En principio, parecería que Pupille (2018) trata sobre el proceso de maternidad desde el punto de vista de la adopción. Efectivamente, vivimos la experiencia del parto del hijo no deseado por Clara (Leïla Muse) hasta las primeras horas del bebé en casa de Alice (Élodie Bouchez), su madre adoptiva. Pero verlo así está dejando a un lado las discapacidades y las incapacidades latentes en la historia. Si se permite esta odiosa cacofonía, es porque son dos palabras difíciles que a las sociedades le han costado siglos convivir con ellas y de las que la obra de Jeanne Herry no rehúye. Partamos porque la maternidad es “la experiencia que le comporta mayor compromiso a un ser humano desde el hecho de dar vida para criarla”*. Esto está precisado durante varias escenas de la película con una cámara en mano levemente vacilante. Aún así, su nobjetivo es claro: en medio de las complejidades se busca un vínculo firme desde la mirada, el respeto y la emoción entre los individuos. Todos los que acompañan a Théo hasta que halle un hogar definitivo se muestran respetuosos sobre todo y en principio frente a él. Llama la atención el poder que le confieren a la palabra a partir de la aclaratoria de que el bebé evidentemente no entenderá el discurso, mas sí la emoción que le brinde cada acompañante. La maternidad entonces no consiste en una madre nada más, sino en diversos factores humanos y emocionales. De todas maneras, Jeanne Herry y Sofian El Fani retratan delicadamente ese primer encuentro entre Clara y la representante legal (Clotilde Mollet), quien velará por Théo hasta que se le consiga una madre adoptiva. Un diálogo de primeros planos y contraplanos entre ellas nos muestran el compromiso de la mirada sostenida y en complicidad co ambas mujeres. En este diálogo además queda evidenciada la incapacidad que ya venía asomándose en el parto. Para efectos de este texto, entendámosla entonces como una situación en la que una persona reconoce voluntariamente su imposibilidad para hacer algo por ciertos motivos*. Ya de por sí nos extraña que Clara se resista a dar su nombre cuando llega a la clínica e, incluso, a la obstetra y enfermeras que atenderán el parto. Además se niega a cargar el bebé recién nacido y a darle pecho. La directora y guionista de la obra tensa con delicadeza una confianza apenas aparente con la representante (un suspiro antes de abrir la puerta de la habitación evidencia que el riesgo no es sólo para Clara), pero tampoco quiere juzgar a la madre primeriza. Es llamativa además la decisión de elidir lo más importante del último encuentro entre bebé y madre: apenas vemos cuando Clara entra a despedirse y a Théo le da hipo, mas no vemos qué le dice ella. Una elisión posterior vinculada con Alice, casi al final, nos permitirá sentir que en la película se están respetando las intimidades más profundas en pos de una maternidad afianzada en no decirnos todo a los espectadores. La discapacidad, por su parte, está presentada por el lado de la madre adoptiva y del bebé. Nos vamos enterando por flashbacks (del más lejano en el tiempo hace ocho años al más reciente hace un año) de que Alice no es fértil. Y por algún comentario de los especialistas, sabemos que Théo presenta un leve soplo en el corazón, lo que le obliga a ser incluido dentro de la categoría de las discapacidades. Necesitamos tener presente estas como “condiciones que pueden presentar las personas por una circunstancia determinada y por una serie de aspectos a ser atendidos con ciertas herramientas para posibilitar la respuesta a tales exigencias”*. Ahora, ¿por qué importa esta distinción con respecto a la incapacidad? Como evidenciará la película al final, el guion de Herry nos va a permitir una resolución a los personajes que se sientan discapacitados. Esa solución va desde lo social (todos los involucrados en el proceso cuidan de Théo y se preocupan porque cada paso sea respetado) hasta lo personal (el proceso de Alice es el que vivimos más de cerca) sin dejar de lado la emoción (podría ejemplificarse en Théo, pero hay varios procesos en marcha). Y por su parte, la incapacidad es respetada con la decisión de no volver más a la historia de Clara. Urge siquiera mencionar el trabajo del elenco porque los actores están ensamblados en medio de miradas atentísimas a esta búsqueda vital. Y es efectivamente a través de ellas que se apela a contener al bebé, a que se vincule con su nueva madre y a que cada gesto sea rescatado como un resguardo a su salud. Alguien podría pensar que el progreso de Théo es sospechosamente orgánico. El detalle está en que su proceso lo acompañan otros que le brindan espesor a la película. Ello nos permite, ya no ver nada más, también vivir las implicaciones de un parto así sea a través de terceros. El casting es tan meticuloso que incluso la sonrisa de Bouchez cautiva, pero su dentadura está lejos de ser perfecta. Este detalle habla de que ni siquiera la perfección tiene cabida en esta obra y tampoco es su búsqueda. Finalmente, que además se logre calibrar brevísimas dosis de humor y asomar el drama sin resaltarlo con indignaciones ni obviedades le brinda más fuerza a la escena final donde Alice y Théo descansan juntos y sus rostros se complementan.
Algún espectador malicioso podrá pensar que En buenas manos busca publicitar el sistema de adopción que rige en Francia. Aún si la hipótesis fuera acertada, el segundo largometraje de Jeanne Herry es un trabajo virtuoso, que transita el delgado límite entre ficción y realidad para abordar con sensibilidad y rigurosidad temas tan delicados como los embarazos no deseados y una de sus variantes (gestar al bebé concebido pero renunciar a criarlo), la frustración de quienes quieren y no pueden engendrar un hijo biológico, el proceso anímico y burocrático que se activa cuando se decide adoptar un niño, el rol del Estado a la hora de velar por la integridad física y psíquica de los pupilos (así se llama a los chicos nacidos en suelo francés, que quedan bajo custodia estatal hasta que se concreta su adopción). Pupille es el título original de esta película nominada a siete premios César, que cuenta la historia de un bebé desde que su madre biológica llega al hospital para dar a luz hasta que el Estado lo entrega a la madre adoptiva. Es minuciosa la reconstrucción de la intervención profesional destinada a proteger al recién nacido mientras dura el proceso de selección de la familia de crianza. Herry escribió el guion que recrea con absoluta claridad las instancias protocolares y administrativas que contemplan el acompañamiento de la parturienta, la atención de Théo mientras queda a cargo de Servicio Social de Ayuda a la Infancia, el proceso de búsqueda y selección del matrimonio o mujer que lo pater/maternará, el trabajo de vinculación con la o los postulantes elegidos. El trabajo con el elenco encabezado por Leïla Muse, Élodie Bouchez, Sandrine Kiberlain, Gilles Lellouche, Olivia Côte, Clotilde Mollet, Miou-Miou enriquece el relato con dosis justas de suspenso y emoción. Se destacan especialmente Muse como la joven progenitora del bebé, Mollet en el rol de asistente social, Bouchez en tanto candidata a adoptarlo, Lellouche en la piel de un hombre absolutamente liberado del corset machista. Si existen, los varones como su Jean son excepcionales. La joven realizadora parece tener muy presente la siguiente definición publicada en este sitio web gubernamental: «La adopción es el encuentro de dos historias. Es también una historia que se escribe antes de que la familia adoptante acoge al niño, y luego en el día a día con él». Como si hubiera leído a Eva Giberti, la directora y guionista evita toda representación romántica de la maternidad, de la adopción, de los vínculos familiares. Ningún personaje utiliza lugares comunes como «hijos del corazón»; y más de una vez los psicólogos y trabajadores sociales se refieren a un proceso complejo, no siempre exitoso o feliz. A priori el nombre Jeanne Herry no le dice mucho al público argentino. Quizás los siguientes dos datos ayuden a ubicarla. El primero es biográfico: se trata de la hija de la mencionada Miou-Miou y del cantautor Julien Clerc. El segundo es profesional: dirigió varios capítulos de la muy recomendable Dix pour cent (serie disponible en Netflix como Call my agent!) y la mezcla de comedia, drama y thriller Ella lo adora, protagonizada por la también mencionada Kiberlain. En buenas manos aumenta las expectativas en torno a esta realizadora novel. Sin dudas constituye una muy buena tarjeta de presentación en nuestro país.
