Hay algo en las películas sobre profesores y alumnos en donde todos podemos identificarnos, algunos más otros menos. Quizá se deba por esa experiencia compartida de pasar por un aula, esperar con ansias el timbre y saber que al otro día el mismo grupo de gente va estar esperando. O tal vez sea ese componente alquimico que desprende la enseñanza, la cual siempre logra captar la atención de quien lo vivencia. La nueva película de Diego Lerman, forma parte de este reducido grupo de producciones. Tras su premiere en el Festival de San Sebastián de este año, “El suplente”, protagonizada por Juan Minujín, desembarca este jueves 13 de octubre en las salas de cine. Intentando demostrar que el cambio de lo macro, se encuentra en lo micro. Como reza el eslogan: “Nadie se salva solo”. Por más invulnerable que alguien se sienta, siempre va a necesitar una mano amiga. Lucio es un académico del mundo de las letras, a quien nada lo motiva. A pedido de su padre, accede a tomar unas horas en una secundaria del conurbano. El nuevo profesor se verá obligado a buscar la manera de tender un puente entre su mundo y el de los adolescentes. Al mismo tiempo que intenta ayudarlos con sus problemas, sobre todo a Dylan su alumno favorito. A quien lo persigue una banda del barrio por tratar de vender drogas en el colegio. Lo que comienza como un drama de colegio, de a tramos se desvía para tocar las orillas de thriller. Sin perder nunca el eje de lo que quiere contar, ni caer en lugares comunes. Al tiempo que presenta algunos encuadres tan atrapantes como arriesgados, que cautivan al ojo. Y por si esto no fuera poco, Alfredo Castro se calza el traje de “buen tipo” que tan bien le queda, brindando una interpretación impresionante. Solo eclipsado por el gran viaje transformador que realiza el personaje del suplente, al que le pone el cuerpo Juan Minujín. Con grandes pasajes de buen cine, “El suplente” de Diego Lerman se presenta como uno de los grandes estrenos de este año. Una historia redonda, a la que se le suman grandes interpretaciones y un espléndido apartado técnico. Tan capaz de emocionar, como de dejarte al borde del asiento.
El comienzo de El suplente nos ubica en la presentación de un libro de poesía, con su posterior cóctel y la ofuscación de un profesor que perdió un cargo en una cátedra universitaria (hay un cameo del escritor Martín Kohan). Pero la nueva película de Diego Lerman no trata sobre el mundillo literario y sus miserias sino que continua la línea del drama social de sus anteriores trabajos, donde el director abordaba temáticas como la violencia de género (Refugiado) o el tráfico de bebés (Una especie de familia). Tras pasar por el Festival de San Sebastián, el estreno local de El suplente coincide con los conflictos educativos que vienen dándose en los últimos días, aunque aquí, como se verá, no serán los alumnos quienes tomen un colegio sino que ellos mismos resultarán rehenes.
Una película tan fluida y estimulante como el cine realista contemporáneo puede ser, dejando en evidencia que la docencia es una de las profesiones más duras de la sociedad actual.
Este jueves estrena en más de cuarenta salas de cine “El suplente”, la última película de Diego Lerman (“Una especie de familia”, “Refugiado”, “La mirada invisible”) que tuvo un importante paso por importantes festivales internacionales (En San Sebastián Renata Lerman ganó la Concha de Plata a la mejor interpretación de reparto) y que fue seleccionada recientemente para competir en el Chicago International Film Festival. El suplente es Lucio (Juan Minujin), un profesor de literatura que atraviesa un difícil momento personal y laboral: ha perdido una oportunidad académica que significaba mucho para él, se encuentra separado de su ex mujer Mariela (Bárbara Lennie) y la relación con su hija preadolescente tiene sus cortocircuitos (Renata Lerman). El cambio de vida del protagonista da un vuelco relevante cuando decide aceptar el cargo de profesor suplente en un colegio ubicado en una zona marginal, donde los alumnos, sus historias y la realidad que cada uno atraviesa impacta en Lucio de una forma muy particular. La forma tradicional de dar clase da paso a un espacio de contención y diálogo con estos chicos y chicas que día a día deben enfrentar muchas adversidades familiares y personales para seguir adelante. Además de lidiar con sus problemas personales, que incluye cuidar a su padre (Alfredo Castro) quien atraviesa un delicado momento de salud, Lucio se topa frente a frente con la historia de Dilan (Lucas Arrua), un joven que termina señalado tras un operativo policial donde hallaron droga a la escuela. La película ahonda en la incidencia de los grupos narco en la dinámica y rutina de estos jóvenes sin contención y cómo se desenvuelven (o intentan hacerlo) en un sistema corrupto en el cual nadie hace justicia por ellos. Es Lucio, con sus ideales y varias ocupaciones sobre sus hombros, quien sale a luchar por estos chicos aunque eso implique un riesgo muy alto. Para poder llevar esto a cabo Lucio cuenta con el apoyo de Clara (Maria Merlino), una profesora de geografía con quien forja un vínculo estrecho. “El suplente” , coescrita por Lerman junto a Maria Meira y Luciana de Mello, es una película que logra construir climas con inteligencia, aprovecha los recursos de su elenco en la composición de sus personajes, y si bien abre varias aristas, todas ellas se hilvanan con prolijidad (quizás demasiada) y le dan sentido a un relato que no pierde fuerza y apela a distintas emociones sin caer en golpes bajos ni lugares comunes. La película puede pensarse como una denuncia a un sistema escolar en el cual estos alumnos van solo a aprender, sino también donde encuentran la contención y el apoyo que muchas veces no tienen en sus casas. Desde el rol docente, el personaje de Lucio actúa como un consejero, alguien que realmente siente interés por el bienestar de sus alumnos y que escapa del lugar cómodo de docente-orador. Las escenas entre “el suplente” y el empleado del ministerio nos deja entrever la complicidad que se genera entre docente – alumno que muchas veces es necesaria para llegar más allá en la cabeza y en los corazones de estos estudiantes que necesitan mucho más que una clase convencional de literatura. Bajo una dirección precisa de Lerman y actuaciones notables por parte de su elenco (soberbio trabajo de Minujín y una grata sorpresa Renata Lerman en su primer protagónico), “El suplente” es una valiosa propuesta de cine nacional más que recomendable. Opinión: Muy buena.
