La figura de Francois Vidocq ha sido llevada al cine una decena de veces, siendo una de las más conocidas la que encarnó Gérard Depardieu, hace casi 20 años. Quien ahora lo interpreta en El emperador de París es Vincent Cassel, a quien el realizador Jean-Francois Richet (primer film que se estrena en Argentina) dirigió en tres oportunidades. Vidocq fue un legendario famoso ladrón, que se evadió varias veces de la cárcel. De hecho se lo ve al principio cuando otros reclusos lo reciben en un barco-prisión con un irónico “bienvenido a bordo”. Allí conoce a Nathaniel de Wanger (August Diehl, visto en la nueva de Malick en Cannes) y juntos escapan. Es necesario ubicarse temporalmente en la historia, ya que estamos a principios del siglo XIX en momentos en que Napoleón acaba de coronarse Emperador, a sólo quince años de la Revolución Francesa. Vidocq adoptará una nueva personalidad como un mercader de telas inglesas en Paris. Conocerá a la joven Annette (Freya Mayor), con la que convivirá por un tiempo pero será detenido y acusado de un crimen que niega haber cometido. Allí comienza otra historia (real) ya que, luego de otro escape y captura, negocia su libertad a cambio de una cooperación con la policía. Y las cárceles se van llenando, gracias a “su colaboración”, con malandras y ex compañeros de prisión. Entre lo más interesante y logrado del film está su disputa con Nathaniel, quien en algún momento le dice que ambos son “los emperadores de Paris”; algo que, como el título insinúa, no es lo que él piensa. También son interesantes varios personajes secundarios, que corporizan buenos intérpretes. La atractiva Olga Kurylenko es la baronesa Roxanne de Giverny, quien por su cercanía con las autoridades le ofrece conseguirle la “gracia” o perdón definitivo. Patrick Chesnais es Monsieur Henry, cuyo único desvelo parce ser conseguir que le otorguen la Legión de Honor. Pero las palmas se la lleva Fabrice Luchini, quien encarna a Joseph Fouché, un tremendo personaje histórico que, como pudo verificar este cronista recientemente, es (insólitamente) casi desconocido por los jóvenes franceses en la actualidad. Fouché fue Ministro de Policía de Napoleón I (Bonaparte), pero antes participó en la revolución de 1789, contribuyendo a que Luis XVI fuera condenado a la guillotina, al igual que Robespierre algunos años más tarde. Su tremenda habilidad para “darse vuelta” y quedar bien con el gobierno de turno (o sea, para la política) hizo que sucesivamente fuera “royaliste”, girondino, jacobino, defensor del Imperio napoleónico y finalmente (otra vez) de un rey, Luis XVIII. Stefan Zweig escribió la más famosa y lograda biografía (Fouché, el genio tenebroso), pero también Balzac en La comedia humana (Vautrin) y Victor Hugo en Los miserables (Jean Valjean) se refieren a esta figura que tan bien ilustra Luchini. A destacar finalmente la esmerada ambientación, el vestuario y los decorados que logra Richet de París, tal cual era hace casi dos siglos atrás.
Jean-François Richet, director de la remake de “Assault on Precinct 13”, es en el encargado de llevar a la pantalla grande un nuevo retrato sobre Eugène François Vidocq, un criminal devenido en ayudante de la policía cuyo objetivo es el de recuperar su libertad. La figura histórica de Vidocq sirvió de inspiración para grandes autores como Víctor Hugo y Edgar Allan Poe. Un personaje llevado a la pantalla grande en más de diez ocasiones e interpretado por grandes actores como por ejemplo Gerard Depardieu, representa un verdadero desafío para cualquier artista. Como es de esperar, Vincent Cassel logra componer un rol más que acertado en esta libre adaptación de los acontecimientos que rodean al criminal y escapista francés que se dedicó a combatir a sus pares. El largometraje nos sitúa en medio del imperio napoleónico, donde François Vidocq, el único hombre que ha conseguido escapar de las más grandes penitenciarías del país, es una leyenda de los bajos fondos parisinos. Dado por muerto tras su última gran evasión, el ex-presidiario intenta pasar desapercibido tras el disfraz de un simple comerciante. Sin embargo, su pasado lo persigue, y después de ser acusado de un asesinato que no ha cometido, le propone un trato al jefe de policía: se une a ellos para combatir a la mafia, a cambio de su libertad. A pesar de sus excelentes resultados, provoca la hostilidad de compañeros del cuerpo así como del hampa, que ha puesto precio a su cabeza. La propuesta del director francés es más que atractiva y se luce por el excelso diseño de producción, el logrado vestuario y todo lo que respecta a la reproducción de la época. Quizás los problemas que maneja la cinta se den en el ámbito narrativo, donde este personaje histórico es retratado como una especie de héroe incorruptible y casi sobrehumano que se antepone a cualquier barrera que se presenta en su camino. Al final termina siendo más un thriller de acción que un drama que apela a la rigurosidad histórica. Todo esto hace que por momentos, la historia presente cierta diferencia en los tonos que se le busca dar a la narración, pasando del drama a la acción y a la violencia desenfrenada sin ningún tipo de transición o reparo. Es como que todo el conjunto de elementos que busca aglutinar la película hacen que esta se convierta en algo caótico y bastante heterogéneo dejando de lado ciertos aspectos del personaje real que hubieran sido interesantes de retratar en la pantalla grande. En síntesis, “El Emperador de París” es un film entretenido y bien actuado que se destaca por sus proezas técnicas y estéticas más que por una narrativa fresca y novedosa. Un relato que tampoco se destaca por su veracidad histórica sino por ser un divertimento pasajero envuelto en una superproducción gigantesca.
Jean Francois Richet pone al día la historia de Francois Vidocq en una narración aletargada y densa que no logra superar la versión que en 2001 protagonizó Gerard Depardieu.El siempre efectivo Vincent Cassel no logra elevar una propuesta tan abigarrada como anticuada que sólo en sus rubros técnicos logra imponer una nueva lectura.
Esta superproducción de 22 millones de euros de presupuesto deslumbra más por su envoltorio que por su contenido. Se supone que el espectador debería fascinarse con la figura de François Vidocq (interpretado por Vincent Cassel), rey de los bajos fondos parisinos, mítico por sus espectaculares fugas de distintas cárceles, temido y odiado por igual, pero en verdad poco de eso ocurre y, en cambio, uno se queda con aspectos si se quiere suntuarios, como ver la reconstrucción digital de cómo lucía la ciudad luz en 1805 (en una de las primeras imágenes se muestra incluso el Arco de Triunfo a medio hacer, ya que se inauguró el 15 de agosto de 1806). La película tiene todo lo que podría esperarse de una épica histórica (piensen en una versión francesa -y algo devaluada, claro- de la scorseseana Pandillas de Nueva York): escenas dentro de prisión, persecusiones, enfrentamientos callejeros, trampas y venganzas, lucha de clases (hay un fuerte contraste entre la miseria popular y el lujo palaciego), una subtrama romántica de espíritu trágico y constantes negociaciones con el poder político de turno. En medio del imperio napoleónico, Eugène-François Vidocq (1775-1857) escapa una vez más de sus captores, pero como cae encadenado de un barco al agua todos lo dan por muerto. Lo vemos reapareciendo como un simple vendedor de telas en una feria callejera, aunque esa vida de incógnito no durará demasiado y pronto tendrá sobre sí a las autoridades y a otros criminales. El film se concentra en el período en que lucha primero para sobrevivir solo y luego cuando hace un trato con la policía para combatir a la delincuencia a cambio de su libertad. Con un notable despliegue visual (la fotografía es de Manuel Dacosse, el mismo de Evolution, de Lucile Hadzihalilovic) y muchas escenas sangrientas, la película se sostiene en la dureza que Cassel le imprime al protagonista, aunque por momentos demuestre también cierta sensibilidad en la relación con su amante Annette (Freya Mavor). El film tiene un auténtico seleccionado de intérpretes integrado por Olga Kurylenko, August Diehl, Denis Ménoche, Fabrice Luchini (como el poderoso e intrigante Fouché) y Denis Lavant (el cruel Maillard), y todos ellos cumplen con profesionalismo con cada uno de los personajes secundarios incluso sobrellevando en varios pasajes diálogos plúmbeos. El termino cumplir es el que mejor le cabe a esta película concebida con mucha pericia y solvencia, pero sin demasiada audacia. Cumple, pero no dignifica demasiado.