"El Consejo de Familia tomó la decisión de confiarles un hijo en adopción”, le dice una mujer a una pareja que hace años espera la llegada de un hijo. Así arranca En buenas manos, que a lo largo de casi dos horas registra tanto el complejo, extenso y muchas veces burocrático proceso de adopción como las consecuencias emocionales en los distintos implicados. La película está narrada a través de largos flashback que muestran el rol de cada uno de uno de los engranajes del sistema durante los últimos ocho años: las complicaciones del asistente familiar Jean (Gilles Lellouche), que alberga temporariamente a chicos mientras esperan un hogar definitivo; o la asistenta social Mathilde (Clotilde Mollet), cuya misión es contener y explicar las implicancias de la adopción a la madre biológica en los momentos posteriores al parto de Théo, el bebé que ella no siente capacitada para criar. También está Karine (Sandrine Kiberlain), la funcionaria encargada de buscarle un lugar temporario a Théo hasta que se concrete la adaptación. El relato coral se completa con los miembros de la Dirección de la Infancia, cuya tarea es encontrar padres que cumplan con el perfil, y una mujer soltera que, a sus 41 años, está dispuesta a todo con tal de ser madre. En buenas manos es una película cuyas buenas intenciones son indudables. La acción podría dividirse en dos. Por un lado, el registro de la dinámica institucional de la Dirección de la Infancia, con sus reuniones, debates y charlas entre sus integrantes y con padres. La aproximación respetuosa a esos momentos en los que se mezclan la burocracia y los siempre delicados sentimientos de quienes esperan es uno de los méritos principales del film. Distinto es el caso de la subtrama que sigue la vida personal de algunos de esos protagonistas, en especial la de Karine y Jean, a quienes el realizador les depara un vínculo que trasciende lo profesional. En buenas manos es, entonces, un film emotivo y genuino, aunque disperso y con algunas situaciones forzadas que resienten el resultado final.
Si En buenas manos fuera un documental, tal vez estaríamos hablando de una obra maestra. Pero es una ficción didáctica, que explica, paso a paso, un procedimiento de adopción desde que una mujer decide que no va a quedarse con su bebé hasta que la criatura es entregada a su madre adoptiva. Y, como tal, choca contra varios obstáculos. El primer inconveniente es que todo sucede en Francia, en una realidad primermundista alejadísima de la nuestra. Cuesta imaginar que una historia así sea universal: cabe suponer que los mecanismos institucionales franceses y la perfección de su funcionamiento distan mucho de los equivalentes argentinos. De todos modos, esto no tendría mayor importancia si hubiera elementos dramáticos que nos comprometieran emocionalmente con el proceso burocrático. Jeanne Herry, directora y guionista de la película, es consciente de esa necesidad, y por eso les inventa conflictos familiares a los asistentes sociales involucrados en el cuidado del bebé y en la búsqueda de padres adoptivos. Pero la verdad es que esos personajes no tienen un peso propio que les dé trascendencia a sus amores, desamores, tristezas, enojos. No son más que meros mecanismos de un engranaje -incluida la futura adoptante- y sus vaivenes no dejan de ser intrascendentes, más allá de los esfuerzos que Herry haga en contrario. De esa manera, cargada de conflictos artificiales, En buenas manos se convierte en una anodina mirada al mundo de la adopción desde un punto de vista protocolar, que difícilmente interese más que a espectadores involucrados en su problemática específica.
Eres asombroso Un film conmovedor e informativo acerca de la adopción que nos invita a reflexionar en profundidad sobre la vida, de una manera diferente y realista. Pasando por cada momento del proceso de adopción, la película nos hace comprender las dificultades de adoptar a una criatura y en este caso, la necesaria e inevitable "burocracia". En buenas manos (Pupille, 2018) cuenta la historia de una mujer que decide entregar a su bebé recién nacido en adopción. La directora y guionista francesa Jeanne Herry plantea el tema desde un lugar diferente y nuevo, siguiendo de cerca lo que sucede con Theo, el bebé protagonista, a Jean (Gilles Lellouche), que trabaja cuidando transitoriamente a los niños, a Karine (Sandrine Kiberlain), una asistente Social y a Alice (Elodie Bouchez), que adopta a Theo. Detrás del papeleo que no vemos, existen muchos profesionales, cuyas vidas dependen de sus decisiones. Es notable la fluidez y naturalidad con la que transcurre el relato, pues resulta difícil imaginar que hay una cámara y una directora siguiendo cada detalle, tratándose de un tema tan delicado. La ternura y belleza de los planos detalle de las pequeñas partes del cuerpito del bebé recién nacido, sus ojitos, sus manos y sus ruidos tan particulares, transmiten fragilidad, como así también, su dependencia del mudo adulto, con los planos generales de los mayores que toman decisiones sobre su vida. Del trabajo de Jeanne Herry se destaca un inteligente y sensible guion que se encarga de contar una historia pocas veces relatada y a la vez informar sobre el tema, tocando la realidad de cada personaje con sumo respeto y con fuentes fidedignas. Las actuaciones son inmejorables y la construcción de los personajes también; cada suceso ocurrido, funciona como nexo para construir una sólida historia que otorga sentido y credibilidad al espectador, atrapándolo, emocionándolo y también consiguiendo su empatía con todos los personajes. Este film relata el comienzo de una vida muy endeble. ¿Cuál será su destino? Nadie sabe. Aquí sólo se muestra un comienzo, uno muy particular, puesto que depende de seres que se prepararon para ayudarlo desde sus primeros días. Transitamos diferentes emociones: impotencia, incomprensión, amor, ternura, miedo, debilidad, frustración, enojo, calidez, etc., sentimientos y sensaciones que nos acompañarán durante el film.
