Bueno, a Russell Crowe le creemos todo, y en esta propuesta, en donde juega y se divierte con el género, le creemos aún más. Delirante relato sobre exorcismos, religión y la Iglesia, que seguramente abrirá a más aventuras del Padre Gabrielle, un rebelde que asume riesgos para ayudar a aquellos que no encuentran en la ciencia respuestas a lo inexplicable.
Basada en hechos reales, "El Exorcista del Papa", es el un nuevo film que, al igual que "13 Exorcismos" estrenada hace muy pocas semanas, expone lo que ya es un sub-género en el cine de terror. Aquí hay un componente extra que es el protagonismo de un actor que uno no imaginaría en este tipo de películas. Se trata de Russell Crowe quien interpreta al Padre Gabriele Amorth, Jefe Exorcista del Vaticano. Hablada mitad en italiano, mitad en inglés, y con algunas palabras en latín y en español la historia nos ubica en 1987, en una familia norteamericana formada por una madre, Julia (Alex Essoe) y sus dos hijos, la adolescente rebelde Amy (Laurel Marsden) y Henry (Peter DeSouza-Feighoney), el niño que dejó de hablar hace un año, luego de perder a su padre en un accidente cuando viajaban juntos. La única herencia de ese padre es una vieja Abadía en España, que necesita arreglos y la presencia de Julia para ser vendida. Apenas llegados, los hechos se suceden de manera vertiginosa: hay un accidente con los obreros que optan por abandonar la casa y Henry es poseído por la entidad más fuerte y malvada con la que el Padre Amorth, (quien documentó más de 70.000 exorcismos en su haber) se pudo haber topado. Al principio recurren al Cura del Pueblo, Esquibel (Daniel Zovatto), pero al Diablo Asmodeus (con la voz de Ralph Ineson) le dura 30 segundos, por lo que recurren al experto en exorcismos, que se maneja en moto y tiene unos anteojos bastante cancheros (no sé si era así o es una licencia del diseño de vestuario, lo remarco porque me sorprendió) Modas aparte, el Padre Amorth tiene un sentido del humor bastante especial y descontractura un tema trágico como la posesión de un niño que se mezcla con una conspiración que la Iglesia prefiere mantener oculta. El guion no aporta nada distinto de lo que solemos ver en este tipo de películas, la dirección de Julius Avery es dinámica y hay algunos efectos que están bien. Suma que sea un hecho real, el carisma de Crowe y la presencia de Franco Nero como el Papa. El Padre Amorth murió a los 91 años dejando dos libros con sus memorias, que inspiraron esta película y quizás tenga material para alguna secuela
Según Gabriele Amorth, demonólogo oficial del Vaticano y encargado de realizar, según su autobiografía, más de 60 mil exorcismos, el 98 por ciento de las posesiones se deben a un problema mental; el resto, en cambio, es producto de la maldad pura. Una distribución similar de esos atributos en los involucrados pueden explicar la existencia de esta película. Habría que agregar también la dosis de cinismo necesaria para pretender que El exorcista nunca existió o que, dado que pasaron 50 años de su estreno, puede ser saqueada a voluntad. Ambos films están basados en “hechos reales” (en la era de las fakes news ya no corresponde preguntarse si existen hechos de otra clase) y en fuentes similares, esta es la coartada de la más reciente para desarrollar eventos casi calcados de su predecesora. Un argumento a favor de El exorcista del Papa es que muestra un grado de desinterés, un “laissez faire” que se vuelve indistinguible del sentido del humor: no está claro si por momentos es tan absurda porque no se toma en serio o porque es lo único que puede hacer. Ciertamente, la interpretación de Russell Crowe en el rol central se desliza por ese filo: con la impronta del Orson Welles tardío que hacía avisos de vino barato por TV, y un criterio similar para elegir trabajos, el ganador del Oscar aporta un tono jocoso a su exorcista y derrama carisma mientras atraviesa Europa sobre una Vespa bicolor en sotana y con su estola púrpura al viento. El sacerdote del título fue objeto de un documental llamado El diablo y el padre Amorth, dirigido por William Friedkin, el mismo Friedkin de la película con Linda Blair, que registra el ahora célebre exorcismo de una mujer que, se afirma, era poseída regularmente por demonios. Este nuevo film, también basado en una vivencia del cura, tarda pocos minutos en desembarazarse de cualquier pretensión de realidad. Aquí una familia norteamericana compuesta por una madre y sus dos hijos llega a Castilla (con un paraje de Irlanda pasando por la locación española) para refaccionar una vieja abadía que, improbablemente, es la herencia del padre recientemente fallecido en un choque. El hijo menor, afásico desde el accidente, pronto presenta los síntomas inconfundibles de la posesión diabólica que son la cara surcada por cicatrices y una voz una octava más baja que la de Tom Waits. Así como todas las escenas con Linda Blair en la película de Friedkin eran genuinamente perturbadoras, todas las de este actor infantil son incómodas por las razones incorrectas; no es su culpa, sino de la puesta en escena. Afortunadamente, pronto se hace presente el padre Amorth para librarlo de semejantes circunstancias. Recién en el climax, que sucede demasiado tarde, la película cobra un poco de brío. En sus diez minutos finales se separa de su fuente para convertirse en la fiesta de gore que debió haber sido desde al menos media hora antes. Casi sin sustos ni ideas novedosas, la presencia de Crowe no alcanza para salvar a este film de la condena.
Aunque la película presenta giros de guion y secretos de la Iglesia Católica, no aporta nada nuevo al género del terror quedando como punto más alto la siempre carismática actuación de Russell Crowe.