Juan Minujín es Lucio, un profesor e intelectual, devenido en escritor y activo participante del mundo literario que, por algunos ardides de la vida universitaria queda afuera en un concurso y busca refugio como profesor suplente de Literatura en un colegio secundario, un trabajo en apariencia temporario y menor que le cambiará la vida. En plena crisis laboral/profesional además de tener que enfrentar sus tormentas personales (una reciente separación de Mariela -Bárbara Lennie- y por lo tanto, el nuevo modo de vincularse con su hija adolescente -Renata Lerman-), deberá transitar una fuerte adaptación laboral en un entorno en donde se siente extranjero: una escuela secundaria cerca de la Isla Maciel, con una realidad económica y social completamente opuesta al ámbito en el que se solía manejar. Nuevos códigos, nuevo entorno, nuevos compañeros y sobre todo, nuevos estudiantes con vivencias duras que golpean por completo las pocas seguridades con las que Lucio llega a este nuevo puesto de trabajo. Diego Lerman vuelve sobre los pasos de temáticas arriesgadas y con un fuerte compromiso social como sus anteriores trabajos en “Refugiado” y “Una especie de familia” para mostrar una realidad que sólo necesita de una cámara que pueda describirla en la forma tan comprometida con la que él lo hace junto a todo su equipo. “EL SUPLENTE” no solamente describe el viaje interior de Lucio en plena crisis en todos sus rincones personales sino también el verdadero proceso de cambio que despiertan cada uno de esos estudiantes a medida que avanza su trabajo y su compromiso dentro del aula. El guion del propio Lerman junto a María Meira y Luciana de Mello permite revalorizar la figura del docente de este siglo donde no solamente será importante transmitir conocimientos y las herramientas necesarias para que los estudiantes puedan ir avanzando sino poder abordar las múltiples aristas que tenemos que tener en cuenta a la hora de pararnos frente al aula, atentos a las necesidades de esas miradas que depositan en la figura del profesor muchas más necesidades que transmitir meramente contenidos curriculares. Lucio es el profe, pero es también un poco el padre de cada uno de ellos (con una fuerte contraposición a lo que le pasa con su hija y la crisis frente a la elección de un colegio secundario al que no quiere ingresar por más prestigiosa que sea esa institución porque ella quiere seguir sus propios deseos), el mediador, el psicólogo, el confidente hasta el “salvador”. Permanentemente la historia pivota entre el aula y lo personal, como un todo indivisible, en donde aparecerán también el vínculo amoroso con una profesora comprometida con los estudiantes y el vínculo de Lucio con su propio padre (otro excelente trabajo del chileno Alfredo Castro). “EL SUPLENTE” plantea un nuevo modelo de docente, donde no hay posibilidades de permanecer ajeno a la realidad que aparece en cada aula: la docencia de hoy necesita del compromiso, de involucrarse, de poner el cuerpo, de que cada estudiante verdaderamente sienta esa distancia de rescate a la que se debe estar dispuesto para que la tarea tenga sentido. Magistralmente la cámara de Lerman expresa todo eso sin decirlo en palabras, simplemente mostrando una realidad ineludible, un contexto hostil y expulsivo que va generando en los jóvenes una la mirada de desaliento y desesperanza frente a su futuro que aparece permanentemente cuestionado. Son quienes ponen en crisis la propia figura de la institución educativa cuando elude su compromiso y no quiere ponerse al servicio de su propia comunidad, mirando para otro lado. La realidad de muchas de las escuelas de la ciudad y del conurbano bonarense en donde se filtra la droga, la autoridad policial, el submundo de los traficantes y el peligro que involucra a los estudiantes. Absolutamente desmarcándose del típico subgénero de películas de “profesores y alumnos” y más cercano a la mirada documental de Cantet o Germán Doin (“La Educación Prohibida”), Lerman describe a Lucio como uno de esos profes que, casi sin pensarlo, se ve interpelado por cada una de esas miradas que lo esperan en el aula, construye una verdadera figura de autoridad porque realmente los mira y los acepta tal como son, los comprende y les tiende su mano aún cuando no sea esa, precisamente, su verdadera función. Juan Minujín aprovecha cada una de las tonalidades que le brinda este protagónico absoluto, metiéndose de lleno en la piel de su personaje, con la cámara de Lerman siguiendo su derrotero personal y mezclándose entre sus colegas con formidables trabajos secundarios como María Merlino, Bárbara Lennie y Rita Cortese (imposible no conmoverse en la escena donde explica el sentido de venir a trabajar cada día en el colegio) y un elenco de no actores conformado por Lucas Arrúa, Jonathan Bogado o Amelí Mejía, encarnando los roles de los estudiantes con quienes se vincula de una forma fresca, natural y con un intenso verosímil. Lo que es difícil de expresar en palabras, esa devolución amorosa y transformadora que se recibe de cada estudiante cuando uno se para frente al aula y se entrega a sus alumnos con toda la pasión de la docencia, Lerman lo traduce en cada fotograma, en una poesía que hace que “EL SUPLENTE” sea mucho más que una simple película. Es una toma de partido frente a una profesión bastardeada y minimizada en la agenda política, es una apuesta a involucrarse, a dar servicio y es un agradecimiento a todos aquellos estudiantes que pasaron por nuestras vidas y nos devolvieron muchísimo más de lo que les hemos dado en cada clase.
Radiografía del mapa educativo del conurbano bonaerense, en donde los y las docentes terminan formando parte de una red de contención para ayudar a jóvenes a concentrarse en sus fuerzas y talentos. Juan Minujín ofrece una brillante interpretación, secundado de Renata Lerman y Alfredo Castro que lo contienen y guían.
La nueva película de Diego Lerman (Tan de repente, Mientras tanto, La mirada invisible, Refugiado y Una especie de familia) es un notable trabajo de mundos opuestos y héroes inesperados que, sin dudas, es uno de los estrenos nacionales del año. Un ansiado ingreso a una cátedra que no se materializa termina convertido en dificultosos ingresos a un colegio secundario, rodeado de fuerzas de seguridad tras un escandaloso hecho. Las palabras de Juan Gelman y Jorge Luis Borges no significan nada en comparación al poder de la música urbana. El vino tinto (aquel que se sirve en enormes copas y representa una marca distintiva en los intelectuales de clase media, que refuerzan su posición hablando de bodegas y cargando esas copas en elegantes reuniones, más que bebiéndolo) termina convertido en un vaso de cerveza barata que se bebe en un tugurio ubicado en las profundidades del conurbano bonaerense. Lucio Garmendia (Juan Minujínen una de las mejores interpretaciones de su carrera) circula entre esas dos realidades. Para ser más precisos, en realidad, Garmendia es desplazado de una de ellas para instalarse en la otra. De ser “el profesor” frustrado por perder su cátedra en la UBA, Lucio pasa a ser “el suplente” de literatura a cargo de un curso de jóvenes atravesados por una realidad marginal y que afirman que leer no sirve para nada. En medio de esa transformación -que atraviesa una estructura similar a la del viaje del héroe-, obviamente habrá resistencia. Uno de los puntos donde se refleja esa negativa al nuevo contexto se ve en la relación de Lucio con su hija, Sol (Renata Lerman, hija del director Diego Lerman en la vida real), que se resiste a rendir el exigente examen para entrar a un colegio tradicional de la Ciudad de Buenos Aires mientras que su padre hace caso omiso a los deseos de su hija. De alguna forma, mientras ve la realidad de ese colegio ubicado cerca de la Isla Maciel, más se obstina en que su hija forme parte de un ámbito -extremamente- opuesto. También en la relación con su propio padre, “El Chileno” (Alfredo Castro), dueño de un comedor en los alrededores del colegio: con diferencias en el “cómo”, Luciotambién sufrirá un miedo similar al de su hija ante la posibilidad de un nuevo colegio. “Nadie se salva solo”, dice «El Chileno» en un momento y Lucio, en la zona de confort que tanto desea, no necesita mucho más que su propio ímpetu. El suplente es un ejercicio simple pero fascinante de como desenvolverse en mundos contrapuestos, aunque la cámara se concentre -casi- enteramente en una de esas realidades. Porque al igual que en las grandes obras de Clint Eastwood, en la nueva película de Diego Lerman hay un héroe típico que no desea estar donde está, pero no huye del desafío que se le propone. Incluso ante las advertencias que le dan la bienvenida a la barbarie o ante las primeras aproximaciones del peligro. Si hay que elegir la famosa calificación de “película necesaria”, hoy tan en boga desde el estreno de Argentina 1985, podría decirse que El suplente logra ese reconocimiento. Hay algunas transiciones abruptas entre lo minimalista y algunos momentos de tensión en los que el protagonista interviene, aunque en ningún momento desvirtúan el eje principal de la película. Numerosos aciertos de puesta en escena que se explotan a través de las sutilezas, una notable construcción y dirección de personajes (los actores inexpertos que interpretan a los alumnos brillan en todo momento) y las loables intenciones de la historia, atípicas en tiempos donde el cine mainstream nacional prefiere apuntar a realidades no tan habituales en el contexto de nuestro país, hacen que El suplente resulte uno de los estrenos argentinos más importantes del año.
