Un fiscal descubre que cuando la prensa, el empresariado y la política se complotan, sólo se los puede combatir desde adentro con la ayuda de un infiltrado. Lo que lo deja sin más alternativa que asociarse con un gangster sediento de venganza. Los hilos del titiritero: el infiltradoWoo Jang-hoon es un fiscal dedicado e inteligente, pero por sobre todo lo guía una ética intachable que lo vuelve implacable en su búsqueda de justicia. Sin embargo por venir de un origen humilde todo eso no le alcanza para avanzar en una carrera donde los contactos son indispensables para conseguir el ascenso que tanto desea y ve la oportunidad de hacerse un nombre desenmascarando al principal candidato a presidente, de quien motivos serios para dudar de su honestidad. Casi por casualidad durante su investigación descubre los planes de venganza que un gangster caído en desgracia está preparando contra sus antiguos jefes, al que comienza a perseguir para convencerlo de trabajar juntos. Lo que comienza como un caso simple de malversación de fondos lleva a un entramado de poder oculto guiado desde las sombras por el editor del medio más influyente del país y el jefe de un gigantesco conglomerado de empresas para digitar el resultado de las elecciones, garantizando que el único candidato a presidente viable sea uno de sus títeres. Quizás en Corea suena mucho más fantasioso. Sin lugar para los santos: El Infiltrado (cuyo nombre internacional es Inside Men) está basado en un popular cómic coreano y además de mostrar cómo la corrupción política sólo funciona aliada con la privada, también nos da una mirada a una sociedad donde las castas sociales parecen ser tan o más importantes que el mérito o el dinero, dejando claro que de nada sirve ser el mejor sin los aliados indicados que abran puertas, aliados que rara vez sacan el llavero sin esperar recibir algo a cambio en el futuro. Sin desviarse nunca del eje principal, la trama avanza con varios giros provocados por traiciones y contraataques que reviven el conflicto cada vez que parece estar a punto de resolverse, gracias a dos antagonistas implacables que cuando se defienden ponen contra las cuerdas a los protagonistas y logrando hacernos dudar sobre quién resultará victorioso en vez de pronosticar un final feliz desde el principio como suele pasar con otras producciones del género. Eso se debe también en parte a que hasta el que más se acerca a ser el héroe de la historia tiene algunos motivos egoístas para lo que hace y no le cuesta demasiado manipular o poner en riesgo a otros para avanzar con su investigación. Él no parece ser consciente de la contradicción o al menos no le preocupa tanto como para dejar de menospreciar desde una postura de superioridad moral a su aliado, a quien sin ser alguien intachable ni demasiado astuto, se comporta de una forma bastante leal hacia la gente que le importa, por lo que en varios momentos genera más empatía y nos hace desear que logre salirse con la suya. Conclusión: El principal atractivo de El Infiltrado es claramente un guión sólido y bien interpretado, que aunque no propone nada revolucionario ni desde lo visual ni desde la historia, está realizada con el suficiente nivel como para tener éxito manteniendo la atención y un buen ritmo durante dos horas.
En El Infiltrado, Bryan Cranston (Walter White de Breaking Bad) se pasa al bando de los buenos e interpreta a Robert Mazur, un agente encubierto que en la década de los 80 contribuyó a la encarcelación de algunos de los miembros más importantes de la organización criminal liderada por Pablo Escobar. ¿Como lo hizo? Utilizando el seudónimo de Bob Musella, fue ganándose la confianza de los más poderosos criminales hasta convertirse en uno de los hombres clave para el lavado de dinero proveniente del narcotráfico. Dicho así, parece pan comido, pero todos sabemos bien que nadie sale inmaculado del oscuro y violento mundo criminal. El Infiltrado es un thriller/policial muy convencional. En honor a la verdad, hay que admitir que las tramas que presentan agentes encubiertos y narcotraficantes, suelen ser bastante predecibles. Si bien esta no es la excepción, gracias a una solida dirección y a la excepcional capacidad interpretativa de Cranston, la película logra destacarse (un poco) entre la enorme cantidad de propuestas similares. Pero vayamos por partes. La ejecución de Brad Furman se encarga de que el metraje fluya con un ritmo muy dinámico; Sin embargo, cuando las circunstancias lo requieren, se toma el tiempo para construir buenos climas de tensión y dramatismo. Con ayuda de una colorida fotografía, la banda sonora y una detallada puesta en escena, la recreación de la época, la vibra de la estética ochentosa, está muy bien lograda. Como no podía ser de otra manera, Bryan “Dios” Cranston nos regala una actuación increíble. Creo que todos estamos de acuerdo en que si existe un actor capaz de interpretar personajes conflictuados y con doble identidad, ese es el querido Bryan ¿no?. Este papel le calza justo. Con su tremenda habilidad para hablar con la mirada, humaniza y vuelve sumamente creíble a su Robert Mazur, alias Bob Musella. El resto del elenco, compuesto por Diane Kruger, Benjamin Bratt y muchos otros, acompaña con actuaciones correctas, pero se destaca especialmente John Leguizamo, quien ofrece una interpretación muy potente. Sin duda, el aspecto más flojo de El Infiltrado es el guión de Ellen Sue Brown, basado en la autobiografía de Mazur. El desarrollo de la trama es muy superficial. Tanto el conflicto nodal de la película, como la relación que se construye entre dos de los personajes principales -que se supone que debe ampliar el sentido de la trama- está muy poco profundizado. Esto le quita poder dramático a ciertas secuencias que, si bien son significativas, podrían haber alcanzado otro grado de intensidad. Conclusión: Si bien El Infiltrado se atiene a las convenciones del género y tiene un desarrollo de la trama un tanto superficial, no deja de ser una propuesta entretenida. Potenciada y respaldada por una correcta ejecución y un elenco de lujo, en el que sobresalen Cranston y Leguizamo.