No, no estamos ante una película -y un título- que se aprovecha y utiliza dos palabras -exorcista y Papa-. El exorcista del Papa existió, fue el padre Gabriele Amorth, que sirvió durante 30 años en el Vaticano y que, aquí encarnado por Russell Crowe, anda en motoneta. Así que a las películas que se centran en la práctica de exorcismos a individuos indefensos, que por alguna extraña razón han sido elegidos por algún demonio -porque si algo aprendimos estos años viendo películas de exorcismos es que estos ángeles caídos son muchos, no uno solitario-, aquí se le suma el actor que ganó un Oscar por Gladiador. Y que nunca, pero nunca había actuado en una película de terror. Buena, alguna de terror, por floja, el neozelandés sí hizo. No es el caso. Crowe le imprime al padre Gabriele algo así como una desacralización al cura motoquero. No solo por la moto -raro que viaje de Roma a España en motoneta, cuando el Papa le encarga un exorcismo, pero bueno, eso es lo que se ve- sino porque Gabriele bromea con las monjas, a las que les dice “Cucú”, y hasta con algún demonio. O sea, es un cura como de pueblo, pero que se las sabe todas. O casi. 70.000 exorcismos Tras el primer exorcismo que vemos, de los 70.000 que practicó -a varios poseídos debió practicarles más de uno, porque a veces les costaba más que otras-, el Papa Juan Pablo II le hace el encargo del que hablábamos. Un Juan Pablo II, te quiere todo el mundo, el que vino a la Argentina en épocas de Malvinas, y que interpreta un Franco Nero con barba. ¿Recuerdan al Papa Juan Pablo II con pelos en la cara? Una licencia, que le dicen. Gabriele llega a ese pueblito español. En una vieja abadía un joven (Peter DeSouza-Feighoney, en su primera actuación) está poseído. El lugar estuvo abandonado por años, y la madre de Henry llegó hasta ahí luego de la muerte de su esposo, para reacondicionarla y vender la propiedad. Ah, desde que murió su padre, Henry no pronuncia palabra. Ya van a ver, y escuchar, las asquerosidades que le dice a Gabriele, a la madre, a su hermana y al curita hispano que compone Daniel Zovatto. La vuelta de tuerca, sin spoilear, es cierto secreto guardado por allí. Julius Avery, que había dirigido la tremenda Operación Overlord, sobre soldados estadounidenses que se topaban con “algo” espeluznante el mismísimo Día D en la Segunda Guerra Mundial, mete sus buenos sustos, siempre y cuando uno no haya visto muchas películas de exorcistas. Escuchar a Crowe hablando en italiano es algo raro, pero uno se acostumbra. Y supongo que es mucho mejor que escucharlo así, que en las copias dobladas al castellano, donde se da en algunas salas en todos los horarios. Cosas del demonio.
En el centro de la escena esta el magnético Russell Crowe, como el exorcista del papa, que se basa en un personaje real que aparecía muchos en los medios, el padre Gabriele Amorth, que aseguró haber realizado más de 70.000 exorcismos y creó una asociación internacional de exorcistas. Y además aseguraba que la Inquisición fue obra del demonio y que el maligno tuvo que ver con la pedofilia en la iglesia. Crowe lo compone socarrón, con algunas de sus afirmaciones y un estilo muy particular. Desafía los demonios menores con trampas tranquilas e ironías pero cuando llega el momento de enfrentarse al mismísimo diablo invierte la pelea y se inmola revelando sus propios pecados. Lo que logra este gran actor es acaparar la atención y no soltarnos cuando llega el momento de los efectos especiales que vimos demasiadas veces y que no aterran de tan usados. Sin embargo el filme entretiene porque no se trata de la posesión de un niño sino de una conspiración sofocada y ahora despierta en contra del Vaticano.
Puede ser que la expectativa generada en mi por el filme sea una de las razones que me produjo su decepción. Como siempre me acerco al texto solo sabiendo el titulo y su duración, en este caso agregado el ser protagonizada por Russell Crowe. Basado en hecho reales, el filme nos cuenta de las experiencias del cura italiano Gabrielle Amorth, el principal exorcista del Vaticano y llegado el caso, también autorizado para exorcizar al Papa. El filme abre con un exorcismo de un joven “poseído” que resulta exitoso, estamos en el año 1987. Tras lo cual el mismísimo Papa (Franco Nero) envía al cura a España por el caso de un
El exorcista del Papa se inspira en los libros del famoso Padre Gabriele Amorth, el exorcista más famoso del mundo, quien se desempeñó en la diócesis de Roma y proclamó haber realizado más de 50.000 exorcismos. Amorth fue un personaje mediático y su trabajo fue reflejado en un extraño documental llamado The Devil and the Father Amorth (2017) dirigido por William Friedkin. Dicho largometraje tuvo como origen la admiración de Amorth por El exorcista (1973) dirigida por William Friedkin, a quien Amorth consideraba la mejor película de exorcismos que se haya hecho. En eso, claro, estamos todos de acuerdo, pero el motivo de Amorth incluía el considerarla un registro muy logrado de un verdadero exorcismo. Pero en la película del 2023 el Padre Amorth está interpretado por Russell Crowe y es una versión muy libre del personaje real. Amorth es el exorcista oficial del Vaticano y sus prácticas son discutidas por la jerarquía, aunque tiene el apoyo del Papa (interpretado por Franco Nero). Su estilo combina una profunda fe religiosa con una mirada racional sobre ciertos casos que no son verdaderas posesiones. En medio de los reclamos que le hacen, aparecerá un caso en España que necesita con urgencia la presencia del cura. Un niño ha sido poseído cuando junto a su madre y su hermana se mudan a una abadía que intentan restaurar. Un cura local será el asistente de Amorth. No es un caso cualquiera y el secreto oculto en el lugar puede hacer caer a toda la iglesia. La película, ambientada en 1987, se destaca por la construcción de un relato que evita el exceso de golpes de efecto y pone énfasis en el protagonista de una manera no solemne, aún con la gravedad del tema. Elige confiar en los espectadores y esquiva parecerse a los peores exponentes del género, mientras que parece haber tomado nota de los mejores. Todos estos méritos se concentran en el personaje central, que es lo que convierte a El exorcista del Papa en una película que vale la pena. El padre Amorth encarnado por Russell Crowe parece salido de una película de John Ford, tiene sentido del humor, es un poco borrachín, tiene una nobleza inquebrantable y mucho coraje. El diablo odia los chistes, dice en un momento. No sería posible este personaje sin la presencia aligerada y a la vez potente del actor. Mucho se dice que Crowe pasó de ganar dos Oscars a películas como estas, pero no es fácil realizar cine de género con la calidad que él ofrece. Sus aires a lo Orson Welles lo hacen doblemente querible. La película tiene algunas ideas interesantes y sofisticadas y, a diferencia de otros títulos, sostiene la fe religiosa como algo indispensable para combatir al mal. Abreva en las ideas del verdadero Amorth, que pensaba que el diablo estaba detrás de los más sangrientos momentos de la historia de la humanidad. No puede evitar, sin embargo, sumar más efectos visuales de los necesarios en el final, pero eso no borra lo hecho hasta ahí. Russell Crowe en una Vespa justifica la existencia de esta película.
