El apocalipsis viene devaluado La enorme mayoría del cine clase B desde los 90 al presente juega a ser un espejo de bajo presupuesto del mainstream más que a satirizarlo o a brindar una verdadera alternativa ideológica reproduciendo los latiguillos pero sustituyendo el tono conservador -sobre todo el que fetichiza Hollywood cuando se propone realizar films pomposos de género- por un discurso más aguerrido y rebelde. No es que todo el enclave pochoclero marginal sea igual de intrascendente que el emporio marketinero bobalicón contemporáneo (por suerte de vez en cuando nos topamos con excepciones que confirman la regla), sin embargo resulta indudable que la algarabía demencial de Roger Corman o Troma Entertainment hoy por hoy es difícil de hallarla en una escena independiente que gusta de copiar los clichés de la industria con tal de aprovechar el mega presupuesto publicitario de los grandes estudios. El Último Hombre (The Last Man, 2018) es un claro ejemplo de ello, una película con tantos estereotipos, diálogos remanidos, personajes unidimensionales y situaciones de nulo espesor dramático que nada tiene que envidiar al último “coso” de superhéroes o producto lelo con Dwayne “The Rock” Johnson: el protagonista es Kurt (Hayden Christensen), un ex combatiente enajenado que piensa que el apocalipsis está próximo, a la par de un mesías callejero llamado Noé (Harvey Keitel), por lo que prepara un refugio subterráneo. Mientras comienza a trabajar en la compañía de seguridad privada de Antonio (Marco Leonardi) y se acuesta con la hija de su jefe, Jessica (Liz Solari), el susodicho lo acusa de haberle robado dinero y manda a Gómez (Rafael Spregelburd) para recobrarlo, pero el asunto se complica aún más para Kurt porque una banda de neonazis anda molestando insistentemente a Noé. El debut en la ficción del director y guionista argentino Rodrigo H. Vila, conocido sobre todo por documentales acerca de Mercedes Sosa, la Guerra de Malvinas, Boca Juniors y Astor Piazzolla, es una obra de lo más fallida que combina el derrotero de un veterano de guerra con estrés postraumático símil Alucinaciones del Pasado (Jacob’s Ladder, 1990), esas simpáticas conversaciones con un personaje imaginario de El Club de la Pelea (Fight Club, 1999), un ambiente general de constante nocturnidad caricaturesca en la tradición de Highlander 2 (Highlander 2: The Quickening, 1991) y hasta esas profecías referidas al fin del mundo en sintonía con un sinfín de opus recientes del mainstream yanqui, como por ejemplo Cuenta Regresiva (Knowing, 2009) o Atormentado (Take Shelter, 2011). No sólo no hay ideas novedosas en la historia sino que todo se ha hecho mucho mejor en el pasado. A rasgos generales la película arrastra tantos problemas que pareciera pretender batir algún récord al respecto: se toma demasiado en serio a sí misma como si en realidad estuviese abriendo terreno inexplorado por el cine actual o su perspectiva fuese de impronta intelectual/ analítica, repite planteos y soliloquios paupérrimos una y otra vez a lo largo de un desarrollo innecesariamente extenso, el buen trabajo de un Christensen apesadumbrado queda en ridículo por diálogos llenos de lugares comunes de la ciencia ficción metafísica y el film noir, el relato nunca se sabe hacia dónde apunta e inaugura subtramas que no se resuelven ni resultan aunque sea interesantes, se desperdicia a Keitel en un personaje tan hueco y esquemático como esos malos fascistas o esos villanos semimafiosos, los delirios devaluados de una debacle colosal pronto se sienten anodinos de tanta verborragia en pose y fotografía lúgubre de cotillón, la redundancia seudo existencialista cubre todo el sustrato conceptual y finalmente ni siquiera nos topamos con alicientes de otros tiempos vinculados al erotismo, la efervescencia cómica irreverente o la violencia en verdad lacerante (el puritanismo y la hipocresía de la industria cinematográfica del norte encuentran eco en la ausencia de secuencias viscerales o cuerpos al descubierto, asimismo desaprovechando a la bella Solari). Es una pena que el cine argentino de género, aquí en coproducción con Canadá y orientado al enorme mercado angloparlante, fracase de manera tan trágica en esto de construir un producto ágil a nivel formal y atractivo desde el punto de vista temático…
Kurt (Hayden Christensen) es un veterano de guerra, de una guerra que acabó con la mayoría de la humanidad que ahora se encuentra en un escenario escalofriante: hay pocos recursos, gobiernan la violencia y las mafias. En este contexto, el protagonista pasa sus días tratando de sobrevivir hasta que se cruza con Noe (Harvey Keitel), una especie de profeta que anuncia el fin del mundo. Este será el que le entregue a Kurt un libro con el cual empezará a crear su propio refugio, pero esto también lo llevará a un estilo de espiral de alucinaciones del cual deberá salir adelante para sobrevir. Filmada en la Argentina y con participaciones de actores locales como Liz Solari y Fernán Mirás, “El Último Hombre” es una película que se queda a mitad de camino. Si bien es una historia interesante y la ambientación está bien lograda, las actuaciones por momentos no llegan a conseguir que el espectador se conecte con la trama. La mayoría del tiempo la historia se desarrolla de manera lenta, se vuelve predecible en varias ocasiones y muchas veces el relato va perdiendo intensidad. Con respecto a las actuaciones, por momentos se vuelven tediosas y poco creíbles. Cabe destacar que las participaciones nacionales dejan mucho que desear. En resumen, “El Último Hombre” es una película entretenida, pero que tiene varios huecos que llenar entre la narrativa y las actuaciones. Al mismo tiempo, posee una buena fotografía y montaje que hacen que la película no sea del todo mala.
Una distopia desarrollada por Rodrigo Vila, Dan Bush y Gustavo Lencina que es una coproducción argentino- canadiense que le permite a Vila meterse de lleno, con un elenco que reúne a Harvey Keitel, Hayden Christiansen, Liz Solari, Rafael Spregelburd, Fernán Miras, Iván Steinhardt y otros argentinos, en su primera película de ficción rodada en Buenos Aires (Villa Lugano, Puerto Madero) y Canadá. La llegada del fin del mundo como una posibilidad concreta y cercana, en una tierra dominada por la escasez, el cambio climático, la desaparición de la organización del estado y el resurgimiento de grupos violentos, de raíz nazi y otros mafiosos que aprovechan la ocasión sin medir riesgos. En ese entorno la estrella de Star Wars es un soldado con stress post traumático y Keitel una suerte de pastor que predice lo que ocurrirá. Con ese planteo la acción transcurre entre enredos amorosos, venganzas, traiciones, escenas violentas y la construcción de un búnker para resistir el apocalipsis cercano. Con buenos climas, buena iluminación y el esfuerzo de los actores, se logra una atmósfera creíble pero no temible. Con demasiados cruces que complican la trama y que nos traen recuerdos muchas veces vistos del género, este gran esfuerzo de producción no alcanza para redondear un film que despierte gran interés. Es un entretenimiento módico.
