“Quien, ligero de bolsa, de genio naciente, no haya palpitado con vehemencia al presentarse ante un maestro, siempre carecerá de una cuerda en el corazón, de un toque indefinible en el pincel, de sentimiento en la obra, de verdadera expresión poética.” Honoré de Balzac, La Obra Maestra Desconocida. El Picasso de Persia me recordó aquella película de Sergio Wolf de 2003, Yo no sé qué me han hecho tus ojos, donde el propio Wolf iba, como un detective de la novela negra, detrás de las escasas pistas que le brindaran datos acerca del paradero de la cancionista Ada Falcón, quien tras un desengaño amoroso había decidido retirarse del mundo décadas atrás. El cineasta finalmente logra dar con la mujer, recluida en un convento de la provincia de Córdoba, y registrar el encuentro. La joven artista plástica y realizadora iraní Mitra Farahani hizo algo parecido, aunque el filme se centra prácticamente en los diálogos que mantuvo con el artista Bahman Mohasses, quien como la Falcón, se había encerrado entre cuatro paredes, pero en este caso su templo era una habitación-estudio de un hotel en la ciudad de Roma. Moderno e iconoclasta, Mohasses se había exiliado en Europa por razones políticas, tras el triunfo de la Revolución Islámica, que había censurado o mutilado sus trabajos. Ahora, casi olvidado, realiza pinturas solo por encargo. La mayor parte de su obra existía sólo en libros ya que había sido destruida por la censura de su país o directamente por él mismo. Construida hábilmente, El Picasso de Persia es un estudio sobre la carrera y la vida de un artista atravesado por su tiempo. Su intensidad va de la mano con la figura del personaje retratado. Logra sumergirnos en un clima de intimidad, donde nosotros también convivimos con las situaciones que van apareciendo. Farahani logra una peculiar relación con Mohasses. Fumador empedernido, él le pedirá en ciertos pasajes que no lo deje fumar. Y en otros dará órdenes a la directora, que casi no sale en cuadro, manteniéndose en off, sobre cómo debe ser mostrada tal o cual imagen. Por ejemplo el final, que debía enseñarnos el mar (uno de los temas clásicos de Mohasses en sus pinturas eran los peces y él quería que sus restos fuesen depositados allí). Farahani cumple casi a rajatabla con estos mandamientos y la película se convierte en un curioso acto de creación colectiva, una sinergia entre la realizadora y su entrevistado que potencia la cinta. Aunque la realizadora y su artista elegido no son los únicos protagonistas: dos personajes se suman promediando el metraje, compradores de arte, también iraníes, que residen en Dubái y encargan a su admirado artista una obra. Este encargo logra movilizar a Mohasses y hacerlo salir de su recinto en busca del material necesario para cumplir con el pedido. La obra quedará inconclusa, ya que a los pocos días fallece. Esos últimos momentos son trabajados con pudor por Farahani, que nos cuenta sobre la debacle solo con la voz en off del agónico artista, lo suficientemente dramática para conmovernos. Ganadora del premio a Mejor Película del BAFICI 2014, El Picasso de Persia es un documental sincero, cargado de una sensibilidad y honestidad pocas veces vistas.
Entre lo sagrado y lo fútil Bahman Mohasses es un artista íntegro que fue conocido por pertenecer a la camada del movimiento cultural iraní previo a la Revolución. Siempre transgresor desde sus propuestas tanto en la pintura como en la escultura, desapareció prácticamente del mundo a principios de los 80, víctima del exilio, y aquellos que intentaron rastrearlo o por lo menos hallar sus obras fracasaron en sus intentos. Muchas de sus pinturas y esculturas ya no existen en parte porque él se encargó de destruirlas, fiel a su pensamiento y creencia que la humanidad avanza hacia su extinción y que la ignorancia del hombre no tiene remedio. Ya enfermo, fumador empedernido y desobediente esperando con tranquilidad la llegada de la muerte, y escondido en un hotel de la ciudad de Roma, la pintora y directora iraní -Mitra Farahani- de este maravilloso documental, le propone una serie de charlas para que el propio autor cuente su biografía y al obtener tal protagonismo la chance de que sea el mismo Mohasses quien determine cómo realizar este documental, con decisiones estéticas y éticas de por medio, entre frases sentenciosas, anécdotas de vida y las más lúcidas reflexiones sobre el arte, el sentido y propósito del artista y de la idea de que la destrucción también forma parte de la creación. El Picasso de Persia (cuyo título original es Fifi, aúlla de felicidad) es, entre otras cosas, un retrato de muchas capas, texturas, sensibilidad y honestidad brutal que tras haber ganado en el BAFICI 2014 con el premio del jurado, ahora encuentra su estreno, insólita y afortunadamente, comercial para confrontar con un cine valiente desde el punto de vista estético, pero sobre todas las cosas, arriesgado y respetuoso.
