Todo por una lata de puré de tomate The Flash (2023), dirigida por Andy Muschietti y escrita por Christina Hodson a partir de una historia de base que fue acreditada a Joby Harold, Jonathan Goldstein y John Francis Daley aunque involucró muchísimas manos más sin consignar, acumula un derrotero histórico demasiado inflado para su propio bien porque lleva la friolera de dos décadas de pesadillesco planeamiento y específicamente una dentro de los confines del denominado DC Extended Universe, en esencia una extensa retahíla de exploitations con presupuesto gigantesco de la Trilogía del Caballero de la Noche de Christopher Nolan, doce productos muy erráticos a cargo de Warner Bros. que resultan un poquito más humanos y bastante más oscuros que los de su competencia directa, el Marvel Cinematic Universe, en este caso una catarata de bodrios insufribles e intercambiables orientados a retrasados mentales que confunden una obra de arte con una botella de Coca Cola, un café de Starbucks o quizás una hamburguesa de McDonald’s. Después de cinco decenas de directores y guionistas involucrados a lo largo de los años que fueron sucesivamente descartados por una Warner obsesionada con volcar sutilmente la película hacia lo liviano adolescente, Muschietti fue el único que pudo encaminar el proyecto luego de demostrar eficacia comercial en las muy dignas It (2017) e It Chapter Two (2019), nuevas adaptaciones para el estudio en cuestión de la famosísima novela homónima de 1986 de Stephen King, no obstante el asunto siguió experimentando problemas de diversa índole vinculados a la pandemia del coronavirus, cambios de fecha de estreno por demora en los efectos especiales, indecisión narrativa del DC Extended Universe y competencia contextual, y finalmente la falta de confianza que generaba en la Warner el protagonista, Ezra Miller, un excelente actor que sin embargo reiteradamente ha demostrado estar bastante “perturbado” por casos varios de violencia, robo, acoso y pederastia, amén de ser un fanático de las armas, usar casi siempre un chaleco antibalas, denigrar a todos a su alrededor, semi secuestrar familias enteras, proclamarse un mesías de los aborígenes norteamericanos y ridiculizar sin proponérselo a la fauna woke porque cada vez que alguien lo critica o lo denuncia el jovenzuelo grita “discriminación”. La película resultante, más allá de su background delirante que pinta de pies a cabeza la marketización estrafalaria de la cultura masiva del Siglo XXI bajo criterios cada día más empobrecedores, nostálgicos y autorreferenciales, es un trabajo anodino con un desarrollo dramático entre cómico y serio -algo típico de los últimos productos de DC- que resulta pasable durante buena parte del metraje hasta que todo se cae bien a pedazos durante el paupérrimo desenlace, lo que por cierto no quita que resulte loable la idea de combinar cierto pulso de las comedias tontuelas y fantásticas de los años 80, los viajes correctores en el tiempo de la saga que empezó con Back to the Future (1985), de Robert Zemeckis, y el fetiche del mainstream hollywoodense del nuevo milenio para con los multiversos, algo así como un intento de seguir exprimiendo la “gallina de los huevos de oro” de los superhéroes en un mercado mundial ya bastante harto tanto de las obras sobre un personaje en concreto como de las epopeyas corales que unifican el destino de diversos villanos y paladines de la humanidad, proponiendo en cambio una conjunción esquizofrénica de relatos cruzados en función de los cuales pueden regresar e interactuar -por lo menos en la cabeza infantiloide de los jerarcas de los estudios yanquis y sus múltiples acólitos y/ o esclavos, incluido un público bobo y obsecuente hasta lo risible- diferentes acepciones de la misma criatura, un mejunje que no oculta su dejo melancólico como si se tratase de un reconocimiento tácito del hecho de que estos films ensamblados cual cadena de montaje o fábrica de chorizos no tienen nada que hacer en una comparación con los opus del rubro comiquero de fines del siglo pasado o de los primeros años de la década del 2000. Aquí Barry Allen/ The Flash (Miller) decide viajar al pasado para salvar a su madre de ser asesinada, Nora (Maribel Verdú), y a su padre de ser acusado de ello, Henry (Ron Livingston), mediante el detalle de evitar que la mujer se olvide de comprar una hilarante lata de puré de tomate, no obstante termina en un mundo alternativo sin sus amigotes todopoderosos, como esos Diana Prince/ Wonder Woman (Gal Gadot) y Arthur Curry/ Aquaman (Jason Momoa), y por ello le pide ayuda a Kara Zor-El/ Supergirl (Sasha Calle) y Bruce Wayne/ Batman (Michael Keaton). Definitivamente el problema crucial de la propuesta es el patético guión de Hodson, una británica mediocre y de lo más elemental que viene de escribir basura impresentable del nivel de Shut In (2016), de Farren Blackburn, Unforgettable (2017), de Denise Di Novi, Bumblebee (2018), de Travis Knight, y Birds of Prey (2020), de Cathy Yan, situación que le agrega una capa de dignidad a la labor del argentino Muschietti porque en términos generales logra construir una historia visualmente atractiva que le saca buen partido a la capacidad creativa tantas veces desaprovechada de los CGI, en muchos blockbusters de las últimas tres décadas consagrados únicamente a las escenas de acción y a algún que otro detalle fastuoso que en esta oportunidad muta en el limbo surrealista en el que Allen “flota” corriendo a toda velocidad mientras se desplaza por los abismos del tiempo, escenas por cierto muy logradas gracias a una serie de personajes y sucesos alternativos que se mueven alrededor de The Flash cual coliseo de una digitalidad símil maniquíes con fisonomía de personaje de videojuego. Otros puntos a favor se condicen con la introducción de un doble más joven de Barry correspondiente a este ecosistema enrarecido, por supuesto el infaltable comic relief de todo tanque púber, la vuelta de aquel Keaton de las góticas Batman (1989) y Batman Returns (1992), ambas del mejor Tim Burton, el de aquellos comienzos previos a su servilismo mainstream del nuevo milenio, el hecho de recuperar como villano al General Zod (Michael Shannon) de Man of Steel (2013), trabajo de Zack Snyder que fundó el DC Extended Universe, el cameo de Jeremy Irons como Alfred Pennyworth y de Ben Affleck como el millonario encapotado, todo para crear una relación paternal y “de espejo” con el protagonista del título, también huérfano, y hasta el rol decorativo aunque disfrutable de esa Supergirl de Calle, marimacho que compensa la ausencia de Kal-El/ Clark Kent/ Superman (Henry Cavill) y sirve para equilibrar la fórmula estándar detrás de toda esta colección de chatarra cinematográfica superheroica, pensemos que The Flash aporta el rostro humano, Batman los traumas de los nenitos ricos de las cúpulas del capitalismo y la presente versión de Supergirl un sustrato invencible y adusto que como siempre necesita de la energía solar. Considerando sus olvidables participaciones previas como Allen en las apestosas Suicide Squad, Batman v Superman: Dawn of Justice (2016) y Justice League (2017), estas dos últimas también dirigidas por Snyder, y en series televisivas como Arrow (2012-2020) y Peacemaker (2022), The Flash sin duda alguna aglutina el mejor desempeño posible de Miller dentro del célebre traje de neopreno rojo, quien se acopla bastante bien a sus dos personajes, el Barry inmaduro y el más preocupón porque el homicidio de mami lo marcó al punto de enclaustrarse en un laboratorio forense, no obstante esta metamorfosis hacia las obsesiones caricaturescas de la gran industria insípida de hoy en día, un enclave en el que asimismo compuso al Trashcan Man de The Stand (2020), muy floja miniserie inspirada en la novela de 1978 de King, y a Credence Barebone/ Aurelius Dumbledore de la horrenda franquicia de Fantastic Beasts and Where to Find Them (2016), Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald (2018) y Fantastic Beasts: The Secrets of Dumbledore (2022), una trilogía de mamarrachos de David Yates que pertenecen a la “línea de montaje” del Harry Potter de la fascistoide J.K. Rowling, no hace más que retrotraernos a los comienzos de su carrera, cuando prometía abrirse paso como un ídolo andrógino del indie gracias a películas interesantes como Afterschool (2008), de Antonio Campos, We Need to Talk About Kevin (2011), de Lynne Ramsay, The Perks of Being a Wallflower (2012), de Stephen Chbosky, y The Stanford Prison Experiment (2015), de Kyle Patrick Álvarez, augurio que terminaría en saco roto tanto por el viraje faustiano, léase la venta de su alma a Hollywood, como por los desvaríos cada día más peligrosos de su devenir privado, casi todos vinculados a su amiga/ cuasi pareja Tokata Iron Eyes, activista ambiental de linaje sioux que también está loquita y adora defenderlo mientras los padres de la muchacha acusan a Ezra de haberla secuestrado. Lamentablemente el desenlace del film, otro de esos larguísimos, aburridos, melosos, lelos, nostálgicos y redundantes de DC/ Marvel, destruye el folletín de aventuras y empantana al convite en el fango del artificio pueril exacerbado de hoy en día que nada tiene que ver con el quid grotesco del Batman de Burton ni con el pastiche fatalista del emporio de Snyder…
Atención: esta reseña contiene algunos spoilers. Cuando una primera versión de Flash se exhibió a fines de abril último en CinemaCon (el encuentro más importante que reúne a los dueños de salas) surgió a modo de consenso que se trataba de una película poco menos que revolucionaria, destinada a cambiar para siempre el curso del universo extendido de DC en particular y el cine de superhéroes en general. Bueno, no. Fue simplemente el ejemplo perfecto de una maquinaria promocional muy bien montada para generar expectativa (buzz, hype y todos esos términos tan propios del marketing). La verdad es que es un film más, del montón, profesional en el mejor y el peor sentido del término, que tiene algunas buenas secuencias, un montón de lugares comunes de estos tiempos de multiverso, jueguitos para la alteración de los tiempos (efecto mariposa), mucho chiste subrayado para la celebración adolescente y unos cuantos cameos de actores famosos en personajes ídem que funcionan más a nivel nostálgico que cinematográfico. Barry Allen (Ezra Miller) llega tarde (como casi siempre) a su trabajo como criminalista forense en Central City y a los pocos minutos recibe una llamada de urgencia de Alfred (sí, el mayordomo de Bruce Wayne interpretado por Jeremy Irons) para que ayude a Batman (Ben Affleck) porque alguien ha robado un peligroso virus del hospital de Ciudad Gótica, cuyo edificio además se está derrumbando con decenas de bebés cayendo al vacío desde la maternidad del lugar. Es un arranque a puro vértigo e intensidad, con Flash evitando un colapso y con la presencia desde el inicio de un personaje clave de DC como Batman. Pero el guion de Christina Hodson (Bumblebee, Aves de presa y la fantabulosa emancipación de una Harley Quinn) pronto incursionará en los mismos recursos de siempre del subgénero viajes en (y modificaciones de) el tiempo. Barry sigue sufriendo el trauma por el asesinato de su adorada madre Nora (la española Maribel Verdú). Su padre Henry (Ron Livingston) ha salido a comprar una lata de tomates a un supermercado y cuando regresa su esposa yace muerta. La policía lo acusa del crimen y es enviado a prisión. Barry no puede soportar el dolor y la injusticia y viaja al pasado para cambiar el curso de los hechos generando, claro, un caos inmanejable. Como, por ejemplo, que Eric Stoltz es el protagonista de Volver al futuro; Michael J. Fox, el de Footloose; y Kevin Bacon, el de Top Gun. Sí, todo muy sutil... Barry comenzará a interactuar en dupla con su yo de 18 años, sorprenderá la vuelta de un veterano Bruce Wayne a cargo del gran Michael Keaton, reaparecerá un villano de fuste (el General Zod, némesis de Superman, a cargo de Michael Shannon) y surgirá una heroína como Kara Zor-El, a.k.a. Supergirl (convincente debut en pantalla grande de Sasha Calle), pero más allá de la adrenalina y los múltiples guiños para los fans (hay otros regresos famosos que no adelantaremos), Flash deja una sensación de permanente acumulación, dispersión y deriva, como si en sus casi dos horas y media convivieran no siempre con armonía tensiones entre distintas sub-películas. No siempre se pueden llenar todos los casilleros. En medio de esas fuertes contradicciones internas, el argentino Muschietti demuestra que al menos puede dirigir con coherencia distintas set-pieces y conseguir que el humor físico de Ezra Miller funcione con bastante eficacia. No, no ha hecho una película parteaguas, pero luego de Mamá y la saga de It (Eso) se consolida como un realizador que puede salir airoso de los desafíos que imponen las grandes ligas de Hollywood.