El fin de los tiempos Rodrigo Vila es un director argentino que se especializa más en el ámbito del documental, pero decide crear un proyecto de ficción sumamente ambicioso, con dos estrellas internacionales en su elenco como son Hayden Christensen y Harvey Keitel. La película logra ubicarse en un contexto apocalíptico donde una tormenta puede llevarse el protagonismo de lo que sería el fin del mundo, o al menos eso suponen los ciudadanos. En un comienzo plagado de dudas se presenta al ex militar Kurt Matheson (Christensen), con un claro trastorno de estrés post traumático. Éste es el dilema clave de todo el film, qué es lo que pasa realmente y cuáles son las imaginaciones de Kurt. Ahí conocemos a Noé (Keitel), una líder espiritual al cual -en tiempos de guerras- muchos se aferran. Hábil en los diálogos y la forma de relacionarse, un personaje bien escrito con matices oscuras como cualquier pastor polémico. Una propuesta estética que genera un ambiente entre comiquero y bizarro, hace que la fotografía tenga el visto bueno en el género apocalíptico. No lo favorece el guion, o las decisiones que toma el director empastando el film con una voz en off constante, que además de subestimar al público, aburre muchísimo. Varios hilos o situaciones que genera luego quedan inconclusas o directamente incoherentes. Las actuaciones por su parte hacen un buen trabajo, sobre todo Christensen que se carga la película al hombro. Y también la argentina Liz Solari genera un personaje exótico con su cabellera colorada y sorprende con una pronunciación excelente en inglés, el idioma recurrente. El último hombre es una película interesante desde el planteamiento estético y la premisa, con actores y actrices de renombre, pero las decisiones por parte del director no fueron las mejores, lo cual imposibilita su punto máximo con respecto a su potencial.
Apocalypse Now El multifacético Rodrigo Vila (Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica, Boca Juniors 3D, La Película) realiza una producción clase B para el mercado de habla inglesa. Recurre a todos los clichés efectistas, y parece más preocupado por demostrar el buen manejo de los mismos que por contar una historia. El argumento nos presenta al traumado Kurt Matheson (Hayden Christensen), un excombatiente que vivió 17 mil y pico de días y no pudo superar un trastorno por la muerte de su mejor amigo. En el universo pos apocalíptico en el que vive la desesperanza crece segundo a segundo hasta que conoce al “pastor Noé” (Harvey Keitel), una suerte de mesías que todavía cree en la raza humana. Paralelamente Kurt consigue trabajo y se enreda con la hija del jefe (Liz Solari) y un matón (Rafael Spregelburd) lo busca para ajusticiarlo. El inicio anuncia el apocalipsis con una tormenta exagerada digitalmente. El clima opresivo se percibe en la iluminación en penumbra y los espacios de encierro sobrecargados. Es que todo en la película está en exceso, desde los elementos de la puesta barroca, pasando por los mencionados efectismos hasta las aclaraciones de un guion redundante en cuanto al clasicismo que maneja. Como si Rodrigo Vila estuviera interesado en demostrar que puede incursionar en un cine a imagen y semejanza del americano con un equipo técnico y artístico argentino en su mayoría, manejando códigos genéricos y haciendo uso y abuso de los golpes de efecto. En esta línea se construye la figura del héroe atormentado que encuentra su camino en la vida, derrota al villano, salva a la chica y aporta para un nuevo comienzo de la humanidad. La trama del elegido se fusiona con una ciencia ficción apocalíptica. Todo subrayado tres veces, mediante acciones o diálogos que no dejan lugar para la interpretación y/o reflexión alguna. Esto no es malo per se, es decir, si la progresión argumental funciona y la acción dramática crece, uno puede llegar a perdonar los clichés de los muchachos que atormentan al protagonista y deviene en una coreográfica escena de lucha a puño y patada, o la innecesaria pero sensual escena de sexo. Pero aquí no funciona el relato que se enrosca en sí mismo. Porque a la linealidad del género de acción se le agrega el filosófico planteo acerca del fin del mundo volviendo a la película ambiciosa y desmedida. La participación de Harvey Keitel en un rol secundario eleva cada escena en la que el actor de Un maldito policía (Bad Lieutenant, 1992) aparece. Sin embargo, la falta de matices en su personaje –al igual que en el resto- desdibuja su performance. Tal vez una cuota de humor hubiera hecho digerible tanto lugar común en una película sobre el apocalipsis, que termina siendo un apocalipsis cinematográfico.
