Dos mundos en uno Un relato intimista es el que plasma la realizadora francesa Alix Delaporte para hablar de las segundas oportunidades y de la recomposición de dos vidas que terminan siendo una. El amor de Tony (Angéle et Tony) está ambientada en un pequeño puerto pesquero en Normandía. Angéle (Clotilde Hesme, con un rostro que se come la cámara) es una joven que acaba de salir de la cárcel y cuyo único objetivo es lograr la tenencia de su pequeño hijo Yohan, quien vive con sus abuelos paternos. Por otro lado, Tony (Grégory Gadebois) es un pescador que vive con su madre. Y, como en toda historia de amor que se precie de tal, sus mundos chocarán para seguir adelante. El film se toma sus tiempos y concentra el interés en su segundo tramo, con personajes que se mueven entre la necesidad de formar una familia, y un marco de huelgas pesqueras que los pone en jaque. La directora desplaza la atención desde una relación que, a priori, parece improbable, hasta la irrupción de Angéle en la vida de la madre de Tony, una mujer que no ve con buenos ojos su llegada y desconfía. A través de pequeñas postales (los paseos en bicicleta o la imagen final) y la de un barco que se posa en las tranquilas aguas del mar para descomprimir la tensión de la trama, El amor de Tony echa una mirada personal y busca la resignificación del amor a partir de los pliegues emocionales que tienen los protagonistas. Que no son pocos.
Pescador de ilusiones En principio, podría decirse que esta ópera prima de la ex periodista devenida guionista y directora Alix Delaporte comparte con el cine de Robert Bresson, los hermanos Dardenne y Bruno Dumont un estilo riguroso, austero, ascético. Sin embargo, la película con el tiempo va virando hacia algo más convencional (y comercial). con un happy-end propio de las feel-good movies no exentas de cierta demagogia. Las largas y bellas tomas de El amor de Tony (ojalá la proyección digital esté a la altura del muy cuidado y elaborado trabajo visual) sirven para que el espectador se vaya sumergiendo en el universo de los dos protagonistas: Angèle es una joven y bella mujer que sale de la cárcel en libertad condicional luego de cumplir una pena por un accidente automovilístico que terminó con la vida de su marido y viaja a un pueblo de Normandía para estar cerca de su hijo de 8 años (con quien casi no tiene contacto y que ha quedado bajo la custodia de los abuelos), y Tony, un rudo y algo reprimido pescador que vive con su madre. Angèle y Tony conforman una improbable pareja (orígenes y formaciones casi opuestas), pero Delaporte y sus dos protagonistas, la hoy de moda Clotilde Hesme y Grégory Gadebois, logran que sintamos empatía, que nos identifiquemos con ellos y con sus conflictos (es interesante cómo se presenta el duro contexto socioeconómico de los pescadores). La película logra buenos climas, no cae en subrayados ni sentimentalismos, aunque -quedó dicho- la resolución es un poco obvia y consdescendiente. De todas maneras, estamos ante una más que digna primera película de una directora con un futuro enorme, especialmente luego de haber cosechado con esta pequeña producción más de 250.000 entradas en los cines franceses.
