Es curioso que en casi todas las películas de Sebastián Caulier, animales dicen presente. O tal vez no sea tan curioso, porque él, como gran conocedor de la naturaleza, encuentra en ellos el recurso para vincular hombres y flora y fauna, deseos y animalidad, pasiones y dolores. En esta oportunidad, y con un marco natural claustrofóbico, propone un viaje sensorial hacia un grupo de seres anestesiados por la vida que deben resolver una situación específica en la que no encuentran muchas explicaciones. Nicolás (Juan Barberini) llega al pueblo en donde vivía y en el que su padre (Gustavo Garzón) está intentando hacer su vida sin explicar mucho de ella a sus conocidos. El primer encuentro entre ambos marca el devenir del relato. El hombre ingresa a la casa y el padre lo apunta con una escopeta, no lo reconoce y siente que hay algo en la actitud invasora que debe resolver. Aclarada la confusión El monte propone un viaje iniciático entre el que vuelve y el que se quedó, y en donde, a través de un hábil guion, se desnudan las estructuras y miserias de la vida en provincia, en donde la deconstrucción no ha llegado, y las viejas creencias sirven como mitos fundantes para los lugareños. Juegos de seducción, mujeres deslumbradas por cuerpos que tal vez no llaman al pecado, pero que gracias a la inmensidad y magnetismo del monte, ese espacio enigmático y sombrío, se potencia un relato hipnótico, tan magníficamente deslumbrante como aquello que tiene a Rafael (Garzón) tan compenetrado en sus pensamientos. Historia de encuentros, de desencuentros, de amor y desamor, de conocer y desconocer, de atmósferas, con una actuación, además, precisa, desmesurada, enorme, de Garzón, en tal vez, uno de los mejores roles de su carrera.
El realismo mágico de Sebastián Caulier con un sorprendente Gustavo Garzón El realizador formoseño Sebastián Caulier regresa, luego de “La inocencia de la araña” (2012) y “El corral” (2017), con una película donde, como en sus antecesoras, el realismo es atravesado por la fantasía y el terror. Un irreconocible Gustavo Garzón interpreta a un prestigioso médico que dejó todo en la ciudad para instalarse en el medio del monte y vivir primitivamente lejos de cualquier confort. Juan Barberini es el hijo, filósofo, gay, y habituado a la vida de ciudad que, por pedido de su madre, viaja al monte para “rescatar” a su progenitor de la barbarie y devolverlo a la civilización. Caulier construye dos relatos en paralelo. Dos historias contadas a la par como si fueran una. Una realista y otra fantástica. Por un lado, la relación entre padre e hijo. Una relación que en apariencia está más rota que sana y donde las diferencias ideológicas y conceptuales son irreconciliables. Mientras, por otra parte, se nos presenta al hombre en una especie de lucha frente a una entidad superior: el monte, el tercer protagonista de esta historia. Un pasajero en trance entre la realidad y la fantasía. La ciudad de neón versus la naturaleza salvaje. En El monte (2022) el realizador apela al realismo mágico para contar una historia cargada de símbolos y metáforas. Leyendas mitológicas entrelazadas con un cuento de terror que, aunque sea omnipresente, atraviesa la historia en toda su longitud. Como el personaje de Garzón, Caulier toma riesgos y evita caer en la zona de confort del cine argentino. El monte, donde cada plano, cada secuencia, cada escena, está plagada de la más pura poesía gracias al exquisito trabajo en la dirección de fotografía de Nicolás Gorla, es una película intimista, de personajes, envuelta en una atmósfera de climas terroríficos que mezclan la opresión con la libertad, la fantasía con la realidad, el monte con la ciudad.
El Monte es una experiencia inmversiva atrapante que se potencia y se disfruta mucho más dentro de una sala de cine.
La siempre difícil relación padre-hijo, que se complica aún más con el paso del tiempo, se instala con fuerza en este film donde el hombre más joven cumple una suerte de misión rescate que le encomienda la familia para salvar a un médico que lo dejo todo, que se fue a vivir a una casa ruinosa, al borde de un monte misterioso y amenazante, fascinante y bello. Sebastián Coulier, el mismo director de “La inocencia de araña” y “El Corral” sostiene que desarrolló esta película en tres géneros, el drama, lo fantástico y el terror. Y lo hace, con talento y precisión, adentrando al espectador desde el primer minuto en una visión de la naturaleza virgen donde una voz de mujer explica lo inexplicable, las leyendas que el realizador escuchó desde chico. Ese conocimiento ancestral que se acepta como verdad sin cuestionamientos, tan inasible como poderoso. Entre el médico que abandono la civilización y el hijo que llega con intensiones de domesticarlo, la relación nunca será fácil ni se resolverá. Avanzará en la comprensión hasta un cierto límite donde lo racional ya no sirve. Ese monte con presencia propia, como un personaje más, ofrece la posibilidad de alimento pero siempre pedirá un precio saludado con respeto por las voces de los animales. Un universo tan complicado y oscuro como la naturaleza humana que se nutre de desprecios, rechazos e incomprensión. Los trabajos, especialmente el de Gustavo Garzón convertido en un ser primitivo y cruel, y el de Juan Barberini, un elegante hombre de ciudad que se enfrenta a ese mundo de un padre tan desconocido como su entorno natural, son precisos y conmovedores. Un film habitado por lo impenetrable e inasible.