El fin del mundo “El Último Hombre” (The Last Man, 2018) es una película de ciencia ficción dirigida y coescrita por Rodrigo H. Vila. Coproducida entre Argentina y Canadá, el reparto incluye a Hayden Christensen (Anakin Skywalker en “Star Wars”), Harvey Keitel, Liz Solari, Rafael Spregelburd, Justin Kelly, Gabriel Smith Lenton, Marco Leonardi, Fernán Mirás, entre otros. Kurt Matheson (Hayden Christensen) es un hombre de 35 años que sufre de estrés post traumático luego de haber sido veterano de guerra. Él cree que el Apocalipsis se acerca y que se manifestará con una gran tormenta eléctrica, por lo que decide conseguirse un trabajo para poder pagarse los suministros que necesitará en el búnker que se está armando para sobrevivir. Cuando va a devolver una máscara de gas que presentaba fallas, Kurt conoce a Noé (Harvey Keitel), un anciano profeta que también cree que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. En las calles, Noé predica e instruye a las personas sobre cómo deberán protegerse en el futuro, a la vez que les hace frente a los violentos neonazis que no le creen. Kurt se verá en problemas cuando en la compañía de seguridad para la que trabaja se reporte una gran falta de dinero y el mayor sospechoso sea él. Además, comenzará una relación con Jessica (Liz Solari), hija de su jefe Antonio (Marco Leonardi). Como se puede notar, “El Último Hombre” mezcla demasiados tópicos en una sola película. Por un lado tenemos a la ciudad de Buenos Aires lluviosa y oscura, donde la economía está estancada, los alimentos faltan y abunda la gente que vive en la calle. Los desastres naturales, según las noticias de la televisión, no tardarán en llegar. Por otra parte están los repetitivos sueños del protagonista sobre la guerra, que hacen que se despierte atormentado debajo de su cama. La mente de Kurt le juega una mala pasada al creerse que Johnny (Justin Kelly), otro veterano que fue compañero suyo, sigue vivo; incluso el joven se encuentra en la misma casa y pretende aconsejarlo sobre sus ¿fallidas? creencias de que el mundo está llegando a su final. Sumado a esto tenemos una relación amorosa pésimamente desarrollada, personajes malvados que parecen de la mafia, y la duda permanente sobre si realmente el protagonista dice la verdad o se volvió loco al dejar su tratamiento psicológico. Teniendo en cuenta que ya vimos bastantes filmes sobre el Apocalipsis que contienen a un protagonista impreciso (“Avenida Cloverfield 10” y “Take Shelter”, por citar algunos ejemplos), la producción de Rodrigo H. Vila resulta por lejos la peor de todas. La cinta está llena de decisiones que fueron mal tomadas. Primero y principal, la insoportable voz en off de Kurt. No solo hace que el relato se vuelva súper aburrido y no conduzca a ninguna parte, sino que además, gracias a este recurso, nunca podemos establecer una conexión con su personaje, por lo que ya desde el principio no nos importa su situación. La fotografía es tan oscura que llega a exasperar ya que en varios momentos no se ve con claridad lo que sucede en pantalla. Otro desacierto, en especial para los argentinos, se basa en ver a actores conocidos hablando en inglés en nuestro país sin ninguna razón aparente. Que Liz Solari y Rafael Spregelburd no se comuniquen en castellano solo logra que la historia sea menos creíble de lo que ya es. En vez de centrarse en un tópico y desarrollarlo bien, “El Último Hombre” combina tantas cosas que termina convirtiéndose en un gran desastre en el cual pareciera que ni el director conocía el rumbo que le quería dar a su película. Molesta que varias escenas se corten con la pantalla en negro, pero mucho más fastidia que la cinta se vuelva eterna para el espectador y carezca de toda lógica.
Incongruencias La relación de coproducción entre Argentina y Estados Unidos -aquí el caso de El último hombre es con Canadá pero el vínculo es de la misma naturaleza- se remonta a la época del Cine Clásico; desde Pampa salvaje (1967) de Hugo Fregonese, pasando por las producciones de Roger Corman con Héctor Olivera en los 80, hasta algunos ejemplos de cine de terror de bajo presupuesto a principios de la década del 2000. Incluso los casos inversos, los de las remakes anglosajonas de producciones nacionales, no han resultado efectivas. Pensemos en los últimos ejemplos como Criminal (versión de Nueve reinas) o El secreto de una obsesión (versión de El secreto de sus ojos). Casi todos esos esfuerzos de fraternidad entre cinematografías fueron incongruentes. Vamos a recorrer este valle particular de incongruencias en El último hombre. 1- La historia. Un veterano de una guerra (Hayden Christensen) que desconocemos sufre un trastorno de estrés postraumático, tiene una pesadilla en loop y su vida cotidiana circunda en una ciudad en ruinas, la cual parece sacada de una maqueta descartada de algún thriller cyberpunk noventoso. Hay un predicador llamado Noe (Harvey Keitel) que anticipa una tormenta eléctrica que acabará con todos aquellos que no se despojen de lo material y se entreguen a una vida new age en las montañas. Ambos personajes se cruzaran por necesidades mutuas. Luego del forjamiento de esta relación, el protagonista descubre (casi por arte de magia negra narrativa) que necesita dinero y consigue en tiempo record un empleo en una empresa de seguridad. Primera incongruencia. Hay más. 2- Las actuaciones. Si dividimos el elenco en duplas podemos percibir el desfajase de registro que hay entre por ejemplo Harvey Keitel (es cierto que está en modo automático, y más que de costumbre) y Fernán Mirás en una interpretación de “loco del pueblo” que podría objetarse incluso en una obra escolar. Por el contrario, el protagónico de Hayden Christensen nunca empalma con la gracia de Liz Solari, dispuesta a sacarle alguna emoción al otrora interprete de Dark Vader en su faceta iniciática. El resto del elenco argentino bordea la exageración, en especial Rafael Spregelburd en el papel de un guardaespaldas villano con acento porteño que provoca risas involuntarias en los diálogos con los actores anglosajones. Mención especial para Ivan Steinhardt y su spanglish que haría sonrojar a Luis Guzmán. 3- La fotografía y el diseño de arte. Solo hay una explicación para que todas las escenas de la película transcurran en una nocturnidad permanente, y es la de un apocalipsis que se aproxima. Si le sumamos los relámpagos y los truenos sacados de una góndola de efectos prefabricados (ojo con el paralelismo de una tormenta interna del protagonista con estos fenómenos meteorológicos) todo deriva en una luz tenue que no narra, que solo alumbra a los personajes y los sigue a medida que se mueven; una estrategia visual que bordea la teatralidad. La dirección de arte es un caos, no existe la ubicación de los espacios, no hay cohesión entre los suburbios de mala muerte y la empresa de seguridad que funciona como una oficina del microcentro porteño en 1998, todo pertenece a un registro rarísimo en comparación con el contexto presentado en el primer acto de la película. Inverosímil pleno. 4- Otras decisiones formales, como el uso de la voz en off: desde lo conceptual hay ciertos axiomas sobre la utilización de esta herramienta, que aparece mal empleada casi siempre a modo de explicación o de tapar huecos narrativos. Más allá de la berretada neo noir á la Blade Runner que se intenta imponer en El último hombre con una voz en off cansina y rasposa, el problema es aún más grave que los habituales en el cine porque parece ser la reproducción de una lectura sin un mínimo grado de interpretación de las palabras dichas. 5 – El director: Rodrigo H Vila dirigió documentales, hasta ahora. Desde una producción vendida como la película definitiva sobre Boca Juniors -que no era más que un recorte muy reciente de la historia del club- hasta un retrato sobre Mercedes Sosa, y en el medio algunas propuestas para TV sobre nazis, masones, Perón, etc. Su primera incursión en la narrativa ficcional resume el pastiche que es su filmografía, al menos en la dimensión temática. El último hombre quiere ser en casi dos horas una película de ciencia ficción, existencial, bélica y romántica, todos los géneros en simultáneo. Incongruencias.