Conocido mix de mafiosos, narcos y banqueros. A mediados de los años 80, en plena eclosión del tráfico de cocaína colombiana en Estados Unidos, mientras seguía el hilo del cartel de Roberto Escobar la DEA dio con una red hipermillonaria de lavado de dinero, que llevó a descubrir que un banco panameño había tomado posesión ilegal del First American Bank de Washington. Con Bryan “Walter White” Cranston en el papel del agente a cargo de la investigación y un amplio elenco repartiéndose los roles de narcos, sicarios, agentes y resbalosos personajes de la banca, El infiltrado narra esa historia, echando mano de todas las películas de mafiosos, infiltrados y estafadores habidas y por haber. Es como si la propia película se infiltrara en otras para robarles, mimetizada con ellas. Con bigotes y una “biaba” importante en el pelo (que no es parte del disfraz, sino del personaje), Cranston es Robert Mazur, agente de la DEA y padre de familia, que para cumplir con el operativo adopta la personalidad de un financista llamado Bob Musella. Por indicación de su superior (Amy Ryan, una tipa bastante jodida, no queda muy claro por qué), se le suma el agente latino Emir Abreu. Lo cual es una muy buena noticia, ya que lo interpreta el gran John Leguizamo, quien deberá servir como “facilitador” ante colombianos y panameños. Uno de estos es un narco gay que viste como Eduardo Bergara Leumann (todo de blanco, con sombrero aludo y chal) y siguiendo la línea se llega hasta los hombres de confianza del mismísimo Escobar. Por algún motivo aparece la tía de Cranston (Olimpia Dukakis) y, para introducir la posibilidad del triángulo amoroso, una falsa prometida (la rubia Diane Kruger, equivalente de la Michelle Pfeiffer de Scarface). Acá es al cuete, porque Mazur es un señor tan fiel a la patrona que ni cuando necesita ganarse la confianza de los narcos acepta los regalos sexuales que éstos le hacen, arriesgándose a que los tipos se ofendan. Cosa que no hacen porque el guion se los impide, nomás. Desde ya que hay “préstamos” de las películas de Scorsese (no podía faltar la secuencia de montaje acelerado del conteo de billetes), un montaje alterno estilo El padrino y un largo plano secuencia también como en Scorsese. Disfraces y vestuario de época como en La gran estafa americana y algún tiroteo operístico como en Scarface. El director, Brad Furman, tiene una película previa llamada The Lincoln Lawyer (2011), que a algunos les había gustado. El guión de ésta lo escribió… su mamá, la señora Ellen Brown Furman. Debe ser un caso único.
Bryan Cranston en un thriller correcto Si bien ya tiene 60 años y tres décadas de trayectoria, Bryan Cranston nunca pasó de ser un actor de TV o un digno secundario en cine. Hasta que llegó el fenómeno de su Walter White en Breaking Bad, probablemente la mejor serie de todos los tiempos, y se convirtió en una celebridad. Por suerte, los productores se dieron cuenta de que podía enaltecer cualquier proyecto y eso es precisamente lo que ocurre con El infiltrado, correcto thriller que él eleva a una categoría, a una dimensión superior. En El infiltrado, Cranston también interpreta a un tipo común que por circunstancias extraordinarias se convierte en una pieza clave del narcotráfico, aunque -claro- en tiempos, lugares y situaciones muy diferentes. Inspirado en un personaje real, el actor encarna a Robert Mazur, un agente encubierto que -con el nombre de Robert Musella- se infiltró en 1986 en la intrincada red (ingreso y comercialización de drogas en los Estados Unidos, corrupción y lavado de dinero con bancos panameños con tentáculos en todo el mundo) cuya cabeza no era otro que Pablo Escobar. Brad Furman (Culpable o inocente) dirigió con indudable oficio y convicción un guion correcto (¡lo escribió su madre!) que contó no sólo con el aporte decisivo de Cranston, sino también con buenos intérpretes en papeles secundarios: desde los de origen latino como John Leguizamo, Benjamin Bratt y Elena Anaya hasta la alemana Diane Kruger o la mítica Olympia Dukakis. Aunque no funciona con igual eficacia en todos los niveles (es bastante pobre la descripción de la dinámica familiar de Mazur cada vez que vuelve al hogar luego de coquetear con el lujo ostentoso de los carteles colombianos), El infiltrado es un atractivo thriller "basado en hechos reales", subgénero que Hollywood no para de alimentar (hace pocos días se estrenó la más cómica Amigos de armas), en el que se luce también la reconstrucción de época. Es que la película alcanza a transmitir sin apelar a demasiados lugares comunes las contradicciones entre los excesos de la década de 1980 (sobre todo en el estado de Florida) y el conservadurismo propio de la administración de Ronald Reagan. El infiltrado no es una película particularmente innovadora, pero aunque sea subsidiaria de Scarface, Donnie Brasco, Miami Vice, Narcos y decenas de films y series no deja de ser un producto noble y atrapante. Y con el plus no menor de tener al frente a ese actor magnético, inteligente y multifacético que es Bryan Cranston.
