Un refugio entre el horror Y los cineastas europeos continúan regresando a los pormenores de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias -como si los problemas contemporáneos no fueran más urgentes- en una típica jugada de revisionismo histórico en la que prima la comodidad de un relato sustentado en imaginarios sociales de larga data por sobre la intención de aportar una verdadera lectura novedosa acerca del tópico. Dicho de otro modo, definitivamente al séptimo arte le sigue siendo funcional un conflicto que si bien en la realidad fue muy complejo, por lo general en la pantalla grande fue pintado -especialmente por Estados Unidos- de una manera un tanto rudimentaria e ingenua, una estrategia que a su vez obvia las conexiones con un presente que por omisión parece ser considerado demasiado doloroso o difícil de analizar (crisis económica, nacionalismos, inmigración masiva, terrorismo, etc.). Más allá de todo esto, es indudable que en el cine bélico del viejo continente de los últimos años existe una preocupación por descubrir nuevas aristas dentro del tema y así nos hemos topado con interesantes películas como por ejemplo Dos Vidas (Zwei Leben, 2012), Lore (2012), Juego Limpio (Fair Play, 2014), Suite Francesa (Suite Française, 2014), Laberinto de Mentiras (Im Labyrinth des Schweigens, 2014), Land of Mine (2015) y la obra que hoy nos ocupa, El Esgrimista (Miekkailija, 2015), un trabajo sencillo aunque muy eficaz que también examina un aspecto poco tratado de la guerra. La trama nos presenta una Estonia a comienzos de la década del 50, con la policía secreta de la URSS persiguiendo a todos los que conformaron la milicia alemana durante la contienda, un período en el que -luego de la invasión nazi- se obligó a enlistarse en el ejército a buena parte de la población masculina. Este opus del finlandés Klaus Härö, un señor que construyó su carrera a partir de films que transcurren en tiempos más o menos remotos, está centrado en la figura real de Endel Nelis (interpretado por Märt Avandi), un esgrimista que en aquella época abandonó Leningrado huyendo de los esbirros del estalinismo y terminó en Haapsalu, una región inhóspita y poco habitada de Estonia. Allí consigue trabajo como docente y funda un club deportivo que despertará el interés de los niños del lugar por la curiosa disciplina que Nelis propone enseñar, una esgrima que poco y nada tiene que ver con los “deportes proletarios” que la administración soviética pretendía difundir en la nación. La película combina el thriller de espionaje (la autoridad máxima del colegio sospecha y comienza a investigarlo), el relato romántico (Nelis paulatinamente se enamora de una colega profesora) y el drama de reafirmación identitaria (oculto, deprimido y bajo un contexto sofocante sustentado en las denuncias fratricidas, el protagonista se refugiará en su pasión y razón de ser, la esgrima). Un punto fuerte del film, y sobre el cual gira en buena medida el correcto guión de Anna Heinämaa, es la relación entre el hombre y los pequeños, una dinámica que evita las cursilerías hollywoodenses y se basa en el gran desempeño de Avandi y una amalgama de momentos de frialdad con otros de regocijo por el inesperado progreso tanto en el campo de las habilidades educativas de Nelis como en lo que atañe al manejo del florete por parte de los jóvenes. Si tendríamos que ubicar a la propuesta dentro de esta versión particular del subgénero que explora el binomio docente/ alumnos, la cual nació con Al Maestro con Cariño (To Sir, with Love, 1967), desde ya que El Esgrimista se encontraría más cerca del humanismo de La Sociedad de los Poetas Muertos (Dead Poets Society, 1989) y Madadayo (1993) que de la fanfarria típicamente norteamericana de Mentes Peligrosas (Dangerous Minds, 1995) y One Eight Seven (1997), lo que deriva en un recordatorio enérgico y a la vez sutil acerca del horror paranoico, totalitario y genocida del régimen de Iósif Stalin…
El esgrimista, de Klaus Härö Por Paula Caffaro En 1952 un maestro de deportes viaja de Lenigrado a un pueblo que nadie puede pronunciar bien el nombre huyendo del stalinismo. Con algunas pretensiones a cuesta (lógicas de su origen citadino) necesita esconderse tras la fachada de una “vida normal” para evitar llamar la atención de sus captores. Con desgano y pena, Endel (Lembit Ulfsak) descubre que la escuela del pueblo no sólo no tiene los materiales necesarios para el dictado de las clases, sino que los alumnos parecen no tener muchas luces. El futuro es desesperanzador hasta que la escasez desempolva una vieja actividad: el esgrima. Este deporte ancestral será el motor que impulse la motivación del film. El maestro se sentirá útil y los alumnos comenzarán a despertarse de un extenso letargo de aburrimiento y apatía. Ahora cada uno tiene un propósito, pero el problema se presenta cuando los alumnos quieren presentarse a un concurso nacional de esgrima alentados por una convocatoria en el periódico. El evento es en Lenigrado, ciudad que el maestro no debería pisar si es que no quiere ser capturado y enviado a un campo de campo de trabajo. El esgrimista no sólo es predecible sino aburrida y aletargada. Aún, cuando intenta copiar ciertos gestos del cine de acción norteamericano más popular, falla en encontrar su propio ritmo y verosímil dentro de su estructura. Además, sus personajes presentan los más estancos estereotipos haciendo de sus performances líneas rectas de previsibilidad. Es decir, nada fuera de lo esperado sucederá; y es así como el film tampoco logra crear ni el más mínimo pico de tensión dramática, a pesar de involucrar un desenlace que depende de una contienda deportiva con lo que eso conlleva: agilidad visual y expectativa por los resultados. Nada de eso sucede allí, ni en ninguna otra parte del film. El montaje es plano como la trama y a pesar que la dirección de fotografía intenta levantar la totalidad del film con una búsqueda compositiva de planos que destacan los bellos rostros de los niños en primer plano o contraluces con el sol poniente, el concepto general de lo que se quiere transmitir no logra sobreponerse y darle más valor a la obra final. Una lástima porque el cine de Estonia siempre suele dar pequeños diamantes en bruto dignos de contemplación y análisis. EL ESGRIMISTA Miekkailija. Finlandia/Estonia/Alemania, 2015. Dirección: Klaus Härö. Guión: Anna Heinämaa. Intérpretes: Märt Avandi, Ursula Ratasepp, Hendrik Toompere, Liisa Koppel, Joonas Koff, Lembit Ulfsak, Piret Kalda, Egert Kadastu, Ann-Lisett Rebane, Elbe Reiter. Producción: Kaarle Aho y Kai Nordberg. Distribuidora: Mirada Distribution. Duración: 99 minutos.