Ya pasaron cosas muy malas, pero lo peor está por venir. Cualquier parecido con la realidad nacional es pura coincidencia: estamos hablando de El último hombre, una película posapocalíptica y preapocalípitica a la vez. Porque una serie de catástrofes ambientales y bélicas ya dejaron a la Tierra sumida en días grises y lluviosos a perpetuidad, con la ley del más fuerte imperando entre los hombres, pero algo aun más cruento se avecina: el final definitivo. Buenos Aires está disfrazada de Blade Runner en esta curiosa coproducción argentino-canadiense que tiene a Liz Solari, Rafael Spregelburd y Fernán Mirás hablando en inglés codo a codo con Hayden Christensen (Anakin Skywalker en los Episodios II y III de Star Wars) y nada menos que Harvey Keitel. Christensen es Kurt Matheson, un veterano de guerra con estrés postraumático que vive como Bob Geldof en The Wall -hay varios guiños a Pink Floyd-, acompañado por un viejo televisor y fantasmas del pasado. Keitel es un predicador que logra sacarlo de su ensimismamiento con sus discursos sobre el desenlace inminente y su llamamiento a una vuelta a lo ecológico y natural. Hay por ahí, dando vueltas, una patota al estilo de Alex y sus drugos en La Naranja Mecánica. Hay, también, un interés romántico para Kurt. Y un par de personajes que se interponen en este amor y que aparentemente son peligrosos, según se establece en algunos diálogos explicativos. Son todos personajes con gusto a estereotipo, enmarcados en una historia que tampoco se aparta un ápice de un terreno transitadísimo. La estética es lo mejor: el bajo presupuesto está bastante bien disimulado y se nota el esfuerzo por evitar los derrapes clase B. Que los hay, de todo modos, por culpa de un guión con todos los hilos a la vista. Es una trama esquemática, carente de emoción y cargada de excusas argumentales insustanciales, cuya única función es hacer que todo avance hacia un desenlace previsible.
La nueva película de Rodrigo Vila es un fallido acercamiento a la distopía más radical, aquella que en un apocalíptico escenario conjuga elementos psicológicos para generar algun conflicto narrativo. Las idas y venidas del protagonista no solo en un punto resultan inverosímiles, sino que en la predicación por un orden diferente y la imposibilidad de escapatoria se terminan disolviendo todas las premisas que presentaba.
“El último hombre”, de Rodrigo H. Vila Por Jorge Bernárdez El último hombre al que se refiere el título es Kurt Thomas (Hayden Christhensen), que sufre de estrés post traumático y que por eso ha regresado del frente de batalla. Estamos en un futuro no muy lejano en el que el sistema mundial ha estallado en pedazos y todo el mundo vive como puede bajo reglas que cambian a cada rato y que nadie parece saber cómo manejar. En este regreso a casa, Kurt se va a topar con una calle peligrosa habitada por grupos hostiles y hasta un santurrón de discurso apocalíptico interpretado por el gran Harvey Keytel. Vayamos a lo bueno de esta película dirigida por el argentino Rodrigo Vila, que a mediados de los ochenta publicaba la revista “Fierro”, que consiguió producción y distribución de una importante empresa internacional para contar esta historia tan afín al paladar de los fanáticos de la ciencia ficción y de las historietas. El arte y el diseño de la película resultan agobiantes y a la vez ajustados, en ese sentido por momentos es inquietante ver a las torres de Lugano dominando el paisaje exterior. El resto no ayuda mucho, porque la voz en off que se elogió lejos de facilitar entender lo que pasa en la cabeza de Kurt complica todo. No hay casi nada que no se haya visto antes y hay que decirlo, también que no sea subrayado hasta el hartazgo. Se puede pensar todo esto como una oportunidad desperdiciada, pero bajo una mirada piadosa, es preferible decir que esta película es un borrador fallido de un director que a la hora de filmar su primer largo de ficción, puso todo lo que tenia y se olvidó de que muchas veces menos es más. EL ÚLTIMO HOMBRE The Last Man. Argentina/Canadá, 2018. Dirección: Rodrigo H. Vila. Guión: Rodrigo H. Vila, Gustavo Lencina y Dan Bush. Intérpretes: Hayden Christensen, Harvey Keitel, Marco Leonardi, Justin Kelly, Liz Solari, Rafael Spregelburd, Fernán Mirás, Raymond E. Lee, Gabriel Smith Lenton, Federico Aletta. Producción: Rodrigo H. Vila, Gonzalo Vila y Dalila Zaritzky. Distribuidora: UIP. Duración: 101 minutos.
Dos estrellas internacionales de distintas generaciones (el veterano Harvey Keitel y el más joven Hayden Christensen, conocido por interpretar a Anakin Skywalker en la saga Star Wars) protagonizan esta película dirigida por un argentino (Rodrigo H. Vila, realizador de documentales sobre Mercedes Sosa y Astor Piazzolla). El film acumula demasiados clichés del cine industrial en el marco de una historia que se desarrolla en un ambiente distópico que también replica el de decenas de producciones de Hollywood de mucho mayor presupuesto. Visualmente, Vila consigue algunos buenos momentos, pero no colabora demasiado un guion superficial, inconexo y, en más de un pasaje, notoriamente solemne que termina dejando al film en clara desventaja respecto de sus modelos más evidentes.
Kurt Matheson, un veterano de guerra con trastorno de estrés post traumático cree que el fin del mundo se acerca. Luego de establecer una relación con un dudoso Mesías abandona su vida cotidiana y comienza a entrenarse de una manera extrema en un refugio subterráneo. Todos dudan de su integridad mental pero cuando él mismo empieza a planteárselo algo extraordinario sucede. “El Último Hombre” (The Last Man, 2018) es una película de ciencia-ficción dirigida y co-escrita por Rodrigo Vila. Es una coproducción entre Argentina y Canadá que cuenta con varias caras conocidas en su reparto entre las cuales se destaca Hayden Christensen (Star Wars, Jumper), Harvey Keitel (Pulp Fiction), Justin Kelly (Wynonna Earp) y Liz Solari junto a Fernán Mirás del lado de los argentinos. Con el fin del mundo tocando a la puerta, el veterano de guerra Kurt Matheson (Hayden Christensen),quien sufre un estrés post traumático luego de tener que sacrificar a su mejor amigo Johny (Justin Kelly) en el campo de batalla, intentará reunir los elementos necesarios para sobrevivir a dicha catástrofe que según los medios llegará en forma de una gran tormenta eléctrica. En un mundo hecho trizas debido a la falta de alimentos, el cambio climático, el resurgimiento de grupos violentos como los Nazis y un Estado destruido por completo, la sensación de desolación está presente desde el minuto uno. Le suma a la trama de juicio final el típico pastor que predica el fin de los tiempos en las calles, en este caso Noé (Harvey Keitel). Para armarse de lo necesario, Kurt deberá conseguir un trabajo (si, en el medio del apocalipsis) y allí se meterá en líos al acercarse más de lo necesario a Jessica (Liz Solari), la hija del jefe. Si bien, el concepto era seductor en un principio, no tarda en derrumbarse. La cinta mezcla demasiadas ideas en un argumento que se torna insoportable, sumada a la exasperante voz en off del protagonista. Quizás lo único a favor sea la ambientación y una bien lograda fotografía pero no mucho más. En lugar de centrarse en una idea y tratarla como corresponde se pierde en un sin fin de escenas clichés que se sienten demás y no logran conectar con el espectador. Dos horas que parecen una eternidad.
