Un romance juvenil, como tantos otros, basado en la novela homónima escrita por Nicola Yoonuna, que une a dos jóvenes por obra del destino en el ajetreado escenario neoyorquino. El sol también es una estrella tiene un relato en off que sitúa a las personas de ínfimas existencias en un universo de cambios constantes. La vida de los mortales es tan corta que hay que vivirla a pleno. Y es lo que hacen Daniel Bae -Charles Melton, actor de las series American Horror Story y Riverdale-, un chico proveniente de una familia coreana, amante de la poesía y a punto de tener una entrevista para ingresar a la universidad de Yale, y Natasha Kingsley -Yara Shahidi-, una joven de Jamaica, muy pragmática y proclive a las estadísticas, que atraviesa una situación familiar complicada cuando ella y su familia están a punto de ser deportados de los Estados Unidos. Sus caminos se cruzan, primero en el subte, y luego cuando Daniel evita que Natasha sea atropellada por un auto y son pocas horas las que tienen para compartir, antes que sus vidas tomen rumbos distintos. El relato dirigido por Ry Russo-Young -Si no despierto-, al igual que el libro, recurre a la narración de los personajes y ofrece un tono discursivo que resta interés a las situaciones que atraviesan, logrando mayor eficacia en su segundo tramo. El noviazgo, la familia, el trabajo, el destino y una realidad cruel que dependen del orden del cosmos, son las constantes por las que se encamina esta película de tono adolescente con romance interracial que se guarda un falso final para luego proseguir su marcha. Caminatas, postales de Nueva York y temas musicales que acompañan la acción completan esta propuesta convencional con una pareja que no tiene química en la pantalla grande.
¿Qué pasaría si Antes del amanecer fuese adaptado o reversionado para teens? El resultado sería El sol también es una estrella, una entretenida y dinámica historia de un amor imposible que suma Nueva York como el escenario ideal para que estos jóvenes amantes puedan creer en el otro y avanzar en sus vidas.
Un chico y una chica se cruzan de casualidad, intercambian algunas palabras, se gustan mutuamente e inician un largo paseo por una ciudad llena de mística e historia. La sinopsis remite invariablemente a Antes del amanecer y el sinfín de películas posteriores que replicaron esa estructura narrativa. Siempre, claro, sin llegarle ni a los talones al film de Richard Linkater. A esa lista se suma ahora El sol también es una estrella. Esta enésima adaptación de un best seller romántico para jóvenes adultos que se filma en Hollywood en la última década propone, según la sinopsis, “una historia moderna sobre cómo encontrar el amor contra todo pronóstico”. Los protagonistas son dos adolescentes hijos de inmigrantes cuyas perspectivas de vida son opuestas: mientras la jamaiquina Natasha (Yara Shahidi) está a un día de ser deportada junto a sus padres, Daniel (Charles Melton) se encuentra a punto de ir a una entrevista para ingresar a una facultad con miras a estudiar una carrera que no le interesa. En ese contexto se conocen en plena calle e inician un recorrido a contrarreloj por una Nueva York filmada como si la directora conociera por primera vez la ciudad. Ese embelesamiento se condice con la superficialidad de un relato cuyos protagonistas no escapan a la construcción estereotipada: sus inquietudes son tan banales como sus diálogos, al tiempo que los agujeros del guión son presentados como meras vueltas del destino. Un destino empecinado en el triunfo de la corrección política y el amor interracial.
“Somos como mariposas que revolotean por un día y piensan que es para siempre”. A alguien -tal vez a la directora, Ry Russo-Young- se le ocurrió que no había nada mejor que una cita de Carl Sagan ilustrada con imágenes del universo para darle, ya de entrada, una pátina de profundidad a esta clásica historia de chico-conoce-a-chica destinada a ese segmento del público que el mercado denomina “adultos jóvenes”. Pero ese intento de trascendencia – y todos los que le siguen- son tan vanos como los esfuerzos por lograr que este romance conmueva. Daniel y Natasha tienen mucho en común: bonitos, están saliendo de la adolescencia y son hijos de inmigrantes. Y ambos son buenos chicos a punto de cometer su primer acto de rebeldía. Él, contra el mandato de ser médico que le impusieron sus formales padres surcoreanos. Ella, contra la resignación de los suyos -jamaicanos, igual que ella- a ser deportados a pesar de llevar nueve años viviendo en Estados Unidos. Se conocen en la calle un día antes de que se concrete esa expulsión. Así se desarrolla esta versión lavada y neoyorquina de Antes que anochezca. Mientras recorren puntos tan estratégicos como trillados de Nueva York -el teatro Apollo, Chinatown, Roosevelt Island, más tomas del Empire State o la Estatua de la Libertad-, los diálogos buscan espesor con el contrapunto entre el cientificismo de ella, la futura astrónoma descreída del amor y del destino, y el romanticismo incurable de él, el aspirante a poeta. En el medio hay algunos desencuentros forzados, filosofía barata y clips que explican desde la teoría del multiverso hasta por qué los surcoreanos son especialistas en pelucas para negros (gran dato). Más un discurso proamericano apenas disfrazado bajo el velo progresista de crítica a la dura política migratoria de la administración Trump. Sólo el carisma de los protagonistas hace soportable el bombardeo de consignas de autoayuda del estilo de “Abrí tu corazón al destino”. La segunda parte de la frase sería “y cerrá los ojos a películas como esta”.