Brest, Francia. Por esas razones y sinrazones de la vida, una joven entrega al servicio público de adopción el niño que acaba de parir. Con delicadeza, la asistente social le explica cómo despedirse de su criatura, dejando una esquela por si años después el hijo quisiera saber quién fue su madre biológica, si alguna vez lo quiso, en fin. Ahora empieza el trabajo de enfermeras, pediatras, asistentes y padres temporales, hasta que el servicio decida qué padres adoptivos le convienen a ese recién nacido. Porque, como explica una de esas personas a cargo, el trabajo no es encontrarle un niño a unos adultos que quieren ser padres, sino encontrarle los padres más adecuados a un niño que ya viene con algún problema. Esa es la historia que acá vemos. Sensible, no sensiblera. Sencilla, no simplona. Debidamente explicativa, pero no discursiva. Para más, bien interpretada por un elenco sin brillos inútiles, con Gilles Lellouche como el atento padre temporal y Elodie Bouchez como la aspirante a madre adoptiva, aunque no tenga pareja y ya muestre sus primeras arrugas. Unas idas y venidas en el tiempo, y subtramas quizás innecesarias, afectan levemente el relato, pero éste es un defecto menor frente a la importancia y la emoción que el mismo contiene. Autora, Jeanne Herry, hija menor del cantante Julien Clerc y de una popular actriz de los 70, Miou-Miou, nacida Sylvette Herry. El título original es “Pupille”, pero alguien le puso, para su difusión en estas tierras, un título mucho mejor, “En buenas manos”. Ahí es donde debe quedar un bebé cuando se lo entrega en adopción.
Madre no se nace, se hace. Pupille se esfuerza por brindar diversidad de enunciaciones ante el proceso de adopción entendido de manera compleja y emocional. Théo es un bebe cuya madre biológica decide, definitivamente, entregar en proceso de adopción luego de dar a luz. La joven Clara (Leïla Muse) es interpretada con gran consistencia, en un sistema de salud integral donde incluso el derecho a preservar su identidad se encuentra resguardado. Asistimos a la empresa de una asistente social encargada de llevar el caso con total profesionalismo, cada uno de los personajes se muestra dotado de contradicciones y bondades propias de los retratos más tímidamente humanistas. Sin perder de vista que la enunciación de cámara vacila por momentos en una subjetiva propia del protagonista desfilan gran variedad de personajes que construyen una red de contención y fortalecimiento del acontecimiento final: la adopción como la culminación de un proceso que involucra diversidad de personalidades y estados presentes en diferentes estadios. Tanto la mirada como la palabra se consolidan como pilares constructores de las relaciones puestas en pantalla, para ello el juego de planos y ciertas decisiones de guion resaltan la reflexión sobre el trato interpersonal y el vínculo respetuoso con el infante. Toda la contención que Théo necesitará es la posta que su madre adoptiva Alice (Élodie Bouchez) construye a través de la superación de múltiples adversidades presentadas vía flashback, el pasado del personaje es un camino arduo que construye un estadio feliz en el encuentro con el hijo anhelado. Aquí no se presenta una cuestión de “tenencia”, sino más bien de caminos separados que se cruzan para compartir el futuro y seguir superando la adversidad en el crecimiento colectivo. Sin recaer en dramatismos propios de ciertas temáticas abordadas, Pupille se desarrolla integral y reflexiva tanto de las problemáticas que aborda como de los medios formales con los que las representa. EN BUENAS MANOS PUPILLE. Francia/Bélgica, 2018. Guion y dirección: Jeanne Herry. Intérpretes: Sandrine Kiberlain, Gilles Lellouche, Élodie Bouchez. Duración: 110 minutos.
MADRE NO HAY UNA SOLA En buenas manos es el título que han elegido los distribuidores para esta película francesa de Jeanne Herry llamada Pupille. La traducción es la acostumbrada estafa emocional a la que nos someten las reglas del mercado, un signo que puede atraer a multitudes como espantar a unos cuantos. En todo caso, se trata de una historia bien contada, con temas serios y un tratamiento ligero que elude la sordidez y la manipulación descarada, sostenida fundamentalmente por personajes sólidos y buenas actuaciones. Es lo que habitualmente se denomina un buen producto industrial, con ideas que podrían haber desembocado en el espantoso pantano de los mensajes sagrados, pero que narra un proceso que va desde una maternidad no deseada hasta la necesidad de ser madre adoptiva. En el medio, una compleja red de decisiones e intermediarios como puede darse en países del primer mundo como Francia, donde la racionalidad, la prolijidad de las formas y la presencia institucional parecen hacer todo más fácil. Al comienzo hay un disparador, una joven (Clara) tiene a su bebé pero no quiere hacerse cargo. Ni siquiera acepta tenerlo en brazos, ponerle un nombre o darle la teta. La decisión es lógica, la criatura no le pertenece. Nunca sabremos la previa: por qué decidió tenerlo o cuáles fueron las causas de su decisión. Lo bueno es que el punto de vista de la realizadora no condena ni demoniza. La intención es otra: describir el comportamiento de todas las personas involucradas en este proceso que intenta buscar una familia para niños o niñas cedidos en adopción, las dudas y las dificultades, la difícil tarea de resolver entre las candidatas y los agentes temporales, las familias sustitutas. Uno de los protagonistas (Jean) es un tipo al que le pagan por cuidar temporalmente a chicos separados de sus padres. La tarea parece desbordarlo y, como otros, forma parte de un engranaje estatal omnipresente que maneja y controla los movimientos de una maquinaria perfecta. La idea misma de «consejo familiar» asusta y tal vez, tanto cuidado apabulle. O será que no estamos acostumbrados a ello por estos lares. No obstante, dentro del plan pedagógico y emocional que muestra Herry está claro que lo verdaderamente importante son los niños. No podría afirmarse que hay enunciados subrayados en torno a un mensaje de «pro-vida», pero sí una cantidad considerable de primeros planos de un bebé (Theo al principio, luego Mathieu) al que se busca que abracemos al menos con la mirada. En realidad, hay un cúmulo de situaciones que abogan por destacar la importancia de la intimidad, del contacto corporal, como un lazo que excede la cuestión biológica. El acercamiento permanente de la cámara hacia los personajes acompaña formalmente la idea y es uno de los pocos indicios cinematográficos porque lo que impera es la necesidad de contar, de materializar un drama contenido que apenas se distingue de tantas series televisivas. Lo más destacable es el respeto por la decisión de las mujeres, por mantener en secreto su identidad y nunca una condena. También el enfoque completo dentro de un espectro que incluye padres caprichosos o sufrientes que pretenden apaciguar su agobio con un hijo, como otros incapaces de asumir tal responsabilidad. Finalmente, habrá un vínculo entre el bebé y una madre (Alice) y una capacidad diferente que parecerá unirlos de por vida. El destino es así. Solo hay que dejar jugar a los protagonistas de cada historia.