Distopía hollywoodense en pleno Villa Lugano Coproducida con capitales canadienses, El último hombre una película argentina infrecuente. Protagonizada por Hayden Christensen, conocido por interpretar a Anakin Skywalker en Star Wars, y con Harvey Keitel a cargo del principal papel de reparto, cuenta una de esas historias distópicas propias del imaginario de Hollywood. El escenario es una ciudad populosa e imprecisa (aunque las miradas expertas reconocerán el perfil futurista y decadente del barrio de Villa Lugano), en un planeta arrasado por una crisis global bélica, social y económica. Ahí vive, recluido en una casa/bunker, Kurt Matheson, un exsoldado perseguido por los traumas de guerra. Kurt está obsesionado con el fin del mundo, que según un predicador llamado Noé será provocado por una violenta tormenta eléctrica. Vila, cuya experiencia previa pertenece al terreno documental (dirigió, entre otros, Boca Juniors 3D, la película, 2015), aprovecha el aire entre antiguo y empobrecido de Buenos Aires para ponerlo al servicio de esta historia futurista. Y así consigue unos cuantos buenos momentos desde lo fotográfico. Pero los problemas de El último hombre no vienen por los rubros técnicos, en los que el cine argentino consiguió en las últimos dos décadas un desarrollo que le permite ser competitivo a nivel mundial. Las constantes trabas que sufre la película pertenecen al terreno narrativo. En primer lugar, por la presencia de una voz en off tan invasiva como redundante, que por momentos aporta muy poco y por momentos demasiado, sin encontrar nunca su balance. Pero además, en busca de generar un ambiente de peligrosa intriga, el argumento amontona elementos de forma un poco arbitrara. Un grupo de nazis; una empresa en la que Kurt consigue trabajo, se enamora de la hija del jefe y comienza a ser perseguido por un tipo que maneja una mafia de negocios nunca claros; un manicomio sórdido en el que un negro violador tiene a todos sometidos; y, claro, el profeta que reúne un grupo de personas para salvarlas del fin del mundo. Por escrito, la acumulación parece excesiva; en la película también. Vila incluye una serie de guiños intertextuales que buscan jugar con la cultura popular, pero que no terminan de realizar un aporte significativo. Entre ellos se pueden mencionar los nombres de los personajes. El del predicador es bastante obvio. El del protagonista remite a los escritores Kurt Vonnegut y Richard Matheson: el primero es autor de Matadero Cinco y el segundo de Soy leyenda, distopías que narran las historias de otros últimos hombres. Pero el mayor exceso sea quizás el que tiene lugar cuando uno de los nazis ataca a Kurt en el manicomio con una picana que se parece mucho a... un sable láser de Star Wars. Un dato de color: la directora de segunda unidad es Agustina Macri, hija mayor del presidente, quien este mes debutará como directora con Soledad, adaptación del libro Amor y anarquía de Martín Caparrós.
Si bien no es frecuente que Argentina coproduzca con capitales de las grandes potencias, alguna vez esto ha tenido lugar. Aunque también es cierto, que no es algo que suceda en forma habitual. Es por eso que la atención que acapara "The last man" no es poca para el medio local: un thriller existencialista de ciencia ficción, con una selección de actores de renombre cuyo liderazgo cae nuestro Rodrigo H.Vila, quien deja los recorridos documentales (sobre los que venía construyendo su carrera) y se le anima a una ficción bastante de resultados desparejos. Aquí tenemos un guión discreto, que pretende ser ingenioso relacionando ideas de varios campos (la metafísica, la cordura, la angustia existencial, etc), pero que no aporta nada que no hayamos visto en thrillers semejantes en los últimos tiempos. Eso, sumado a cierta discreta presencia de algunos rubros técnicos (la dirección de arte, la fotografía) y una progresión de trama poco consistente , termina por redondear un producto discreto, raro, y que nunca termina por sentirse ajustado y creativo. "El último hombre" se siente como un mix de ideas que ya han sido trabajadas en profundidad en otros recorridos, y si bien su planteo en algún momento se presenta enigmático y hermético, lo cierto es que su estructura, es superficial. Una vez que vamos avanzando sobre el metraje, descubrimos que las cosas son más simples de lo que parecen. Pero vayamos a la historia. Tenemos a Kurt Matheson (Hayden Christensen), un veterano de guerra con trastorno post-bélico que la está pasando mal. Su mejor amigo murió y él no puede superar esa cuestión. Se siente atormentado y no encuentra salida a ese dolor. Cierto día conocerá al "Pastor Noé" (Harvey Keitel), un sujeto que predica que el apocalipsis, se viene con todo, y no es broma. Pronto. Y hay que estar listos para enfrentarse a él. Claro, imaginense un hombre cuya psiquis ya viene deteriorada, encontrar un "mesías" que lo direcciona: Kurt entra en un estado de alienación fuerte, que lo lleva a prepararse para un fin de los tiempos que se ve posible, por una serie de tormentas que azotan el lugar donde se desarrollan los hechos. Mientras esto sucede, nuestro protagonista (porque necesita pagar sus gastos y ahorrar, antes del principio del fin), conseguirá una posición laboral provisoria , donde trabará relación con la hija de su superior (Liz Solari), que ofrecerá cierto voltaje físico a la trama cuando se involucren románticamente. Pero Kurt, duda. Noé lo incentiva, pero las cosas se van complicando. Especialmente cuando nos damos cuenta de que él se volvió incómodo para algunas personas y eso se reflejará en persecusiones y golpes varios. La cuestión será ver si el apocalipsis será real o sólo una construcción en la mente del ex combatiente, que lo aisle hasta desintegrarlo en un dantesco neuropsiquiátrico... Christensen es un buen actor, y hace lo que puede con las líneas que le tocan en suerte. Keitel, está por debajo de sus actuaciones promedio y el resto del elenco, con mucho color local, aporta oficio y concentración. No más. Vila parece querer darle un tinte místico a su relato, pero ciertas deficiencias del guión no permite que eso se corporice. No estoy seguro si es una cuestión de recursos o de atmósfera, pero me inclino a pensar que hay una mezcla de ámbos. Por otra parte, la voz en off es un elemento delicado para usar, y aquí no funciona en forma adecuada (era necesaria? realmente?). Me cuesta pensar en el marco de realización, y creo que "El último hombre" es un producto de valor discutible. Genera cierto interés por el crossover de actores que presenta (eso es innegable) pero su poco vuelo y el escaso interés que genera en el espectador, no permite reconocerlo como un producto equilibrado. Parece lejos de eso. Rescatamos el valor de probar un elenco internacional novedoso para los tiempos que corren.