Basada en la novela del mismo nombre, escrita por Nicola Yoon, la película retrata la vida de dos jóvenes, Daniel Bae (Charles Melton, “Riverdale”) y Natasha Kingsley (Yara Shahidi) en New York, quienes se conocen gracias al destino...La primera vez que él la ve es en la Estación Grand Central, luego en el subte y finalmente salva su vida cuando ella casi es atropellada en plena ciudad. Daniel es hijo de inmigrantes coreanos, dueños de un negocio, quienes desean que su hijo asista a la Universidad para estudiar Medicina. La familia se completa con su hermano, Charlie (Jake Choi). El problema es que Daniel no tiene vocación para ser médico, él ama la poesía, sólo está por asistir a una entrevista para su carrera por mandato paterno. Natasha, en cambio tiene otro problema un poco más grave: sus padres son de Jamaica y están a punto de ser deportados en 24 horas, si no consigue revertir la situación mediante un abogado. En el medio de ambos conflictos, el joven la convence de pasar el día juntos y acompañarse, y así lograr que ella se enamore de él, ya que Natasha no cree en el amor. Lo mejor del film son los paisajes de la ciudad, el Greenwich Village, el Planetario Hayden, y la isla Roosevelt, sólo por mencionar algunos, mérito de su director de fotografía Autumn Durald. El guión es cursi y aburrido, no tiene demasiado sustento. Quizás los adolescentes puedan encontrarle algo de romanticismo en una historia insulsa, llena de frases hechas y con muy poca pasión entre sus muy lindos protagonistas. ---> https://www.youtube.com/watch?v=f2skgoMYzSo DIRECCIÓN: Ry Russo-Young. ACTORES: Yara Shahidi, Charles Melton, Gbenga Akinnagbe. GUION: Tracy Oliver. FOTOGRAFIA: Autumn Durald. MÚSICA: Herdis Stefánsdóttir. GENERO: Romance , Drama . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 100 Minutos CALIFICACION: Apta todo público DISTRIBUIDORA: Warner Bros FORMATOS: 2D. ESTRENO: 16 de Mayo de 2019 ESTRENO EN USA: 17 de Mayo de 2019
¿Puede el amor más grande de tu vida durar sólo una noche? Esa pregunta se hacía desde el póster de la película de Richard Linklater que se terminaría convirtiendo en trilogía, “Antes del amanecer”. Esa pregunta sobrevuela gran parte de “El sol también es una estrella”, que narra la historia de ¿amor? entre dos adolescentes que se cruzan en un día muy particular. Ella es hija de inmigrantes y su familia está a punto de ser deportada, de hecho preparan todo para irse a Jamaica al día siguiente. Pero después de tantos años en la ciudad que nunca duerme, Nueva York, ella se niega a hacerlo y hasta último momento está dispuesta a seguir luchando entre la burocracia para poder quedarse. Ese último día Natasha se choca con Daniel, que justo ese día no fue al colegio porque tiene una importante entrevista para entrar a la universidad a hacer la carrera para convertirse en doctor. Si bien ambos provienen de familias de inmigrantes, poco más tendrán en común, aunque sí viven a la sombra de las decisiones que toman sus padres por ellos. A ella le apasiona la ciencia y por lo tanto no cree en el amor si no se puede probar empíricamente. Él es un romántico, escribe poesía y cree en las señales que le da el destino. Ese día en particular, el destino los llena de señales. Así, “El sol también es una estrella” terminaría siendo algo como una versión adolescente entre “Antes del amanecer” y “Serendipity”. En esos tiempos muertos entre una entrevista que se demora y otra que se posterga, ellos se permiten jugar. Él le propone enamorarla en un solo día. Ella, primero reacia, luego divertida y a lo último dejando lugar a su probable fracaso como jugadora, va cayendo en las redes de este muchacho olvidándose, sólo por un rato, de que por más que lo desee, al día siguiente todo se terminará porque no parecen haber opciones que la salven y la permitan quedarse. La directora de esta película es Ry Russo-Young (la misma de “Si no despierto”) y el guión, de Tracy Oliver, es una adaptación del best seller de Nicola Yoon (que escribió la novela “Todo, todo”). Sin duda estamos antes personas que conocen el público al que la película apunta. Un género romántico endulzado y con personajes protagonistas que se muestren cool con sus gustos particulares y su forma de desenvolverse ante el mundo. El problema es que, más allá de que la historia apunte bastante a eso, forzado y al mismo tiempo predecible. El único amor que logra transmitir es aquel a la ciudad de Nueva York, que termina pareciendo mucho más genuino que las múltiples deus ex machinas que se esfuerzan para juntar a los dos protagonistas. El film desborda un optimismo de manual y está cargado de frases hechas que podrían colgar en un local palermitaño. Todo en “El sol también es una estrella” resulta impostado, superficial. Ni siquiera la interpretación del secundario al que interpreta John Leguizamo consigue imprimirle un poco de naturalidad. Además introduce una temática que tiene mucho para profundizar y explorar, como lo es el tema de la inmigración, pero todo queda ahí, en esa superficie, sólo funcional para la historia de amor que se quiere contar, que por más que la disfracen de cósmica no tiene nada de especial porque ni siquiera logra que empaticemos con ellos.
Un día es suficiente para probar una teoría Hay quienes creen en el destino, las casualidades y que nada sucede porque sí. Otros son más metódicos que creen en las estadísticas, los hechos científicos y experimentos para justificar el porqué de las cosas. Aquí es donde conocemos a Daniel (Charles Melton), un joven coreano creyente en el destino, y apasionado por el arte y la poesía, pero sus padres están convencidos de que su destino es ser médico. Por otro lado, se encuentra Natasha (Yara Shahidi), una joven jamaiquina que trata de mantener su vida y la de su familia en orden, haciendo todo lo posible para que no los deporten de Estados Unidos. La vida de ambos se cruza cuando Daniel salva a Natasha de ser atropellada por un auto, en algún barrio de Nueva York. Ahí decide pasar todo un día con ella para probar la teoría de hacer que ella se enamore de él en cuestión de horas, lo que no sabe es que a ella solo le queda un día antes de ser deportada. A diferencia de otras novelas juveniles, en El sol también es una estrella, temas como el racismo, migración y el estatus económico, fueron fijados como historias principales. A pesar de que la pareja tenga poca química en pantalla, aquellos románticos empedernidos, creyentes de las almas gemelas, el destino y en el amor casi que, a primera vista, amarán la historia como si fuese la primera que vieran de este tipo.
En un momento en el que hay mucho cine que por apuntar a tantos públicos a la vez termina licuando cualquier interés, gracia y cohesión - Pikachu detective y demasiadas otras películas por el estilo-, un artefacto como El sol también es una estrella, de escasa sofisticación pero de narrativa asertiva y encuadrada en un plan de mayor concentración genérica, termina, al menos, recordando esa virtud cada vez más escasa: la capacidad de ser convincente. El sol también es una estrella es una película romántica, que no quiere agregar mucho más al planteo de chico conoce chica, las señales del destino -a favor y en contra- y las decisiones y las dificultades y el enamoramiento. Hay personajes con encanto, no hay maldad, hay idealización de la ciudad de Nueva York, no hay cinismo, hay ideas dichas con candidez, no hay burlas al género ni al tono elegido. Y hay gente convencida de contar, iluminar, musicalizar y actuar una de esas películas en las que no hay pretensión ni estafa alguna. Una historia de amor de una chica jamaiquina y un chico de origen coreano: cine simple pero orgulloso de su simplicidad; cine definible mediante su fidelidad al género. Un poco soso y hasta atolondrado por momentos, es cierto; pero en un contexto de estrenos cuyas formas tienden a lo teratológico un film modesto puede volverse atractivo y hasta carismático, incluso portador de cierto resplandor fugaz.
