dos disparos pueden encontrarse ecos de Buster Keaton, Robert Bresson o algunos cineastas más cercanos en el tiempo (Hal Hartley, Wes Anderson). Sus personajes de inconfundible clase media –con sus características distracciones y limitaciones económicas– parecen, sin embargo, piezas de una maqueta armada con detalles diversos, elementos de un atemporal cuadro de situaciones. La fotografía de Lucio Bonelli y la música barroca interpretada mansamente por Mariano junto a sus esquivos compañeros y su profesor Peter (Walter Jacob, de Historias extraordinarias y Los paranoicos), conducen a sensaciones agridulces, lejos del efectismo y la incitación a emociones predigeridas. Es cierto que podría haber (¿por qué no?) un grado mayor de disparate y una resolución más ingeniosa, cerrando con mayor sagacidad el entramado de enredos. Pero Dos disparos exhibe todo el tiempo esa lógica curiosa, esa frescura, esa belleza límpida y sencilla que son el sello de Rejtman, quien (a diferencia de otros directores de lo que algunos han llamado “nuevo cine argentino”) sigue manteniéndose fiel a su estilo, sin especulaciones.
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Un joven se pega dos tiros. No le pasa nada con eso, o pasa de todo: de allí en más, las situaciones y los personajes construyen una cadena que parece absurda. Si el comienzo es dramático, lo que sigue es un deslizamiento constante hacia el absurdo. Pero no se trata de algo inhumano, ni de un alarde de manipulación: lo que hace Martín Rejtman –uno de los mejores cineastas argentinos: basta con ver “Silvia Prieto”, “Los guantes mágicos” y el hermoso documental “Copacabana” para comprenderlo– es retratar la vida en un infierno cotidiano. No porque se trate de un lugar de castigo, sino porque carece de salidas: de hecho, comienza con algo que puede significar la muerte y, sin embargo, tiene pocas consecuencias (a lo sumo un detector de metales se interpone entre el protagonista y la entrada a un boliche). En todo esto, Rejtman hace algo revolucionario: primero construye con las imágenes de lo cotidiano, un laberinto sin centro. Luego, en lugar de horrorizar al espectador con tan desesperada imagen (borgeana, de paso), le dice que la vida no es tan terrible y que, como dijo Oscar Wilde, las tragedias de los demás son de una banalidad extraordinaria. O que no hay nada intrínsecamente cómico –ni nada que no lo sea–, sino que depende de la distancia con que miremos y oigamos (Rejtman construye diálogos perfectos cuya redacción parece literaria pero es el cine y el registro de cómo se dicen lo que les otorga su efecto absurdo). Créalo o no, esto es una comedia absurda y tierna. Es sólo cuestión de intentarlo.
NO SÉ QUÉ ES PERO ME GUSTA Well there’s nothing to lose And there’s nothing to prove I’ll be dancing with myself… Dos disparos aparece sintetizada en su primer plano. Un adolescente, Mariano, baila solo. El volumen de la música es alto. Aunque hay otros en el mismo espacio, nadie lo acompaña. Habrá mucho de esto en la cuarta película de Rejtman: personajes a la deriva en un océano de sonidos. Al volver de la discoteca Mariano encuentra un arma y gatilla contra sí mismo. “Fue un impulso, hacía mucho calor”. Eso es todo lo que dice sobre el asunto cuando despierta y si se le ofrecen ansiolíticos y antidepresivos retruca que él no está ni ansioso ni deprimido. Mariano transcurre como si nada hubiera ocurrido, como si nada fuera a ocurrir. No murió pero, ¿está vivo? Luego del episodio (tan límite como trivial) sus familiares alteran mínimamente su rutina y si bien sus acciones manifiestan preocupación, sus palabras se escuchan desafectivizadas. Muy pronto la historia de Mariano pasa a un segundo plano y nos encontramos siguiendo a Ezequiel, su hermano. Lo mismo ocurre con él y la atención queda centrada entonces en Susana, su madre. Claro que hablar de “centro” en Dos disparos es un disparate. Entre diálogos informativos y reflexiones de absurda seriedad, el único hilo conductor parecen ser los ringtones, las alarmas, una flauta que desafina. Hay sabor, sin embargo, en el discurrir anodino de los personajes, hay lógica en el ruido, la interrupción, la desarmonía. Como en la obra literaria de Rejtman el humor seco tiñe escenas (que bien podrían describirse como random) en las que se habla sobre lo sensual de manejar descalzo o en las que se mira un DVD con los goles de Independiente. Los elementos que definen a Rejtman como autor están allí pero su implementación se ha perfeccionado. Las cartas son las mismas que en sus películas anteriores, la partida no. Los seguidores del director encontrarán, entonces, la misma fórmula que en sus tres largos anteriores: Rapado, Silvia Prieto y Los guantes mágicos, solo que potenciada. Quienes se inicien con Dos disparos seguramente salgan del cine con una sensación que bien podría definirse así: “no sé qué es pero me gusta”.//?z