El sutil encanto de lo simple El esgrimista (The Fencer, 2015) es una película que atrapa sin pretensión. Una historia sencilla que a la vez encierra una metáfora compleja: la antigua pelea de David contra Goliat en tiempos del stalinismo de posguerra. El director finlandés Klaus Haro (Cartas al padre Jacob, 2009) demuestra con sutileza cómo contar sin golpes bajos el drama de los estados totalitarios, las persecuciones y el abuso de poder. La Segunda Guerra mundial ha terminado. Un misterioso hombre sin pasado (interpretado por el estonio Märt Avandi) llega a Haapsalu, un pequeño pueblo de Estonia, país anexionado al gigante socialista de la Unión Soviética. Los camaradas que responden al régimen desconfían de este hombre que dice llamarse Endel y ser profesor de educación física. Endel comienza a dar clases en la escuela del pueblo pero el director (Hendrik Toompere Sr.) comienza a investigar al recién llegado. El esgrimista está basada en la vida del campeón de esgrima Endel Nelis, un desertor estonio perseguido por el stalinismo. Más allá del dato puntual, la historia atrapa por mostrar con habilidad y suspenso la punta de un iceberg enorme: el despotismo de los estados totalitarios. Endel comienza a dar clases de esgrima a un grupo de alumnos sin ninguna formación, entablando una relación similar a la que tenía Julie Andrews en La novicia rebelde (The sound of music, 1965), con los hijos de la familia Von Trapp. A medida que la enseñanza avanza se va afianzando ese vínculo que los une y paralelamente crece el conflicto: el odio incondicional del director de la escuela, la contraparte de Endel. Este choque de personajes mantendrá la tensión narrativa siempre alta. A mayores avances en la formación de parte de Endel, mayores probabilidades de ser descubierto y atrapado por la temible policía secreta soviética. La historia va in crescendo hasta llegar a poner al protagonista, esgrimísticamente hablando, entre la espada y la pared: debatirse entre la posibilidad de crecimiento sus alumnos en un torneo de esgrima en Leningrado y la de volver a encontrarse con su pasado y perder su libertad. La sutileza de la trama genera un ambiente de profunda conmoción y lleva a aplaudir el desarrollo de la historia bien contada. Personajes sensibles, elaborados desde la inocencia y actuaciones sobresalientes se deslizan sin fisuras durante los 93 minutos que dura la película. Lo criticable desde el punto de vista argumental podría ser la repetición de algunos tópicos ya vistos en la pantalla grande, como la relación maestro-alumno estilo Robin Williams en La sociedad de los poetas muertos (Dead Poets Society, 1989) y la impronta de lograr el imposible de Tom Cruise en Jerry Maguire (1996). No es el caso de El esgrimista porque existe una historia potente que aplaca cualquier intento de plagio. Por otro lado, nos recuerda que en el cine ya fue todo dicho, pero la originalidad se basa en una historia bien contada.
Con la espada y la palabra No tanto como ejercicio de revisionismo histórico sino más como un relato que muestra los alcances de la intolerancia de todo régimen totalitario, El esgrimista se basa en la historia verídica de Endel Nelis (Märt Avandi), campeón de esgrima que para huir de la embestida de la policía soviética -en plena caza stalinista- encuentra refugio en un inhóspito pueblo de Estonia para sobrevivir como docente de educación física, a cargo de un grupo de alumnos a quienes introduce en este deporte con vistas a un torneo en Leningrado. Con guión de Anna Heinämaa y la dirección de Klaus Härö, el film desarrolla por un lado una trama de espionaje típicamente de pos guerra con el foco de tensión ubicado estratégicamente en la figura del antagonista, léase el director de la escuela que sospecha sobre el pasado del protagonista y representa -metafóricamente hablando- un modelo de pensamiento contra otro de resistencia pacífica como la que expresa en sus acciones Endel Nelis. Por otra parte, en sintonía con la creciente dialéctica vigilante vigilado, la trama avanza en el vínculo entre profesor y alumnos, a la vez que el interés amoroso por una profesora suma una subtrama para que la película no se circunscriba al ámbito coyuntural y encuentre otros rumbos que definan con más aristas al personaje, su lucha individual y su relación con el entorno, teniendo presente su condición de perseguido por la policía secreta soviética. Como retrato de época El Esgrimista funciona, así como desde su reflejo de un tiempo que a pesar de verse en los libros de historia como algo del pasado nos conecta lamentablemente con el presente desde el punto de vista de los pensamientos totalitarios y sus consecuencias nefastas devenidas terrorismo en todas sus expresiones estatales o paraestatales.