Natasha tiene un día para resolver el problema de inmigración de su familia, antes de que los deporten a Jamaica. Ese mismo día, Daniel tiene una importante entrevista de trabajo. El destino los unirá, y pasaran las pocas horas que pueden compartir juntos, mostrando que, pese a la adversidad, el amor siempre puede triunfar. Nos llega otra adaptación de un libro enfocado a los jóvenes adultos; y por desgracia, tenemos otro fiasco en las salas, al mismo nivel de After. Y antes de seguir, queremos aclarar que quien les escribe, no detesta este sub género; pero ya sea porque el material original es flojo, o porque los guionistas son incompetentes a la hora de trasladar las historias a la gran pantalla, sobran los dedos de una mano para contar las buenas películas que nos llegan desde este mundillo literario. Uno de los mayores problemas de estas cintas, y que se hace presente en El sol también es una estrella, es el de sus actores protagonistas. Entendemos que elijan interpretes carilindos que atraigan al público adolescente; pero es que todos parecen cortados por la misma tijera. Cuerpos torneados, pero ni un ápice de talento, al grado que, en más de una ocasión, terminan generando antipatía con el espectador que es ajeno a estas tramas. A esto hay que sumarle que el mensaje final, casi siempre es el mismo; diciéndonos que debemos creer en el verdadero amor y el destino, pese a todas las trabas que la vida nos pueda poner. Pero en pantalla, vemos situaciones tan inverosímiles, que son menos creíbles que gente teniendo súper poderes. Quizás como dato curioso, queda en preguntarnos como es que contaron con John Leguizamo para un rol secundario en la película; sabiendo todo el talento que tiene el actor de ascendencia latina. El sol también es una estrella es otro film más de un sub género que parece no poder dar una buena película para el público ajeno a sus historias. Poco para destacar, y, por ende, un producto final para nada recomendable.
Él y ella, flechazo neoyorquino mediante, descubren no sólo que tienen el tipo justo para catálogo de Holt Renfrew sino que son el uno para el otro. Pero la familia de ella será deportada en horas a Jamaica, lo cual ha de separarlos para siempre (busqué en Google la distancia NYC-Jamaica y tampoco parece un viaje caro, pero qué sé yo) y eso implica peligro de lágrima. En fin, otra película romanticona políticamente correcta y casta dedicada con todo cinismo a la adolescencia.
EL SOL TAMBIEN ES UNA ESTRELLA Un libro best seller dedicado al público adolescente y una historia de amor entre una chica proveniente de Jamaica, que está pasando su ultimo día en Nueva York, con su familia va a ser deportada, y en esas angustiantes veinticuatro horas se encuentra con el amor, porque las fuerzas cósmicas así lo quisieron. El es un chico descendiente de coreanos, empeñado en conseguir una beca, para cumplir mandatos familiares. Primero el salva a la chica de un accidente. Luego se encontraran varias veces para soñar que todo es posible. Ella que cree en la ciencia, él en la poesía y ambos en las estrellas. El director Ry Russo-Young, con guión de Tracy Oliver, le saca partido casi turístico a la ciudad de Nueva York y aprovecha a la parejita protagónica que forman Yara Shahidi y Charles Melton, con el aporte del talentoso John Leguizamo y un buen elenco. Es un “homenaje” a la trilogía de Linklater para adolescentes que estarán encantados con esta película. Mucho juego fotográfico, mucha irrupción del entorno, mucha toma porque si. Y además un optimismo y un romanticismo a toda prueba.
Destinados a conocerse El Sol También Es Una Estrella (The Sun Is Also A Star, 2019) es una película romántica dirigida por Ry Russo- Young (Si No Despierto) y escrita por Tracy Oliver. Basada en la novela homónima para adultos jóvenes de Nicola Yoon (Todo, Todo), la cinta está protagonizada por Yara Shahidi y Charles Melton (Riverdale). Completan el reparto Jake Choi, Keong Sim, Gbenga Akinnagbe, Cathy Shim, Anais Lee, Camrus Johnson, entre otros. La historia gira en torno a Natasha Kingsley (Yara Shahidi), una adolescente jamaiquina que hace nueve años vive en Nueva York junto a su familia. Debido a un suceso que le ocurrió al padre de Tasha, a los Kingsley solo les queda un día en Estados Unidos ya que fueron deportados a su país de origen. Como Natasha mantiene la esperanza de revertir la situación para poder quedarse en Nueva York, la joven insistirá para tener cita con un abogado que puede reabrir la causa. En esas últimas 24 horas allí, el destino hará que Tasha conozca a Daniel Bae (Charles Menton), un chico surcoreano que desea ser poeta. Aunque Natasha no crea en el amor, Daniel le demostrará que es posible enamorarse en un solo día. Después de la fallida After llega otra película juvenil a la cartelera, una en la que la mayoría de cosas sucede gracias a que el destino quiere ver a los protagonistas unidos. Por ello, es en vano analizar lo inverosímil del relato: aunque llegue un punto en el que las coincidencias son demasiadas, ya de antemano el espectador va predispuesto a encontrarse con un producto que carece de lógica, como en su momento había pasado con Todo, Todo (Everything, Everything, 2017), novela de la misma autora. Teniendo en cuenta esto, la historia de amor entre Natasha y Daniel se hace llevadera gracias a la labor de los actores. Por más que en varias partes el guión llegue a dar vergüenza ajena (por ejemplo cuando es muy notorio el objetivo de que quede explícito en diálogo el título del filme), Yara Shahidi y Charles Melton logran salir adelante con sus respectivas interpretaciones debido a la química que tienen entre sí. El hecho de que los protagonistas tengan poco tiempo para estar juntos recuerda a Antes del Amanecer (Before Sunrise, 1995), solo que aquí las charlas que mantienen no llegan ni por asomo a ser tan profundas. Por otro lado, la película tenía la posibilidad de meterse en la problemática que sufren los inmigrantes en Estados Unidos: aunque vemos a Natasha afectada por la situación, nunca se nos explica en detalle qué es lo que sucedió concretamente para llegar a la deportación. Con alguna que otra relación familiar mal desarrollada, varios clichés y flashbacks innecesarios, El Sol También Es Una Estrella sirve como punto de partida para que haya diversidad de nacionalidades en las tramas románticas hollywoodenses. Si vas predispuesto a ver una película llena de casualidades donde “todo pasa por algo”, la cinta de Ry Russo-Young puede llegar a gustarte, en especial si decidís verla con amigas.