Gabriele Amorth era abogado, era periodista, era teólogo, nunca fue Batman, pero sí fue exorcista principal del Vaticano. Para 2010 había declarado setenta mil exorcismos en su haber y más de veinte publicaciones con anotaciones personales sobre los casos, incluyendo testimonios y detalles sobre los rituales llevados a cabo en sus funciones. En base a estas historias El Exorcista del Papa seguirá el caso de Julia y sus hijos. A un año de perder a su esposo en un accidente de auto, esta mujer emprenderá una mudanza desde Estados Unidos a España con el fin de restaurar y poder vender lo único que les quedó de herencia: una abadía en ruinas. Va acompañada de una hija adolescente con problemas de actitud y un hijo pequeño que no habla desde la muerte de su padre. Entre tanto cliché, dos obreros dan con un extraño sello en la pared y al querer desenterrarlo explota todo. Los contratistas deciden irse porque, como ya sabemos, soldado que huye sirve para otra película; por tanto, dejan a la familia sola, pero no tan sola, en compañía del demonio, que en realidad lo que necesita es que llamen al padre Amorth (Russell Crowe). En medio de levitaciones y huesos crujientes en posiciones extravagantes, motivos típicos de este subgénero del terror, esta película también nos cuenta una innecesaria rescritura fantástica sobre la historia de la inquisición, que, de paso, aligera un poco de cargas a la santa institución. Nada nuevo bajo el sol, por supuesto son dos mujeres las mandaderas del diablo, las encargadas eternas de generar culpa en los hombres. Al menos esta película nos deja una salvedad: por fin Hollywood se olvida por un rato de hablar el inglés con tonada extranjera y Crowe parla italiano, no toda la película, pero gran parte de ella. Al principio suena medio raro, pero después se acostumbra el oído y va muy bien; no pasa así, en absoluto, con el doblaje de los poseídos. El director de El Exorcista del Papa es Julius Avery, también a cargo de Overlord (2018), una producción de JJ Abrams, con temática thriller paranormal que me había gustado mucho. Por eso esperaba sentir miedo; sin embargo, me causó gracia. La intención pareciera ser recrear el espíritu chistoso de Amorth en un ambiente a medias gótico que represente su trabajo y es esto, por momentos, en conjunto con Russell Crowe, lo que salva la película. Es decir: no digo que esté logrado, pero entretiene. El resto del tiempo es un film exagerado, poco creíble, de las que uno dice malas, pero que se dejan ver.
"El exorcista del Papa", la eterna batalla contra el maligno La película recorre los tópicos habituales de las historias de exorcismos, con el añadido de una conspiración eclesiástica que perdura desde las épocas de la Inquisición. Los afiches de la vía pública de El exorcista del Papa muestran a Russell Crowe mirando con cara seria y amenazante mientras empuña un crucifijo, elemento fundamental en una película en la que el recordado Maximus de Gladiador interpreta a un cura con alta reputación en el Vaticano gracias a sus mil batallas ganadas contra el mismísimo diablo y su sequito de espíritus malignos. Pero su Gabriel Amorth debe ser uno de los curas más copados de la historia del cine, alguien con la frase justa en la punta de lengua para alivianar situaciones a priori insoportables. A saber: le hace morisquetas a las monjitas; cuando una madre que acaba de enterarse que su hijo está poseído le pregunta cómo puede ayudar, le dice que haga café porque les espera una noche larga; ante un cura que expresa sus temores, responde que su miedo es que Francia gane el Mundial; al momento de “festejar” una batalla ganada contra Satán, empina una petaquita cargada con alguna bebida espirituosa que comparte con su flamante compañero de aventuras, el Padre Esquibel (Daniel Zovatto). Con ese joven colega español establece una dinámica que por momentos recuerda a una buddy movie, aquellas comedias centradas en una involuntaria pareja despareja unida en pos de un objetivo mayor. Una dinámica que airea un relato que, por fuera de eso, abraza la seriedad y recorre las postas narrativas más habituales de las películas de exorcismos, adosándole una conspiración eclesiástica que perdura desde las épocas de la Inquisición. Pero todo empieza con la presentación del caso a resolver: mamá Julia (Alex Essoe), su hijo menor Henry (Peter DeSouza-Feighoney) y su hija adolescente Amy (Laurel Marsden, Zoe en la serie Ms. Marvel) viajan hasta España para supervisar las remodelaciones en una centenaria abadía que acaban de heredar. Lo hacen justo cuando los chicos intentan sortear los flejes más dolorosos del duelo por la reciente muerte de su padre a raíz de un accidente vehicular del que el niño fue testigo. De allí, entonces, que a nadie le llame la atención que Henry se comporte un tanto raro. La gota que llena el vaso es una convulsión seguida de varios gritos con una voz que no es la de él, lo que vuelve evidente que hay algo más que un proceso psicológico en curso. Es entonces que entra en acción Amorth, que con su porte de perro San Bernardo cansado es capaz de intimidar a quien quiera plantársele. Dirigida por Julius Avery (el mismo de la muy buena Operación Overlord) y basada en las memorias del Amorth “real”, El exorcista del Papa entrega las esperables torsiones corporales, los litros de sudor frío recorriendo la piel magullada del poseído, los apagones repentinos de luz dignos de la gestión Edesur, mil movimientos de muebles y las voces guturales balbuceando palabras en idiomas en desuso que operan como armas para el duelo dialéctico entre la criatura roja y el tándem Amorth - Esquibel. Una serie de asuntos no resueltos del pasado de ambos intentan sumar algunos pliegues de profundidad psicológica. No era necesario: esos dos hombres se llevan bárbaro.
