La vida después de amar. Un hombre se hace cargo de sus hijas mientra su mujer se toma un tiempo. Ese tiempo terminará siendo mucho más laxo que el que imaginaba, debiendo lidiar con su proceso de duelo, las complicaciones que sus hijas le traerán a su casa, y, la inescrutable fantasía de saber que nada volverá a ser como antes.
La película de Claire Burger, “El Verdadero Amor” viene con un background de Premios y Nominaciones interesantes. Además de eso, no es como en tantas historias el hombre, Mario (Bouli Lanners) en éste caso, el que deja el hogar conyugal, sino su mujer Armelle (Cécile Remy-Boutang) quien se encuentra atravesando una crisis. El no puede ver la caída de la unión, pero ella sí, por lo que decide tomar distancia y dejarlo con sus hijas Frida, 17 (Justine Lacroix) y Niki, 14 (Sarah Henochsberg), lo que genera un esfuerzo al tener que ocuparse de sus actividades y peor aún, darse cuenta en soledad que el tiempo que su esposa se ausenta no es para nada breve. No se ven discusiones ni peleas, sólo su partida, que también es una forma de cuidar ese vínculo, antes de un deterioro aún mayor. Ante el hecho inevitable Mario se une a un grupo de teatro que cambiará un poco su visión ante el mundo. El lugar no es casual, su ex esposa trabaja en ese teatro, lo que lo hace un poco humillante, ya que él quiere recuperarla como sea, pero el tiempo acomoda las cosas. Mario podrá abrirse y plantarse ante el grupo, cosa que antes parecía imposible. El guión desarrolla la pérdida o deterioro de lo que hubo alguna vez y se fue diluyendo mientras las hijas, cada una con su carácter, van llevando la nueva situación como pueden, mientras descubren el amor. La hija mayor puede ver las cosas con más claridad y la menor está más enojada con lo que le toca vivir, culpando a su padre por todo, pero unida a su hermana. La película cuenta con realismo y de manera sensible lo que puede suceder en cualquier familia, con muy buenos trabajos de todo el elenco.---> https://www.youtube.com/watch?v=rnDrIntXYu0 TITULO ORIGINAL: C'est ça l'amour TITULO ALTERNATIVO: Real Love DIRECCIÓN: Neil Burger. ACTORES: Bouli Lanners, Justine Lacroix, Sarah Henochsberg. GUION: Neil Burger. FOTOGRAFIA: Julien Poupard. GENERO: Drama , Comedia . ORIGEN: Francia. DURACION: 98 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años DISTRIBUIDORA: CDI Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 04 de Julio de 2019
Las cosas no andan nada bien para Mario. Luego de dos décadas de un matrimonio feliz, este hombre cincuentón debe enfrentar no solo el dolor, la culpa y la tristeza por una separación en principio transitoria, sino también la crianza de dos hijas adolescentes con problemas propios de esa etapa de la vida. Entre el deseo de independencia de la mayor y el primer desplante amoroso de la menor, Mario realizará un tortuoso aprendizaje sobre la paternidad, los vínculos y la responsabilidad. Mario (Bouli Lanners) no se opone a la partida de su esposa Armelle (Cécile Remy-Boutang), aunque sí le pide que por favor vuelva cuanto antes. Sabe que su fuerte no es el trato con sus hijas ni muchos menos los quehaceres domésticos diarios. Deseoso de recomponer la relación, empezará a tomar clases de actuación en el mismo teatro donde trabaja su mujer, en lo que es una excusa obvia para cruzársela. Un cruce que ella evitará a toda costa, obligando a su ¿ex? a enfrentar a una realidad indeseada. La primera película en soledad de la directora y guionista francesa Claire Burger -que, según dice, se basó en su propia experiencia- muestra el día a día de la nueva vida de Mario. Una rutina compuesta básicamente de un trabajo monótono en una oficina de migraciones, sus flamantes clases de teatro (en las que surgirá un nuevo aunque predecible interés romántico) y el trato con sus hijas. No la tendrá nada fácil lidiando con Frida (Justine Lacroix), de 14 años, y Niki (Sarah Henochsberg), de 18, quienes optaron por quedarse con él. El verdadero amor alternará algunos momentos dramáticos –especialmente en lo que refiere al vínculo con las hijas– con otros de notable ternura y sensibilidad, como aquellos en los que Mario se abre a sus propios sentimientos. Es cierto que algunas subtramas no terminan de explotar (la identidad sexual de Frida, la situación amorosa en el teatro), pero así y todo Burger logra un relato madurativo absoluto: maduran las hijas enfrentándose por primera vez a problemas de “adultos”, madura Mario reconociendo sus debilidades y fortalezas, y madura Armelle dándose cuenta de que la idea de familia no implica necesariamente compartir un techo.
Separación: ella se va, él -Mario- se queda con las dos hijas, una de 17 y otra de 14 años. Él se queda aturdido, sin respuestas, incluso casi sin saber formular las preguntas. Una película hecha con claridad desde la propuesta temática, con cohesión en términos de conflicto (un duelo a resolver) y en el dibujo de los personajes -de coherencia no férrea, en proceso de aprendizaje de su nueva vida-, con encuadres y formas de iluminar que recuerdan al cine de Eric Rohmer de los años 80, aunque aquí en parajes de menor belleza y con diálogos con menos juego y con dolor más directo. Estamos en Forbach, en el noreste de Francia, el lugar desde el que habla el cine de la directora Claire Burger, que con sus cortos y con un largo ya se había dedicado a pintar su aldea, o al menos a proponer una mirada sobre ella. En El verdadero amor singulariza aún más esa mirada al abordar una historia autobiográfica. Esta película nos recuerda algunas características que suelen escasear en el cine que obtura casi todas las pantallas: todavía existen modos locales y no solamente globales, no todo el paisaje se filma desde el aire para situar miradas prepotentes, pueden tratarse problemas de seres humanos sin recetas de autoayuda, se puede emocionar sin necesidad de tirar música a baldazos, se puede evitar la pirotecnia sin caer en la anemia ni en la anomia estética. El verdadero amor nos hace pensar en un cine verdadero, honesto, probablemente pasado de moda.