Amor en Nueva York “Pensé que me iba a llevar toda una vida entender a la humanidad, pero me llevó un día”, dice Natasha al comienzo de El sol también es una estrella. Una suertuda bárbara la señorita, que a los 18 años, y con solo pegar onda con un chico, consiguió lo que millones de sociólogos, antropólogos y politólogos no. Pero así de absolutistas son las cosas en esta enésima adaptación de un best seller romántico para jóvenes adultos que se filma en Hollywood en la última década, centrada en este caso en dos adolescentes que se conocen de casualidad en la calle y sienten que están hechos el uno para la otra. Aunque para ellos la casualidad no existe sino que es todo producto del destino, tal como repiten no menos de diez veces durante la poco más de hora y media de metraje. Lo cierto es que ninguno atraviesa un buen momento. En especial Natasha (Yara Shahidi), hija de padres jamaiquinos que llegaron a Estados Unidos para hacer la América pero ahora están con un pie en el avión, a punto de ser deportados por ilegales aun cuando, desde ya, se trata de una familia honesta y laburante. Lo de “un pie” es literal: el relato empieza el día anterior a esa partida que podría ser definitiva, con ella jugándose las últimas cartas en una oficina de migraciones para intentar quedarse en ese país que siente como propio. En ese contexto se cruza, primero, con el empleado más amable de todo el Gobierno norteamericano, quien sin embargo le dice que vaya preparando las valijas. Y luego con el buenazo de Daniel (Charles Melton), hijo de inmigrantes coreanos pero con los papeles en regla que anda por la calle medio cabizbajo, no precisamente contento ante la obligación de seguir el mandato familiar yendo a una entrevista para ingresar a la facultad. Porque lo suyo es la música, tal como le dice a su amigo. Que ese amigo sea negro habla menos de la idea de Estados Unidos como un país forjado con el sudor de las minorías que de una corrección política supina, como si a través de esos estereotipos pintados a brocha gorda se intentara disparar un tiro por elevación a la Administración Trump. De allí en adelante, El sol también es una estrella se convertirá en una película igual de obvia que su título, una suerte de Antes del amanecer en clave millennial en la que los chicos comparten unas cuantas horas juntos mientras se cuentan intimidades y pasean por una Nueva York retratada con embelesamiento, como si la directora Ry Russo-Young se hubiera enamorado de los rascacielos de Manhattan. John Leguizamo interpreta a un abogado que ilustra a la perfección la moral bienpensante de un relato simplista y unívoco. Leguizamo tiene un muy recomendable show de stand-up en Netflix llamado Latin History For Morons, en el que un comentario racista de su hijo le sirve de disparador para un recorrido demoledor por la historia de la colonización en América Latina. Él solo sobre el escenario es capaz de generar más conciencia sobre la xenofobia que esta película.
Nada, nada Quien haya leído el best seller para Young Adults escrito por Nicola Yoon (el mismo equipo productor que trabajó aquí ya había adaptado su primera novela, Todo, todo) que traspone esta película podrá juzgar cuánto del lastre que la hunde proviene de allí. En todo caso, mientras Netflix –con mejor fortuna y gusto– busca emular a John Hughes y a todas esas comedias protagonizadas por adolescentes en la década del ochenta, haciendo uso, en sus ejemplos más logrados, del particular carisma de Noah Centineo (La cita perfecta, A todos los chicos de los que me enamoré), las grandes productoras cinematográficas se empeñan en ilustrar con imágenes en movimiento todos esos libros donde, en una suerte de actualización de cabotaje de Romeo y Julieta, una pareja de jóvenes se enamora a pesar de trágicas circunstancias. Generalmente, se trata de enfermedades terminales o de parálisis múltiples, o, como en este caso, de la expulsión de la heroína y de su familia del país en el que han habitado por más de nueve años por ser inmigrantes ilegales. Maniqueo en el peor sentido (es decir, sin nada de la exuberancia de las estilizadas oposiciones entre lo bueno y lo malo de los viejos melodramas), el film pretende retratar, a la manera de Serendipity (2001) pero sin gracia, el flechazo de la pareja protagónica. Tras conocerse por puro azar –o por un deus ex máchina, como se resalta literalmente en la libreta de poesías de él o en la campera de ella–, Daniel (Charles Melton, de la serie Riverdale), hijo de padres surcoreanos y cuya primera aparición en pantalla, a cuento de no se sabe qué, es mostrando sus esculpidos abdominales, tiene solo un día para enamorar a Natasha (Yara Shahidi, de la serie Black-ish), jamaiquina ella. El día siguiente a este encuentro la bellísima –y fotogénica– morena será obligada por la dura política migratoria de Trump a volver a su país de origen. En medio de los intentos de la muchachita por revertir su situación y la de sus padres y hermano, en apenas 24 horas, y entre cita y cita con un abogado (un John Leguizamo desperdiciado) que podría ayudarla, Daniel y Natasha se conocen y se apasionan el uno por el otro, todo a lo largo de los cien barrios neoyorkinos y al calor de frases como “sé que esto es real”. Mientras tanto, Shahidi y Melton tratan de recrear una química que no tienen y que la impericia de la directora no logra hacer surgir. Son tantas las malas decisiones tomadas por esta bella colección de postales turísticas de Nueva York que con ellas se podría escribir un libro entero acerca de todo lo que está mal en el cine. Si el guion está repleto de lugares comunes, de corrección política y de pretensión de profundidad y de crítica social, flaco favor le hace la enclenque puesta en escena con la mayor parte de sus elecciones. De un abultado soundtrack que no es posible hallar en IMBd muy probablemente porque de tan extenso no hay server que lo soporte, a cada escena del film le corresponde algún tema musical, en un intento fallido de suplir con pegadizas melodías lo anodino de la dirección de actores, la falta de destreza para darle ritmo al relato y la precaria habilidad para poner las cámaras en la posición correcta. El sol también es una estrella tiene ganas. Tiene ganas de ser una comedia romántica pero le falta todo para serlo, empezando por ideas cinematográficas. Tiene ganas de ser introspectiva y tan solo resulta adoctrinadora. Tiene ganas de ser un drama adolescente, sin embargo la urgencia, la pasión y el amor son forzados por un guion cursi y una puesta en escena más cursi aún. Tiene ganas de hacer una crítica social pero el trazo grueso y los burdos arquetipos de inmigrantes se lo impiden. El sol también es una estrella tiene ganas y solo termina siendo mala con ganas.