La chica de la bicicleta Está inusual y tierna historia de amor comienza con una escena donde una mujer -mitad niña algo torpe- tiene sexo con un joven oriental en la calle, a cambio de un muñeco llamado Action Man, para llevarle de regalo a su hijo. Alix Delaporte ha querido contar una historia de amor en el contexto de su niñez, en Normandía, país de origen de su madre y su abuela. Más precisamente en Port-en Bessin, donde trascurre el film. En realidad la traducción española El amor de Tony no ha sido muy acertada. En principio porque la protagonista principal es sin duda Angèle y porque desde su comienzo el gran amor de Angèle es su hijo Yohan, a quien quiere recuperar contra viento y marea, aunque esto le implique robar, prostituirse o pactar un matrimonio por conveniencia. ¿Cuáles han sido las estrategias de su directora y guionista? Una excelente elección de actores, muy pocas palabras y el impacto de las emociones reflejado en la gestualidad de sus personajes como motor de la narración. Angèle viene de estar 2 años en la cárcel, con un marido muerto en circunstancias dudosas -que jamás darán a conocerse- y que intenta como puede hacerse de un lugar en el mundo para estar al lado de lo que más ama. Tony es un buen hombre que acaba de perder a su padre hace 6 meses en el fondo del mar. Ella lo impacta desde el primer momento en que la ve, pero sabe que una relación que se circunscriba a lo sexual no lo conformaría, no es eso lo que busca. Y lógicamente como en toda historia de amor, él logra ver espejo mediante que hay mucho más detrás de la rusticidad de esa hermosa apariencia. El fantasma de la pérdida está presente en la vida de todos los personajes. Y cuando ésta es el resultado de una muerte imprevista e inesperada se produce una fase donde las personas están como congeladas por dentro, y la angustia, el dolor y la soledad se apoderan de ellos. Un film conmovedor, sin pretensiones, con una fotografía impecable de Claire Matton. Una cámara que con mínimos recursos logra dar cuenta de todos los climas y de todos los sentimientos que de ellos se desprenden. Los largos trayectos de Angèle en bicicleta ofician de secuencias narrativas a modo de paneos, que nos hablan de su lucha interior y de los climas que la atraviesan que van desde el miedo, pasando por el dolor, la desilusión, la esperanza, para arribar a una alegría contenida, posiblemente jamás sentida. Eso no lo sabremos, ni interesa. Lo que si sabemos es el esfuerzo entre épico y poético, que representa su pedaleo. Una pequeña obra maestra construida en base a sutilezas, que trabaja con la dureza de la realidad, pero que abre más que una puerta a la esperanza de poder rearmar la vida desde el descubrimiento del amor. Un film muy francés, emparentado posiblemente con la estética de los hermanos Dardenne, que va a contribuir sin duda a enriquecer el veranito de Buenos Aires. Publicado en Leedor el 23-01-2012
Dardenne light El primer largometraje de la directora francesa Alix Delaporte es una historia tan agradable como simple. Se trata de un film minimalista, pequeño, de corta duración, pero lo suficientemente interesante como para producir un alto nivel de empatía con sus personajes por el realismo y la cotidianeidad que sus conflictos propios representan...
Angel(e) para tu soledad Alix Delaporte (Zinedine Zidane. Como un sueño, 2004) ofrece en su ópera prima de ficción, El amor de Tony (Angéle et Tony, 2010), su visión sobre la soledad de dos personajes marginados sentimentalmente y la creación de un vinculo que les permita unir sus vidas a pesar de sus propias inseguridades y las diferencias que los separan. Con claras referencias al cine de los Dardenne, la historia presenta a Angéle, una bella y joven mujer que acaba de salir de la cárcel acusada de estar implicada en un accidente que terminó con la vida de su esposo. A través de un anuncio se cruzará con Tony, un tosco pescador poco comunicativo que junto a su madre y hermano menor buscan el cadáver del padre ahogado algunos meses atrás. Tras un primer encuentro, en el que la química pareciera no existir, nacerá entre ambos una extraña relación de amor odio que los unirá mucho más allá de lo que ambos podrían llegar a suponer. El cine de Delaporte es un cine físico, de personajes que ponen el cuerpo más que las palabras, pero también es un cine de sentimientos, aunque muchas veces estos sean fríos y parezcan lejanos. Angéle y Tony casi no hablan, pero cada encuentro, cada acción, y la forma en que reaccionan ante las situaciones rutinarias están dotadas de un manejo corporal y gesticular en el que las palabras sobran. El trabajo de ambos es seguido por el ojo de una cámara que se posa sobre sus cuerpos tomando la esencia de lo que sus personajes necesitan transmitir para lograr el clima que el film necesita y así conmover sin la necesidad de apelar al golpe bajo. El amor de Tony es una película sobre el amor, pero no la típica comedia rosa ni tampoco uno de esos dramones lacrimógenos que apelan a cuanto cliché exista. La historia que cuenta bien podría serlo pero la forma que se eligió para plasmarlo hace que uno tome distancia de esos personajes y pueda verlos desde otra perspectiva, en la que no se los juzgará por sus actos sino que se buscará entenderlos, aceptarlos y hasta justificarlos por lo que son incapaces de hacer. Alix Delaporte se perfila como la fiel heredera de los Dardenne, no por copiarlos sino por tomar lo mejor de ellos y darle su propio estilo, su propia impronta. Un cine simple, exquisito, lúdico, de personajes conflictuados que encontrarán dentro de sus propios conflictos la simpleza de la vida y… del amor también.