Crítica y justificación de los procesos de adopción. En buenas manos comienza con una escena dura: el parto de una madre que no quiere hacerse cargo de su hijo. No hemos vivido ese embarazo. No conocemos las circunstancias en las que se produjo. Pero sabemos que hay una historia de 9 meses previos a esa escena, y, por eso, se hace muy violento escuchar a una madre decir que no quiere ver a su hijo. Jeanne Herry, tienes nuestra atención. Este film no pretende juzgar a Clara (Leïla Muse), la joven de 21 años con un embarazo no deseado tras un encuentro sexual con un desconocido. Todas las madres tienen sus historias, y si en algo podemos confiar, es en que todas querrán lo mejor para sus hijos. Por ello, tras una presentación de los procedimientos que se deben llevar a cabo ante tal situación, entendemos que la decisión está tomada, y que, ante tal decisión, el sistema tan solo puede proteger a esa madre y prioritariamente a su hijo. Se activa así la trama principal de esta película: la adopción. Como ya se avisa en el título del artículo, esta película busca la crítica y justificación de estos procesos. Detrás de una adopción, hay innumerable papeleo e investigación. Unos procesos capaces de resquebrajar por sí solos una familia. Pero unos procesos necesarios para asegurar que el bebé no sirve a los deseos e intereses de unos individuos, sino que estos individuos sirvan a los del bebé. Al fin y al cabo, él es el epicentro del proceso, el que necesita caer “en buenas manos”. El inicio de la trama es difícil de seguir. No solo cuesta localizar y conectar todos los personajes, si no que conforme avanza la historia, también hay saltos temporales con estructura de flashback. El espectador debe prestar atención a títulos temporales y caracterización de los personajes para construir la historia cronológicamente. Esta estructura puzzle le da mucho dinamismo a una narración que resultaría un poco plana de una forma lineal. Que Alice (Élodie Bouchez) decida iniciar procesos de adopción, tiene más poder dramático una vez que hemos visto que ocho años más tarde consigue ser seleccionada por primera vez como madre adoptiva para Theo. Estableciendo unas líneas argumentales generales, encontramos dos historias: el nacimiento de Theo, y el proceso de adopción para Alice. La película avanza poco a poco hasta que ambas historias convergen. Cada plano los acerca un poco más hasta conseguir poner a Alice y Theo cara a cara en una emocionante y esperada escena. Estas dos líneas se apoyan con dos subtramas: el padre de acogida (una especie de limbo en el que Theo pasa dos meses, por si su madre biológica decide arrepentirse) y la trabajosa labor del equipo de adopción. Un poco innecesarias se me hacen otras subtramas como la relación de la trabajadora social con el padre de acogida (que no aporta nada interesante a la historia) y el desarrollo de problemas cognitivos por parte del bebé, que tan solo sirve para justificar (más) la elección de Alice como madre adoptiva, ya que esta está acostumbrada a trabajar con invidentes. Por último, la película aprovecha este fondo para plantear el tema de la adopción por parte de familias monoparentales. Aunque no basa su batalla en ello, En buenas manos hace que des por sentado que Alice es la mejor opción para Theo, y que limitar la adopción a familias nucleares es un gran error. Como la misma asistente social analiza, Alice ha sido una mujer que, tras salir de una ruptura, se ha reconstruido y ahora está más preparada que nunca para ser madre y cubrir las necesidades de su hijo. Si atendemos a aspectos técnicos, la película está repleta de planos muy cerrados que quieren acercarnos mucho a los personajes y sus emociones. Un cara a cara casi continuo. Rodada cámara en mano, pero sin movimientos bruscos y una edición elegante. No sorprende que sus interpretaciones hayan sido reconocidas con varias nominaciones. Mejor actor y mejor actriz para Sandrine Kiberlain, Élodie Bouchez y Gilles Lellouche en los Premios César de la Academia del Cine Francés. Siendo su protagonista, Élodie, ganadora de otros dos reconocimientos del panorama francés (Lumiere Award y Golden Bayard). Si bien los tres hacen un trabajo excepcional, en mi opinión, la actuación de Sandrine Kiberlain, lleva al extremo los manierismos de su personaje evidenciando un poco su actuación. La película interioriza desde todos sus extremos en el mundo de la adopción, acercándolo a todo el público más allá de las personas que lo han vivido en sus propias carnes. Interesante en su estructura narrativa, En buenas manos justifica y consigue hacer muy emocionante un encuentro que se conoce y espera desde el inicio del film.
El pupilo del título es un niño a cargo del Estado francés, que comienza su vida en la sala de partos de un hospital para luego iniciar un complejo camino hasta su adopción. La directora Jeanne Herry retrata con paciente minuciosidad cada instancia de ese proceso, desde el nacimiento y la relación con la mujer que lo dio a luz, hasta las distintas manos que lo cargan en el vínculo con la asistencia social, la guarda y las complejas decisiones que encierra su futuro. Todo ello, que siempre fue concebido desde la legalidad y la burocracia, es humanizado por la mirada de Herry sin sacrificar sus aristas más incómodas y sus inevitables contradicciones. Los hombres y las mujeres que forman parte de la vida de Théo confluyen en un retrato que asume los sentimientos que se ponen en juego, los interrogantes que asaltan a los involucrados en la salud y el bienestar del bebé, los miedos de una maternidad elegida que no por ello resulta menos desafiante. En la elección de la coralidad y el equilibrio de las historias que se cruzan, Herry encuentra el lugar exacto para cada uno de sus personajes -notables los trabajos de Gilles Lellouche, Élodie Bouchez y Sandrine Kiberlain como los pilares de un elenco sin fisuras- , nutridos por las palabras con las que construyen su vínculo con Théo, decisivas en esa etapa crucial de su vida. La película nunca cede a la tentación de un giro inesperado, sino que se afirma en la convicción de observar con amor los primeros pasos de una vida que comienza.