(Auto)Retrato cinematográfico El Picasso de Persia (Fifi az khoshhali zooze mikeshad, 2014), la ganadora del 16 BAFICI como mejor película de la Competencia Internacional (y casualmente también elegida como la favorita por el voto del público) es entrañable. Sobre el arte y la muerte, con mucho humor y también un poco de poesía, cuenta la historia de Bahman Mohasses, un pintor iraní octogenario que vive (¿escondido?) en un cuarto de hotel en Roma. Mitra Farahani, la directora del documental, inicia la búsqueda de Mohasses -quien estuvo fuera de la escena cultural iraní desde la Revolución Islámica de 1979 y cuyo paradero es desconocido desde entonces- y al encontrarlo le propone que juntos hagan la película sobre su vida y su obra. Entonces en El Picasso de Persia, que en realidad es mitad documental y mitad prueba y error sobre cómo hacer una película documental, se entrecruzan la voz del protagonista y la voz de la realizadora, las risas y la complicidad que de a poco los van uniendo y hasta momentos de una intimidad imposible como la agonía. Pero un pintor al que no se lo ve pintar es un poco incómodo para el medio cinematográfico donde “si no lo veo, no lo creo”. Por eso Farahani sale en busca de los mecenas que puedan pagar los 100 mil euros necesarios para que Mohasses retome su trabajo entre óleos y bastidores. Luego de las desopilantes escenas donde dos hermanos iraníes que viven en Dubai visitan Roman para cerrar los acuerdos de la compra-venta, está todo listo para que Mohasses empiece (vuelva) a pintar. Aunque un final inesperado hará que el lienzo nunca deje de ser blanco. Listo para reescribirse, listo para empezar de nuevo.
El BAFICI antes del BAFICI Ganadora del Premio a la Mejor Película de la Competencia Internacional del BAFICI 2014, esta película llega a la cartelera comercial –casi como si fuese un precalentamiento– a pocos días del arranque de la 17ª edición del festival porteño. Bahman Mohasses fue uno de los pintores, escultores y poetas más importantes previos a la Revolución de 1979. Desde entonces, como todo creador que haya sido vinculado con el régimen anterior, fue prohibido y desechado. Las leyendas urbanas indicaban incluso que él mismo había destruido todas sus obras y había desaparecido. Así, para las nuevas generaciones, nunca existió, aunque en verdad se impuso un autoexilio de tres décadas. La bella y talentosa directora Mitra Farahani (ella misma también artista visual) va en busca de esa figura maldita de la mano de dos coleccionistas iraníes que han hecho fortuna en Dubai y están dispuestos a todo para conseguir obras de quien consideran un genio. Finalmente, un viejo y enfermo Mohasses aparece en Roma, donde no sólo conoceremos a este contradictorio personaje (uno de esos antihéroes tan malhumorados y chantas como seductores y finalmente queribles) sino también a muchas de sus creaciones "perdidas". Una película pletórica de ideas y hallazgos, que van de lo íntimo a lo general, desvelando también la caza de brujas concretada en Irán, que ha llevado a que verdaderos maestros hayan caído en el ostracismo y en el olvido. Un film fascinante, incluso para los que se sientan alejados por completo del ambiente de las artes plásticas.
La pelicula ganadora del Bafici 2014, realizada por Mitra Farahani, que nos retrata de manera fascinante a un pintor y escultor talentosos, Bahman Mohasses, que conoció la persecución y destrucción de sus obras y que, en su exilio italiano, también decidió matar sus obras destruyéndolas él mismo. Un genio, inteligente, odioso, irreverente Un film para conocerlo y disfrutar de su visión.
Retrato de un artista sin concesiones Originalmente titulada Fifí aúlla de felicidad, la película de la realizadora iraní –ganadora en el Bafici 2014– no se encuadra en ninguna de las definiciones clásicas del documental: su objetivo es un artista plástico perseguido por los ayatolás. “No, ése no lo vendo, es el único cuadro que llevé conmigo a todas partes”, dice Bahman Mohassess, tal vez el mayor, aunque secreto y silenciado, artista plástico iraní del siglo XX y parte del XXI. “El trato es el 70 por ciento ahora, y el 30 por ciento restante cuando le entrego la obra”, precisa como si fuera su contador, ante dos compatriotas radicados en Dubai, dueños de tanta sensibilidad artística como de los petrodólares que se requieren para comprar su obra entera. O lo que queda de ella sin vender o romper. Más de lo segundo que de lo primero: si es cierto lo que cuenta y llevado por su nihilismo extremo, una de las especialidades del veterano Mohassess (79 años en el momento del documental) habría consistido en hacer pelota sus cuadros y esculturas. Como los chicos. Dueño de una risa fuerte que a consecuencia de su asma suena a soplido, la vida de Mohassess parece hecha de rupturas y roturas: las obras que no rompió él se las partieron los ayatolás, poco dispuestos a aceptar sus esculturas con penes a la vista.Ganadora del premio a Mejor Película en la edición 2014 del Bafici, El Picasso de Persia (título de divulgación de