Mucho se puede criticar a El Último Hombre, pero creo que lo más valioso está en el intento. El que no arriesga no gana y viendo este thriller post-apocalíptico de producción nacional y canadiense, con figuras del exterior y hablada en inglés, me sorprendía al pensar que existiera un proyecto de estas características. El resultado está lejos de ser el óptimo y pareciera tener una idea de lo que quiere ser aunque nunca lo logre, pero sorprende en su inusitada ambición, lo que la convierte en una apuesta tan extravagante como fallida.
Texto publicado en edición impresa.
Difícil que se estrene una película peor que El último hombre en lo que queda del año. Lo del director Rodrigo H. Vila acaso sea un chiste, de otro modo no se entiende tamaño despropósito protagonizado por un elenco igual de disparatado que el argumento. El guion, las actuaciones, la música, los efectos especiales, todo es cualquier cosa en esta coproducción entre Argentina y Canadá. Una virtud involuntaria: es una de esas películas malas que provocan risa y que se pueden disfrutar en una función con descuento. ¿Acaso no es gracioso que el personaje de Harvey Keitel le diga al de Hayden Christensen que necesita una novia y que automáticamente aparezca el personaje de Liz Solari? Torpezas de este tipo hay muchas y el maltrato al cine llega a niveles insospechados. El concepto de bizarro le calza perfecto al filme: desde esa mezcla de actores disímiles (faltó mencionar a Rafael Spregelburd y Fernán Mirás) hasta la fotografía con pocas luces, que hace difícil ver las imágenes, sobre todo si el proyector de la sala está en las últimas horas de vida. Kurt Matheson (Christensen) es un veterano de guerra que cree próximo el fin del mundo y se obsesiona con construir un búnker. Todos creen que está loco, ya que además tiene alucinaciones con un compañero de trinchera. El paisaje es apocalíptico: lluvias permanentes y pobreza por todos lados. La economía mundial colapsó. Kurt conoce a un predicador llamado Noe (Keitel) que anuncia el Apocalipsis y se hace amigo. Decide buscar trabajo y llega a una empresa presidida por un tipo que intenta ser misterioso. Ahí trabajan Jessica (Solari), la secretaria de la que se enamora, y Gómez (Spregelburd), que pronto mostrará sus intenciones mafiosas (este personaje pronuncia una línea antológica sobre la vagina del personaje de Solari). Hay muchas escenas insustanciales y absurdas, como el monólogo final en off. Los diálogos son ridículos y los personajes secundarios parecen una broma (atención al linyera interpretado por Fernán Mirás, a los nazis y al loco afroamericano del manicomio). El tagline del afiche en inglés dice: “¿Estás listo para sobrevivir?”. Nunca más acertado: el que tiene que sobrevivir es el espectador.
Este es el debut en la ficción del director y guionista argentino Rodrigo H. Vila, (“Mercedes Sosa: la voz de Latinoamérica”, “Boca Juniors 3D la película”). Cuenta con un elenco destacado: Hayden Christensen, Harvey Keitel, Justin Kelly, el italiano Marco Leonardi, el canadiense Justin Kelly, y dentro de los actores argentinos: Fernán Mirás, Rafael Spregelburd, Iván Steinhardt y Liz Solari. El protagonista es un ex combatiente llamado Kurt (Hayden Christensen), sufre porque no pudo salvar a su compañero en la guerra, rodeado de violencias, mafias y fantasmas, vive en un contexto apocalíptico y se relaciona con un mesías callejero de nombre Noé (Harvey Keitel) que vive en penumbras. Ingresa a trabajar en la compañía de seguridad privada de Antonio (Marco Leonardi) y comienza a tener una relación muy fuerte con la hija de su jefe, Jessica (Liz Solari), se enfrenta al villano Gómez (Rafael Spregelburd) y van sucediendo una serie de conflictos y hasta desafía a una banda de neonazis. La cinta en un principio resulta interesante, con una ambientación muy bien lograda, buena fotografía, llena de personajes, pero entre tramas y subtramas no llega a atrapar al espectador con diálogos poco atractivos, actuaciones desparejas, un ritmo pausado hasta soporífero, poco creíble, se vuelve predecible y con una duración de 1 hora cuarenta y seis minutos que se hace eterna.