Es una de esas películas que despiertan distintas reacciones, por un lado muestran cómo funciona el sistema de adopción francés que tiene asistentes sociales perfectos, preocupaciones constantes, padres de guarda perfectos, algo así como un ejemplo de la actuación del estado frente a un niño que nace y que su madre no desea tener y antes de dar a luz decide darlo en adopción. A partir de allí, el destino de un bebe hermoso (lo eligieron con look publicitario) que pasa por distintas instancias hasta que por fin encuentra su destino, en una nueva legislación que también valoriza la adopción monoparental, es el hilo conductor del film. Mientras tanto, en esta película coral, de la directora y guionista Jeanne Herry se desarrollan los problemas de los adultos intervinientes. Un amor imposible, frustraciones, peleas en los equipos, separaciones. Un telón de fondo donde transcurre la vida y el futuro de un bebe. Por momentos con el rigor de un documental, del aparentemente envidiable sistema francés, por el otro un film que apunta a la emoción inevitable. Un buen elenco de actores: Sandrine Kiberlain, Gilles Lellouche, Elodie Bouchez, Olivia Côte, Clotilde Mollet, Jean-François Stévenin, Bruno Podalydès, Miou-Miou, donde cada uno tiene su momento de lucimiento. Muchos detalles legales y psicológicos sorprenden para bien, la emotividad nunca cae en bajezas pero es inevitable.
Adopción Responsable. Crítica de “En Buenas Manos” de Jeanne Herry.I La directora se sumerge en el corazón de un proceso de adopción, una ficción que es a la vez informativo y conmovedor, gracias a un guión muy bien estructurado y documentado, junto con las actuaciones impecables de quienes rodean al bebé. Por Bruno Calabrese. Theo acaba de nacer. Después de dar a luz, su madre biológica le entrega a un programa de adopción. Los servicios de adopción deben encontrar entonces a la que se convertirá en su madre adoptiva. En el otro extremo, Alice (Élodie Bouchez), de 41 años, lleva casi diez años luchando por ser madre. Un grupo de profesionales trabajará para que Theo y Alice puedan reunirse. Los médicos, las enfermeras, los trabajadores sociales, los psiquiatras y los padres potenciales entran en juego mientras seguimos al niño, que se llama temporalmente Theo, durante un período de tres meses, durante el cual aterriza en las manos muy seguras de un asistente social llamado Jean. (Gilles Lellouche). Otros ayudantes incluyen a la trabajadora social preocupada de Theo, Karine (Sandrine Kiberlain); otra trabajadora de caso, Lydie (Olivia Cote), a quien se le ha encomendado la tarea de encontrarle una familia; y un tercero, Mathilde (Clothilde Mollet), quien manejó la transferencia de Theo de su madre biológica de 21 años (Leila Muse) al sistema social francés. La película no es solo ficción, se nota claramente que la directora hizo su investigación aquí, y hay muchas escenas que bordean el plano documental, como cuando participamos en discusiones entre cuidadores que intentan decidir qué es lo mejor para el recién nacido. Siendo realmente llamativo la forma en que la psicología del niño entra en juego, con varias secuencias que muestran lo vital que es explicarle la situación de Theo, incluso si no puede comunicar sus pensamientos. “En Buenas Manos” es armoniosa en su composición y muy realista. No juzga a sus protagonistas y hace énfasis en los diversos aspectos involucrados en un proceso de adopción en Francia. Seguramente no tenga correlato con otros sistemas, pero sirve como ejemplo sobre como proceder ante estas situaciones, sobre todo para mostrar como funciona el sistema cuando Estado está presente. Desde el momento en que una madre entrega a su hijo hasta el punto de adopción, incluidas todas las dudas (y vidas privadas) de los trabajadores sociales, la directora logra un drama conmovedor, con el equilibrio perfecto entre lo sentimental y el plano de observaciónal e indagador sobre el tema. Puntaje: 90/100.
La directora y actriz francesa Jeanne Herry escribe y dirige un drama coral intimista sobre los frágiles eslabones humanos que conforman el largo camino a la adopción de un niñe. Theo acaba de nacer. Después de dar a luz, su madre biológica le entrega a un programa de adopción. Los servicios de adopción deben encontrar entonces a los que se convertirán en sus padres adoptivos. En el otro extremo, Alice, de 41 años, lleva casi diez años luchando por ser madre. Un grupo de profesionales trabajará para que Theo y Alice puedan reunirse. El film inicia con un prólogo de secuencia, abriendo con el plano detalle de dos manos que se frotan nerviosas sobre un pantalón mientras una voz femenina, por fuera de campo, anuncia que finalmente le entregarán un niñe en adopción. De ahí corta a un primer plano de Alice, nuestra protagonista «de las manos», quien mantiene un rostro inmutable al recibir la buena noticia, como si su cuerpo no quisiera ilusionarse ante semejante acontecimiento. Dada su no reacción, la mujer le reconfirma que ha sido elegida como madre adoptiva por el Consejo de familia, que ya no hay más pasos burocráticos a sortear y que, entonces, podrá adoptar a este bebé de dos meses y medio llamado Theo. Recién ahí Alice, tomada desde cámara con un primerísimo plano de perfil, esboza una leve sonrisa marcada en la comisura de sus labios, descomprimiéndose y dándole paso al título del film. A partir de este momento, viajaremos en un gran flashback por el engranaje de historias paralelas que se nos presentan a través de las personas participantes del proceso adoptivo de Theo. Donde madres, padres, familias de acogida, trabajadores de la sanidad, asistentes sociales, psicologxs y administrativxs, denotan cómo esas decisiones que toman en relación a un menor, ya sea individual o colectivamente, afectan o modifican en parte a sus propias vidas privadas. Pues claramente el título de esta obra resume a la perfección la difícil situación de les trabajadores en relación al peso que trae su decisión como acción modificadora permanente del destino de las vidas que cargan en sus manos y el film da cuenta de ello poniendo en valor individual dicha labor institucional. Su tono es naturalista, apoyándose en la intimidad sensible de sus personajes como centro y motor del relato, sin dramatizar las subtramas que se atraviesan, girando y confluyendo siempre alrededor del bebé Theo y su devenir como eje central de la trama. Donde la labor actoral acompañada por una precisa dirección de actores eleva la puesta en escena. Hay un pensamiento que particularmente me resuena en el metarrelato y es que “la maternidad será deseada o no será”, pues mientras viajamos por el proceso previo a la adopción, cumpliendo una serie de requisitos y condiciones junto a les personajes que han decidido ser padres y madres adoptantes en Francia, también vemos a Clara, una joven de 20 años que da a luz y renuncia a su maternidad, decisión que la directora jamás fundamenta alejándonos de las moralinas que atrasan y poniendo el acento en la estabilidad emocional de estas personas que nos interpelan sin disfraces sociales. Esa sensibilidad del ser, sin discurso, donde les cuerpes se comunican a través de microgestos atrapados por una sensorialidad en la mirada de esta directora, son los que llevan adelante el relato de cada une de les participantes, comprendiendo que lo fundamental es el bienestar del menor y no el deseo de les adultes de convertirse en madres y/o padres. Esa marcación final, es la que terminará de cerrar el por qué del desenlace de la historia en Alice, reencarnando a la primera familia monoparental elegida como adoptante en Francia. En cuanto al diseño de la estructura narrativa del relato, la decisión de develar al espectador desde el inicio que le niñe será finalmente hije adoptivo de Alice, quizás aleje al público de conectar con les personajes intervinientes durante los propios tiempos del film, dado que ya cuentan con la información de que, pase lo que pase, Theo terminará en las manos “buenas” de Alice, lo que conlleva a restarle fuerza al conflicto alivianando las emociones y tensiones de les espectadores para con la trama ante la ausencia propia de la incertidumbre. En buenas manos nos acerca una mirada intimista y sensible sobre el delicado proceso previo a la adopción de un menor en Francia, retratando el precedente real y legal de que hoy las familias monoparentales pueden ser adoptantes en dicho país.