FIGURAS EN UN PAISAJE Un extenso y minucioso dron sirve como herramienta para la presentación del personaje, acaso principal, de la historia a contarse en menos de hora y media. La selva, interminable, corrobora el enigma a desentrañar: un sugerente espacio de convivencia de un hombre, ermitaño por decisión propia, alejado de su familia, de los servicios elementales para la supervivencia, como un Crusoe formoseño que no necesita nada, solo eso, fusionarse con el paisaje. Y el tercer protagonista, el hijo de ese hombre, que viene a descubrir que su progenitor está en ese mundo muy aferrado a lo elemental y sin ninguna urgencia de pegarse la vuelta a un territorio menos inhóspito, tal vez amable. Con esos tres personajes el director Sebastián Caulier construye su tercera película luego de las citadinas y adscriptas al crecimiento adolescente La inocencia de la araña y El corral. Acá el espacio se amplía y no necesita idas y vueltas argumentales en la narración ya que los pliegues y repliegues de aquello que se cuenta es mínimo, pero también, trascendental y misterioso. La relación padre e hijo se describe a través de breves y escuetos parlamentos, miradas de reojo, silencios y escasos afectos, Es una relación donde el presente del progenitor no encuentra respuesta en la necesidad de ese hijo, presto a escuchar el porqué del extraño comportamiento del padre. En ese punto, El monte ya transmite un interés poco frecuente en una historia particular de vínculos inestables: en esas conversaciones se sugiere más de lo que se expresa, se esconden secretos más que el hecho de apurar ciertas revelaciones que podrían llegar a la confrontación entre ambos personajes. Pero será ese espacio verde interminable, primitivo e intimidatorio, el que se erigirá en el sustento dramático de la historia. La naturaleza en su aspecto más primitivo y acorde al género fantástico cobra vida luego de la primera media hora de iniciada la película. El sonido invade al personaje del padre, a su cuerpo y mente, como una posesión intangible sin señales claras, acomodada al estupendo uso del fuera de campo que elige el cineasta Caulier. Cuando el padre mira hacia ese espacio y el hijo, en tanto, observa esos mínimos movimientos, la cámara nos ubica en el lugar de quien desea ver más. Pero no. Es más que suficiente por aquello que El monte escamotea que debido a la necesidad de mostrar enigmas arraigados a hechos que no requieren explicaciones. En esos encuentros, más de uno, entre el personaje del padre y la naturaleza, la película se convierte en un sugestivo cruce de relato sobre exorcismo con una puesta en escena, por momentos, deudora de mejor cine del tailandés Apichatopong Weerasethakul. Pero más allá de invocaciones e influencias, el film de Caulier tiene su vida propia, sostenida en una química actoral de primer nivel entre los dos personajes familiares. A propósito: la notable composición actoral de Gustavo Garzón y su fluctuante criatura recuerda a la de Alan Bates en El grito / El alarido de Jerzy Skolimovski, otra película con ciertas afinidades a esta que transcurren en la vegetación formoseña. Y el principal protagonista, ese que se presentó en la primera toma, que también expresa su vitalidad a través de sonidos y silencios. Ese espacio sin fin que en El monte incomoda, abruma, molesta. Pero al que más que verlo desde su inmensidad se lo intuye a través de sus misterios nunca definitivamente revelados.
