Ganadora de dos premios en la Competencia Argentina del último Festival de Mar del Plata (mejores película y actor), la ópera prima de Tomás De Leone describe la gris cotidianeidad de Pablo (Nahuel Viale), un veinteañero que vive en la localidad portuaria de Quequén. El título del film se debe su trabajo como ayudante de cocina en un hotel, pero Pablo también debe aprender a lidiar con una madre alcohólica (Mónica Lairana) y un padre poco presente que formó una nueva familia (Germán de Silva).
Pablo es un aprendiz de cocina de 21 años a quien le toca pagar su derecho de piso. Quizás algún día llegue a ser un cocinero distinguido y los autos se detengan especialmente para comer en su restaurante del puerto, pero eso, por el momento, es apenas un sueño y una forma de evadir el mundo en que se mueve: además de picar verduras, el joven tiene una vida paralela que es la que, en verdad, le permite ahorrar algo de efectivo cuidadosamente escondido en algún rincón de su casa con el deseo de llegar hasta donde se propone.
Estallido La opera prima de Tomás de Leone, posee un pulso narrativo marcado por la tensión que el protagonista percibe tanto en su entorno como internamente, ante un espiral vertiginoso que lo envuelve en situaciones que no quiere. Dalesio (Nahuel Viale) busca dentro del pequeño universo en el que se encuentra, alguna luz entre tanta oscuridad. Su vida, va de tratar de ganarse honradamente el dinero como aprendiz de cocina para ayudar en su casa, a noches de turbios asuntos que nunca termina por comprender del todo. Si bien encuentra en una mujer (Malena Sanchez) algo de afecto y contención, Dalesio debe también controlar constantemente a su madre (Mónica Lairana), un ser que termina por transformarse imperceptiblemente en algo así como su hija. La cámara acompaña su derrotero, que comienza en una fría noche dentro de un vehículo casi hecho chatarra, en el que espera a sus compañeros para que le den algo de dinero de los pequeños robos. La elección del director por mostrar la noche en contraste al día, también marca los dos tiempos en los que se maneja el relato. Por un lado, una puesta con cámara en mano y nerviosa, por el otro, la tranquilidad e inercia de planos fijos. “Siempre que te pido un pucho me los pasas encendido”, le dicen en una escena a Dalesio, y en esa simple frase, se pinta por completo al personaje, un hombre que se brinda a los demás con una actitud de servicio única, sin pedir nunca nada a cambio hasta que las circunstancias lo superan. Tomás de Leone logra un relato sólido y verosímil que potencia la simple idea disparadora, apoyado en la notable actuación de Nahuel Viale, que compone a su Dalesio con una naturalidad única, y la participación secundaria de figuras como Mónica Lairana y Malena Sanchez, contrapuntos perfectos para que la progresión narrativa funcione. Los diálogos frescos, libres de prejuicios y pudor, reposan en la mirada de acciones simples que gestan la épica del joven y componen el drama de cada personaje. El aprendíz (2016) es una historia que atrapa desde el primer instante por el carisma de las interpretaciones, pero también por su notable dirección.
Es la opera prima de Tomás de Leone que gano en Mar del Plata en la competencia de cine argentino y su protagonista Nahuel Viale como mejor actor. La acción transcurre en Necochea donde un joven muchacho trabaja como ayudante en la cocina de un hotel y sueña con tener su propio restorán. Se ocupa de su madre alcohólica (Mónica Lairana), y tiene una novia (Malena Sanchez) con la que comparte sus sueños. Hasta ahí una película más de alguien con pocos recursos y sueños. Pero ese chico para cumplir sus deseos participa de una banda que comete pequeños robos liderada por un estafador violento. Eso le da a la trama la parte de tono policial y buen suspenso, y la posibilidad de un giro donde el protagonista tomara su destino entre sus manos. Con algunos altibajos, la tentación de lugares comunes, pero solo en contadas ocasiones, la película adquiere intensidad, posee buenas actuaciones, y es un prometedor debut.