El desembarco de Andy Muschietti en el universo DC regala una potente, pero tonta, película que se apoya en la nostalgia y el recuerdo de algo que ya no es para revelar que a veces el héroe de la historia es el director, el cine, y no el personaje. “The Flash” arranca con un Barry Allen famélico intentando alimentarse para poder, en el caso que se lo requiera, ayudar en la ciudad castigando a los criminales. En la cafetería que intenta adquirir sus alimentos un empleado un tanto particular le retrasa su ingesta por lo que en el medio de su pedido debe salir “corriendo” para salvar a un grupo de personas en situación de alerta extrema. Esas primeras pinceladas de Allen, encarnado sin gracia ni pasión por Ezra Miller, permiten situar en tiempo y espacio al protagonista, para luego comenzar a transitar un relato que se nutre de la multiplicidad de universos, planteadas en Flashpoint, el comic en el que se inspira, para correr la mirada hacia justamente el universo DC sin seguir de cerca la transformación y avance de Allen. Muschietti se vale de todos los recursos habidos y por haber para narrar su cuento, sabe cómo y tiene con qué, pero por momentos ese correr la mirada hacia otro lugar, sorprendiendo con participaciones maravillosas como la de Michael Keaton como Batman, el primero que se puso el traje en los años noventa y logró una marca de fuego en muchas generaciones, Supergirl (Sasha Calle) entre otras, que terminan opacando a Flash. Más allá de este punto, su espíritu ochentoso, su cuidada banda sonora y estética, proponen un entretenimiento ideal para fanáticos, que dejará afuera aquellos que no conocen mucho de comics, DC, y demases.
El Universo Extendido de DC, pudo no haber tenido la suerte que Warner Bros ambicionaba (en gran parte, por desprolijidades de la propia compañía), pero dejó películas más que meritorias. De hecho, El Hombre de Acero es una de las más auténticas, colosales y audaces películas de superhéroes del siglo XXI. También pudieron destacarse Diana Prince/Wonder Woman (Gal Gadot) y Arthur Curry/Aquaman (Jason Momoa) en sus respectivas películas. Pero estaban faltando las andanzas (hiperveloces, por supuesto) de Barry Allen/Flash, encarnado por Ezra Miller. Tras años de desarrollo, llegó Andy Muschietti para dirigir el proyecto. La historia está inspirada en el comic Flashpoint, donde Flash accede a un mundo alternativo en el que sus colegas justicieros o no existen -Batman ahora es Thomas Wayne, el padre de Bruce- o están enfrentados entre sí. Muschietti y la guionista Christina Hodson toman los elementos esenciales, pero partiendo de Barry y su dura vida familiar. Al principio de la película se lo muestra más experimentado en su faceta superheroica, De hecho, logra salvar varios bebés de un hospital que se derrumba, y sin perder el humor. Pero cuando se quita el traje rojo debe seguir lidiando con la situación de su padre (Ron Livingston, en reemplazo de Billy Crudup), sigue en prisión acusado de haber asesinado a la madre (Maribel Verdú). Entonces comprende que sus rapidez antinatural le permiten retroceder en el tiempo. Su idea es volver a 2013, a los acontecimientos antes del homicidio, para añadir al carrito de supermercado la lata de tomate que la madre originalmente había olvidado y que había motivado a que el padre saliera y ella quedara indefensa. Y Barry lo logra y puede disfrutar de los suyos como cuando era chico. Pero pronto descubre que esa alteración temporal trastocó la realidad tal como la conocía. Se topa con la versión universitaria de sí mismo, y debe encargarse de que le pegue el rayo que le dio los poderes. Lo logra, pero al mismo tiempo él pierde sus capacidades extraordinarias y el Barry joven no posee la capacidad de viajar en el tiempo. A partir de ahí, Muschietti presenta una sucesión de personajes y acontecimientos. En aquel presente distinto, los demás integrantes de la Liga de la Justicia no están… aunque sí existe Batman. Sin embargo, es otro Bruce Wayne (Michael Keaton). Barry contará con él para recuperar sus poderes y cumplir una misión inesperada: como había sucedido en el presente, el General Zod (Michael Shannon) llega a la tierra en busca de Kal-El/Clark Kent/Superman (Henry Cavill, ausente con aviso), pero la kryptoniana buena más cercana es su prima, Kara-El/Supergirl (Sasha Calle). Así se genera una novedosa variante de La Liga que deberá impedir la destrucción de la Tierra. Por supuesto, sobrevienen peleas, destrucción y espectacularidad. Abunda el humor, sobre todo por la interacción entre los Barries (el adulto se ve obligado a ser más maduro que el otro, todavía un tontuelo). Y se produce una avalancha de referencias al universo DC de todas las épocas y a la cultura popular en sí. Pero Muschietti nunca pierde de vista el costado humano de la trama. El eje nunca deja de ser Barry y el amor por sus padres. Aquí la clave es la actuación de Miller, que sabe transmitir lo más profundo -y a veces oscuro- del personaje. El director tampoco cayó en la tentación de hacer una película encubierta del Batman de Affleck ni del de Keaton; ambos funcionan como sólidos secundarios y pueden gozar de un muy noble cierre de sus etapas. Flash es un estupendo punto final al DCEU -o por lo menos, a lo que planeó Zack Snyder-, un tributó a DC en el cine (el clímax incluye sorpresas a granel), el film que el Velocista estaba mereciendo y la prueba de que los viajes en el tiempo son premisas tan imbatibles como el más aguerrido de los superhéroes.
Barry Allen regresa en el tiempo para que Flash llegue el 15 de junio a los cines argentinos y muestre todo su poder. Dirigida por Andy Muschietti, producida por Bárbara Muschietti y Michael Disco y con el guión escrito por Christina Hodson. El elenco está compuesto por Ezra Miller, Michael Keaton, Sasha Calle, Ben Affleck, Ron Livingston, Kiersey Clemmons, Michael Shannon, Jeremy Irons, Maribel Verdú y Anje Traue. El juicio contra Henry Allen para probar su inocencia está muy cerca, pero al no haber suficientes pruebas, Barry decide regresar en el tiempo para evitar el asesinato de su madre y para que su padre no sea culpado por un crimen que no cometió. Esto provoca que Barry altere su realidad y traiga consecuencias a todas las líneas temporales. Flash Esta película trae a un Barry Allen muchísimo más maduro y más poderoso. En este caso muestra todo su poder al máximo, al punto de poder retroceder en el tiempo, lo que provoca que se cruce con su versión más joven, inmadura y bastante idiota. Este problema hace que Barry no solo pueda ver su propia evolución como persona y superhéroe, sino que también se lo muestran al espectador, ahora con un rol protagónico dejando de lado su versión Sidekick. Las relaciones interpersonales de Barry van mejorando con el tiempo y su cercanía con Bruce Wayne es similar a la de un padre e hijo, ya que Bruce siempre lo aconseja y lo acompaña. Además, Barry utiliza la tecnología de Bruce (Wayne Tech) en su nuevo traje, por lo que Alfred siempre le da trabajos que van a contrarreloj con respecto a su vida personal. Cuando regresa en el tiempo toma un rol mucho más adulto y maduro, teniendo que cuidar de su versión joven y también de no revelarle su identidad a sus padres. De esta manera, el personaje enfrenta un problema mayor y tiene que actuar frente a ellos como tal, sacando a relucir toda su inteligencia y madurez. Hora de volverse locos Michael Keaton regresa como Batman y es el punto central de la película, aparte de Barry. El Bruce Wayne de Keaton se lleva todas las de ganar y ayuda a los dos Barry y a Supergirl para que, en teoría, puedan regresar las cosas a la normalidad. Batman siempre se roba el show, así como pasó con Batman V Superman, una secuela de Superman, en este caso ocurre con Flash, y Batman nuevamente se lleva todas las miradas. Sasha Calle, quien interpretó a Supergirl, llevó muy bien la capa e hizo todas sus escenas de manera excelente. Teniendo en cuenta que Kal-El no existe en esta dimensión, toma el rol que tuvo Henry Cavill pero de una forma menos convencional a lo vimos antes con Superman. Por el lado de la versión más joven de Barry, él aprende de a poco a usar sus superpoderes y también a entender al Barry adulto, ya que ambos pasaron por cosas diferentes en sus vidas. Los matices de ambos se mezclan muy bien y de allí nacen las escenas de comedia de la película. En resumen Flash toma las riendas y demuestra todo su poder en su más reciente entrega. El filme tiene comedia al estilo Flash, no es para nada forzado, a pesar de que algunas escenas con el Barry Allen joven no sean tan graciosas ya que buscan ridiculizarlo, la búsqueda de las risas está hecha sin recaer en la misma fórmula de siempre. Buenas escenas de acción, principalmente en las que participan los Batman de Affleck y Keaton. Un guión bastante sencillo, sin nada rebuscado, algo que el mismo Andy Muschietti afirmó, y es que quería separarlo un poco de Flashpoint para continuar con el Barry de la Liga de la Justicia sin alterar nada en la historia del personaje. Las torceduras, roturas y cambios del tiempo tienen muchas consecuencias y no se pegan con cinta como ya se ha visto en otras películas, sino que ya no tienen solución, a menos que se regrese en el tiempo para dejar todo tal como estaba, sin modificar absolutamente nada. El aspecto negativo de esta nueva entrega son los efectos especiales debido a que hacen que la película se vea muy mal, literalmente parecen gráficos de PlayStation 2. Los trajes se ven muy detallados cuando los superhéroes están quietos, pero es cuando están en movimiento que se ve esta gran falencia. El nuevo concepto que le añadieron a Flash para regresar en el tiempo es muy original, pero termina siendo arruinado con un pésimo CGI. La película tiene muchísimos detalles, referencias y miles de Easter Eggs que se pueden perder de vista, así que quizás haya que verla un par de veces o ajustar bien la mirada. Además hay numerosos cameos de actores que ya han trabajado con Andy Muschietti y que son muy conocidos. Flash es una muy buena película, tiene sus falencias y no todo es perfecto, pero da gusto ver que ahora Barry tiene mucha más esencia y protagonismo, bien al estilo Flash, y que probablemente lo sigamos viendo en el futuro.