La aventura de la enseñanza es la protagonista El nuevo film de Diego Lerman tiene a Juan Minujín como un escritor y profesor de Literatura que acepta un trabajo en la Isla Maciel que cambiará su vida El mundo de la enseñanza ha sido siempre un territorio atractivo para gestación de esos microcosmos tan seductores para el cine de tesis. El espacio del aula como un laboratorio en el que resuenan los temas sociales y educativos de la realidad como en un prisma perfecto para el análisis. En El suplente, Diego Lerman esquiva esos mandatos y consigue una película libre en su búsqueda, que aprovecha el camino de descubrimiento de su personaje en sintonía con la evolución de la mirada del espectador. Nos muestra su universo, nunca nos conduce de la mano a sus previas conclusiones. AD En ese sentido se acerca a una mirada más justa como la de Laurent Cantet en su célebre Entre los muros (2008), en la que la palabra aportaba materialidad a la discusión y nunca restricciones, antes que a la programática La ola (también de 2008) del alemán Dennis Gansel, laboratorio de pasiones conducidas por la astuta mano de su demiurgo. En el centro de El suplente está Lucio (excelente Juan Minujín), escritor y profesor de Letras que comienza a enseñar en un secundario de la Isla Maciel como forma de probarse a sí mismo, de salir del mundillo intelectual porteño de coloquios y presentaciones literarias, como una revancha por una cátedra perdida en la UBA, como puente hacia la labor educativa de su padre, el Chileno (Alfredo Castro). Todo ello se conjuga en su próxima aventura, interesar a un grupo de adolescentes en la poesía de Juan Gelman, en el relato policial clásico, en los meandros de la literatura. Además, Lucio debe lidiar con las exigencias propias que traslada a su hija Sol (Renata Lerman), a quien instruye con fruición para entrar en un colegio de élite pese a su resistencia, con la desorientación después de su separación de Mariela (Bárbara Lennie), con la enfermedad del Chileno, ese padre que parece hacerlo todo bien. AD El suplente (Campo cine). El suplente (Campo cine). El viaje de Lucio es el de la película, y en el aula Lucio aprende que en este mundo utilitario la pretendida inutilidad de la literatura es la gesta más libre que él puede enseñarles a sus alumnos. Lerman expone las tensiones en el espacio, abigarrado y claustrofóbico, aireado por esas ventanas que miran el horizonte, marcado por los peligros del barrio, las lealtades políticas, los narcos filtrando sus pujas en el colegio. Pero lo hace desde los ojos de Lucio, quien encuentra en sus alumnos el lenguaje propio para el acercamiento, la dimensión humana detrás del programa de estudios, la palabra convertida en verdadero sentido. El suplente (Campo cine). El suplente (Campo cine). Entre sus alumnos asoma Dilan (Lucas Arrua), a quien Lucio reencuentra trabajando con el Chileno en el comedor que alimenta a las familias del barrio. Enredado en las disputas que asolan el barrio, la violencia, la pobreza, Dilan expone un destello de interés, que nunca emerge de lo extraordinario sino de algo que allí circula, en ese aula, en ese mundo, solo para quien está dispuesto a percibirlo. Como su personaje, Lerman mira ese universo con genuina vocación de ser parte de él, de invitar a su espectador a serlo también. Sin tesis, ni moralejas, ni pretendidas enseñanzas. Sus personajes son sus voces y sus cuerpos, puestos cada día allí, con el riesgo y la entrega de enseñar y aprender.
El director de Tan de repente (2002), Mientras tanto (2006), La mirada invisible (2010), Refugiado (2014) y Una especie de familia (2017) estrena en los cines de Argentina su nueva película luego de haber pasado por la sección Special Presentations del Festival de Toronto y la Competencia Oficial de San Sebastián (donde su hija, Renata Lerman, ganó el premio a Mejor Intérprete Secundaria) con la historia de un intelectual de clase media cuya existencia cambia por completo cuando ingresa como maestro suplente en un colegio de un barrio popular del conurbano. En este especial incluimos la reseña del film y una larga charla con este realizador porteño de 46 años. Lucio Garmendia (Juan Minujín) forma parte del mundillo académico e intelectual porteño, uno de esos referentes que están siempre atentos al nuevo concurso en Letras de la UBA o a la más prestigiosa actividad cultural. De hecho, en la primera escena lo vemos participar de una presentación literaria, donde termina charlando con Martín Kohan (recuérdese que el escritor fue coguionista de La mirada invisible)... En medio de una coyuntura laboral y afectiva que no parece ser la mejor ni la más estimulante, ya que se ha separado de Mariela (una desaprovechada Bárbara Lennie) y mantiene una relación bastante tensa con su hija Sol (Renata Lerman, hija del director en la vida real, toda una revelación), porque ella se resiste a hacer el ingreso al exigente colegio al que su padre aspira que entre, tomará una decisión que le modificará sus hábitos, su rutina, su seguridad y hasta sus prioridades: tras perder una cátedra en la UBA, acepta ingresar como maestro suplente de Literatura en un secundario ubicado en las cercanías de la Isla Maciel (si el trabajo en los exteriores de esa zona marginada es notable, el uso de los interiores de un colegio porteño demasiado coqueto le quita algo de verosimilitud). Lo cierto es que Lucio, el típico progre culpógeno y bienintencionado aunque también bastante testarudo, irá en principio con su propuesta (leerles un poema de Juan Gelman, por ejemplo), pero se encontrará con una realidad bien distinta a la del micromundo porteño: violencia, drogas, cansancio, déficit de atención. Así, deberá reorientar sus objetivos y sus planteos: escuchar y observar más que hablar. Aunque Lucio es el protagonista absoluto y dueño del punto de vista del relato, lo veremos interactuar con su padre Roberto, “El Chileno” (Alfredo Castro, figura omnipresente en el cine argentino), quien pese a sus crecientes problemas de salud y enfrentamientos con narcos y punteros de la zona, se empeña en sostener un comedor para 100 personas. Sin embargo, si de coprotagonista se trata, en verdad hay que buscarlo en Dilan (un convincente Lucas Arrua), un pibe que pese a ciertas reticencias inicales se convierte en el alumno favorito de Lucio. Pero, claro, Dilan está inmerso en la problemática del lugar y su vida está amenazada por los matones de la Isla. A Lucio no le quedará otra que involucrarse (arriesgarse) de una manera que jamás había previsto ni mucho menos experimentado. En papeles secundarios aparecen Clara (María Merlino), una profesora de Biología con más experiencia en el mismo colegio que le enseña algunos trucos (y con quien tendrá algún encuentro íntimo) y Amalia (Rita Cortese), la rectora que no parece tener demasiados escrúpulos ni paciencia a la hora de manejar la densidad cotidiana del establecimiento. La película, que de manera inevitable genera comparaciones con Entre los muros y El atelier, ambas del francés Laurent Cantet, va del drama familiar (es muy buena la dinámica entre Lucio y Sol y la relación maestro-alumno) al thriller con una puesta prolija (quizás demasiado). Es que por evitar maniqueísmos, voluntarismos, demagogias, paternalismos y excesos culpógenos, Lerman parece pisar sobre terreno demasiado seguro, cuidando cada paso que da, y eso conspira por momentos con la posibilidad de una mayor empatía e identificación. De todas maneras, el guion coescrito por Lerman junto a María Meira y Luciana De Mello, así como ciertos hallazgos por parte del director (sobre todo en la parte final) permiten exponer las tensiones y sobre todo las contradicciones éticas propias de este viaje interior y exterior que tendrá un fuerte impacto emocional y cambiará por siempre sus perspectivas y, en definitiva, los caminos de su vida.
Diego Lerman y las problemáticas de la educación pública en un barrio periférico En "El suplente" (2022), premiada en San Sebastián, el director argentino Diego Lerman aborda el derrotero de un intelectual porteño que por necesidad económica (y emocional) se hace cargo de una suplencia en un colegio de un barrio periférico que lo acerca a una realidad que le es distante. Tras Una especie de familia (2017), el director de La mirada invisible (2010) y Refugiado (2014), estrenadas mundialmente en la Quincena de los Realizadores de Cannes, Mientras tanto (2006), que compitió en el Festival de Venecia, y Tan de repente (2002), premiada en el Festival de Locarno, regresa cinco años después con un sórdido retrato sobre educación pública y conflictos sociales, construido a partir de todos aquellos elementos que caracterizan al subgénero de películas sobre “profesores” y “alumnos”. Pero como lo hace siempre, marcando su propia impronta autoral y escapándole al efectismo y la miserabilidad. Lucio (Juan Minujín) es un cuarentón académico devenido en escritor que atraviesa una crisis laboral y personal. Recién separado de Mariela (Bárbara Lennie) y con una hija adolescente, Sol (Renata Lerman), acepta ser profesor suplente de literatura en un colegio secundario cercano a la Isla Maciel, con una realidad muy opuesta al ámbito que lo rodea. Un entorno de violencia hostil, donde narcotraficantes y militares se adueñan de la institución educativa, mientras los alumnos y alumnas luchan por sobrevivir descreyendo de que en ese ámbito encuentren las herramientas para modificar la realidad que enfrentan a diario. Lucio, un personaje construido como un antihéroe, busca cambiar la realidad, propia y ajena. El suplente sigue tres líneas narrativas que se articulan entre sí para trabajar la historia desde todos los ángulos y las diferentes perspectivas. Por un lado, la situación de tensión entre Lucio, el alumnado y la realidad social; mientras que, por el otro, aborda la relación que mantiene con su propia hija, estableciendo un contrapunto entre dos realidades opuestas. Finalmente, trabaja sobre el vínculo con su padre, “El chileno” (otra memorable actuación de Alfredo Castro), articulada como un punto de comparación entre la teoría y la calle. Lo dogmático y lo pragmático. Lo personal y lo social. Lerman recurre a una puesta en escena frénetica, que en muchos momentos se asemeja a la de Refugiado, volviendo a trabajar con el DF Wojciech Staron y una cámara en continuo movimiento sobre los personajes, capturando cada detalle corporal y emocional, pero sin descuidar lo social, describiendo el entorno circundante sin maniqueísmos ni golpes bajos. El suplente es una película honesta, de la que se desprenden varias capas en busca de interpelar al espectador frente a la realidad, pero con la virtud de ser incapaz de juzgar a sus personajes. Personajes humanos, plagados de contradicciones y miembros de una sociedad que también lo es. Lerman consigue sin dudas una obra eficaz en contenido y audaz en su forma. Sin traicionarse ni traicionar.