Reseña emitida al aire en la radio.
Duelo de fe con un batallador Russell Crowe. El padre Gabriele Amorth fue uno de los sacerdotes italianos con mejor reputación dentro del Vaticano y bajo el ala de pontífice Juan Pablo II, logró realizar más de 70000 exorcismos en todo el mundo, un récord absoluto en la lucha de la fe católica frente al diablo. De todas maneras, este también fue un cura con pensamientos bastantes controvertidos. Según sus propias palabras la mayoría de las posesiones en personas se debían a alguna debilidad del tipo mental y estos luego eran utilizados por el diablo para llevar su estampa de maldad, pecado y codicia a nuestro mundo. También Amorth culpaba al diablo de males sociales como la delincuencia y la drogadicción. Tan importante fue la figura del padre Amorth para el exorcismo, una ceremonia de origen medieval, que en el año 2017 el director William Friedkin, el mismo detrás del clásico absoluto del subgénero de posesiones demoníacas El exorcista (1973), realizó un muy recomendable documental acerca de su vida y obra llamado El demonio y el padre Amorth. En la película de terror El exorcista del papa (2023), se vuelve a invocar a su presencia, en este caso interpretado por el solvente actor, ganador de un premio Oscar, Russell Crowe. En esta ficción el padre Amorth (Crowe) es enviado a un pueblito en España para ocuparse de un supuesto caso de posesión en un joven que vive con su madre y su hermana. Por lo que se puede apreciar carisma no le falta a este cura, que hace chistes con monjas y colegas y de paso empuja a soltarse a en la profesión de fe a su novel discípulo, el padre Esquivel (Daniel Zovatto). Y junto a este joven cura español formarán una dupla eficiente y por momentos hasta divertida, muy a pesar de los espeluznantes eventos que les tocarán afrontar. La película comienza muy bien. Hay que reconocer que Russell Crowe es un excelente actor y que sabe cómo llenar de matices a cada personaje que le toca interpretar. Su padre Amorth es un hombre ameno y servicial con la comunidad, pero en cambio es un rival fuerte y de temer en su lucha contra Satanás. Nunca se dará por vencido en la temible batalla. Sin embargo, promediando la mitad del metraje la película, dirigida por el realizador Julius Avery, también responsable de la notable Operación Overlord, se llena de las típicas convenciones que pertenecen al subgénero de posesiones. Levitaciones, insultos en lenguas desconocidas, transformaciones físicas, todas a cargo del pobre muchacho poseído. Russell Crowe hace lo que puede con un guion que por instantes bordea el ridículo, y lo pone en situaciones donde en lugar de lucirse su talento pasa desapercibido. Desde que se estrenó El exorcista de William Friedkin por los controversiales años 70’s, la vara quedó demasiado alta en lo que respecta a producciones sobre exorcismos. Y si bien la leyenda del largo recorrido en el tema por el padre Amorth se intuye muy interesante, muchas veces no es suficiente si no hay una historia pasable o con un poco de coherencia detrás. Una verdadera pena teniendo como protagonista a un actor de la calidad de Russell Crowe, solvente como pocos. Dentro del ya vapuleado y sin embargo siempre popular género del cine de terror, lamentablemente son cada vez menos los casos donde se ofrecen historias que nos provoquen verdadero horror y de paso nos enfrenten cara a cara con el príncipe de las tinieblas, Lucifer.
Las comparaciones son odiosas, pero cuando se trata del subgénero de exorcismos es imposible no poner como ejemplo a El exorcista (1973), la obra maestra de William Friedkin, quien inauguró y agotó el subgénero con una sola película: allí están sentadas las bases, perfeccionados los lugares comunes y abordados con seriedad los temas teológicos, morales y filosóficos. Es una película inabarcable y completa, aprobada con cinco estrellas tanto por Dios como por el Diablo. Con este inevitable y tremendo antecedente, lo que se puede decir a favor de El exorcista del Papa, la película en la que Russell Crowe interpreta al padre Gabriele Amorth, el exorcista oficial del Vaticano (hasta su muerte en 2016), es que transita los tópicos del subgénero con cierta convicción y se permite algunas innovaciones en la historia, aunque abusa del formulismo y los efectos especiales en el tramo final. El director Julius Avery se basa en dos libros de Amorth que narran sus experiencias como exorcista para hacer algo profesional y entretenido, logrando algunas escenas que sugestionan y otras en las que se luce el corpulento Crowe, cuyo personaje no para de tirar chistes que distienden la trama. Sin dudas, el carisma del actor salva una película llena de giros y recursos trillados. La primera media hora es muy interesante, es decir, cuando se presenta al padre Amorth y a la familia que será víctima de la posesión: Julia (Alex Essoe), la madre que perdió al marido, y Henry (Peter DeSouza-Feighoney) y Amy (Laurel Marsden), los hijos adolescentes, quienes se mudan a una antigua abadía en España con un oscuro pasado que se remonta a los tiempos de la Inquisición. Es en este tétrico lugar donde el pequeño Henry será poseído por un poderoso demonio. En el prólogo vemos cómo Amorth despliega su método y sus trucos para exorcizar. Allí se ve una relativa incredulidad en el padre, pero su fe es inquebrantable y sabe que, aunque no todos los casos son exorcismos, el Mal existe y hay que tener cuidado. Crowe es un actor con mucha presencia y dominio del plano, y aporta diálogos graciosos mientras respeta los clichés del guion. El jefe de Amorth es el papa, interpretado por el legendario Franco Nero (si bien no se dice, el personaje es el de Juan Pablo II, ya que la película está ambientada en la década de 1980), quien le designa el caso de Henry y le asigna como ayudante al joven e inexperto padre Esquibel (Daniel Zovatto), quien cumple como secundario en la lucha contra el demonio de turno. El problema es que no queda clara la posición de la película. Al comienzo, Amorth se enfrenta a un comité eclesiástico que le recrimina ciertos procedimientos indebidos, y da a entender que es la Iglesia la que imagina al Diablo. El padre no habla en términos de “demonio”, sino que se refiere al “Mal”, y les dice que el 98 por ciento de los casos no fueron exorcismos, y que el 2 por ciento restante se trata de casos complejos. Sin embargo, en los últimos minutos Amorth sostiene que las atrocidades cometidas por la Inquisición fueron ejecutadas por el Diablo, y no por quienes estaban al frente de la Iglesia. Lo cual hace que sea una película conservadora y cómplice, que no se decide si ser una ficción basada en hechos reales comprometida o un entretenimiento sin rigor histórico.