Basada en la historia real del estonio Endel Nelis y dirigida por Klaus Härö llega el estreno de “The Fencer” aquí llamada El Esgrimista película finlandesa que estuvo nominado a los Globos de Oro. La historia nos sitúa en Estonia en los años 50’. Endel (Märt Avandi) debido a sus ideales se encuentra huyendo de la policía secreta soviética, y encuentra refugio (trabajo/casa/comida) en su pueblo de origen, prestando servicios como profesor de educación física en una antigua escuela local. Tratando de mantener un bajo perfil y no despertar la atención para resguardar su integridad, se ira involucrando en sus tareas educativas. Incitado por una de sus alumnas que lo ve a escondidas entrenando esgrima decide darle clases extra curriculares de ese deporte a los niños estudiantes que reciben la noticia con mucha alegría, un poco también debido a la monotonía/aburrimiento y falta de entusiasmo del mismo lugar. Interesante largometraje, con una excelente fotografía plagada de grises y claro oscuros que contagian ese crudo invierno, logradas actuaciones, y bajo una historia que no propone grandes sobresaltos pero que no deja de ser muy apreciable. Tal vez la parte más bella de la cinta es cuando logran -el docente y sus alumnos- viajar a la capital para participar de un torneo de esgrima desafiando a otras instituciones con mayor preparación, poniéndose en riesgo el profesor debido a su pasado y a la alta exposición.
Es una muy interesante película finlandesa, dirigida por Klaus Haro, con guión de Anna Heinamaa que pone foco en los últimos años del stalinismo donde la policía secreta y más que nada los pequeños burócratas, que basan su mínima escalada en el poder, en virtud a la delación. Un colaboracionista a la fuerza, reclutado por el nazismo cuando apenas era un muchacho, campeón de esgrima, debe huir porque sabe que están sobre su pista. Recala en un pequeño pueblo como maestro de escuela, pero obligado a una tarea extra los fines de semana, comienza a dar lo que sabe. Clases de esgrima que encantan a chicos y chicas que disfrutan de la novedad aburridos de tanta rutina. Y lo hace a pesar de que el director y su segundo consideran ese deporte demasiado aristocrático. Cuando llega la oportunidad de un concurso nacional, el peligro se agranda. Y si bien allí la película repite tramas muchas veces usadas, un heroísmo impensado, el amor que asoma sin ser buscado, una relación entrañable entre maestro y alumnos, el lirismo está en presente porque se trata de un caso real. Buenas actuaciones, una ambientación del pequeño pueblo helado y gris que transmite esa sensación de sojuzgamiento constante. Una reflexión sobre poderes absolutos, las miserias de funcionarios de poca monta, las injusticias que no tienen solución, sin posibilidad de argumentación o defensa. Y siempre con un mismo destino: la deportación a Siberia.
Con el manual del profesionalismo a mano. Poco importa que esté basada en un personaje y acontecimientos reales. En el fondo, el largometraje del finlandés Klaus Härö es una típica película de deportes disfrazada de drama histórico prestigioso. Allí están el entrenador venido a menos –su talento fatalmente desaprovechado– y el equipo de perdedores luchando por lograr aquello que nunca antes había siquiera imaginado, rodeados convenientemente por las condiciones más adversas imaginables. Claro que El esgrimista, la emisaria enviada a los premios Oscar por su principal país coproductor, Finlandia, recubre ese costado desembozadamente derivativo y popular con otro tipo de ambiciones temáticas que, en la ecuación final, terminan siendo las menos interesantes del combo. Aclaración necesaria, indispensable incluso: más allá de la nacionalidad de su realizador y de una parte del equipo técnico y artístico, la historia transcurre casi en su totalidad en un pueblito de Estonia y los personajes son, en su mayoría –como los intérpretes encargados de darles vida–, de ese origen. La única excepción geográfica remite al momento climático del relato, el concurso de esgrima que tiene lugar en la elegante San Petersburgo (llamada Leningrado en la era reflejada en el film, a comienzos de los años 50). Endel Nelis llega a Haapsalu, en la entonces república soviética de Estonia, con los más altos pergaminos como instructor deportivo. Claro que bajo un nombre falso. Su pasado lo condena y el espectador lo sabrá mucho antes que el director de la escuela en la cual comienza a impartir a desgano clases de Educación Física a chicos de primaria: durante las últimas escaramuzas de la Segunda Guerra, el muchacho fue obligado a vestir uniforme militar y a luchar contra el Ejército Rojo. Corren tiempos estalinistas y desde el final de la conflagración que Endel anda escapando de una posible detención e interrogatorio, apoyado logísticamente por un amigo y excelso esgrimista ruso. De allí en más, la película rota alrededor de tres ejes, que van alternándose y entrelazándose hasta la conclusión: el posible descubrimiento de su verdadera identidad y consiguiente punición; la relación con una compañera docente, cada vez más cercana al amor; y el sorpresivo éxito de sus clases sabatinas de esgrima, poblada por un grupo extremadamente pintoresco de alumnos y alumnas y practicadas –en un primer momento– con ramas de árbol haciendo las veces de imperfectos floretes. Película de fórmula al uso internacional, sus virtudes están depositadas sobre una pulida y lustrada superficie: un suspenso moderado, la calibrada actuación central, la simpatía de los niños, la evocativa y por momentos brumosa fotografía. También en cierta amabilidad que hace que incluso el villano de la historia –ese rector que le rinde todos los honores a la maquinaria de la delación burocrática– tenga un momento de comprensión y posible redención. Y, por supuesto, en el manejo de las instancias definitorias, que vuelven a demostrar que no hay nada como un buen partido del deporte que sea para atrapar al espectador en la telaraña de la tensión. El resto es prestigio construido con el manual del profesionalismo abierto de par en par.