Este egresado del CIEVYC ganó la Competencia Argentina del último Festival de Mar del Plata con este debut en el largometraje que propone una mezcla entre el drama juvenil y el policial encabezado por Nahuel Viale (también premiado), Mónica Lairana, Germán De Silva, Malena Sánchez y Esteban Bigliardi. Pablo (Nahuel Viale) es un veinteañero que vive en Necochea con su madre alcohólica (Mónica Lairana), a la que debe cuidar como si en verdad fuese su hija; su padre (Germán De Silva) ha armado una nueva familia y no quiere saber nada con él; y la única fuente de cariño parece provenir de una chica del lugar (Malena Sánchez). El protagonista trabaja como aprendiz de cocina y sueña con abrir su propio restaurante, pero sus principales ingresos provienen en verdad de pequeñas actividades delictivas que realiza con una banda no demasiado brillante liderada por un tipo violento e impulsivo (Esteban Bigliardi). La película transita territorios conocidos del costumbrismo del interior, de la angustia juvenil y la búsqueda de la identidad, y las familias disfuncionales, aunque aquí al minimalismo que fue la marca de siempre del Nuevo Cine Argentino se le agrega una subtrama policial que, si bien es lateral, le otorga algo de tensión y suspenso. El personaje de Pablo tiene todos los elementos del joven tímido, introspectivo y algo resignado que va sumando frustraciones y humillaciones hasta que explota y esa furia contenida, se sabe, no suele descargarse de la mejor manera. El aprendiz deja una doble sensación: por un lado, de búsquedas no demasiado rupturistas (ni sorprendentes); por otro, una solvencia narrativa y visual que ratifica que incluso en el cine argentino más independiente ya se alcanzado un estándar muy sólido del que a esta altura es difícil retroceder. Aunque, a veces, las decepciones aparecen. No es el caso de esta más que aceptable ópera prima.
Austero retrato de una vida difícil Nada es fácil en la vida de Pablo, el protagonista de esta ópera prima de Tomás de Leone premiada el año pasado en el festival de Mar del Plata. Se gana la vida como ayudante de cocina, pero sueña con un modesto restaurante propio, aunque no le sobren los recursos para concretar el proyecto. También debe lidiar con una madre alcohólica y con el trauma de un abandono doloroso, el de su propio padre, que lo quiere lo más lejos posible. El aprendiz radiografía con notable precisión la deriva de un personaje que, abrumado por el peso del pasado y el presente, pelea como puede por un futuro distinto. El paisaje gris e industrial de Quequén refuerza la sensación de monotonía que atraviesa una historia cuya rutina apenas se ve alterada cuando aparece un romance fugaz o algún delito de poca monta para juntar algunos billetes. La sobriedad de Nahuel Viale para interpretar a ese joven cargado de angustia y temperamento opaco es una de las fortalezas de esta película austera, equilibrada y sólida. Lo acompaña un elenco muy ajustado en el que se luce especialmente Esteban Bigliardi, magnífico en la creación de un psicópata astuto, pero no del todo lúcido, que sin embargo sabe cómo aprovechar las debilidades ajenas y ocultar las propias. Despótico y arbitrario, líder de una pandilla juvenil siempre titubeante, intimida, repele y también causa gracia por su visible patetismo.
Como una olla a presión Un joven en un pueblito en el que quiere progresar, un amor y unas circunstancias desfavorables: buen debut de Tomás De Leone en la realización Galardonada en la última edición del Festival de Mar del Plata como la mejor película en la Competencia Argentina, El aprendiz es el auspicioso debut de Tomás De Leone. No hay nada nuevo narrativa ni estéticamente, pero tiene una solidez encomiable para ser una primera película. Por un lado está la historia del joven del pueblo que quiere progresar. Desea hacerlo en todos los ámbitos, pero la realidad es que lo que lo rodea no le da mucho para sustentar sus anhelos. Pablo (Nahuel Viale, también premiado en Mar del Plata) vive en Necochea y se gana la vida como aprendiz de cocina. En verdad, quiere abrir su propio restaurante, y en verdad también se gana la vida realizando actividades delictivas en un grupete que no muestra demasiadas luces y que es comandado por Parodi (Esteban Bigliardi), un tipo detestable. Pablo tiene un padre (el siempre efectivo Germán de Silva) que ya no vive con él y que ha formado otra familia, una madre alcohólica a la que debe atender, y un amor (Malena Sánchez: prestar atención a este nombre) que es su cable a tierra. Pero si necesita uno, es porque algo no funciona bien. Las presiones son muchas y Pablo puede, sabemos, pegar en cualquier momento un volantazo en su vida. La historia intimista del protagonista se mecha con la delictiva y cada espectador sabrá con cuál quedarse. Formalmente más que correcta, El aprendiz son los primeros palotes en el largometraje de De Leone. Y no se pegó ninguno.