Nicolás (Juan Barberini) va de Buenos Aires a Formosa. Llega a un pueblo alejado de la provincia y desde allí se dirige a una casa aún más alejada. Allí está su padre, Rafael (Gustavo Garzón), quien vive absolutamente aislado, apartado de todo y de todos. Nicolás viene a rescatarlo, o por lo menos eso pretende. Rafael vive en condiciones precarias, en una casa que no tiene ni agua, ni gas, ni luz, ya que voluntariamente cortó todos los servicios. Come lo que caza, pesca o cultiva. Apenas su hijo llega, lo apunta con un arma porque no lo reconoce y, cuando finalmente lo hace, lo pone sobre aviso: no piensa volver a la ciudad de Formosa, ni a su carrera, ni a sus vínculos de entonces. Nicolás decide quedarse unos días. Quizás con el tiempo, piensa, encuentre una forma de convencerlo y llevárselo de vuelta a la civilización que aquel rechaza, ya que señala, un poco orgullosamente, estar “totalmente fuera del sistema”. Esa estancia juntos podría ser la oportunidad para renovar vínculos entre padre e hijo hace tiempo abandonados. Al poco tiempo esa idea se revela ilusoria. La relación es tirante. Padre e hijo no congenian, no se comprenden, la distancia parece insalvable. Pero eso no es todo, ni siquiera lo más preocupante. Nicolás empieza a notar que su padre tiene una relación particular, cercana, con el monte que está próximo a su casa. Lo ve salir por las noches y pararse ante la naturaleza como en trance, o como formando parte. El Monte lo llama, o lo reclama. Nicolas se da cuenta que quizás tenga que rescatar a su padre pero de algo mucho más peligroso. En su tercer largometraje, Sebastián Caulier vuelve a filmar en Formosa, esta vez en un ámbito rural, para contar una historia que tiene que ver con el llamado de lo salvaje. Aquí la naturaleza es protagonista junto a los dos personajes principales. El Monte es tanto un drama familiar, una historia de padres e hijos, como un relato fantástico donde lo natural, y lo sobrenatural ejercen su influjo magnético. En el caso de padre e hijo, está claro el abismo que los separa, y el ambiente en que ahora están sumergidos contribuye a abrirlo aún más. Las actividades cotidianas que comparten, y que deberían reunirlos, no hacen más que separarlos, poner en evidencia sus diferencias. Caulier pone en tensión esta relación padre-hijo y la presenta, en sus propias palabras, como “una defensa del desacuerdo”. Rafael no comprende las elecciones de vida de su hijo y todo el tiempo le refriega su supuesta inutilidad, mientras Nicolas no entiende qué es eso en lo que se convirtió su padre. La frustración crece y los estallidos son cada vez más frecuentes. Si alguna vez hubo una relación cercana hoy está quebrada y Rafael y Nicolás tienen que aprender a ser padre e hijo otra vez. Lo que el realizador plantea es que esa distancia que los separa no puede reducirse a cero. Hay allí una imposibilidad que es inútil tratar de quebrar. Padre e hijo tienen que aprender a aceptarse en su diferencia, que el otro en un determinado punto es inaccesible y hasta incomprensible y que tienen que aprender a vivir con eso y soportarlo. En esta disputa, el Monte entra como tercero en discordia. Caulier lo presenta como la suma de sus partes (animales, vegetación) y como una entidad en sí misma. El monte es a la vez seductor, exuberante y siniestro, una presencia que reclama y no acepta una negativa ni una interferencia, a la que puede castigar con crueldad y vehemencia. Los pocos habitantes del pueblo lo saben, tanto lo que el Monte quiere como lo que es capaz de hacer si se lo molesta, y por eso le advierten a Nicolás que no se meta, que el Monte reclama a Rafael y no hay nada que hacer. Pero Nicolás no hace caso, quizás porque rescatarlo sea efectivamente la forma de reunir a padre e hijo. El realizador le da al Monte una esencia por fuera de la lógica humana, sus propósitos no son siempre comprensibles, sus razones no son las de los hombres. Lo dicen los voceros que se escuchan a veces en off, a veces con rostros de niños: “el monte es monte y nada más”. En tanto relato fantástico, El Monte presenta varias escenas hipnóticas, con una atmósfera de sueño o pesadilla. Caulier juega con elementos de terror y de fábula. Donde mejor se percibe es en las escenas nocturnas, donde Rafael sale a encontrarse con el Monte y sus habitantes conduciéndolos como un director de orquesta. Momentos plenos de sugestión y misterio donde tiene un papel fundamental el trabajo sobre el sonido y la fotografía, que contribuyen a la construcción de esta atmósfera de belleza y amenaza. Como en su anterior film, El corral, hay una sensación de tensión creciente, de catástrofe inminente. Con una breve pero contundente filmografía, Sebastián Caulier sigue contando historias desde su lugar en el mundo con una mirada personal, y se confirma como autor a seguir. EL MONTE El Monte. Argentina. 2022 Dirección: Sebastián Caulier. Elenco: Elenco: Gustavo Garzón, Juan Barberini, Gabriela Pastor. Guión: Sebastián Caulier. Dirección de Fotografía y Cámara: Nicolás Gorla. Música Original: Sr. Pernich. Montaje: Tomás Pernich, Federico Rotstein. Dirección de Arte: Andrea Benítez. Diseño de sonido: Manuel de Andrés. Producción: Daniel A. Werner. Duración: 87 minutos.