Mario es abandonado por su esposa y enseguida se da cuenta de que no está capacitado para hacerse cargo de sí mismo y, mucho menos, de criar en solitario a las dos hijas, Frida, de 14, y Nilki, de 17, que quedaron a su cargo. La primera reacción de este barbado empleado público para solucionar el problema es intentar, por supuesto que sin éxito, que Armelle vuelva al hogar a vivir con ellos y busca convencerla tomando clases de teatro en el lugar donde ella trabaja. Así comienza El verdadero amor, primera película en solitario de Claire Burger, una de los tres ganadores (junto a Amachoukeli-Barsacq y Samuel Theis) de la Cámara de oro en Cannes 2014 por Mil noches, una boda. Si aquel debut estaba centrado en una mujer fuerte que trabajaba en un cabaret y descubría el amor, la cineasta ahora narra la autobiográfica historia de un hombre frágil que pierde a su pareja y queda a cargo de dos adolescentes mientras busca recomponerse. Derrotado y sin saber bien qué hacer, Mario busca ideas mirando la tele en el sillón con su hija menor y las imágenes muestran que el agua no siempre es la mejor idea para apagar un incendio. “Si tuviera hijos, les enseñaría cosas como ésa, para defenderse o protegerse. Cómo reaccionar ante un atentado o cómo apagar un incendio. Podría ser útil”, reflexiona la pequeña en la más elocuente alegoría de Burger sobre el aprendizaje. El verdadero amor es una película de crecimiento, tanto para Mario como para sus hijas, donde la cineasta decide encarar, en una única historia, las distintas miradas posibles sobre el amor, desde el descubrimiento de Frida hasta el desengaño de Mario, pasando por las relaciones pasajeras de Nilki o ese presente de Armelle que la cineasta da a entender con maestría con un único plano en un juego de dardos. Burger se detiene demasiado en esos distintos puntos de vista, que tienen su correlato en la variopinta banda sonora de la película, y en definitiva termina perjudicando la fluidez narrativa en pos de insistir en la universalidad.
Cómo escapar de un laberinto El protagonista es un padre de familia que después de veinte años de matrimonio descubre que tiene que aprender de nuevo a vivir. Es difícil saber si Mario es un hombre a punto de quebrarse emocionalmente o uno que ya lo hizo. Su mujer acaba de dejarlo y él ha quedado solo a cargo de dos hijas adolescentes. Para tratar de rearmar su vida se suma a un grupo de teatro comunitario, pero se nota que el asunto no es para él y no es raro preguntarse por qué se habrá metido ahí. La respuesta llega enseguida: en ese teatro es donde trabaja su exmujer como iluminadora. El dato enciende la alerta. En los tiempos que corren es fácil sospechar que Mario es uno de esos ex posesivos y acosadores. Y lo es, aunque también es cierto que no hay en su actitud ni maldad ni premeditación, sino que el pobre tipo de golpe se ha quedado solo y con un amor entre las manos que ya no es correspondido. Es lógico que después de 20 años de matrimonio no tenga forma de saber qué se hace en una situación así. El verdadero amor, segunda película de la francesa Claire Burger, trata sobre eso: sobre aprender. No es tarea sencilla en la actualidad retratar a un hombre lastimado de la forma en que lo está Mario, sobre todo por sus características. Un hombre de los de antes para quien, desde su perspectiva, el mundo (el suyo privado, pero también el público) ha quedado patas para arriba y él literalmente no tiene idea de para dónde debe correr. Burger no le teme al desafío y toma el toro por las astas, obligando a este hombre a atravesar todas y cada una de las pruebas. En primer lugar lo rodea de mujeres, exponiéndolo a la complejidad para él desconocida del mundo femenino. Así deberá aprender que su ex ahora tiene otra vida, que su hija mayor puede vincularse con los hombres de un modo que no es el esperado para “una chica decente”, o que a la menor empiece a descubrir que ni siquiera le gustan los hombres. La madre de las nenas le dice que no se preocupe, que las deje tranquilas, que en cualquiera de sus formatos el amor siempre es hermoso. Pero Mario ahora sabe que a veces no lo es tanto y se preocupa porque cree que el hecho de ser lesbiana puede hacerlo aún más doloroso para su hija menor. Tal vez tenga razón, tal vez se equivoque, pero en cualquiera de los casos está condenado a sufrir. Mario parece haberse despertado en un mundo que desconoce y avanza a tientas. No tiene idea de nada, no sabe qué hacer con sus hijas ni con su trabajo y, sobre todo, no sabe qué hacer consigo mismo. Con generosidad, Burger le concede a Mario el beneficio de la duda: no se trata de un hombre machista, sino de uno atrapado en un mundo laberíntico diseñado desde el machismo. Y como ha dicho alguna vez Leopoldo Marechal (y muchos otros antes que él), solo hay una forma de salir de un laberinto: por arriba. Serán sobre todo sus hijas desde arriba, desde ese mundo nuevo que ellas y su generación están empezando a reconstruir, quienes le darán una mano no siempre benévola para empezar a salir. Gran parte del éxito la directora se lo garantizó desde antes de empezar a filmar, eligiendo a un elenco perfecto. Bouli Lanners, casi un desconocido para el espectador local, realiza un trabajo superlativo componiendo a ese Mario desbordado sin necesidad de desbordarse como actor. La delicadeza con que consigue hacer atravesar a su personaje por una paleta emocional amplísima tomando siempre la decisión correcta es un mérito tanto de él como de la directora. Lo mismo ocurre con las jóvenes actrices que interpretan a las dos hijas y sobre todo la más chica, cuya cara de culo permanente representa a la perfección la máscara del adolescente disconforme que no sabe lo que quiere, pero lo quiere ya. Incluso Burger se da el lujo de usar el humor con pulso admirable. Basta ver la escena en la que una droga suministrada a uno de los personajes sin su conocimiento ni consentimiento, que en cualquier otra película hubiera dado pie a los lugares comunes más burdos, acá se convierte en una de las más tiernas y cálidas escenas de amor (no de sexo, sino de verdadero amor) que ha dado el cine actual.