El film francés de Jeanne Henry, también responsable del guión, cosechó 900.000 espectadores en Francia y siete Nominaciones a los Premios César y relata la historia de Theo, quien acaba de nacer y su madre biológica no puede ni quiere quedarse con él. El bebé es perfecto, pero la joven no acepta ni siquiera contacto físico con Theo. Y la película nos demuestra lo impecable que es el sistema de adopción en ese país. Desde su nacimiento una trabajadora social visita a la madre, y a partir de ahí hay un equipo de personas que analizan caso por caso los matrimonios o los casos monoparentales que desean adoptar. Entre ellos está Alice (Elodie Bouchez), quien lleva adelante una actuación emotiva que pasa por todos los estados, estando primero casada, luego en soledad, pero siempre decidida a llevar adelante la adopción, en definitiva, lo ha estado esperando por diez años. Karine (Sandrine Kiberlain) es la educadora infantil que debe acompañar la labor de Jean (impecable trabajo de Gilles Lellouche) el encargado de sostener, cuidar y albergar en su casa a ese bebé rechazado por su madre hasta llegar a los brazos de esa otra madre que tanto lo desea. “En Buenas Manos” se desarrolla mediante las diferentes historias, a veces hacia el lado del documental pero muy bien llevado, mostrándonos todas las facetas, la de la madre biológica, la madre adoptiva y todos los que sostienen a Theo, sin caer en golpes bajos, ni dedos acusadores hacia ninguna de las partes. Un gran film, con actuaciones sensibles de todo el elenco. https://www.youtube.com/watch?v=SVmh_jN0imw TITULO ORIGINAL: Pupille TITULO ALTERNATIVO: In Good Hands DIRECCIÓN: Jeanne Herry. ACTORES: Sandrine Kiberlain, Gilles Lellouche, Elodie Bouchez. GUION: Jeanne Herry. FOTOGRAFIA: Sofian El Fani. MÚSICA: Pascal Sangla. GENERO: Drama . ORIGEN: Francia. DURACION: 110 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años con reservas DISTRIBUIDORA: CDI Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 28 de Noviembre de 2019
"En buenas manos": Un estado presente. Hasta tal punto la directora Jeanne Herry insiste en esa presencia, que por momentos la película parece un institucional para promocionar la adopción en Francia. Construida en el territorio de las problemáticas de los procesos de adopción, En buenas manos, coproducción entre Francia y Bélgica escrita y dirigida por Jeanne Herry, trabaja sobre circunstancias universales pero desde un punto de vista netamente europeo. Ese detalle, teniendo en cuenta las abismales diferencias sociales que envuelven a este tipo de hechos a ambos lados del abismo cultural que representa el Océano Atlántico, no resulta para nada menor. Como ocurría con la mirada del mundo obrero que la semana pasada se esbozaba en la también franco-belga ¿Dónde está ella?, se vuelve imposible equiparar al universo en que se desarrolla En buenas manoscon la realidad local. Porque aún con todas las dificultades con las que la película complejiza el particular trámite de adopción sobre el que gira la historia, visto desde los parámetros de nuestro país todo el proceso aparece como casi ideal. Pero no hace falta que la comparación se realice en el terreno real. Alcanza con lo que exponen al respecto ficciones como El hijo buscado (Daniel Gaglianó, 2014) o Una especie de familia (Diego Lerman, 2017), que pueden ser vistas como la contraparte cinematográfica de esas diferencias estructurales entre un país (o si se quiere una región) y otro/a. En buenas manosconstruye su laberinto dramático en torno del nacimiento de Théo, fruto del embarazo no deseado de una joven que asiste al hospital para dar luz de forma anónima y del mismo modo entregar a su bebé en adopción de inmediato. ¿Pero es posible parir en un hospital público y dejar a una criatura a cargo del estado sin que la madre nunca esté obligada a revelar su identidad? ¿O que esta se marche enseguida, habiendo cumplido con el único trámite (opcional) de rellenar una serie de formularios con los antecedentes médicos de la familia del recién nacido? Parece que en Francia sí lo es. En Argentina, en cambio, una mujer puede ir presa por presentarse agonizando a un centro de salud público, víctima de un aborto clandestino realizado de forma (muy) defectuosa. Como se ve, las realidades no son comparables. Así y todo, las películas pueden ser útiles para que, a partir de su reflejo, cada espectador pueda elaborar una mirada crítica de su propio contexto. A fin de cuentas, para eso sirve el cine. Entre otras cosas, claro. A partir de ahí la película de Herry da cuenta de los mecanismos que estas circunstancias activan en el aparato estatal. Asistentes sociales, familias de acogida, controles médicos (básicos o de alta complejidad, si el caso lo demanda), el acompañamiento a las familias o los individuos adoptantes. En buenas manos da cuenta de un estado muy presente, al menos en este caso. Pero hasta tal punto insiste en esa presencia, que por momentos la película parece un institucional para promocionar la adopción en Francia. Un film de propaganda con toques telenovelescos y un final feliz con el que Sigmund Freud se haría un festín. Todo parece apoyar esa conclusión.