Nicolás (Juan Barberini) filosofo de profesión, regresa a un pueblo dentro del monte de Formosa para rescatar a Rafael (Gustavo Garzón), su padre, un medico reconocido quien se aisló de todo y aparentemente de todos, su carrera, su hogar, de forma intempestiva e inexplicable. Padre e hijo tratarán de recomponer la relación, en un primer momento Nicolás no puede comprender los actos de su progenitor. De forma progresiva
Cuando la naturaleza empequeñece al ser humano Relato minimalista que va abriéndose a la leyenda, propone el difícil reencuentro entre un padre y un hijo, y el creciente enfrentamiento con una misteriosa "entidad". Cuando Nicolás entra en la casa del monte donde está viviendo Rafael este último no lo reconoce y, como si se tratara de un intruso con intenciones ocultas, le apunta con una escopeta. Si bien es cierto que hace tiempo que no se ven, el sentido común indicaría que un padre nunca olvidaría el rostro de su propio hijo. La extraña situación refuerza la preocupación de Nicolás (Juan Barberini) por el presente y el futuro de Rafael (Gustavo Garzón): algo le está pasando a ese hombre que abandonó a su familia y una carrera como médico en la ciudad de Formosa para instalarse como un ermitaño en un lugar perdido, sin agua potable ni luz, autoexilio que bien podría indicar algún tipo desorden mental. Pero lo que ocurre en El monte, tercer largometraje del formoseño Sebastián Caulier luego de La inocencia de la araña y El corral, va mucho más allá de la pérdida de la cordura por razones naturales, y el elemento fantástico que puede adivinarse durante los primeros minutos de proyección, cuando un relato en off describe el rapto cometido por fuerzas de la naturaleza, comienza a ganar fuerza hasta envolver por completo la historia. Es posible que el guion, escrito por el propio Caulier, haya sido reescrito en varias oportunidades. O quizás, por el contrario, el realizador tuvo en claro de entrada que la trama de El monte estaría atravesada por dos líneas narrativas entrelazadas: la del difícil reencuentro entre un padre y un hijo, que para el protagonista joven es a su vez un regreso a las zonas de la infancia, y el creciente enfrentamiento con una “entidad” con la cual no se puede discutir ni, mucho menos, competir. El as bajo la manga del film es Garzón, que ofrece una potente encarnación de un hombre que parece estar perdiéndose a sí mismo. Semi vestido con ropa cuya decencia caducó hace tiempo, hosco y agresivo, Rafael caza loritos para la cena y escupe odio y puteadas cuando su hijo se permite deslizar a posibilidad de un retorno a la civilización. Por las noches, mientras el calor y los mosquitos hacen la existencia casi imposible, el hombre sale a caminar y se detiene frente al comienzo del inmenso monte, como décadas atrás lo había hecho la joven de Yo caminé con un zombie. La catatonia también acecha a Rafael durante el día: durante segundos que parecen horas, la mirada perdida en la arboleda y los oídos atentos a los gritos de los monos salvajes, deja de responder a los estímulos de la vigilia. Algo parece estar llamándolo desde el interior de la foresta; en palabras de los pueblerinos, “el monte se le está metiendo en la cabeza”. Como si se tratara de una suerte de folk horror litoraleño, Nicolás deberá quebrar los prejuicios para comprender que hay fuerzas que van más allá de su comprensión, apoyado por una vecina de la infancia (la formoseña Gabriela Pastor) que tiene una injerencia mucho mayor en la vida de Rafael de la que podría inferirse en un primer momento. Relato minimalista que va abriéndose a la leyenda, El monte funciona mejor cuando el misterio aún no ha revelado su rostro y un poco menos cuando todas las cartas están echadas sobre la mesa. Caulier utiliza la frondosa belleza de las locaciones como recordatorio de que la naturaleza es una fuerza poderosa que, cuando así lo desea, puede empequeñecer al ser humano y recuperar aquello que le pertenece.
El joven director argentino Sebastián Caulier hace que sus intérpretes, Gustavo Garzón y el siempre eficaz Juan Barberini, se luzcan en su tercer largometraje, después de La inocencia de la araña y El Corral. Claro, el tercer gran protagonista de El Monte es la naturaleza, sus sonidos, sus animales, sus misterios antiguos. Y si la imagen del drone inicial puede inquietar un poco, las sospechas por suerte quedan ahí. Lejos de abusar del recurso, Caulier arma una especie de película de cámara en plena selva, en torno de un padre y un hijo muy disímiles, y distantes. Es la visita del segundo, preocupado por su padre hosco, lo que inicia este relato de mutuo conocimiento. El hijo es un urbanita, estudiante de filosofía, que traga con pena el guiso de cotorras que prepara el padre como primera cena. El padre, una especie de cavernario voluntario, que caza, pesca y le pregunta cómo cogen los de su mundo. Si estas antinomias pueden parecer un poco gruesas y fáciles -a mano para interpretaciones que bordean el exceso, en el caso del padre- en su ayuda acude lo más interesante de El Monte, que tiene menos que ver con la relación padre e hijo y más con el peso de otra presencia, la de un monte oscuro lleno de los monstruos que la imaginación, o la cosmovisión que vemos en la intro, está dispuesta a proveer.