Jean-François Richet, ganador del César al mejor director por L’instinct de mort (2008) tiene en su actor fetiche Vincent Cassel al mejor protagonista que pudo elegir en El emperador de París. Richet es lo que podríamos denominar un director ecléctico, capaz de saltar de la comedia al drama, pero donde mejor se nota que se siente es en el campo del thriller y el cine de acción (la remake de Asalto al Precinto 13, la de Carpenter; Blood Father, con Mel Gibson). Y los mejores momentos de El emperador de París son aquellos en los que las peleas, las luchas cuerpo a cuerpo, a arma blanca limpia (o ensangrentada, bah) tienen un realismo inusitado y evidente. El protagonista es Eugène-François Vidocq, que si fue “el gran artista del escape”, fugándose de varias prisiones luego de cometer actos delictivos, terminó sirviendo a las fuerzas policiales y siendo luego él mismo como primer director de la Sûreté Nationale. El momento en que transcurre la película es particularmente convulsionado: arranca en 1805 y sigue durante el tiempo del emperador Napoleón. Y como menciona alguien, casi al pasar, “lo importante es sobrevivir. Los vivos tienen la última palabra”. Es extraño que El emperador de París sea presentada como una película “de aventuras” cuando el protagonista existió y lo que vivió fueron más que andanzas. Lo cierto es que llegado un momento Vidocq es acusado de un asesinato que no cometió. Y arregla con la policía: si bien “no ser culpable no significa ser inocente”, como le dice en la cara el inspector Henry (Patrick Chesnais), y él se transformará en un infiltrado y buscará a quienes mataron a Flandrin. El precio que pide es el de la amnistía. Han pasado unos años entre 1805 y el nuevo presente del filme, y sí, es el pasado que vuelve, con una red criminal puesta en jaque por Vidocq, con Maillard (Denis Lavant, el de Bella tarea, Mala sangre y Los amantes del Pont-Neuf), un viejo conocido, entre otros, pidiendo la cabeza del protagonista. Y más malvivientes, y amantes (Freya Mavor) y baronesas (Olga Kurylenko). Es tan rico el personaje que luego Victor Hugo se basaría en él para crear a Jean Valjean y el inspector Javert en Los Miserables. Pero ésa es otra historia, aunque la que cuenta El emperador de París sea igualmente atrapante.
Vincent Cassel puede hacer lo que se proponga, y él es el mayor logro de ésta película. Aunque el personaje es tan rico en matices e historias que se hicieron alrededor de 22 versiones sobre el mismo tema. Eugéne Francois Vidocq (también encarnado en algún film por el gran Gerard Depardieu 20 años atrás) es un delincuente famoso, leyenda de los fondos parisinos, por ser un gran escapista, de hecho logró hacerlo de varias cárceles. El director Jean Francois Richet comienza la historia en un barco que funciona como prisión, allí conoce a Nathaniel de Wanger (August Diehl) a principios del siglo XIX. Nathaniel quiere que trabajen juntos, pero Vidocq “trabaja y viaja solo”. Así y todo cuando los tiran al mar, salva la vida de Nathaniel. Al cabo de un tiempo Vidocq quiere cambiar de vida y se convierte en un vendedor de telas inglesas en París donde conoce a la lindísima y joven Annette (Freya Mayor) con quien convive y de quien se enamora. A la vez negocia con la policía para entregar a los delincuentes a cambio de su libertad,por un crimen que no cometió, sólo quiere lograr su amnistía. La eterna disputa con Nathaniel se debe a que el último quiere que se asocien para que ambos sean los “Emperadores de París” pero no logra convencerlo, sólo puede haber uno...como personaje secundario es interesante el de Olga Kurylenko, baronesa de Giverny, quien con tal de tenerlo, le ofrece la amnistía. Y Henry (Patrick Chesnais) sólo desea la Legión de Honor. Como vemos hay muchos frentes abiertos, muchas peleas sangrientas por el poder en una Francia convulsionada, con el Arco del Triunfo en plena construcción y una historia interesante con excelente ambientación, buen vestuario, diseño de producción y fotografía que remite a 1805, bajo el mando de Napoleón Bonaparte. ---> https://www.youtube.com/watch?v=BGQPf6-xS5g TITULO ORIGINAL: L'Empereur de Paris DIRECCIÓN: Jean-François Richet. ACTORES: Vincent Cassel, Olga Kurylenk, Freya Mavor, August Diehl. GUION: Éric Besnard. FOTOGRAFIA: Manuel Dacosse. MÚSICA: Marco Beltrami. GENERO: Histórica . ORIGEN: Francia. DURACION: 119 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años DISTRIBUIDORA: Ifa Cinema FORMATOS: 2D. ESTRENO: 20 de Junio de 2019
Un policial con marco histórico El caso que llevó al archicriminal Eugène-François Vidocq a convertirse en el fundador de la policía francesa es el centro del film. “Que cualquiera pase delante de mí, que si es un ladrón profesional lo descubriré y hasta seré capaz de indicar a qué género pertenece.” La frase es digna de haber sido dicha por algún detective literario como Holmes, Dupin o Poirot. Sin embargo pertenece a quien fue el molde de todos ellos, Eugène-François Vidocq, célebre fundador en tiempos napoleónicos de la Sûreté Nationale (Seguridad Nacional), la famosa policía francesa. Se trata de uno de los personajes más fascinantes de la historia de ese país, que pasó de ser el criminal más famoso de su tiempo, a fundar en 1812 la primera institución policial moderna del mundo. Desde ahí logró sanear a París de criminales con métodos aún discutidos. Su vida se convirtió en mito por obra de sus méritos y del autobombo. Sus Memorias son un compilado de aventuras asombrosas, en las que Vidocq se jacta de su ingenio y de un estricto código ético, incluso en su época de convicto. Su figura influyó en escritores como Victor Hugo o Edgar Allan Poe, quien construyó a su inspector Dupin seducido por las hazañas que Vidocq se atribuía en sus libros, con lo cual se lo puede considerar padre putativo del policial. De haber nacido en Filadelfia o Boston, Hollywood ya lo habría convertido en superhéroe. Pero nació en Arrás, cerca de Bélgica, y el cine francés se ha aproximado poco a su figura, casi siempre con ideas pobres. Con El emperador de París Jean-François Richet logra un acercamiento atractivo a un personaje con los matices de Vidocq. No se trata de un relato biográfico, sino de un policial que se trenza con el contexto histórico. El mismo arranca en 1805 con Vidocq convertido en una celebridad del hampa, preso en una galera, esos barcos presidio donde se amontonaba a delincuentes peligrosos. La secuencia lo enfrenta a la crueldad del sistema y a una nueva fuga, especialidad que le dio fama. Con una identidad falsa intentará reformarse, pero el destino volverá a llevarlo ante la justicia. Ahí Vidocq realiza el giro que cambia su vida, ofreciendo sus conocimientos de los bajos fondos para ayudar a detener a otros delincuentes. Un botonazo auténtico. El emperador de París idealiza al personaje, que en la piel de Vincent Cassel muestra las contradictorias piruetas éticas de Vidocq, pero siempre asignándole valores positivos. Apoyado sobre una portentosa reconstrucción de época que se acentúa con movimientos de cámara grandilocuentes y vistosos, Richet retrata en clave de aventuras al hombre que creó un cuerpo policial con un equipo de descastados, poniendo en escena sus conflictos internos. Pero aunque no elude los métodos ni las contradicciones éticas de Vidocq, es cierto que está más interesado en crear buenas secuencias de acción y en dotar al personaje de un carácter heroico, que en profundizar en la figura de quien escribió que “la policía no es otra cosa que un conjunto de jubilados de las galeras”, poniendo en evidencia que la institución policial nació con una pata en el mundo del crimen, donde continúa metida hasta hoy.
Vincent Cassel se pone en la piel de François Vidocq, el famoso criminal que luego se convertiría en uno de los pioneros de la ciencia forense, bajo la dirección de Jean-François Richet. La historia de François Vidocq resulta fascinante y su figura ha servido de inspiración para escritores como Balzac, Poe y Víctor Hugo. No obstante, la biopic que dirige Jean-François Richet y escribe Eric Besnard decide adentrarse en los inicios, en aquella etapa que lo tiene como criminal, entrando y saliendo de la cárcel hasta que, ya con Napoleón Bonaparte coronado como Emperador de París, es atrapado una vez más pero logrando negociar con la policía para trabajar para ellos. El Vidocq de Cassel es un buscavidas, un hombre que se las ingenia siempre solo y por eso no acepta ningún compañero ni nada parecido. Trabajar para la policía sólo es una opción bajo la promesa de amnistía. En el medio se enamora de una prostituta y es seducido por una baronesa cercana a las autoridades. Y a la larga siempre está dependiendo de Joseph Fouché, personaje que Fabrice Luchini interpreta de manera sutil hasta cobrar cada vez mayor fuerza e importancia. Algo parecido sucede con August Diehl como Nathanael de Wenger, quien busca tenerlo como aliado y al rechazarlo se convierte en su enemigo mortal. Richet no parece interesado en la parte más jugosa de la historia de este personaje histórico y sus aportes a la criminología, sino que prefiere entregar un relato con acción, tiroteos y huidas, una película que seguramente le hubiese gustado dirigir a Guy Ritchie. De hecho la filmografía de Richet cuenta con varias películas de acción, como Herencia de sangre con Mel Gibson o la remake de la película de Asalto al Distrito 13 de John Carpenter. Estamos ante un film que resulta entretenido pero su protagonista termina siendo un héroe de acción más y no sirve para conocer mejor a este personaje, ya que se mezcla mucha ficción con tal de lograr un mayor grado de espectacularidad. El despliegue de escenarios y vestuarios de época resulta majestuoso, y el elenco -que se compone por un abanico de actores talentosos- se desenvuelve bien aunque no todos logren resaltar en medio de una trama a veces tan caótica como esas calles de París durante la Revolución Francesa.
