La revolución puede ser un acto solitario La tarea que se autoimpone Godard Mon Amour (Le Redoutable, 2017) más que difícil es directamente imposible: nada menos que retratar la metamorfosis de Jean-Luc Godard de fines de la década del 60/ comienzos de los 70 de cineasta avant garde a militante político full time. ¿Por qué el proyecto está condenado al fracaso desde su génesis? Debido a que el francés -entre tantos otros artistas y figuras populares claves- constituye una de las cumbres innegables del zeitgeist de aquel período caracterizado por el auge del hippismo, la contracultura, el pacifismo y las manifestaciones pro derechos civiles encabezadas por una juventud radicalizada como nunca se había visto y como nunca más se volvería a ver desde entonces. Cualquier intento en pos de examinar el abandono rotundo del mainstream por parte de Godard siempre caerá en el terreno de lo limitado, anecdótico y/ o esquemático, especialmente teniendo en cuenta la misantropía y el afán crítico hiper impiadoso del señor. Aclarado el punto anterior, ya el mismo hecho de que Michel Hazanavicius, responsable de las interesantes El Artista (The Artist, 2011) y La Búsqueda (The Search, 2014), se decidiese a analizar el tópico genera algo de simpatía por ese encanto difuso que despiertan las causas nobles/ perdidas. Hoy el asunto está encarado desde la perspectiva romántica que ofrece la relación de Godard (Louis Garrel) con Anne Wiazemsky (Stacy Martin), quien se convertiría en su segunda esposa en 1967 luego de la separación de Anna Karina de 1965. El mismo Hazanavicius escribió el guión a partir de las memorias de Wiazemsky, una actriz precoz que se hizo conocida a los 18 años gracias a su legendario debut en el séptimo arte, Al Azar Baltasar (Au Hasard Balthazar, 1966), bajo la dirección del genial Robert Bresson, y que a posteriori desarrollaría una carrera de manera entrecortada con opus a cargo de distintos realizadores como Pier Paolo Pasolini, Philippe Garrel y André Téchiné. Se podría decir que el trabajo de Hazanavicius es relativamente digno y cubre todos los sucesos fundamentales de la etapa: las reacciones negativas que genera La Chinoise (1967), primer indicio de la militancia maoísta de Godard y primera colaboración profesional con Wiazemsky, la participación del director en los acontecimientos del Mayo Francés de 1968, su decidida intervención en la suspensión de la edición de ese año del Festival de Cannes, la fundación junto a Jean-Pierre Gorin del colectivo artístico maoísta Grupo Dziga-Vertov, su pelea con Bernardo Bertolucci, al cual acusa de traicionar sus ideales marxistas por seguir filmando historias bajo el manto narrativo burgués, y finalmente la actuación de Wiazemsky en The Seed of Man (Il Seme dell’Uomo, 1969) de Marco Ferreri, circunstancia que deriva en un episodio de celos por parte de Godard, su supuesto intento de suicidio y un largo y lento camino hacia la separación definitiva del dúo, la cual llegaría recién en 1979. En una jugada entre polémica y sumamente naif, Hazanavicius emplea el dispositivo tradicional godardiano para retratar este devenir romántico/ social de lo más agitado, lo que implica que a lo largo del metraje tenemos “intervenciones artísticas” vía juegos varios en el montaje, la fotografía, la música, los intertítulos, los movimientos de cámara y el voice-over, un planteo formal que desde ya está vaciado de la efervescencia ideológica de antaño y apunta más a ese típico homenaje -algo vacuo y oportunista, es cierto- que pulula en el cine de nuestros días. Considerando el generoso bagaje de impedimentos de todo tipo y prejuicios con los que se toparía la película a priori, la verdad es que Hazanavicius se las ingenia para salir bien parado mediante una simpática catarata de detalles autoparódicos, antojos demenciales y diálogos cargados de jerga revolucionaria que intentan quitarle el velo al “misterio Godard” para dejar al descubierto diversos rasgos de su personalidad. Así las cosas, y por obra del maravilloso desempeño de Garrel y Martin, tenemos el Godard que abandona la narración clásica para abrazar la retórica experimental (en sus ojos equivalía a renunciar a un mainstream que lo estaba sofocando y volcarse a la libertad creativa absoluta que prometía el indie europeo de aquellos años), el que quería articular su arte con la posibilidad concreta de llevar a cabo una revolución social (su idiosincrasia solitaria y nihilista lo conduce a sabotearse de manera cíclica ante casi cualquier trabajo de impronta colaborativa), el militante en favor de los movimientos estudiantiles y obreros de los 60 (la paradoja es que despreciaba