El arte de enseñar y aprender De cinco largometrajes hasta el momento del director finlandés Klaus Härö, cuatro se sitúan a mediados del siglo XX. Este es uno de ellos, y se basa parcialmente en la vida del esgrimista Endel Nelis y transcurre en Estonia. Pero para ser precisos en términos históricos y políticos, dado que la acción es a principios de los 50, el territorio pertenece a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Estamos en medio de las purgas, las persecuciones, el totalitarismo, las deportaciones y los asesinatos del stalinismo. El joven Nelis huye de Leningrado, y va a parar al pequeño pueblo de Haapsalu como profesor. Y sus "camaradas superiores" le exigen "algo más", y ese algo más se convertirá -no sin conflictos- en una escuela de esgrima sabatina. Los burócratas -alguno menos acomodaticio y no tan pérfido-, el poder del tirano ramificado en sus esbirros, la conciencia de unirse de los estonios frente a los soviéticos: todo eso está en pequeñas dosis. Sin embargo, lo que predomina es el relato de intento de triunfo deportivo improbable, el aprender a enseñar, el compromiso frente a los alumnos..., ese tipo de instantes ya transitados muchas veces por el cine, a veces con mayor creatividad y gracia (como en Escuela de rock), a veces con más potencia (Karate Kid, Escape a la victoria), pero en muchas otras ocasiones con recursos más atolondrados que los de El esgrimista, una película apacible, sin grandes brillos, pero con no poca sobriedad y hasta fluidez.
Un espadachín contra los burócratas La historia real del estonio Endel Nelis, fundador de un famoso club de esgrima, que fue perseguido por los soviéticos tras la Segunda Guerra ¿Cuántas veces se ha contado la historia del maestro forastero que aterriza en un ambiente hostil y, a fuerza de ganas y abnegación, conquista a sus alumnos y a las autoridades, y termina dándoles (dándonos) una lección de vida a todos? ¿Y cuántas, las de un equipo aparentemente débil que da el batacazo? El recuerdo de Al maestro con cariño se cruza con la épica deportiva en El esgrimista. La acción transcurre en los años ’’50 en ese país báltico llamado Estonia, pero podría ser en cualquier lugar del mundo. Por ejemplo, en Uganda, donde sucedía La reina de Katwe, que es similar pero con el ajedrez como disciplina salvadora: si ahí el gran obstáculo era la pobreza, en ésta el enemigo es el comunismo. Ambas están basadas en casos reales: aquí, en la vida de Endel Nelis, fundador de una famosa escuela de esgrima. Si hay algo interesante en estas películas, adherentes a esquemas narrativos convencionales y remanidos, es que nos permiten asomarnos a realidades históricas y sociales de países de los que sabemos poco y nada. Así, nos enteramos de que durante la Segunda Guerra Mundial, Estonia fue ocupada por los nazis, y muchos de los estonios fueron enrolados a la fuerza en el ejército invasor. Cuando los alemanes perdieron la guerra, el país pasó a formar parte de la Unión Soviética. Y aquellos que habían peleado, aún contra su voluntad, en el bando perdedor, fueron perseguidos como criminales de guerra. Es el caso de Nelis, que llega a un pequeño pueblito estonio -frío, gris, pobre- huyendo de Leningrado (hoy San Petersburgo),donde lo busca la policía secreta de Stalin. Sin vocación, herramientas pedagógicas o elementos básicos para su trabajo, se convierte en profesor de educación física de una escuela con muchos alumnos que quedaron huérfanos de padre por las purgas estalinistas. No hay grises: Nelis es el héroe y los burócratas soviéticos, los malos. Así y todo, el finlandés Klaus Härö logra darle a El esgrimista el mismo tono sobrio y austero del lugar donde transcurre la película y, así, la salva por un pelito de ser uno más de esos insoportables melodramas lacrimógenos.
Klaus Härö desarrolla en poco más de hora y media una bella historia sobre búsqueda, compañerismo y pasión, y que, a pesar de estar plagada de clichés, puede sortear los lugares comunes a través de la fuerza interpretativa de sus actores. En la historia de Endel, un refugiado que intenta escapar de los servicios secreto, que regresa a su pueblo para enseñar esgrima a un grupo de niños, la mayoría huérfanos, hay una metáfora de la sociedad universal y del poder del hombre de reinventarse ante la adversidad y elegir el camino correcto a pesar de todo.
Notable policial finlandés Esta película es algo especial no sólo por lo original del tema, sino por la excelencia con la que está contada y filmada. El director finlandés Klaus Haro, que en 2003 fue ganador del festival de Berlín con su film "Elina", ahora demuestra un gran talento como narrador de una historia real sobre la vida en el régimen stalinista. La acción comienza a principios de la década de 1950 en un pequeño pueblo de Estonia, ex Unión Soviética, con un nuevo profesor de educación física de una escuela local. El protagonista, además de haber sido un famoso esgrimista en Leningrado, es un fugitivo de la policía secreta, pero termina arriesgando todo con tal de enseñar esgrima a un grupo de chicos que no se tiene ninguna fe. "El esgrimista" funciona como un singular drama político-deportivo, y es notable cómo el director maneja esta combinación sin descuidar el retrato del personaje central y de los chicos esgrimistas, tejiendo el clima sombrío y de paranoia propio del régimen de Stalin. Lo hace sin cargar las tintas del caso, y se luce especialmente en las escenas de un certamen nacional en el que los espadachines de pueblo compiten contra los campeones de Moscú. La película es pequeña, pero las imágenes y sobre todo el montaje son grandiosos.