“Ni el tiro del final...” La letra tanguera de Cátulo Castillo en el poema “Desencuentro” resulta ideal para titular acerca del protagonista adolescente de la última película de Rejtman. No es casual que ese tema esté reversionado por bandas generacionalmente más cercanas a los jóvenes observados por este particular realizador. “Dos disparos” tiene muchos puntos de contacto con el primer film (“Rapado”), el primero del cineasta, integrante del Nuevo Cine Argentino, que después de la democracia retomada en el '83, incorporó a la cinematografía local una notoria renovación anticostumbrista. Aunque ambas películas parten de poner el centro en un adolescente, recorren en paralelo y muy ácidamente el contexto de los adultos que rozan al mundo de estos jóvenes. Mariano tiene 16 años y el film empieza con él bailando solo en la pista oscura, cruzada por luces y ruidos. Luego vemos su solitario regreso en colectivo en una madrugada calurosa. Cuando llega a su casa, nada en la pileta mientras sólo un perro está pendiente de sus movimientos. Después se pone a cortar el pasto y hay un cortocircuito que lo obliga a entrar al garaje de la casa en busca de herramientas para poder arreglar la cortadora de césped. Al abrir una caja encuentra una pistola. Entonces va a su dormitorio y se pega un balazo en la sien y otro en el estómago, milagrosamente sin demasiadas consecuencias: apenas un arañazo en la sien (el balazo queda bien visible en la pared del cuarto donde se estrelló) y la del estómago queda alojada en su cuerpo, provocando derivaciones cómicas, cada vez que tenga que dar la explicación de que tiene una bala adentro. Libertad narrativa El film no arranca desde un punto de vista clásico sino que empieza por el intento de suicidio de un adolescente sin aparente jusfiticación; luego cambia constantemente de punto de vista y el protagonismo pasa a otros personajes. Se abren diversas subtramas que luego se pierden. Es cine de autor, que presenta una historia con tono y climas propios, sin demasiadas explicaciones y sin buscar mayor empatía con el espectador. Empieza siendo la historia de Mariano y de las repercusiones de sus actos, pero pronto empieza a girar hacia otros caminos. La trama inicial va dando paso a otras nuevas, algunas ridículas, otras no tanto, pero todas con toques humorísticos. A tal punto es así, que llega un momento en que los disparos iniciales parecen haber sido olvidados, en una comedia extrañísima con un componente dramático o un drama con condimentos humorísticos, pero que en cualquiera de los casos dibuja el retrato de una sociedad incomunicada. Como en sus obras anteriores, Rejtman nos introduce en un microuniverso donde el silencio es el gran protagonista, pero detrás de la impasibilidad visible hay mucha tela para cortar, donde no queda títere con cabeza. Por otro lado Como en toda la filmografía rejmaniana existe un gran cuidado formal: el montaje es prolijo, la fotografía interesante y el casting de actores justifica ampliamente su elección. El crescendo narrativo y el costumbrismo son reemplazados por un calculado movimiento de piezas en el que es notorio la minuciosa elección de los encuadres y la construcción de los planos, todo sustentado en un particular uso de la banda sonora, donde los ruidos ocupan mucho espacio y los diálogos son parcos. Aunque se apela a la voz en off, los personajes son esencialmente lo que hacen y no hablan. Al espectador convencido de que el cine válido es solamente el que emociona y exalta; el que solamente es capaz de inquietarse con una intriga convencional y tranquilizarse con una moraleja final, seguramente le costará reconocerle méritos al cuarto largometraje de ficción de Martín Rejtman, porque su propuesta pasa por otro lado.
El péndulo de Rejtman Imagínese el movimiento mecánico de ese dispositivo llamado "péndulo de Newton". La hermosura mecánica del artefacto puede en parte explicar el funcionamiento de Dos disparos. Justamente después de que esas dos balas a las que se refiere el título atraviesen el estómago y la cabeza del protagonista, se dispara un conjunto de acciones y reacciones entre los personajes que pone en funcionamiento la película-péndulo de Rejtman. ¿Puede una comedia empezar con un suicidio fallido? Sí, sobre todo porque, en este caso, el intento de quitarse la vida no responde a un malestar existencial intolerable debido al cual dejar de respirar suponga dar fin al sufrimiento. La única variable explícita aquí es un calor insoportable. Pero, más importante aún, ¿puede una comedia producir una forma de comicidad que atente contra la explosión de la carcajada? En Dos disparos, el humor se asordina, pues cada gag está signado por su fugacidad. Los más evidentes tienen lugar en un diván y en la entrada de un edificio que cuenta con un detector de metales. El resto son casi imperceptibles. Si el título parece anticipar un policial, a esta altura no sólo quedará claro que no será así. No se tratará tampoco de un filme psicológico sobre la angustia adolescente. Una semana después de los disparos, Mariano volverá a la casa materna. Ella y su hermano Ezequiel tomarán los recaudos necesarios para que nada raro vuelva a ocurrir. Pero esto será un detalle, ya que el relato empezará a girar tanto alrededor de la vida de Ezequiel como de la de su madre. Nada trascendental sucederá. Mientras tanto, Mariano volverá a ensayar con su cuarteto de vientos. Un poco más tarde, inesperadamente, nuevos personajes que abren un juego intergeneracional empezarán a poblar el relato: la profesora de música de Mariano, un nuevo integrante del cuarteto, una mujer con tres hijos, dos parejas adultas. Y casi todos empezarán a viajar a la Costa Atlántica. Así descripta, se podría pensar que Dos disparos es una comedia costumbrista independiente. De ningún modo, pues este filme es, en todo caso, una comedia conductista. Lo que va tomando forma es un modo de estar en el mundo, que abarca un espectro generacional amplio de una clase específica, cifrado en la transitoriedad y en un tono emocional bastante parecido a la ataraxia, acaso una virtud involuntaria de los personajes. El filme culmina con un plano en el que se divisa un póster de Gravedad. Es el contraplano secreto y espiritual de Dos disparos, una película sobre la ingravidez del espíritu.