Como Juno, pero contada desde la historia del bebé. Alguien definió así a Pupille, y algo de eso hay. Aunque esta exitosa película francesa, nominada a varios premios César y dirigida por una mujer, Jeanne Herry (hija de Miou Miou, que tiene aquí un papel), es en realidad un relato coral, con múltiples protagonistas. Todos los involucrados en un mismo proceso, el que se pone en marcha, desde las instituciones a cargo, cuando nace un bebé llamado Théo. De una mujer de 21 que no quiere tenerlo (ni verlo ni tocarlo), sino darlo en adopción. Una chica cuyo parto dará entrada a las nurses que llamarán a una asistente social, que hará los papeles para la guarda de una secretaría de familia que le dará el bebé a un asistente familiar, un hombre -casado, y padre-, que se dedica profesionalmente a cuidar chicos en tránsito, en su casa, como familia. Así que la rueda continúa, y él mantendrá al bebé tibio, como dice, a la espera de la llegada de su familia adoptante. Por otro lado, la película sigue a la futura madre, con flashbacks que dan cuenta de su larga espera. Más de ocho años como candidata a recibir un niño, que empezó en pareja y continuó sola. En buenas manos, que se ve con el tirón de lo que nos conmueve directamente, es una especie de fresco de un grupo de gente, burócratas y de los otros, llena de buenas intenciones -como la película-, dispuestas, atentas y preocupadas a sumar para conseguir que una vida incipiente salga adelante.
Escrita y dirigida por Jeanne Herry, “En buenas manos” es una película francesa que cuenta varias historias sobre el proceso de adopción. Una joven embarazada que antes de parir sabe que dará al bebé en adopción, la funcionaria que busca hogares temporales, el asistente familiar que se encarga de cuidar a los niños transitoriamente antes de entregarlos a nuevos padres adoptivos, parejas que llevan adelante el largo y agotador proceso para adoptar, una mujer soltera que pasando la barrera de los 40 busca ser madre. Los diferentes puntos de vista y posiciones sirven para retratar de una manera muy precisa lo largo y tedioso que puede ser el proceso, la cantidad de meses y años que son expuestos a interrogatorios y visitas para que el Consejo de la Familia decida si son o no, o cuándo, aptos para ser padres. Pero no se queda sólo en el punto de vista de quién quiere y no puede tener hijos, sino que introduce el otro lado: el de la mujer que gesta pero no quiere ser madre. Ahí también el film se encarga de retratar minuciosamente cómo funciona el proceso para esa mujer. De hecho es ese bebé el eje principal del film que va ir mostrando las diferentes aristas. Así, el film se mueve entre las escenas que retratan el proceso de un modo sobrio, un poco frío en algún momento pero es que así es el proceso burocrático, y las escenas más personales de sus protagonistas en la cotidianeidad de su hogar. En ese sentido hay un buen equilibrio, aunque algunos personajes cuenten con un mejor desarrollo que otros que terminan quedando desdibujados. El film consiguió un notable éxito de taquilla y varias nominaciones a los premios César, lo cual demuestra que logra llegar al público y lo hizo de una manera inteligente y sutil, sin apelar a subrayados ni bajadas morales de líneas. “En buenas manos” es un film sensible y preciso sobre el funcionamiento del proceso de adopción en Francia. Por momentos puede tornarse un poco repetitivo pero a la larga sirve para transmitir la sensación de agobio y cansancio que puede provocar esperar a veces durante muchos años que decidan que son aptos.
En buenas manos: El hijo que adoptan no es lo mismo que un hijo biológico. La directora y actriz francesa Jeanne Herry ofrece una visión empática y diferente sobre el proceso de adopción. Una película conmovedora y respetuosa acerca de la adopción que invita a reflexionar sobre las dificultades burocráticas y los dilemas de la vida misma asociados al deseo de ser padres. En casi 2 horas de duración En buenas manos (Pupille, 2018), registra con amor y sensibilidad el complejo proceso de adopción, el cual se ve efectivamente explicado en un mensaje que da una trabajadora del centro: “Mi trabajo no es encontrar hijos para padres que sufren, mi trabajo es encontrar a los mejores padres posibles para niños en riesgo”, dejando claro que el deseo, el amor y el dinero no son suficientes para que el Estado te dé un niño, sino que hace falta estabilidad emocional. Esta vez, se plantea el tema desde un lugar nuevo, siguiendo lo que sucede con Theo, el bebé protagonista, a Jean (Gilles Lellouche), que trabaja cuidando transitoriamente a los niños, a Karine (Sandrine Kiberlain), una asistente Social y a Alice (Elodie Bouchez), que la madre adoptiva a Theo. La historia atrae desde su premisa si se considera que las condiciones de adopción que se retratan en la película no son una ficción. En Francia, las mujeres pueden sólo llegar al hospital, dar a luz y dejar a su bebé en manos del Estado, bajo el completo anonimato. Herry homenajea la labor de los profesionales que son esenciales para que un bebé abandonado por sus padres crezca de una forma sana. La directora entrelaza las historias personales con la vida del recién nacido, lo que vuelve más sensible el relato. Clara (Leïla Muse) tiene la libertad de compartir lo que ella desee sobre su embarazo y una educadora de la agencia de adopción se acerca a ella para orientarla, sin juzgarla. Su incapacidad para ser madre en ese entonces se ve reflejada con ciertas actitudes como negarse a cargar al bebé y a darle pecho Por otro lado, están Jean (Gilles Lellouche), un hombre que es padre de acogida, y Karine (Sandrine Kiberlain), una trabajadora del centro muy implicada en el bienestar de los menores. Además, retrata cómo los potenciales padres se enfrentan a miedos, incertidumbres y un sinfín de preguntas que no siempre son fáciles de responder. Todos los que acompañan a Théo, hasta que encuentre un hogar definitivo, se muestran respetuosos y amorosos. El elenco que rodea al bebé es de una calidad extraordinaria, lo cual permite muchas veces emocionarse sin el uso de palabras, sólo a partir de las miradas de los protagonistas. Sin regodearse en el drama – y hasta con algunos toques de humor – la historia muestra también el punto de vista de Alice, una mujer que lleva más de 10 años deseando ser madre, hasta el momento sin conseguirlo. Asimismo se observan los requisitos para que un niño pueda ser adoptado y que la negativa puede venir motivo de no ser idóneo, no tener una buena posición económica, no tener estabilidad emocional, no tener pareja, etc. Cualquier cambio en la situación laboral o sentimental es determinante en estos casos. El guion de Herry es inteligente, sensible y claro, contando una historia con amor e informando sobre un tema importante en todo el mundo. La construcción de los personajes es inmejorable, generando empatía en el espectador. La película tiene buenas intenciones, eso es indudable, y hace que el público transite por diferentes sensaciones durante todo el metraje. La historia no abusa de la tragedia, por el contrario, está repleta de ternura. En buenas manos (Pupille, 2019) es una película sensible y comprometida con una difícil realidad, aunque en Francia es notablemente mejor. Quizás peca de ser amable y edulcorada, pero tiene un buen mensaje y uno lo recibe con una sonrisa.