Lavando y sufriendo Bryan Cranston es el agente que se jugó la vida para apresar al cartel de Medellín en este potente drama. La historia es real, aunque por momentos parezca surgida la de la más afiebrada mente de un guionista alucinado. Robert Mazur fue un agente encubierto, que en los años ‘80 se hizo pasar como un lavador de dinero que provenía de los carteles de la droga, para atrapar a los cabecillas del Cartel de Medellín, que regenteaba el colombiano Pablo Escobar. La película de Brad Furman (Culpable o inocente, con Matthew McConaughey) se estructura en ese medio tan peligroso y resbaladizo -el del tráfico de estupefacientes-, pero también en otro igualmente escurridizo como es el del personaje que asume una doble identidad. Porque Mazur no es, no fue, el típico agente que el cine y la televisión estadounidense nos ha venido mostrando. Es audaz, sí, pero es un esposo amante y padre de familia, no la pasa bien en medio de las fiestas de mujeres y cocaína, no se deja sobornar ni pisa el palito. Lo que a veces le cuesta a Mazur es no creerse demasiado en serio ser Bob Muzella, el lavador. Mazur advierte que más que ir tras la droga, deberían buscar dónde está el dinero que se mueve en ese mercado. De allí el plan y, también el resultado por todos conocido. Cuánto hay de hechos y cuánto de ficción habría que preguntárselo a Mazur, o a la madre del director, Ellen Brown Furman, que ofició de guionista. Pero las situaciones por las que atravesó el agente federal parecen brotar de una fuente inagotable de obstáculos y contrariedades varias. Desde inventarse una novia con la que está comprometido para zafar de tener sexo con una prostituta regalada por los narcos, para no ser infiel a su esposa, a pasar un “casting” en el que podría ganarse una bala en la cabeza. Bryan Cranston es conocido por su personaje en Breaking Bad. De fabricante de metanfetamina pasa aquí a combatir en la guerra con la droga. Pero Cranston (60) ha sabido cambiar de personajes arquetípicos como de vestuario (y además de esos raros peinados nuevos), ya en la ganadora del Oscar Argo como en la última Godzilla o en Trumbo (y será el tetrapléjico de la versión hollywoodense de Amigos intocables). Su cambio de registro es admirable, y ayuda a que la tensión constante sea cada vez más agobiadora. No está solo en ello, ya que John Leguizamo (su compañero), Diane Kruger (su falsa novia) y una irreconocible Amy Ryan como su jefa corren parejo en este filme que combina drama, crimen y thriller en medidas sumamente justas.
El infiltrado es otra producción que se suma a este resurgimiento que tuvo en estos últimos años la figura del narco Pablo Escobar en el cine y la televisión. En esta oportunidad se trata de la historia del agente federal Robert Mazur, interpretado por Bryan Cranston, quien se infiltró en el mundo del narcotráfico para desbaratar una red de lavado de dinero que integraban asociados de Escobar. Un relato que al espectador más cinéfilo le puede traer al recuerdo el caso del policía Donnie Brasco, quien tuvo una misión similar dentro de la Mafia italiana, y cuya historia se retrató en una gran película con Johnny Deep y Al Pacino a fines de los años ´90. Las historias de Mazur y Brasco tienen algunas similitudes en cuanto a las experiencias difíciles que vivieron los protagonistas, pero en el cine el tratamiento de estos hechos reales tuvieron enfoques muy diferentes. El director Brad Furman, quien brindó un buen thriller en Culpable o inocente, con Matthew McConaughey, en este caso presenta un drama policial bastante convencional que se deja ver gracias al trabajo del reparto. Las interpretaciones de Bryan Cranston y John Leguisamo especialmente son los principales atractivos de este film que nunca logra generar un gran entusiasmo por el conflicto que se narra. La historia ni siquiera se centra en Pablo Escobar, quien tiene un breve rol en estos hechos, sino en cómo el gobierno norteamericano intentó acabar con los asociados del famoso narcotraficante. Con El infiltrado sucede algo similar a lo que ocurrió con Pacto criminal, el último film de Johnny Deep. La historia del mafioso Whitey Bulger tenía un elenco excepcional pero la historia que se narraba era una biografía convencional que no generaba ningún entusiasmo. Esa es la gran debilidad del trabajo del director Furman, quien aprovechó muy bien a los actores que integraron el reparto, pero no consiguió hacer nada interesante con el tema que trabaja la historia. Si bien Bryan Cranston está muy bien en el rol del agente federal, el film termina por caer en el tedio debido a la falta de suspenso con el que se abordó la labor de los agentes encubiertos y el narcotráfico. Tal vez en un documental del canal A&E la historia real es más interesante, pero en una recreación ficticia para el cine el caso de Richard Mazur no tiene ningún atractivo. Al meno dentro del género policial es una propuesta que quedará en el olvido.
EN EL CORAZÓN DEL PODER NARCO Basada en la historia real de un agente encubierto, Robert Mazur que se transformó en Robert Musella y que llego a poner en evidencia la corrupción bancaria que sostenía con el blanqueamiento de enormes sumas de dinero, el poderío de Pablo Escobar. La película funciona parcialmente. Tiene momentos durísimos para mostrar hasta donde puede llegar la crueldad y perversión de esos narcos, dueños de la vida y de la muerte, acierta en mostrar constantemente lo fácil y tentador que resulta pasar al otro lado a pesar del peligro. Por otro lado pasa casi por alto la historia de la vida “normal” del agente hasta casi esquematizarla y sin poner de relieve el real peligro que corrían. Brian Cranston, como en “Breaking bad”, pero al revés, muestra esa ambivalencia, su actuación es potente, bien secundado por John Leguizamo y por Diane Kruger. El suspenso es sostenido y resulta entretenida para el espectador.