un original traducible como Fifí aúlla de felicidad) es lo que podría llamarse “documental de búsqueda”. Así como en No sé qué me han hecho tus ojos (2002) Lorena Muñoz y Sergio Wolf iban detrás de la sombra de Ada Falcón, del mismo modo en que en Pacto de silencio (2007) Carlos Echeverría cerraba el círculo sobre Erich Priebke, en Fifi Howls From Happiness (título de distribución internacional) la realizadora y artista plástica Mitra Farahani va en busca del hombre al que todos creían muerto. Emigrado de Irán en tiempos del sha, perseguido con más tenacidad desde el acceso al poder de Khomeini y sus boys, en 2010 a Farahani le llega el rumor de que Mohassess estaría radicado en Italia desde hace décadas. Hace las valijas, lo encuentra en el hotel donde vive (el hombre es de costumbres peculiares) y en su habitación filma sus conversaciones, mientras el interlocutor le indica qué tiene que poner y sacar de la película.Se diría que Farahani la arma con nada. Pero ahí adentro parece estar todo. Fifi (cuesta llamarla El Picasso de Persia, no sólo porque suena a El príncipe de Persia sino porque identificar a Mohassess con el autor del Guernica es como identificar a los talibanes con Saddam Hussein, alla Clint Eastwood en El francotirador) es una de esas raras películas que tienen respiración propia: hay aire entre la cámara y el personaje, hay una sensación de falta de plan en el abordaje que Fahrani hace del tema y situación, da la sensación de que cualquier cosa puede pasar y cualquier fragmento puede sobrevenir. No porque Fahrani esté empecinada en ser rara y original, sino porque parece tener el suficiente coraje como para ir al encuentro de sus materiales y ver qué sale de allí.Los materiales de Farhani son, claro, el propio Mohassess –su cuerpo vacilante, su remera roja, su risa loca, sus anécdotas, sus malos y buenos humores, su pensamiento en movimiento–, sus cuadros, reproducciones y los fragmentos de un documental previo, filmado en Irán en los ’70. La libertad con que la realizadora va de uno a otro pone su película en las antípodas del documental de cabezas parlantes, del documental “sobre artista” y del documental de archivo. Fifi es todo eso, pero sin fijarse a nada de eso como dogma o limitación, sino como variantes, útiles, herramientas. En el documental de cabezas parlantes, lo dicho tiene un valor casi sacro, definitivo, indiscutible. Aquí, Mohassess dice cosas geniales (“el matrimonio igualitario mata lo que la homosexualidad tenía de clandestino, de prohibido”), provocativas (“la democracia es un sistema tan nefasto como las dictaduras”), líricas (las frecuentes citas de más de un poeta), brillantes o chocantes, como cuando defiende su condición de artista “a pedido”.Si a alguien recuerdan el nihilismo, iconoclastia y furor antipatriótico de Mohassess es al colombiano Fernando Vallejo, herético como él (y homosexual como él, dicho sea de paso). No tener programa previo (si es que no lo tiene) no impide a Fahrani saber perfectamente cómo sacarle el mejor jugo a lo que presenta. Y darle forma a lo que fatalmente debe tenerla. Sistemáticamente dividida en cuatro capítulos cuatro, basta que aparezca esa pareja de hermanos coleccionistas para que la realizadora recuerde La obra maestra inacabada, de Balzac, desplegando de allí en más un sistema muy orgánico de relaciones entre el documental y la novela. O que el artista se siente a mirar maravillado El gatopardo, para que suceda otro tanto. O que su personaje empiece a escupir sangre (enfermo de los pulmones, no para de fumar), avisando que se muere, para que Farhani retire la cámara de él, pero deje encendido el micrófono. 8-EL PICASSO DE PERSIA (Fifi az khoshhali zooze mikeshad, EE.UU./Irán/Francia, 2013)Dirección y fotografía: Mitra Farahani.Montaje: Yannick Kergoat y Suzana Pedro.Duración: 96 minutos.Estreno exclusivo en cines Village Recoleta, BAMA y Artemultiplex Belgrano.
Publicada en edición impresa.
Pese a que tuvo algunos problemas de censura durante el reinado del Shah Reza Pahlevi, Bahman Mohasses fue un artista plástico iraní muy destacado en los años anteriores a la revolución islámica. Luego se supo muy poco de él y la mayoría creía que había muerto hace muchos años atrás. Mitra Farahami sale en busca de su rastro, lo encuentra en un hotel romano y lo acompaña hasta su muerte. Mohasses era un personaje extraño, un prolífico artista que destruyó la mayoría de su obra, al final solo trabajaba por encargo y no quería dejar legado. Mohasses se muestra como una especie de doctor Jekyll y mister Hyde. Por un lado dedicó parte de su trabajo a causas y movimientos sociales y políticos. Por otro se ha transformado en un ser amargado y egoísta con ciertos rasgos misantrópicos. El documental es un trabajo preciso que describe con cierta profundidad al sujeto a observar y aprovecha adecuadamente las indicaciones sobre la puesta en escena que da el propio Mohasses. Tal vez Mitra Farahami pudo haber indagado más en el pensamiento y la cosmovisión del artista, pero el resultado final es estimulante.