En 2017, el director formoseño Sebastián Caulier estrenó «El Corral», una mezcla entre un coming of age y un thriller, cuyo resultado fue más que satisfactorio. En esta oportunidad vuelve al ruedo con «El Monte», una película que muestra el poder de la naturaleza y las consecuencias en los seres humanos. El largometraje se centra en un hijo (Juan Barberini), que va a visitar a su padre (Gustavo Garzón) que se fue a vivir al medio del monte porque está preocupado por él. Aislados en una casa de campo intentan sobrevivir a un verano caluroso, cazando animales, haciendo fogones y pescando. Sin embargo, poco a poco los miedos del hijo van cobrando sentido, porque empieza a percibir una extraña conexión entre su padre y la naturaleza que los rodea. La cinta aborda el tema de la fuerza de la naturaleza, la conexión con los seres humanos, las tradiciones y los mitos formoseños, entre otras cuestiones, a partir de la historia de un vínculo entre padre e hijo que quieren volver a reconectar aunque sea demasiado tarde. El monte es mucho más que el lugar en el cual se desarrolla la película y por algo también el título lleva su nombre. Funciona no solo como un personaje más sino principalmente como el antagonista de la historia, anteponiéndose en medio de la relación entre los protagonistas y generando consecuencias físicas y emocionales en los mismos. En cuanto al elenco, Gustavo Garzón hace una magnífica interpretación. Por un lado compone a un personaje tosco, malhumorado y directo, que genera bastante gracia en el espectador por las frases que dice de forma honesta y sin pensar, pero que chocan con lo moralmente aceptado. Por el otro, logra conmovernos a medida que avanza el relato, con su mirada ida, enajenada y perdida. Sus silencios provocan más que sus palabras. Juan Barberini acompaña de buena manera, queriendo contener a su padre y tratando de entender qué es lo que pasa a su alrededor. Tanto la ambientación como el sonido del monte ocupan un rol bastante particular dentro de la historia. No son simples aspectos técnicos, sino que sirven para narrar parte de la trama. Con inmensidad, su fauna y flora, el monte se vuelve peligroso, amenazante y bello a la vez; mientras que el ruido de los animales generan tensión y miedo. También nos encontramos con algunos elementos que apelan a la fantasía para aumentar el misticismo de la historia. En síntesis, «El Monte» es un interesante relato sobre el poder de la naturaleza que se cuenta a partir de la evolución de un vínculo familiar. Las más que atinadas actuaciones, la ambientación y el trabajo sonoro logran elevar el relato.
Un viaje mágico y misterioso a lo profundo Con antecedentes de relevancia como La inocencia de la araña y El corral, el director Sebastián Caulier trae este jueves a los cines su última creación: El monte. En un tren imaginario que se acerca mucho a una fantasía onírica (que bien podría haber sido un cuento de Horacio Quiroga), y con momentos tan crudos como mágicos, es una película que merece ser vista. El cuidado y casi me animo a decir perfecto trabajo con los sonidos, a cargo de Manuel de Andrés, es uno de los puntos más significativos de la recreación del espacio en que se desarrolla esta historia fuerte y movilizadora. El vínculo filial, el impacto de la desolación y la cercanía con la locura son algunos de los temas que ocupa con calidad y detalle el guion del film. El elenco es excelente y Gustavo Garzón (quien lleva delante el papel más fuerte, dado su peso en la historia) logra un trabajo profundo, tanto como Gabriela Pastor, quien impregna sus escenas de fuerte presencia y energía, y para cerrar es necesario destacar la muy intensa interpretación de Juan Barberini. El rodaje en escenarios naturales, en Formosa, es un plus que otorga un marco impactante para la emocional atracción visual sobre los vínculos y sobre la vida. En resumen, El monte es una de las más recomendables opciones entre los estrenos de esta semana.