DILEMAS NO RESUELTOS Después de esa cumbre absoluta que fue El exorcista, el subgénero de exorcismos ha ido en franco declive y cuesta encontrar ejemplos rescatables. Es un tipo de relato que ha quedado cristalizado en una sumatoria de estereotipos y que últimamente pareciera requerir -a diferencia del clásico de William Friedkin- de un espectador que avale un verosímil donde la fe religiosa pareciera ser indispensable. El exorcista del Papa parece ser consciente en buena medida de todo esto y amaga con adentrarse en la auto-parodia, pero ese recorrido lo hace a medias, sin total convicción. El film de Julius Avery (quien viene de dirigir Némesis y Operación Overlord) se basa en los archivos reales del padre Gabriele Amorth (Russell Crowe), quien fue el exorcista en jefe del Vaticano durante una gran cantidad de años. Situado en 1987, el relato se enfoca en el caso de un niño norteamericano que estaba alojado con su madre y su hermana en una iglesia en restauración en España y que súbitamente es poseído por un demonio. Amorth, acostumbrado a tener que lidiar mayoritariamente con situaciones que eran más psiquiátricas que verdaderamente espirituales, se encuentra con que hay un verdadero demonio en el cuerpo del niño y que sus planes van mucho más allá. De hecho, a medida que avanza su investigación, se da cuenta que detrás de todo el asunto hay un secreto que la Iglesia ha mantenido oculto durante siglos. Convengamos que la trama posee una cantidad de giros y revelaciones cada vez más disparatados, y que pide no tomársela muy en serio. El que mejor parece entender eso es Crowe, que compone a Amorth como si fuera el paroxismo del cura bonachón y pícaro: lo vemos yendo de acá para allá con su Vespa, haciéndole morisquetas a las monjas, tomando alcohol cada vez que puede, haciendo chistes a cada rato y hablando en un italiano que casi inevitablemente mueve a risa. Sin embargo, no todo en la película es Crowe, a pesar de ser el indiscutible protagonista en su duelo con lo demoníaco: la narración también quiere construir un drama familiar y personal, que va de la mano con un suspenso más directo y explícito. Es este segundo aspecto el más flojo, no solo porque acumula estereotipos trillados, sino también porque las actuaciones son sumamente mediocres. Lo cierto es que El exorcista del Papa no llega a resolver esa tensión entre parodia y seriedad, por lo que nunca termina de quedar claro dónde está parada o qué es lo que quiere contar realmente. ¿Es un drama sobre la fe y el perdón? ¿Es la historia de una familia buscando superar diversos traumas? ¿Es un relato de horror sobre posesión demoníaca? ¿Es una comedia disfrazada de thriller? Es quizás, un poco de todo eso y, a la vez, nada de eso, porque no va a fondo con ninguna de esas vertientes narrativas y estéticas. Eso la hace una película interesante y a la vez fallida, que evidencia ciertas limitaciones y desafíos que enfrentan algunas de sus expresiones genéricas en la actualidad.
El terror arribó a la sala a oscuras en Semana Santa, con el estreno de “El Exorcista del Papa”, ficción que se inspira en los hechos reales que recogen parte de la historia del exorcista jefe del Vaticano desde 1986, a quien se le atribuyen cerca de cien mil intervenciones. El corte autobiográfico llevado a cabo sobre la eminencia pretende imponerse en un film en donde traumáticas vivencias poseen peso específico a lo largo de la trama, basándose la misma en los libros publicados por el Padre Gabrielle Amorth. El resultado final será opacado por un mayúsculo ridículo. Incesante motivo de interés resulta para la gran pantalla la enésima mirada sobre un personaje acerca del cual se pronunciara William Friedkin, el eminente director de “El Exorcista”, quien estrenó en 2018 el documental “The Devil and Father Amorth”, narrando pormenores del noveno exorcismo realizado a una mujer por el reconocido hombre de fe italiano. Dirigida por Julius Avery, aquel que produjera “Overlord”, junto a J.J. Abrahams, el corte fantástico de endeble composición y algunas pinceladas de comedia resueltas de modos precario, priman en una obra ambientada en la España de los ’80. Más concretamente, en una abadía de San Sebastián. Allí, un demonio atrapado en el seno de una humilde familia amenaza con la tranquilidad imperante, requiriéndose los servicios del nativo de Módena. Proveyendo un equilibrio pobremente concebido, entre lo visceral y lo gráfico del horror, “El Exorcista del Papa” ejerce una metódica narrativa que nos hace partícipes más bien incómodos de la investigación que toma curso. El poco entusiasta film no tardará en salirse de control y dilapidar buen potencial. Un personaje con un carisma y un carácter muy particular, aquí cobra vida en la piel del ganador del Premio Oscar Russell Crowe, cuya versión actual se parece más y más a la de un veterano y obeso Orson Welles. La tentación lo confronta adquiriendo diversas formas: Satán se camufla tras la apariencia de un niño que escupe palabras pecaminosas, para luego mutar en curvilínea mujer. De un momento a otro, el se sale de carril cayendo en lo desmedido. Ni una aparición de la Virgen María (que la hay) podría salvarnos de semejante desproporción. El padre Amorth pareciera encarnar una versión impostada de Van Helsing. Blasfemia sería creer que esta película puede asustarnos. Crowe hace lo que al alcance encuentra para no perder del todo la fe en que sea posible resucitar a aquel fiable y taquillero actor de primera clase, aunque su carrera se haya hundido en el fango de la mediocridad durante la última década y media. Como parte de un género que no cesa en nutrir su historial con títulos de la clase de “Posesión Infernal”, “El Expediente Warren” o “La Luz del Diablo”, el presente film sigue la línea trazada en la más absoluta oscuridad por tales referentes, atiborrándose de efectos visuales, la mayoría de ellos más irrisorios que espeluznantes. Lejos de enmarcarse dentro del realismo e identificándose por fuera del canon que persigue una cinta de terror tradicional, “El Exorcista del Papa” resigna buenas intenciones, minuto a minuto, rumbo a un desenlace plagado de yerros. No obstante, y a pesar de hipotecar todo verosímil habido y por haber, nos ofrece una inédita mirada que el arte cinematográfico nos debía sobre uno de los personajes más singulares dentro de la iglesia católica.