Conociéndolas y conociéndome Según un proverbio chino, toda crisis es oportunidad. Lo corroboraremos con esta historia simple, realista y profunda; cuando algo se quiebra en el seno familiar, los lazos afectivos fluctúan, ofreciendo nuevos matices que nos empujan a reinventarnos. ¿Será capaz este padre, funcionario público y estructurado, de reconstruir el lazo afectivo con sus hijas? El verdadero amor (C'est ça l'amour, 2018) arranca su relato con la historia de Mario (Bouli Lanners) que, desde que su esposa Armelle (Cécile Rémy-Boutang) abandonó el hogar, sostiene solo la casa y cría a sus dos hijas. Frida (Justine Lacroix) de 14 años, que está en la etapa del despertar sexual y lo culpa porque su madre se marchó, y Niki (Sarah Henochsberg) de 17 años, que parece comprender la situación y apoya a su padre. Mario se entera de que su mujer conoció a otro hombre, sin embargo sigue esperándola, mientras debe lidiar con temáticas que para él son nuevas, puesto que se da cuenta que no conocía a sus hijas como pensaba y que crecieron muy rápido. El estilo de Claire Burger en dirección y guion resulta muy astuto, desde la elección de cada actor y el ingenioso manejo del guion, -estructura dramática sólida-, nos brinda la información necesaria para comprender la historia tácitamente, sin llegar a ser rebuscada ni pretenciosa. La intención de la directora es clara: transmitirnos un mensaje crucial para un padre de hijas adolescentes, que se encuentra con una situación que debe afrontar, consiguiendo la empatía en el espectador o el rechazo, puesto que se muestra humano y débil. Burger maneja el lenguaje y código familiar de manera sutil, y en paralelo, el de un adulto que se descubre a partir de ser abandonado por su esposa como disparador y todo lo que se pone en riesgo en él ante esta situación con la que debe lidiar, y lo hace con un gran amor que conmueve con el ritmo adecuado, al igual que las actuaciones y las escenografías, todo es de una enorme y elogiable credibilidad. Si se analiza, existen escenas muy interesantes que connotan la justificación de cómo cada personaje llegó a tomar esa actitud en la vida y cómo este detalle es de carácter subjetivo. Lo dejo a criterio de cada espectador. A este hombre mayor, acostumbrado a ser de una manera y dependiente del amor que aún siente por su esposa, todo le sorprende y no logra describirse en un grupo de teatro cuya propuesta es que actúe de él mismo. Luego de un profundo viaje hacia el interior donde experimenta cuestiones nuevas, se desestructura completamente al presentarse como un funcionario del gobierno y algo más... Solo así, logra enseñarle a sus hijas a que aprendan a asumir riesgos por su cuenta, ni más ni menos... pequeño detalle que todo padre tiene la oportunidad de analizar al conectarse con esta película.
“El verdadero amor”, de Claire Burger Por Marcela Barbaro Luego de ser presentada en la 75 edición del Festival de Venecia, se estrena C’est ça l’amour de la realizadora francesa Claire Burger, acercándonos a una historia contemporánea sobre las distintas formas de amar y reinventarse frente a una crisis familiar. Mario (Bouli Lanners) es funcionario público, ama el arte y a su familia por sobre todas las cosas. Está casado hace veinte años con Armelle (Cécile Remy-Boutang), con quien tiene dos hijas Niki (Sarah Henochsberg) de 18 años y Frida (Justine Lacroix) de 14. Pero la armonía familiar se quiebra ante la ida de su esposa. Mario no pierde las esperanzas de recuperarla y se queda a cargo de la casa y de las hijas. Nunca imaginó que el abandono sería tan agobiante, ni el fracaso (como marido y padre) un desafío a superar. Mientras intenta restablecerse, se atreve a participar en una obra de teatro alternativa, donde buscará su propio equilibrio y el de su familia. Basada en su historia personal, Burger construye un relato intimista con gran realismo, donde expone el proceso de pérdida de un hombre frente al rumbo incierto de su vida y del hogar que construyó. Una situación, que hace síntoma en el comportamiento de sus hijas, y en la dificultad de los vínculos entre ellos. Desde el inicio, la película transcurre en dos espacios bien diferenciados, el teatro y la casa de Mario, ambos lugares se intercalan y retroalimentan a medida que avanza la historia. El desarrollo de uno incide en el otro. Así vemos cómo el avance la obra se une al proceso evolutivo del personaje. Una combinación predecible, que funciona descomprimiendo el drama. Centrada en el proceso interior y subjetivo de los personajes, la elección de los planos cercanos acompaña y refleja el proceso de madurez que transita el grupo familiar. Cada encuadre, parece contener la fragilidad y exponer el amor que hay entre ellos. Pero esa misma cámara, también funciona como testigo dentro de los ensayos de teatro, donde Mario se conecta con su realidad y la de los otros. El verdadero amor cuenta con destacadas interpretaciones, principalmente la de Bouli Lanners, en un papel que le exige traducir la frustración a través del rol que asume. Y en ese punto, la película ahonda sobre el cambio de roles en el seno familiar (cuando una madre se va y el padre se hace cargo) y cómo esos roles naturalizados en la sociedad, responden a procesos culturales y estereotipos de género. En su primer película en solitario, Claire Burger demuestra solidez y una mirada interesante en relación a la dificultad de los vínculos, el amor y el arte. EL VERDADERO AMOR C’est ça l’amour. Francia, 2018. Dirección y guion: Claire Burger. Intérpretes: Bouli Lanners, Justine Lacroix, Cécile Rémy-Boutang, Antonia Buresi, Célia Mayer,Lorenzo Demanget, Tiago Gandra, Laure Ballarin, Sarah Henochsberg. Edición: Claire Burger y Laurent Sénéchal/ Fotografía: Julien Poupard. Duración: 98 minutos.
Dirigida y escrita por Claire Burger (codirectora de Party girl), El verdadero amor es una historia sobre las oportunidades que derivan de una crisis. Mario acaba de separarse de su mujer y vive con sus dos hijas adolescentes. Pero si bien ella le dejó bien en claro que la separación es definitiva, él no puede soltarla y cada tanto se aparece en su trabajo o la busca con cualquier excusa. Probablemente sea por eso que llegó a un grupo de teatro que trabaja de un modo diferente. La idea es que actúen de ellos mismos, que saquen afuera su verdadero ser, no meterse en la piel de otro, meterse en la de uno. Sólo que quien se encarga de la iluminación para esa obra es ni más ni menos que su ahora ex mujer. En su casa la relación con sus hijas es buena, o lo mejor que puede ser con dos jóvenes que transitan una época de muchos cambios, no sólo los de su familia, sino los internos. Ellos se quieren e intentan acompañarse pero a veces surgen choques que hacen dudar, a él de ser capaz de cuidarlas solo, a ellas de querer quedarse con él en lugar de irse con la madre que por ahora no tiene dónde alojarlas pero de a poco va rehaciendo su vida. Frida, de 14 años, en pleno despertar sexual, lo culpa de que su madre se haya marchado. Niki, de 17, lo apoya, pero al mismo tiempo sólo sueña con marcharse de casa. Mientras tanto él espera que un día su mujer regrese. En su primera película que dirige en solitario, Claire Burger retrata de manera intimista este momento bisagra para la familia, con un mayor enfoque en el punto de vista del personaje masculino. Un hombre estructurado que trabaja como funcionario público, al que le llevará mucho esfuerzo aceptar que la pareja ya no es pareja y no volverá a serlo. Por suerte tiene ese grupo de teatro donde, de a poco, se va soltando y expresando. Es así que lo que comenzó como una excusa más para estar cerca de su ex mujer de repente demuestra que tiene mucho más para ofrecer, siempre y cuando uno sepa aprovecharlo. De manera sensible, con momentos dramáticos pero también algunos con ternura, Burger narra una historia universal y realista que le permite desarrollar diferentes temáticas. Porque además de preocuparse mucho por lo que le pasa a este hombre que de repente se queda solo, están ahí también sus hijas adolescentes que tienen otras preocupaciones además de la separación de sus padres. Y la directora bucea por diferentes mares sin perder el rumbo y sin desviarse del objetivo central: el amor, que no es aquel que surge con una nueva pareja o ilusión amorosa.