“No se entra al monte si no se lo conoce”. La frase reverbera en voces infantiles que acompañan, desde un extraño más allá, la llegada de Nico (Juan Barberini) al monte formoseño. Desde hace un tiempo su padre vive en una casa modesta y solitaria, acompañado solo por la selva y los animales. Alertado por su madre respecto de la prolongada reclusión de Rafael (Gustavo Garzón) fuera de los confines de la civilización, sin agua ni electricidad, viviendo de la caza y de la pesca, Nico ensaya un intento de rescate, pero también de postergado rencuentro familiar, un puente con quien parece haberse convertido simplemente en un extraño. Sebastián Caulier (La inocencia de la araña, El corral) explora las dos vertientes de los lazos que configuran lo humano: por un lado, aquellos que lo unen con su comunidad, que cimientan las familias, que unen a padres e hijos, nunca exentos de tensiones y desacuerdos. Por el otro, aquellos que unen al hombre con la naturaleza, en una convivencia también oscilante entre la explotación y la armonía. El enclave simbólico que une a ambos caminos -el hostil comportamiento de Rafael con Nico y su comunión evidente con el monte-, se viste de los juegos del fantástico, que en el cine consiguen imágenes de poderosa ambigüedad, sonidos de inquietante alquimia. Una selva rugiente, alaridos de los monos, ojos escondidos de un yaguareté. Para los racionales, el recorrido de la película es el de esas conflictivas relaciones filiales, en las que la naturaleza ha logrado una plenitud negada por la paternidad. Para los creyentes, es el monte el que llama, voraz desobediente frente a todo límite humano. El equilibrio al que aspira Caulier es delicado, y le permite expandir su película en aquellas escenas en las que esa atmósfera enrarecida no necesita mayor explicación que el fascinante atractivo de lo desconocido. Para Nico, profesor de filosofía y habitante de la urbe, la selva se revela como un territorio tan inexplicable como el de las relaciones de su vida, tanto la que lo une a su padre como aquella que compartió con su novio y terminó sin despedidas. Caulier condensa esa experiencia desconcertante -en la que el pensamiento resulta impotente- en la travesía que debe afrontar Nico por la naturaleza luego de una discusión con Rafael, sin certezas ni coordenadas. En cambio, los momentos menos logrados son aquellos en los que se aspira a un anclaje o una posible explicación: el contrapunto entre los altercados de padre e hijo y los llamados animales; la inclusión de viejas leyendas del monte como fórmulas esclarecedoras. El uso de esos recursos como clave posible para el espectador, que se acentúa hacia el final de la película en la búsqueda de una resolución, reduce el misterio hasta entonces construido, sostenido en la plástica de imágenes reales que asumían un sutil extrañamiento. El monte luce mejor en esas instancias en las que la incertidumbre está en los personajes pero no en la puesta en escena, firme sobre esos difusos contornos entre lo real y lo imaginario.
Fantasía, realismo mágico, suspenso y una pizca de terror, esos son los elementos con los que el formoseño Sebastián Caulier trabajó El monte, con un Gustavo Garzón bastante atípico. Y como no hay salas de cine abiertas en Formosa -es la única provincia que no tiene en la actualidad cines-, los formoseños no pueden verla en su provincia. Sí estrena en otros puntos del país. Garzón es Rafael, un hombre que decidió irse de la ciudad de Formosa e instalarse “en la quinta”, una propiedad familiar en medio del monte. Hasta allí, sin años de comunicarse, ahora llega Nico, su hijo, a quien de entrada no reconoce y le apunta con una escopeta. Algo no está bien en Rafael. Tiró 40 años por la borda de su consultorio médico, según le reprocha su hijo. Está como ido, perdido. Y eso sin contar que, a la noche, se dirige hacia el monte, semidesnudo. Cuando los ruidos ensordecedores de los animales -no solo de los monos- hacen difícil dormir, Rafael se para, levanta los brazos, y parece hacer algo similar a una petición. Una ofrenda. ¿Una respuesta? ¿Qué hace? ¿Qué está pasando? Es que los protagonistas no son solamente el padre y el hijo. El tercero en cuestión es el monte. La relación entre los dos primeros parece lastimada de muerte. “Inútil” es lo menos que le dice el progenitor al hijo. Y no apunta solo a que, cuando dispara a metros de un apresa, la deja escapar, o no sabe poner una lombriz en el anzuelo. Nico es universitario como él, es filósofo y tenía una pareja gay, que lo abandonó de un momento para el otro. Rencor y amor Hay resentimientos, pero también un hilo de comprensión, pero que puede cortarse en cualquier momento. Caulier, egresado de la ENERC, la Escuela de Cine del INCAA, ya en sus anteriores filmes La inocencia de la araña (2012) y El corral (2017) demostró tener un estilo y un universo que lo distingue. Maneja bien los silencios, los suspensos, y crea un clima entre premeditadamente hostil y decididamente de extrañeza. Garzón tiene un rol esencial, Rafael es la razón por la que Nico llega hasta el monte, pero principalmente Juan Barberini, que interpreta a su hijo, está casi todo el tiempo en pantalla, llevando el peso de la trama de esta película en la que confluyen la mitología, la fantasía y la realidad.