Filmar hasta el final Bahman Mohassess es una leyenda del arte moderno iraní: un pintor y escultor iconoclasta que desaparece a fines de la década del sesenta tras haber sido censurado primero por el régimen del Sha y luego por la República Islámica. Los artistas, mecenas, galeristas y aficionados de su país lo creen muerto hace mucho tiempo. Sin embargo, en 2010, Mitra Farahani recupera su rastro en un hotel romano. Aunque no está enfermo ni debilitado, Mohassess permanece recluido en una habitación. Al principio se muestra reacio, dubitativo; el proyecto no lo convence. Sin embargo, su cuerpo dice lo contrario: los gestos sugestivos, la manera de fumar a lo Gainsbourg, la voz profunda y la risa carrasposa evidencian su entusiasmo. La extensa conversación con Farahani está bañada por un clima de confidencias al oído. Mohassess vuelve sobre su carrera y su historia personal, mientras las pequeñas trivialidades de la vida cotidiana de un hombre mayor se mezclan en el diálogo: manías, toses, extravagancias. El Picasso de Persia es una película de amor entre dos artistas: el viejo rebelde que va a morir y la joven curiosa que lo filma. La obra de Mohassess alterna naturalezas muertas enigmáticas, esculturas de bronce en posiciones sensuales y pinturas extrañamente habitadas. El cuadro que le da su nombre a la película, un eco rojo y abstracto de El grito de Edvard Munch, es una de las pocas piezas que sobrevive a la autodestrucción. Fifí es Mohassess. El artista quiere saber cómo comenzará su película, cuál será la estructura. La directora le confía el dispositivo, pero mientras la imagen muestra al viejo atento e interesado, un violonchelo se convierte en su interlocutor. Farahani acepta poner en escena una parte de los planos e indicaciones del retratado y se somete a su aparente tiranía en beneficio de la película, como si se tratase de un arte marcial que utiliza la fuerza del oponente. La directora sabe mucho de la vida y obra de este viejo risueño, seductor y furibundo, pero deja que su película florezca en contacto con aquello que encontró, que se bifurque o retroceda, que la meditación poética se conecte con el recuerdo de hechos históricos que han conmovido al país donde ambos nacieron. Por momentos, la película logra captar el intangible espíritu de la creación y acompañar con respeto los pasos silenciosos de la muerte. Como en Nick’s Movie de Wim Wenders sobre Nicholas Ray, la esencia testamentaria del documental condena poco a poco al artista a morir al mismo tiempo que la película. A imagen del personaje y su obra ambivalente, la película está marcada por la fragilidad, el destierro y la reclusión que resuenan como el destino trágico de los iraníes. La directora introduce a dos hermanos artistas y compradores de arte para quienes Bahman Mohassess es un mito. Ellos le entregan un importante anticipo para una pintura de gran formato que nunca terminará, y van comprando progresivamente todas las obras que le quedan. Mohassess muere una mañana durante el rodaje. Mientras la directora filma el modo en que las sombras de las pequeñas esculturas se despegan gradualmente de la pared, él la llama, tose, escupe sangre y le dice que se está por morir. Ella apoya la cámara sin apagarla. Mohassess muere en la película. En el plano siguiente, la mucama limpia la habitación vacía. Fifí ha desaparecido de la pared. Al observar las relaciones entre el arte y el mercado, resuena la frase de El gatopardo de Visconti que se escucha al comienzo de la película: “Somos los gatopardos y los leones, en nuestro lugar vendrán los chacales y las hienas”.
El artista es la película “En Irán, individualidad e historia no tienen valor. Nunca la tuvieron ni nunca la tendrán”, dice en un momento Bahman Mohasses, quien fuera una de las principales figuras de la cultura iraní previa a la Revolución de 1979, pero cuyo nombre y su papel histórico han sido prácticamente borrados del mapa de la memoria. En cierto modo, la película de Mithra Farahani, ganadora del premio a mejor película en la Competencia Internacional del BAFICI 2014, se propone revalorizar lo que la sociedad iraní viene desvalorizando, al menos con la individualidad de Mohasses. Farahani hace esto con un acto tan simple como arriesgado: deja hablar a ese artista, al cual la realizadora encuentra en un hotel en Roma, aislado del mundo desde hace muchos años, ya bastante cansado de la vida y con su salud en tiempo de descuento, pero todavía con ganas de tirar a la marchanta frases terriblemente provocadoras y dignas de análisis -como cuando afirma que “esa concepción idiota de que todos somos iguales es una tontería” o cuando sostiene que el problema con la homosexualidad en la actualidad es que le quitaron todo el misterio y lo prohibido que tenía en sus orígenes-. Todo esto es fundamental para que en El Picasso de Persia asistamos al proceso creativo de Mohasses que, como el artista, es tan contradictorio como fascinante. Así, este documental no necesita de grandes rasgos formales, porque se alimenta de las formas de su protagonista y produce contenido a partir de ellas.
El Picasso de Persia, la flamante ganadora de la Competencia Internacional del BAFICI [16], es un documental dirigido por Mitra Farahani sobre el misterio en torno a la figura del artista visual Bahman Mohasses. En busca de Mohasses Bahman Mohasses, nacido en 1931, fue un artista visual, probablemente uno de los más importantes de la historia de Irán. Realizó pinturas, esculturas y collages, hasta la Revolución Iraní en 1979, año en que se le perdió el rastro, se hizo humo. Algunos decían que se había radicado en Roma, otros decían que había vuelto a Teherán. De sus obras tampoco se sabía nada. La artista visual y realizadora Mitra Faranahi fue en su búsqueda, y decidió no revelarnos cómo hizo para encontrar a Mohasses. Vive en un hotel romano, donde conserva algunas pinturas y esculturas y se dedica exclusivamente a producir obras por encargo. Vemos el proceso de armado de documental, con el mismo Bahman Mohasses dando su opinión sobre qué imágenes y qué frases tienen que aparecer en el documental y cómo. A su vez, dos jóvenes artistas visuales le encargan una pintura al Mohasses y lo conocen personalmente. La obra maestra desconocida Mitra Farahani utiliza el cuento de Balzac La obra maestra desconocida para introducirnos en la historia de Mohasses. En el cuento, dos artistas visitan al maestro Frenhofer, quien apenas termina lo que sería su obra maestra, la destruye para luego quitarse la vida. Mohasses es un artista irreverente y su carrera estuvo constantemente amenazada por la censura, al dejar Irán destruyó una gran parte de su obra. El documental recorre la carrera de Mohasses a través de una serie de encuentros con él y con las imágenes de sus obras. A su vez, aparecen estos dos jóvenes artistas que le encargan una obra, y unos pocos planos del mar y de algún que otro rincón de Roma. Pero se sostiene perfectamente con las conversaciones del artista con Farahani y su obra. Mención especial para la risa de Mohasses, contagiosa como para hacer reír a una sala entera. Conclusión Mitra Farahani nos entrega un documental que es pura poesía, un retrato completo y a fondo sobre un artista a quien todos deberían conocer. Es una gran reivindicación de la sufrida y maldita carrera de Mohasses, una puesta en valor de decenas de obras que nunca podremos conocer, y -por qué no- también una merecida despedida para el artista. Enamoramiento garantizado de la obra Bahman Mohasses.