Vidas complicadas La opera prima de Tomás de Leone se hace muy interesante desde un principio. Porque si bien muestra el dilema de un joven – Pablo (Nahuel Viale) – dentro de una familia disfuncional, que tuvo que crecer a los golpes ayudando a su madre alcohólica (Monica Lairana), también se hace cargo de los rebusques que éste debe hacer para subsistir. Pablo realiza trabajos delictivos de poca monta con una banda de conocidos, y por otro lado, empieza a dar sus primeros pasos en la cocina, su verdadera vocación, trabajando en un hotel que no le deja mucha plata. Los dramas internos y externos del protagonista son curados superficialmente por Mercedes (Malena Sánchez) que se involucra emocionalmente, con un gran limite. Los problemas de una vida en la que lo económico bloquea lo emocional. Pablo no está feliz con la gente que le rodea. Tampoco puede pedir ayuda con un padre que no quiere hacerse cargo ni siquiera de mirarlo a los ojos. De esa forma, el amor se transforma en una utopía. Y los miserables afloran, como es el caso de Parodi (Esteban Bigliardi), líder de la banda delictiva en la que operan. Bigliardi hace muy bien de tipo odiable y se gana la bronca del espectador. La tensión entre el líder y el resto de la banda se ve desde los primeros planos, y se marca en la fotografía, con planos más coloridos en los interiores y más achatados en los exteriores. Desde lo técnico, El aprendiz es impecable. Sabe imprimir la tensión y el suspenso con la música y sus silencios. Se trata de un film que deja los dilemas interiores de lado y muestra los problemas reales de una vida complicada. Donde el progreso se ve limitado por el contexto que le rodea, y la ayuda viene de los lugares más nefastos. Todos necesitamos una dosis de suerte y una mano en la vida. Algunos ni siquiera la ven pasar por más que lo deseen. El Aprendiz es la metáfora de una vida que deja dos caminos. Ponerse en maestro y juzgar a los demás por el camino que eligen, es mirar al costado y ver con egoísmo el mundo en el que vivimos. Y lo mejor de todo, es que lo logra sin apelar al golpe bajo o a la moralina.
BUENAS INTENCIONES QUE NO ALCANZAN En El aprendiz, la premiada película de Tomás de Leone, la historia tiene como escenario a la ciudad costera de Necochea. Allí, Pablo es un aprendiz de cocina que tiene que lidiar con la salud de su madre, una mujer alcohólica, mientras intenta relacionarse sentimentalmente con una chica. En este contexto, es que actúa para un tipo haciendo trabajos sucios o realizando pequeños robos con su grupo de amigos. El aprendiz se inscribe en el orden del policial argentino, con cierto componente social. Lo mejor de la película es cómo transmite la idea de una ciudad gris, en donde no pasa nada por fuera de la temporada de verano. Esos espacios fantasmagóricos y esa tristeza infinita están muy bien capturadas por la cámara, que aprovecha perfectamente el clima que ofrece la citada ciudad costera. Sin embargo, y más allá de su interesante ambientación, El aprendiz se pierde en algunas subtramas que no terminan de estar bien definidas, especialmente todo lo que tiene que ver con la adicción de la madre. Si bien el protagonista (Nahuel Viale) está bien como ese muchacho contenido que guarda rabia y está por explotar en cualquier momento, hay diálogos que no están a la altura y especialmente los personajes secundarios son bastante flojos. Pero donde la película cae aún más es en la construcción del villano Parodi, que representa el estereotipo del matón piola de cierto cine policial argentino y que hace ruido en el contexto de un film que apuesta por lo implosivo. Sin dudas que El aprendiz es una película que tiene buenas intenciones, pero se queda sólo en eso.