En algún lugar el tiempo y la distancia ya no existen para mí, lo dejé todo, aunque todo lo recuerdo muy bien y a fuerza de partir voy a saber lo que es volver y volver, ¡uh! Volver. NO PROFANAR EL SUEÑO DE LOS MUERTOS Flash no es la primera ni la última película que combina los vocablos “superhéroes” y “multiverso”; de hecho tiene la desventaja de compartir cartelera con otra que la supera en todos los aspectos (Spider-Man: a través del Spider-Verso). Sin embargo, algunas de sus ideas -porque, contra toda subestimación, se trata de una película conceptualmente sólida- me llevaron a pensar en otra película ajena a los superhéroes, pero también enmarcada en el género de ciencia ficción: Ready Player One, de Spielberg. Allí, el director afinaba una estrategia qué tenía sus antecedentes en su propia Jurassic Park, veinticinco años antes: la resucitación de algo caduco (los fósiles de un imaginario pop nostálgico) a través de la tecnología (las imágenes digitales, primero en connivencia y luego en reemplazo de los efectos visuales prácticos) para capitalizarlo en el presente (muñecos de velocirraptores o renovado interés del público joven en franquicias del pasado). En ambos casos, la ironía -no exenta de cierto cinismo- era que tanto Ready Player One como Jurassic Park cuestionaban su propia condición de existencia, tanto dentro como fuera del relato de ficción: la codicia corporativa por resucitar lo muerto manteniéndolo domesticado, inofensivo, inalterado. Sin embargo -ya lo decía Ian Malcolm- la vida se abre camino, y aquellos dinosaurios pensados como atracciones turísticas podían revelarse y evolucionar de la misma manera que aquellos personajes del pasado que pululaban Ready Player One, reducidos a meros avatares vaciados de sentido, podían unirse para batallar por un mundo (un poco más) real. De cualquier forma, al final del día, el atractivo de ambas películas seguía siendo el mismo: cuando vemos una nueva Jurassic Park es para ver dinosaurios, y parte del interés de Ready Player One reside todavía en esas imágenes digitales atiborradas de memorabilia geek. Este rodeo por la filmografía de uno de los padres del blockbuster contemporáneo me permite volver a Flash pensando en una lógica de rupturas, pero también de continuidades. Echar mano del concepto de “multiverso” (que existe hace muchos años en el campo de las historietas) responde, obviamente, a una estrategia para renovar el interés ante la inminente fatiga en torno al cine de superhéroes. Como recurso narrativo, el Multiverso habilita la recuperación de motivos, decorados y actores de películas del pasado -en este caso Michael Keaton, el Batman/Bruce Wayne de las películas de Tim Burton- y su interacción con los actuales, como si se tratara de desempolvar antiguos muñecos y hacerlos interactuar con los nuevos en el juego infantil (no olvidemos, por favor, cuál es el principal público destinatario de este tipo de películas). La diferencia es, claro está, que el juego del niño no conoce de contratos, agendas y conflictos de derechos: el niño juega, y punto. Es así como el niño que tiene dos Batman, un He-Man y un Ken no necesita excusas para ponerlos a compartir una aventura emocionante mientras que esta operación tan simple implica, para un estudio millonario, una sucesión de piruetas narrativas, económicas y legales interminables antes de poder filmar un solo plano de dos muñecos dándose piñas. Será que la adultez es -también en estos casos- abrazar la burocracia. Existe entonces, en el Multiverso como estrategia narrativa y comercial (en esta escala de producción, indisolublemente imbricadas), una lógica de absorción y acumulación: son el niño hijo de padres ricos, engrosando su colección de juguetes. También hay una lógica de resucitación, rescatando del pasado -como en Ready Player One– un imaginario nostálgico. Pero, a la vez que señalé la continuidad señalé, también, la ruptura. Una ruptura que consiste en volver literal aquello que era simbólico. Flash no sólo rescata el pasado a través de sus actores vivos: también resucita -literalmente- a los muertos. En una secuencia de la película, los mundos que integran el multiverso entran en colisión y vemos un aluvión de rostros conocidos: entre ellos están Adam West y Christopher Reeve, resucitados en prístina semblanza con la misma tecnología que prolifera en Instagram y TikTok; un universo vasto poblado por fantasmas digitales que se reciclan borroneando ya no los límites entre lo virtual y lo real, sino entre la muerte y la vida. ¿No es una gran ironía que Flash, cuyo guion plantea la necesidad de aceptar la muerte para abrazar la propia vida, ponga tanto énfasis en recrear el rostro de los muertos? Como el blockbuster marca Spielberg, Flash es un bucle de sentido que, a la vez que critica la propia lógica de creación, la explota. Cuando Barry Allen (Ezra Miller, en un doble papel genial que le augura un enorme futuro si logra subsanar un tendal absurdo de alarmantes episodios) descubre que puede utilizar sus poderes de supervelocidad para regresar en el tiempo, no titubea en evitar el asesinato de su madre (encantadora Maribel Verdú), que mantiene a su padre (Ron Livingston, calidísimo) en la cárcel, acusado de su asesinato. La decisión de Barry provocará la fractura de su realidad, dando origen a otras nuevas -como lo explica una ingeniosa metáfora hecha con ¡fideos!- y reconfigurándola de manera irremediable. En tiempos de blockbusters donde ninguna alteración parece definitiva (y a pesar de que Flash tampoco escapa del todo a esta tendencia), el relato se atreve a postular que la apertura de posibilidades arrastra siempre la imposibilidad de una restitución: las acciones tienen consecuencias, y (parafraseando a la competencia) un gran poder, implica una gran responsabilidad. Todo esto, mientras vemos a un Nicolas Cage hecho por computadora vestido de Superman peleando contra un araña, en un cameo pensado para un nicho minúsculo. La contradicción es apasionante e interminable, por momentos tan aterradora como el verdadero villano de esta historia, el Flash Reverso: aquel que -en la ambición de controlarlo todo- termina desnaturalizándose, abrumado por el pasado. Asimismo, la mesa directiva de DC se obsesiona por incorporar hasta la última referencia, hasta el último guiño, mientras nuestro compatriota Andrés Muschietti y la guionista Christina Hodgson consiguen algo casi quimérico honrando elementos que, a esta altura, no constituyen ninguna sorpresa: la calidad de sus intérpretes, la transparencia de sus conflictos y su decisión de hacer lo correcto incluso en el contexto más adverso, porque eso es lo que hacen los héroes. De alguna manera, Hodson y Muschietti consiguen extraer de un maremágnum de referencias, inquietantes rostros digitales y algunos FX francamente garabatescos un cuento sencillísimo, coherente y con algunos momentos de lograda emoción (la voz de Rosalía como aliada en un momento clave) sobre el duelo como paso necesario para reafirmar la propia identidad y habitar el presente: al fin y al cabo, no hay nada más contradictorio que correr hacia atrás.