La película que finalmente terminó ganando la competencia del BAFICI (bajo el título FIFI HOWLS FROM HAPPINESS) es un retrato documental del pintor y escultor iraní Bahman Mohassess, exiliado de su país después de la revolución musulmana y a quien muchos creían muerto. La realizadora lo encuentra viviendo en un hotel de Roma hace años, subsistiendo de la venta de sus cuadros. La película se centra en una serie de conversaciones con este curioso personaje, un gay que desprecia la aceptación de la homosexualidad (“era mejor cuando estaba prohibido”, dice), que ataca a los políticos de su país y casi que odia a la humanidad toda. Con un tono entre ácido y sarcástico, este artista prohibido (sus cuadros, en algunos casos altamente sexualizados, no tienen lugar en Irán hoy) analiza su propia obra –buena parte de la cual destruyó–, el mundo del arte y hasta intenta manipular a la directora acerca de cómo debe ser el documental que ella está filmando. Una obra de arte comisionada a Mohassess por unos expertos y coleccionistas es el centro narrativo de la segunda parte de este muy buen documental cuyo gran secreto es ir dando a conocer de a poco a este personaje de risa imposible transformándolo de un ser casi irritante y creído a un tipo querible a lo largo de su metraje.
Atractivas charlas con un mítico artista iraní El título original de este documental se traduce como "Fifí aúlla de felicidad". Hacia el final sabremos a qué se refiere. El título de estreno local es más orientador: "El Picasso de Persia" le decían al protagonista, Bahman Mohasses, artista plástico iraní que impulsó el modernismo entre los suyos hasta que un día se mandó mudar a Italia, donde había estudiado cuando joven, y abrazó el ostracismo. Mohasses era una figura consagrada, beneficiada por la modernización que alentaba el sha Reza Pahlevi. La Revolución de los Ayatolas cambió su vida, y la vida del país, que de Imperio de fantasía pasó a ser República Islámica. El, que además era editor de una revista cultural, traductor de Malaparte, Genet, Ionesco y Pirandello, y director de teatro, se fue antes de que lo echen o le pase algo peor. Y se convirtió en una especie de mito. También artista plástica, Mitra Farahani creció bajo el nuevo régimen, lo enfrentó desde adentro, filmó un corto sobre la vida de un transexual en Teherán ("Just a Woman", Premio Teddy 2002), sufrió arrestos, y terminó emigrando a Paris. Un día supo la dirección de Mohasses. Tomó una cámara digital, integró como intermediarios e interlocutores a otros dos artistas (y coleccionistas) también exiliados (pero en Dubai), los hermanos Ramin y Rokni Haerizadeh, y juntos fueron al departamento del ya viejo maestro. El resultado es una serie de charlas bastante amenas con el venerable, que se muestra pícaro, culto y desconfiado, un tantito autodestructivo, escéptico y a la vez optimista, lleno de aforismos y anécdotas propias y ajenas, mechando frases de poetas persas, franceses e italianos, como Ahmed Reza Amadi, y emocionándose con "El gatopardo", donde leones y leopardos se van, y en su lugar quedan hienas y chacales. Se identifica con eso. Farahani sigue las charlas y ocasionalmente pide alguna información. En el montaje posterior, intercala un archivo de 1966 y varios párrafos del cuento de Balzac "Una obra maestra desconocida", que le sirven de estructura, espejo y anticipo. Quién sabe cuánto hay de registro natural y cuánto de situación armada. Cabe la sospecha. No diremos más, salvo que (tal como en las ficciones) la cineasta llegó en el momento justo, y que el desenlace puede enternecer a más de uno. Primer premio del Bafici 2014, se estrena recién ahora, a las puertas del Bafici 2015.
“My work deals with one thing only: the condemnation of existence. A human being, as a multidimensional human being, no longer exists today. And this is the annihilation I reflect by eliminating the hand and feet, the eyes and mouth. They have none of these. I can see it and hear it, I am certain of it. They have no life whatsoever. And this is what I show: this person that is nothing. But at the same time I have compassion. Because, after all, he’s human,” said exiled Iranian artist Bahman Mohassess, the so-called “Persian Picasso” — whose work was prominent in pre-revolutionary Iran — in Mitra Farahani’s remarkable documentary Fifi Howls from Happiness, filmed a few months before the painter’s death and completed after it. Actually, Bahman Mohassess was not only a consummate painter, but a gifted sculptor and a famed translator of literary works as well. And just as important as Mohassess, the artist, was Mohassess, the man. Or perhaps even more. Confrontational and biting, his outspoken opinions made him a rather controversial figure: he called his fellows Iranian “bootlicking cowards,” he was resentful with the world at large in almost every which way, he found the notion of an afterlife to be unbelievably stupid, and also felt that homosexuality lost all its meaning and force when it was no longer forbidden (the idea of same-sex marriage drove him mad). As he liked to say, he was a homosexual with a penchant for “straight” boys with fiancées as his companions, and definitely not a gay man into effeminate creatures. Old school, but never a homophobe. Neither was he an essentially obnoxious or inconsiderate character. He was no monster — unlike some of his bizarre sculptures with missing limbs and featureless faces. You get to learn all this and much more in Farahani’s revelatory documentary, and yet there’s no need to fear since it’s not another case of a talking head in front on the camera. On the contrary: Fifi Howls from Happiness smartly resorts to the spoken word as much as needed, but never as a tedious series of fancy words — let alone big meanings. In fact, Mohassess’ speech is pretty down to earth and is used to interplay with the voice over of the documentary maker, who questions and motivates the painter in order to draw a real portrayal of a person instead of that of an artist on a pedestal. So words are used in a candid and friendly manner, as they are swiftly intertwined with still images of his work and with framed paintings he used to decorate the functional and somewhat comfy hotel room where he lived for ages. Since this is a man who had opted to seclude himself, a real home to end his life in would have been out of the picture. He was also a cinema lover and Luchino Visconti’s Il gattopardo was one of his favourite films. He also believed, as a line from the film has it, that “men used to be leopards and lions, but have been replaced by jackals, hyenas, and sheep.” He liked cinema so much that he dared advise the filmmaker how to design and shoot her film, which is actually a work in progress of sorts that displays its own narrative and aesthetic mechanisms. Not as a case of a self-conscious exercise in style, but arguably as the best way to portray such an unpredictably nuanced character. As an example, when a couple of Iranian artist brothers visit him to commission a large oil painting on subject of his choice, his proverbial sarcastic and judgmental nature gives way to a kind, sensitive man. Someone you can care for. That’s surely why the abrupt and eerie ending is bound to hit you with deep emotional resonance. It wasn’t planned at all, but, one way or another, you could probably see it coming. Production notes Fifi Howls From Happiness (Coprod., 2013). Written and directed by Mitra Farahani. With Bahman Mohasses, Mitra Farahani. Cinematography: Mitra Farahani. Running time: 99 minutes.