Dos almas a la deriva Intimista y emotiva son las mayores cualidades de esta ópera prima de la realizadora Alix Delaporte, galardonada en la Mostra de Valencia que parte de la base de un encuentro a ciegas entre una mujer (Clotilde Hesme) y un hombre (Grégory Gadebois). Ella espera en un bar luego de haber mantenido relaciones sexuales con un desconocido y él se la lleva apenas la ve. Quizás por descubrir que en sus ojos profundos se esconde una historia dura que necesita consuelo, aunque el tiempo sabrá encontrar ese momento para revelar el misterio o simplemente para prolongar el silencio y la contemplación de aquella mujer llamada Angele. Tony, decide llevarla a su casa en un pueblo pesquero y a pesar de la poca camaradería de su madre hacia la joven extraña impone su decisión dándole alojamiento y trabajo. Dos cosas que ella necesita con urgencia como parte de su camino hacia la recuperación de la custodia de un hijo pequeño a cargo de sus abuelos, a quien no ve desde hace años por estar en prisión. Más allá de la soledad y de la necesidad del afecto, ambos personajes comparten la pérdida de un familiar: ella carga con la muerte confusa de su esposo –motivo por el que le otorgan la libertad condicional- y Tony con la desaparición de su padre, presuntamente ahogado en el mar. Tanto él como su hermano continúan con la búsqueda y la esperanza de encontrar alguna señal que termine con el calvario y los deje dar una vuelta de página a la tragedia. Por eso, la llegada de Angele no sólo implica abrir la puerta al enamoramiento sino la posibilidad de fuga de sí mismo y de un entorno pesado y angustiante. La rareza de esta historia de amor entre dos almas a la deriva encuentra un rumbo a partir del desarrollo meticuloso de sus vidas, secretos, conflictos y dolores, que con mucha paciencia y un guión rico en silencios y tiempos muertos llega al espectador de forma pausada, sin forzar emociones. Esa austeridad, tanto en el relato como en la exposición de los sentimientos, es una de las grandes virtudes de este film pequeño pero grande a la vez.
El, Tony, es simple, taciturno, casi hosco, con los modales bruscos de un pescador de la Normandía habituado al trabajo duro y a la fiera defensa de sus derechos, pero también con un corazón noble y una sensibilidad que apenas se adivina en su semblante pero se manifiesta claramente a través de sus acciones. Ella, la bella y rústica Angèle, es tanto o más tosca en sus modos: las secretas desdichas del pasado la han vuelto solitaria, desconfiada y agresiva. Tony está solo y busca compañía. Angèle, un trabajo, un lugar para dormir, alguna forma de reconstruir su vida para aspirar a la recuperación del hijo que la ley le ha quitado para dejarlo en custodia de sus abuelos paternos. Es brutalmente franca y así se muestra cuando un aviso la pone en contacto con el hombre. El primer encuentro es poco auspicioso. Sin embargo, aún en medio de la crispación social (la crisis también golpea al combativo gremio de los hombres de mar) y a pesar del recelo familiar, Angèle se incorpora a la modesta empresa de los pescadores. La debutante Alix Delaporte aplica su lenguaje austero y conciso a la descripción del ambiente sin ceder al pintoresquismo. Unas pocas pinceladas le bastan también para definir a los personajes que rodean a los protagonistas sin reducirlos a retratos unidimensionales -la áspera madre de Tony, el hermano revoltoso y pendenciero, el sereno abuelo que defiende la custodia del chico-, pero el núcleo del relato está en el avance de la relación entre Angèle y Tony, que es sobre todo la evolución de la muchacha, de aquel animalito herido y arisco en busca de supervivencia a la mujer que recupera la confianza en sí misma y se siente en condiciones de reivindicar su derecho a la felicidad. La joven cineasta da pruebas de su mesura, de sus ideas para la puesta en escena (el ensayo de Blancanieves, por ejemplo), y de su voluntad de evitar el sentimentalismo fácil (más allá de una pequeña concesión a lo "poético" en el tramo final). La emoción, inevitable en una historia que con tanto tacto habla de la recuperación de la afectividad, no responde a ninguna estrategia manipuladora; brota de la verdad de los personajes, que los dos protagonistas desnudan en cada gesto. Clotilde Hesme justifica que se la señale como una de las actrices más completas de su generación. Aquí, en un compromiso bien diferente del que asumió -con admirable desenvoltura- en Canciones de amor , traduce la compleja personalidad de Angèle y su lenta transformación. Cada paso de ese proceso se refleja tanto en la mirada de sus expresivos ojazos como en la elocuencia de su lenguaje corporal. El trabajo de Grégory Gadebois es toda una revelación. En una verdadera lección de economía gestual, este actor de la Comédie Française dice con lo mínimo todo sobre esos sentimientos que Tony rara vez logra expresar en palabras.