La joven directora Claire Burger, en su primer trabajo de dirección personal, vuelve a su lugar de origen, Forbach, en Francia, y utiliza no solo su propia historia, sino la casa familiar para filmarla. Es el recorrido de una separación pero con el acento, la mirada, la profundización en un hombre, cuya mujer plantea alejarse del hogar porque necesita espacio. Ese padre que de pronto se encuentra solo para lidiar con su situación de abandono y la crianza de dos hijas grandes, una de 17 años, lista para su independencia, y otra menor que comienza a explorar su sexualidad con una compañera de colegio. Y ese seguimiento de un hombre desorientado, confuso, complicado con los detalles cotidianos que nunca atendió, tiene todas las etapas de un adiós. La desesperación por la esperanza de una recomposición rápida, que lo hace perseguir a su ex, meterse en los ensayos de una obra, en el teatro donde ella trabaja de iluminadora, hasta la comprensión, la asimilación de una realidad que tiene que aceptar. Un gran actor como el belga Bouli Lanners, robusto y tierno, que despliega todo su talento. Grandes actuaciones también de las jóvenes Sarah Henochsberg y Justine Lacroix. La directora muestra de manera profunda, con un seguimiento basado en la evolución de ese hombre en crisis, pero también se detiene en las jóvenes y sus relaciones, en un breve encuentro con esa madre que reclama un poco de libertad después de 20 años de convivencia familiar. Por momentos errática y con algunas sorpresas, resulta un conmovedor y gran retrato de una familia en vías de transformación que conmueve con las mejores armas,
AMAR EN TIEMPO REAL El cine contemporáneo continúa dando muestras de los nuevos imaginarios en torno a los vínculos de pareja y las brechas generacionales. Las películas salen como churros y la inestabilidad es firmada por decreto en cantidad de historias que inundan las pantallas. La alternativa posmoderna del amor romántico es el carácter líquido de las relaciones, allí donde la inmediatez y la intensidad suplen cualquier anhelo de continuidad. Algo de todo esto está presente en El verdadero amor, de Claire Burger, que presenta un universo signado desde el comienzo por el caos de la ruptura matrimonial y por la pesada carga de la crianza de dos hijas. Mario es un tipo cansado. Así lo registra la cámara con planos cerrados mientras intenta participar de un proyecto teatral que lo saque de su estructura, un traje muy pesado con el que debe lidiar. Su mujer, Arnelle, lo ha dejado, y sus hijas, Niki y Frida se quedan con él. El hombre padece una contractura existencial: se reconoce como mal marido y no tiene en claro si es un buen padre. En todo este rollo de relaciones cambiantes, los jóvenes pueden actuar como adultos y los adultos desempeñarse como niños. Mario le dice a su hija que invite a la amiga a una pijamada cuando ambas ya anduvieron a los besos. Las noticias sobre sus hijas le caen como un piano en la cabeza. Los tiempos han cambiado. El tema pasa por ver cómo acomodarse a la idea. Las dudas han sustituido a la estabilidad familiar y las parejas ya no son metas sino puestas al desnudo de disfuncionalidades varias. Y en ese hiato que suponen los primeros tiempos de la separación, se juega el presente de la película. La diferencia de Claire con respecto a otros cineastas que suelen abordar estas miradas distópicas sobre las parejas (Lanthimos, Haneke) es que formalmente no necesita estar por encima de los personajes ni someter las historias a círculos viciados de podredumbre. En todo caso, Mario deberá aprender. Y este componente humanista (que tampoco es mostrado desde un lugar edulcorado) salva la situación. En la otra historia, en la del proyecto Atlas, Mario halla un refugio impensado para su condición estructurada de funcionario público. Ese ámbito ligado al arte es otra de las formas de salvataje. Ese espacio confirmará que el amor ya no es una cuestión conyugal sino de aventura. De modo tal que siempre hay un tiempo para acomodarse dentro del caos, siempre hay un camino a seguir aunque ello signifique estar cerca del fondo. Una gran escena confirma lo anterior e instala la paradoja de que gracias a un accidente con drogas, llega el principio de la armonía. Frida, cansada de la convivencia con un padre que no logra entenderla, le mete una dosis en el té. La caída de Mario hace posible que todo se reacomode temporalmente para los personajes. Al mismo tiempo deja ver que los momentos de felicidad se manifiestan en breves instantes, lapsos que pueden redefinir destinos. Si en esta vida no hay tiempo para comprometerse, los actos de amor surgen como raptos azarosos. Y hay que aprovecharlos.