El personaje Francois Vidocq ya fue tomado por el cine y la televisión francesa. Pero en este film no se pone el acento en las investigaciones criminales que realizó que fueron las bases de la investigación moderna, hizo experimentos con balística, antropometría, huellas de zapatos. El foco esta puesto en su arrogancia, en su insistencia en trabajar solo y en su movimiento dentro de una ciudad que es un lodazal y tiene un laberinto de calles y túneles donde los personajes de los bajos fondos viven a sus anchas matando de manera sangrienta a sus oponentes. Los palacios y sus intrigas, con la suciedad y la acción más despiadada en esas callejuelas. Esta reconstrucción histórica bien lograda está ubicada en l805 con personajes que luego inspiraron a otros grandes escritores, Fouché en ministro de policía de Napoleón, que contribuyó con la revolución francesa, hizo que la guillotina tuviera mucho uso, y con una gran habilidad para darse vuelta, termino apoyando, en la decadencia de Napoleón a otro reye Luis XVIII. Sobre él escribieron Stefan Swweig, Balzac y Victor Hugo. Interpretado por Fabrice Luchini es encargado de ilustrar con sus observaciones los vaivenes del poder. El Vidocq de Vincent Cassel es sangriento, hombre de acción, arrastrado en esas intrigas sin entender demasiado su suerte cambiante y sus pérdidas. El film del director Jean-François Richet, con guion propio hecho con Eric Besnart, es muy convincente en las escenas de acción, aunque se alarga y por momentos es confusa.
Como la disputa entre los húsares de El duelo, de Joseph Conrad, la vida de François Vidocq fue el símbolo de la gesta napoleónica en París. Esa reflexión resulta tan evidente en la película de Jean-François Richet que la pronuncia Fouché, el "genio tenebroso" que sobrevivió a la República, el Imperio y al mismo Napoleón, mientras camina por los pasillos de los palacios mirando hacia el futuro. Pero la historia de El emperador de París no es la del traidor Fouché, sino la del hombre que pasó del crimen y el peligro de la guillotina a convertirse en el adalid de la justicia en las calles de la París del 1800. El Vidocq de Vincent Cassel consigue con su presencia y su mirada sostener la leyenda que hicieran de su personaje Poe y Balzac mucho más que la convencional puesta en escena de Richet. Con algunos juegos de cámara y concentrado en amores y enfrentamientos con algunos criminales, El emperador de París apenas alcanza a dar la medida del mito de su personaje, figura excéntrica y plagada de contradicciones. Tal vez la escena que mejor lo presenta es cuando, después de firmar el pacto con la policía y poner su astucia al servicio de esa endeble ley, su silueta se desplaza como una sombra por los sucios callejones de la ciudad. Es ahí cuando recuerda a Fantômas, bandido ejemplar de la literatura criminal francesa, capaz de usar su destreza al servicio de la rebelión. Vidocq tuvo algo de eso, pero acá solo aparece de a ratos.
Al revés de lo habitual, Eugene-François Vidocq (1775-1857) fue un delincuente que terminó convertido en jefe de Policía. Aun más: fue un impulsor de la Policía científica, el creador de la Sureté Nationale y, cuando le serrucharon el piso, se convirtió en pionero de las agencias de detectives. En él se inspiraron Balzac y Edgar Allan Poe. Sobre él también hay una decena de films y tres series de televisión. Harry Baur, Edmund Sanders, Claude Brasseur y Gerard Depardieu protagonizaron sus andanzas. Ahora lo hace Vincent Cassel, en una versión que se quiere más realista que las anteriores, y más sangrienta.Lo de sangrienta está logrado desde la primera escena, en una cárcel flotante, hasta la última, donde el hombre se presenta a palacio lleno de moretones sin curar. Abundan las peleas a muerte, y a lo bestia, y también hay asesinatos por puro gusto. Lo de realista, va por la mugre y la inseguridad de las calles parisienses de entonces, las caras patibularias de los criminales, y las intrigas palaciegas. Todo transcurre en tiempos en que Napoleón era Emperador de Francia, y Vidocq recién iniciaba el camino que lo convertiría en Emperador de París. No lo veremos como autoridad oficial, sino, todavía, como una creciente autoridad parapolicial. Para esto Cassel aporta el gesto duro, la voz cortante y el movimiento brusco. Denis Lavant y August Diehl, los rostros ideales para encarnar la maldad más primaria. Olga Kurylenko y Fabrice Luchini (Fouché), la maldad más refinada. Coreografía de peleas, ambientación, música, son otros atractivos. Saltos de hilación, escenas en la oscuridad, son puntos en contra.
El francés François Vidocq (1775-1857) fue el primer director la Sûreté Nationale (‘Seguridad Nacional’) y uno de los primeros investigadores privados. Su pasado delictivo, lo que le permitió conocer el mundo del hampa como a nadie, hace que su historia sea material atractivo para la ficción. Autores como Edgar Allan Poe, Victor Hugo y Honoré de Balzac fueron inspirados por su figura. Incluso en Argentina, el escritor Pablo De Santis también mostró su influencia en El enigma de Paris. El cine también tomó su figura en varias ocasiones con tonos muy distintos cada vez. Ahora llega esta ambiciosa producción con Vincent Cassel en el rol de François Vidocq y un gran elenco para construir la que tal vez pueda ser la biografía definitiva de este personaje tan influyente y a la vez poco conocido de la historia de Francia. Vidocq, el único hombre que ha conseguido escapar de las más grandes penitenciarías del país, es una leyenda de los bajos fondos parisinos. Luego de una serie de eventos que parecían liberarlo de cualquier persecución, las cosas vuelven a complicarse y Vidocq debe decidir si pacta o no con la policía para seguir en libertad. La película no tiene ningún atisbo de originalidad y su mayor interés está en la historia que elige. La reconstrucción de Paris es realmente espectacular y nadie puede discutirle a El emperador de Paris su calidad técnica. No es tan fácil como la película hace parecer el construir una ciudad tan auténtica en un film de época. Los actores son buenos y hay varios grandes momentos dentro de un film que no consigue ese encanto extra que tienen los clásicos aunque no deje de ser entretenido e interesante.
El justiciero parisino. Un fugitivo que se encuentra siempre bordeando la ley se transforma en un héroe por conocer ambos mundos, no le tiene miedo a nada ni a nadie y no negocia sus convicciones. En este caso se trata de Vidocq, que existió en la vida real y se enfrentó a todo lo que se le cruce en su camino con tal de obtener su libertad en búsqueda de justicia. En L´Empereur de Paris (2018) el director elige el Imperio de Napoleón como contexto histórico para desarrollar esta biopic sobre François Vidocq (Vincent Cassel), el único hombre que se ha escapado de las prisiones más grandes del país que se convirtió en una leyenda en París. Tras ser dado por muerto luego de su última espectacular huida, el exconvicto intenta camuflarse como un simple vendedor de telas. Sin embargo, su pasado lo persigue y es atrapado. Acusado de un crimen que no cometió, el astuto Vidocq le ofrece un trato al jefe de seguridad y se une a la policía con el fin de atrapar a los más peligrosos delincuentes a cambio de su libertad. El emperador de París cuenta con un enorme despliegue de producción y gran cantidad de extras para las escenas de acción logradas de manera impecable. Un reparto excepcional que acompaña a Cassel, ya sea como aliados o enemigos; el vestuario, las locaciones, la reconstrucción de la época (principios del S. XIX) y el acierto del director Jean-François Richet al elegir que su protagonista Vidocq sea interpretado por el gran y multifacético Vincent Cassel, conforman un film digno de contemplar en pantalla grande. Cabe destacar que no es la primera vez que trabajan juntos y esa conexión se traslada al espectador; por otro lado, ya se han realizado largometrajes sobre este personaje que Richet trae de vuelta al cine. Cassel construye un personaje poderoso, se luce cómodo en el papel, sin dudas es el actor ideal para un héroe/anti-héroe, con el que nos sentimos identificados. La fotografía es sublime, la dirección de actores, la música, escenografía y puesta en escena en general resulta atractiva y muy elegante, es el esperado cine francés ambicioso y a la altura de lo que ofrece. El comienzo auspicia derramamiento de sangre y a su vez, la esperanza que brinda la fluidez de mar para Vidocq, un hombre en busca de justicia, de carácter irascible. Nunca aceptó la falsa acusación y por eso no dejó de escapar. Se convirtió en el hombre más buscado en Francia, supo ganarse una reputación que le permitió obtener el respeto de las autoridades y el nuestro. Se aconseja ver en pantalla grande.