El último hombre no termina convenciendo y todo lo promisorio que podía parecer en los primero 15 minutos, se ven tirados a un lado por una aburrida narrativa. A lo largo de la historia del cine, el uso de los “futuros distópicos” ha sido moneda corriente y recurrente, en las diferentes épocas del séptimo arte. Desde Metropolis (1927) hasta Mad Max: Fury Road (2015), cada director ha podido imprimir su sello distintivo en estos futuros lejanos, en donde la sociedad como la conocemos se fue por el caño y al planeta le quedan los días contados. Pero es verdad, que si bien el detonante de semejante problema suele ser el mismo, pocas veces es mostrado o narrado. A lo largo de la trilogía original de Mad Max, se pueden ir atando cabos de como la Tierra se convirtió en el desierto que se vio en la ultima peli con Tom Hardy. En las sagas juveniles, el causante suele ser a través de enfermedades incurables que tienen a los mayores como responsables de estas plagas. Lejos quedaron en el tiempo las buenas películas de zombies, con Train to Busan (2016) como último gran exponente, los muertos vivos solían ser la manera más recurrente de referirse a un futuro que ya no valía la pena ver. En este panorama, con sus diferencias y todo, llega El último hombre (The Last Man, 2018). Una película filmada en Argentina, por Rodrigo H. Vila, coterráneo también, que cuenta la historia de Kurt (Hayden Christensen), un veterano de guerra que sufre de estrés post traumático, en el medio de los que parece ser el principio del fin del mundo. Con la guía espiritual, mental y física de Noe (Harvey Keitel), un orador que se ve venir la noche y se encarga de redistribuir sus ideales a la gente, Kurt intentará zafar de toda su compleja forma de ser. En el medio de todas estas situaciones, el pobre Kurt necesitará un plus para no perder la cabeza, cuando sus fantasmas personales empiecen a perseguirlo, es aquí donde aparece Jessica (Liz Solari) quien parece ser una solución, pero quizás le termina provocando más de un dolor de cabeza. En esta co-producción argentina y canadiense, hay varias cosas por detallar. Desde las cuestiones visuales, se puede sentir una gran combinación entre los ambientes llenos de decadencia de Sin City y el toque neo-noir de Blade Runner, cada escenario está perfectamente diseñado para que parezca que todo esta a punto de irse al diablo y así lo viven sus protagonistas. La desolación y el poco tiempo que le queda a la Tierra que se transmite por momentos, es agradablemente inquietante. Los vestuarios están acordes al momento y las locaciones quedan perfectas, de modo que el director argentino, la pegó con hacer la película en su tierra natal. La música y el sonido, tanto mezcla como edición, dan la talla y no quedan ordinarios en ningún momento, es más, el sonido juega un papel fundamental en donde hasta los silencios que se producen, juegan con las sensaciones del espectador. Dejando de lado los temas técnicos y estéticos, el gran problema que tiene la película, se encuentra en su guión. Lamentablemente el ritmo narrativo es muy lento, a tal punto que aburre y mucho. La historia podría haberse desarrollado muchísimo mejor habiendo elegido un rumbo claro desde el principio, pero se la pasa en el medio de dos grandes tramas. Por un lado, todo lo sufrido por Kurt en una guerra de la cuál no sabemos nada, y todo el porvenir del mismo, en lo que puede ser un posible Apocalipsis. Desafortunadamente, el director eligió el segundo camino y el destino no resultó ser el mejor. Toda la otra rama de la historia parecía mucho más jugosa e interesante, pero nos quedaremos con las ganas. Al mismo tiempo, hay varios tramos de la peli en la que el guion se encarga de remarcar una y otra vez, con escenas más que claras, cosas de menor valía argumental hasta llegar a un punto tal de cansar a quien ve. Lo mismo con “chistes” o comentarios alusivos a gustos personales del director y ni hablar de personajes totalmente olvidables que nada tienen que ver con el argumento principal que a la ya pesada narrativa, lo único que le agregan es ganas de que esos momentos pasen lo mas rápido posible. n cuanto a lo actoral, para sorpresa de muchos, Christensen cumple con su rol de desequilibrado e incluso por momentos se puede llegar a sentir una leve empatía por su personaje, su historia y el contexto en el que se desarrolla. Lo mismo pasa con Liz Solari, de quien en una primer instancia se puede creer será la típica femme fatale pero su papel será aún más relevante. Cabe destacar que toda la peli es hablada en ingles y ella no desentona para nada, la seducción que despierta con una simple mirada es admirable y su incursión cinematográfica estuvo por encima de las expectativas. Caso contrario al de Harvey Keitel, ganador del Oscar como mejor actor en 1991, tuvo muy poco protagonismo e incidencia en la historia y cuando le toco participar, parecía que estaba en otra sintonía con el resto del elenco. Un elenco que tiene perlas sudamericanas como Fernán Mirás y Rafael Spregelburd, entre otros que demuestran que pueden estar al pie del cañón para cualquier tipo de papel y producción mundial. Lamentablemente, El último hombre no termina convenciendo y todo lo promisorio que podía parecer en los primero 15 minutos, se ven tirados a un lado por una aburrida narrativa. Aún así, está más que bien que directores locales sean requeridos por este tipo de proyectos y más aún sean filmadas en su totalidad en tierras nacionales. Ojalá no veamos un cambio en ese aspecto y más artistas, detrás y frente las cámaras, tengan su oportunidad.
Este filme, del director argentino, que se hiciera conocido como documentalista, bien podría llamarse como se llama, o bien “La última mujer ” o “El ultimo unicornio”, así de arbitrario es todo en él. Tiene una estética, desde la dirección de fotografía, que termina por ser lo mejor, o lo único rescatable, no en tanto parte de una dirección de arte específica, dicho de otro modo, una estética que no parece haber sido buscada sino encontrada. Un guión que por su retraimiento es superficial, nunca profundiza en nada, sólo el repetir constante de la misma idea, como para llamarlo de alguna manera, aunque usen algunos sinónimos nunca agregan nada nuevo. Por lo cual la progresión dramática quedo en algún apunte perdido en el camino, sabiendo además que este recurso dialógico es mayormente una voz en off que bien podría ser un recuerdo o un pensamiento.Da lo mismo. Lo propio sucede con algunos pequeños horrores de continuidad, pero a esta altura es lo de menos. Sumándose a todo esto una banda de sonido que ojala fuese solo enfática, pomposa, en algún momentos puede sentirse empática respecto a la imagen, pero son los menos. Una coproducción de Argentina con el gran país del norte justificada solamente en la presencia de dos actores famosos. Uno con gran trayectoria. Ambientada en un momento post apocalíptico, toda una novedad mire usted, narra la historia de Kurt (Hayden Christensen), un veterano de guerra con trastorno post traumático por estrés, que deambula por la ciudad hasta que establece una relación con un Noe sin barco (Harvey Keitel), un fortuito Mesías que logra persuadirlo a abandonar la vida sin sentido que lleva y volver por lo que le pertenece, al mismo tiempo que un “loco” (Fernan Miras), quien tal cual un oráculo extrapolado como de una tragedia de la antigua Grecia, le dice las verdades que él no puede escuchar. El desahuciado comienza entonces a entrenarse de una manera extrema en su refugio subterráneo, para uno vaya a saber que motivación. Su salud mental esta puesta en tela de juicio, (la del guionista por carácter reflejo también) por los otros y por él mismo, supuestamente por lo cual todo podría ser un delirio del personaje, ojala lo fuera, no está implementada esta opción, y sería otra película. Entran a jugar los factores de poder, mafias varias, grupos encontrados en pos de nada, pues estamos frente a la devastación de la tierra y la vida tal como se conocía, Jessica (Liz Solari) una mujer que seduce y queda seducida por el supuesto héroe, hija de uno capo mafia… volvé Marlon, te perdonamos. Una película de supuesta clase B con un costo de producción acorde, pero el problema no es ese, en realidad termina siendo un manual de lugares comunes, un gigantesco cliché, con tantos recursos estereotipados, personajes maniqueístas sin dobleces y contrapuestos, diálogos insulsos, acciones hay, es verdad, pero no llevan a ningún lado por la inexistencia de un conflicto dramático que funcione de manera actancial, digamos que justifique las mismas Los actores hacen lo que pueden con lo que les toco en gracia o en desgracia Un filme que tarda en arrancar, tarda en desarrollar y tarda en cerrar, o sea, un filme que retarda.