La segunda película de Claire Burger, "El verdadero amor", es un cálido y equilibrado relato sobre un hombre respondiendo al mandato de encargarse él solo de sacar a su familia adelante. En épocas en los que las cuestiones de género y feminismo están en la coyuntura mundial, no sólo los roles femeninos, sino también los masculinos son revisados y adaptados a la actualidad en la gran pantalla. En 1979 "Kramer Vs Kramer" hizo historia por varios sentidos. Por un lado algunos la consideran una injusta ganadora del Oscar. También fue el film que vio despegar la carrera de Meryl Streep. Pero lo que más revuelo causó fue precisamente ese rol interpretado por la actriz de "La decisión de Sophie". Una mujer que abandona a su marido con su hijo pequeño para desarrollar su vida en libertad, y que años después regresa reclamando la custodia del menor. En el film de Robert Benton, la mujer era condenada, claramente era la villana ¿Hoy en día podría contarse una historia así? En "El verdadero amor", Claire Burger nos cuanta algo que tiene algún (lejano) punto de contacto con aquella película, claro, desde otro ángulo. Mario (Bouli Lanners) fue abandonado por su esposa Armelle (Cécile Rémy-Boutang). Al dolor por el abandono, le suma tener que lidiar con dos adolescentes hijas que quedaron a su cargo. Frida (Justine Lacroix), tiene 14 años, y permanentemente lo culpa por el abandono de la madre. Niki (Sarah Henochsberg) es algo mayor, tiene 17 años, apoya a su padre; pero vive la transición a la adultez, y le quema el deseo de marcharse del seno familiar. Mario hace lo que puede, intenta seguir adelante, pero le cuesta, quiere lidiar con todo, y está sobrepasado. Aún tiene la esperanza de que Armelle se arrepienta y regrese. Pronto le llegarán nuevas noticias que caerán como un balde de agua fría, ella ha conocido a otro hombre ¿Qué va a hacer Mario? ¿Será el detonante para finalmente dejar ir? No, seguirá esperando. Burger se aparta del estilo francés frío y distante. Tampoco cae en la liviandad de la comedia de enredos que también formó el país de Francis Veber. "El verdadero amor" se inclina por un tono ameno, por la comedia dramática, por posar la mirada sobre los personajes más que sobre la historia misma. A diferencia de "Kramer Vs Kramer", "El verdadero amor" no juzga, no se detiene a juzgar a Armelle por su decisión, y si lo hace, será sutil y abierta, dejará que sea el espectador quien saque las conclusiones. La mirada está puesta sobre otras cuestiones. Mario debe hacerse cargo de un mundo nuevo. No sólo el de la “soltería”, no solo aprender a no aferrarse a lo que se terminó; debe aprender a lidiar con dos adolescentes mujeres, que le plantean problemáticas propias de una mujer a esa edad. Mario es lo que tienen Frida y Niki, y entre los tres deben aprender a decodificarse. Burger irá planteando diferentes puntos de vista, y en este sentido, si bien el ritmo es tranquilo, aunque no lento, puede sentirse abrupta en determinados tramos, o falta de algo de profundidad. Quitando esta liviandad deliberada, buscada dentro de un foco de ternura y calidez, "El verdadero amor" presenta una historia muy humana, que intenta hacernos comprender el accionar de todos sus personajes. La decisión de correrla de París, también es acertada, y permite una mayor empatía y verosimilitud con lo presentado. Burger se luce también como directora de actores. Bouli Lanners hace un gran trabajo como Mario, este hombre rígido, quebrado, que debe reconstruirse para comenzar de nuevo, y darse cuenta que mucho de lo que creía no era tal. Burger muestra todo su recorrido desde su esquematismo inicial, hasta su renacer frente a nuevos paradigmas. También permite una gran química con Lacroix y Henochsberg, dos jóvenes actrices que llenan de color a sus personajes, y están siempre en sintonía con quien hace de su padre. La directora de "Party Girl" logra otra propuesta que penetra no tanto por su peso narrativo, ni por la contundencia de sus planos. Nos entrega una película chica, humana, identificable, con una mirada actual, y para un público amplio. Probablemente no trascienda históricamente, ni deje una huella imborrable; pero logra lo que se propone, hacer que el público al que va dirigida tenga un momento de cine como la vida misma.
Mario no pudo imaginar que la vida lo sorprendería con una separación. Veinte años en una buena relación con Amélie y dos hijas adolescentes no podían preanunciar lo que pasó. Imagina que todo será temporal, pero aunque no lo dicen, las chicas desconfían. Claro, la adolescencia las hace más desconfiadas que nunca. De eso trata "El verdadero amor", de los afectos, de que nada es para siempre y de las variantes del amor. Algo tan simple como que lo que para uno es pleno para el otro es carencia, que hay algo más que el trabajo rutinario y monolítico, y a veces la atención familiar puede deslizarse por bordes peligrosos. La contextura sólida de Mario engaña. Parece un hombre inquebrantable y seguro, responsable y confiable. Sin embargo, la duda y -especialmente- las dudas afectivas lo matan y esa actitud de libertad que su mujer alcanza con su pasaje al teatro lo hacen añorar algo de lo que carece, la voluntad de flexibilizar la conducta y los roles. Ahora sabe, ocupándose de la casa y de las chicas, que no las conocía lo suficiente y que no siempre es fácil acercarse a ninguna de las tres. Porque Amélie de pronto necesitó otro espacio, y Frida está buscándose sexualmente, mientras Niki, con sus 17 años, añora la libertad que en esta circunstancia de crisis le parece más cercana. Toda la casa es una búsqueda de equilibrio. Frida probando y probándose, Niki en el camino a la adultez poniéndose en el lugar del padre. Y Mario intentando también con el teatro un camino de conocimiento o simplemente un nuevo acercamiento a su mujer, que sorpresivamente se concretará en la aparición de otra mujer. SIN GOLPES BAJOS Un sólido filme sobre los sentimientos, sin golpes bajos, con profunda ternura y una calidez que pocas veces logran las comedias dramáticas. Estupendos actores, especialmente el belga Bouli Lanners (también director en la vida real). Cuidado el diseño formal, bella la música y el talento especial de la directora Claire Burger para mantener un bien templado clima familiar.