Algunas cuestiones extra filme, que parecen ser importantes, podrían jugar como justificación, la información que el filme presentado en la función de prensa no es la versión definitiva, podría serlo. Sin embargo, la ausencia de los créditos y una escena posterior a los mismo no modificaría el análisis sobre las casi dos horas y media de duración. Hecha la aclaración vayamos a lo importante, primero sería repetir el ruido que me produce la significación de multi-verso, en términos coloquiales “verso” se usa como engaño, mentira. En este caso hablamos de múltiples, pero es solo una apreciación particular semántica. Barry Allen/Flash (Ezra Miller) intenta encontrar pruebas de la inocencia de Henry Allen (Ron Livingston), su padre acusado injustamente de asesinar años atrás a Nora Allen (Maribel Verdú) su madre. En el mientras tanto ayuda a Batman (Ben Affleck) a salvar a bebes de una tragedia y sigue coqueteando
Finalmente, luego de años de espera, retrasos y polémicas, llega a nuestros cines Flash, la película en solitario del velocista preferido de DC. Dirigida por Andy Muschietti y protagonizada por Ezra Miller, Michael Keaton, Michael Shannon y Sasha Calle. Flash sigue las aventuras del miembro más joven de la Liga de la Justicia, Barry Allen, el cual descubre que si llega a su máxima velocidad puede afectar el espacio y tiempo, de esta manera, el héroe, intentara salvar a su madre y, por consiguiente, a su padre de su trágico destino, pero al hacerlo afectara a todo el múltiverso. Teniendo en cuenta esta idea, la película juega un papel importante en la franquicia de DC en Warner ya que permite realizar los cambios de tono y de elenco que viene proyectando el nuevo director creativo de la compañía, James Gunn, quien, según este redactor, la tiene mucho más clara en este tipo de films que Zack Snyder. Lo primero que tenemos para decir de Flash, es que sin dudas es de las mejores películas basadas en los superhéroes de la Liga de la Justicia de los últimos años, refiriéndome siempre al universo compartido, sin contar films como The Batman. El acierto de Flash es alejarse de la estética depresiva de las películas anteriores para centrarse en la aventura y teniendo, por fin, el crecimiento de personaje necesario para Barry Allen. Sobre esto, debo decir (no puedo no hacerlo) que ver a Ezra Miller en pantalla luego de salir indemne de varios casos delictivos me causa cierto rechazo, sin embargo, eso no debe afectar mi reseña, pero sinceramente creo que podrían haber aprovechado para cambiar de actor ya que el verosímil del múltiverso lo permitía. La historia de Flash es otro punto fuerte, está bien construida y los cambios del efecto de modificar el espacio tiempo son funcionales. Es por eso que los dos Barry Allen se siente completamente diferentes y no son un pastiche mutuo, eso sí, admito que, hasta el tercer acto, los dos Barry Allen son bastante infumables. Al principio tenía mis dudas del regreso de Michael Keaton como Batman, pero el veterano sigue demostrando que sabe interpretar muy bien el papel y, según mi criterio, su Bruce Wayne es de los mejores en fílmico. Sasha Calle, quien interpreta a Supergirl, es un lindo hallazgo, la colombiana se luce el tiempo que está en pantalla. El regreso de Zod se siente como una mera excusa para poner conflictos en la trama para retrasar hasta el final quien es el verdadero antagonista, algo muy bien resuelto, por cierto. Flash tiene un problema principal en tanto película y son sus efectos especiales, en algunas partes se ven bien, pero durante la mayoría del metraje se ven como efectos de hace veinte años y eso le juega muy en contra. Aviso que, al momento de hacer la reseña, la versión mostrada por Warner para la prensa argentina no fue el corte final, algo que nos lo aclararon en la sala, pero la reseña debe hacerse en base a ese corte. También le juega en contra el factor cansino del género de superhéroes que viene siendo notorio en la audiencia ya que las formulas se repiten una y otra vez sin suficiente espacio de tiempo entre películas. Ni hablar que esto hay que sumarle las series televisivas. En fin, Flash es una película decente y da comienzo a los cambios creativos de DC, que, esperemos, que singan por este camino, es decir, películas de aventuras para toda la familia y que dejen esperanza. Para dramas ya está la vida.
Voy a serles honestos, si había una película del 2023 que no me interesaba en lo más mínimo, era Flash. Tanto por su director, como por su protagonista en varios roles, como los guionistas, este proyecto estaba entre los que nunca hubiera apostado ni medio centavo (de moneda argentina, imagínense lo que vale eso). Veamos si mi nulo hype estaba justificado. La historia sucede en el Snyderverso, con un Barry Allen que se da cuenta que puede retroceder en el tiempo, factor que lo hace plantearse la posibilidad de evitar que su madre sea asesinada, y, por ende, su padre sea inculpado injustamente. Pero jugar con el tiempo y las posibilidades va a traer muchos problemas. Empecemos hablando de los dos grandes elefantes de la habitación. El cgi y Ezra Miller. El primero de ellos es paupérrimo, algo digno de Matrix 2. Y si bien se nos dijo que la versión que nos exhibieron no era la película terminada en su totalidad, tengo que juzgar lo que vi y no la promesa de lo que puede ser. Así que quizás este apartado si se arregle, porque si no, estamos ante material para muchísimos memes. En cuanto a Ezra Miller, sacando que salvo aquella vez donde nos hizo creer que era buen actor (Tenemos que hablar sobre Kevin), nunca me convenció ni como actor, y mucho menos para el rol de Barry Allen. Imagínense tener que verlo por partida doble; y para colmo, siendo participe de casi todos los gags de la película; algo que claramente no puede hacer y, por ende, muy pocos chistes terminan funcionando. También es una pena que la mitad de la película ya se haya filtrado en redes. Y no, antes que alguien me acuse de andar cazando spoilers, no lo soy (de hecho, ni tengo Twitter); pero desde el momento donde el propio director se encarga de develar la mayor sorpresa que tenía Flash, mal vamos. Así que, en este sentido, espero que hayan esquivado todos los spoilers posibles. En líneas generales Flash no es mala. Como dije, no esperaba nada, y no me aburrí viéndola. Pero tampoco creo que la vuelva a ver. Ya sea por lo intrascendente que es en el género más allá de un poco de fanservice (que ya dejó de ser novedad hace años), o por lo que me genera el actor principal; seguramente no me acuerde de ella para fin de año.
Es sin dudas una de las mejores del mundo DC sino la mejor. Andy Muschietti como director y Cristina Hodson como guionista(junto a Joby Harold), con el protagónico de Ezra Miller redondearon una historia de superhéroe con muchas escenas de acción, pero fundamentalmente hicieron el retrato de un joven vulnerable, quejoso, virgen, azotado por la desgracia, con quien identificarse emotivamente, cosas que generalmente no ocurre en las historias de este género. Ya en el comienzo del film todos son problemas parea Flash, porque además de sus dramas, se siente explotado en el trabajo y mal reconocido, como el segundo de Batman. Aunque se luce en un rescate de bebés increíble. Pero luego con la necesidad de probar que su padre preso es inocente y no mató a su madre, se meterá en otros universos donde lo esperan oscuridades, el despertar de un villano superpoderoso ( poco explotado Michael Shannon), una convivencia inesperada, y un Batman nuevo que es hasta capaz de explicarle la teoría de las cuerdas con unos fideos. Hay un momento que entre acción y efectos especiales el espectador no entrenado en seguir a estos personajes puede marearse. Hay que entregarse al devenir, que todo se resuelve con varias sorpresas y cameos. Más los chistes que introdujo Muschietti para los espectadores argentinos. Miller es un protagonista magnífico, con su aspecto físico y una entrega sin límites que le permite ir desde el humor a la desesperación y que lo hace un flash identificable e inolvidable. Muschietti es un director que maneja con seguridad también este género: aplauso, medalla y beso.
Los creadores de mundos fantásticos habitados por superhéroes encontraron en la idea del multiverso la solución a la mayoría de sus problemas. Es tan flexible, utilitaria y pragmática esta fórmula que prácticamente le da sentido a todo, porque en principio hace que todo sea posible. Marvel y DC encuentran cada vez más coincidencias en este punto. La primera gran aventura solista en el cine de Barry Allen como Flash tiene esa impronta. Era inevitable que algo así ocurriera. En parte porque el multiverso se puso tan de moda que nadie quiere abandonarlo, porque de lo contrario habría que rendir un examen de originalidad inalcanzable para muchos. Y en parte porque a este gran personaje de DC, cuyo poder extraordinario se apoya en una velocidad de movimientos mayor a la de cualquier otra especie que habita la Tierra, le resulta muy fácil poner en marcha gracias a esa dinámica infinita la inmensa maquinaria del multiverso. Más lejos que cualquiera de sus pares y por sus propios medios. Esta última cualidad es lo único que diferencia a esta película de la más reciente aventura del Hombre Araña. Aunque forman parte de universos de ficción diferentes (Flash es DC y nuestro héroe barrial arácnido es Marvel) ambos comparten una peripecia bastante parecida. Recordemos que con la ayuda inestimable del Doctor Strange, el joven estudiante de ciencias Peter Parker quería volver el tiempo atrás para no enfrentar las consecuencias de un hecho desgraciado. Lo mismo, pero por las suyas, hace ahora el químico forense Allen. Lo mejor es evitar que lo malo ocurra (en el caso de Flash, la muerte violenta de la madre de Allen y la acusación de asesinato contra el padre) y para eso hay que reescribir la historia. El riesgo es alterar la secuencia de las cosas de tal manera que todo lo imprevisto pueda ocurrir y las puertas del caos no tarden en abrirse. Y con ellas la aparición de otras realidades, otros mundos y otros yo. Algo así le ocurre a Allen, que al duplicarse potencia la ansiedad, la agitación, las tribulaciones y las neurosis que lo caracterizan cuando está solo. Al desdoblarse, esos rasgos de personalidad se multiplican y llegan a extremos inconvenientes como el de verbalizar casi maniáticamente buena parte de lo que ya entendemos desde la imagen. Ezra Miller, un actor intenso, también aporta a su personificación de Allen algunos de los problemáticos rasgos de conducta que hace tiempo le complican la vida. Pero esto es una película y Barry Allen lucha del lado del bien junto a un equipo (el de la Liga de la Justicia) que suele dejarlo solo frente a situaciones de peligro extremo. Eso no le impide escuchar los consejos de su antiguo mentor Batman, que en este escenario de universos múltiples muestra más de una cara. Michael Keaton no es el único de los viejos Encapotados de Ciudad Gótica que reaparece aquí y su relajada presencia aporta algunos de los mejores momentos del relato. La aventura de Flash (como le ocurre al todavía más inmaduro Hombre Araña) es la de un muchacho común devenido superhéroe mientras trata de crecer, asumir responsabilidades y aceptar los primeros golpes duros de la vida. Nuestro compatriota Andy Muschietti entiende este dilema y lo vuelca a una historia que mezcla secuencias espectaculares con unos cuantos episodios domésticos. Empezando por el protagonista, los personajes son tratados por el director con cariño, comprensión y un bienvenido espíritu humorístico. Esta mirada se apoya en las páginas originales de los cómics de DC que Muschietti parece haber leído en gran cantidad y a conciencia. De ese espíritu surge una película grande en tamaño y con gigantescos recursos de producción que el realizador argentino maneja con apreciable seguridad y destreza mientras se deja llevar al mismo tiempo por los cantos de sirena del multiverso. Con semejante tentación es mucho más probable, como ocurre aquí, caer en algunos excesos y desarreglos. Allí aparece, por ejemplo, el colosal despliegue de efectos digitales que funciona por momentos como un fin en sí mismo, puesto al servicio de una celebración visual reservada para fans (con imágenes icónicas o deseadas de tiempos pasados) o de algunas batallas espectaculares y a la vez tan confusas como el papel que desempeña en la historia el retornado general Zod (Michael Shannon). Subordinarse a los mandatos del multiverso trae estas consecuencias. Afortunadamente, Flash las aligera con un espíritu lúdico que alcanza su máxima expresión en la escena final y en el infaltable bonus track posterior a los créditos, con chiste futbolero incluido.