"El suplente": el camino del héroe. De corte neoclásico, la nueva película del realizador de "Refugiado" se interna, a través de un profesor porteño, en los conflictos de un grupo de alumnos de un secundario del conurbano. Ingresar y experimentar un mundo que se desconoce, con sus reglas y códigos particulares, es un clásico de la narración oral, escrita y filmada. El cine ha sabido aprovechar ese arco narrativo en infinidad de ocasiones, con intencionalidades y resultados diversos. El nuevo largometraje de Diego Lerman, que participó de la competencia oficial del Festival de San Sebastián hace apenas algunas semanas, forma parte de ese universo audiovisual gigantesco, aunque las características de la trama lo encierran en un conjunto más acotado: el de aquellas películas que entienden los desafíos de un maestro o profesor como si se tratara de un viaje iniciático. Un ida y vuelta en el cual el adulto a cargo de la enseñanza de un grupo de alumnos termina aprendiendo algo, bastante e incluso mucho de ellos. Desde luego, El suplente no es una reversión de Semilla de maldad o alguno de sus derivados, aunque la influencia de un film como Entre los muros resulta evidente, más allá de las diferencias culturales entre la escuela francesa del film de Laurent Cantet y el secundario de Dock Sud donde transcurre parte de la historia. Con gran capacidad expresiva, aunque casi siempre contenido, Juan Minujín se transforma en Lucio, un docente universitario con alguna novela publicada en el pasado que, por razones no explicitadas –aunque se adivina una necesidad económica–, acepta un cargo como profesor suplente de literatura en una escuela de un barrio de bajos recursos. El alumnado adolescente lo recibe como suele ocurrir en esos casos: abulia, hastío, abuso de teléfonos celulares, alguna burla solapada. Uno de los chicos incluso se pasa las clases durmiendo, aunque, como explica una compañera, eso se debe a que trabaja por las noches. Separado de su pareja, con quien tiene una hija a punto de ingresar en la secundaria (Renata Lerman, hija del realizador, ganadora del premio a la mejor actuación de reparto en el festival donostiarra), la vida de Lucio tal y como es presentada parece atravesar un período de estancamiento. Ni siquiera las visitas a su padre, a quien todos llaman “el chileno” (el chileno, por supuesto, Alfredo Castro), un hombre dedicado a sostener un comedero barrial, parecen sacudir su actitud un tanto resignada. “¿Leíste el Facundo? Bueno, bienvenido a la barbarie”, le dice una de las nuevas colegas en la sala de profesores. Pero cuando las clases parecen congeladas en las lecturas “de taquito” y los ejercicios de escritura de rigor se produce el ingreso de gendarmes en la escuela: la venta de drogas en los pasillos y baños ha llegado a ese punto de descontrol. De un tiempo a esta parte, y dejando de lado sus primeros esfuerzos en películas como Tan de repente, Diego Lerman ha construido un estilo enraizado en el naturalismo social, evidente en relatos como los de La mirada invisible, Una especie de familia y Refugiado. El suplente no es la excepción y el seguimiento del protagonista con una cámara bien cercana, más el uso notable de las locaciones, le aportan al film un aire definidamente realista que, desde luego –aunque nunca esté de más la aclaración–, no es otra cosa que una construcción cinematográfica. De corte neoclásico, el camino del héroe incluye la relación cercana con uno de los alumnos, quien a pesar de las dificultades del entorno demuestra tener potencial y humanidad, y el enfrentamiento indirecto con un narco de la zona cuyas aspiraciones políticas amenazan con destruir los cimientos de la pequeña comunidad. El guion de Lerman, María Meira y Luciana de Mello parece por momentos deslizarse hacia el terreno del voluntarismo, pero es lo suficientemente inteligente como para no caer en esa trampa, gracias a la circulación constante de subtramas y a la interacción de Lucio con los personajes secundarios: una hija en estado de rebeldía, un padre enfermo, una alumna con capacidades y disposición para los estudios terciarios frenada por las circunstancias. El suplente perfectamente podría haberse llamado “El futuro”.
La temática “marginal” es muy común en la industria nacional, tanto en cine como en televisión. En algunos casos se hace bien, mostrándolo como una denuncia o alerta para la gente, así la misma toma conciencia de muchas problemáticas que a veces se quieren invisibilizar; y otras, patinando de mala forma, romantizando los conflictos. Veamos de qué lado se para El suplente. La historia sigue a un profesor suplente que entra a trabajar a un colegio bastante marginal. Ganándose de a poco el respeto de sus alumnos, se va adentrando en la vida de ellos, intentando ayudarlos; mientras su vida personal parece ir más y más en picada. La historia de un maestro que se involucra con sus alumnos, siendo estos de extractos sociales diferentes, que rozan la marginalidad, no es nada nuevo. De hecho, quizás la película más emblemática en este sentido sea Mentes Peligrosas, protagonizada por Michelle Pfeiffer y con la icónica canción de Coolio. Pero en esta ocasión, y para nuestra suerte, El suplente no busca imitar nada, y solo se parece en la temática. Y esto lo decimos ya que tanto por el lenguaje, los nombres y el tono en sí, se nota bien nacional, sin querer copiar estilos extranjeros y explotando problemáticas nuestras. Esto lo aclaramos, porque en proyectos no muy lejanos de otros géneros, se buscaba darle un aire hollywoodense a la película pese a que era argentina, y el resultado final se veía rarísimo; porque pese a que querían hacer la trama cercana, no se sentía como tal. A esto hay que sumarle las buenas actuaciones con las que cuenta el proyecto. De Juan Minujin poco se puede agregar, ya que todos sabemos que es de los mejores actores de nuestro cine. Pero si sorprenden los chicos que interpretan a los alumnos. Asumimos que la mayoría son actores noveles, pero sus interpretaciones son bastante convincentes, sin sobre exagerar la forma de hablar que se da en las zonas donde pasa la trama, algo bastante común en nuestra industria, y que por lo general queda bastante ridículo. Pero para hablar un poco de lo malo, es que, si bien la historia se siente muy local, no deja de ser algo ya visto. Que una película se parezca a otra no tiene nada de malo, pero asombra como el cliché del “maestro que roza lo trabajador social” se repite al menos con dos o tres proyectos por año. Además, tenemos que agregar que la película cuenta con varias sub tramas que no aportan nada, o no van a ningún lado. Suponemos que, en un formato de serie, dichos arcos argumentales hubieran enriquecido la historia; pero en un proyecto de hora y cuarenta, se siente que están por estar. En definitiva, El suplente es una buena película. Pese a no ser para nada original, lo autóctona que se siente, y el buen hacer de todo el casting, la vuelve una recomendación segura si les gustan las cintas con temáticas sociales.
Como ocurre en sus películas anteriores (Refugiado, Una especie de familia, La mirada invisible) el talentoso director Diego Lerman nos sumerge en mundos que se supone el común de la gente no conoce y nos lleva a un destino, a un derrotero que culmina en la médula de sus temas. Con una historia que le pertenece, que primero trabajo con Juan Vera y luego escribió con María Meira y Luciana de Mello, nos hace acompañar los pasos de un intelectual de clase media que se supone en un escritor fracasado, que se separa, que pierde su cátedra en la universidad y un poco a su pesar acepta ser un suplente. No en cualquier lugar aunque el protagonista lo piense. Es en un colegio secundario cercano a la Isla Maciel, donde él se crió, donde vive su padre solidario, donde habita una realidad cruda y dolorosa. Es un maestro de literatura que se estrella ante la indiferencia de sus alumnos, los que viven en un mundo de códigos durísimos, inmersos en la violencia, las drogas, el narcotráfico. La transformación de ese suplente comienza con el compromiso, con la necesidad de jugarse por su alumno favorito, con poner el cuerpo, con asumir su propia valentía. Juan Minujín, uno de los actores más solicitados del momento, despliega toda su sabiduría en una actuación intensa, profunda y a la vez sencilla, con una entrega conmovedora. El elenco se completa con Bárbara Lenie, María Merlino, Lucas Arrúa, y muy especialmente con la labor premiada de Renata Lerman, como la hija rebelde del protagonista.