“El monte” de Sebastián Caulier con Gustavo Garzón. Con la impecable actuación de Gustavo Garzón, Sebastián Caulier estrena su tercer largometraje, otra película atravesada por el realismo y lo fantástico. “El monte” (2022) es el tercer largometraje del director formoseño Sebastián Caulier, creador de “La inocencia de la araña” y “El corral”, que cuenta con la sorprendente actuación de Gustavo Garzón. Gustavo Garzón interpreta a Rafael, un notorio médico que deja su casa y su trabajo para instalarse en el medio del monte de Formosa, experimentando una vida primitiva lejos de cualquier lujo. Juan Barberini (Nicolás) es su hijo, y por pedido de su madre viaja hasta el monte para reencontrarse con su padre que no ve hace tres años; con la esperanza de rescatarlo y restituirlo al mundo civilizado al cual pertenecía. Sebastián Caulier erige dos relatos a la par combinando el género dramático con el cine fantástico. Por un lado, cuenta el vínculo de un padre y su hijo, en apariencia bastante fragmentado. Por otro lado, la conexión sobrenatural del hombre con el monte: el tercer protagonista de esta historia que cobra gran relevancia encubriendo un enigmático misterio y manteniendo la tensión y el suspenso hasta el final. En “El monte” (2022), el realizador toma sus riesgos y evita caer en lugares comunes del cine nacional, no sólo desde el guion sino también con la construcción de los personajes. Tanto Juan Barberini como Gabriela Pastor muestran soltura y resolución en sus interpretaciones, aunque mención aparte es la actuación de Gustavo Garzón que supera toda expectativa en un papel jugado que, una vez más, pone en valoración su reconocida calidad actoral. El actor se luce en un personaje que denota un gran desafío de sus caracterizaciones habituales y que lo pone en un rol irreconocible. La dirección de fotografía de Nicolás Gorla se puede describir como encantadora y poética. Pone delicadeza a cada escena, cada plano. La edición de Federico Rotstein, la dirección de arte de Andrea Benítez, y el sonido a cargo de Manuel de Andrés, acompañan muy bien esta historia de realismo mágico. En “El monte” (2022) el realismo de la película es calado por lo sobrenatural y el suspenso, congeniando un enigmático film por momentos un tanto lento, pero de gran vuelo cinematográfico por parte de su escritor y realizador Sebastián Caulier. El Monte. Crítica
Comentario con crítica de la película emitido en el programa radial, "Aventura para la tierra de uno" por Nacional Folclórica.
La relación entre un padre y un hijo siempre es un asunto problemático. Aquí esa tensión queda exacerbada por el paisaje: un lugar agreste, alejado de todo, donde los dos personajes comparten cacerías y noches. Lo interesante es que el film, luego de exprimir las tensiones de la relación, se dedica a incluirlos en ese paisaje, a mostrarlos como parte de una sola naturaleza. En ese acercamiento a “otra cosa” la película crece.
EL MONTE SE YERGUE Y ACECHA Desde la aparición de los escritores de la llamada “Nueva novela latinoamericana”, han surgido diversos movimientos artísticos que reivindican una mirada de esta parte del mundo centrada en la búsqueda de una identidad que se basa en los fenómenos de mixtura de etnias y sincretismo cultural; en otras palabras, una visión descolonizante, que apunta a recuperar no solo el componente occidental-europeo de la realidad latinoamericana sino también el indígena-originario. Esta introducción, tal vez algo larga, responde a la necesidad de contextualizar la nueva película de Sebastián Caulier, El monte, que se enmarca dentro de una serie de corrientes del cine de estas latitudes que heredan la perspectiva de autores como Carlos Fuentes, Alejo Carpentier o Juan Rulfo y construyen relatos próximos al realismo mágico, ubicándose en espacios no alterados por los avances de la civilización. Allí es donde habita el mito, las leyendas, el imaginario de los pueblos originales que insiste aún luego de la colonización y que, si bien conlleva también una particular cosmovisión, adquiere en estas obras el carácter de una fuerza que transforma el universo del relato, lo hace mutar. Hay, en cierta manera, una dinámica de lo reprimido que intenta salir: la naturaleza de la tierra originaria americana que resiste a la intervención europea y pervierte sus lógicas desde dentro. Dicho todo esto, la pregunta es qué tan bien logra el largometraje de Caulier introducir al espectador en ese territorio otro que en este caso es el monte formoseño. Hay, sin duda, algunos elementos interesantes en este aspecto, como por ejemplo el modo en que se utiliza de forma sutil y efectiva el fuera de campo en sintonía con el apartado sonoro. Mediante esta manera de conjugar imagen y sonido el director logra sugerir exitosamente esta presencia incorpórea que amenaza con tragarse a padre e hijo, encarnado en la figura del monte, misterioso, laberíntico, pulsante. Por último, la construcción de los personajes también es correcta y refleja y potencia esta idea del choque entre lo antiguo/salvaje (representado por la figura del padre ermitaño que habita el monte) y lo nuevo/civilizado (el hijo universitario que decide visitarlo). Caulier decide utilizar a sus personajes como avatares para reforzar este conflicto que se siente pero no se ve. Hay poco que reprocharle al trabajo de Caulier, que con poco presupuesto, pero con pericia técnica y narrativa logra un relato atrapante y enigmático, una búsqueda estética coherente y con potencia semántica.