Más costumbrista que policial negro Un aprendiz de cocina en un restaurante de una ciudad del interior comete algunos delitos con la idea de ahorrar para abrir su propio boliche. La idea es mínima, y el concepto general es aun más minimalista, tendiendo a describir el panorama social general antes que un auténtico submundo criminal propio del cine policial. Por eso, "El aprendiz" se queda a mitad de camino entre el auténtico film noir y el drama costumbrista. De suspenso, ni hablar; de hecho, el conflicto entre los mismos miembros de la banda de maleantes, con un capanga que estafa al resto, es un asunto que se adivina que explotará en cualquier momento, y el director ni intenta dibujar argumentalmente este tipo de obviedades. A favor del film se puede decir que técnicamente esta bien hecho, con una fotografía buena en lo que tiene que ver con los paisajes sobre todo en los planos generales descriptivos- y que las actuaciones son creíbles. Pero al final da la sensación de que más que para un largo, tanto minimalismo podría haber quedado a medida en un cortometraje.
Con una historia sencilla bien contada pueden decirse cosas interesantes En la costa argentina no todo es mar, sol, playa, vacaciones, etc., hay también otro mundo, en el que viven los residentes permanentes de esos lugares que, fuera de temporada veraniega, tienen que continuar con sus obligaciones como todos, y el paisaje cambia, sobre todo, en las pequeñas localidades, que es desolador. El movimiento de la gente disminuye y el frío penetra no sólo en los huesos, sino también en los ánimos de todos los vecinos. Con un panorama complicado desde lo humano y lo geográfico, Pablo (Nahuel Viale), es un veinteañero que intenta llevar una vida lo más correcta posible, dentro de su lógica, para poder finalmente despegar y realizar su propio vuelo. Por eso es aprendiz de cocinero en el restaurante de un hotel de categoría en Quequén, y en sus ratos libres, junto a otros muchachos, hace algunos “trabajitos”, que le permite juntar el dinero para tener su propio restaurante y así poder independizarse. Su objetivo lo tiene muy en claro, y no se cuestiona su labor paralela, las hace y punto. La cuestión, que esos “trabajitos” son pequeños delitos, ordenados por El Chaqueño, quien nunca aparece en pantalla, pero el nexo entre él y la banda es Parodi (Esteban Bigliardi), asumiendo el rol de jefe sobre los otros tres. Tiene una personalidad irritante y no confían en él, pero le obedecen igual. Pablo tiene la dura tarea, no sólo de estar en la cocina todos los días, mostrarse disponible para realizar algún atraco, sino también, tiene que lidiar con su madre Mimí (Mónica Lairana), que trabaja de mucama en el mismo hotel que él y es una borracha empedernida. Ante tantos problemas, el protagonista hace lo que puede, resiste las presiones hasta un punto alto de tolerancia, pero el desmadre se encuentra latente, se intuye algo, pero resuelve las cosas como se le ocurren en ese momento. En su ópera prima el director Tomás De Leone nos relata la vida de un joven que no tiene grandes posibilidades para progresar, porque su familia no lo ampara, los que podrían considerarse amigos, son delincuentes de poca monta, como él, la ciudad termina siendo un territorio hostil, y por ese motivo siempre se mueve en la periferia, donde lo agreste predomina, escasean las casas y hay poca gente. La historia transmite el sentimiento profundo, intimista, de alguien que quiere pertenecer a una sociedad, como todos, pero las circunstancias que padece lo van empujando cada vez más, excluyéndolo y convirtiéndolo en un marginal. Con un ritmo preciso, escenas y diálogos cortos, desarrollados con el tiempo justo y necesario, el realizador maneja los climas con minuciosidad, demostrando que si se tiene una historia sencilla bien contada, se pueden filmar cosas interesantes.