Russell Crowe contra el demonio La presencia del actor de “Gladiador” en la figura del exorcista cambia la lógica de un relato de terror que, sin dejar de serlo, hace honor a la épica lucha del bien contra el mal del cine de acción. “Mi peor pesadilla es que Francia gane la copa del mundo” dice Russell Crowe en la piel de Gabriele Amorth. Un latiguillo propio de un héroe de acción y no de un enviado de Dios que busca exorcizar un cuerpo poseído. Es que si bien Crowe interpreta al exorcista en jefe del Vaticano -un hombre que existió realmente-, su presencia se devora la película. El tipo desafía al demonio convirtiendo la habitación del chico poseído en una suerte de cuadrilátero bíblico. La historia se remonta a un caso ocurrido en 1987 en España, específicamente en una abadía en Castilla. Una mujer (interpretada por Alex Essoe) y sus dos hijos adolescentes llegan al lugar después de la muerte del cabeza de familia. La mujer tiene la intención de restaurar la capilla y pasar unos días allí, pero su hijo Henry (Peter DeSouza-Feighoney) es poseído por un peligroso demonio. El Papa (el legendario Franco Nero), llama a Gabriele, un exorcista cuestionado que ha tenido un exorcismo fallido previamente, y lo envía al sitio. Pronto, el padre descubre una conspiración que ha sido encubierta desesperadamente por el Vaticano durante siglos. El exorcista del Papa (The Pope's Exorcist, 2023) no es comparable con el clásico de William Friedkin ni con las innumerables producciones que le siguieron, aunque comparta su estructura narrativa. Se asemeja más a películas del estilo de El día final (End of Days, 1999), donde Arnold Schwarzenegger se enfrenta al mismísimo demonio, destacando al héroe de acción en medio de una trama de terror. Hay que decir que la película es sumamente entretenida y jamás se toma mucho en serio a sí misma. Los anclajes históricos son al menos ridículos (“La inquisición fue obra del Diablo”, mencionan en un momento) y las situaciones propias de un film de terror ceden terreno ante una batalla apocalíptica entre representantes de Dios y del Diablo. Ni más ni menos. Ingredientes del cine de acción y fantasía se imponen en una película en la que Russell Crowe comanda el reparto con un personaje orgulloso y carismático que exorciza sus culpas para salvar a los demás y no al revés. El caso importa menos que la construcción del personaje protagonista, pensado como un superhéroe surgido del mismísimo Vaticano.
Una rareza de la filmografía de Russell Crowe que representa su primera incursión en el género de terror clase B. Su presencia en esta producción es un poco desconcertante pero terminó por hacer llevadero un espectáculo que padece el desgaste y la falta de creatividad que solemos encontrar en esta temática. La trama está inspirada en las experiencias reales del sacerdote Gabriele Amorth, quien manifestó haber practicado cerca de 160 mil exorcismos entre los años ´80 y el 2010. Un experto en demonología y fundador de la Asociación Internacional de Exorcistas que además sobresalió como una figura muy controversial dentro de la Iglesia Católíca. Alineado con las ideologías de derecha más conservadoras Amorth expresó públicamente numerosos disparates absurdos que retrataban su mentalidad arcaica y decadente. Entre ellos el hecho que la práctica de yoga y la lectura de libros de Harry Potter conducen al mal por estar vinculadas al satanismo. Siempre me pregunté qué hubiera pensado el sacerdote si tomaba contacto con un tomo de la saga Drangonlance o los cuentos de Conan. Probablemente los hubiera mandado a la hoguera. Afortunadamente la composición de Crowe y la película de Julius Avery no se toma en serio a Amorth quien en esta propuesta terminó convertido en el Jack Sparrow de los exorcistas del cine. Un gancho muy atractivo porque va a contramano de los clásicos clones trillados del Padre Merryn de la obra maestra de William Friedkin. En este relato Russell encarna a un exorcista excéntrico que le encanta chupar wisky se pelea con los jerarcas del Vaticano, conduce una moto Vespa y bardea a los demonios que enfrenta a través del sarcasmo. Ese perfil del personaje termina por hacer llevadera una propuesta cuyo conflicto se estanca en los lugares comunes que solemos encontrar en estas historias. Avery, quien fue responsable de la sólida Overkill y hace poco dirigió a Stallone en Samaritan en esta película le pintó la vagancia y su narración se rinde a los lugares comunes que suelen presentar las propuestas de posesiones demoníacas. Las típicas escenas robo de El exorcista son abundantes y más que una obra de terror este estreno se encamina por el terreno del thriller sobrenatural. No hay ninguna escena remotamente aterradora y al cuento previsible que desarrolla lo salva un muy buen reparto que contribuye a que el espectáculo al menos sea un poco más entretenido. Un hallazgo notable el casting del joven Peter DeSouza-Feighoney quien encarna la mejor víctima de posesión que vimos en el último tiempo. El elenco incluye también al Gran Franco Nero en el rol del Papa quien comparte una simpática escena junto a Crowe. Los efectos especiales dentro de todo son decentes y la película está bastante cuidada en esos aspectos. Aunque es una propuesta que se borra de la mente enseguida al menos se deja ver y no se padece tanto como otros estrenos recientes que abordaron los mismos conflictos.