De mafiosos y narcos En la década del 80 un hombre logró mezclarse en el círculo de grandes criminales del mundo de la droga. El experimentado agente Robert Mazur (Bryan Cranston) con el alias de Bob Musella se mete en el mundo del lavado de dinero proveniente del narcotráfico y escalará hasta ganarse la confianza de todos aunque no está solo. Por un lado su compañero colombiano Emir Abreu (John Leguizamo) quien conoce las calles como nadie; por el otro a la agente novata Kathy Ertz (Diane Kruger), que deberá hacerse pasar por la prometida de Bob. Una operación que no será nada sencilla ya que la cadena llega hasta el mismísimo Pablo Escobar. El infiltrado es una película que arranca con una muy buena presentación del protagonista y se desarrolla con agilidad durante su primera hora pero que se vuelve algo densa cuando se aproxima el momento en que la operación puede ser un éxito o un fracaso. La recreación de época es una de las cosas mejor logradas, acompañadas por la fotografía y un gran soundtrack. Las actuaciones son el punto fuerte, un Bryan Cranston que convence y demuestra que a pesar del gran trabajo que hizo en Trumbo (2015) y le valió una nominación al Oscar, los personajes con oscuridad son los que mejor le sientan, crucial la escena donde por primera vez siente tambalear su deber. También hay que mencionar a Benjamin Bratt como Roberto Alcaino, uno de los miembros más importantes de la organización de Pablo Escobar y vemos cómo se fue volviendo cercano a Mazur/Musella a punto tal de considerarlo parte de su familia, uno de los códigos más importantes en las asociaciones delictivas. El infiltrado, aún con su toque hollywoodense, se acerca más a lo que sería el trabajo de un verdadero agente, el riesgo que corre su vida y la de los que lo rodean y cómo debe sacrificar casi todo lo que tiene para llevar una doble vida. El verdadero Robert Mazur fue consultor de la película División Miami (Miami Vice, 2006), remake de la popular serie de los 80. Luego de eso escribió el libro contando su historia y según dice en su página web se mostró muy contento con el desarrollo de la película y con Bryan Cranston como protagonista. Hoy vive en la clandestinidad ya que sobre él pesan amenazas de muerte de diversos carteles colombianos. En YouTube se pueden encontrar algunas entrevistas que ofreció a la televisión estadounidense donde no se lo muestra sino que se ve su silueta.
Relaciones peligrosas El Infiltrado es una película basada en hechos reales, puntualmente en la vida de Robert Mazur encarnado por el fantástico Bryan Cranston (Breaking Bad) como agente encubierto, quien en la década de los 80, atrapó a diferentes narcotraficantes asociados a Pablo Escobar. ¿Cómo lo hizo? Adoptó la identidad de Robert Musella, y trabajando conjuntamente a su compañero de operaciones (Leguizamo), logró llegar a fuentes y pequeños enlaces, que luego lo acercarían a poderosas figuras del mundo de la droga, tanto en Estados Unidos, Panamá, y Europa; todas dependientes del capo narco colombiano. De esta forma, el film muestra inicialmente el trabajo de Mazur en operaciones locales, para luego dar el salto e involucrarse en una investigación, a la vez que debe convivir con su doble identidad, y mantener su vida y vínculos familiares a salvo. En El infiltrado, la labor actoral de Cranston es impecable, ya que debe afrontar situaciones que van desde salidas lujosas y excesos varios, pasando por tener que ir a ciegas, a conocer -y ser aceptado- por uno de los líderes locales del narcotráfico, mostrándose por momentos como un hombre abatido, por otros como el ser más exitoso y seguro del mundo, o bien siendo un miserable en un bar. El punto más flojo del film, sin lugar a dudas, es el guión -escrito por la madre de Furman- ya que resulta predecible, y por momentos le quita fuerza a un relato que pudo haber tenido muchos más momentos de tensión, la cual se sostiene principalmente por el desempeño, no sólo de la dupla protagónica, sino también de Benjamin Bratt, Diane Kruger y Elena Anaya (La Piel que Habito). Si bien El infiltrado no se destaca más que otras películas que exhiben temáticas similares, las actuaciones de Cranston y Leguizamo realmente hacen la diferencia. Además, el film propone cierta reflexión en torno al rol del Estado y de los distintos gobiernos, así como de los Bancos -recordemos que esta operación llevó al colapso al Banco de Crédito y Comercio Internacional- al servicio del narcotráfico, como negocio necesario y fundamental para la economía mundial.
Cuando interpretar se torna una constante, se decanta que las realidades se confundirán tarde o temprano. The Infiltrator es un relato policial, a su vez verídico y resonante en los tardíos años 80, que bien vale la pena el análisis, mas como film esconde en un trasfondo una lección inherente al cine desde hace más de un siglo: la identificación.