Ganadora de la competencia argentina en el festival de cine de Mar del Plata, esta es la historia de Pablo, un aprendiz de cocina en Necochea que lidia con una madre alcohólica y depresiva y juega con la delincuencia de pequeña escala, junto a un grupo de amigos poco recomendables con los que merodea los suburbios industriales de la ciudad en un auto colorado. Huele a espíritu del nuevo cine argentino, desde El bonaerense a Pizza, birra y faso, sí. Pero sin una búsqueda de lo nuevo, en lo formal o argumental, ofrece un relato que atrapa, con la tensión que suma el policial, y un muy buen trabajo de su protagonista, Nahuel Viale. Una buena ópera prima.
Llega a salas la película que ganó en la Competencia Argentina de la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Protagonizada por Nahuel Viale, el film es una historia situada en invierno en Necochea. La ópera prima de Tomás de Leone gira en torno a un joven muchacho que trabaja de aprendiz de cocina en un hotel al mismo tiempo que lidia con una incipiente relación con una chica, con los robos que realiza junto a otros chicos, una madre alcohólica y un padre ausente, y los sueños de poder algún día abrir su propio restaurante. Pero a medida que las cosas se vayan sucediendo se va manifestando como otro tipo de aprendiz, y las lecciones terminan siendo más duras. No hay mucha luz ni optimismo en el mundo en el que se envuelve este joven Pablo. Si bien la relación con una chica interpretada por Malena Sánchez le agrega cierta calidez y refugio de una vida oscura, esto sólo va a suceder hasta que se dé cuenta finalmente qué y quiénes se merecen la mayor de sus atenciones. Pablo es joven, sabe lo que quiere ser en su vida profesionalmente, algo que a esa edad hay muchos que aún no, pero aún le queda por resolver los medios para lograrlo, decidir quién quiere ser realmente más allá de la profesión que uno disfrute. A la larga, parece ser un muchacho de buenas intenciones pero por algún motivo siempre termina del lado equivocado, y además para él no hay otra posibilidad de conseguir sus sueños que del lado de la delincuencia, llevándolo esto a un espiral descendente del que quizás luego sea muy difícil, o en el peor de los casos imposible, salir. El aprendiz es un relato de iniciación, convencional en cierto modo, rodada y narrada de un modo que se percibe siempre muy natural (la actuación de Nahuel Viale es soberbia de una manera contenida aunque la de Esteban Bigliardi como el líder de esa bandita cae en algunos lugares comunes). Un drama con buenos momentos de tensión. Redonda y eficaz ópera prima a la que tal vez le falta algo de riesgo o novedad.
Almas muertas En una antología de películas tristes del cine argentino reciente no podría faltar El aprendiz. Cuatro muchachos gastan sus días en alguna clase de actividad delictiva (aparentemente le cobran a alguien un diezmo por orden de otro alguien, figura que se establece siempre en el fuera de campo, como una presencia ominosa), y solo uno de ellos, el protagonista interpretado por Nahuel Viale, tiene un trabajo legal reconocible como empleado gris, apto para todo servicio, en la cocina de un hotel. Esta película singular registra el andar de los personajes como si se tratara de seguir los pasos de un grupo de seres condenados, criaturas errantes cuyo destino ha sido sellado de antemano. El que oficia de jefe módico de los cuatro es un pobre diablo con ínfulas, líder carismático cuyo estatuto despreciable se ve acentuado en la escala de pueblo chico que le da marco. Pablo, el protagonista, tiene un atisbo de romance y el sueño de un restaurant propio, pero ambas cosas parecen esfumarse, como si formaran parte del territorio de las cosas perdidas o irrealizables, las que no pueden concretarse o las que se rechazan dolorosamente, porque en el fondo se consideran parte de una felicidad impropia. El paisaje costero en un invierno que luce particularmente inhóspito parece trabajar con denuedo sobre el ánimo de los personajes e imponer en cada plano un tono fúnebre, como si cada acción fuera una despedida o el anuncio de la imposibilidad de un final feliz para cualquiera de ellos; en El aprendiz el sentimiento de tristeza es un mapa emocional