Retrato de un artista fascinante En otro tiempo, Bahman Mohassess fue uno de los artistas más influyentes de Irán, sobre todo como pintor y escultor, pero también como poeta y autor de teatro. Pero tras la caída de Mossadegh, no se hizo fácil la vida para este creador singular, irreverente, combativo, polémico, tan escéptico o francamente pesimista respecto del futuro de la humanidad como autodestructivo, al punto de que buena parte de su obra no sólo fue desapareciendo por culpa de las sucesivas censuras, la religiosa en especial, sino también -y quizá primordialmente- por decisión propia. Su declarada condición gay también contribuyó a que su presencia y su actividad como uno de los principales y más originales representantes del arte moderno de su país no fueran muy bien vistas en el Teherán del shah ni mucho menos en el de los ayatollahs, lo que derivó primero en sus parciales exilios y más tarde en su virtual desaparición, tras la revolución en su país: muchos de sus compatriotas lo creían muerto. La desaparición incluyó gran parte de su obra, que apenas se conserva en algunas colecciones particulares (incluida la propia, en la que, entre cuadros y esculturas, hay un espacio reservado a su cuadro favorito, la obra de juventud que da título a la película) y, afortunadamente, en reproducciones y catálogos que van apareciendo a lo largo del film y mucho dicen de los intereses, las opiniones y la personalidad del artista. La joven cineasta Mitra Farahani, iraní, pintora y exiliada como el maestro al que admira, investigó hasta dar con su paradero en Roma y allí, en el hotel donde residió sus últimos años, rodó con él este retrato-entrevista fascinante, que rescata su variada obra y llega hasta la muerte del artista, en 2010. La película no sólo interesa por el carismático personaje que rescata del olvido, sino sobre todo por el modo en que la autora desarrolla esa operación. "Le contaré mi historia -avisa él en el comienzo- para que ningún idiota escriba mi biografía." Y así lo hace, incluso dándole a la cineasta indicaciones sobre el film como si fuera su asistente. Lejos de esas clásicas cabezas parlantes que pueblan tantos documentales, el retrato surge de la vida diaria que comparten en el departamento del hotel, con sus charlas, sus relatos, sus ocurrencias, sus comunes preferencias artísticas: Visconti y su gatopardo ocupan un buen lugar y le prestan el bellísimo final. Y también sus frecuentes aforismos, que se multiplican en la segunda parte, cuando dos divertidos hermanos iraníes coleccionistas que residen en Qatar y quieren encargarle trabajos al maestro se incorporan a la conversación. El relato cobra entonces más vida y emoción, y ésta domina todo el tramo final encarado por la realizadora con singular delicadeza. El film ganó la competencia internacional del Bafici 2014.
Mirar y descubrir desde el exilio. El multifacético artista al estilo renacentista (pintor, escultor, poeta) vivió más de 30 años ¿auto? exiliado hasta el día de su muerte. La joven directora, por su parte, salió a la búsqueda de esa leyenda, llamada Bahman Mohasses, reconocido en el Irán previo a la revolución de Komeini en 1979. ¿Un fantasma tangible, una personalidad que hace culto al cinismo, o un sujeto actuante que refiere a su propia historia y a la de su país? Un poco de los tres ítems describe este curioso documental, que muestra en más de una ocasión a la cineasta Mitra Farahani, absorta y asombrada frente a semejante objeto de adoración. Tal como hicieran Lorena Muñoz y Sergio Wolf en el estupendo trabajo Yo no sé qué me han hecho tus ojos, sobre la cantante de tangos Ada Falcón, la leyenda está viva y hacia allí la cámara de Farahani se dirige con el propósito de mirar y descubrir al mito. El Picasso de Persia (astuto título local) construye su discurso desde el deseo de dos inversores que admiran a Mohasses y que por ese motivo contratan a la cineasta para cumplir con el objetivo. El artista, fumador incansable, ególatra y narcisista, pero también seductor a través de sus relatos que recorren desde aspectos privados hasta públicos, se convierte en el centro neurálgico del relato. Un centro al que la directora jamás desplaza hacia otras zonas más ambiguas, eligiendo mirar y descubrir, pero también, admirar y mucho, acaso de manera excesiva. Pero hay un punto en donde El Picasso de Persia afronta sus bienvenidos riesgos cinematográficos y es cuando se profundiza en la obra más conocida y preferida por el artista. "Fifi" es su nombre y, de acuerdo al devenir del documental, esa pintura representa el Rosebud (por Citizen Kane de Orson Welles) en la trajinada vida profesional y personal de Mohasses, quien muriera a mediados de 2010, a poco de terminado este film-investigación. Allí, la película de Farahani obtiene sus mayores logros formales, y al mismo tiempo, expresa sus razones para justificar el premio principal obtenido en el Bafici del año pasado.