En un puerto de Francia hay lugar para rehacer la vida Esta es una historia de amor inusual, de dos seres solitarios, de sentimientos callados, que intentan rehacer sus vidas como pueden. En "El amor de Tony", la directora Alix Delaporte eligió a una mujer y un hombre que se mueven en ciertos márgenes. Ella, Angle, se encuentra en libertad condicional, nunca se explica bien por qué fue a parar a la cárcel. El es Tony, un pescador, que tiene un pequeño barco y trabaja en un puerto de Normandía, junto a su madre y su hermano. Tony, hace poco tiempo atrás, perdió a su padre que desapareció en el mar. Angle, en apariencia tiene una única preocupación, poder insertarse nuevamente en la sociedad y recuperar a su pequeño hijo, cuya tenencia está en manos de sus abuelos. Ella tendrá que demostrar que tiene casa y marido y un hogar constituído para recuperar al niño y eso la llevara a concretar algo que en apariencia parece imposible: conquistar a un pescador bastante hosco, poco expresivo en sus sentimientos y que no se entrega así nomás a cualquier mujer. EN LA BUSQUEDA El filme es lento, pero no monótono, la directora se detiene en registrar la minuciosidad y la sutileza que pone en cada una de sus expresiones, el personaje de Angle, a cargo de una muy sensible Clotilde Hesme. Por eso la cámara de Alix Delaporte sigue a Angle en situaciones de búsqueda constante, se la ve sufrir en silencio cuando es rechazada, cuando las autoridades del penal sospechan de lo que ella dice, o cuando la abogada le pregunta para qué la va a ver si todavía no sabe cuándo se va a casar, lo que le permitiría volver a tener a su hijo a su lado. "El amor de Tony" devela la mirada de una directora que sabe muy bien como registrar desde el detalle de la ropa, hasta el costumbrismo típico de unas mujeres que se mueven a la par de los pescadores descargando pesados cajones de las embarcaciones y vendiendo luego el contenido en los mismos muelles. En la película se destacan también las actuaciones de Grégory Gadebois, un actor que se dice pertenece a la Comédie Francaise; o en un pequeño pero muy simpático personaje, a la española Lola Dueñas.
Unirse en el desamparo Una viuda, recién salida de la cárcel, se vincula con un parco pescador que vive con su madre en este drama francés. El amor de Tony , austera opera prima de la francesa Alix Delaporte, se destaca principalmente por lo que evita. Evita las sobreexplicaciones, el melodrama, la retórica y la moraleja. Bastante, tratándose de una película “romántica”. Romántica, no melosa. De hecho, sus personajes y su ambientación son atractivos aunque ríspidos, escarpados: una viuda que salió de la cárcel y no logra relacionarse con su hijo -criado por los suegros de ella- y un pescador que vive con su madre en un pueblito costero en Normandía. Ambos personajes están definidos por sus acciones mínimas: el modo de vestirse, de (no) hablar, de pararse -ella, con los brazos colgando al costado del cuerpo, en un estilo entre rudimentario y masculino-, de mirar, de hacer el amor. El filme comienza con Angèle (Clotilde Hesme) teniendo sexo a las apuradas, sin rastros de dulzura, detrás de un paredón, con un hombre oriental que le regala un muñeco llamado Action Man, acaso el tipo de hombre que ella busca en sus citas a través de avisos. En la siguiente cita aparece Tony (Grégory Gadebois), un gordo macizo, de dureza noble: un pescador, cuyo padre murió seis meses antes en el mar sin que apareciera el cadáver. El primer encuentro no parece ir a buen puerto. El le pregunta: ¿Por qué buscás sentar cabeza?; ella: ¿Por qué buscás coger? Nada será tan sencillo como parece indicar el prejuicio. La ambientación (Europa sin glamour), la rigurosidad de la puesta, el mudo desamparo de la protagonista y algunos conflictos sociales -los pesqueros están de huelga, con el hermano de Tony a la cabeza-, remiten al cine de los Dardenne. Hasta que el filme, siempre bajo la premisa de no explicar el origen de los actos de sus criaturas, da un giro un tanto brusco: no a través de un golpe bajo sino -digamos- alto. Verosímil, aunque un tanto dulzón; que no empalaga, pero que desentona un poco con el sabor general de la película.