Como si fuesen restos de un naufragio fílmico, a nuestras costas van llegando aquellas películas que estuvieron a un paso de la gloria académica, pero que no tuvieron la fuerza cinética necesaria para saltar al estrellato. Hace dos semanas se estrenó la irlandesa Viva, elección nacional a Mejor Película Extranjera para los premios Oscars en 2015, y de esa misma lista surge la finlandesa Miekkailija (El esgrimista), un cóctel cinematográfico que tiene todos los elementos lacrimógenos que agradan a la Academia pero sin perder esa sensibilidad que suscita suspiros en la platea. Luego de un siempre presente y servicial anuncio al comienzo, la historia coloca al espectador frente a un escenario histórico y político luego de la Segunda Guerra Mundial. El fugitivo Ender Nelis, el hábil esgrimista del título, vuelve a su Estonia Natal escapando de los servicios secretos rusos, que lo empujan a tomar un trabajo digno, pero para él casi humillante, de profesor de educación física en la escuela local de Haapsalu. Con la sospecha a la vuelta de la esquina y con una espada de Damocles pendiendo sobre su cabeza, Ender se ve forzado por la desidia del director escolar y por la insistencia de una alumna a crear un club de esgrima, totalmente en desacuerdo con los preceptos políticos que debían impartirse en cada una de las clases curriculares, incluso en deportes. Cualquier espectador que se precie y que tenga unas cuantas películas de domingo encima sabe para donde corre la historia. Un profesor reacio, con muy poco tacto para tratar con alumnos, un grupo de estudiantes ávidos por algo nuevo que los transporte a otra realidad mejor que la triste que viven día a día, la sombra de la guerra todavía oscureciendo todo. Es imposible no caer bajo el encanto de la historia, incluso cuando otras grandes películas han transitado el mismo camino, y con resultados mucho más memorables. El film de Klaus Härö adapta una historia verídica y lleva a este cuento de superación deportiva a buen puerto, con momentos cómicos que ayudan a elevar los espíritus, y otras secuencias lacrimógenas que apuntan donde más duele, sin perder nunca el hilo de lo que se está narrando. La labor de Märt Avandi como Endel Nelis es loable, pero es en las escenas que comparte junto a su alumnado cuando realmente sobresale, en particular cuando interactúa con la precoz Marta de Liisa Koppel o el callado Jaan de Joonas Koff. Todos los jóvenes conforman un elenco excepcional, pero los mencionados destacan por sobre la media y generan mucha más empatía que el poco explorado y casi innecesario romance con la maestra de Ursula Ratasepp. Entre el deber y el honor, la figura paternal y la devoción por el deporte, El esgrimista sigue las convenciones al pie de la letra, nunca desviándose de su objetivo ni haciendo un paso en falso. Es calculada, precisa y elegante, tal cual un duelo de esgrima. Quizás le sobre ese botón final, por demás explicativo y melodramático, pero no arruina una película preciosa e interesante, que deja con ganas de salir corriendo, agarrar un florete y ponerse en guardia.
Este film estuvo entre los 9 preseleccionados al premio Oscar 2016 en la categoría de película de habla no inglesa representando a Finlandia, pero se quedó fuera de las 5 nominadas, en cambio en los “Globos de oro” de este año fue candidata al premio a mejor película extranjera y la que se quedó con la estatuilla fue “El hijo de Saúl”. La trama se encuentra ambientada en 1950, donde un maestro Endel Nelis huyendo de la policía secreta de Leningrado se instala en Haapsalu, Estonia, huyendo de la persecución por parte del régimen de Stalin (1878-1953), ya que no comparte sus ideas. Su situación se conoce más a través de las conversaciones entre Endel y su amigo Aleksei (Kirill Käro). Él comienza a acomodarse en la escuela y logra transmitir su gran pasión por la esgrima, de esta forma los niños pese a que no tienen herramientas (florete, guantes, chaquetilla, careta y calzado) se interesan por este deporte, además lo van tomando como un padre, mucho de esos niños son huérfanos debido a la ocupación rusa. El protagonista mantiene una interesante relación entre entrenador y alumno, así como un diálogo fluido a través de las palabras y las expresiones con la niña Marta (Liisa Koppel, se luce). Hay un atractivo encuentro con el abuelo de un alumno, (Lembit Ulfsak, protagonista de " Mandarinas (2013)", un director celoso porque los niños están encantados con su maestro y un amor (Ursula Ratasepp). Además cuenta con una bella fotografía, el vestuario y banda sonora. Quizás lo que le faltó es profundizar el pasado de Endel y el tema político.
Endel, un joven que fue prodigio en el arte de la esgrima, se encuentra en pleno escape de la policía rusa en la década de los 50. Así es como termina en un pequeño pueblo, ocultándose bajo un nombre falso y dando clases de gimnasia en el colegio local. Por el pedido de que forme un club deportivo y ante la falta de recursos que tiene, Endel ve en la esgrima el único deporte con el que puede hacer que los chicos se evadan de la cruda realidad en la que viven. Pero la paz no durará demasiado. Ya sabemos que la mayoría se empiezan a cansar de los films situados en esta época histórica, y más aún si son provenientes de países europeos donde no tienen una industria del cine demasiado desarrollada. Pero créanme que El Esgrimista no es el típico film sobre la guerra, donde se nos presentan varios golpes bajos para mostrar a los soldados como malos malísimos, y a un protagonista demasiado bueno, que ya roza lo poco creíble. Este quizás sea el mayor merito de El Esgrimista; que sus personajes sean personas comunes, que se ven involucradas en un contexto sociopolítico donde cada uno deberá tirar para el lado que más le convenga, evitándose encontronazos con la ley de la época. De hecho, apenas veremos soldados en esta película, ya que el “villano”, por así decirle, es un simple director de colegio, por ejemplo. Con respecto al protagonista, si bien el personaje se hace llevadero, nunca se indaga bien en su pasado. Y por ende, jamás podemos terminar de empatizar con él al 100%, ya que sólo sabemos que está en ese pueblo de incognito y que de a poco, y pese a que no quería, irá forjando una relación de amistad con los niños del lugar. Si bien todo esto funciona a nivel trama (en el medio hay una historia de amor bastante forzada), es algo que ya vimos en cientos de películas y que se podría haber resuelto de otra forma. Muchos también podrían criticar a El Esgrimista de ser demasiado simple y light, ya que pese a la época donde transcurre la historia, no vemos una verdadera amenaza latente como la que suponemos que vivían todas las personas que se debían esconder. Pero esto no debería ser algo en contra, ya que desde el propio guión nunca se propone que ese sea el verdadero conflicto. El Esgrimista seguramente va a pasar desapercibida en las salas de cine argentinas frente al tanque (o buque mejor dicho) de Disney, pero para aquellos que busquen algo más en el cine que una historia de piratas, es una buena opción. En especial, si se tiene hijos.