Crónica íntima, emotiva y bella, de un hombre obstinado por amar Claire Burger surgió en el mundo cinematográfico con “Party Girl”, su primer largometraje premiado con Caméra d'Or en Cannes en 2014, que codirigió con Marie Amachoukeli y Samuel Theis. En esta oportunidad, después de algunas coproducciones y especialmente cuatro cortometrajes, entre ellos ·Forbach”, dedicado a su ciudad natal, regresa con “C'est ça l'amour” (“El verdadero amor”), su segunda obra no menos admirable. Se trata de un filme inspirado en la propia historia de la directora, con gran ternura y toma el momento preciso en que su madre abandona a la familia y se va de la casa. Enfoca su mirada a la crisis de su familia que no es diferente a otras que padecen el mismo problema. En la película se ocupa de mostrar la capacidad de reconstrucción de los mismos y especialmente señala la fragilidad de los hombres, un tema interesante y poco tratado, porque siempre las mujeres son las víctimas y, en realidad, sobre ese contenido hay dos caras de la misma moneda. La madre, (al igual que Nora el personaje de “Casa de muñecas”, de Ibsen), desafiando siglos de patriarcado, donde el abandono del hogar fue un privilegio casi exclusivamente masculino, esboza, por un lado, el retrato de una mujer independiente sin juzgarla, pero sobre todo pone el acento en el de un hombre condenado a asumir un rol para el que no había sido preparado. El de hacerse cargo del hogar y del destino de sus dos hijas: Frida, de 14 años. que se busca a sí misma y que responsabiliza a su padre por la partida de su madre, y Niki, que es casi mayor de edad e intenta aprovechar la situación para adquirir su independencia, mientras se esfuerza por mantener el equilibrio entre su hermana y su padre. Al igual que “Party Girl”, “El verdadero amor” fue filmado en Forbach, departamento de Mosela (Lorena), entre Estrasburgo y Sarrebruck (Alemania), la ciudad donde creció Claire Burger. Éste filme permitirá al espectador transitar por un espacio de recuerdos que no son sólo humanos, sino los de una ciudad que pasó por múltiples guerras y fue dominio del imperio austrohúngaro y Alemania hasta después de la Gran Guerra (1914-18). La trama esencial es la separación de la pareja, pero que se despliega desde varios puntos de vista, abordados en subtramas a la manera de calidoscopio que definirá la relación amorosa de cada personaje. En realidad ese concepto lo define el título original del filme “C'est ça l'amour” (Eso es amor), ya que cada uno de los personajes lo asimilará desde su visión de la realidad. Nuestro planeta en este momento se encuentra en una especie de caos emocional en el cual la búsqueda del amor es esencial para sobrevivir a todos los desastres: económicos, climáticos, guerras, emigraciones, falta de fe y sobretodo falta de humanidad. En esa ciudad, Forbach, que está a la vez devastada y llena de vitalidad, todos se enfrentan al amor: la adolescente descubre su sexualidad con una compañera de clase, la más grande se niega a tener relaciones duraderas y la madre, Armelle, (Cécile Remy-Boutang) rehace su vida con otro hombre, sólo Mario busca ese amor que ya se fue, pero que su corazón no acepta haberlo perdido. Claire Burger, acostumbrada a trabajar sólo con actores no profesionales, en esta oportunidad confió en el actor y director belga Bouli Lanners (“Les premiers les derniers” , 2016), para que interprete a Mario, y hacerlo vivir con gran corazón y torpeza perturbadora. Éste con modestia, camina a lo largo del filme con su imponente estructura fortachona, pero de hombre herido, dividido entre su dificultad para comunicarse y su sincero deseo de escuchar a sus hijas, Su lucha interna es por comprender las expectativas de cada una. Mario debe batallar entre los impulsos del corazón y la angustia, entre pasos en falso y el afecto, para formar con ellas un trío de gran autenticidad. Sus jóvenes hijas son dos principiantes (la angelical Justine Lacroix y la brillante Sarah Henochsberg) conquistadas por un casting al igual que el resto de los participantes que no son profesionales, y que deslumbran cada una en su interpretación con igual intensidad. Bouli Lanners posee una buena colección de personajes en su haber, pero la riqueza de matices que aporta a la construcción de Mario es fuera de lo común. La puesta de Claire Burger lo hace circular entre su trabajo, en una administración que se ocupa de los inmigrantes, lugares culturales de Forbach, que frecuentan asiduamente, el teatro y la casa familiar. Rodada en la casa de su infancia y de su padre, la directora y guionista, de “C'est ça l'amour” no sólo aporta ese sabor de la nostalgia al filme sino de una cierta poesía íntima y dolorosa, pero que nunca cae en la autocompasión. Lo interesante es la propuesta de recategorizar la “mise en abyme”, que traducida literalmente quiere decir “puesta en abismo”, es el procedimiento narrativo que consiste en imbricar dentro de una narración otra similar o de misma temática, de manera análoga a las matrioskas o muñecas rusas. Este efecto se realiza a través del grupo de teatro al que pertenece Mario (la obra de teatro “Atlas”, que ofrece un espacio de representación a los habitantes del lugar, para que se expresen con sus propias palabras, que luego pasaran a un texto común). En ese escenario el grupo representa un famoso extracto del ballet “Le Parc” de Angelin Preljocaj (anteriormente representado en televisión por un grupo de danza), que casi hace creer al protagonista que puede volar, solo por la gracia del amor. “El verdadero amor” está realizado a la manera clásica del cine de los ‘60 con el toque de una técnica del siglo XXI, en que presta mucha atención a los detalles y al realismo de historias interconectadas que informan de una narrativa más amplia a la vez que transforma y fortalece a cada personaje. Ese recorrido emocional está primorosamente entrelazado con ritmos cómicos que contrastan con el tema original y recuerdan al espectador la humanidad, la imperfección, y a veces lo absurdo del comportamiento de los seres desesperados en sus intentos de amar y ser amados. “El verdadero amor” es un filme enternecedor que trata de recomponer los colores del presente de Mario para poder organizar su futuro en un cuadro que ya no será igual a su vida anterior, ya que no existen ni ilusiones ni quimeras. Mario al intentar saber quién es, encuentra que entorno y realidad se deforman, como si fueran un espejo deformante en el que la pareja ve del otro aquellos aspectos que no puede percibir de sí mismo y lucha intensamente para cambiarlos. Claire Burger inteligentemente consigue con su visión fractal redimir el alma apasionada y desfijada de su padre en un bello y conmovedor filme