Historia sencilla que emociona limpiamente He aquí un sencillo y finalmente sentido acercamiento a la posible relación entre una joven huraña, ex presidiaria que intenta recuperar la custodia de su hijo, y un pescador que vive al cuidado de su madre viuda. Gente hosca en un pueblo costero de la Normandía, lo poco que sabremos de sus vidas será con cuentagotas. En cambio, lo que sienten se les nota en la cara, a medida que uno vaya aceptando la expresión de sus caras. La joven fue considerada culpable del accidente que causó la muerte de su esposo. La jueza les entregó a sus suegros la custodia del hijo, y, como puede suponerse, la relación dista de ser buena. Para colmo, es una muchacha bastante antipática, de algunas malas costumbres y ningún oficio. Por su parte, el pescador es un pan de Dios, pero del día de ayer, con la corteza ya medio dura. Su gran virtud es la paciencia, que le permite conservar la calma, dentro de lo que se puede. Ella necesita tener un empleo fijo y hacer buena letra para recuperar a su niño. El hombre necesita una mujer, aunque quién sabe si esa es, precisamente, la que más le conviene. Rodeándolos, moldeándolos, está el pueblo, que también tiene sus problemas. Por ahí va el asunto, que más que un relato tradicional se podría definir como una serie de cuadros a través de los cuales se va deduciendo la historia. Que, por suerte, tiene final feliz y luminoso, también dentro de lo que cabe. En ese sentido, la última escena es un hallazgo capaz de emocionar discreta y limpiamente a más de un espectador. Alix Delaporte, foto-reportera debutante como directora, procuró brindarnos un tema sentimental de estilo realista, sin violines, y lo ha conseguido, particularmente gracias a la fuerza de Clotilde Hesme (la tercera en discordia de «Canciones de amor») y las buenas caracterizaciones de todo el elenco, empezando por Gregory Gadebois, de la Comedie Francaise, Lola Dueñas, rayito de sol importado a esas costas, y los veteranos Evelyne Didi y Patrick Descamps. Vale decir, un buen respaldo actoral. En cuanto a estilo y argumento, nada notable ni extraordinario, e incluso algunas reiteraciones y extensiones (aunque la película es corta), pero casi todo verosímil y bien expuesto, sencillo y finalmente sentido, como ya dijimos. Y un poquito a la manera de los hermanos Dardenne, para quien guste ese tipo de realismo y de personajes a disgusto con el mundo hasta que les llega la ilusión o la esperanza, o aunque sea una mano en el hombro. Eso si, por suerte, a diferencia de los Dardenne, la directora de fotografía Claire Mathon prefiere encuadres y movimientos de cámara más normales.