y una morfología hecha de resolana, calles polvorientas y médanos solitarios que asoman a un costado del plano (nunca se ve el mar, salvo en una curiosa toma desde la altura, que tiene la duración de un parpadeo y sugiere un resto vulgar de alegría que a los personajes les está vedada sin remedio). Siempre desesperanzada y en varias ocasiones lúcida, la película se integra de forma elocuente a esa familia narrativa que hace prácticamente de cada escena un interrogante acerca de cómo filmar sin énfasis la amargura, el vacío ontológico, el balbuceo de un puñado de vidas que existen solo en un tiempo presente, ese estallido precario de luz que anima cada plano para luego cerrarse sobre sí mismo y desaparecer. Como en un eco cercano de otras dos películas protagonizadas por Nahuel Viale en los últimos años –Ocio y Antes, candidatas de pleno derecho a integrar esa improbable colección de películas tristes, ejemplos esmerados de amargura radical y personajes arrojados a la intemperie–, El aprendiz está menos interesada en caerle en gracia al espectador que en ofrecer los retazos de un martirologio siempre esquivo, en el que la sucesión de escenas parece operar como una serie incansable de escalones descendentes hacia alguna clase de infierno que a simple vista no difiere demasiado de la cotidianidad en la que los protagonistas se ven inmersos. Cuando Pablo debe desvestir a su madre esquizofrénica que se ha metido en el hotel disfrazada de camarera, o imita sin tomar conciencia de ello el gesto de su padre de prender el cigarrillo antes de convidarlo, advertimos que el director se revela por momentos como un especialista en detalles tenues, ligeramente elusivos, cuyo poder de evocación se expande sigilosamente por los planos, sin alardes pero también sin concesión. En última instancia, El aprendiz es una historia de criaturas aisladas, que no se ven como los demás pero son arrastradas por la misma corriente: solas y sin ánimo para oponerse a ella, solo les queda el presente, el tiempo sin épica ni esperanza de la supervivencia.
Ganadora de la competencia argentina del pasado Festival de Mar del Plata, esta opera prima protagonizada por Nahuel Viale, Esteban Bigliardi, Mónica Lairana y German De Silva se centra en los conflictos personales de un joven que intenta abrirse camino profesionalmente. El gris invierno en un pueblo costero (en este caso, Necochea) es el centro de otra de las películas de la competencia argentina del festival de Mar del Plata, caso que también se da en PINAMAR. De alguna manera, esta opera prima de De Leone es una suerte de reverso oscuro –o desesperanzado– de aquella, más amable y luminosa. Lo que se cuenta aquí es la vida de Pablo (Nahuel Viale), un aprendiz de cocina en un restaurante, que está en pareja y sueña con abrir su propio local. Pero el resto de las cosas no le funcionan muy bien: su madre (Mónica Lairana) es una alcohólica que no logra salir de su estado de permanente estupor por más esfuerzos que él haga por ayudarla, y su padre (German De Silva), los ha abandonado para formar otra familia. Pero más complicado que todo eso se volverá la relación de él con su grupo de amigos, un cuarteto en apariencia amigable que resulta no ser tanto ya que son comandados por un típico bully de barrio (Esteban Bigliardi, muy efectivo en su construcción de un personaje insoportable que sostiene todos sus maltratos con el recurso de “es una jodita, nos estamos divirtiendo”) va enredando al resto en pequeños delitos que, evidentemente, los meterán en problemas a todos ellos. EL APRENDIZ es breve y efectiva en su retrato de las elecciones contradictorias en las que se envuelve Pablo, un pibe de 21 años (muy bien encarnado por Viale, en una actuación contenida) que intenta hacer lo correcto pero no puede evitar meterse en problemas más allá de sus deseos. El filme de De Leone busca un tono naturalista, de calma chicha de pueblo que disimula sus problemas, y eso se advierte en cada plano. Es cierto que la película sigue una cierta fórmula y que no hay intentos por quebrar las reglas de ese relato de iniciación que se ha visto varias veces (inclusive en este festival), pero en su modesta búsqueda tiene algo noble y verdadero.