La nueva película de Diego Lerman se estrena en nuestro país luego de pasar por el Festival de San Sebastián y nos ubica en un Colegio de bajos recursos en la Isla Maciel de Avellaneda donde el Profesor Lucio Garmendia (Juan Minujín) llega para hacer un reemplazo como docente de Literatura. Al principio, el ambiente del alumnado es algo hostil. La vida de esos chicos no es fácil, y ser profesor en la actualidad, tampoco. Con el correr de los días y , la situación se revierte. Lucio gana su confianza al ayudarlos cuando uno de los alumnos, Dilan (Lucas Arrua) se ve amenazado por una Banda de Narcotraficantes. Su vida privada es algo solitaria, está divorciado de Mariela (Bárbara Lennie), la madre de su hija adolescente y un tanto rebelde (Renata Lerman), quien no acepta ir al Colegio que su padre desea. A estos problemas se suma el de su padre, Roberto (Alfredo Castro), quien pese a su enfermedad anhela cumplir un sueño. Con la certera dirección de Lerman, Juan Minujín ofrece un gran trabajo en esta película, que lo pone en la piel de un hombre paciente, con su hija, con sus alumnos y con sus colegas. Lucio se vincula cada vez más en la vida de esos jóvenes que viven en la marginalidad y trata de ofrecerles una alternativa, algo de poesía e imaginación y no sólo el fantasma de la muerte que acecha. Mientras lidia con el problema de Dilan, Lucio se involucra con una profesora, Carla (María Merlino) quien pone la cuota amorosa a una historia llena de conflictos que muestra una realidad social dolorosa.
Comentario radial de la película argentina, "El suplente" en la columna radial de Javier Erlij por Nacional Folclórica ( programa Aventura para la tierra de uno)
Son contados los directores argentinos que logran mantener cierta continuidad en las pantallas locales. Hay numerosos casos de realizadores exitosos, cuyos nombres “tan de repente” desaparecen y pasan muchos años sin que se escuche hablar más de ellos. No es el caso, afortunadamente, de Diego Lerman, quien con saludable regularidad nos ofrece un estreno cinematográfico cada cuatro años aproximadamente. Hace veinte años nos sorprendió con su opera prima (Tan de repente), basada en una obra de César Aira y que ya había filmado tres años antes como cortometraje (La prueba). El suplente es su sexto largometraje, premiado recientemente en el Festival de San Sebastián: mejor actriz secundaria para su hija Renata Lerman, cuya madre (María Merlino) suele actuar en los films del director, incluido éste. El título del film alude a Lucio Garmendia (Juan Minujín), escritor, quien, al no ganar un concurso en una cátedra de la UBA, se ve obligado a aceptar el puesto de profesor suplente en un colegio secundario de un barrio difícil en la isla Maciel. Apenas lo presenta la directora del establecimiento (Rita Cortese) percibe el desafío que representa enseñar Literatura a alumnos desmotivados, cuando les formula una primera pregunta sobre la utilidad de su materia. Respuestas como “para nada” o también “para aburrirse”, lo obligan seguramente a cambiar su estrategia para “despertar” (incluso en algún caso literalmente) a sus alumnos. La trama tiene varias bifurcaciones, entre ellas la de la vida personal de Lucio, separado de su esposa Mariela (la española Bárbara Lennie) y con una hija adolescente (Sol) que se resiste a ingresar a un “buen” colegio, manifestando su rebeldía probablemente como consecuencia de la separación de sus padres y la esperanza de que vuelvan a juntarse. “El chileno” (Alfredo Castro), cuyo seudónimo alude a la nacionalidad de su progenitor en la ficción, tiene un proyecto de un comedor comunitario y quien trabaja con él es Dilan (Lucas Arrua), uno de los alumnos preferidos de Lucio, quien al igual que otros, tiene problemas, producto de las condiciones precarias en que viven. Será justamente la aparición de droga en el baño de los varones la que dará lugar a la intervención policial, poniendo en riesgo la libertad de Dilan. En la investigación habrá intereses corruptos, particularmente de El Perro Olmos, un candidato a intendente nada santo. El buen guion, junto a su habitual colaboradora María Meira, la fotografía del polaco Wojcech Staron (tercera colaboración al hilo) y el casting, donde seguramente hay mayoría de “no actores” (como diría Carlos Sorín) son algunos de los logros del film. Lerman es corresponsable de la producción local con su compañía Campo Cine (junto a su socio Nicolás Avruj) y donde también aparece el nombre de Patagonik.
Lucio (Juan Minujin) es escritor y docente, hace años publicó un libro pero ahora está empezando una suplencia como profesor de literatura en un colegio de un barrio suburbano. Lucio se está acomodando a una nueva realidad en donde tiene que aprender a lidiar con la realidad de la comunidad educativa a la que se acaba de sumar, mientras su hija se niega a dar el ingreso a un prestigioso colegio y prefiere seguir con sus amigas estudios vinculados a la música, su ex esposa tiene una nueva pareja y su padre se está tratando por una enfermedad terminal. Diego Lerman narra esta historia dura con buen pulso. Minujin es un protagonista que convence y Rita Cortese no necesita que a esta altura se diga nada sobre su solvencia interpretativa. Los territorios que el protagonista transita son el de una clase media con intereses culturales, presentaciones de libros y chismes literarios -gran cameo del escritor Martín Kohan incluído-, y el de la vida del barrio que rodea al colegio y sus alumnos. El padre de Lucio (Alfredo Castro) es conocido en el barrio del colegio y lleva años tratando de armar un comedero y para eso tiene que lidiar con la gente del intendente y con un narco del barrio. El protagonista se mete de lleno en las clases, se interesa por los adolescentes y trata de llegar a ellos desde una materia que sabe que a los alumnos no es la que más los interpele. ¿Para qué sirve la literatura?, les pregunta de entrada en su primera clase y de ahí en más lo que sigue es la difícil relación entre el profesor y los alumnos con sus distintas realidades. Una banda de narcos que se mete en el colegio y alumnos que se sienten asediados por una realidad económica que no les da respiro. Lucio se va a ir metiendo de a poco en esa realidad del colegio hasta que llegue el momento de tener que intervenir de manera bien concreta, luego de que un funcionario del ministerio de Educación se instale en el colegio junto a la policía para ver de dónde llegó un gran cargamento de drogas que provoca un allanamiento. El relato es duro y está apoyado por un sólido elenco, en donde sobresale Renata Lerman (hija del director y del protagonista en la ficción), que ganó el premio a la Mejor Interpretación de Reparto en el Festival de San Sebastián. Lo mejor de la película quizás sea la manera en la que elude intentar dar cátedra o dar lecciones para centrarse en Lucio y su camino en la ruta del crecimiento personal y el reconocimiento de los territorios que le toca habitar. EL SUPLENTE El suplente. Argentina/España/Italia/México/Francia, 2022. Dirección: Diego Lerman. Intérpretes: Juan Minujín, Lucas Arrua, Renata Lerman, Brian Montiel, Alfredo Castro, Bárbara Lennie, María Merlino y Rita Cortese. Guion: Diego Lerman, María Meira y Luciana De Mello. Fotografía: Wojciech Staron. Música: José Villalobos. Edición: Alejandro Brodersohn. Sonido: Lena Esquenazi y Leandro De Loredo. Dirección de arte: Marcelo Chavez. Producción: Nicolás Avruj, Diego Lerman, Marta Donzelli, Nicolás Celis, Sandra Tapia, Dominique Barneaud, Dan Wechsler. Compañías: Campo Cine, Vivo film, Pimienta Films, Arcadia Motion Pictures, Bellota Films, Bord Cadre films. Distribuidora: BF París. Duración: 110 minutos.