Una familia tipo con dos hijas se brindan al amor de distintas maneras. Armelle, la madre en tren de separación, hace abandono del hogar dejando a las adolescentes en custodia del padre. Es la mala de la historia, es la Nora de Casa de muñecas, es la villana Irene de la ópera Bajazet de Vivaldi, cuya aria Sposa son disprezatta (Esposa, soy despreciada) que acompaña los créditos finales, es un rótulo que concuerda con su accionar. En búsqueda de su espacio, deja atrás un marido que la agobia, dos jóvenes hermanas resentidas por el alejamiento, tratando de poner orden en su nueva vida que compartirá con otro hombre. Mario, el ex marido, está confundido y abrumado, no sabe cómo manejar esta ruptura, intenta salir adelante con sus hijas, pero ante cada contratiempo busca desesperadamente a su ex para plantearle el problema. Tiene la autoestima muy baja, se culpa de no saber tratar a las mujeres, se siente un perdedor ante ellas. La hija mayor lo apoya, cada vez que tiene la oportunidad le recrimina a la madre su comportamiento de manera enérgica. No quiere compromisos ni fuertes ataduras en el amor, tan solo disfrutar el hoy y el aquí. Un simple mensaje de texto basta para dar vuelta la página. La menor, en cambio, se siente desorientada. Molesta con el padre, trata de llamar la atención como sea para estar al lado de la madre, el intento de lesbianismo es una de las argucias. La ópera prima de Claire Burger, en la que la mayoría de los actores son no profesionales, parece tener su contrapartida en la historia, al cobrar importancia las técnicas de la troupe que representará “Atlas”, una obra que pretende dar lugar a la palabra improvisada de sus integrantes vocacionales, para romper la frontera que existe entre el público y el escenario. Allí recurre Mario para dejar atrás sus miedos y soltarse más en la vida. Una vez más el teatro como terapia al igual que en Norberto apenas tarde (Daniel Hendler – 2010), para hacer frente a sus limitaciones y sacar a flote sus virtudes. Un film que tiene al beso como elemento recurrente: el de la hija mayor con su pareja delante del padre en la puerta de la casa, los besos experimentales de la menor con su compañera de clase, el que el protagonista le pide a su colega teatral para sentirse mejor. Una exploración de los sentimientos que a través de perfomances, representaciones teatrales y danzas, refleja una sublimación de los padecimientos y perturbaciones amorosas de cada uno de los miembros de la familia. Una obra innovadora, delicada, en la cual una separación se transforma en un componente positivo y no en un hecho disruptivo. Valoración. Buena
Mario es padre de dos hijas adolescentes. Su mujer se fue de la casa familiar para tomar distancia y reflexionar. Crisis de pareja que le dicen… Mario, trabajador estatal, oficinista, se inscribe en un taller de teatro, para distraerse de su aflicción. Aún ama a su mujer, él no tiene conflictos con eso, ni dudas, no entiende qué pasó, qué sucedió con su vida ordenada de padre de familia, de esposo, de hombre sencillo, con necesidades sencillas, sin vuelo tal vez, pero con la seguridad de un trabajo, una casa, una familia. El alejamiento de su mujer (¿la huída?) le duele y lo desubica, los conflictos con Niki y Frida, sus hijas, lo confunden y no puede, no sabe cómo resolverlos. Niki tiene 17 años, sabe lo que quiere y cómo lo quiere (sabiduría que Mario agradece y se apoya) y Frida, de 14 años, está en las antípodas de su hermana. Su tiempo es el despertar sexual (cuya elección confunde aún más a su padre) y el de la rebeldía a flor de piel. El film explora las relaciones anclado en ese tiempo, el del duelo de una pareja que se disuelve y muta a otra experiencia. Tiempo doloroso, de incertidumbres de toda especie, de pérdidas y también de descubrimientos. Tiempo de barajar y dar de nuevo, perdonar y perdonarse, llorar porque es necesario y de permitirse otra oportunidad, porque la vida, como un río, fluye… Mario encuentra a través de sus compañeros del taller de teatro la catarsis necesaria que lo ayude a reconstruirse, como individuo, como padre, como la persona sensible que es. El film de Claire Burger es intimista y está realizado con recursos clásicos. Las actuaciones son uno de los puntos altos de la película, destacándose la de las niñas interpretadas por Sarah Henochsberg y Justine Lacroix.
El verdadero amor es posible, pero no siempre se ajusta a lo planeado. Así parece afirmarlo la directora Claire Burger en su primera película en solitario. El filme, parcialmente inspirado en una experiencia personal de la realizadora, narra la historia de Mario y Armelle, un matrimonio de mediana edad, con su vida resuelta hasta que un día ella decide que necesita tomarse un tiempo. Esa separación que se acuerda de manera amistosa, resulta reveladora para Mario que de pronto debe hacerse cargo de la casa y de entender a sus hijas Frida y Niki, cada una inmersa en una búsqueda propia de su edad, una descubriendo su sexualidad y la otra intentando comprender el nuevo escenario que les toca vivir. Burger construye un relato íntimo de un proceso de descubrimiento y describe la vulnerabilidad de ese hombre cuyo aspecto de solidez oculta el derrumbe de un mundo que parecía previsible. La realizadora ilustra el proceso tránsito a una madurez desconocida y propone que quizás las crisis resulten tal vez una oportunidad para crecer.
El verdadero amor es el primer largometraje en solitario de la cineasta francesa Claire Burger, tras dirigir una serie de cortometrajes y una película realizada en conjunto a Marie Amachoukeli-Barsacq y Samuel Theis en el año 2014 bajo el nombre de Mil noches, una boda (Party girl). Burger también es la encargada del guión de este filme, que cuenta con la actuación del actor y director de cine belga Bouli Lanners. En El verdadero amor Burger inicia la historia con un supuesto alejamiento temporal de Armelle (Cécile Rémy-Boutang) de su marido Mario (Lanners), el protagonista de esta película, que deberá acostumbraste a lidiar no solo con los conflictos de sus hijas adolescentes Niki (Sarah Henochsberg) y Frida (Justine Lacroix), sino con una soledad que lo corroe desde un principio. Para mantener una cierta proximidad con su mujer, Mario asiste a unas clases de teatro experimental brindadas en el lugar de trabajo de ella, pero que a la larga le servirán y nutrirán en algún sentido en su experiencia personal. Acostumbrarse a la separación de quien considera el amor de su vida le resultará a Mario una tarea dura, y su temple y carácter no resistirán fácilmente tal situación, sumado a que las circunstancias de índole amorosa y personal que atraviesan sus dos hijas le darán más de un dolor de cabeza, quebrantando aún más su ya de por si débil espíritu, de quien tras lo sucedido se considera un mal marido, y sentiría como un doble fracaso el hecho de además ser un mal padre. Pese a ser el primer trabajo en solitario de Claire Burger, la realizadora francesa se mueve con claridad y precisión a lo largo de lo poco más de hora y media que dura El verdadero amor. Quizás no haya muchas cosas nuevas por contar, puesto que este filme trata sobre tópicos habituales como las relaciones amorosas, el valor de la familia, el desgaste inevitable que a veces produce el paso del tiempo, el vínculo entre un padre y sus hijos/as y las diversas formas que tiene uno de salir de una crisis emocional. No obstante, Burger logra aportar un toque de frescura a la historia, recurriendo por un lado a elementos que se dan más en la actualidad, apoyada en un buen desempeño de cada uno de sus protagonistas (no solo de Lanners, sino también las dos pequeñas), más la fuerza de un guión perfectamente delineado, y un trabajo acertado en líneas generales. Sumamente recomendable.