Historia profundamente dramática, reflejo de una realidad ineludible La vida es una tómbola. Dios le da pan a quien no tiene dientes. Se podrían escribir un montón de estas expresiones para encuadrar el tema que trata éste largometraje francés, porque es un asunto delicado y sensible dónde lo inhumano y humano se dan la mano para converger en un punto común: las mujeres que tienen hijos y no los quieren, y las que no pueden tenerlos y los desean. Jeanne Herry cuenta una historia, de las tantas que puede haber en ese país europeo, desde las entrañas del sistema burocrático social para adoptar personas, el Consejo de Familia. Allí trabajan asesorando y acompañando a las personas que dan en adopción y a las que quieren adoptar, asistentes sociales, psicólogos, sociólogos, etc. para que el trámite sea lo más humano, cálido. y afectuoso posible. Dentro de un elenco coral, en que cada personaje cumple con su tarea para que el relato sea creíble y lo más cercano a la realidad, se destaca una mujer con una gran necesidad de adoptar. Su intención data de hace muchos años, y el camino recorrido estuvo siempre lleno de espinas. Alice (Élodie Bouchez) tiene una paciencia enorme, enfrenta cada entrevista estoicamente a la espera de poder cumplir con todos los requisitos. Paralelamente hay una joven que da a luz a un bebé, pero no tiene intenciones de quedárselo. Es en estos casos que interviene el Estado para ayudar a un menor desamparado a encontrarle una familia. Karine (Sandrina Kiberlain) es una coordinadora, y Jean (Gilles Lellouche) vive con su mujer e hija en una campiña y trabaja recibiendo chicos de todas las edades en su casa de acogida hasta que le encuentran un hogar definitivo. La película es profundamente dramática. El ritmo no podría ser otro que lento, pero contundente. Cada escena tiene su espesor y una atmósfera única en el que contrastan la seriedad y frialdad en el trato de los trabajadores estatales, con la esperanza, emoción, ternura, frustración, ira y, porque no también, alguna lágrima de los que asían ser padres con toda el alma. Los diálogos y el sonido ambiente es lo único que se escucha. No está musicalizada y no la necesita. Las imágenes son contundentes para traspasar la pantalla y sensibilizarnos sin un apoyo extra. La narración no abre juicios de valor sobre la determinación tomada por la joven madre, ni nadie pretende convencerla para que modifique su decisión, simplemente intenta reflejar una historia lo más cercana a la ineludible realidad.
La cuarta película de Jeanne Herry, hija de Miou-Miou, la popular actriz francesa, se refiere al proceso de adopción en Francia ficcionalizado a través de una serie de historias de personajes involucrados en el mismo. Con una meticulosidad en todo lo que hace a los distintos pasos del proceso, la directora sigue, desde el presente, la adopción del bebé Theo por Alice, una teatrista de 41 años. Los flashbacks le permiten al espectador conocer a los que de alguna manera intervienen en la adopción. Así, las subtramas cuentan la historia de la futura mamá adoptiva, dedicada al teatro para discapacitados, o el amor de Karine (Sandrine Kimberlain), una asistente, por Jean (Gilles Lelouche), agente de guarda del bebé. NUEVA VIDA Relato que se desarrolla a través de flashbacks, "En buenas manos" muestra la organización de un proceso modélico que permite la incorporación de un ser que llega al mundo abandonado (es rechazado por su madre universitaria) y es entregado, luego de un complejo pero eficiente proceso estatal, a quien lo esperó como hijo deseado por años. Con didactismo por un lado y aproximación emocional de seres responsables de una tarea invalorable, el filme logra momentos de emoción (actitud del agente de guarda en su difícil oficio, escenas finales del niño y su madre adoptiva). Se destacan por sus actuaciones Elodie Bouchez ("La vida soñada de los ángeles") en el papel de Alice, Sandrine Kiberlain y Gilles Lellouche, muy queribles en el desarrollo de una relación particular (la asistente y el agente de guarda) y la veterana Clotilde Mollet, como la primera asistente social que recibe la madre biológica de Theo.
Esta extraordinaria película francesa cuenta la historia de Theo, un bebé que recién nacido es entregado por su madre a un programa de adopción y de Alice, quién hace más de 10 años intenta ser madre. Entre ambos también aparece un grupo de profesionales cuyo trabajo es el cuidar a los niños durante ese proceso. La película los sigue a todos y en paralelo muestra algunos intentos fallidos de adopción y madres que no pueden cuidar a sus hijos. La directora Jeanne Herry elige un tono minucioso para describir con la mayor fidelidad posible como es el proceso para adoptar niños en Francia, a la vez que cuenta las historias de sus personajes. Mediante flashbacks vemos a Alice (Élodie Bouchez, inolvidable en este rol) como va pasando por diferentes etapas de su vida y su deseo de adoptar. También vemos a Jean (Gilles Lellouche) y Karine (Sandrine Kiberlain) cuidando al bebé que al que le buscan una posible familia. Aunque el talento actoral es particularmente alto en la película, la sobriedad casi documental de todo el film hace que esos actores parezca que no están actuando las profundas emociones que vemos en la pantalla. Un realismo amable, con una enorme comprensión por cada personaje, hace que En buenas manos (Pupille) alcanza una humanidad poco habitual. Inevitablemente emotiva, la película es una precisa sobre un aspecto poco explorado del cine, el del camino de la construcción de una familia mediante la adopción.
Alice Langlois (Éloide Bouchez) recibe la noticia de que finalmente su solicitud de adopción ha sido aprobada por el Consejo Familiar -organismo estatal francés-. El niño en cuestión se llama Theo y fue otorgado al Estado por su madre Clara (Leila Muse), una joven estudiante quien resuelve que no se siente capaz de criarlo. Esta decisión activa un proceso burocrático complejo en el que diferentes actores e instituciones deberán articularse, velar por el bienestar del pequeño y finalmente encontrarle un hogar. Resulta muy interesante la minuciosidad con la que el film describe esos procedimientos. Se nos informa que Clara dispone de un período de dos meses para retractarse, vemos cómo un consejero familiar llamado Jean (Gilles Lellouche) se encarga de cuidar a Theo mientras espera una familia adoptiva, y se muestran los debates y tensiones que surgen entre los expertos de diferentes áreas en las instancias de búsqueda y elección de candidatos a adoptar.