El sol también es una estrella: Antes que termine el día (o que te deporten). Basado en la famosa novela de Nicola Yoon, en este drama adolescente, dos hijos de inmigrantes se conocen en Nueva York el día previo a la expulsión de ella. “Somos como mariposas que revolotean por un día y piensan que es para siempre”. Con esta cita de Carl Sagan e imágenes sobre el Universo y su evolución, comienza la película. Quizás en un intento por darle un marco más profundo a la narración, se utiliza este recurso para sumergir al espectador en la idea que será una historia con un mensaje profundo. Aunque no llegue ni a arañar la superficie. Yara Shahidi (“Black-ish”) y Charles Melton (“Riverdale”) son Natasha y Daniel, dos atractivos jóvenes, con sueños por cumplir, convirtiéndose en adultos y queriendo rebelarse. Él, contra el mandato familiar de convertirse en médico. Ella, contra la resignación de sus padres jamaiquinos a ser deportados. Se conocen en la calle, de casualidad o como obra del destino, un día antes de que esa expulsión se lleve a cabo y tienen un día para conocerse y enamorarse. Al son de la frase “¿y si te dijera que puedo lograr que te enamores de mí?”, esbozada por Daniel, se teje esta historia de amor joven y desesperado, que constantemente juega con el destino como leitmotiv. La dirige Ry Russo-Young, que ya tiene en su haber la adaptación de la conocida novela “Before I fall” (2017), y está basada en la novela de Nicola Yoon, autora del best seller “Everything, everything” (2015), llevada al cine hace 2 años. Estos antecedentes podrían haber hecho de la presente película una historia trascendental sobre el idilio amoroso enfocado para adolescentes, aunque lamentablemente no consigue más que ser un inverosímil y efímero cruce de miradas y palabras bonitas. La película es un buen tour fotográfico por puntos de Nueva York (el Empire State, la Estatua de la Libertad, el teatro Apollo, Chinatown, Roosevelt Island), la música acompaña de forma agradable, haciendo más dinámicos algunos pasajes. Pero los diálogos buscan un tenor que no se logra, en el punto medio entre la Natasha escéptica y científica, y el Daniel romántico y poeta, se quedan en mensajes vagos y filosofía barata. Vale decir que las actuaciones son buenas y esto colabora en hacer un poco más entretenido el guion tan forzado y aburrido, lleno de mensajes de autoayuda como “Abrí tu corazón al destino”. Quizás la mejor opción sea que el destino haga que no llegues al cine.
A MILLONES DE AÑOS DEL CINE Se me escapan las razones por las cuales hay un nicho de público perteneciente a los llamados “jóvenes-adultos” que disfruta de una literatura lavada y casi sin alma, que luego deriva en adaptaciones cinematográficas que son igual de lavadas y casi sin alma. La verdad es que, de solo pensarlo, me siento un poco viejo, desconectado por completo de un tipo de público que disfruta y reivindica un tipo de entretenimiento que atrasa unas cuantas décadas en su concepción. El sol también es una estrella viene a prolongar ese padecimiento, que ya a esta altura es una rutina que brinda cada año, como un análisis médico o un trámite en la AFIP. El film de Ry Russo-Young, basado en una novela de Nicola Yoon (autora también del libro en el que se basó ese esperpento llamado Todo, todo), arranca con una cita a Carl Sagan –autor ya bastante gastado por el cine-, a la cual repetirá cerca del final, como para que todo quede claro por si algún espectador no entendió. Con ese nivel de obviedad y remarcación constante irá transitando la historia de amor entre Natasha Kingsley (Yara Shahidi), una joven jamaiquina, y Daniel Bae (Charles Melton), un muchacho de ascendencia surcoreana, con el paisaje neoyorquino de fondo. Ella va a ser deportada al día siguiente junto a toda su familia y busca alguna vía legal para impedirlo; él se está preparando para una entrevista para entrar en una prestigiosa universidad, donde se dispone a cumplir con el mandato familiar de ser un médico. El encuentro entre ambos es casual y el vínculo amoroso será tan potente como efímero, condicionado por la situación de ella. Sin embargo, el mayor condicionante para los protagonistas será la misma película, que decide que se tienen que enamorar perdidamente porque sí, sin darle un desarrollo consistente a ese vínculo, por más que quiere alimentarlo con frases altisonantes sobre el destino y la química. En gran parte de su metraje, El Sol también es una estrella pareciera querer funcionar como una especie de Antes del amanecer para principiantes, pero ni siquiera le da la nafta para eso. Hay muchas charlas sobre un gran abanico de temas repletas de obviedades; imágenes color pastel de esa ciudad inagotable que es Nueva York; dilemas existenciales sin una pizca de originalidad; y choques paterno-filiales que nunca salen de los lugares comunes. Todo luce ensayado y forzado en la película, que termina cayendo en uno de los peores pecados para el género romántico (y de todos los géneros): el aburrimiento. El Sol también es una estrella es terriblemente aburrida y no solo porque su planteo se agota a la media hora. También lo es porque le falta inteligencia y sensibilidad para llevar a buen puerto los pasajes potencialmente óptimos –el final, estirado cuando tenía a disposición un plano perfecto de cierre, es un buen ejemplo-; además de que sus personajes carecen de carisma y no acarrean conflictividades mínimamente potentes. Es cierto que está lejos de los niveles estratosféricos de manipulación de Todo, todo, por lo que es menos ofensiva, ¿pero eso es acaso un mérito? Para nada, y más aun teniendo en cuenta que su intención es contar un romance de esos que cambian todo para siempre. No, en vez de romanticismo, solo entrega rutina y languidez.
Una fanática de la ciencia que no cree en nada que no pueda ser comprobado empíricamente y que está a punto de ser deportada, un aspirante a poeta que debe cumplir con un mandato familiar y resignar a su sueño; un amor contra toda posibilidad. The Sun Is Also A Star es una nueva película romántica para el público joven adulto, que usa todos los recursos que el espectador ya conoce pero cambiando un par de detalles de la trama.