“Hay que traer talentos de afuera para hacer interesante las cosas” esta es una de los tantos pensamientos que pasan por la cabeza cuando se ve la película de Rodrigo H. Vila El Último Hombre, pero desafortunadamente ni los talentos visitantes ayudan a que este plomazo sea interesante. Protagonizada por Hayden Christensen, Harvey Keitel, Liz Solari y Fernán “tanguito” Mirás ,esta rareza de película confunde al espectador desde su principio utilizando el intento de impacto de la voz en off de Christensen, tratando de explicar la situación del mundo tras una guerra. Las cosas son directas aunque no claras y Christensen complica más la situación con un tono monótono que no complementa las escenas que H. Vila pone en pantalla. Christensen es la antítesis de voz en off de lo que es la suprema voz de De Niro en Casino de Scorsese. De Niro va poco a poco explicando meticulosamente con tono trágico cómo su vida y su mundo se desplomó por amor al dinero y, sobretodo, a una mujer; aquí en El Último Hombre, H. Vila pone al actor inapropiado a explicar de qué va todo : esto compromente a la integridad del film sin terminar de hundirlo. Por otro lado la sensación de desorientación se siente en toda la película; supuestamente nos encontramos en Argentina – al menos nosotros debemos suponer eso – pero el único referente dado son las famosas torres de Lugano. La situación es tan bizarra que por cada exterior, cambio de interiores o siendo directos, escenas que se nos vengan a la cabeza, tenemos un flash de las torres de Lugano. ¿Estamos en un loquero?…torres de Lugano!, Hayden Christensen va al trabajo.. torres de Lugano!… Harvey Keitel se mete en su negocio de baratijas… torres de Lugano!, el villano busca por toda la ciudad al protagonista de la historia… FLASH DE TORRES DE LUGANO, y así sucesivamente hasta que se piensa que absolutamente todo este universo disparatado sucede en cada piso de las torres de Lugano. Lo gracioso es que nuestros talentos locales hablan en inglés y con esto H. Vila instala una nueva posibilidad de futuro distópico: Villa Lugano es la capital del mundo. Hay que olvidarse de quién actúa en El Último Hombre ya que cada gran nombre puede ser tachado y superpuesto por algún talento novato sacado de las primeras clases de un curso de actuación. Keitel impone presencia pero nos asegura que la visita a nuestro país es sólo por el cheque, Fernán Mirás cumple un rol de cameo al interpretar al “loco de la esquina”, Liz Solari solamente funciona como “talento de exportación” por el claro camino que significa desnudo de exportación y Christensen, muy lejos de esta película, situado en una galaxia muy ,muy lejana triunfa como actor modelo en el rubro “piloto automático”. Aburrida y sin un aparente rumbo concreto El Último Hombre no expone nada positivo para resaltar, falla en su intento por entretener y no consigue interesar al público en todo su intento, su departamento de arte funciona pero el resto de su totalidad es una molestia audiovisual que pronto quedará en el olvido. Ojalá que El Último Hombre sea ese último intento de main movie de H. Vila y el director pueda centrase en esos documentales que tan bien le salen. Valoración: Mala.
En un futuro donde el mundo está devastado pero el apocalipsis aún no llegó, el veterano de guerra Kurt (Hayden Christensen) construye un búnker secreto donde esconderse en caso que la tormenta global que se avecina sea fulminante como anuncia Noé (Harvey Keitel). Mientras el final se acerca, nuestro amigo lidia con Johnny (Justin Kelly) que no sabemos si está vivo o son alucinaciones, consigue un trabajo en la empresa del padre de Jessica (Liz Solari), con quien tiene un amorío y es acusado por Gomez (Rafael Spregelburg) de robo. por Ayi Turzi El último hombre es, cuanto menos, una propuesta extraña. A quienes sean conocedores del cine de género independiente nacional, se las puedo definir como “Daemonium con un guión de Pochito Producciones”. La situación contextual es clara: en una sociedad devastada las personas se preparan para lo que está vaticinado como el fin del mundo, con todo lo que ello conlleva: días grises, nerviosismo generalizado, crisis, escaladas de violencia. Lo inexplicable son otras situaciones que se van dando, y el registro que prima en cada trama. Por ejemplo, la trama que se desarrolla en la casa de Kurt. Tiene pesadillas de su participación en la guerra, puntualmente del momento en que su amigo Johnny le pide que lo mate para cesar con su dolor, aunque luego aparezca en su casa. No sabemos si es real, si es una alucinación, lo cierto es que el ambiente que genera esta ambigüedad que por algún motivo remite a la gloriosa La escalera de Jacob (Jacob´s Ladder). Las secuencias en el trabajo, donde coquetea con Jessica y se genera cierta tensión con Gomez están alejadas del clima general, es una burbuja de cotidianidad con elementos latinoamericanos que aportan a la confusión general. La trama se adivina desde el primer momento y podría decirse que desperdicia oportunidades de generar giros interesantes al avanzar de modo lineal hacia el final previsible. No obstante lo desconcertante que puede ser la historia, El último hombre tiene varios puntos a favor. Las actuaciones no se pretenden naturalistas sino que tienden por momentos a una exageración que, de nuevo, contribuye con el enrarecimiento general. Fernan Mirás interpreta a un linyera que, si bien tiene pocos minutos en pantalla, es la perlita por la que recordaremos a esta coproducción Argentina – Canadá grabada en Buenos Aires. Y el aspecto visual alcanza un muy buen nivel. Tiene una fuerte identidad propia lograda por una fotografía que privilegia los claroscuros y una ambientación minuciosa. Si querés ver una película clásica donde todo tenga sentido, metete en otra sala. El último hombre es una rareza en todos los sentidos posibles de la palabra. Desconcertante, con elementos arbitrarios y ambigüedades que rozan el sin sentido, es, por y a pesar de ello, una propuesta imperdible. Para ver más de una vez.