El cine policial tiene un subgénero no asumido pero con grandes exponentes: el de infiltrados. De Serpico (1973) a Asuntos Infernales (Infernal Affairs, 2002) y su remake estadounidense, Los Infiltrados (The Departed, 2006), pasando por Cruising (1980), Punto Límite ((Point Break, 1991) y Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), las películas con policías o agentes mezclados entre los criminales a los que deben atrapar son garantía de tensión, suspenso y dilemas morales. ¿Y si el protagonista es descubierto? ¿Y si el villano no es tan perverso y el héroe puede cometer atrocidades en nombre de la justicia? Cuando estas historias se basan en hechos reales, el interés aumenta, como en El Infiltrado (The Infiltrator, 2016) A mediados de los ’80, Robert Mazur (Bryan Cranston), un agente que trabaja como encubierto, descubre una posibilidad dorada de golpear duro al narcotráfico en los Estados Unidos: en vez de ir por el lado de la distribución de drogas, la clave será llegar a los narcotraficantes mediante la ruta del dinero. Entonces se hace pasar por Robert Musella, un funcionario de aduanas. Pronto, a fuerza de contactos y movimientos estratégicos, accederá a las figuras más decisivas (y más corruptas). Pero a medida que se aproxima al fuego, los riesgos de quemarse resultan aún mayores. Inevitable sentir eso cuando aparece en el horizonte un nombre de la talla de Pablo Escobar. Siguiendo la rutina de esta clase de films, el protagonista se compromete con su trabajo, al punto de incurrir en algunas conductas extremas para que los criminales no sospechen de él. También queda en evidencia que así como “malos” pueden tener códigos y corazón (en especial, cuando se trata de la familia), los “buenos” comienzan a sentir que son devorados por su peligroso entorno y por sus propias falsas personalidades. El director Brad Furman, especialista en largometrajes con personajes sobreviviendo en ambientes hostiles –Apuesta Máxima (Runner Runner, 2013)-, sabe darle pulso a las secuencias más intensas y a las explosiones de violencia. Más de un detalle (las dualidades, algunos asesinatos, el uso de la música) remite al estilo de Scorsese, ya erigido como el faro de esta clase de relatos, sin llegar ni a la cita descarada ni al nivel de genialidad del director de Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) y Casino (1995). Aunque muchos lo seguirán recordando como Walter White / Heisenberg en Breaking Bad, Bryan Cranston supo consolidarse como actor y despegarse de la serie; su nominación al Oscar por interpretar al guionista Dalton Trumbo en Regreso con Gloria (Trumbo, 2015) es la mejor muestra. El Infiltrado le permite volver, un rato, a un universo como el de BB, ahora del lado correcto de la ley: Mazur / Musella un hombre recto, afable, familiero, pero que no duda en arriesgarse con tal de cumplir su misión. Cranston hace suyo el rol y se carga la película al hombro. A su alrededor, un sólido elenco secundario, donde se destacan John Leguizamo en el papel de un oficial ya habituado a desempeñarse de manera encubierta, llegando a provocar las dudas de sus propios colegas, y un imperdible Yul Vazquez componiendo a un traficante bisexual evitando los clichés. Mención especial para Olympia Dukakis, que descontractura sus escenas gracias a su carisma. El Infiltrado no será recordado como uno de los grandes exponentes del cine con “topos”, pero nunca deja de ser un thriller cumplidor y vibrante.
La historia del trabajo como agente encubierto más importante de la carrera de Robert Mazur es sin dudas muy cinematográfica. Para poner en contexto, a fines de los 80 las autoridades de EE.UU. estaban desesperadas por liquidar la red de narcotráfico que comandaba Pablo Escobar y designan a Mazur para infiltrarse en el cartel simulando ser un experto en lavado de dinero. El trabajo que Mazur y equipo realizan es sin dudas minucioso y llevó su tiempo (unos años) y sacrificios personales. Mazur se convirtió en Robert Musella. La película que dirige Brad Furman (director de la olvidable Runner Runner) está basada en el libro escrito por el propio Mazur, acá interpretado por el enorme Bryan Cranston. En dos horas, el guión de Ellen Sue Brown (dato de color: es la madre del director) desarrolla a modo de thriller el proceso que Mazur lleva a cabo queriendo acercarse lo mayormente posible a Pablo Escobar. Claro que no es un trabajo solitario, y además del FBI cuenta principalmente con la ayuda de su compañero Emir Abreu (John Leguizamo, siempre relevado a papeles secundarios) y luego también con el de una agente que terminará haciéndose pasar por su prometida, Kathy (Diane Kruger). La vida de Mazur pronto se convierte en el día a día de Musella, su verdadera mujer e hija quedan alejadas de él teniendo cada vez menos contacto, y él se encuentra entrando en aguas cada vez más oscuras. Preciso y cuidadoso, detallista. Así es el trabajo que realizan estos agentes para poder simular en tiempo real otra vida que no es la suya, y a la vez poder estar atentos y, por ejemplo, lograr grabar conversaciones. Un trabajo en el que no sólo sucede que tanto él como su presunta futura mujer se acercan cada vez más no sólo a una sociedad, sino a personas, individuos que confían en ellos y los ven como amigos; sino que el trabajo no es lo único que constantemente pende de un hilo, porque cualquier movimiento equivocado puede derivar no sólo con un resultrado frustrado sino con el fin de sus propias vidas; acá ponen en juego literalmente sus propias vidas. Furman intenta imprimirle esa tensión, esa constante sensación de riesgo, a su película, un thriller que navega entre la acción y el drama. No lo logra todo el tiempo pero sí consigue escenas y secuencias bien logradas en contraste con algunas otras que parecen salidas más bien de un telefilm o una serie de televisión poco lograda. Cranston, aunque se lo siente un poco más grande de edad de lo que su papel demanda (la edad es un problema que los hombres no suelen tener en Hollywood), se luce como un Mazur que entiende que tiene que ser más Musella que él mismo, aunque cuando lo deje llegue a extrañarlo; logra pasar de un estado a otro, de una personalidad a otra, sin perder credibilidad. Kruger está correcta y Leguizamo sin dudas aporta lo que la película necesita de su personaje, algo de humor al mismo tiempo que corazón. Benjamin Bratt y Elena Anaya (como uno de los mayores socios de Escobar y su mujer), entre otros, acompañan sin desentonar. Narrativamente, el guión se preocupa más que nada por desarrollar el proceso del operativo y falla en profundizar más en sus personajes, siendo más bien marionetas del trabajo a cubrir. Para quienes no conozcan la historia no pienso relatar mucho más de lo que sucede en la película, pero sí resaltar que la resolución quizás necesitaba un poco más de fuerza, es un momento importantísimo del operativo y todo sucede rápido. Hay momentos previos más emocionantes que aquel, y no es justo para la magnitud que tiene que tener ese cierre. El infiltrado así no aporta demasiado a quien le interese exclusivamente la figura de Pablo Escobar, sino más bien el mundo en el que se supo manejarse. Como película de espionaje le falta un poco más de suspenso y oscuridad, a lo John Le Carre. Aun así ésta se sostiene por una trama interesante (con la típica sensación de que parece salido de una película más que de la propia realidad) pero sobre todo por un Cranston que nunca falla.