El filme abre con la presentación de un libro de poesías al que Lucio Garmendia (Juan Minujin) un escritor en plena etapa de estancamiento y deterioro, ha sido invitado. Perdió su cátedra de letras en la Universidad de Buenos Aires, recientemente separado de Mariela (Barbara Lennie), decide aceptar, intervención de “El Chileno” (Alfredo Casto) mediante, de realizar una suplencia en una escuela del conurbano bonaerense, muy lejos de su medio ambiente. La realidad por la que circula el alumnado de esa escuela esta mas preocupado por la supervivencia que por la poesía de Juan Gelman al que Lucio los quiere introducir. A esa gama
Luego de «La Mirada Invisible» (2010), «Refugiado» (2014) y «Una especie de familia» (2017), el director argentino Diego Lerman vuelve al cine con su más reciente obra «El Suplente», protagonizada por Juan Minujín. Una historia que retrata la educación y las condiciones de vida de una determinada clase social a partir de una mirada observacional y desprejuiciada. La película se centra en Lucio, un profesor de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires, que luego de no haber conseguido un cargo, decide embarcarse en un nuevo desafío: ir a enseñar literatura a una escuela ubicada en la periferia del conurbano bonaerense. Es así como deberá apelar a todo su ingenio para sacar adelante sus clases y, al mismo tiempo, cruzar sus propios límites y prejuicios para intentar salvar a Dilan, uno de sus mejores alumnos, que es perseguido por un grupo narco del barrio que busca vengarse. «El Suplente» posa su mirada sobre un sector social particular, dialogando con la pobreza, el narcotráfico y las dificultades con las que tienen que lidiar los jóvenes, pero también con la perseverancia de querer salir adelante, educarse y tener un futuro a pesar de los obstáculos. Y cómo en el camino se pueden encontrar con personas que quieren ayudarlos a cambiar su vida. No todo es oscuridad, sino que existe un halo de esperanza en la historia que se quiere contar. Aunque mayormente predomina un tono dramático y crudo, la cinta también ofrece algunos toques de humor para descontracturar un poco la situación, a partir de líneas de diálogo de los alumnos. En otros momentos lo que dicen resulta chocante, presentando su realidad de una manera honesta y fuerte. Es interesante, además, el uso y la importancia que se le da a la literatura y a todo el arte en general como herramienta para que los chicos se suelten y puedan transmitir sus miedos, angustias, anhelos. Por ejemplo, recurren al trap, un estilo musical ameno y divertido, para realizar denuncias y expresarse. Esto permite que la trama no se vuelva pesada y oscura. Además del abordaje de la trama, la película sobresale por las actuaciones del elenco. En primer lugar nos encontramos con Juan Minujín como el protagonista. Un profesor que va evolucionando e involucrándose con el correr del tiempo. Al principio toma cierta distancia de sus alumnos, mientras que poco a poco se va interiorizando en su vida, sus intereses y preocupaciones, hasta el punto de ayudarlos con sus conflictos. El actor logra plasmar muy bien esa transición. Dentro de los jóvenes se destaca Dilan (interpretado por Lucas Arrua), uno de los chicos que tiene problemas con un grupo narco y que consigue en Lucio un apoyo incondicional. Ambos presentan una buena química. Pero todos los que encarnan a los alumnos realizan interpretaciones más que dignas; honestas, naturales, reales y están teñidas de gracia y simpatía a pesar de la crudeza del entorno. Por otro lado, Renata Lerman, hija del director, hace de la hija del personaje de Minujín; una chica que tiene oportunidades de ir a una escuela prestigiosa pero prefiere priorizar otras cuestiones en su educación. Sirve como una especie de contrapunto con los otros personajes. Es una revelación e incluso ganó un premio en San Sebastián por su actuación. Con respecto a los aspectos técnicos podemos resaltar la ambientación, que resulta sumamente creíble, principalmente las calles del barrio, las casas de los protagonistas y el comedor que cumple un rol central dentro de la trama. Todo eso fue rodado en la Isla Maciel y se nota ese realismo. En síntesis, «El Suplente» es una película más que lograda que busca retratar un sector social argentino con sus conflictos y esperanzas, sin caer en lugares comunes o prejuicios, sino que sigue a los personajes en su día a día. Una trama que mezcla el drama con el humor, la oscuridad con la luminosidad; es decir, que nos muestra la vida misma. Buen trabajo del elenco y la ambientación para generar el contexto real de donde se desarrolla la historia.
Dirigida por Diego Lerman y protagonizada por Juan Minujín, “El Suplente” resulta uno de los ejercicios cinematográficos más auténticos del medio nacional en el presente año. Un referente del ámbito independiente como Lerman, retorna al ecosistema educativo que indagara con la notable “La Mirada Invisible” (2012); el entorno no le es ajeno, si bien la concepción de disciplina en la relación docente/estudiantado se encuentra aquí más ligado a variables como la insolencia y la rebelión, en las antípodas respecto a aquel film anclado hacia represivas coordenadas en el final de la dictadura militar. Un ajeno a la estructura escolar llega en calidad de reemplazo y, más allá de lo estrictamente académico, las realidades sociales y educativas circundantes lo incitan a involucrarse. Exhibida con gran éxito en Biarritz y San Sebastián, nos trae la historia de un profesor que debe luchar contra sí mismo para encontrar las herramientas necesarias que produzcan un necesario cambio. Generar intercambio y reflexión acerca del sentido de la educación se convierte en el principal desafío de un film estupendamente actuado (Alfredo Castro, Bárbara Lennie, María Merlino y Rita Cortese, completan el reparto), colocando en perspectiva esta suerte de confrontación ideológica que lleva a cabo un docente frente a un aula y toda su coyuntura circundante; un entorno hostil, marginal, carente de contención y preferentemente orientada hacia otra clase de peligros. Poco ilustrada en lo poético y de escasas aspiraciones, muy distinto a lo que acostumbra lidiar. ¿Para qué sirve la literatura?, expresa el profesor, apenas comenzado el relato. ¿Para quién escribimos? ¿Quién lee poesía hoy? Una serie de inquietudes que, con perceptible escepticismo nos interpelan, intentarán responderse ante nuestra atenta mirada. Inspirándose en el estilo naturalista de “Entre los Muros” (2008), del francés Laurent Cantet, “El Suplente” fue filmada en la zona sur del conurbano bonaerense (Avellaneda, Dock Sud, Isla Maciel), aspecto que otorga identidad no solo geográfica, sino conceptual: observamos el simbolismo evidente de una fuerte incidencia en el límite que divide a estas locaciones con la Capital Federal.
Hay algo en esta película de simetría con La mirada invisible, la película más exitosa de Lerman a la fecha: ambas transcurren en un secundario, ambas tienen a figuras de poder sobre los estudiantes (una preceptora en La mirada..., un profesor suplente en esta) como núcleo. Pero aquella hablaba de un colegio de elite y esta, de uno poco favorecido; aquella, de 1982; esta, de 2022. El juego entre ambas puede mostrar, también, qué (nos) ha pasado en cuatro décadas: aquí tenemos a un estudiantado con poco interés, un profesor que trata de conducirlos a un lugar interesante y provechoso, y la violencia -el narco, ni más ni menos- campeando alrededor de los chicos. Minujín lleva a su personaje con soltura: es obvio que lo conoce bien y sabe construirlo. Lerman pinta ese universo con matices a veces hiperreales. El film funciona. Pero también cae en simplificaciones y estereotipos que intentan buscar cierta épica. Aún con sus sombras, hay algo allí que merece verse.