El Esgrimista: Good Bye Lenin(grado) ¿Una película de posguerra sobre un hombre perseguido en la Unión Soviética o la historia de un joven profesor que busca comenzar una vida nueva? Las premisas son tan contradictorias como validas para el film que llega a nuestros cines este Jueves. Durante la ocupación nazi en Estonia en la segunda guerra mundial, la mayoría de los hombres fueron enlistados en el ejercito que se enfrentaba a los aliados. Esa es la historia de Endel Nelis (Märt Avandi), un talentoso esgrimista que, tras el fin de la guerra consigue escapar hacia Leningrado, pero tras ser perseguido por la policía secreta de la Unión Soviética escapa hacia el pequeño pueblo de Haapsalu, donde mantiene un perfil bajo trabajando como profesor de educación física. La historia comienza de una manera bastante desoladora, nuestro protagonista vive en alerta, atemorizado por la posibilidad de ser capturado, y tiene grandes dificultades para lograr algún tipo de conexión con sus alumnos. Hasta que un día decide comenzar a enseñar esgrima, a pesar de las recomendaciones de los camaradas a cargo de la escuela, quienes no lo consideran una disciplina pertinente para el proletariado. De aquí en mas comenzamos a percibir que la historia logra aprovechar muy bien la temática que la rodea, ya que, como en un duelo de esgrima, nuestro protagonista va desplazándose hacia adelante o atrás a medida que sus decisiones repercuten en los demas. Sus clases de esgrima atraen a muchos niños, con los cuales de a poco va formando un vínculo, pero a su vez esta decisión altera a sus camaradas, quienes deciden investigar su pasado. Entre el amor, la amistad y la responsabilidad con sus alumnos Endel va intentando encontrar un equilibrio que le permita seguir con su vida, mientras que su pasado lo persigue hasta dejarlo entre la espada y la pared. El director Klaus Härö sabe crear una atmosfera de tensión y angustia aun cuando el “enemigo” casi no está presente durante la mayor parte de la cinta a la vez que construye un gran héroe protagónico (junto con la guionista Anna Heinämaa) cuya valentía va creciendo de manera sostenida durante el film a medida que su compromiso con sus alumnos lo va forzando a confrontar todos sus miedos iniciales en un emotivo climax. Uno de los puntos más altos es el elenco. Los alumnos de Endel generan una gran dinámica que le da a la película mas humor del que esperaba, en especial con la pequeña Marta, (Liisa Koppel). Pero Märt Avandi es quien más reconocimiento merece, ya que logra un retrato real de un hombre cuyas pasiones y frustraciones son creibles, y se hace fácil empatizar con él, aun en un film al cual una de las críticas que se le puede hacer es el retrato casi caricaturesco que hacen de las autoridades soviéticas, a pesar de que su participación es nula, en una historia con tanto peso dramático en el temor de Endel para con estos sujetos. El Esgrimista rompe un poco con el estereotipo lento y tristón del cine de posguerra europeo. Si bien la trama no vuela ni es super alegre, tenemos bastante romance y humor que agrega liviandad considerando el contexto de la historia. Es eficaz en su simplicidad, prolija, cuenta con buenas actuaciones y es una buena elección para quien quiera adentrarse de a poco en el cine del este de Europa.
LA PASIÓN DE APRENDER Desde Finlandia, Klaus Haro propone en El esgrimista un relato basado en el amor desde diferentes aristas, dentro de un contexto histórico oscuro y desalmado como Estonia bajo el poder de la Unión Soviética. Estamos ante una producción que deja una buena impresión en la retina y una historia hermosa para atesorar en la memoria. El film presenta a un eximio esgrimista que trata de refugiarse en un pueblito perdido (Haapsalu) lejos de Leningrado, antes de ser cazado por los “rojos”. En aquel entonces eran capturados todos aquellos que habían participado en la resistencia nazi, así sean de otras nacionalidades y hayan sido sometidos a la fuerza. Endel Neils, el protagonista principal de este relato -personaje real-, muestra de alguna forma esa otra cara del mundo de post-Segunda Guerra Mundial. Un hombre que escapa de su pasado deportivo y militar para finalmente reencontrarse consigo mismo impartiendo clases a un grupo de niños que son también el alma de este drama. Niños brillantes que maduraron demasiado pronto y encuentran en las clases de educación física la oportunidad para encausar esa inocencia perdida. Inocencia interrumpida ante padres deportados por “traición a la patria” o que murieron en una guerra donde ni siquiera representaron a su país. En fin, un pueblo sin hombres con un clima gélido donde la interrupción de un nuevo maestro es visto como una figura paternal que trae algo de esperanza. Un nuevo reto a la vez, para el reacio y soberbio Endel que con el pasar de los minutos comienza a encariñarse con los pequeños. Y por eso mismo decimos que esta es una historia de amor. No sólo el profesor se enamora de su colega, sino que los niños lo harán de él y viceversa. Se trata a la vez del amor al otro, del amor al deporte y su compromiso. De la confianza mutua en un mundo escolar donde no faltará oportunidad para que salgan a relucir los primeros traidores representados en directivos que sospechan del pasado de Engel. Claro que esta clase de narraciones ya han sido muy frecuentes en el cine que retratan relación maestro-alumno y el sentimiento de autosuperación. Recordamos piezas como Billy Elliot o el profesor de literatura de Robin Williams en El club de los poetas muertos. Pero Haro la cuenta con tanta sencillez, con una destreza digna de esgrimista hilvana escena tras escena hasta conformar un relato bellísimo. Haro también trata de “bajar a tierra” un deporte refinado como el de la práctica de las espadas recluido a la alta sociedad y a ciudades de carácter cosmopolita. Para demostrar que puede ser practicado con el mismo o mejor ímpetu por jóvenes y adultos de otras condiciones socioeconómicas. Con la única avidez esencial: la pasión de aprender. Un excelente drama que juega con momentos de tensión y sorpresa para virar a resultados inesperados y positivos. Y que cuando realmente se enfrenta a situaciones crudas, lo demuestra con la mayor naturalidad y sencillez. A ello se suma una fotografía precisa, que suma a favor y la vuelve una referencia menor a El pianista de Román Polanski.