Debo reconocer que a priori, tenía una sana y curiosa expectativa con esta producción francesa. Cara, con muchísimo trabajo de arte, vestuario y fotografía, y con una historia ya recreada en varias oportunidades en el cine: la vida de François Vidocq, un criminal de alto vuelo parisino que, irónicamente, sería uno de los creadores de la lógica de infilitración en grupos delictivos organizados. Del otro lado de la ley, por supuesto. El recorrido que Jean-François Richet (quien está detrás de las cámaras) nos propone, es bastante cercano a un thriller casi de acción, urbano, violento y directo. Para eso, hay que reconocerle que tenía una lista corta de nombres si ese era el perfil buscado por el protagonista. Se ve que los productores no dudaron demasiado al proponerle a Vincent Cassel un rol así. Sin dudas, era el actor a jugarse en esta piel de Vidocq, un hombre que hizo (aparentemente) de la ética y su capacidad de adaptación, un lema de vida, bastante particular. Cassel tiene esa impronta hosca, potente, incómoda y le va bien a este personaje, sin dudas. En "L'Empereur de Paris" la propuesta será, impactar, de principio a fin. Muchos recursos puestos a enmarcar la acción dentro de un contexto histórico bien delineado y al que el espectador accede rápidamente: Vidocq inicia su recorrido escapando de un barco en el que se encontraba encadenado (cae en alta mar). Pero al poco tiempo lo tenemos reiniciando una actividad nueva, como vendedor textil, sin sospechar que pronto vendrían por él. El plan fracasa y nuevamente la policía lo captura. Es ahí cuando, ante la probabilidad cercana de ir a parar a prisión, el hombre decide ofrecer su vasto conocimiento del bajo mundo y hasta se ofrece para infiltrarse en la mafia e identificar y capturar criminales. Nada que sorprenda (hoy en día vemos que es muy frecuente), pero en tiempos napoleónicos, y con una fuerza policíaca con poca idea, lo que hace Vidocq es audaz: se pasa de bando, literalmente, y comienza una tarea de captura de delincuentes, que va siendo estructurada primero con casos aislados y luego como producto de un equipo que se integra especialmente para lidiar con esta problemática, sentando las bases de lo que en la actualidad serían las unidades especiales que vemos en todas las series y películas americanas... En lo personal, siento que Richet no ofrece nada demasiado original. Instala a Cassel, que es un actor con gran presencia física, y lo sumerge en escenas fuertes, donde la sangre brota quizás, un poco más de la cuenta. Sí, está bien. Esta vez Vidocq tiene intereses amorosos (Annette, jugada por Freya Mayor) y políticos (Roxanne de Giverny vía Olga Kurylenko) y eso busca ofrecer enriquecer en un flanco donde la personalidad del protagónico no es del todo empática... "L'Empereur de Paris" es una propuesta cuyo envase es lujoso (los rubros técnicos, impecables, ver las reconstrucciones digitales de algunos escenarios, como la construcción del Arco del Triunfo en esa época es genial) pero no logra hacer vibrar al espectador fuera de las escenas de acción. Lo sacude en la butaca, por el ritmo trepidante que posee en su trama policial, o lo atrae por la lograda reconstrucción de la Ciudad Luz, pero no mucho más. Se siente que hay un campo a recorrer (el del conocimiento profundo de la cada personaje), que es dejado de lado y sintetizado a algunos trazos, sin desviar la dirección del guión. Hay que decir también, que Cassel hace lo que siempre esperamos de él, confirmando que es un gran intérprete. Nunca le pedimos sutilezas y aquí cumple como casi siempre. El resto del cast se lo siente un par de escalones abajo, tal vez por no igualar la intensidad dramática y voraz del protagonista absoluto de la historia. Recorrido lineal, personajes con pocos matices, intrigas palaciegas de previsible resolución... Insistimos, la fuerza la da Cassel. Y el hombre siempre la da en exceso. Intensa, discutible, despareja, pero con valores que justifican su visión.
La figura de Eugène-François Vidocq es, en Francia, casi tan legendaria como un Al Capone o un Robin Hood. Toda una leyenda en los bajos fondos parisinos, este criminal y escapista evadió las grandes penitenciarías del país durante el imperio de Napoleón hasta que se convirtió en un informante de la Ley para conservar su libertad. Eventualmente se volvió mucho más que un simple soplón y su leyenda ha pasado a la posteridad por ser un pionero en el campo de la criminología, además de inspirar con su vida a autores como Honoré de Balzac y Edgar Allan Poe para sus escritos y personajes, y una cantidad considerable de adaptaciones en cine y televisión. La adaptación más reciente es El emperador de París, dirigida por Jean-François Richet y protagonizada por el siempre omnipresente Vincent Cassel, en una amalgama resultante entre el policial y el drama histórico que no termina de hacerle honor al recordado personaje.
Monsier poli-ladron Eugène Francois Vidocq es una personalidad mítica de la cultura francesa del Siglo XIX. El hombre contemporáneo de Napoleón Bonaparte vivió un vida de lo más variopinta: de niño pobre a ladrón callejero, veterano de guerra, preso con múltiples escapes en su haber, colaborador de la policía parisina y promotor del estudio de la criminología. Tranqui lo de Vidocq. Vincent Cassel se pone en la piel del mito galo y en su tercera colaboración con el director Jean-François Richet trae a la pantalla grande El emperador de París (L’Empereur de Paris, 2018), un recorte biográfico bastante particular del sujeto en cuestión. En un repaso de casi dos horas de duración, la cinta se concentra en el último gran escape de prisión de Vidocq, su posterior regreso a París, su colaboración con la policía local para atrapar a los criminales más peligrosos de la ciudad y el consecuente enfrentamiento con sus “ex-colegas” del ramo, por así decirle. Hay un interesante trabajo de reconstrucción de época, con el ojo puesto en cada detalle, rescatando la tozudez de Richet al negarse a filmar en otro lugar que no se encuentre dentro de los dominios parisinos. Cassel es tan efectivo como podemos esperar de él, dando su impronta a Vidocq, añadiendo ese toque áspero que suelen tener la mayoría de sus personajes. Hay algo en el tono de la relato que se presta a confusión: en algunos momentos parece un melodrama histórico, en otros un thiller de acción y suspenso encorsetado en el 1800, y por momentos un spin-off salido de algún guión rechazado de las Sherlock Holmes de Guy Ritchie. Hay una intención marcada de pintar a nuestro personaje principal como una suerte de héroe de acción de la antigüedad, el que protege a las damiselas en aprietos, atrapa a los malos y lo único que exige a cambio es vivir tranquilo. Claro que para un hombre con el prontuario de Vidocq esto último resulta una aspiración casi imposible, ya que a la vuelta de cada esquina se esconde algún personaje de su pasado, ese pasado que parece imposible de esquivar, el mismo que se vuelve fundamental dentro de la trama de El emperador de París. Lo problemático es ese fino límite que divide lo netamente autobiográfico de aquello pensado para entretener desde el punto de vista cinematográfico. El verosímil se topa con varios problemas al tratar de conciliar ambas posiciones. Con una narración que por momentos pierde el norte en medio de una evidente sobreabundancia de tramas y conflictos, El emperador de París resulta un ensayo con resultados dispares, buscando dar un tinte dinámico más propio de género de Acción a una historia que parece nunca terminar de amoldarse a ese ritmo, pero por suerte Cassel y el diseño de arte logran disimularlo bastante.
Centrada en Eugène François Vidocq, un personaje que fue leyenda en la París napoleónica, El emperador de París sobrepone la acción, puesta en escena y solvencia técnica a las interesantes particularidades de un personaje que inspiró a escritores como Balzac, Victor Hugo y Poe para algunas de sus obras. Eugène François Vidocq fue un ladrón que escapó múltiples veces de prisiones consideradas inexpugnables, sobrevivió a varios duelos y su experiencia con el crimen, fuerza física, memoria prodigiosa e ingenio lo convirtieron en una persona valiosa para la Policía, con la que comenzó a colaborar sin nunca abandonar del todo los manejos deshonestos a través de una banda parapolicial llamada Brigade de Sûreté, responsable oficialmente por unos 16.000 arrestos. Entre otros logros también fundó una agencia de detectives privados. El emperador de París, nos adentra en los suburbios del París del siglo XIX, en una historia llena de violencia, venganza y engaños que si bien toma los principales acontecimientos que llevaron a Vidocq a transformarse en leyenda, son meros instrumentos para desarrollar un relato totalmente centrado en la acción que idealiza a Vidocq casi como un superhéroe surgido de los bajos fondos que busca su redención. Con una excelente ambientación y puesta en escena, buen ritmo, solvencia técnica y personajes tipificados de previsible trayectoria,El emperador de París no defrauda en lo que respecta a entretenimiento. Vincent Cassel protagoniza esta historia, que fue llevada a la pantalla grande en varias ocasiones interpretada entre otros grandes actores como Gérard Depardieu, con correctas actuaciones en las que también destacan Olga Kurylenko, como la falsa condesa manipuladora de políticos y bandidos; Fabrice Luchini como uno de los políticos más influyentes de la época y James Thierrée como el duque de Neufchâteau, un espadachín que lucha por recuperar sus tierras. El emperador de París no ahonda ni en el personaje ni el emblemático periodo histórico en el que se desarrolla, pero no decepciona y entretiene al espectador si su elección es un policial de época con buen ritmo y acción.