Juan Minujín es un escritor frustrado que da clases de literatura en un colegio de un barrio de las afueras de Buenos Aires en el que comienza a haber problemas de tráfico de drogas. Con Alfredo Castro, Rita Cortese y María Merlino. Estreno: 20 de octubre. Recientemente divorciado, con una carrera literaria que parece haber fracasado, una hija que lidia con los típicos problemas de la preadolescencia y un padre con un delicado estado de salud, las cosas para Lucio (Juan Minujín) no parecen presentarse del todo bien. Y se le nota en la cara, que fluctúa entre el fastidio y la frustración. Su nuevo trabajo no lo entusiasma demasiado tampoco. Ha conseguido un cargo como maestro suplente de Literatura en una escuela secundaria en Dock Sud, que puede estar a solo unos minutos de Buenos Aires pero es un universo bastante diferente, con sus códigos y tensiones propias. Se trata de una zona en la que él creció y en la que sigue viviendo su padre, conocido por todos como «el chileno» (interpretado por Alfredo Castro, acaso el actor chileno por excelencia de los últimos años), un hombre que se dedica ahora a armar y mantener un comedor comunitario en el lugar. A Lucio no se le presenta nada fácil la tarea de enseñar algo tan «inútil» como la literatura. Sus alumnos no le prestan atención ya que tienen, claramente, otros intereses y problemas más urgentes en la cabeza. Y por momentos parece que Lucio está rendido a la situación de no poder aportar demasiado, algo que muchos colegas en la escuela ya parecen haber asumido. «Bienvenido a la barbarie», le dice una de ellas, no muy sutilmente. Pero, mientras lidia con su hija, Sol (Renata Lerman, hija del realizador) que no quiere presentarse al examen de ingreso de un exigente colegio (que no se nombra, pero todos imaginamos cuál puede ser), se sorprende al ver que su ex mujer, Mariela (una poco utilizada Bárbara Lennie) parece tener su vida mucho más reencauzada que él y se pone nervioso por lo poco que su padre parece ocuparse de su delicada salud, Lucio se topa con una situación que lo obliga a cambiar de eje. Un día llega la policía a la escuela, más precisamente a su aula, y se lleva detenidos a algunos de sus alumnos por vender drogas allí. La noticia genera un previsible caos en el mundo escolar, barrial y hasta en algunos medios de comunicación. Y Lucio se ve en la encrucijada de averiguar, investigar y, en lo posible tratar de ayudar a uno de sus alumnos, llamado Dilan (Lucas Arrúa), a quien la situación lo pone en conflicto directo con un «narco» de la zona (Agustín Rittano). Con la colaboración de Clara, otra profesora del colegio (María Merlino), y pese a la oposición de Amalia, la directora del establecimiento (Rita Cortese), Lucio empieza a enredarse en una complicada trama que se conecta con intereses políticos de la zona y que, por su presencia como figura relevante en el trabajo social del barrio, involucra también a su padre. EL SUPLENTE, en un estilo que recuerda al de algunas películas de Laurent Cantet (no es difícil pensar en ENTRE LOS MUROS al verla, en especial en las complicadas escenas del aula), lidia con una extensa serie de problemas sociales, que van desde los educativos hasta los ligados a las dificultades económicas, de las conexiones «mafiosas» a los esfuerzos de los que hacen trabajo solidario, pasando por los problemas personales de alguien como Lucio que pertenece a lo que se podría definir como una clase media venida a menos, una a la que todavía le cuesta entender del todo o conectar con personas que viven en situaciones más delicadas. Ese es un poco el viaje de Lucio aquí, uno que lo reconecte con su lugar de origen, del que pareció salir con intenciones casi de olvidarlo pero al que le tocó regresar y, casi a su pesar, readaptarse. Minujín entiende muy bien el conflicto que atraviesa su personaje y uno ve cómo su Lucio va dejando de a poco cierto egocentrismo (hay un repetido gag ligado a los ruidos que hace al colgar un cuadro en su nuevo y despojado departamento que es evidente metáfora de esa desconexión inicial con «el otro») para pasar a ponerle el cuerpo a una situación que lo atraviesa de lleno. Y si bien hay algo de «mesiánico» en la manera en la que su personaje funciona tratando de «salvar» a la gente que no consigue salvarse por sí sola, Lerman sabe que su lugar de narración es ese, que no le corresponde, en cierto sentido, observar las cosas de otro lado. Sus películas se apoyan en las contradicciones de esa clase media –las mismas que aparecían en películas previas suyas como UNA ESPECIE DE FAMILIA o REFUGIADO— que se mete en territorios, ambientes y problemas un tanto fuera de sus ámbitos típicos de circulación, ese recorrido que va desde una primera mirada entre desinteresada o condescendiente a una que, finalmente, entiende que el mundo es mucho más grande y complejo que lo que tenemos a mano.
El héroe inesperado de una escuela de la periferia Cuando Lucio, un profesor de Letras de la UBA, llega como reemplazante a una escuela secundaria de la periferia de Buenos Aires, apela al lenguaje que utilizaría en cualquier aula. Pero apenas formula la primera pregunta a sus alumnos, ocurre el primer temblor que pronto pondría su mundo de cabeza. ¿Para qué sirven la poesía y la literatura?, pregunta Lucio. Para nada, le responde un alumno. Para dormir, le dice otro. La segunda alarma le llega con las distintas formas que tienen sus colegas para abordar los conflictos en una zona problemática de la ciudad: mientras algunos se comprometen, otros lo reciben con un “bienvenido a la barbarie”. Y el terremoto ocurre cuando aparece droga dentro de la escuela en una cantidad que, se sospecha, es parte de una guerra política entre las autoridades de la ciudad y un narcotraficante local. Recibí gratis el newsletter de La Capital Correo electrónico * Caburoblus, el grupo liderado por Caburo, ya es parte de la historia grande de la música rosarina. "Yo nací en Rosario": el blues local finalmente tiene su propio festival Sabina adelantó que editará un nuevo disco para Navidad. Joaquín Sabina regresa a la Argentina en marzo tras una larga ausencia En el medio del caos quedan los chicos, sus familias y los docentes de una escuela que es intervenida por la Gendarmería mientras sigue la investigación. Todos ellos, finalmente, tratando de sobrevivir con las escasas herramientas a su alcance, la pobreza, la marginación y el miedo. Diego Lerman vuelve al espacio escolar, tal como lo hizo en “La mirada invisible”, aunque esta vez en una situación atravesada por un conflicto muy distinto. También regresa a unos personajes abrumados por los dilemas y las contradicciones; personas comunes puestas a prueba y obligadas a enfrentar sus prejuicios o sus temores. Toda esa complejidad Lerman la resuelve con una narrativa clara que explora temas siempre difíciles, como el narcotráfico, la marginalidad, la violencia y sus víctimas. Para reconstruir ese universo, el director apeló a quienes mejor lo conocían: maestros y alumnos reales de colegios como los que describe “El suplente”, un elemento que le da verosimilitud y un peso específico extra a las palabras y las situaciones que propone el guión. Como guía del relato contó con el sólido trabajo de Juan Minujín en el personaje de Lucio, un docente que poco a poco se involucra con una realidad que invadió y torció sus planes, mientras intenta rescatar del peligro a uno de sus alumnos. El actor está acompañado por Rita Cortese, en el rol de la directora del colegio, y María Merlino como una docente que lo orienta en ese universo donde nada es demasiado seguro y en el cual parece descubrir una forma ríspida de poesía.
Tras su exitoso paso por el Festival de Cine de San Sebastián, llega a carteleras lo nuevo de Diego Lerman, el drama de un profesor que va a hacer suplencia a una escuela de la provincia de Buenos Aires. Lo que siente como un descenso en su carrera pronto lo encuentra con una motivación que no había logrado tener antes. Se podría decir que El suplente es una película sobre las segundas oportunidades. Lucio es un escritor académico recientemente separado y con una hija de doce años. En la presentación de un libro (con cameo de Martín Kohan, a quien Lerman adaptó en La mirada invisible), que luego sabemos es de su ex mujer, se siente un poco fuera de lugar, un ambiente intelectual e importante al que le gustaría pertenecer pero parece rechazarlo tras perder una cátedra a la que aspiraba. Es entonces que acepta trabajo como profesor suplente en una escuela del conurbano, un puesto que lo conecta al lugar de donde vino. A partir de ese momento la película comienza a transitar zonas conocidas. La historia de un profesor que llega a un lugar problemático y no logra hacerse entender por alumnos que lo ignoran o se burlan de él. Hasta que de la mano de la literatura pero sobre todo de escucharse y hablarse, la relación va mutando y se genera algo más personal. De todos modos la película no se queda solo en esta idea de profesor que le cambia la vida a los alumnos a través de las clases de literatura. Lerman desarrolla un importante conflicto social que es el de la guerra de narcotráficos que se aprovechan de personas y lugares de menos recursos para hacer crecer sus negocios. Allí entra en juego el personaje de Alfredo Castro como el padre del protagonista, con quien tiene una relación algo tirante por momentos, un hombre de fuerte presencia que trabaja para poder poner un comedor comunitario sin tener que aliarse con fuerzas corrompidas. Lo que conecta de manera directa ambas tramas es uno de sus alumnos, con quien Lucio sentirá una afinidad que no consigue plasmar del todo con su hija (Renata Lerman, toda una revelación), a la que obliga constantemente a rendir exigentes exámenes para entrar a una importante escuela privada a la que ella le dice de manera directa y en reiteradas oportunidades que no tiene ganas de ir. Esta contradicción, esta idea de educación digna que parece ser sólo aquella que proviene de lugares serios e importantes, Lerman la trabaja desde la mirada de Lucio, quien sin darse cuenta se va introduciendo en un mundo peligroso. Él es el eje alrededor del que se mueven los demás personajes, los más importantes como el de la hija, su padre o el alumno al cual intenta ayudar, sino también una maestra con la cual se relaciona, su ex mujer o la directora de la escuela. En ese sentido el guion es muy preciso a la hora de delinear lo justo y necesario de cada uno para que la historia funcione, aunque a veces algún personaje parece algo desaprovechado en pos de querer ver un poco más de tal. Entre el drama y el thriller, Lerman filma su película desde un registro naturalista y desde los contrastes. La actuación de no profesionales como sus alumnos ayuda a impregnar el tono de una realidad palpable. Al mismo tiempo, su oficio como director entrega escenas con planos muy cuidados y potentes. Esto eleva la película que una parece ya haber visto en un principio, e incluso consigue escenas de mucha tensión. En un país donde la educación se encuentra en permanente conflicto, El suplente es otra película comprometida con lo social de un director que entregó películas como La mirada invisible, Refugiado y Una especie de familia, entre otras. Un drama con un guion preciso escrito por el director junto a María Meira y Luciana De Mello, y notables actuaciones, en especial de Minujín, quien carga la película. Así como la trama abre aristas, también muchas preguntas que dan lugar a diferentes reflexiones. Un retrato sobre lo difícil e importante que es la profesión del docente.