Hacer cosmética de la deportación De la infinidad de formas de representar en la pantalla grande actualidad de los y las inmigrantes en Estados Unidos, El sol también es una estrella (The Sun Is Also a Star, 2019) elige la óptica inmadura y vacía, adolescente y romantizada, tanto política como narrativamente. Natasha es una joven jamaiquina que será deportada en 24hs e intentará impedirlo, Daniel es descendiente de una familia de inmigrantes surcoreanos que aspira a aplicar a una prestigiosa universidad para satisfacer los deseos de sus padres. Ambos se cruzan de manera fortuita y viven un día de amor verdadero entre los relojes que les marcan la urgencia. “Deus ex machina” anota en su cuaderno de poemas el joven aspirante a médico, a su vez la campera de Natasha tiene esta frase plasmada en su espalda. Eso es suficiente para introducirnos al desafío de Daniel de demostrar a toda costa que el destino existe y por sobre todas las cosas, el amor. Natasha acepta la apuesta de ser enamorada en un día a pesar de estar inmersa en una de las situaciones sociales más duras de la realidad actual norteamericana para los y las inmigrantes. “Deus ex machina” se le llama a un error de guion en dónde algo mágicamente sucede y resuelve de manera forzada el conflicto y esta película está construida enteramente a base de estas resoluciones mágicas una y otra vez. No hay conflicto, es solo el suceder de una cita eterna. Con diálogos y jugueteos entre la vergüenza ajena y el ridículo. Por supuesto que para contar esta historia se eligió que ambos actores sean los más hegemónicamente bellos de su etnia y que todas las imágenes sean cosméticas, limpias y luminosas, como para reforzar una realidad a cientos de años luz de la verosimilitud. Una mirada social demasiado pasada por blanqueador.
Toda esta situación que comenzó con el filme “A dos metros de ti” (2018), continua con esta producción “El sol también es una estrella”, lo cual sólo puede entenderse como una clara actitud de discriminación, al menos ese parece ser el objetivo. Con esta ya es goleada, 4 a 2, así que el impresentable de mi colega, ex amigo, que no se queje, y no venga ahora con eso de a “llorar a la iglesia”, primero por que pertenezco a la comunidad judía, y segundo no concurro a las sinagogas. Una vez hecho el descargo correspondiente, vayamos a lo que me impusieron, lo primero que debería desentrañarse es la razón del título. El mismo se debe en principio a que está basado en una novela homónima de la escritora jamaiquina Nicola Yoon (apuesto a que no tiene ninguna relación con Bob Marley). Segundo, el personaje lo dice, no es broma, lo dice cuando el filme empieza a cerrar con la historia. ¿Por qué? Narrado por uno de los personajes principales, voz en off, ¿No había otro cliché? Natsha Kingsley (Yara Shahidi) es quien nos introduce en el relato, haciendo una diferenciación entre los humanos atravesados por la ciencia y esos otros que su mundo es sacudido desde el romanticismo. La historia es la de chica conoce a chico en el que podría ser la peor jornada de su vida, después de vivir 9 años en la gran manzana, Nueva York, junto a sus padres y su hermano menor, al día siguiente será deportada junto a toda su familia. Ella intentará una vez más tratar de revertir la sentencia dada por la oficina de inmigración del gran país del norte, allí consigue el dato de Martinez (John Leguizamo) un abogado experto en estas cuestiones que podrá ayudarla. Daniel Bae (Charles Melton) es un nativo de la ciudad, pero hijo de una familia de inmigrantes asiáticos. El tiene ese día también la entrevista de su vida, con un abogado que puede dar recomendaciones para que ingrese a una universidad importante a estudiar medicina. A que no saben quién es el abogado especialista en ingresos universitarios. Correcto. El devenir de las horas hará que estos jóvenes crucen sus vidas, y así vivirán la historia de amor que les corresponde, tipo “Antes del amanecer” (1995), de Richard Linklater, pero mal. Primero, tiene que suceder el encuentro callejero, el mismo se produce en el mismo momento en que Martinez, en su rol de ciclista, es atropellado por un vehículo, siendo Daniel testigo del hecho, el punto es que nadie sabe quién es la víctima. Casco mediante. Sin embargo nos hacen saber, a los espectadores y a los personajes, que el abogado ha sufrido un accidente de tránsito cuando llegaba a la oficina en bicicleta, por lo cual suspende las reuniones de ese día. Esto es repetido por la secretaria varias veces, ninguno de nuestros héroes sabe que ambos tienen reunión con el mismo consejero legal. No contento con eso, el recorrido de todo el relato está plagado de lugares tan comunes como demasiado tontos, diálogos acordes, por supuesto. Nada de las acciones de los personajes está justificado de manera eficiente, no hace a la evolución de la narración, sino que la demora, la previsibilidad de cada intento de vuelta de tuerca se hace presente de manera continua. Si a eso le sumamos, fotografía sólo puesta en función de ver, el montaje clásico, tanto que la recurrencia al pasado como a la fantasía se muestra discordante, en extrañeza, siendo la vedette de los rubros técnicos la música, empalagosa, empática con las imágenes, termina por ser más indigesto que comerse cinco kilos de dulce de leche, el tradicional, ni el repostero, ni el común. De todo este incendio que dice estar dirigido al público joven, adolescente, se salva John Leguizamo, pero tiene muy poco tiempo en pantalla y su personaje no tiene demasiados matices, va ninguno, sólo oficio del actor. El resto tampoco tiene demasiados matices, pero es refrendado por las malas actuaciones, de la que estamos acostumbrados, pero en esta ocasión ni da para que podamos reírnos por ridículo, sólo es malo, insoportable. Otra pérdida de tiempo, dura 100 minutos, pero dan la sensación de una eternidad. Para colmo me conminan a pensarla y escribir sobre ella. Por favor díganme de que se me acusa. Pues me estoy sintiendo como Josef K, el de la novela “El proceso” de Franz Kafka. Gracias