El emperador de París es una superproducción francesa protagonizada por Vincent Cassel, en la que interpreta a François Vidocq, un cazador de recompensas con un pasado delictivo. Lo acompañan Olga Kurylenko, Patrik Chesnais, Freya Mavor y August Diehl, entre otros. Todos ellos dirigidos por Jean-François Richet, un director francés experimentado en el cine de acción. Inspirada en la vida de un personaje real, la película está ambientada en Paris a principios del siglo XIX, en los comienzos del imperio de Napoleón Bonaparte, donde François Vidocq negocia con el jefe de policía la captura de criminales a cambio de un indulto que le permita recuperar su libertad. Esto le traerá muchos enemigos, especialmente Nathanaël (August Diehl), un jefe del hampa al que le salvó la vida al fugarse juntos de una prisión. Lo primero que vale la pena destacar de esta película es su reconstrucción de época, que presenta minuciosamente la París de comienzos del Imperio Napoleónico, haciendo un muy buen uso del CGI para reconstruir algunos lugares, como un Arco de Triunfo en construcción, que no se diferencian del resto de la escenografía. A lo que también hay que sumarle un muy buen trabajo de vestuario, que caracteriza muy bien las diferentes clases sociales y a su protagonista de tal manera que da a entender que se mueve entre ambas por igual. Pero lo más importante es que su director no busca mostrar esto en planos generales descriptivos para darle un tono épico propio de una película de época. Porque El emperador de Paris es una película de acción y aventuras con un estilo similar al de Martin Scorsesse, por eso su estética es similar a la de Pandillas de Nueva York, donde su protagonista no es un héroe, sino un ex convicto que busca redimirse ayudando a la justicia a combatir el crimen a su manera. Es por eso que la elección de Vincent Cassel es adecuada, porque es un actor que interpreta muy bien los personajes rudos como lo demostró en varias películas de acción. En conclusión, El emperador de París está basada en un personaje histórico, pero que no busca narrar su biografía fielmente, sino que lo convierte en el protagonista de una película de acción y aventuras muy entretenida. Y cumple con lo que promete, que no es mucho más que eso ni pretende serlo tampoco.
El Emperador de París, un entretenido policial de época con mucha modernidad en su tono. Jean Francois Richet obtuvo cierto reconocimiento siendo el realizador de la bastante aceptable remake de Asalto al Precinto 13 de John Carpenter. Desde entonces su nombre estuvo asociado a policiales, que si bien tenían guiones bordeando en lo disperso eran por lo menos claros en sus ideas y dueños de una gran riqueza visual, así como de potentes actuaciones. El Emperador de París lleva todo esto pero a la Francia napoleónica, como escenario de una trama policial con un pulso indefectiblemente moderno. Un Elliot Ness Parisino Incluso con su procedencia histórica, el desarrollo narrativo de la película no es muy distinto al de la gran mayoría de las películas norteamericanas, e incluso tiene una línea de acción bastante clara: para conseguir un indulto, un criminal se ofrece a ayudar al ministro de justicia metiendo en la cárcel a los criminales más buscados de París. Así de sencillo es, sin mucho rebusque. Es por esta sencillez argumental que la película puede profundizar mucho en la idiosincrasia tanto del protagonista como de los hombres a su cargo, lo que los hace queribles por la fidelidad a sus propios códigos. Claro está, todo dicho en estrictos términos cinematográficos; la fidelidad histórica es otro cantar. Curiosamente, a nivel temático El Emperador de París parece proponer que quienes deben ejercer la justicia no conocen mucho de las calles de París, mientras que los ladrones, ex-presidiarios, prostitutas y caza fortunas sí lo hacen. Principalmente porque las autoridades no están dispuestas a ensuciarse las manos, mientras que ellos sí, consiguiendo mejores resultados que los agentes del orden. Irónicamente también muestra cómo estos últimos reciben todos los honores, mientras que los primeros no obtienen casi nada excepto trabas burocráticas. Podemos estar en acuerdo o desacuerdo sobre la construcción o fluidez de su narración, pero lo que provoca decir que estamos hablando de un policial de época con un pulso moderno, es la manera con que Jean Francois Richet escenifica los tiroteos con pistolas de chispa. Piénsenlo un poco: por su mecanismo que permite un solo disparo, las herramientas necesarias para recargar y el tiempo para hacerlo, el prospecto de un tiroteo con un arma de esta naturaleza lleva a la comedia solo por su concepto. Sin embargo, la puesta en escena de Richet le busca la vuelta. Hace que los personajes lleven más de una pistola a la vez y los hace cubrirse y moverse estratégicamente para que cada disparo cuente. Si la escena tiene muchos objetivos a los cuales disparar, se puede prolongar una escena sin que parezca aburrida. Ya que el arma no necesita recarga cuando el protagonista mata a un hombre, toma la del muerto y sigue disparando; de nuevo por la simple lógica que encierra el concepto de un tiroteo con armas de esta naturaleza. Pero Richet sabe que si esto es entre dos pierde la seriedad, por lo tanto lo reduce a una pelea con cuchillos y/o espadas.
París, principios del siglo XIX, a pocos años de sucedida la Revolución Francesa que destituyó al rey Luis XVI y llevó a la guillotina a miles de franceses, entre ellos al mismo Robespierre, líder de la Revolución. En el poder: Napoleón Bonaparte. En los palacios: una lucha sorda y descarnada de poderes y traiciones políticas. En los suburbios: bandas delictivas que buscaban favores económicos entre la burguesía para sus propios intereses, crímenes, conspiraciones llevado a cabo en un entramado tan grande y oscuro como los propios laberintos de París. - Publicidad - Dentro de ese submundo de miseria, robos y asesinatos a sangre fría, aparece Eugene-Francois Vidocq, el rey de la escapatoria. Así lo conocen en ese universo de presos, corruptos y la misma policía que, una y otra vez lo apresan para que pasado un tiempo, vuelva a escapar. Un antihéroe que fue creciendo en el imaginario francés al punto de ser tenido en cuenta por la pluma de Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Honoré de Balzac. Un personaje cuasi romántico que algunos lo ponen como antecedente de Fantomas, un folletín escrito por Marcel Allan y Pierre Souvestre en 1911 y que tuvo mucho éxito entre los lectores franceses. Incluso está considerado como referente ineludible del Auguste Dupin de Edgar A. Poe. Es que la vida de Vidocq es de novela, y a eso apuntó el director Richet, a recrear sus peripecias en ese contexto de tanta efervescencia sociopolítica que le tocó en suerte. La película El Emperador de París (2018) comienza con la llegada de Vidocq a una de las tantas prisiones —de la que luego se escapa con uno de los prisioneros—, y continúa con su vida como comerciante de telas, su romance con una de las tantas prostitutas que proliferaban en las callejuelas de París, su pacto con la policía para atrapar a criminales —que él tan bien conoce— para lograr así su perdón y amnistía, y su enfrentamiento con un nuevo “Emperador”, pero del mundo del crimen. Vidocq está interpretado magistralmente por Vincent Cassel —César al mejor actor en 2009 y Caballero de La Orden Nacional del Mérito— que ya vimos en infinidad de películas de época —Juana de Arco (1999) de Luc Besson, El Monje (2011) de Dominik Moll—, así como en El Cisne Negro (2010) de Darren Aronofski y la saga Ocean´s de Steven Soderberg. Por su parte, el multipremiado director Richet, viene de filmar Mesrine, parte 2 (2008), por la que obtuvo el Premio César al Mejor Director y Sangre de mi sangre (2018). Un director que tuvo en sus manos un presupuesto de 22 millones de euros y que lo supo aprovechar muy bien. La película es una recreación magistral del París de principios de siglo XIX, con sus mercados públicos, sus callejones y catacumbas, su Arco del Triunfo en plena construcción y su extraordinario vestuario. En esta puntilloso preciosismo histórico se parece mucho a dos películas de Guy Ritchie: Sherlock Holmes (2009) y Sherlock Holmes, juego de sombras (2011) en que la que vimos con asombro cómo la ciudad de Londres empezaba su etapa de urbanización con grandes construcciones en proceso, como el emblemático Puente de las Torres. Gran parte de este mérito lo tiene sin dudas la fotografía de Manuel Dacosse, que supo interpretar a la perfección las vistas impresionantes de la ciudad como así también los poco iluminados de las catacumbas y callejuelas del París de aquel entonces. El Emperador de París es un gran policial con la crudeza nada soterrada de lo que pudo haber sido la vida en aquella etapa histórica. Por un lado, la majestuosidad de los palacios con los integrantes de una casta que luego también iba a ser derrocada; por el otro, la pobreza que trae aparejado el hacinamiento de miles de personas con su falta de derechos y la escasez de oportunidades. Si bien Vidocq no fue un político y ni siquiera fue tenido en cuenta por la propia policía que lo cooptó para sus propios intereses, logró acabar con buena parte de los criminales que deambulaban robando y matando a mansalva, y el artífice en la creación de lo que luego se llamaría Brigade de Sureté (Brigada de Seguridad) junto a la primera Agencia Privada de Detectives —de ahí el interés de Poe por su influencia en la criminología y también de Conan Doyle para su Sherlock Holmes. Un personaje contradictorio, con luces y sombras —como el propio París— y con un legado que, como fue Juana de Arco en su momento, divide las aguas entre considerarlo un ángel o un demonio. Hay situaciones dramáticas, verosímiles luchas de sable y armas de fuego, algunos momentos divertidos y un gran elenco actoral, destacándose, además de Cassel, a Fabrice Lucchini como Joseph Fouché; August Diehel como el nuevo emperador y Freya Mavor como la amante de Vidocq. Eso sin olvidar una excelente banda sonora que, en algunos casos como cuando vemos a varios cuerpos listos para ser enterrados, logra conmover. En definitiva, un gran fresco de una parte histórica de Francia que fue un quiebre para sí y para el mundo occidental, llevada a cabo con impecable solvencia y dedicación.