Uno de los mayores logros de un filme como “El infiltrado” (USA, 2016) que repasa la historia de la lucha contra la droga en los Estados Unidos en los nacientes ochenta, es su tempo digresivo, que potencia la construcción de los personajes, principalmente los protagónicos, y que le lleva más de la mitad del filme para hacerlo. Así, Brad Furman (“Apuesta Máxima”) revisita los hechos con los que el dinero de la droga llegaba desde el exterior al país y pone la mirada en un personaje particular, Robert Mazur (Bryan Cranston), un empleado de la aduana norteamericana que se metió en el mundo de la droga con el objetivo de desenmascarar la estructura que se estaba configurando y que puso en vilo a la policía local. Mazur, según el alias que le corresponda y la tarea encomendada, es un padre de familia que sabe separar correctamente su trabajo de su vida personal, aún así cuando le sea encomendada la peligrosa misión de desentrañar la llegada de dinero a los Estados Unidos por parte de los carteles más importantes de la mafia relacionada a la droga. Mientras su mujer (Juliet Aubrey) lo insta a que se retire, su vocación lo lleva a aceptar esa última tarea, la que, tal vez, lo ponga al vilo de su carrera, pero la que también lo haga salir de su trabajo con los más altos honores. El filme bucea en las entrañas del armado de los casos y de cómo a partir de la intuición, Mazur, pudo llegar a las más altas esferas de la corrupción política y económica, lidiando con un compañero inescrupuloso (John Leguizamo), que en más de una oportunidad lo puso al borde de la exposición y revelación, pero también con los conflictos internos para que él pueda avanzar en el caso. Sólo, a la deriva, poniendo su vida en juego, Mazur supo construirse un halo que le permitió avanzar y poner en evidencia a las más altas esferas de la droga, la que a partir de la incorporación en el juego de actores como el Banco de Crédito y Comercio Internacional, con sede en Latinoamerica, pero con presencia en todo el mundo, llevó el caso que encabezaba a lugares insospechados. La mentira como herramienta de escape, la fachada que cada vez va sumando más gente para poder hacerla creíble, varios peces gordos en juego, son sólo algunos de los puntos que el guión de Ellen Brown Furman, basada en el libro del mismo nombre del filme del Robert Mazur real, explora. El juego visual de Brad Furman, además, toma puntos importantes del guión y los enfatiza con la utilización de ralentíes, detalles, flash and forwards, los que, no sólo potencian la historia, que aún a pesar de haber sido narrada desde otros puntos ya en varias oportunidades, encuentra su propio rumbo y matiz, sino que, principalmente, la distinguen del resto. La soberbia interpretación de Cranston, un camaleón, como así también una serie de interpretaciones secundarias (Olimpia Dukakis, Benjamin Bratt, John Leguizamo, Diane Kruguer), y la precisa reconstrucción de época, hacen de “El Infiltrado” una de las gratas sorpresas que este año el cine nos ha brindado.
Crítica publicada en la edición impresa.
Un thriller intenso donde nos encontramos con narcotraficantes y agentes encubiertos. Buena ambientación y ritmo, acompañada de buena música y fotografía. Bien dirigida pero con guión algo débil, entretiene, es un buen pasatiempo y algo previsible. Cuenta con un elenco de lujo.
Basada en la historia real del agente de aduanas que se infiltró en el mundo de Pablo Escobar, este thriller opta por el realismo y por apoyarse -sabiamente- en un par de actores en estado de gracia, como Cranston -especialista en seres que deben ocultar quiénes son, como lo demostró en Breaking Bad- y Leguizamo. Mantiene la tensión todo el metraje y eso es un mérito que pocas películas logran hoy.
El Infiltrado es el nuevo trabajo cinematográfico de Bryan Cranston, en un rol que es la contracara del de Breaking bad. Robert Mazur, un funcionario de Aduana en Florida, se infiltra en el Cartel de Medellin al mando de Pablo Escobar, bajo la figura de Bob Musella. Para ello, durante cinco años, en una operación secreta bautizada como C-Chase, se ganó la confianza de los barones de la cocaína, en su papel de lavador de dinero. En una peripecia digna de ser llevada al cine, que se relata al final de la película, se detuvieron a casi 100 personas y además, como consecuencia de ese hecho cayó al séptimo banco más importante del mundo, el Banco Internacional de Comercio y Crédito (BCCI). Si bien El infiltrado tiene acción, es fluida y la atención no decae, en algunos momentos se debilita por la sumatoria de derivaciones y por la acumulación de personajes. Da la sensación de que a cada rato le brota una nueva película. A todo el riesgo de que la acción suceda entre narcos, mafiosos, sicarios, estafadores, lavadores de dinero, soplones, jefes de la DEA, locales de striptease y demás tugurios, el guión de Ellen Brown Furman, madre del director, se ve aplacado por mostrar la vida familiar de Mazur, sus hijos y su amada esposa , los cuales obviamente están en constante riesgo por la profesión del marido ( que por si no quedo claro, se gana la vida fingiendo ser otro para derrotar a los malos). Brad Furman (Culpable o inocente) aprendió un poco de De Palma, otro de Scorsese y bastante de División Miami, pero debería haberle pedido a su madre que pula un poco más el guión para que el asunto quede un poco mas redondo. Da la impresión de estar viendo una serie que debieron condensar en película. Y si en definitiva, un infiltrado es alguien que debe fingir ser otro para lograr su propósito con éxito, en el arte de actuar es donde se encuentran los logros de El infiltrado: Si Bryan Cranston tuvo el mejor rol de su vida con Walter White en Breaking Bad, y el verdadero Robert Mazur interpretó a su mejor personaje con Bob Musella, Cranston da vida a uno que hace de otro y eso de varias personalidades en una misma persona le sale como anillo al dedo. John Leguizamo, Diane Kruger, una simpatica Olympia Dukakis, que podría estar o no y nada cambiaría, Benjamin Bratt y una irreconocible Elena Anaya, son parte de un numeroso elenco.