El cáncer de la inmigración Desde la aparición y éxito de Bajo una misma estrella, se instaló la nueva moda en dramas románticos juveniles que vino a remplazar al saliente Nicholas Spark. Siguen siendo adaptaciones de best Sellers como aquellas, con el agregado de una enfermedad o problema de salud X que funciona como traba/impedimento para que el amor heterosexual de clase media juvenil se desarrolle. La formula es más o menos siempre la misma. Chica amable, simpática e inocente, chico rebelde, soñador, con un costado más profundo que ella (es poeta, o dibujante, o algo relacionado al arte); primero se rechazan, después se atraen, pero hay una enfermedad –si es terminal, mejor– que les dice, “hasta acá llegaron”, ahora deben separarse. O que los hace vivir ese amor de modo clandestino a espaldas de sus cuidadores. Las dos responsables de El sol también es una estrella ya cuentan con antecedentes en el área. Nicole Yoon, la autora de la novela, es quien también escribió Todo, todo, aquella fábula romántica con una adolescente que no podía abandonar su casa porque una enfermedad podía acabar con su vida, y se enamoraba del vecino de enfrente. La encargada de llevarla al cine es Ry Russo Young, quien comenzó con algunos films experimentales, y pronto se tentó con Si no despierto: chica repite su día intentando que ni ella ni sus amigas mueran, y en el medio se enamora de su compañero de escuela. El plato estaba servido y El sol también es una estrella es otro exponente de este tipo de películas, con un detalle crucial: reemplazan la enfermedad terminal por la deportación. Así es, El sol también es una estrella plantea un amor entre dos inmigrantes de etnias diferentes, en la “tierra de las oportunidades”, solo que a uno de ellos las oportunidades parece que se le acabaron. Antes de que me echen Natasha (Yara Yahidi), es una inmigrante jamaiquina que vive junto a sus padres en un minúsculo departamento en el cual, parece, no tienen para pagar la cuenta de la luz porque viven a oscuras (conjeturo, nunca lo explican). En el día de mañana, los tres serán deportados a su país de origen, y aunque sus padres están derrotados anímicamente, ella no se rinde y acude a una audiencia para intentar una prórroga mediante una evaluación. Allí, luego de ser atendida por un burócrata latino (John Leguizamo olvidándose de lo buen actor que fue en algún momento), se topa con Daniel (Charles Melton), un coreano –de Corea del Sur, por supuesto, nada de terroristas– hijo de padres inmigrantes con una tienda de productos para el cuidado capilar. Estos esperan un mejor futuro para él, por eso lo instan a estudiar leyes en Columbia, siendo que a Daniel en verdad se le da por la poesía instantánea. Si bien la cosa arranca mal –vayan anotando los clichés– porque el padre de él está relacionado con la denuncia a los padres de Natasha, un segundo después se enamoran. Primero, viendo que ella en su campera tiene la misma frase que escribió él, siente el flechazo del destino; dicha frase es “deus ex machina”. A partir de entonces (todo esto sucede muy rápido), tendrán 24hs para vivir su amor antes que ella se marche; o suceda algo repentino e inesperado que salve la situación. El Deus ex machina en cuestión muy mal interpretado por la teoría de la película. Lo cierto es que, suceda o no ese giro al final, durante toda la película los giros del destino abundan, casualidades que hay que digerir porque total se trata de una de amor y no importa nada más. Además de las ya mencionadas, las referencias que se nos vienen inmediatamente a la cabeza son Matrimonio por conveniencia y Antes del amanecer; por supuesto, tanto Peter Weir como Richard Linklater le quedan enorme a esta película. Entre la nada y la indulgencia Varios son los problemas con El sol también es una estrella (que le debe su título a una inconexa teoría de Carl Sagan al principio de la película). Siendo leves, el principal problema es que es profundamente aburrida. Yahidi y Melton no tienen química, y el hecho de que ambos parezcan salidos de un catálogo de modelos de Benneton no ayuda. No se siente empatía alguna por ellos; demasiado perfectos. El amor nunca se siente, y que al segundo de verse ya se digan te amo, no aporta a la verosimilitud. Hay también una cuestión estética en buscar encuadres perfectos y primeros planos fotográficos, que colaboran con más plasticidad al resultado. En la trilogía de Linklater, Jesse y Celine debatían sobre varias cuestiones en esas 24 hs que tienen en cada película. Si bien se podría decir que son films muy dialogados, lo cierto es que la conexión se siente, y hay mucha profundidad y nobleza entre esos amantes. Acá, Natasha y Daniel pasan 24hs banales, no hablan tanto, pero lo poco que hablan son superficialidades, divagues sobre el amor romántico muy de manual de autoayuda, y fracesitas rosa para definir a ambos personajes como soñadores empedernidos. No hay un desarrollo, no hay acción, no hay acontecimientos, no hay vibra, no hay nada. Su hora cuarenta es soporíferamente interminable. Para distraernos un poco de este vacío existencial de la película, comenzamos a analizarla: y sí, es de una perversidad importante. La problemática de la inmigración y la deportación de inmigrantes es un asunto de coyuntura actual en EE.UU., con las salvajes y demenciales políticas de Donald Trump culpando a los inmigrantes de cuanto mal existe en el país, e implementando deportaciones muchas veces injustificadas (no sé por qué esto me suena mucho). El sol también es una estrella tiene esta temática en el corazón del film ¿y ustedes creen que se anima a hacer alguna crítica? Por supuesto que no, banaliza todo, acepta de plano la deportación como algo natural (es el destino, c’est la viè), y hasta demuestra una puja carnicera solapada entre los propios inmigrantes –legales vs ilegales– con tal de quedarse. EE.UU. es presentado sin cuestionamiento como el lugar en el que ambos quieren quedarse porque allí tienen todas las posibilidades, aunque Natasha y su familia no parece que la estén pasando tan bien (y hasta en un diálogo remarcan que en Jamaica no huyeron de la miseria). La parte de Daniel también tiene sus cuestiones. Al personaje del burócrata mejor dejémoslo ahí, debería explayarme demasiado. Vea como se la vea, El sol también es una estrella es un film indigerible. Vacío, parsimonioso, insulso, políticamente correcto, y vil en varios planteos inmigratorios. Esta vez con el asunto de la enfermedad terminal parece que fueron demasiado lejos.
Su desarrollo es puro romanticismo, a Natasha Kingsley (Yara Shahidi, Serie tv «Grown-ish») le gusta mirar las estrellas y soñar, mientras que su familia por ser inmigrantes debe dejar la ciudad e irse a su lugar de origen y Daniel Bae (Charles Melton, Serie tv «Riverdale”) un futuro poeta, que cree en el destino. Cuando se encuentran circunstancialmente sostiene vivirán juntos para siempre y cree en el amor a primera vista. Complementan la trama encuentros, desencuentros, llena de clichés típicos de los dramas románticos, caminatas por la ciudad (quizás queriéndole dar un toque similar a «Antes del atardecer» de Richard Linklater, ni por casualidad se le parece), por otra parte posee una fuerte crítica a la política migratoria y nada más que pedir. Mas enfocada en espectadores de unos 19 años admiradores de la pareja protagonista y poco pretenciosos.