¿Se puede seguir pensando en la teoría de autor en un momento en el que las películas son cada vez más anónimas y más parecidas entre sí? Martín Rejtman es uno de los directores que permiten responder esta pregunta de manera afirmativa. No porque sus películas pretendan ser deslumbrantes, sino porque el universo particular que las constituye no está atravesado sólo por una insistencia temática. Rejtman se comporta como un baqueano del cine: no necesita manejar el terreno en términos académicos, tiene un mapa en su cabeza y posee una intuición notable. Desde Rapado, una película fundacional para pensar aquello que se llamó Nuevo Cine Argentino, hasta su última película, Dos disparos, puede parecer que su cine viaja a la deriva, pero debajo de la apariencia se esconde una secreta lógica. Un acontecimiento como el robo de una moto, la noticia de que en la misma ciudad hay más de una persona con el mismo nombre, o los dos disparos (uno en la cabeza y otro en el estómago) que se pega un adolescente sólo porque encontró un arma un día de mucho calor, desatan una serie de situaciones y cruces que podrían no terminar nunca, casi como si ese acontecimiento primigenio funcionara como un Big Bang. A partir de allí puede suceder prácticamente cualquier cosa. Sin embargo, lo que no puede suceder es un encuentro. Los hombres y mujeres del universo rejtmaniano no dialogan; esperan su turno para hablar. No se expresan; escupen las palabras como si estas fueran una obligación. Se dice que el director repite las escenas muchas veces hasta lograr que las líneas de diálogo tengan un tono monocorde, casi robótico. Cuando se piensa el cine de Rejtman, y dejando de lado forzadamente sus documentales Copacabana y Entrenamiento elemental para actores, es difícil pensar en personajes o actores porque los cuerpos parecen un elemento más de la puesta en escena, al punto de que muchas veces los animales (perros, canarios) y los objetos (armas, muñecos, sacos Armani) parecen tener más vitalidad. El cine de Rejtman podría pensarse como un extenso ensayo sobre la alienación. Todos están ensimismados, los lazos que los vinculan se fundan en circunstancias azarosas (como compartir el mismo signo del zodíaco o haber respondido un mail general sobre unas vacaciones en Mar de Ajó).Los movimientos están reglados, medidos: Mariano, el protagonista de Dos disparos, nada con un cronómetro al lado de la pileta. Por último, la serialización es la regla: en Rapado las motos se parecen, en Silvia Prietola protagonista encuentra a otra persona con su mismo nombre, Alejandro (el protagonista de Los guantes mágicos interpretado por Vicentico) sale a buscar su Renault 12 y encuentra muchos parecidos, la mamá de Mariano en Dos disparos cree que el perro de otra persona es su perro y Ezequiel, el hermano de Mariano, confunde a una chica que cruza en el cine con otra chica de la cual está enamorado. ¿Dije “enamorado”? ¿Puede haber romance en el cine de Rejtman? Quizás no, menos aún en esta película. Mariano se dispara, decíamos, sólo porque hace calor. Su familia piensa que aunque la razón no sea visible (o justamente por eso), hay que controlarlo, seguirlo, mirarlo de cerca para que nada se salga de quicio. Pero como en todo absurdo, el aparente sinsentido esconde sentidos más densos. Siguiendo esa línea, Dos disparos es la película más oscura de Rejtman, y no sólo en un sentido metafórico: la iluminación de los espacios, moldeadosdesde el plano con precisión pero sin estilización, es más tenue que nunca (en una escena, Ezequiel les comenta a unos amigos que hizo pintar de negro las paredes del departamento a pedido de Mariano). Mariano toca la flauta en un cuarteto de vientos, pero una bala que todavía tiene alojada en su cuerpo filtra un sonido robótico cada vez que sopla. Como si formaran parte de un gran aparato que va perdiendo intensidad con el paso del tiempo, los personajes de Rejtman se difuminan de a poco. Alguien los despojó no sólo de las palabras sino también de sus propios cuerpos. Sólo les queda formar parte de una gran comedia amarga.