Retrato de un artista irreverente Bahman Mohasses fue un irreverente artista, sin compromisos. Y el documental, seductor, lo refleja tal cual como fue. Abordar una figura desconocida siempre implica para el público un descubrimiento. Y si ese personaje es contradictorio, justamente la experiencia es mucho más rica. Claro, siempre que la realización no sea simplemente laudatoria, sino que se permita cuestionarlo. Algo de todo esto hay en El Picasso de Persia, que ganó hace casi un año el premio a la mejor película en la Competencia internacional en el Bafici, cuya nueva edición empieza en una semana. Bahman Mohasses fue un artista plástico iraní, que vivió su arte y su vida sin compromisos con nadie, y con la irreverencia como su principal marca. Un escultor, pintor y también director teatral que fue y volvió de Teherán, hasta que decidió recluirse en la habitación de un hotel... en Roma. Hasta allí la directora Mitra Farahani, iraní como él, fue a buscarlo. Junto a dos millonarios iraníes que hicieron fortunas en Abu Dhabi y querían conseguir obras del alguna vez llamado Picasso de Persia, lo entrevistó. El documental también tiene imágenes de archivo en las que se observa el desparpajo -y el talento- de Mohasses, mucha de cuya obra fue destruida por la revolución Islámica. Fue un hombre que, aún enfermo, no dejó de fumar -tal vez la pretendida empatía que la realizadora quiere lograr mostrando al artista pidiéndole cigarrillos, o dándole indicaciones de cómo debía filmarlo es lo que termina acercándolo y haciéndolo más querible a este cascarrabias-. Por todos estos motivos, El Picasso de Persia es un filme único: qué lleva a un hombre a destruir(se) a sí mismo y a su obra es algo que sobrevuela. No hace falta conocer mucho de la historia de Irán para entender y sentirse seducido por el filme.
Después no ande diciendo que “lo único que hay son películas pochocleras” (de paso avisamos que en estas viñetas aborrecemos del término “pochoclero”: para quien esto escribe hay películas buenas o malas sin importar origen o presupuesto): acá tiene una hermosa película que va a contramano del negocio del cine actual. Es un documental, ganó el Bafici el año pasado y muestra más que narra la historia de un artista plástico iraní que debió irse de su país. El tipo de llama Bahman Mohasseses, es homosexual, ha destruido gran parte de su obra, vive en Roma un poco a salto de mata y pinta y esculpe cosas que causarían un ataque cardíaco a un ulema. No resulta una persona agradable para nada: llega un momento en que realmente no parece querer a nadie, y que se encuentra molesto por todo. Pero la realizadora Mitra Farahani logra penetrar la coraza misántropa del personaje como la gota que horada la piedra, poco a poco, mientras se desarrolla la historia de un encargo que le hacen a Mohasseses. Un poco en tono de comedia, un poco con la tragedia a cuestas (las dos cosas al mismo tiempo), la película va transitando temas como la identidad, la necesidad de adaptarse o no a la vida que nos ha tocado, el arte y su sentido, el sexo, el paso del tiempo y la relación con un país o una cultura. Pero sobre todo, y como todo gran film, nos deja un personaje inolvidable que no entraría en la memoria de no ser por el cine.
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Casi un trabajo arqueológico es el que realiza Mitra Farahani en “El Picasso de Persia” (Irán, 2013) al lograr dar con un mito de la pintura y escultura iraní como Bahman Mohasses. A través de imágenes de archivo en una primera instancia podemos conocer el trabajo de Mohasses con el relato en off de la directora de la historia de éste y el destino de su obra. Hasta ahí la película deambula entre el clásico documental y en este caso con el potencial de poder conocer a un artista del que sólo en la oralidad se pudo recuperar parte de su trabajo. Pero Farahani logró ubicar a Mohasses, viviendo en un hotel de Roma, luego de 30 años de que no se sepa nada de él. Ahí asistimos a una segunda parte, en la que los intentos de congeniar entre ambos y el mostrar a Mohasses en su cotidianeidad (encerrado y fumando sin parar) son el punto para disparar una reflexión sobre el trabajo de los artistas y cómo éstos ven su propio derrotero y reconocimiento. Para sí mismo Mohasses no es un gran pintor, de hecho al poder comprender su propio arte como un mero transmisor de información y puesta de posición política. “No es importante qué transmitimos sino cómo lo transmitimos” afirma en alguna de sus extensas charlas. Porque Mohasses antes que pintor y escultor es un conversador por excelencia. Una persona que disfruta en el compartir a través del diálogo de su conocimiento y su particular mirada sobre la realidad y la importancia. Todo es un disparador para él. Una tapa en una revista italiana sobre el nuevo modelo de mujer iraní lo hace reflexionar sobre el real lugar de la mujer en su país hasta el punto de generar un analisi semiológico sobre la imagen que ve. Farahani posa la cámara, lo escucha, captura algo que sabe que hace 30 años es inasible, como su obra, de la cual solo hay algunas fotos y el resto se terminó por destruir. Porque Mohasses cree en eso, no sólo en el proceso de producción de una obra y su cristalización, su trabajo continua al hacer desaparecerla, tal como lo hizo el auto imponiéndose un exilio en un pequeño hotel boutique en el que acumula diarios, revistas y ceniceros llenos de cigarrillos. Pero también anécdotas, sobre su juventud, su homosexualidad, la sociedad, el cine, sobre cada cosa que llega a sus manos y le permiten crear. Para él nada está terminado hasta que lo pueda visualizar, y sí, también vende humo, como a esos dos hermanos a los que les promete la mejor obra de su vida por un adelanto. “El Picasso de Persia” busca en el pasado de un artista fantasma y termina encontrándose con un personaje que genera empatía en cada carcajada que suelta y en cada pitada a sus cigarrillos que da. Y Farahani sabe la oportunidad que tiene ante su cámara y la aprovecha.