Una vida en 24 horas. Es un film orientado a todo aquel que tiene el corazón abierto a las opciones que brinda el destino; en este caso, un breve pero eterno instante que compartimos en este planeta. El amor no concibe explicación alguna y racionalizarlo resulta una lamentable pérdida de tiempo. A veces, la magia sucede y el universo alinea ciertos sucesos de manera tal que produce una reacción en cadena en donde cada uno de éstos resultará indispensable para el resultado final. The sun is also a star (2019), basada en la novela de Nicola Yoon, dirigida por Ry Russo-Young, se desarrolla en Nueva York. Daniel (Charles Melton) y Natasha (Yara Shahidi) son dos jóvenes de realidades y pensamientos muy diferentes. Ella y su familia van a ser deportados y él tiene un conflicto interior con respecto a su formación profesional siguiendo mandatos familiares. En este contexto se conocen y se enamoran. Sin embargo, sin la intervención del destino, ambos probablemente nunca se hubiesen encontrado. Gracias a que él es un poeta de alma y ella amante de la astronomía, sus vidas están a punto de cambiar de manera radical. ¿Qué hay en común entre este chico romántico a punto de ingresar a la universidad y una adolescente de temperamento pragmático y jamaicana? El film quizás sea un poco cursi y redundante en los tópicos que se tratan, y, aunque la narración resulte predecible y algo naif, está planteada de forma inteligente, con escenas y secuencias bien desarrolladas, buen manejo del ritmo del relato, diálogos oportunos y actuaciones acertadas; lo cual, junto a un buen manejo de la fotografía, locaciones adecuadas – como una contraposición de lo establecido vs. lo que intenta ser-, y una banda sonora acorde, cumple su cometido para cierto público al cual intenta dirigirse. Es interesante la vuelta de tuerca a la clásica historia romántica adolescente norteamericana, al tratar temas tan delicados como la discriminación, los problemas de los inmigrantes y el choque cultural que se produce en el seno de las propias familias donde los hijos se encuentran cercanos y más apegados a la cultura estadounidense, debiendo lidiar con posiciones tradicionalistas e inflexibles de sus progenitores. El mensaje más preponderante es siempre recordar abrirle el corazón al destino, y no alarmarse por llegar tarde, porque nunca se sabe lo que el destino nos tiene preparado. Todos están tan “ocupados mirando al frente” que sólo ella miró hacia arriba y entonces él la vio por primera vez…
Película dirigida por Ry Russo-Young basada en la homónima novela bestseller del New York Times de Nicola Yoon, escritora de origen jamaiquino-estadounidense. En este nuevo drama romántico para adolescentes se narra la historia de dos jóvenes inmigrantes que viven en EE.UU. Daniel (Charles Melton), de origen coreano, y Natasha (Yara Shahidi), oriunda de Jamaica, son dos extraños que se conocen, a causa de un incidente vial, un día en Nueva York. A Natacha, le quedan pocas horas en la ciudad debido a que su familia está a punto de ser deportada hacia Jamaica, pero mientras intenta revertir esta situación, “las chispas” entre ambos surgen, y debido a su personalidad basada en la ciencia como resultado de todo, deberá luchar contra los nuevos sentimientos inexplicables que Daniel, un soñador nato, irá despertando en ella. El film comienza con una secuencia de montaje dirigida por la voz en off de nuestra protagonista, quien nos habla de datos diversos y concretos sobre el universo, mezclados con citas de Carl Sagan. Este recurso será utilizado durante el film para dar a conocer datos sobre Natacha y Daniel a medida que avanza la historia. La misma está repleta de clisés, posicionando a Nueva York en un plano de ciudad mágica, donde todo es perfecto y maravilloso para estos dos inmigrantes que recién se conocen y que adoran sobremanera vivir en EE.UU. A pesar de la hora cuarenta que dura la película, la realizadora no ha podido plasmar en ese lapso escenas que acompañen lo que el guion nos quiere contar forzadamente. Este inexplicable y desesperado amor romántico adolescente y su miedo a perderlo para siempre no consiguen traspasar la pantalla, principalmente a causa de las malas decisiones de planos elegidas para las escenas primordiales, donde ni siquiera la banda sonora gana en manipular emocionalmente al espectador. Podemos sentir que cada plano ha sido trabajado de manera tan mecánica, al punto de ver en ellos el artificio coreográfico. Dicha perfección, rozando el videoclip, nos pone a una distancia enorme para con la empatía de los personajes, ya sea dándonos primeros planos de perfiles donde la escena pide frontales, o asfixiando los espacios necesarios para la reflexión o evocación propia, subestimando así al espectador con mensajes “vomitados” forzadamente por personajes secundarios que aparecen al azar en la historia. Por consiguiente, nos vamos del cine pensando en lo maravilloso que debe ser vivir en Nueva York en vez de quedarnos unidos a la historia sobre el encuentro y la pérdida del primer amor, temática con la que se promociona el film. Una película naif que no deja enseñanza alguna, quedándose en la superficie de la estética adolescente sin problematizar ningún contexto, y atrasando a los jóvenes con doctrinas de amor romántico.
Qué una película pertenezca a un género no la convierte necesariamente en una buena película. Pero en épocas donde todas las películas comerciales intentan no hacer un foco claro para no perder taquilla, que una película se defina claramente la destaca del promedio. Una vez más, el destacarse no la convierte en una gran película, solo en una afortunadamente diferente. En una Nueva York soñada transcurre esta película romántica basada en un famoso best-seller. Es la historia de amor de una chica jamaiquina a quien están a punto de deportar y un chico de origen coreano cuya familia desea que sea médico. Un relato bien simple pero hecho sin vergüenza ni cinismo. Poco o casi nada de espacio para maldad o la oscuridad. Todos tienen algo bueno, el mundo no está perdido. Objeto fácil de destruir con una cuota de cinismo, pero a la vez fácil de amar si alguien ve que no hay doble intención en ninguna parte. Sí, por supuesto, podremos discutir si además de todo esto la película tiene valores cinematográficos o incluso el buen gusto en la forma en la que está filmada. Pero no hay excesos, no hay crueldad y en su perfil bajo la película consigue sus humildes objetivos. Sí, el cine puede aspirar a más, aunque una película cero pretenciosa de tanto en tanto nos hace bien.