en general a sus fans, justo como los universitarios lo terminaban despreciando a él por su carácter egoísta y su discurso político contradictorio y cada vez más enrevesado) y el Godard amante que siempre rozaba la misoginia (la paranoia de los celos y sus ausencias caprichosas se unificaban a una idea del matrimonio vinculada a la posesión lisa y llana que habilitaba el maltrato y la crueldad cuando lo considerase necesario, ya que las mujeres -según su óptica- en esencia son adictas a autovictimizarse). Previo a los “años video” de la segunda mitad de los 70, el mediocre regreso a la palestra internacional de los 80, su mega proyecto Histoire(s) du Cinéma de los 90 y su segunda vuelta al candelero con Elogio del Amor (Éloge de l’Amour, 2001) y la excelencia posterior, Godard Mon Amour nos presenta un retrato liviano aunque atrapante de una etapa de transición de una figura mítica del cine, la cual estaba dejando atrás el éxito de la gloriosa revolución artística que sobrevino con Sin Aliento (À Bout de Souffle, 1960), Una Mujer es una Mujer (Une Femme est une Femme, 1961), Vivir su Vida (Vivre sa Vie, 1962), El Soldadito (Le Petit Soldat, 1963), Los Carabineros (Les Carabiniers, 1963), El Desprecio (Le Mépris, 1963), Alphaville (1965), Pierrot, el Loco (Pierrot, le Fou, 1965), Masculino Femenino (Masculin Féminin, 1966), Made in U.S.A. (1966) y Dos o Tres Cosas que yo sé de Ella (Deux ou Trois Choses que je sais d’Elle, 1967), para finalmente orientarse a una revolución fallida en la praxis cuyos dos primeros exponentes fueron La Chinoise y Week End (1967), esta última funcionando como la despedida del período de oro de su carrera…
Si algo quedó claro en El Artista (2011) es que Hazanavicius solo es capaz de contemplar una relación ingenua entre contenido y estilo. Ante el dilema de cómo filmar una historia sobre el pasaje del cine mudo al sonoro parece elegir, como si fuera un obvio deber, que la forma de su película simule la de una silente que luego adquiere sonido. Así convierte el estilo en una cualidad gratuita, soportada solamente por la literalidad discursiva con que aborda su tema. El tema ahora es Jean-Luc Godard o, mejor dicho, la mirada de Anne Wiazemsky sobre el realizador. Pero en fin, Godard se lleva toda la atención. A la manera de un publicista que maneja referencias estéticas para armar su producto, Hazanavicius utiliza lo que entiende como estilo godardiano. Se trata de un compendio de recursos de desrealización de la ficción con los que va condimentando esta comedia de puesta en escena convencional y descartable sobre una mujer que está de novia con un imbécil. No se trata de hacer una defensa de Godard ante una posible injuria, o de considerar cualquier relato sobre su vida como algo intocable por el cine. A Godard hay que criticarlo, y si se puede haciendo cine. El suizo declaró que esta película era una idea muy estúpida y sus realizadores corrieron a poner la frase en el afiche, tal vez porque para Hazanavicius el cine de Godard sea, como dicen algunos de los personajes que habitan el film, “una cosa bella y llena de libertad”. La frase peyorativa utilizada en el poster sería entonces otro acto godardiano libre, y hasta incluso rebelde, frente a ese Godard, triste, amargado, demasiado serio, muerto. Desde ya que es una no-lectura del cine de Godard. Como buen publicista, el director de Godard Mon Amour considera que en sus películas hay un estilo definible y que como tal puede tomarse prestado, readaptarse, como un molde para jugar. Al igual que en El Artista, la forma es un hecho absolutamente separado del contenido, un agregado. Y si en esa película la nostalgia se daba por el pasaje de una forma de hacer cine a otra nueva, en Godard Mon Amour lo que parece lamentarse es que el director no haya realizado más películas en el estilo de Sin Aliento (1959), que serían desde su punto de vista menos comprometidas, románticas para con el cine y más divertidas. Obviamente la perspectiva parece la de un estudiante de cine que todavía no descubrió la relación existente entre la primera etapa de la nouvelle vague y el cine clásico norteamericano. La idea del cine americano es inexistente, con lo cual lo único oponible a la (discutible) etapa maoísta de Godard es la superficie Pop de sus primeras películas. Entonces Godard se comporta durante todo el metraje como un burgués ingenuo, al que siempre se le rompen los anteojos en medio de los enfrentamientos de mayo de 1968. Aquí no hay nada de la angustia generacional burguesa que se veía en las películas de Eustache o (Philippe) Garrel. Esos films, a los que se les podría encontrar un síndrome suicida