Mi nombre es blasfemia El actor neozelandés/ australiano Russell Crowe, quien saltase a la fama con Los Ángeles al Desnudo (L.A. Confidential, 1997), de Curtis Hanson, El Informante (The Insider, 1999), de Michael Mann, y Gladiador (Gladiator, 2000), de Ridley Scott, y de hecho disfrutase de un período de bonanza artística y comercial caracterizado fundamentalmente por sus otras colaboraciones con Scott, léase Un Buen Año (A Good Year, 2006), Gánster Americano (American Gangster, 2007), Red de Mentiras (Body of Lies, 2008) y Robin Hood (2010), desde hace unos añitos está de capa caída como lo demuestran su segunda obra ficcional como director, la lamentable Juego Perfecto (Poker Face, 2022), y trabajos interpretativos varios que lo tuvieron como actor de reparto o simplemente deslucido, popurrí reciente que va desde la interesante en serio Corazón Borrado (Boy Erased, 2018), de Joel Edgerton, y las pasables Fuera de Control (Unhinged, 2020), opus de Derrick Borte, y La Verdadera Historia de la Pandilla Kelly (True History of the Kelly Gang, 2019), de Justin Kurzel, pasa por las anodinas Operación Cerveza (The Greatest Beer Run Ever, 2022), de Peter Farrelly, y Máquina de Guerra (War Machine, 2017), de David Michôd, y llega a bodrios de la talla de Prizefighter: La Vida de Jem Belcher (Prizefighter: The Life of Jem Belcher, 2022), de Daniel Graham, Thor: Amor y Trueno (Thor: Love and Thunder, 2022), de Taika Waititi, y La Momia (The Mummy, 2017), epopeya fallida de Alex Kurtzman y uno de esos “cuasi fracasos” del tremendo Tom Cruise, casi siempre un imán para el éxito rotundo en taquilla. Como no podía ser de otra forma tratándose del edadismo paradigmático de Hollywood y de su histórica discriminación hacia personajes siempre controversiales como Crowe, cuya fama de peleador de pocas pulgas lo antecede, hoy Russell sella su condición de “actor en decadencia” a ojos del mainstream participando en un exploitation sobrenatural berretón alrededor de un personaje muy pero muy desconcertante, el Padre Gabriele Amorth (1925-2016), un cura y demonólogo italiano que ofició de exorcista bajo el amparo formal de la Diócesis de Roma entre 1986 y 2000 al punto de supuestamente haber luchado contra los secuaces de Mefistófeles en miles y miles de ocasiones, un derrotero hiper colorido que quedó registrado en El Diablo y el Padre Amorth (The Devil and Father Amorth, 2017), aquel polémico documental de William Friedkin, y sobre todo en dos libros de memorias, Un Exorcista Cuenta su Historia (An Exorcist Tells His Story, 1999) y Un Exorcista: Más Historias (An Exorcist: More Stories, 2002), trabajos que fueron traducidos del italiano al inglés y de hecho se transformaron en la base de la odisea que nos ocupa, El Exorcista del Papa (The Pope’s Exorcist, 2023), bizarreada mediocre aunque relativamente atractiva que fue escrita por Michael Petroni y Evan Spiliotopoulos y dirigida por el australiano Julius Avery, aquel de las muy erráticas Hijo del Crimen (Son of a Gun, 2014), una heist movie, Operación Overlord (Overlord, 2018), cruza de terror y belicismo, y Némesis (Samaritan, 2022), obra de superhéroes que fue protagonizada por nada menos que Sylvester Stallone. Con semejante título no hay mucho para aclarar más allá del caso en sí, en esta oportunidad la posesión de un purrete llamado Henry (Peter DeSouza-Feighoney), quien se mudó hace poco a una abadía española junto con su madre Julia (Alex Essoe) y su hermana púber y rebelde Amy (Laurel Marsden), porque heredaron el inmueble luego del fallecimiento del padre en un accidente automovilístico en el que también estuvo presente el mocoso, hoy mudo por el trauma. El Amorth de Crowe, un sacerdote controvertido que inspira el apoyo del Obispo Lumumba (Cornell John) y las arremetidas del escéptico Cardenal Sullivan (Ryan O’Grady), recibe de boca del propio Papa (un genial Franco Nero) el encargo de ocuparse del asuntillo en España y por ello se traslada hasta allí en su hilarante motocicleta tipo Vespa para enfrentarse a uno de los demonios/ ángeles caídos al servicio de Belcebú, un tal Asmodeus que gusta de blasfemar y desestabilizar a todos a su alrededor ventilando sus pecados más dolorosos, dando lugar a otro episodio de purificación espiritual símil El Exorcista (The Exorcist, 1973), del iconoclasta Friedkin, aunque ahora con la ayuda de un cura vernáculo, el bisoño Padre Esquibel (Daniel Zovatto). La versión hollywoodense de Gabriele resulta muy trash porque es una mixtura lunática de superhéroe de los exorcismos, religioso ultra jodón y borrachín, antihéroe romántico con pasado como partisano durante la Segunda Guerra Mundial y algo así como una especie de investigador paranormal que es resistido por una parte de la comunidad e institución a la que pertenece, la Iglesia Católica. Durante buena parte del metraje Avery mantiene el interés combinando toda la parafernalia sobrenatural estándar de Hollywood, escenas de suspenso relativamente bien ejecutadas y algo de desarrollo de personajes que complementa la estampa y el enorme carisma escénico del amigo Russell, mejunje que incluye un misterio espectral pirotécnico a lo El Conjuro (The Conjuring, 2013), el opus de James Wan, la infaltable conspiración en las altas esferas institucionales símil El Código Da Vinci (The Da Vinci