EN LOS SUBURBIOS La temática histórica es un área bastante utilizada dentro del mundo del cine. En muchas ocasiones para centrarse en un acontecimiento específico y en otras, utilizando lo acontecido como contexto de la narración. Se podría ubicar a El emperador de París en este último eslabón, ya que aborda el momento post Revolución Francesa, cuando Napoleón Bonaparte es proclamado Emperador, para contar un policial que, a pesar de la época conceptual, pretende ser moderno. El film narra la historia de François Vidocq, el único hombre que logró escapar con vida de una de las cárceles más aterradoras de Francia. Dado por muerto, aprovecha el anonimato para hacerse pasar por un simple comerciante hasta que la policía lo encuentra, pero él les propone un trato: ayudar a combatir la delincuencia en Paris a cambio de su libertad. Desde su inicio, la película presenta una destacada recreación de época, partiendo de las vestimentas hasta los grandes palacios. No existe un detalle sin escaparse en este sentido, ni tampoco escenas confusas como para salvaguardar cierta cuestión de presupuesto. Todo aquí es exhibido como debe ser, sin mediar ningún inconveniente. En este ambiente materializado, la trama transita de manera simple y concreta pero faltándole la potencia dramática necesaria como para que la historia atrape y cautive. Todos los conflictos son resueltos rápida y sencillamente, intentando que mediante planos destacados y una música acorde se logre transmitir cierta tensión o emoción que el film nunca logra, ya que la trama no posee estos elementos. A su vez, en el arranque se encuentra bien manejado el contraste entre ese ambiente salvaje y violento con cierta búsqueda solemne que pretende dar la película en determinadas situaciones. Sin embargo la repetición del recurso termina por agotarlo y dejándolo sin sentido. Aunque El emperador de París pretende ser un policial de tintes modernos desde su estructura y trabajo visual, nunca llega a serlo, ya que su principal base (el guión) no es lo suficientemente sólida como para llevar a que este buen intento trascienda más allá de la mera anécdota.
“El emperador de Paris”, de Jean-François Richet Por Mariana Zabaleta Qué bueno volver a ver a Vincent Cassel en la pantalla grande. La cara de El Odio vuelve a Paris recargada para invocar el arquetipo del Buen ladrón. La figura de Francois Vidocq pulula el imaginario colectivo del Paris en tinieblas. El policial tiene su cuna en el callejón sin salida de una futura ciudad moderna. Es en este último sentido que la propuesta de Jean- François Richet pisa con gran atractivo. Gran ambientación, vestuario y una puesta que se arroga el gasto de no sé cuántos miles de euros: una imagen semejante presenta la película en tanto producto como fetiche. Una imagen especular que juega con un conjunto variado y significativo de personajes: ladrones y prostitutas son vendedores y mercancía al mismo tiempo. Vidocq parece la excusa, su atractivo reside en ser parte de una fauna creciente, florece la boheme cuando los actores en la red de poder dirigen su inteligencia a un Mercado. La indefinición parece su signo: indefinida su posición económica se corresponde inteligentemente con la indefinición de su función política. Conspiradores de profesión, la cuna de la ciudad moderna les dio vía libre para recorrer una naciente red de poder. Donde el imperialismo napoleónico fogonero el capital financiero las especulaciones fueron la fuente de las primeras máquinas de control moderno. La fundación de la primera agencia de detectives privados se debe al cinismo (propio de las buenas formas) de la clase alta y el razonamiento y accionar rebelde de las clases bajas. Vidocq se disfraza de vendedor de telas, más bien trapero: “Trapero o poeta, a ambos les concierne la escoria; ambos persiguen solitarios su comercio en horas en que los ciudadanos se abandonan al sueño; incluso el gesto en los dos es el mismo.” El horizonte de techos parisinos enmarca con sutileza la veta más seductora de la propuesta. EL EMPERADOR DE PARIS El emperador de Paris. Francia, 2018. Dirección: Jean-François Richet. Guión: Eric Besnard, Jean-François Richet. Intérpretes: Vincent Cassel, Patrick Chesnais, August Diehl, Olga Kurylenko, Denis Lavant. Duración: 110 minutos.
El emperador de París: Francois Vidocq vuelve al ruedo, y van… Esta vez, el legendario ladrón francés vuelve al cine interpretado por el gran Vincent Cassel, en una película épica histórica que deslumbra por su actuación y estética de época, más que por su contenido. El emblemático Francois Vidocq ha sido llevado a la pantalla grande muchas veces, aunque la más conocida fue la interpretada por Gérard Depardieu en “Vidocq” (2001). Dirige Jean-Francois Richet, quien ya tuvo a Cassel al mando en tres oportunidades –“L’instinct de mort” (2008), “L’ennemi public n°1” (2008), “Un moment d’égarement” (2015)-, pero ninguna se estrenó en nuestro país. Persecuciones, peleas callejeras, sangre, venganzas, trampas y aliados en la prisión, clases socioeconómicas antagónicas, algún amorío y negocios turbios con la burocracia política, a principios del siglo XIX en momentos en que Napoleón acaba de coronarse Emperador. Todo esto en una superproducción con un presupuesto de más de 20 millones de euros. La película narra la historia, en medio del Imperio Napoleónico, de François Vidocq, famoso ladrón, el único que ha conseguido escapar de las más grandes cárceles francesas, es una leyenda de los bajos fondos parisinos. Dado por muerto luego de su huida tirándose al mar desde un barco-prisión junto a Nathaniel de Wanger (August Diehl), trata de pasar desapercibido como un comerciante de telas inglesas en París. Tras conocer a la bonita y joven Annette (Freya Mayor), con quien convive un tiempo enamorado, vuelve a ser encarcelado, acusado de un asesinato que dice no haber cometido. Allí, negocia su libertad a cambio de cooperar con la policía, llevando a criminales y ex compañeros de prisión a la cárcel, lo que conlleva al odio de todos, que ponen precio a su cabeza. Vincent Cassel, como ya es costumbre en su versatilidad, compone un papel excelente en esta nueva adaptación del personaje llevado tantas veces a la pantalla grande. Como se mencionó antes, uno de ellos fue Gérard Depardieu, y cabe destacar que Cassel está a altura. Los personajes secundarios interpretan de manera atractiva roles también importantes en la historia. Se destaca principalmente Fabrice Luchini –“Beaumarchais l’insolent” (1996), “Molière” (2007), “Dans la maison” (2012)-, como Joseph Fouché, que en la vida real es casi desconocido, aunque es interesante su historia ya que su principal destreza fue “pasarse de un bando a otro” en lo que política concierne, quedando bien siempre con el gobierno de turno. Además, Olga Kurylenko –“Hitman” (2007), “Oblivion” (2013) es la baronesa Roxanne de Giverny, que siempre está cerca del poder. Patrick Chesnais – “Le scaphandre et le papillon” (2007), “Les beaux jours” (2013) es Monsieur Henry, cuya única preocupación es recibir la Legión de Honor. En síntesis, “El Emperador de París” se nutre de la actuación de Cassel, sumado a una esmerada ambientación de París en esa época y excelso vestuario. Queda como primordial la cuestión estética antes que la narrativa que, sin ser novedosa, podría ser más fiel a la historia real o, por lo menos, más fresca aportando datos del real Vidocq que hubieran quedado atractivos. Finalmente, es una película de acción que aúna varios elementos sin lograr tener ningún tipo de rigor histórico. Cumple con el objetivo de entretenimiento en base a las aventuras del personaje.
La trama resulta inquietante a través de su protagonista Eugène-François Vidocq (Vincent Cassel de estupenda interpretación. «Gauguin: Viaje a Tahití», «El cisne negro), nacido en 1775 en Arras y muerto en París en 1857, fue un aventurero y delincuente que en varias ocasiones fue apresado pero logró escapar de las prisiones y su vida se fue transformando en una leyenda. Vivió dentro del periodo Napoleónico y esto más otros datos va aportando la película para poner en contexto a los espectadores. Dentro de los personajes secundarios bien logrados se encuentran: Freya Mayor (representa el amor de la joven Annette), August Diehl como Nathanaël; Olga Kurylenko es la baronesa Roxanne de Giverny, Patrick Chesnais es Monsieur Henry y Fabrice Luchini, quien encarna a Joseph Fouché, entre otros. Por lo tanto a lo largo de su desarrollo hay villanos, tiros, luchas, persecuciones y miseria, además la trama tiene su encanto, misterio, tensión y acción, acompaña una buena banda sonora y fotografía.