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El canto del cisne Mitra Farahani, joven cineasta iraní y pintora, demuestra su sensibilidad y su inteligencia en este documental que rescata del olvido a un artista oriundo de su mismo país y exiliado, al igual que ella. Según los datos de las crónicas, Bahman Mohassess fue un destacado pintor y escultor en Irán en la década del '70, período en el cual regía una dictadura monárquica encabezada por el Sha Mohammad Reza Pahlavi, que había destituido, en 1953, mediante una revolución, al primer ministro elegido democráticamente Mohammad Mosaddeq, quien se había granjeado la enemistad de los Estados Unidos y de Gran Bretaña porque decidió nacionalizar el petróleo. Mohassess, en esa época, joven y provocador, no soportó el régimen iraní del Sha, con el cual tuvo algunos incidentes conflictivos, y decidió exiliarse. Prácticamente desapareció de la escena artística y según comenta Farahani en su documental, estaba inhallable al momento en que planeó su película. Ella se propuso encontrarlo y después de una tarea de investigación, logró ubicarlo en Roma, recluido en un pequeño departamento. Allí se dirigió con su cámara y su micrófono y durante algunas sesiones repartidas en distintas jornadas, logró registrar el pensamiento de este singular creador y también, de manera totalmente imprevisible, lo que fueron precisamente los últimos días del artista, ya que murió prácticamente al finalizar el film. Mohassess se muestra irreverente y muy crítico con respecto al mundo actual, añorando las épocas de su juventud, en la que los artistas y los intelectuales, como él, formaban parte de un movimiento cultural que se nutría en ideas y concepciones estéticas inspiradas en los grandes maestros de la historia del arte. Para Mohassess, la civilización humana está atravesando una decadencia que parece irreversible, se queja de las guerras, la contaminación del planeta y la banalización de la cultura. Fumador empedernido, tiene tan afectados los pulmones que le cuesta respirar, habla entrecortado y cuando se ríe (que lo hace a menudo), de su garganta surge un ronquido áspero y un tanto agudo, un claro signo de que su salud está muy deteriorada. No obstante, tiene un gran sentido del humor y se ve que la aventura que le propone Mitra lo divierte. En pocas palabras, logra sintetizar su proceso creativo, desde sus orígenes hasta la actualidad (falleció en 2010, a los 79 años). Rodeado de unas pocas obras en su departamento, ilustra su relato mediante viejos catálogos de exposiciones suyas y fotografías, ya que para el momento en que se filmó el documental había prácticamente interrumpido su actividad y sólo trabajaba por encargo. Se jacta de vivir del fruto de su trabajo, que sabe vender muy bien. Pero además, muchas de sus obras fueron destruidas, no solamente por el régimen iraní, sino por él mismo en distintas circunstancias. Según explica, riéndose de sí mismo, la construcción y la destrucción son las dos caras de un mismo proceso. La joven Farahani se gana la confianza del anciano y entre ellos se genera una química muy especial que se transmite al espectador, logrando captar su interés, en una experiencia fílmica que incluye fragmentos de otro documental realizado en los años ‘70, algún comentario de un coleccionista admirador de Mohassess y también el encuentro con dos jóvenes hermanos iraníes que han viajado a Roma solamente con la intención de comprar algunas de sus obras. Estos marchands reavivan el entusiasmo del artista, quien se siente estimulado para volver a pintar y de algún modo reencontrarse con sus raíces, pero, ya en el final del film se advierte que será solamente el canto del cisne, próximo a morir. Así de descarnada es la película de Farahani, que está presentada con un especial cuidado en el montaje, consiguiendo narrar una breve historia distribuida en cuatro capítulos, apelando a un juego de intertextualidad, con citas de poemas de distintos autores y de una obra de Balzac, fragmentos de películas y alusiones varias a otras manifestaciones del arte, así como a acontecimientos históricos que inspiraron algunas de las obras de Mohassess, todas referencias del universo mental en el que habita el protagonista, caracterizado por él mismo como “renacentista”. La obra de Farahani es sencilla y compleja a la vez, trasunta ternura y rigor al mismo tiempo, curiosidad y pudor, halagando al espectador en varios planos: despertando la intriga alrededor del misterio, ilustrando acerca de un autor poco conocido y aportando a la diversidad del conocimiento en general. Por último, hay que resaltar que el título original, Fifi az khoshhali zooze mikeshad, es el nombre del único cuadro que acompañó al pintor a todas partes y que nunca quiso vender: “Fifí aúlla de felicidad”.