Code, 2006), de Ron Howard, un acoso surrealista y siempre sarcástico semejante al promedio de Freddy Krueger (Robert Englund) de Pesadilla en lo Profundo de la Noche (A Nightmare on Elm Street, 1984), de Wes Craven, algo de la faceta arqueológica del Indiana Jones (Harrison Ford) de la querida Los Cazadores del Arca Perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981), de Steven Spielberg, e incluso una fuerza malévola despertada por accidente que se parece a sus homólogas de la Trilogía de las Puertas del Infierno del recordado Lucio Fulci, léase Miedo en la Ciudad de los Muertos Vivientes (Paura nella Città dei Morti Viventi, 1980), El Más Allá (E tu Vivrai nel Terrore! L’Aldilà, 1981) y La Casa Cercana al Cementerio (Quella Villa Accanto al Cimitero, 1981). No obstante el tramo final de El Exorcista del Papa es honestamente malísimo, donde se acumula la pompa visual y anímica inflada de hoy en día al extremo de destrozar todo verosímil o sutileza construido con anterioridad, y además el film en sí es bastante contradictorio, a la vez hablando de abuso sexual y encubrimiento intra iglesia y echándole la culpa al Diablo de los arrestos, las torturas y los asesinatos de la Inquisición a puro desvarío posmoderno del enclave anglosajón. Si bien se agradece un mínimo conflicto entre misticismo y cinismo social, un ritmo vigoroso, algunas tetas efímeras, el buen trabajo en maquillaje, la eficaz música de Jed Kurzel, el hecho de evitarnos la incredulidad dentro de la parentela de Henry y por supuesto la inestimable presencia de Nero y Crowe, un par de profesionales de hierro que sin esforzarse demasiado consiguen transmitir su sapiencia actoral, la película en su conjunto no logra salir de la medianía cualitativa, nos bombardea progresivamente con un CGI cada vez más y más risible y en última instancia resulta muy delirante, estereotipada, derivativa y por momentos hasta melosa y sin dudas tontuela, algo que ese desenlace abierto marca registrada -cual promesa de franquicia- parece confirmar…
Julius Avery («Overlord», «Samaritan») nos trae un relato de horror donde el exorcista enviado por el Vaticano deberá rescatar a una desprotegida familia de las garras de un terrible demonio. Las películas de exorcismos tienen la difícil tarea de afrontar una inevitable comparación con el film más destacado del estilo y el que dio paso a una explotación de esta especie de rituales. Por supuesto que estamos hablando del largometraje dirigido por William Friedkin titulado «El Exorcista» («The Exorcist») de 1973. Aquella obra protagonizada por Max Von Sydow y Linda Blair, es considerada una de las grandes obras maestras del terror y fue realmente un relato que dio bastante que hablar. Algunas temáticas y recursos que propuso el opus de Firedkin, siguen moldeando la gran cantidad de películas que buscan incursionar en este subgénero (un cura que pone en duda su fe por algunos infortunios del pasado, niños acechados por demonios, levitaciones, voces guturales, familiares escépticos que empiezan a buscar cualquier alternativa para salvar a sus hijos, etc.). «El Exorcista del Papa» no se aleja de los arquetipos del género, es más, podríamos decir que usa casi todos, y nos brinda un entretenimiento sin demasiadas pretensiones que goza de unos cuantos buenos momentos y de un comprometido Russell Crowe como protagonista (aunque con un acento algo extraño, digamos todo). La película se basa libremente en la figura de Gabriele Amorth (Crowe), un sacerdote que ejerció como el exorcista principal del Vaticano, realizando más de cien mil exorcismos a lo largo de toda su vida. Amorth es llamado para investigar el caso de una posible posesión de un chico llamado Henry (Peter DeSouza-Feighoney), quien se mudó hace poco a una abadía española junto con su madre Julia (Alex Essoe) y su hermana Amy (Laurel Marsden). Dicha familia viene de vivir la trágica muerte del padre de la misma en un accidente de tránsito. Amorth, que tiene un look bastante aggiornado y una actitud más de rockstar que de sacerdote, conduce su Vespa hasta la abadía española para intentar rescatar a esta pobre familia que comienza a ser acechada por una maligna entidad. Como es de esperar el film parece tomar nota de lo que hicieron bien tanto la película de Friedkin como «El Conjuro» (2013) para agregarle todavía más acción al asunto y hacer del padre Grabiele una especie de superhéroe eclesiástico que tiene que salvar al mundo de un poderoso demonio. Avery desarrolla con pericia las escenas de suspenso y las mezcla con unas secuencias casi de acción donde abunda el CGI (por momentos muy bueno y por momentos algo cuestionable) para brindar un entretenimiento pochoclero que parece no tomarse demasiado en serio a sí mismo. Se puede percibir que Russell Crowe se divirtió componiendo a este personaje, ya que le dota cierta distinción al personaje gracias a su carisma e histrionismo. «El Exorcista del Papa» probablemente no gane puntos por originalidad en la historia que busca contar, pero se destaca por su protagonista y por una acertada visión del director en su forma de aproximarse al relato. Es difícil imaginar el universo que sugiere y busca desarrollar sobre el final aunque teniendo en cuenta las escasas ideas que hay en Hollywood no solo es factible sino esperable.