El emperador de París centra su relato en la figura de Eugène-François Vidocq, criminal devenido en policía que funda la Seguridad nacional francesa en tiempos de Napoleón. Un personaje tan fascinante que desde Allan Poe hasta Rubén Darío se inspiraron en su figura para crear algunos personajes de sus célebres escritos. La película, también centrada en Vidocq, descansa demasiado en la potencia Vincent Cassel, la grandilocuencia de la representación histórica (que muestra las calles de París como ríos de sangre, entrañas de animales y delitos impunes), y en los movimientos de cámara dignos de una película de acción (por momento bien podría esperarse alguna patada voladora o despliegue de artes marciales). El filme es una propuesta bastante ambiciosa: una historia policial basada en un personaje real, una historia de amor y varias cuestiones más que son planteadas con la misma superficialidad. Y esto es un problema ya que en los momentos más dramáticos ni la hermosa, medida y bien ubicada banda sonora logra una conexión entre el espectador y el relato. Quizás el planteo más interesante sea la relación entre delincuencia, justicia y orden, contada magistralmente en una escena donde, a medida que Vidocq apresa a delincuentes en la calle, el jefe de la policía, cómodamente ubicado en su oficina, mueve archivos de un mueble a otro, como una manera gráfica y sencilla de indicar un ordenamiento de las cosas en su sitio. Ya que el director dejó de lado algunos de los aspectos más interesante de Vidocq, como la manera en la que resolvía crímenes haciendo uso de su experiencia acumulado en las calles, por lo menos el filme tiene un gran trabajo fotográfico y de representación de la época que enmarcan cada escena como si fuera sacada de un cuadro de Eugène Delacroix. Es inevitable la sensación de que es una película llena de oportunidades desaprovechadas. Así, El emperador de París termina siendo una buena propuesta para seguidores de Cassel y fans de las películas históricas visualmente fieles a la época.
Jean -Françoise Richet, quien debutó en 1995 con “État des lieux” (1995, “Estado de juego”), y luego continuó con un cine de acción donde la violencia era la principal protagonista como en la miniserie “Merisme” (“Instinto de sangre” y “El enemigo público N° 1”, 2008) y “Blood Fadher” (“Padre de sangre”, 2016), en esta oportunidad presenta “El Emperador de París” (“L'Empereur de Paris”), con mucha acción, pero cuyo trasfondo en realidad se limita a dar una mirada superficial sobre un siglo muy convulsionado como lo fue el XIX. La acción comienza con imágenes de la construcción del “Arco del Triunfo”, que en 1806 mandó a realizar Napoleón Bonaparte a semejanza del Arco de Tito en Roma, para conmemorar la victoria de las tropas francesas en la batalla de Austerlitz, porque había prometido a hombres: “Volveréis a casa bajo arcos triunfales”. Luego pasa a un barco prisión, lleno de asesinos calificados, donde nos presenta a Eugène-François Vidocq (Vincent Cassel: “Los ríos color purpura”, Mathieu Kassovitz, 2000, “El pacto de los lobos” Christophe Gans”, y “Lee mis labios” Jacques Audiard, 2001, “Irreversible” Gaspar Noé 2002, “Merisme” 1y 2”, 2008); y a los personajes que lo acompañaran durante el filme. Algunos de ellos pelean por sobrevivir en combates de muerte estilo MMA (artes marciales mixtas) encerrados en una jaula. Todos están bajo el dominio de Malliard(Denis Lavand,“The Bra” “El sujetador”, Veit Heklmer, 2018), “Louis - Ferdinad Céline” ,Emmanuel Bourdieu, 2016). Allí conoce y rescata a Nathanaël (August Diehl: “Inglorious Basterds” “Malditos bastardos” Quentin Tarantino, 2009, “Salt” Phillip Noyce, 2010, “El joven Karl Marx” Raoul Peck, 2017), quien al promediar el filme se volverá su enemigo. Un fundido a negro traslada varios años después a un mercado de París con Vidocq vendiendo telas bajo una falsa identidad y lidiando con Annette (Freya Mayor, “Not Another Happy Ending” -Buscando un final feliz- John McKay, 2013, “Cézzanne et moi”,“Cézane y yo” Danièle Thompson, 2016), una joven carterista de la cual se enamora. Eugène-François Vidocq (1775-1857) fue un personaje real en la caótica Francia prerrevolucionaria de 1820, transformado en mito. Su impresionante biografía sirvió de inspiración para: Victor Hugo que lo utilizó para su Jean Valjean en "Los Miserables", Alejandro Dumas quien basado en él escribió la segunda parte de "El Conde de Montecristo", Balzac para representar uno de los personajes principales de su trascendental obra "La comedia humana" y fue referente para Jacques Collín (ocultista y demonólogo). También se especula que Edgar Allan Poe se inspiró en él para crear al detective C. Auguste Dupin, en 1841; y Émile Gaboriau a su detective Monsieur Lecoq, un investigador caracterizado por su constante uso del método científico. A Vidocq se le atribuyen multitud de avances en el campo de la investigación criminal, introduciendo los estudios de balística, el registro y creación de expedientes con las pesquisas de los casos, o la propia criminología. Fue el primero en utilizar moldes para recoger huellas de zapatos de la escena del crimen. Sus técnicas antropométricas tendrían gran repercusión. Jean -Françoise Richet, al recrear a Vidaocq, genera en varias secuencias de su filme una atmosfera sensual y obscena, en las cuales coexisten submundos donde la droga y la explotación anulan a la persona, donde la orgía de asesinos y ladrones se entronca en un París que hierve febril en los albores de la revolución de 1820. “El Emperador de París” circula por un París de sótanos sórdidos y misteriosos, interiores de preciosista decoración, abigarrados de objetos, de callejones húmedos y oscuros, de noches tenebrosas en las que ondean capas negras, bajo lluvias discontinuas y transitan fantasmales carruajes por los que asoman rostros grotescos o aristocráticas damas como la baronesa (Olga Kurylenko: “La bruma” –“Dans le brume”,Daniel Roby, 2018, “La muerte de Stalin” -“The death of Stalin”- Armando Iannuci, 2017). Richet junto con el guionista Eric Besnard (“Babylon AD”, Mathieu Kassovitz, 2008), crearon un Vidocq a la medida de Vincent Cassel, en el que no se muestra al detective en la realización de sus investigaciones, y experimentos con balística, sino que se juega con un héroe sangriento y brutal, muy bien rescatado por la cámara de Manu Dacosse, que cubre de modo magistral no sólo la alfombra de muertos diseminados por cualquier parte, sino todos los duelos de armas, cuchillos y espadas desde ángulos increíbles mostrando el destripadero de hombres y mujeres como un feroz, sangriento e inhumano cuadro hiperrealista. “El Emperador de París” es un filme visual y estéticamente bello, pero carece de profundidad para encarar a todos sus personajes. Y en especial al siniestro y camaleónico Joseph Fouché (Fabrice Luchini. “En la casa” -“Dans la maison”- François Ozon -2012, “Potiche, las mujeres al poder”, François Ozon, -2010), fundador del espionaje moderno y el responsable de la consolidación del Ministerio de Policía de Francia, posteriormente denominado Ministerio de Interior de Napoleón, que se desdibuja al ser presentado como un simple hombre de poder sin escrúpulos y perverso En “El Emperador de París”, se puede observar que el director se circunscribió a las atmósferas del videoclip, en el juego de imágenes, y al género fantastique, desde el punto de vista de lo espantoso y terrorífico, donde rige y se acepta un mundo “normal”, pero cruel, ligado a un ambiente particular de crispación y enfrentamiento con lo imposible. En esta realización Jean -Françoise Richert rescata a Vidocq en un filme barroco con una estética posmoderna, que le permite mayor definición, imprimir un carácter pictórico al filme, e introducir encuadres atrevidos, usar mucho traveling, planos contrapicados y subjetivos; además de las aceleraciones que experimentan con la imagen y los personajes al recortarlos en atmósferas, sórdidas e irreales. El resultado es original y extravagante.