Hay momentos muy divertidos en Flash, la nueva película de superhéroes del Universo Extendido de DC, que dirigió el argentino Andy Muschietti. Hay varios Batman, se ven varios Superman y hay no uno, sino dos Flash. Y tiene un comienzo, los primeros 20 minutos, que son como para no quitar la vista de la pantalla. Hay buenos gags en los diálogos (el del “baby shower”, cuando hay bebés cayendo en el aire y Flash debe salvarlos de una muerte segura). También hay un par de cameos -uno de ellos realmente impensado-, y el propio Andy Muschietti aparece con un pancho en la mano. Y están los guiños a Independiente: el mate -y el termo del Rojo- se ve, no tanto como cuando Stephen King lo tomaba en It: Capítulo 2, antes de los 15 minutos, y en la escena postcrédito hay otra referencia. Pero, desafortunadamente hay un pero. Por un lado, esta Flash llega un poco tarde, porque ya vimos a tres Spider-Man juntos en una película, y la sorpresa se pierde, y por otro el Multiverso y las realidades paralelas, bueno, ya dejaron de ser una novedad hace rato. El Batman de Ben Affleck, y el de Michael Keaton En ese arranque confluyen Flash, el Batman de Ben Affleck y hasta la Mujer Maravilla. Son escenas de acción, de persecuciones rodadas con brío, con un montaje que no lastima los ojos, sino que permite observar cada detalle y que hacen esperanzar al espectador como pocas veces pasó con una película de DC. Luego, llega el Multiverso. Barry/Flash tiene un trauma: de niño su madre Nora (la española Maribel Verdú), que canta Pedro Navaja murió asesinada en la cocina de su casa mientras preparaba la pasta y su padre (Ron Livingston) había ido al super a comprar una lata de tomates. Pero la Justicia entiende que el asesino fue él, las imágenes de la cámara de seguridad del supermercado no permiten verlo a él con claridad, para que le sirva de coartada. En el presente, Barry/Flash comprende que podría correr más rápido que la velocidad de la luz hacia el pasado y, sin mayor interacción, por consejo de Batman, resolver el asunto de la lata de tomates. Que se haga la salsa para la pasta, y listo. Por supuesto que no saldrá como él lo preveía: termina alterando el pasado. Entre otras cosas, no hay metahumanos, se queda varado junto a su otro Yo, un Barry adolescente un tanto ganso, y hasta Eric Stoltz sigue siendo Marty McFly en Volver al futuro… La referencia al filme de Robert Zemeckis no es gratuita, y hay también a otras películas, sea desde posters (El origen, de Christopher Nolan; V de Vendetta, todas de Warner Bros.) y hasta, claro, Al filo del mañana, la de Tom Cruise. La película sirve para entender cómo Barry se convirtió en Flash por accidente, a partir de una tormenta y un rayo que le dio sus poderes, esos que le posibilitan al poner los brazos en posición extraña correr a ultravelocidad, o también atravesar paredes, como Harry Potter en la estación de trenes. Pero ahora sin Fuerza de velocidad, porque al volver a pegarle el rayo, se los quitó y los tiene su otro Yo y, para más, el General Zod (Michael Shannon) llega a la Tierra buscando a Superman y para realizar su famosa Terraformación, los dos Flash se reunirán al Batman que sí existía (Michael Keaton) para, con otra superheroína, tratar de salvar al mundo. Y ahí el Batman de Keaton, que tiene con el mismo traje y el batimóvil del filme de Tim Burton, explica lo que a tantos espectadores confundió del Multiverso con un plato de espagueti. En fin, Flash es divertida, sí, pero no novedosa.
Al momento de comprar la entrada bajen considerablemente las expectativas porque el contenido del film no está a la altura del hype sobredimensionado y artificial que se creó en una oficina de Los Ángeles. Se suponía que los cadetes de marketing que operan para el estudio, disfrazados de comentaristas de cine, tenían que difundir una reacción positiva de la película, sin embargo la terminaron por convertir en la gran “obra maestra del género de superhéroes” y “la mejor producción de DC de los últimos 30 años”. Elevaron a un nivel demencial la exageración al punto que el material que se presenta en las salas no es compatible con la mentira que vendieron en las últimas semanas. Describir a Flash como una obra de Andy Muschietti es un despropósito ya que se trata de una película sin alma, intervenida, manoseada y manipulada por el estudio Warner, cuyo rodaje se desarrolló durante un período caótico de la compañía a raíz de los cambios de management. Muschietti perdió el control creativo del proyecto desde el momento en que le impusieron el casting de Supergirl, las nuevas raíces latinas de Barry Allen e infinidades de problemas que algún día tal vez lleguemos a conocer en detalle. En esencia Flash no es otra cosa que una sitcom anclada en la nostalgia añeja donde la fantasía de los cómics ocupa un segundo plano. Si celebraste el Thor de Taika Waititi, aplaudiste Guardianes de la Galaxia 2 y te descostillaste de risa con el Shazam de Zachary Levi es un acto de coherencia que te encante este estreno y está perfecto. En ese caso no puedo aportar mucho más en la reseña. Sean felices y disfruten los pochoclos. Para el resto, tengo un par de cosas que expresar al respecto. Dentro del casting que Zack Snyder escogió para la Liga de la Justicia Ezra Miller siempre fue la opción más cuestionada. Tiene que ver con su estilo de interpretación. El modo en que transmite los diálogos y sus expresiones faciales generan una incomodidad absoluta porque la composición del personaje apunta a retratar al superhéroe como un ser patético y pusilánime. Inclusive por momentos hasta da la impresión que padece algún tipo de desequilibrio mental. Lejos de atenuar esta cuestión en la película de Flash no tuvieron mejor idea que potenciar esos rasgos con una veta mucho más cómica y el resultado es fatal. Miller interpreta dos versiones del personaje principal y la nueva es peor que la anterior. La primera hora es la más complicada y como mencioné en mi reacción inicial tuve que hacer un esfuerzo para no abandonar la sala porque la pasé horrible. No es divertido ver a Barry travestido con las ropas de una anciana o corriendo desnudo por las calles como un imbécil. Miller se pasa de freak y genera un rechazo permanente con su patética sobreactuación y el modo en que maneja la comedia y las situaciones melodramáticas. No está mal que esta clase de películas tengan humor pero en este caso lo llevan a un extremo que termina siendo tedioso. Hacia el final intentan crear un momento emotivo con la madre del protagonista (pobre Maribel Verdú) que califica entre las secuencias más incómodas que se registraron en una producción de Warner de los últimos años. El primer alivio llega con una escena de acción que distrae al relato de la estupidez e incluye al Batman de Ben Affleck. Lamentablemente el actor tiene una intervención muy limitada y enseguida se toma el palo como si expresara “ya me quemé una vez con esto, ahora que Michael Keaton levante el muerto”. Tras el primer acto fatídico entonces llega San Michael para ponerle un poco de onda al espectáculo pero tampoco puede hacer milagros. Un regreso donde por momentos sobrevuela el fantasma del Luke Skywalker del episodio 8 de Star Wars. El tema con la explotación tóxica de la nostalgia es que por más que suene la melodía de Danny Elfman y Keaton se ponga el traje de Batman vos no vas a tener nueve años otra vez y Warner tampoco puede replicar el fenómeno cultural de 1989. Fuera del contexto de la obra de Tim Burton en este argumento al personaje se lo percibe como un sapo de otro pozo y no ayuda para nada que tenga que interactuar de manera forzada con la versión hermanos Farrelly (con vómito incluido) de Flash. Pese a todo, Keaton le saca agua a las piedras con su labor y consigue que puedas completar el visionado, más allá del cierre bochornoso que le dan a la participación de Batman. El supuesto “gran regreso” deja sabor a poco. Sasha Calle por su parte compone una adaptación libre de Supergirl y en su primera aparición reparte más piñas que Henry Cavill en todas sus intervenciones como Superman. No encuentro un argumento sólido para objetar su labor donde por lo menos le aporta al personaje la dignidad que brilla por su ausencia en la interpretación de Miller. Cabe resaltar que la heroína no tiene chance de aportar nada significativo en el relato y es utilizada como un elemento decorativo. Hace unos años se estrenó Spiderman: No Way Home que trabajaba un concepto similar y también contenía un primer acto complicado donde también estaba presnete la trillada explotación de la nostalgia. Sin embargo la aventura que ofrecía era mucho más llevadera. Una debilidad enorme de Flash es la ausencia de un antagonista notable o interesante que genere tensión en el conflicto. Michael Shannon en piloto automático no aporta nada como el General Zod y termina muy deslucido y la idea que Barry sea su propio enemigo resulta pobremente ejecutada. Por otra parte, la desidia creativa con la que se aborda el Multiverso es abrumadora como si los realizadores no hubieran sabido que hacer con ese concepto. De hecho, la gran batalla final, que por cierto no podría haber sido más genérica, tiene lugar en un desierto mundano donde los héroes combaten a un grupo de kriptonianos maléficos. No deja de ser una curiosidad que DC le puso más dedicación y cariño a la miniserie televisiva, Crisis en las Tierras Infinitas, que hicieron con dos mangos. Luego intentan compensar todo con una secuencia artificial de fan service donde le rinden homenaje a las grandes glorias audiovisuales de la franquicia que parece un material eliminado de Space Jam 2. Ya no se trata de valorar una película por una historia creativa y conceptos de fantasía bien desarrollados sino de aplaudir cameos bobalicones en CGI que no son otra cosa que tapa baches burdos de mercadotecnia. Inclusive ese apego a la nostalgia añeja en la que se estanca el film por momentos termina siendo depresivo y queda la sensación que esta es la película de Flash que se merece la cultura geek de la actualidad. En lo referido a la puesta en escena los efectos especiales son bastante pobres con secuencias de CGI que parecen haber sido realizadas en el 2002. Dentro de este campo técnico las peleas de Supergirl son las más afectadas y se contraponen a las de Batman que al no depender del artificio digital quedan mejor paradas. Flash tampoco es la peor película de superhéroes que vimos en los últimos años pero demanda paciencia ya que tiene un inicio complicado y el último acto es un caos. En última instancia la experiencia también depende de cómo conectes con el estilo de humor que proponen los ejecutivos de marketing de Warner que fueron responsables de esta producción. Para sufrir menos mi recomendación es entrar a la sala una hora después de iniciada la función. La otra opción es llegar temprano, te tomás un café y le pides a un empleado del cine que te avise cuando entre Keaton en escena y de ese modo el espectáculo se hace más ameno. La buena noticia es que Flash es tan intrascendente en su contenido que James Gunn, la última bala de plata que le queda a DC, puede reiniciar la franquicia otra vez sin problemas. Aunque después de ver esta película creo que el único material decente que vamos a encontrar en el futuro surgirá únicamente de las producciones animadas. DC necesita encontrar un equilibro y salir de los extremos. En un par de años pasamos de la depresión bucólica de Snyder a la idiotez radicalizada que primero implementó Marvel. Si sos muy fan de este personaje (mis condolencias) y entendés que Mark Waid no es una línea de calzado deportivo hay que tomarse con calma el estreno y esperar a que algún día llegue una representación más digna. Por el momento John Wesley Shipp, el protagonista de la serie de 1990, retiene la corona como el mejor Barry Allen live action de todos los tiempos. Que les sea leve.