Lo que muestra la trama son todas las dificultades que vive Mario Messina (Bouli Lanners, muy buena interpretación, le da buenos matices) cuando es abandonado por su esposa Armelle (Cécile Rémy-Boutang), y comienza a sentir un terrible vacio, además de verse incapaz de cuidar a sus dos hijas, Frida Messina (Justine Lacroix), de 14, y Niki Messina (Sarah Henochsberg), de 17. Él continuamente busca todas las maneras posibles para que regrese su esposa. Por otra parte se muestra como esta mujer es capaz de dejar el hogar, una decisión que no es fácil de tomar. El film es conmovedor, apasionante, nostálgico, se maneja muy bien la culpa y los tiempos, aunque resulta algo lento y monótono, se van generando buenos climas, ante ese padre triste, que lo intenta todo hasta buscar un poco de felicidad. Por otra parte cada una de sus hijas tiene un carácter particular y toman de forma diferente la ausencia de su madre. Cuenta con una buena fotografía, está dirigida por Claire Burger se desarrolla en Forbach, cerca de la frontera franco-alemana, es donde creció ella y el lugar que fue parte de su infancia cuando sus padres se divorciaron.
A más de una década de haberse dedicado a la realización de cortos, Claire Burger debuta como directora, guionista y montajista de este largometraje titulado “C’est ça l’amour” (Esto es el amor, o “El verdadero amor”, como fue traducida en Argentina). Ambientada en la presente Francia oriental –Forbach, específicamente, la ciudad natal de quien dirige-, acompañamos a Mario (Bouli Lanners), un funcionario público del gobierno que debe condescender ante el proceso de divorcio iniciado por su esposa Armelle, mientras mantiene a sus hijas Frida y Niki, de 14 y 17 años, respectivamente. De esta manera, se inicia el trayecto mediante el cual el protagonista aprenderá a comunicarse y convivir con ellas dos.
Las historias de maduración, llamadas para la franja juvenil coming of age, no solo focalizan su mirada en las crisis de la adolescencia y sus cambios. La vida de las personas presenta otros momentos cruciales de metamorfosis aún en escalas más pequeñas pero no por eso menos complejas internamente. Ubicando la mirada en uno de esos pasajes de cambio y crisis, la realizadora francesa Claire Burger se luce en su opera prima a la hora de elegir las mutaciones en la vida de un hombre de 50 años, Mario, a partir de la partida de quien ha sido su mujer por dos décadas. A diferencia de muchos relatos donde se narran conflictos familiares y personales que presentan los acontecimientos con el efecto de choque, de golpes duros o de blancos y negros, la historia de Mario y su familia está narrada en grises, en suaves tonalidades que varían de densidad progresivamente, con pasajes sutiles y hasta con cierta ambigüedad. Toda una manera mucho más íntima y cercana a las emociones más reales de la vida, lejos de los filmes del tipo “lecciones de vida” o “como ser buen padre y mejor marido en 10 pasos”. La película comienza cuando Armelle – esposa de Mario – deja su hogar en pos de definir la relación con su marido y su crisis existencial. Para ello Arnelle deja su hogar y a sus dos hijas adolescentes al cuidado del padre, hoy más bien un hombre confundido que un héroe romántico. Aunque se presenta como una distancia pasajera, así Mario lo cree y lo espera, la escena se propone como la previa a una separación final. Lo que deviene para Mario es cómo seguir, que es lo que puede o debe hacer en momentos de ruptura y transición. Buscando certezas o respuestas a esta crisis Mario se suma a una obra teatral en creación, una suerte de biodrama, como un personaje más. La meta no parece ser la de encontrar un espacio propio y nuevo, sino la de estar más de cerca de su mujer que trabaja en el teatro donde sucede la obra. Mario y sus búsquedas son el motor de la trama, busca cómo mantener el orden doméstico de su hogar, cómo tratar con sus hijas sin la presencia materna que triangule el vínculo, cómo … la película es la pregunta por eso. El hallazgo del abordaje de Burger es que ese ¿cómo? No es un manual instructivo de como encontrar las certezas salvadoras, sino por el contrario nos muestra las indefiniciones, los errores, la confusión, los miedos más primarios y los desencuentros más creíbles en la relación que va mutando entre padre e hijas y entre Mario y sus propios deseos. Bouli Lanners encarna al protagonista con una solvencia y una ternura que lo hacen emocionante. Hay tres escenas en el filme que con su absoluta sencillez se convierten en instantes de los que no te querés olvidar, esas escenas que solo una gran calidad narrativa y una actitud en la mirada lejos de toda impostura pretenciosa pueden lograr. De esas tres, no quiero develar las dos cercanas al final y me quedo con una de que sucede pasada la mitad del filme. Allí la hija menor, en una suerte de venganza adolescente, le sirve a su padre una taza de té -con una droga de esas que te hacen explotar el cuerpo en una fiesta loca y juvenil, y el padre que bebe ingenuamente la pócima. Lo más inteligente de la escena es lo que sucede después, primero el malestar físico de la droga inesperada lo derrumba, a lo que su hija menor pide auxilio y terminan ambas cuidando de su padre hasta que el efecto se disipe. Y a eso que podría haber terminado en una escena lacrimógena o violenta le sigue la tierna imagen de Mario que embobado bajo los efectos finales de la pócima acaricia a sus hijas y les dice sin frases ampulosas cuanto las quiere. Da ternura y da risa, esa meta absurda de la venganza que deviene en una forma impensada de encuentro. Paternar es uno de los temas claves de la película, pero allí no se termina, no hay una receta para crear a un gran padre que se auto inventa en veinticuatro horas, está también la línea de la vida madurativa de sus hijas en ese tiempo y las posibilidades e imposibilidades de cada una de verse a si misma y de ver a su padre, su madre y el mundo que las rodea. El amor, los deseos en plena efervescencia y los miedos con todas sus trampas. La película no ostenta planos de Hollywood ni planos generales de postal turística, es la vida de un pueblo del norte de Francia, y la mirada se ciñe a esa aldea narrativa sin efectismos. Los últimos diez minutos son de una belleza sencilla y emotiva. Esos finales y estos filmes son los que querríamos que pululen en la cartelera de cine, empujando ese cine formateado y prefabricado con una plantilla llena de recetas oxidadas. Burger nos trae con su filme la encantadora simpleza de un cine que con poco deja mucho, y más. Por Victoria Leven @LevenVictoria