El amor nunca es un asunto sencillo Sin mayores ambiciones, la opera prima de Delaporte dibuja una curiosa historia romántica entre un encallecido pescador y una mujer a la que se adivina golpeada por la vida. No hay paternalismo ni condescendencia, pero sobran convencionalismos. Un pequeño pueblo pesquero en la costa de Normandía, al norte de Francia, es el escenario privilegiado de Angèle et Tony, modesta opera prima de la directora francesa Alix Delaporte. Los acantilados que miran al Canal de la Mancha y el cielo casi siempre gris, como el espíritu de la gente que habita esas costas, sientan el tono de esta pequeña historia de reconstrucciones afectivas entre un hombre y una mujer para quienes el amor nunca se presenta fácil. Lo primero que se sabe de Angèle (Clotilde Hesme, descubierta por Philippe Garrel en Los amantes regulares) es que no tiene problemas en practicar sexo casual en plena calle. Es una mujer joven y bella, pero se intuye que viene medio golpeada por la vida. Hay algo de animal enjaulado en su actitud esquiva, nerviosa, siempre desconfiada. Poco a poco, se irá entendiendo que acaba de salir de la cárcel y que hace por lo menos dos años que no ve a su pequeño hijo, radicado en casa de sus abuelos paternos, con quienes ella, obviamente, no tiene buena relación. A diferencia de Angèle, Tony (Grégory Gadebois) parece más transparente. Tiene con su hermano una pequeña embarcación pesquera y vive en la vieja casona familiar con su madre. Algunas sombras, sin embargo, oscurecen el perfil de ese hombre áspero por fuera pero sensible por dentro: el padre, también pescador, murió hace poco ahogado en alta mar y su cuerpo nunca pudo ser recuperado; el negocio de la pesca va cada vez peor y el gobierno no tiene otra solución a mano que mandar a la policía a reprimir a los trabajadores; pero sobre todo la soledad parece corroerlo poco a poco, como si fuera un barco que empieza a oxidarse. El encuentro de esos dos personajes marcados por el retraimiento y el desamparo no tardará en producirse. Si fuera por Angèle, se llevaría a Tony a la cama en su primera cita. “¿Qué querés, coger?”, le dice con brutalidad, casi con rabia. Tony, en cambio, parece buscar algo más que un encuentro ocasional, al punto de que aloja a Angèle en su casa mientras él prefiere dormir en su barco. De a poco, una nueva, pequeña, extraña familia empieza a cobrar forma. Cuidadosa de sus personajes y su ambiente, la directora debutante Alix Delaporte (que viene del fotoperiodismo, formada en la agencia Capa) evita casi todos los peligros de la novela rosa y de los golpes bajos. No hay grandes dramas ni revelaciones extemporáneas. La película exuda nobleza y se propone comprender a todos y cada uno de sus personajes. Hasta el oficial que custodia la libertad condicional de Angèle parece un ser humano. La cámara nunca hace alardes ni proezas y se pone siempre a la altura de los ojos de la pareja protagónica, a la que jamás mira con paternalismo ni condescendencia. Todas esas son virtudes, a las que hay que sumar la revelación de Grégory Gadebois como Tony. Si no fuera porque en los créditos se destaca su pertenencia a la Comédie-Française, se podría pensar que –con ese cuerpo grueso y torpe, que no parece caber en sí mismo– es un auténtico pescador normando. A pesar de su belleza (o mejor aún, a causa de ella), Clotilde Hesme, en cambio, da la impresión de estar fuera de lugar en la película. Su rostro y su figura tienen un perfil sofisticado y eminentemente urbano, que no se lleva bien con su personaje, al punto de que se siente demasiado el esfuerzo de la composición de esa mujer rústica y encallecida por la vida. Un final feliz y demasiado convencional también le resta autenticidad a una película que aspira a ella.
Una mujer que ha salido de la cárcel, bella; un marinero rudo, poco atractivo. Ambos se conocen en una cita a ciegas y comiena una relación donde el pasado y el presente se conjugan en una trama que se sustenta especialmente en las emociones -actuadas y no dichas, gran acierto del film- que rescata la humanidad de sus criaturas. El film hace de su paisaje glauco el reflejo de sus protagonistas, y apela sin deshonestidad a emociones puras.