ACLARACIÓN IMPORTANTE: Normalmente suelo aclarar cuando hago una reseña sobre una película de DC Comics que al ser muy fan puedo no ser del todo parcial. Ahora redoblo esa afirmación, diciendo que en Flash soy amigo de su director y que colaboré en una etapa inicial del proceso creativo. Flash es el sueño de un fan de DC. Voy a ser muy polarizante en esto, si no te gusta Flash, no te gusta DC. Es un film que balancea muy bien los últimos 10 años de cine de la compañía (arrancando por Man of Steel, 2013) y que culminan aquí en lo que es un punto de inflexión para lo que viene. El balance también se encuentra en la nostalgia y el fan service, ya que se siente por momentos como una película ochentosa en fórmula (y en referencias). Asimismo, también en el humor. Ya que posee bastante, sobre todo en el primer acto. Y esto en lo particular no es algo de lo cual yo soy fan ya que prefiero a este tipo de films más solemnes, pero aquí está muy bien insertado dado a cómo fue presentado y escrito el personaje en sus apariciones anteriores. Y cuando tiene que ser serio, es serio. Y hablando de fórmulas y actos -y tratando de no caer en spoilers- lo que amo de este film es que rompe las reglas formuláticas de una película de superhéroes en lo que tiene que ver con villanos y clímax. Solo diré eso. Andy Muschietti demuestra su versatilidad y capacidad de pasar del terror a este género en apogeo. Le da su impronta y sus planos característicos. Imprime de alma y sentimientos a un film que lo necesitaba. El tronco es la relación madre/hijo, el acto heroico y el sacrificio. Todo eso se consigue con creces. En lo actoral se destaca fuerte. Ya que Ezra Miller (y aquí bajo ningún punto de vista se opinará sobre la vida privada del actor con detrimento hacia su trabajo tal como otros profesionales lo han hecho), la rompe en su doble papel cargado de matices. La revolución tecnológica para que pueda interactuar con otra versión de sí mismo es formidable. Y obviamente hay que dedicarle su párrafo al co-protagonista de este film: Michael Keaton en su regreso como Batman 30 años después. Un hombre que siempre dijo “I’m Batman” cada oportunidad que tuvo y que repite aquí en una de las tantas secuencias fan service. El tiempo ha pasado para el personaje y no es el mismo que en 1992, pero su esencia está. Sus muecas, gestos y miradas. Es el “elemento” clave para terminar de darle estatus a la película. Por su parte, Sasha Calle nos brinda una Supergirl diferente a la de los comics y se apodera de cada escena. Te deja con muchas ganas de más. Maribel Verdú es la clave del film. Y consiguió lo que Andy se propuso: que nos importe aquella relación de madre e hijo. Que sea tangible ese cariño. Ben Affleck se despide por la puerta grande de su Batman/Bruce Wayne con el encapotado en su versión más comiquera. Sigo manteniendo que es el mejor Batman live action hasta la fecha. Y en su acotada aparición, Michael Shannon también está a la altura, al igual que el resto del elenco. ¿El CGI? Ese es uno de los temas más controversiales. Hay un par de secuencias que no están a la altura de lo que hemos visto que es posible en estas superproducciones. Pero estamos hablando de segundos en un film de dos horas y media. Hay una saña por demás con esto. El resto es maravilloso y me encantaría hablar de las sorpresas y demás, pero obviamente no puedo hacerlo. Flash es un film-evento. Un relato épico multiversal que hará descontrolar la mente de los fans e incluso llorar de emoción a más de una persona. Sin duda alguna, nos encontramos ante una de las mejores películas de superhéroes de la historia y en mi ranking personal: top 3. ¡Gracias Andy!
Reseña emitida al aire en la radio.
Se sabe que el cine de superhéroes está en franco declive. Los dos bastiones del género, Marvel y DC Comics, están siempre a la búsqueda de una nueva historia o vuelta de tuerca para devolverle el esplendor a ese tipo de películas. Así que la labor que le habían encargado los estudios DC al director argentino Andy Muschietti (‘It’, ‘It capítulo II’, ‘Mamá’) era titánica. No sólo tenía que crear un hit de taquilla sino también una película que reinicie todo el universo, para que la franquicia no se detenga. Y vaya que con ‘Flash’ lo logró. La película protagonizada por Ezra Miller toma elementos del cómic de edición limitada ‘Flashpoint’ de 2011 y presenta nuevamente al personaje de Barry Allen (Miller), que ya había aparecido fugazmente en ‘Batman vs. Superman: El valle de la Justicia’’, de 2011; ‘Escuadrón suicida’, de 2016, y ‘La liga de la Justicia’, de 2017. Y mientras en ‘Batman vs. Superman...’, Flash aparece para dejarle un inquietante mensaje al Batman encarnado por Ben Affleck, en ‘Flash’ trabajan de manera mancomunada: el hombre murciélago lucha contra el crimen y Barry usa su velocidad para salvar vidas en casos extremos. ES POR AHI Hasta ahí todo parece ir bien. Pero en su vida de civil, Barry sigue obsesionado con poder sacar de la cárcel a su padre (Ron Livignston), quien está injustamente encarcelado por el asesinato de su madre (Maribel Verdú). Como sus esfuerzos en el Departamento de Criminalística de Central City no son suficientes para lograrlo, no tiene mejor idea que utilizar la speed force para viajar a través del tiempo y salvar a su madre, evitando su muerte. Pero, lamentablemente para el ansioso, sensible y atolondrado Barry, no todo lo que brilla es oro, más bien todo lo contrario. Es difícil -por no decir imposible- brindar detalles sin spoilear la película porque el recurso del viaje temporal -con la distorsión de tiempo y espacio que eso trae aparejado- hace que todo sea posible, incluso que haya dos Barrys y dos Batman. Ya en el extenso trailer con que se promocionó el filme se supo que Michael Keaton (que interpretó a Batman en 1989, dirigido por Tim Burton) vuelve a ponerse el traje acá, pero a lo largo de ‘Flash’ hay más cameos nostálgicos, regreso de villanos conocidos (como el malvado Zod interpretado por Michael Shannon) y la introducción de la ascendente Sasha Calle como Supergirl. También hay pistas sobre cómo puede seguir la historia, que seguramente los fanáticos no dejarán pasar. Es por eso que todo el tiempo la película se siente como el homenaje que Muschietti quería hacerle a las películas de superhéroes, conectando con su propia infancia pero satirizando también ese mundo, hasta con algunos toques bizarros pero sin faltarles el respeto a los puristas del género. El humor es una constante a lo largo de la película, como así también la emoción. Hay altas dosis de emotividad, momentos en los que Miller realmente se luce, de manera que la empatización con el hombre de traje carmesí está asegurada, amén de los problemas con la ley que tuvo el actor en la vida real y por los cuales casi se queda afuera de la película. Claro que el despliegue visual es magnífico -sobre todo en la recreación de ese multiverso creado por el cruce de líneas temporales, que es espectacular-, pero lo más destacable de ‘Flash’ es que le devuelve el corazón a un género que últimamente venía decepcionando.
Es raro y contradictorio lo que sucede con Flash, porque nos deja la sensación de que estamos ante una película atípica y arriesgada del Universo Extendido de DC (con ciertas licencias que la diferencian del resto de películas de superhéroes) y, a su vez, la sensación de que es más de lo mismo, ya que se apoya en los habituales giros de fórmula. El argentino Andy Muschietti en la dirección demuestra estar a la altura del personaje que aborda, y demuestra tener mucha cintura para lidiar con Ezra Miller, el actor principal, al que prácticamente se le entrega la película, porque Flash es exclusivamente de Miller, quien encarna a un Barry Allen/Flash complejo y divertido, con capacidad para hacer, simultáneamente, de dos Flash distintos. El tema de la película es el viaje en el tiempo y sus indeseadas consecuencias. Flash quiere volver al pasado para evitar la muerte de su madre (Maribel Verdú) y evitar, también, que su padre (Ron Livingston) vaya preso. Pero Batman (Ben Affleck) le advierte que esa alteración del pasado traerá consecuencias graves. Sin embargo, Flash desobedece el consejo y realiza el viaje al año 2013, provocando el estallido de un multiverso caótico y peligrosísimo, con el que, entre otras cosas, aparece el General Zod (Michael Shannon) para liquidar todo. En el pasado, Flash se encuentra con Barry de ese año, justo el día que adquiere los poderes. Por lo tanto, tiene que llevar al joven Barry al lugar donde sucedió la caída del rayo que le dio el poder para no alterar ese aspecto de su historia. Pero ya es tarde, Zod está en la Tierra y quiere a la kryptoniana Kara Zor-El, la Superchica (Sasha Calle), prima de Superman, quien está prisionera en Siberia. En el mundo alternativo en el que se encuentran, Superman aún no nació. Es decir, están en un mundo en el que no existe la Liga de la Justicia, y Flash no tiene a quién recurrir. Aunque está Batman, y no cualquier Batman, sino el Batman que para muchos es el mejor: el interpretado por Michael Keaton, quien, ya viejo, se calza de nuevo el traje del detective justiciero de ciudad Gótica para ayudar a Flash en la lucha contra Zod, lucha a la que se suma Superchica. Las paradojas temporales están diseñadas con un CGI (imagen generada por computadora) que esta vez luce como de mala calidad, quizás porque la película asume el punto de vista de Flash, quien ve el mundo de otra manera. El viaje al pasado para arreglarlo y luego volver al futuro es, en realidad, lo que se disfruta. Es decir, es el vivir de nuevo el pasado lo que Flash más quiere, porque quizás allí está la clave de su vida y su posible felicidad y salvación. Es muy destacable el trabajo de Ezra Miller, quien compone un personaje entre complejo y distendido, con momentos en los que se divierte (el Barry joven tiene una risa particular y contagiosa) y momentos en que se lo ve ajustado al guion. En la imperfección, en el riesgo, en la complejidad y en todo ese juego con actores y actrices que encarnaron a los superhéroes en el pasado, está el fuerte de Flash, una película dificultosa e interesante, con momentos brillantes y otros opacos, pero siempre ofreciendo el mejor espectáculo posible.