Hay dos historias aquí que se combinan en una. Por un lado, un hombre perseguido por la policía soviética en los 50 que se vuelve maestro de esgrima en una escuela. Por el otro, la relación con sus alumnos, que recuerda “La sociedad de los poetas muertos” pero en menos tiempo y mucho más concisa. El film se desarrolla sin prisa y sin pausa y logra construir emociones verdaderas por encima de sus lugares comunes, que no son pocos. Agridulce y bien narrada.
Vivir para contarlo “El esgrimista” narra un episodio real posterior a la Segunda Guerra Mundial, durante la ocupación de Letonia por parte de la ex Unión Soviética. Detrás de la fachada de una historia menor, el director finlandés Klaus Härö construye un relato que podría haber resultado trillado, pero que salva con eficacia narrativa, una cuidada fotografía, buenas actuaciones, una puesta austera y una precisa reconstrucción de una época en la que discrepar podía costar caro. Härö pone en primer plano la historia de Endel Nelis, un esgrimista que huyendo de la policía secreta soviética se instala en un pueblo de Letonia. El país había sido ocupado primero, durante la Segunda Guerra Mundial, por la Alemania nazi y Nelis, como otros letones, fue enrolado en el ejército. Cuando posteriormente los soviéticos ocupan Letonia los exsoldados fueron perseguidos. Hasta ese pueblo perdido en el medio de la nada, donde muchos de los chicos perdieron a sus padres, llega Nelis como maestro de educación física. Cuando intenta desarrollar una escuela de esgrima el director de la escuela se opone con el argumento de que la esgrima no ser un deporte para el proletariado. Una votación popular decide que sí lo es, así que la escuela se pone en marcha. Pero el director es un burócrata consecuente y comienza a investigar el pasado de Nelis. Lo que podría haber sido un melodrama con conflictos y personajes maniqueos, se convierte gracias a la sobriedad del director en una reflexión que atraviesa el tiempo y la hace universal.
Convicción y coraje de un hombre que en silencio desafió al totalitarismo Durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial la Europa oriental, dominada bajo las alas del duro y estricto partido comunista, con la URSS a la cabeza, la ciudadanía vivía con temor porque eran perseguidos y encarcelados, sólo por no responder al régimen. Bajo esas injustas reglas vuelve a su país, Estonia en 1952, que en ese momento era parte del territorio soviético, Endel (Märt Avandi), para trabajar en un colegio ubicado en un pueblo alejado de las grandes ciudades. Es tomado como profesor de educación física, aunque el director (Hendrik Toompere) lo acepta con recelo. El protagonista viene escapando de Leningrado, donde era entrenador de esgrima, aconsejado por su amigo y colega Aleksei (Kirill Käro). Endel comienza a enseñarles esgrima a los chicos, los días sábados, como una actividad extra. Los alumnos lo aceptan desde el primer momento y lo adoptan como un guía, porque la mayoría son huérfanos, o tienen el padre preso, y prácticamente se crían solos, teniendo que aprender a crecer de golpe. Ambientado estupendamente, la historia avanza pese a la negativa del director que es rígido de pensamientos, obedece al sistema imperante y quieren que los demás hagan lo mismo. La lucha de poderes va en aumento, y lo que oculta el esgrimista es muy grave. Pero nada lo detiene, a los chicos les da un sentido a su dura existencia, les va forjando el carácter y va marcándoles la vida para siempre. Al protagonista, en un momento se le presenta una gran disyuntiva, dejar de ser un fugitivo y acompañar a sus alumnos a competir en un torneo nacional en Leningrado, con el riesgo que eso conlleva, o continuar huyendo y ocultándose, siendo un mal ejemplo hacia los chicos que tanta confianza depositaron en él. El realizador de este film, Klaus Härö, relata lo que se vivía en ese territorio, tomando como testimonio el retorno de Endel y el volver a empezar después de tantos golpes. Aunque alejado del sentimentalismo, la sensiblería, sólo con las emociones justas, para reflejar que tanto el profesor como los alumnos son víctimas de las circunstancias, pero no lo lamentan. La policía secreta soviética, las noches invernales, la bruma, el trasfondo político, etc., le otorgan una cuota extra de dramatismo a esta historia verdadera, la de éste profesor que revolucionó en silencio la enseñanza de la esgrima en su país.