El ascetismo de los nombres propios que forman el título original acompaña el desarrollo de “El amor de Tony”, que su creadora llamó “Angele et Tony”, un laconismo muy adecuado para el espíritu de su obra. Con una notable economía de recursos expresivos, la debutante directora narra esta historia de amor áspera, en el marco idealmente rústico de un pueblo costero francés. Angele es bella, está en libertad condicional, es viuda, tiene un hijo que pretende recuperar y que no ve desde hace dos años. Tony, un gordito taciturno y amable, explota junto a su hermano y su madre, también viuda, un pequeño barco pesquero. Se conocen en una cita a ciegas pero la cosa no funciona desde el primer momento. Ella quiere sexo y el no sólo eso, según parece. Con diálogos breves, casi monosilábicos, la directora va desanudando los conflictos y rispideces emocionales de los dos personajes. Como en toda historia de amor, también en este caso es la imposibilidad lo que guía la trama sobre dos seres afectivamente bastante desamparados y que probablemente no se hubieran conocido en otras circunstancias. Delaporte elige la forma más dura de narrar una historia que no pretende que sea romántica en el sentido tradicional. A diferencia de otras parejas de Hollywood, como la de “Frankie y Johnny”, con Michelle Pfeiffer y en la que Al Pacino también compone a un ex presidiario, o la también francesa “Edith y Marcel”, de Lelouch, Angele y Tony no muestran sus emociones, otra forma de hacer verosímil una historia de amor.
Lentamente van comenzando a afluir los títulos europeos a cartelera. Siguen llegando con una demora... enorme. En esta oportunidad es el turno de poner la mirada en la ópera prima de Alix Delaporte, filmada en 2010 y que viene de conseguir un respetable número de espectadores en su tierra: "Angele et Tony". La historia está ambientada en un pueblito de la zona de Normandía, lugar donde la pesca es el sustento fundamental de las familias del lugar. Allí conoceremos a Angéle (Clotilde Hesme), la protagonista de la historia. Ella ha estado presa. En circunstancias poco claras generó un accidente automovilístico que terminó con la vida de su marido y terminó en la cárcel. Ahora, que es la hora de reintegrarse a la sociedad, tiene un sólo objetivo en mente: recuperar a su hijo Yohan (Antoine Couleau) quien vive con sus abuelos paternos. Angele es una bella mujer, temperamental, intensa pero, en cierta manera, algo infantil. Está llena de deseo por volver a acercarse a su niño y se siente insegura al ir planteandose la reconstrucción de ese vínculo tan caro a sus afectos. En dicho poblado dará con Tony (Grégory Gadebois), un pescador local que vive con su madre. Al principio, los dos chocan al intentar relacionarse, ya que son primitivos en cuanto a expresar afectos e intereses, pero pronto descubrimos que en entre ellos hay mucha química y quizás, la promesa de una alianza reestructurante para sus vidas. El viene de perder a su padre hace 6 meses y luce desconcertado ante la aparición de Angele en su vida: no tienen nada en común y pensar una pareja se asemeja a una quimera. Delaporte dota a sus personajes centrales de pocas palabras. Les da el tiempo necesario y justo para que expandan su dolor y su ansiedad ante lo impredecible, pero este estilo de narración hace al film un poco lento y demasiado minimalista para mi gusto. El estilo austero reina y si bien seguimos a los protagonistas su recorrido, lo cierto es que no logra despertar grandes emociones en la platea. Su fotografía es admirable, uno de los puntos más altos del film (aunque hubiésemos preferido descubrirla en 35mm) y aunque el derrotero de los eventos es previsible y en cierta manera, sin sorpresa, hay que decir que "El amor de Tony" es un producto honesto y una exploración válida del universo que presenta. Si les gusta el cine francés independiente y su ritmo de narración, quizás esta sea su película para la semana. De lo contrario, habría que pensarlo dos veces antes de encallar accidentalmente en ella...
Con un fuerte contenido sentimental y emocional, El amor de Tony narra una historia de amor singular, fuera de registro, en un marco pintoresco pero a la vez atípico, arisco y por momentos desolador. En realidad el film se titula Angèle et Tony, que describe con mayor amplitud el contenido de la trama, que está quizás más emparentado con las vivencias de ella que con las de él, que aún así encierran numerosas aristas que el guión de la realizadora francesa Alix Delaporte irá develando poco a poco. Ambos se conocen tras una cita a ciegas en un pueblo costero, él un duro trabajador de la pesca afectado por una pérdida y ella en libertad condicional tras dos años de cárcel, en una etapa licenciosa de su vida. Dos almas vaciadas por la soledad y la necesidad de afecto con las que Delaporte hace una pintura muy personal de la pasión humana, una verdadera radiografía sostenida sin desmayos y con enorme sensibilidad por la pareja actoral compuesta por la bellísima y talentosa Clotilde Hesme y el fenomenal Grégory Gadebois. Polos casi opuestos que lograrán relacionarse y experimentar sensaciones casi olvidadas, incluyendo el amor materno-filial y el familiar, en un circuito emotivo potente pero sutil, y además sumamente disfrutable.