Por lo general solemos complejizar demasiado una cuestión tan simple como que las películas nos gustan o no. Puede abrirse el juego a cualquier tipo de análisis y exploración acerca de los porqué de nuestras sensaciones, pero al fin de cuentas la alineación subjetiva que se logra con la inmersión de uno en un filme termina triunfando o cayendo derrotado devastadoramente ante cualquier tipo de lógica que se le intente imprimir a nuestras experiencias. El problema puntual con «Flash» es que resulta muy difícil pensar en otra película con tantas razones claras para que a una gran mayoría no le guste. Cuanto menos se haya visto en trailers y en internet, más chances hay de que algo te atrape. Por lo que un proyecto con un marketing multimillonario ya tiene un poco las de perder. Aunque también entran a jugar en ese momento los detalles: sin dudas la presencia estelar de Michael Keaton repitiendo su papel como Bruce Wayne en las «Batman» de Tim Burton es un gran llamado de atención hacia la audiencia, pero luego su rol tiene que satisfacer fans que llegan con expectativas. En este caso regala buenos momentos y sorprende un poco que se haya vendido tanto la película desde su presencia cuando se trata más bien de un papel algo satelital. Lo bueno es que al centrarse más en Flash que en Batman se permite que el centro dramático de la cinta recaiga sobre un protagonista que logra entretener y conmover. Lo malo es que este es Ezra Miller, quien insiste con redimensionar el término «canceladísimo» bailando al borde de lo criminal. Las grandes fortalezas entonces de una trama totalmente repleta de giros, vueltas y complicaciones son en primer lugar que está en manos de un director como Andy Muschietti que busca casi que primero y principal entretenerse a él mismo. En segundo lugar, pero no por ello menos importante, es que se trata a grandes rasgos de una adaptación de una de las historias más importantes de la era moderna de comics. Esta adaptación cambia innumerables detalles, pero no solo logra mantener una interesantísima aventura sino que a la vez mantiene intacto el centro emocional que sirve como motor de toda la trama. La emotividad que hereda de «Flashpoint» y el insistente humor (la mayoría de momentos en los que funciona bien) que le imprime Muschietti forman una experiencia realmente pochoclera con bastantes risas escudadas por algún que otro lagrimón. El mayor problema lamentablemente para esta «Flash» es que una porción bastante grande de la potencial audiencia ya decidió su veredicto antes de sentarse a verla, pero además que otro porcentaje no tan menor de gente termine durante la experiencia viéndose incapaz de conectar con ella como toda persona dispuesta a ver realmente una película debería hacer. La calidad de los efectos por computadora son siempre un gran síntoma, pues «Jurassic Park» no podría bajar de ser una muy buena película por más malos que fuesen sus efectos ni puede una mala película salvarse por más excepcional sea su CGI, pero aún así es inevitable que audiencias hoy en día se sienten en una sala como desafiando a la peli a que «se los gane» en lugar de entregarse con honestidad a una propuesta. Esto se hace mucho más difícil cuando también se sabe que se trata de una producción con décadas de problemas infinitos, es protagonizada por un actor problemático al punto que el planeta entero le suelte la mano y se asemeja demasiado al desfile de cameos que resultan varios de sus pares. La realidad es que «Flash» atenta ante la inmersión de su audiencia y es resultado más de sortear o ignorar sus problemas que otra cosa. Pero a pesar de haber muchas razones por las que «Flash» no está ni cerca de ser excelente, terminó con los encantos suficientes como para caer bien a los pocos con suerte para ser capaces de permitírselo.
De todo lo último que ha lanzado DC contra al ruedo, The Flash es de lo mejorcito que ha hecho. Cuando es emocionante, emociona. Cuando es divertida, es hilarante. Cuando es heroica, te moviliza. Hay mucho amor para estos héroes que Andy Muschietti plasma en pantalla, aún cuando a veces los recursos se queden cortos – ejem… CGIs mediocres y algunos cameos metidos con calzador, solo para sacarle una sonrisa a los fans -. El elenco es muy bueno – quizás Michael Shannon va en piloto automático, como incómodo de volver a estar en este universo como el general Zod – y la música te saca una sonrisa. Y aún con todo eso, a The Flash no le alcanza para recibir una medalla. No tiene nada que ver las locuras de la vida real de Ezra Miller – estamos muy lejos de ese ambiente y somos menos puritanos; solo queremos ver un filme para divertirnos -, sino cierta cosa de consistencia. Ok, este filme lo escribieron los mismos de Spiderman: De Regreso a Casa y saben como ser divertidos, épicos y serviciales con el público, pero quizás tenga que ver con Muschietti como director. Una pulida final, mas seguridad con los efectos especiales, reconocer cuando la comedia es excesiva… o quizás el punto (sin querer entrar en terreno de spoilers) es que toda la aventura es innecesaria. No hay ese sentimiento de satisfacción de que el héroe ha vencido todos los enemigos / obstáculos que se han interpuesto en su épica sino que es solo una triquiñuela rebuscada que no termina de solucionar nada… siquiera la identidad del asesino de la mamá de Barry Allen o los motivos de semejante homicidio. Aún con toda la mala fama que tiene, Ezra Miller es un actor de la hostia. En The Flash tiene todo el tiempo del mundo para lucirse como debe. No solo es payaso sino emotivo, y en su búsqueda de enmendar el pasado – detener el asesinato de su madre, probar la inocencia de su padre – encuentra sus mejores momentos. Aun en la secuencia final es imposible que a uno no se le escape una lágrima. Quizás el prólogo es innecesario – pero, bueno, siempre hay que hacer lucir al héroe salvando a inocentes aún cuando Evan Peters haya hecho algo similar (y con mucha mas gracia) en los filmes finales de los X-Men -. La única utilidad es probar que, cuando Flash se pasa de rosca, puede ir a tanta velocidad que puede pasar la barrera del tiempo. Mientras que eso es un clásico del personaje – y la serie con Grant Gustin lo ha usado hasta el cansancio y con mayor verosimilitud -, nunca ha quedado muy claro cómo este tipo puede elegir día, mes y año del pasado / futuro donde desembarcar. Para Gustin era una simple ventana, pero acá inventaron una cosa llamada la Cronosfera donde el velocista puede ver miles de lineas de tiempo alternativas con CGIs hechos con una Commodore 64 – para los que se reían del bigote borrado digitalmente de Henry Cavill en Liga de la Justicia, esperen a ver esto -. ¿Qué tanto costaba pegarle una mejor pulida, entregar la película unos meses mas tarde o camuflarlo con un blur lo plástico que se ven los habitantes de la Cronosfera?. Como Miller se ve como un pendex vuelve a un pasado alternativo donde él tenia 18 años y su madre estaba viva. Claro que existe otro Barry – su versión adolescente de esa época – así que debe interceptarlo a tiempo, tomar su lugar y después ver qué corno hacer. Para colmo llega en el momento justo en que el general Zod ha dado con la Tierra y quiere capturar a Superman para sacarle el código genético de los kriptonianos aparte de terrarreformar el planeta para convertirlo en Kriptón – si, todo ese bolazo con que se despachó Zack Snyder en El Hombre de Acero -. Pero en esta versión del universo Superman no está, tampoco el resto de la Liga de la Justicia, y a lo sumo tenemos a un Bruce Wayne jubilado y ermitaño – Michael Keaton; aplausos de pie, por favor – que usa toda su parafernalia tecnológica para ayudar al viajero en el tiempo. Ni ahora ni antes nunca Keaton se sintió como un Batman creíble: es bajo, no tiene físico, no es imponente. Pero lo que tiene Keaton es esa aura de inteligencia, pensamiento rápido y suma expeditividad que lo hace un Batman implacable. Acá precisa muchos efectos y muchos dobles pero es brutal peleando, y eso es lo que uno espera del Hombre Murciélago. Tres cuartas partes de la audiencia va a ver el filme solo para reencontrarse con el veterano héroe de su niñez y no van a salir decepcionados. Quizás hay demasiado fan service – los latiguillos de “vamos a volvernos locos” o “yo soy Batman” – pero, rayos, ¿cuando vimos a un prócer del cine volviendo a interpretar el rol de su vida después de varias décadas?. ¿Sean Connery en Nunca Digas Nunca Jamás?. Este Batman planea, es heroico, y pelea duro. Y cuando va a rescatar al alienígena que los rusos han atrapado, tiene de sobra para lucirse. Como la historia está cambiada, no hay Superman sino su prima Kara Zor-El. Wow, si alguien merece sobrevivir la purga del DCEU es Sasha Calle, que es sexy, elegante y salvaje, y está criminalmente desperdiciada. Su historia merecía una película para ella sola. Acá exhibe furia y compasión, es mas badass que el mismo Cavill y es dificil no hacerse fan de la latina. The Flash no es la super película que sacudirá los cimientos del género. Tiene su cuota de cosas excelentes, otras discutibles, pero a lo sumo no deja de ser un entretenimiento superior a la media con mas ritmo que coherencia. Es mucho mas divertida que Black Adam o la última de Shazam, Muschietti funciona como un James Gunn lite que precisa un poco mas de fogueo para mantener los tonos en las medidas justas (al menos sabe como hacer épicas las entradas de los personajes a la historia). A veces todo es muy cómico – Flash siempre fue de los superhéroes mas descontracturados que tiene la DC -, y a veces hay demasiadas cosas en el aire que no se puede manejar con el equilibrio que se precisa, caso del romance con Iris West. La serie de Grant Gustin ha usado este tema – basado en la novela gráfica Flashpoint – y siempre ha sido mucho mas coherente, tomándose todo el tiempo del mundo para construir la épica, medir las consecuencias y los conflictos morales del héroe, y obtener un desenlace formidable. Pero acá han hecho una versión resumida de Flashpoint, tomaron el esqueleto y, por las limitaciones del formato, al ir a las apuradas no pueden obtener todos los méritos que debiera, reduciendo la épica a un puñado de personajes en versiones alternativas. Así como está es light, divertida, épica y emocionante, pero no termina por ser redonda.