La búsqueda existencial con algo de realismo mágico Rafael es un médico que se hartó de la vida de ciudad. Y dejó la familia, las comodidades de su hogar y su actividad en el consultorio para instalarse en medio del monte, en búsqueda de algo que le dé otro sentido a su existencia. Ese es el disparador de “El monte”, que cuenta con el valor agregado de que fue filmada en Formosa, por lo que aborda una mirada distinta que incluye algunos mitos de esa región norteña, que fueron bien aprovechados por el director formoseño Sebastián Caulier al darle un toque de realismo mágico. La película va de la mano de una lograda interpretación de Gustavo Garzón, en el rol de ese hombre que vive en medio de la selva formoseña de un modo salvaje en una casa que no tiene ni luz ni agua, y que debe matar animales para poder alimentarse. Hasta que un día llega su hijo Nicolás a rescatarlo, y aparecen los primeros contrastes entre un padre huraño y destratador y un joven, filósofo y gay, que es un formoseño que se fue a vivir a Buenos Aires. Ambos optaron por no residir en su lugar de origen, al igual que el director del film, y ese también es un punto de conflicto que queda expuesto. “Se es de dónde se elige ser”, dirá Rafael, más conocido como Rafa por los lugareños. Pero a Rafa se lo conoce por otra cosa. Es una persona que fue elegida por el monte y quedó atrapado más allá de su voluntad. Nicolás (acertada labor de Juan Barberini) comenzará a percibir que su padre tiene poderes extraños, que es capaz de hacer gritar a los monos y hasta logrará que se callen con sólo cerrar los puños. Con la ayuda de una mujer del pueblo enamorada de Rafa (Gabriela Pastor), Nicolás intentará recuperar a su padre desafiando la fuerza del monte, “que no es ni bueno, ni malo, es el monte nomás”. Una buena apuesta del cine argentino para visibilizar historias más cercanas a la gente del interior y, por fin, más lejanas a la avenida General Paz.
Nicolás (Juan Barberini) regresa a Formosa para rescatar a su padre, Rafael (Gustavo Garzón), su padre, que de forma intempestiva e inexplicable abandonó su carrera, su hogar y sus vínculos para irse a vivir en una casa en ruinas en medio del monte. Nicolás, filósofo, usa su tiempo de vacaciones para tratar de hacer entrar en razón a su padre y entender los motivos de sus acciones. En medio de un calor insoportable, ambos hombres compartirán los días, enfrentándose por heridas abiertas, recordando puntos en común. Pero algunos habitantes del lugar confirmarán las sospechas de Nicolás, que ve un comportamiento raro en su padre y un vínculo cada vez más fuerte con la naturaleza. La película es una historia de padre e hijo tradicional a la que se le agrega todo un clima de cine fantástico. Rafael parece ir despegándose de la racionalidad para convertirse en algo diferente, algo más salvaje, algo que renuncia a la civilización. Lo que en teoría es interesante en la práctica es un film de narración morosa por demás, con actores poniendo caras más que transmitiendo ideas o sentimientos. Las limitaciones de presupuesto delatan locaciones poco aprovechadas y un rodaje poco riguroso en relación con las ambiciones estéticas. El cine argentino ha demostrado que se pueden hacer historias así en esos lugares, pero aquí el resultado es decepcionante.
Un padre y un hijo, aislados en un entorno campestre, intentan sobrevivir a sus propias diferencias. El drama vincular entre padre e hijo como estructura genérica evoluciona incorporando el componente fantástico: existe una extraña conexión entre el progenitor y la naturaleza que lo rodea. La llegada del muchacho a un entorno que le es ajeno sirve como disparador para una examinación del entendimiento y la ruptura que surge entre dos caracteres, desnudando fragilidades evidentes. Expectativas mutuas y diferencias insalvables que nunca acaban de saldarse describen la dinámica de la relación. El monte que da título al film se convierte en una presencia ominosa y el elemento natural gana terreno hasta erigirse como factor fundamental del relato. Hay algo más allá de lo perceptible por el intelecto humano que influye en el deterioro circundante, provocado por una especie de posesión. Sin embargo, el monte no es una entidad maligna a vencer, sino una manifestación natural imposible de ser comprendida racionalmente. Filmada en la provincia de Formosa y protagonizada por Gustavo Garzón y Juan Barberini, “El Monte” explora el comportamiento animal y salvaje que resignifica cierto sentido simbólico primordial. Y lo hace sin perder el sentido realista. Con suficiente acierto, el realizador Sebastián Caulier pone radical interés en el tratamiento del sonido: lo autóctono construye la noción de lo terrorífico.