Ver esta película da ganas de ponderar la sencillez. No porque la historia sea sencilla, sino por la forma de narrarla. En todo caso, para ir desandando el camino de este comentario, empecemos por decir que no es una película romántica (aunque tiene toques en tal sentido), ni tampoco un melodrama, género al que la realizadora Alix Delaporte sabe escapar inteligentemente. Ángel es una mujer con pasado oscuro, ex-convicta y prostituta por conveniencia, que intenta lograr la custodia de su hijo de 8 años. En este contexto recala en un pueblito de pescadores en Noruega donde conoce a Tony, un hombre adusto y algo tosco que vive con su madre. Por supuesto, se enamora de Ángel; pero huye de la "facilidad" con que ella se ofrece. A su vez, ella le pide trabajo y alojamiento. En las actitudes contrapuestas de ambos personajes es donde la dirección de Delaporte descansa para ir construyendo de a poco un relato muy sólido, sustentado las buenas actuaciones de todo el elenco. Las dos pequeñas subtramas que se desprenden (la relación que ambos personajes tienen con sus respectivas familias) apuntalan al sentido inevitable que tiene el resultado final. Cltilde Hesme y Gregory Gadebois traducen la química entre ambos con dos actuaciones en las que se nota un vínculo muy bien trabajado. La dosis justa de música, encuadres que no temen a la naturalidad de los exteriores, y un conjunto de rubros técnicos en donde nadie abusa de la situación, establecen el equilibrio narrativo. No se trata de una obra maestra, pero la primera película francesa del año (aunque es de 2010) es un buen paso hacia la misma conclusión de 2011: en Europa está lo mejor del cine contemporáneo.
Un nuevo comienzo Tras protagonizar filmes cruciales del cine francés reciente como Las canciones de amor o Los amantes regulares, la bella y esbelta Clotilde Hesme asume en El amor de Tony el rol de Angèle, heroína punky que, al pedalear en su bici exhibiendo toda su dignidad solitaria ante la cámara, remite a íconos desconsoladoramente frontales y semejantes como la Lucía motorizada de Lucía y el sexo o la Lola con tracción a sangre de Corre, Lola, corre. En este caso, la misión acalladamente desesperada que convoca a la joven es el reencuentro con su hijo, a quien no ve desde su estadía en prisión y del que un lejano y vago accidente en el que murió su esposo amenaza con alejarla. Pero allí también está el sencillo y robusto Tony (Grégory Gadebois), un pescador que acaba de perder a su padre en altamar y con el que Angèle inicia un ambiguo vínculo laboral–amoroso, a partir del cual su vida luchará por encauzarse. Planteo de ausencias, batallas y pesares íntimos que la debutante Alix Delaporte narra de manera tenue, sosegada y naturalista, extrayendo resultados gigantes de una historia en principio pequeña y de modestísimas intenciones. Así, planos a primera vista “de relleno” como el de gaviotas sobrevolando un muelle o el de una barcaza de pescadores internándose en el mar son tan decisivos como aquellos en los que Angèle habla con su hijo o aprende a clasificar pescados o besa por primera vez a Tony, en una escena conmovedora por su realismo y simplicidad: lo que Delaporte pretende es componer una entereza estética de sobriedad moral que habla a través de sus personajes: así como ningún instante del relato se superpone sobre otro, así también sus criaturas acarrean un estigma y merecen otra chance, aunque sean caóticas y problemáticas como la madre soltera (y viuda) Angèle. Hacia el final, Tony le dice a Yohan, el hijo de Angèle, mientras le enseña un cangrejo: “si lo agarrás por la espalda, no pasa nada”; El amor de Tony trata sobre la superación de los miedos, la convivencia entre distintos y el mirar a la cámara de frente y con valentía, sin pestañear.