Anunciada hace ya nueve años, la pronunciada dilatación no menguó las expectativas de la platea más fiel. “The Flash” se perfiló como una de las novedades más esperadas de la temporada 2023. Sin embargo, podría decirse que el personaje más rápido del mundo comic llegó con retraso a las salas. El argentino Andy Muschietti dirige una desmesurada adaptación del cómic “The Flashpoint”, llevando a la pantalla grande una película repleta de polémicas, idas y vueltas. Finalmente, la semi historia de origen con acción, humor, aventura y drama familiar cobra heterogénea naturaleza e impostergable realidad. El multiverso DC vuelve a acaparar toda la atención de sus más acérrimos fans. ¿Qué puede sorprendernos de una película de superhéroes? A la velocidad de la luz, entre bucles temporales y necesarias paradojas viaja el despropósito, en el mejor de los sentidos. Un caos absoluto reina en dos horas y media de pura acción. Presto a desandar nuevos caminos fuera del género del terror, Muschetti, de ascendente trayectoria en el cine angloparlante, concibe su pieza cinematográfica más ambiciosa. Un humor rápido e inteligente acompaña la lógica sentada. El director honra la personalidad de los personajes aquí retratados, con guion bajo la responsabilidad de Christina Hodson (reconocida por “Bumblebee”, “Aves de presa” y “Harley Quinn”). La dupla creativa se rodea de un opulento cast: Ezra Miller, Michael Shannon, Ben Affleck y Maribél Verdú son algunos de los muchos rostros conocidos que desfilan delante de la lente. Al corte de cada plano aguardan más cameos, sorpresas y guiños por doquier, porque la nostalgia es un detonante, como parte de una narrativa en donde abundarán referencias a la cultura popular ochentosa. Efectos de CGI reciben de brazos abiertos a un Batman que resurge de las cenizas. La vuelta al pasado no exime el guiño nostálgico de Michael Keaton. Secuencias llevadas al live action sientan la tónica de cómo hoy debe lucir un film de superhéroes. Con gran ojo para crear postales cinematográficas de blockbuster, Muschetti sabe bien dónde conducir sus designios. La manufactura grandilocuente le sienta perfecto. “Flash” es un festín visual para rellenar agujeros: efectos especiales resuelven secuencias cien por ciento digitales. A la parafernalia técnica se acopla, con acierto, la siempre efectiva banda sonora compuesta por el histórico Danny Elfman. Camino a dirigir “The Brave & The Bold”, la nueva película de Batman, el realizador de “It” nos impacta con un suculento crowd pleaser.
Finalmente estamos en el cierre de una etapa del universo DC, donde el estudio parece estar decidido (con James Gunn a la cabeza del cambio) a revitalizar sus productos y alinearlos de forma de recuperar terreno y público, elementos que vienen siendo esquivos y a que deben ser atendidos, si queremos que la contraparte de Marvel siga en camino. Dentro de ese concierto, «Flash» es el botón de reinicio. O algo parecido. Las películas de superhéroes vienen sucediendose hace ya muchos años y ese recorrido ya ofreció varios intérpretes para mismos roles, por los que los dos gigantes de la industria han decidido activar los botones de «multiversos» para de esa forma dinamitar lo establecido y poder plantear nuevas historias con nuevos planteles. «Flash» de Andy Muschetti es la elegida para poner punto final a un puñado de títulos de DC que oscilan entre aceptables («Wonder Woman», «Man of Steel») y de regulares para abajo («Black Adam», «Shazam»). Si bien es cierto que formalmente todo terminará para esta atapa con la nueva de Aquaman a fin de este año, los hechos en este título abren la posibilidad de explorar y reconstruir un nuevo universo, a la medida de lo que el estudio espera. Dicho todo esto, debe decirse que «Flash» es un film aceptable, divertido, bien resuelto desde lo narrativo y sólido en las actuaciones. Sus lados flacos están centrados en el CGI de la cinta, que se encuentra por debajo de lo esperable y que enturbia el cierre del film, aunque no lo suficiente para apagar la correcta experiencia cinematográfica vivida. Conocemos ya a Flash (Ezra Miller) por su participación en títulos anteriores y aquí lo vemos como un adolescente jugando a ser superhéroe. No lo hace mal, pero no se siente valorado por su rol en la Liga de la Justicia. La cuestión es que accidentalmente, descubre que por su velocidad, puede transportarse en el tiempo y eso abre la posibilidad de salvar la vida de su madre, quien años atrás fuera asesinada en circunstancias extrañas. El volver al pasado crea una paradoja temporal en la cual (al igual que en «Back to the future») pueden coexistir dos versiones de sí mismo. Al retornar al momento previo al ataque, logra salvar a su madre, pero el precio que paga es muy alto. Se encuentra varado en otro tiempo, su otro yo es un adolescente al que le cuesta ponerse en tema, y para variar, la Liga no existe como él la recuerda. Las dos versiones de Barry (gran composición del intérprete) buscan a algún héroe que los ayude y logran encontrar a Batman, quien en este universo y tiempo, es nada menos que Michael Keaton. Este Bruce Wayne es muy carnal, está viejo y perdió el norte, pero no el fuego. Keaton es un gran actor y al calzarse la capa de vuelta nos damos cuenta que 30 años, no es nada. Así es que este power trío buscará ahora al Kar-El (Superman) para resolver una amenaza compleja que se avisa en el horizonte, pero en cambio encontrará a su prima, por lo que se ve que este espacio está trastocado y funciona diferente al que habitaba el original Barry. Un villano que vuelve, es el que asusta a este mundo: y es nada menos que el general Zod (Michael Shanonn), quien regresa con un rol que ya diera resultados en «Batman versus Superman» (2016) y aquí viene a destruir a nuestra querida Tierra, como ya intentó en otra oportunidad. Y en otro universo, digamos. Los dos gemelos (Barry x 2, digamos) junto a esta versión de Batman y a la Supergirl de Sasha Calle (¿dónde estará Clark Kent?) deberán detener este ataque y reestablecer cierto orden, mientras el Flash original intenta volver a su tiempo, sin cambiar demasiado lo que ya se modificó… La peli está llena de homenajes, momentos locos (la secuencia del derrumbe del edificio con los bebés, el encuentro inicial de los dos Barry, la batalla contra Zod del final) y algo de emoción (en tono familiar y en relación con los padres del héroe). Muschetti entiende bastante de climas y ofrece una trama simple y honesta, aunque flaquea en la resolución técnica de algunos tramos que le han valido críticas duras. Sí, tienen cierto asidero. La CGI desbarranca al final y hay ciertos desaciertos en la composición de los personajes que desfilan, ofreciendo imágenes que no está a la altura del la película. Pero no debe ser utilizado como el gran argumento para bajarle el precio a la producción. Afecta, pero el resultado final es aceptable y el público sale de sala conforme. No es la mejor película del universo DC ni mucho menos, pero tampoco es un fiasco. Se deja ver y nos abre la puerta para un nuevo ciclo de films que seguramente, serán más interesantes que los que hemos visto. Está James Gunn al frente de la faz creativa de ese espacio así que confianza, me sobra.
¿PARA QUÉ TANTO VIAJE EN EL TIEMPO? La respuesta a la pregunta del título de este texto podría ser doble y, en ambos casos, simple, sin muchas vueltas. Por un lado, en Flash, el superhéroe se propone viajar en el tiempo para salvar a su madre, que fue asesinada, y evitar que su padre sea inculpado por el crimen y encarcelado. Por otro, DC Studios y Warner necesitan de ese viaje en el tiempo para alterar la realidad diseñada inicialmente bajo el mando de Zack Snyder y que James Gunn, junto a Peter Safran, reseteen un universo que parecía ya no tener razón de ser. El problema es que, más allá de lo discursivo, eso no lo terminamos de ver en un tanque correcto en su ejecución, pero, al mismo tiempo, poco renovador. No es que el film de Andy Muschietti no se esfuerce por ser algo distinto y darle un lavado de cara al universo de DC y a su propio protagonista. El relato busca otorgarle un mayor espesor dramático a Barry Allen, convertirlo en algo más que ese joven que era una máquina de hacer chistes -muchas veces bastante esquemáticos- en Liga de la Justicia y Batman vs Superman: el amanecer de la justicia. Por eso la exploración de su pasado marcado por la pérdida, su presente marcado por la melancolía y la decisión de viajar en el tiempo, que luego tiene consecuencias desastrosas, ya que se altera la realidad y las diversas líneas temporales que la componen. Y también el retorno de las encarnaciones de Batman de Ben Affleck y Michael Keaton -este último mostrando un oficio que lo convierte posiblemente en lo mejor de la película-, más la presentación de Supergirl (Sasha Calle) en ausencia de Superman. Todo para construir una trama que combina el drama personal con los dilemas morales alrededor de las implicancias de ciertas decisiones que pueden cambiar (o no) el destino de las personas. Pero esa disposición de conflictos, personajes y situaciones, aunque pertinente, es concretada casi como un trámite administrativo, sin una verdadera convicción narrativa que potencie la empatía del espectador. Más que un relato, lo de Flash es una acumulación de eventos encadenados, donde lo que se impone es una discursividad un tanto obvia, algunos chistes efectivos y guiños a una platea que encuentra solo lo que espera encontrar y no mucho más. Todo es excesivamente predecible en la película de Muschietti, que no encuentra la forma de sacudir las expectativas y se limita a contar la trama central -que no deja de ser bastante consistente, aún con sus idas y vueltas- sin apartarse de los caminos más seguros, para así poder agradar a la mayor cantidad de gente posible. Por eso lo que vemos no es muy distinto de otras películas de superhéroes y el diseño audiovisual no puede evitar ser un tanto chato: ahí tenemos, como claro ejemplo, esa dimensión donde se cruzan los distintos universos y posibilidades, que es terriblemente artificial y muy poco atractiva. De hecho, la puesta en escena de Flash no se diferencia demasiado de lo dispuesto previamente por Snyder. No hay verdadera épica -por más que se quiera repensar el camino del héroe y hacerlo interactuar con nociones grupales-, el drama no conmueve –a pesar de todas las pérdidas y tragedias que se ponen en juego- y la comedia es básica, incluso en sus momentos más logrados. Solo hay esfuerzos visibles por hacer confluir esas variables, pero esa remarcación es la que precisamente atenta contra su propósito. Todo luce forzado y lo que queda entonces es un film meramente transicional, que cimenta algunas bases para ir hacia otro lugar (narrativo, estético, temático), del cual hay pocas pistas. Otra vez, DC vuelve a ofrecer promesas hacia un futuro todavía difuso, mientras el presente continúa siendo anodino. Flash no está mal, pero está lejos de ser una película fundante o de quiebre, como quieren instalar algunos, especialmente James Gunn. De hecho -y permitiéndonos la obviedad-, se pasa demasiado rápido y es difícil que quede en la memoria del espectador.