DISTANCIA HONORABLE Cabezas gachas, miradas perdidas en el horizonte o rápidos vistazos hacia los costados. En un primer acercamiento, el reducido y silencioso grupo de padres convocados a la reunión se limitan a escuchar las novedades educativas con temor a expresar cualquier pensamiento o creencia. “¿Soy el único que siente que esta reliquia de los tiempos feudales no es muy adecuada para nuestros hijos?” se pregunta el Principal, sin prestar mucha atención al comentario favorable de una de las madres sobre la esgrima y finaliza: “Sugiero que dejemos que el club deportivo continúe pero que en el futuro el camarada Nelis se concentre en los deportes que mejor se adapten al proletariado”. Pero las primeras impresiones engañan y este grupo lo evidencia cuando, después de la opinión del abuelo de uno de los chicos, se realiza una votación para ver si se mantiene la esgrima como disciplina educativa. Y la aprobación es total. El finlandés Klaus Härö construye la película a través de fragmentos que atraviesan diferentes grados de tensión sumados a la huella de lo oculto, el misterio que provoca la huida del protagonista de Leningrado hacia el desconocido pueblo de Haapsalu y la constante referencia hacia un pasado compuesto por llamadas telefónicas cuidadas y la investigación del nuevo maestro de deportes. Un combo fusionado con tres aspectos claves: la historia de vida real del esgrimista Endel Nelis, el contexto histórico situado en la Estonia ocupada primero por los alemanes y luego por la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial y el deporte. Éste último permite el desarrollo de un eje central que no es otro que el vínculo profesor- alumno, distante de cualquier nexo de cariño o admiración y basado puramente en la lealtad; un sentimiento desplegado en numerosos sentidos: la lealtad por el esfuerzo de aprender esgrima, por tratar de seguir el deseo más allá de la voluntad de las autoridades, por intentar sobreponerse a la pérdida de un ser querido, por desafiar al destino, entre otros. En sintonía con dicha distancia, los paisajes de El esgrimista son solitarios, grandes, poco poblados aún cuando está en escena la gente. Tal vez, se pueda pensar como excepción los momentos de práctica de esgrima, donde los movimientos de pies y manos al unísono de los chicos se sobreponen a lo desértico de los escenarios. En el techo del Principal resuenan los pasos de los pies que aún no saben desplazarse en silencio. “La gente suele pensar que todo es avanzar y conseguir puntos –explica Nelis– No es eso. La cosa más importante en esgrima es un sentido preciso de la distancia”. ¡En guardia! Por Brenda Caletti @117Brenn
Llega cine finés a nuestras salas, lo cual siempre es una buena noticia. Más, si es la cinta que representó al país en los Oscars hace un año atrás. "Miekkailija" es otro de los hits de Klaus Härö, de quien cuatro de sus cinco largos como director, fueron a representar a su país a la gran competencia en Los Angeles. Un director multipremiado en Europa a quien vale la pena conocer. "El esgrimista" es un film sobre deporte, inspiración y drama en envase de thriller. La historia comienza allá por 1952 cuando un hombre llamado Endel Nelis (Mart Avandi) llega al pueblo de Haapsalu en Estonia. Dicho pueblo, como toda la zona, está dominada por el régimen comunista desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El tiene un pasado complejo que evade y la idea de enseñar esgrima en una escuela local, lo seduce y estimula. Si bien al principio sus alumnos no responden cómo el quiere, con el correr de los días van tomando cariño al docente y esto opera cambios a ámbos lados de la relación pedagógica. Endel se enamorará (de la deliciosa Liisa Koppel, una gran revelación) y enfrentará a sus alumnos con desafíos cada vez más altos hasta disputar un torneo en el que su pasado vendrá a producir otro quiebre en su vida. Los altos mandos soviéticos pondrán el ojo en esa actividad y este maestro de la espada deberá sortear muchas dificultades para que sus chicos tengan final feliz en la competencia. La cinta habla de la opresión (desde el punto de vista político), el valor de la enseñanza (como herramienta de liberación) y el conflicto de intereses en territorios donde la libertad no es un valor permitido. Nuestro esgrimista destila energía y pasión cada vez que trabaja con sus alumnos y enfrenta la furia de quienes no creen que lo que el hace sea necesario para la población con la que trabaja. Esa lucha de clase para llevar adelante un anhelo, es el común denominador del cine de Klaus Härö en su sutil y dedicada filmografía. Hay en esta construcción, una gran dirección artística y una delicada fotografía. Esto se complementa con actuaciones ajustadas y un guión cuyo mejor acierto es la caracterización de los personajes. En el debe, podemos decir que hay poca sorpresa en el recorrido propuesto y que en el final de la cinta, sentimos que la historia que nos contaron ya la hemos visto antes, en otros escenarios y geografías. "El esgrimista", entonces es un sólido exponente del cine europeo contemporáneo. Tiene el plus de ser de una filmografía que no es usual ver en Argentina y sin dudas, dejará satisfechos a los espectadores que quieran adentrarse en este universo particular.
Retar al pasado Basada en una historia real, llega a las salas El Esgrimista, una extraordinaria coproducción de Estonia, Finlandia y Alemania sobre un esgrimista que debe ocultar su identidad tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. ¿De qué se trata El Esgrimista? Endel Nelis es un joven esgrimista estonio que se establece en una pequeña ciudad para escapar de la policía secreta rusa. Allí se convierte en profesor de educación física de la escuela local. Mientras los niños aprenden a practicar esgrima, Endel deberá lidiar con un pasado que lo persigue. Por qué tenes que ir a ver El esgrimista ¿Viste cuando en una película está todo bien? “El esgrimista” tiene todo lo necesario para salir del cine sabiendo que se acaba de ver una gran película. Cuenta una historia interesante, sin aburrir nunca, con una dirección de fotografía extraordinaria que deleita los sentidos y unas actuaciones memorables. Y además de todo eso, te vas a encontrar mirando la pantalla con emoción durante un duelo de esgrima (no pensaste que iba a pasar y pasó). A esto (que es mucho y alcanza), se suma el hecho de que es una historia real sobre esas vidas que sufrieron en carne propia la Segunda Guerra Mundial. No solo el protagonista, teniendo que huir, sino también esos niños que han quedado huérfanos. El director finlandés Klaus Härö logra contarlo sin golpes bajos. Y hay algo más: ¿cuántas veces se te cruza en el camino una coproducción de Finlandia y Estonia? Aprovechá para ver este maravilloso cine. Vas a disfrutar del “El esgrimista”, una película magnífica de principio a fin. Puntaje: 9/10 Título original: Miekkailija / The Fencer (inglés) / La clase de esgrima (alternativo) Duración: 93 minutos País: Finlandia / Estonia / Alemania Año: 2015 El dato: si viste “Mandarinas”, estate atento a los actores 😉