Vidocq espera una mejor suerte La película naufraga en la recreación del personaje y la validación del mito, mientras insiste en parecerse al cine que no es ni debería ser. Podría escribirse un libro sobre las producciones cinematográficas francesas, dedicadas con esmero a parecer lo que no son. Por allí aparecerían títulos como Los ríos de color púrpura, Taxi, y gran parte de la filmografía de Luc Besson (no casualmente, guionista en Taxi y la abominable Búsqueda implacable, más respectivas secuelas), con El quinto elemento a la cabeza y la espantosa Familia peligrosa. En todo caso, de lo que se trata es de un cine cuyas virtudes -en caso de que existan- quedan supeditadas a una puesta en escena que dialoga con otros títulos de éxito y misma coyuntura. Vale decir, Hollywood. Es en esta línea donde se inscribe El emperador de París, vuelta al ruedo del personaje François Vidocq. LEER MÁS De una vigencia absoluta | Acerca del film La haine, de Mathieu Kassovitz LEER MÁS De una vigencia absoluta | Acerca del film La haine, de Mathieu Kassovitz En verdad, es extraño que Vidocq, ladrón devenido policía, impulsor de la Sûreté Nationale, impregnado de Revolución Francesa, no haya tenido un recorrido cinematográfico mayor. Una lejana producción de 1939, dirigida por Jacques Daroy; una aproximación norteamericana con la firma del gran Douglas Sirk: A Scandal in Paris; y una lamentable versión de tinte fantástico que dirige Pitof, con Gerard Depardieu. Ahora bien, lo que El emperador de París vendría a subsanar, no sucede. Lamentablemente. Porque las cartas parecieran estar a favor: recupero de la vena histórica (a diferencia del film de Pitof), presupuesto suficiente, y un protagonista a la altura, como lo significa Vincent Cassel. Dirige Jean-François Richet, de quien podrá recordarse Masacre en la cárcel 13, remake del film magistral de John Carpenter. Se recordará también que ese film estuvo y está lejos de la mirada admirable -y autoral- del director norteamericano. Allí, tal vez, una clave para lo que sigue. Dada la filiación voluntaria o involuntaria que las películas señalan, es inevitable establecer un trazado. Ese recorrido tiene en la figura de Vidocq un punto de cruce de sumo interés. Porque más allá de las películas en donde se lo toma como protagonista, es sabida la influencia que su historia de vida -cuyas Memorias publicara el Centro Editor de América Latina- suscitara en la narrativa policial. Así que no hay manera de desvincularle de muchas de las grandes creaciones de la pluma universal. Allí, justamente, C. Auguste Dupin. Y Sherlock Holmes. Entonces, si Holmes deriva de alguien como Vidocq, ¿por qué el personaje francés busca legitimidad de modo inverso? La película no tiene atmósfera propia, y divaga en un montaje preocupado por alternar cuantos ángulos de cámara pueda. Esta inversión de roles obedece al cine. Aun cuando Holmes sea el personaje más versionado en la historia fílmica, la encarnación última le ubica -por estos días amnésicos- de modo privilegiado. Así es como el Holmes de Guy Ritchie y Robert Downey, Jr. encuentra relieve. Virtudes aparte -para el caso, este Holmes no es mediocre, como lo es casi la totalidad del cine de Ritchie-, la incidencia del nuevo Holmes descansa en cierta combustión superheroica, que se traduce en la premeditada elección del actor. Hubo secuela y continúa en devaneos una inevitable tercera parte. Entonces, allí es donde va a recalar este Vidocq remozado. Y es una pena, porque en lugar de ver un film con aires propios, éste se empecina en emparentarse con el Holmes en cuestión. Mejor hubiese sido dejar a la película respirar por sí misma. Más aún cuando es Cassel quien interpreta, cuyo rostro amalgama seducción y repulsa, a medio camino entre el mundo ladrón del cual emerge y el lazo policial que luego adopta. No en vano, se le gritará en reiterados momentos el mote de "soplón". ¿Dónde elige pararse Vidocq? ¿Es consecuente con sus decisiones o el entorno le lleva a actuar de manera inevitable? Si un film como éste sólo fuese pensable desde el guión argumental, podría decirse que es un atractivo folletín, con Vidocq siendo apresado por policías y ladrones, huyendo de unos y de otros, más las autoridades francesas sobrevolándole, viendo qué hacer con él, cómo aprovechar sus virtudes. La Francia de Napoleón, el hacinamiento carcelario, la pulcritud puertas de palacio adentro, el clima maloliente de los bajos fondos, y una historia de amor fortuito entre los brazos de una prostituta. Vidocq huye y el destino le reclama. Para ver cómo sobrellevar el asunto y obtener su libertad, Vidocq acepta el juego y termina aún más prisionero. LEER MÁS Con Trump vuelve el desfile militar | Por primera vez en casi tres décadas Si todo esto está en la película, y lo cierto es que es así, ¿por qué no se trata de un buen film? Porque no hay empatía con lo que se narra, no hay adhesión moral hacia lo que se cuenta. El retrato de todo lo que se muestra es acorde a un ornamento preocupado por la recreación digital, espectacular, sin momentos sensibles, como si la pérdida de un ser querido (y esto es algo que el film trabaja) fuese una mera reproducción de imágenes estipuladas, de convención asumida pero carentes de apego y afecto. Así, no hay emoción posible. ¿Cómo asumir el riesgo y pliego moral de Vidocq si es la película la que no lo hace? Salto literario mediante, puede pensarse de modo similar en la infame versión reciente de Fahrenheit 451, cortesía de HBO: lo peor que podía pasarle a Ray Bradbury es ser versionado por alguien que no ame los libros (y que no ame el cine). Algo así también sucede con este Vidocq. Más atento al vínculo con títulos recientes, de atmósfera similar al Holmes de Ritchie, sin asumir los riesgos planteados, El emperador de París no tiene atmósfera propia, y divaga en un montaje preocupado por alternar cuantos ángulos de cámara pueda. De modo inútil, porque nada hay allí que lo justifique. Es con ese ruido cómo la historia convive. Y no puede. Peor aún: la elección de la ucraniana Olga Kurylenko, chica Bond y actriz en Hollywood, no hace más que empantanar el asunto. ¿Tan difícil es dejar que una historia semejante, de capacidad mítica autosuficiente, cobrara vuelo propio? Evidentemente, sí. Lo que prima en un cine como éste, es un falso espectáculo: sea por no asumir lo que dice, sea por querer parecerse al cine que no es. Vidocq espera mejor suerte.
Francia 1805 es el año de la exitosa batalla de Austerlitz para el ejército de Napoleón, una obra maestra táctica del emperador. En ese contexto se mueve un oscuro personaje, François Vidocq, prisionero en una galera, que ya había escapado muchas veces de sus encierros. Se mueve por ambientes sombríos y sucios con otro nombre, escapando de un policía que lo tiene al acecho. El público parece inmerso en una novela de Victor Hugo, más precisamente en Los miserables. Pero no, se trata de El Emperador de París, la última realización de Jean-François Richet sobre la vida de Vidocq, el primer director de la “Seguridad nacional”, cuya vida inspiró al novelista romántico y a Edgar Allan Poe. El relato se centra en los cinco años en que salió de su turbio pasado para ascender socialmente colaborando con la policía de París como infiltrado, en pos de lograr su amnistía. En cambio, se soslaya la intensa vida amorosa que tuvo el creador de la primera agencia de detectives privados. La aventura, presente en los enfrentamientos con cuchillos, los asaltos, los escapes y las persecuciones, marca el ritmo de un film ágil que no decae en ningún momento. Una gran puesta en escena plena de contrastes, entre la luminosidad de los grandes salones de la corte con un colorido vestuario, y los tenebrosos túneles que transita Vidocq junto a las pocilgas donde se aloja, contribuye al realismo de las acciones. Richet introduce al espectador en un mundo de mentiras, venganzas y favores donde las traiciones se pagan con la vida. Un juego de intereses y alianzas donde nadie es lo que aparenta ser, en especial la joven baronesa que interpreta Olga Kurylenko, una trepadora al igual que el personaje que componía Emma Stone en La favorita (Yorgos Lanthimos – 2018). No es sencillo el camino que debe transitar Vincent Cassel (Vidocq), los enemigos se encuentran en todos los ámbitos de la sociedad, en su travesía perderá a amigos, partidarios y hasta su amante. August Diehl junto a Denis Lavant son los villanos repulsivos capaces de cualquier atrocidad. Ambos, a su debido momento, tendrán a sus órdenes una banda clandestina, una policía del submundo que parece surgida de La Corte de los Milagros. A ellos deberá enfrentarse el ex delincuente en escenas que no escatiman violencia. Un combo de Cine de Súper Acción, aquel ciclo emblemático de la TV argentina, un elenco de categoría, junto a una dirección de arte minuciosa que deleitará a quienes buscan entretenimiento e ilustración. Valoración: Buena
El francés Jean-François Richet dirigió y escribió este extraordinario recorrido por una convulsionada ciudad de París durante el gobierno de Napoleón Bonaparte. Un sólido guión y una reconstrucción histórica lograda con el diseño de arte y sobre todo de posproducción, y una dirección de fotografía detallista hasta la obsesión, sostienen con firmeza este relato que transcurre en su mayor parte en los bajos fondos de la ciudad, en escenas generalmente nocturnas e iluminadas con velas. Allí llega François Vidocq, un ex soldado napoleónico que fue acusado de un crimen nunca comprobado. Vidocq, interpretado por Vincent Cassel, es además una figura célebre entre los delincuentes, una fama adquirida por su capacidad para huir de prisión. Nuevamente Vidocq escapa de una cárcel en alguna colonia francesa y llega a París con un objetivo claro: obtener una amnistía colaborando con las autoridades en la captura de los delincuentes más buscados. Eso le vale el doble rango de héroe y soplón y el enfrentamiento con el otro aspirante a emperador de París. Richet muestra sólo lo necesario los salones del poder, su burocracia, su ineficiencia y sus mezquindades, y prefiere enfocar las pequeñas glorias y miserias de una sociedad en plena transformación.