Decisiones difíciles En esta ópera prima laureada en el Festival de Mar del Plata, el director Tomás de Leone organiza su relato a partir de un doble eje, que tiene que ver principalmente con la fórmula del film inciático. Ambos pilares narrativos se sostienen por un protagonista, Pablo, un joven de Necochea de 21 años interpretado por Nahuel Viale, quien se ve atravesado por tensiones en el derrotero cotidiano. Esas tensiones obedecen en primer lugar al peso de las malas influencias en un entorno delictivo (partícipe de robos menores en la zona) que lo llevan a tomar una serie de decisiones, con sus consecuencias por un lado y por otro a la búsqueda de un futuro mejor a partir de la concreción de un sueño, en solitario, al carecer de un sostén afectivo o familiar lo suficientemente sólido. En ese marco, El aprendiz busca desde sus aspectos narrativos y conceptuales el desarrollo de un drama con familia disfuncional, léase madre alcohólica (Mónica Lairana), padre separado y ausente (Germán Da Silva). Al que se le yuxtapone una segunda capa un tanto mas relacionada con el género policial. Ese mix, lejos de desequilibrar la historia, la potencian tanto en lo que hace a la curva dramática, elemento constitutivo de todo film iniciático, como a la atmósfera enrarecida que va apoderándose de manera sutil de la trama. La buena elección de personajes secundarios y mucho más aun contar con la presencia del actor Esteban Bigliardi en un rol perturbador, suman, así como el interés amoroso en la piel de Malena Sánchez. Un párrafo aparte merece Nahuel Viale, quien asume su rol protagónico con mucho carisma, economía de gestos, y ductilidad en el manejo del cuerpo y de las acciones y reacciones durante gran parte del film.
DISOLVER EL ESPIRAL -¿Qué es lo que hacés? –le pregunta Mercedes. – Soy el aprendiz –responde Pablo. -¿Y qué es lo que viene después? No hay respuesta o bien la hay: una mirada y luego el silencio. No es que Pablo no sepa lo que quiere –está decidido a tener su propio restaurante y ahorra para ello–, sino que esta suspensión en el aire forma parte de la lógica planteada por Tomás de Leone en la película ganadora como mejor largometraje argentino de la última edición del Festival de Mar del Plata. Se trata del trabajo de lo interno, de lo sugerido, de lo no dicho, de lo minimalista, del detalle, de los gestos para delinear la búsqueda identitaria del protagonista y de una construcción fragmentaria y por reminiscencias, más que por diálogos. Poco importa la causa de las borracheras de la madre y el cambio de roles que ese estado genera, o la razón por la cual el “concha” se junta con Parodi y la banda en el mismo auto para robar y/o repartir el escaso botín. La clave está, por el contrario, en cómo entrega los cigarrillos –prendiéndolos él y luego ofreciéndolos al otro–, en la bolsita con dinero guardada para comprar su futuro restaurante, en los partidos de fútbol como motivos recurrentes o en el espiral que dibuja uno de los chicos sobre la ventana trasera del vehículo al inicio del film. Estos aspectos son lo que se ponen en juego de manera constante y sutil en El aprendiz, aunque parezcan mantenerse inmutables, por ejemplo, las frases repetidas de la banda, el mismo auto como una suerte de búnker, la soledad y la violencia latente enmarcadas en dos formas de exhibición: una cámara en mano, que se mueve con urgencia e ímpetu como ocurre en la noche que van a robar o planos más largos y detenidos que dan cuenta de la cotidianidad y de un tiempo más estático. Dicha oscilación es la que atraviesa Pablo en su propio cuerpo, en las escasas liberaciones en la cocina del hotel y la que expone como ser dual; una dicotomía que carcome el interior, pero se percibe bastante tenue en el exterior y que parece replicar una y otra vez ese espiral trazado en la ventana del auto por uno de los chicos de la banda. Entonces, ¿Qué es lo que viene después? Nada más difícil que ser fiel a uno mismo. Por Brenda Caletti @117Brenn