EL NUEVO CINE ARGENTINO VA A LA ESCUELA Si bien lejos de la repercusión de Argentina, 1985, y con ambiciones mucho más modestas, existe entre El suplente de Diego Lerman y la reciente película de Santiago Mitre una suerte de reivindicación de ciertos esquemas de cine industrial que hasta hace años parecían un poco despreciados por un cine argentino más ocupado en sueños autorales y búsquedas festivaleras. Porque si Argentina, 1985 es antes que nada una correcta película judicial, El suplente no es otra cosa que un aplicado drama que se aferra a la estructura típica de ese subgénero de docentes y alumnos que el cine norteamericano ha sabido construir hasta agotar todos sus recursos. Habrá quien vea, también, una suerte de resignación de un cine (y de una generación de directores) que ha tenido que simplificar su discurso para llegar, tal vez, a una audiencia más masiva. Que cada uno tendrá sus pruritos y sus criterios para entender el lugar actual de buena parte de la cinematografía nacional y los alcances de una película como esta. El acierto de El suplente, en todo caso, es saber aplicar esa estructura genérica a un universo que se siente bien auténtico, con una recreación del mundo estudiantil que respira una problemática propia de un lugar y un momento determinados. Algo que por ejemplo el cine europeo ha sabido recrear con películas como Entre los muros, por ejemplo. Lucio, el docente e intelectual que interpreta con su solidez habitual Juan Minujín, deja de lado el mundo universitario para ir a dar clases a un colegio secundario del conurbano bonaerense. Y si en esa decisión parece haber algo antojadizo del guion, lo cierto es que responde a un presente algo incierto del personaje: relación conflictiva con su hija preadolescente, un divorcio reciente y un padre enfermo, que administra en el barrio un comedor mientras intenta lidiar con los problemas socioeconómicos de sus vecinos y las presiones de políticos y narcos. Por lo tanto, hay en ese viaje del protagonista una idea de búsqueda personal, de reencontrarse con una vocación de la que parece haberse alejado y de recuperar el control de su vida. De un tiempo a esta parte, Lerman parece haber encontrado un tono para su cine que es el de merodear problemáticas sociales (violencia de género en Refugiado; adopción y venta de bebés en Una especie de familia) con una estructura de cine de género, incluso de thriller. Es un camino peligroso, porque por un lado el registro genérico puede verse deslucido y por otro, los temas importantes, simplificarse. Sin embargo el director se siente cómodo y logra que sus relatos fluyan en ambas direcciones. En ese plan, El suplente es tal vez el que rinde en una escala menor, porque se tiene que atar necesariamente a demasiados lugares comunes prediseñados, como ese núcleo de pibes que parecen hijos de la marginalidad estetizada de series como Okupas o El marginal, y algunas situaciones parecen un poco inverosímiles, como esa invasión de Gendarmería en la escuela. Y porque en ocasiones la película cae presa de cierto voluntarismo, del que escapa gracias al protagonista, un personaje con más complejidad del que el relato parecería ofrecer en primera instancia. Es Lucio quien se lleva el punto de vista y Minujín quien aporta su coraza tan amable como incómoda para construirlo. Seguramente la película encuentra su punto exacto en la última escena, donde se cruzan las obsesiones formales de un director con inquietudes autorales y la sintaxis del guion perfecto, que sabe sintetizar con una imagen lo que le pasa a los personajes sin necesidad ni subrayados.
Lerman ya se había acercado al universo de los liceos en la excelente La mirada invisible, ambientada en 1982 en el Liceo Nacional Buenos Aires y en un clima de represión y vigilancia. Pero aquí es casi lo opuesto: los alumnos no manifiestan interés alguno por las clases y cuestionan y desafían constantemente la autoridad de los profesores. Lucio se encuentra con alumnos que duermen en sus bancos por haber trabajado toda la noche en una fábrica, que usan el celular en clase, que opinan que la literatura «no sirve para nada».
Reseña emitida al aire en la radio.
El suplente cuenta la historia de Lucio (Juan Minujín) un profesor de literatura que acepta una suplencia en su barrio, al que debe regresar para realizar su trabajo. Se reencontrará con su padre, apodado El chileno (Alfredo Castro), una verdadera leyenda por su compromiso con el barrio humilde y hoy cada vez más carenciado. Los narcos han ganado terreno y la pobreza convive con la inseguridad. Los alumnos están en permanente conflicto, por lo cual las clases son el menor de sus problemas o intereses. El grupo del que Lucio deberá hacerse cargo está desganados o simplemente agotado. El docente verá la manera de ayudar a los jóvenes, tanto en lo educativo como en los conflictos sociales que enfrentan. El director de El suplente es Diego Lerman, quien como varios cineastas argentinos actuales, ha comprendido que el cine de narración clásica y fórmula ya probada es una gran opción para tratar los temas más complejos y profundos. Se nota que Lerman admira la manera en la cual Hollywood le enseñó al mundo hace décadas cómo encarar estos temas. No sólo Estados Unidos, claro, pero principalmente allí se ha trabajado el género del maestro con alumnos problemáticos. Para llegar a una audiencia más masiva sin subestimarla, Lerman se mueve por un terreno seguro. El suplente es una película que tiene elementos en común como muchas historias que ya hemos visto en el cine, desde Semilla de maldad (Blackboard Jungle, 1955) a La sociedad de los poetas muertos (Dead Poets Society, 1989) e incluyendo títulos como Un hombre nuevo (Renaissance Man, 1994), Mentes peligrosas (Dangerous Minds, 1995), Escritores de libertad (Freedom Writers, 2007) o Entre los muros (Entre les murs, 2008). Sin embargo el encanto de El suplente es que está ambientada en la realidad argentina, con sus problemas, su identidad cultural, y todos los demás detalles vinculados con la idiosincrasia del país. Esto es lo que la vuelve más personal y diferente a las demás películas mencionadas, aun cuando se trate de una narración amable que no pretende abrumar al espectador o deprimirlo. Incluso en esos detalles parece una sólida historia al uso del cine norteamericano, incluso con el mencionado contexto local. Un doble acierto que favorece a la película. También hay detalles de clara complejidad, como el hecho de que Lucio les propone analizar el relato policial literario al mismo tiempo que la propia película irá tomando elementos de este género. Las marcas de inteligencia de una película que no sorprende haya tenido éxito. Algunas objeciones menores que se le pueden hacer es no tener una mirada profunda sobre los problemas de la educación en Argentina en general, algo que requeriría meterse en política, lo que la película un poco evita. Y también es notable que el momento dramáticamente más intenso sea algo que le pasa al protagonista y no a los alumnos. Aún con sus buenas intenciones y su efectiva narración, El suplente no puede ni quiere esconder que se trata más de una película sobre un profesor que sobre sus alumnos.