En el laberinto narco "El infiltrado" está basada en una apasionante historia real, la del agente encubierto Robert Mazur, que en los años 80 se hizo pasar por un empresario lavador de dinero para seguir la pista de los cabecillas del cartel de Medellín, en la cima del cual estaba nada menos que Pablo Escobar. Siguiendo la "pista del dinero", Mazur termina descubriendo una red de corrupción que se mueve desde las altas esferas hasta el submundo de la mafia de la droga. Eso sí, el protagonista es un agente de características un tanto especiales: es un esposo fiel y padre de familia, que es insobornable y que se encuentra incómodo entre matones despiadados. Así y todo se juega la vida en una misión que se vuelve tan letal como oscura, y decide llevar las consecuencias hasta el final. En "El infiltrado" no hay sorpresas. El desfile de narcos, banqueros, policías e informantes ya se ha repetido en muchas otras películas. Y el costado dramático de la trama está manejado de una forma muy esquemática y superficial. Sin embargo, la película funciona bien como thriller, y sus extensos 127 minutos son para quedarse pegado a la butaca. El director Brad Furman ("Culpable o inocente") también refleja de refilón las políticas corruptas de los años 80 y la mentalidad conservadora de la era Reagan, como telón de fondo del narcotráfico y sus alcances. Bryan Cranston —ese descubrimiento de la famosa serie "Breaking Bad"— se vuelve a lucir acá componiendo a un personaje valiente al que también le pueden temblar las piernas. Y su actuación es tal vez el punto más alto de la película. Otro dato de "El infiltrado" es que, si bien se desarrolla en un lugar y un tiempo lejanos, dado el contexto en el que vivimos, parece reflejar ciertos aspectos de una realidad cercana.
De la gloria al regurgite De la misma forma en que Arnold Schwarzenegger pasó de ser el malo más malo en Terminator (1984) al buenazo en Terminator 2, el juicio final (1991), Bryan “Heisenberg” Cranston ahora juega con el papel de agente honesto de la DEA y atrapa a los secuaces de Pablo Escobar, regando cocaína en Estados Unidos en la década del 80. Si de algo tenemos que estar agradecidos de Cranston es por la serie Breaking Bad. Luego Hollywood se encargó de transformar esta nueva fórmula -capos narcos- para repetirla una y otra vez hasta el cansancio. Aquí, Cranston es víctima -otra vez, Godzilla (2014)– del regurgitar hollywoodense y es parte de una mezcla, mal lograda entre El Patrón del mal, Narcos, Breaking Bad y todos los thrillers con eje en el dinero, que hayan salido en el corto plazo, léase The Big Short (2015), por ejemplo.
Como en todas las películas de espías o de "topos", en El infiltrado también están reunidos los elementos obligatorios del subgénero. Allí está el agente encubierto que quiere salir, pero que vuelve al ruedo una y otra vez porque el objetivo último es agarrar al pez gordo. También están la misión imposible con consecuencias fatales y las complicaciones típicas de este tipo de historias, con sus personajes que matan a sangre fría, soplones soplados, traidores traicionados, sospechosos que sospechan. La historia está basada en un caso real y está ambientada en la década de 1980 en Florida. En los Estados Unidos gobierna Ronald Reagan. El infiltrado es Robert Mazur, interpretado por el tardíamente reconocido actor Bryan Cranston (famoso por la serie Breaking Bad), quien trata de desbaratar el Cartel de Medellín, liderado por el temible Pablo Escobar. Ya se sabe, la mafia y el negocio del narcotráfico incluyen lavado de dinero y corrupción en todas las instituciones imaginables. Es así que Mazur aprovecha para hacerse pasar por un experto en lavado de dinero para dar con Escobar y su banda. Lo acompaña Emir Abreu (John Leguizamo), el personaje que le pone la dosis de humor y locura a la historia. Mazur tiene un matrimonio feliz. Pero el trabajo siempre trae problemas. Las cosas se complican aún más cuando a Robert le designan como compañera a Kathy Ertz (Diane Kruger), con quien se empieza a encariñar de a poco hasta hacer trastabillar su relación matrimonial. Es aquí donde el director Brad Furman (Apuesta máxima) pone en juego la moral de Robert. La película reúne todos los requisitos del subgénero, respeta todos sus lugares comunes, pero el problema es lo que hace con con ellos o, mejor dicho, cómo lo hace. Por ejemplo, la trama nunca llega transmitir tensión, los momentos dramáticos se resuelven de manera poco dramática, los personajes están envueltos en situaciones peligrosas pero nunca llegan generar sensación de peligro. La construcción del suspenso está a años luz de la de los grandes exponentes del género, como Scarface, Los infiltrados, Los intocables, Donnie Brasco, Miami Vice, entre otros. El infiltrado es un thriller tibio con grandes actores secundarios, que respeta mecánicamente las vueltas de tuerca propias del subgénero. Todo está tratado con liviandad y la trama se mantiene en un mismo nivel, sin levantar vuelo en ningún momento.
Crítica emitida por radio.
OTRA HISTORIA FICTICIA DE NARCOS REALES Si a algo me cuesta acostumbrarme es a ver cómo se puede degradar un género o tema en base a la saturación de la explotación con todas sus variantes. Por dar un ejemplo, podemos ver cómo en el terror la temática zombie ha llegado a versiones y formatos tan disímiles como reiterativos, lo cual sin dudas desvirtúa ese universo de muertos-vivos al punto de que pierdan el efecto con el que fueron concebidos originalmente. Lo mismo sucede con los vampiros o las sagas distópicas juveniles que proliferan tan rápido como se volatilizan, en varias oportunidades sin siquiera llegar al estreno de una segunda parte de una saga programada como muy numerosa -generalmente proveniente de una serie de novelas exitosas-. Esta vez la redundancia en el subproducto le toca a las historias de infiltrados en mafia de narcos, y más específicamente en la organización del célebre Pablo Escobar, a quien ya tuvimos oportunidad de ver en una telenovela con su nombre (Pablo Escobar, el patrón del mal), una serie (Narcos) y hasta una película en la que Benicio del Toro lo caracterizó creyendo que después de hacer del Che Guevara con cierta dignidad cualquier latino es pan comido (Escobar: paraíso perdido). En ese sentido, El infiltrado tiene puntos de contacto con esta última pero más específicamente con Donnie Brasco, aquella en la que un agente encubierto interpretado por Johnny Depp le hace pisar el palito a un mafioso encarnado por Al Pacino. En este caso es Bryan Cranston el infiltrado del título, metiéndose en un personaje que le va como anillo al dedo: un agente encubierto que lleva una doble vida como mago de las finanzas y promete a los asociados de Escobar el lavado casi quirúrgico de su dinero con el fin de hacerlos caer. Para ello cuenta con la ayuda de la bellísima Diane Kruger haciendo de su prometida simulada; el inefable John Leguizamo como su colega/compañero y enlace con los delincuentes de más baja calaña; y un elenco de figuras como Benjamin Bratt y Olympia Dukakis que emparejan y jerarquizan a la producción, no como cuando en un reparto de ignotos aparecen Morgan Freeman o Anthony Hopkins con el mismo objetivo pero obteniendo resultados dispares. Por suerte la figura de Escobar es casi omnisciente y no tenemos que padecer a norteamericanos nativos o de crianza ensayando un español inadmisible: la mayor parte de la acción transcurre en Estados Unidos y eso evita el bochorno del doble estándar. Pero El infiltrado recuerda a Donnie Brasco por más de una razón, sobre todo la que marca la búsqueda de grises y códigos morales en el planteo de cualquier relación de amistad y de confianza más allá del ámbito en el que se desarrolle. La tarea del infiltrado es realmente sucia, es la del buchón que se gana la confianza de alguien para luego destapar sus miserias y exponerlo. Aunque el bien mayor sea el objetivo, no deja de ser un acto miserable. Robert Mazur (Cranston) lo sabe y por eso es sumamente cuidadoso. Preserva a su familia de su ambiente laboral y de sus “compinches”, y maneja un curioso código moral que no le permite engañar a su mujer pero sí a sus nuevos amigos, porque para él está claro que el fin justifica los medios. En todo caso será el espectador el que lo juzgue y allí quizás radique lo interesante, en que más allá de lo conseguido en pos del desbaratamiento de redes criminales, la conciencia de un hombre tendrá que convivir siempre con lo que dicte su propio código moral. Para Mazur (personaje basado enteramente en el homónimo real) por lo visto se ha convertido en una forma de vida, ya que la misma película reza que hasta hoy, y a pesar de su avanzada edad, sigue infiltrándose y escribiendo sobre sus hazañas, que quién dice no se terminen transformando en franquicia o serie, dadas las posibilidades. De todos modos, el film no intenta apologizar, se permite describir lo sucedido y las decisiones tomadas como pueden haber sucedido y haciendo hincapié en la vida familiar de Manzur. Tampoco cae en el exceso dramático como el que viéramos en la (una vez más debo citarla) Donnie Brasco en ese duelo interpretativo explícito y exagerado entre Depp y Pacino, cuando ambos se sinceran y se hacen cargo del papel que han jugado en la historia, dejando ver, con algo de excesivo dramatismo, cómo todavía puede pesar la amistad a pesar de la traición. En El infiltrado no pasa eso: es traición pura y resquemores una vez que se revela, es parte de un trabajo como el de los actores pero insano, indigno más allá de los resultados obtenidos y el director lo deja claro con cada actitud, tanto de los delincuentes como de los agentes de incógnito cuando avanza la movida policial. Tampoco hay confusión ni dilemas morales en Mazur, sí la decisión de brindar la oportunidad, como auténtico juez en la situación límite, de dejar que sus amigos criminales decidan cómo jugar: si huyendo de la situación de acorralamiento o siendo consistentes hasta las últimas instancias de la vida que han elegido y enfrentar sus consecuencias. No será esta la película que logre tomar distancia por excelencia del resto de las de su género pero sí se distingue como algo que se toma en serio y logra transmitirlo de esa manera. Y más allá del titánico esfuerzo que se ve en pantalla, tampoco fue Robert Mazur el que hizo caer a Escobar aunque haya contribuido a la causa, pero más allá del resultado es otro que, al igual que el Diego, puede decir que jugó infiltrado y tan mal no le fue, como al gordito.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030