como regodeo trágico, al menos surgen del temperamento de aquella generación. Hazanavicius se comporta como un joven estudiante de cine que descubrió frases de Pasolini sobre los burgueses de Francia y creyó ver oro. Lo que se termina retratando es un ser bastante despreciable y egocéntrico, cuya visión política está atravesada por una confusión que habla más mal de él que de una utilización de las contradicciones como proceder político. Estamos ante una película anti-política, donde la militancia es una enfermedad ridícula que conduce al vacío y la muerte, una que no se lamenta y que no representa caída alguna. Para Anne parece ser simplemente lo que fundamenta la separación con este loquito egoísta, y para Hanavicius es tal vez lo mismo -pero con el agregado de que también resulta un poco tierno, porque es un genio y le tenemos cariño. La evidente crítica a la utilización del cuerpo femenino como objeto queda obsoleta, además de que parece no entenderse lo deliberado de ello como operación política en las películas de Godard. Así sucede en el momento en que notamos que todo el film se subordina por completo a la sombra de su figura, que de sostenerse como se propone, debería ser secundaria y operar sobre el personaje de Anne, permitiéndole estar en el centro. Al adaptarse a eso que entiende como estilo godardiano, no solo lo separa de su política; también se despoja a Wiazemnsky de su subjetividad. Finalmente la cuestión queda clara: Anne es la minita que escribió el libro que sirve para pasar un buen rato con las divertidas aventuras del Maestro.
Basada en el libro de Anne Wiazemsky, ex esposa del director Jean-Luc Godard, la película muestra bajo su mirada la crisis creativa, existencial y la convivencia que atravesó junto al exponente de la nouvelle vague después de la filmación de La Chinoise (1967), la película con la que conoció el rechazo y se vio frustrada una gira en China. El realizador Michel Hazanavicius retrata el mundo que mejor conoce, el cine, a través de una época de cambios y transiciones tanto en el ámbito afectivo del director de Sin aliento como en el convulsionado ambiente social francés de los años '60. Esto funciona como la excusa ideal para que Godard, mon amour deje planteado el juego del cine dentro del cine en primer plano, donde surge la inclasificable y salvaje personalidad del realizador encarnado por Louis Garrel, que tras su fracaso asegura que “sólo se salvan las comedias de Jerry Lewis y El Gordo y el Flaco”. En su retrato de más de cien minutos y, al igual que Godard, Hazanavicius rompe las reglas clásicas de la narración: hace que los personajes hablen a cámara; que Godard camine hacia atrás: invierte la imagen a negativo y hasta la pareja protagónica se queja de los desnudos en el cine cuando ellos están como Dios los trajo al mundo en su propia casa. Pero el motor de la propuesta es la historia de amor entre el creador vanguardista y contestatario y Anne (la fragilidad bien capturada por Stacy Martin), la flamante y joven actriz con la que más tarde se casaría para conocer las luces y las sombras del amor. Este es un filme ideal para los estudiantes de cine o para aquellos cinéfilos que todavía conservan el espíritu rebelde de los años '60, ya que no se trata de un biopic convencional. La película hace foco y desenfoca, acercando a un creador bohemio que supo enfrentar aun sin sus clásicos anteojos (todo un símbolo) a las barricadas policiales a pesar de haber cumplido los 40 y de no mostrarse muy cómodo con las palabras de admiración de sus seguidores. Estructurada en capítulos, y con un trabajo que se aleja de la emoción (salvo en el último tramo teñido de un momento más dramático), la propuesta elige un tono distante y por momentos casi documental, mientras respira el celuloide de una época lejana donde la revolución era una de las constantes.
En varias entrevistas Michel Hazanavicius, ganador del Oscar por El artista, habló maravillas de Godard y dijo que todo cineasta le debe algo a él. Sin embargo, tras ver su más reciente película, lo primero que aparece es mucho resentimiento y ganas de burlarse del pasado del impulsor de la nouvelle vague. El film está basado en un libro de memorias publicado en 2015 por Anne Wiazemsky, quien fue la protagonista de La chinoise (1967) y que poco tiempo después se convirtió en la segunda esposa del realizador. La película arranca bien, en un tono de comedia de enredos, con Louis Garrel luciéndose en su personificación de un Godard de 37 años que parece salido de las primeras películas de Woody Allen. El fracaso de crítica y público de aquel film emblemático de su etapa maoísta, la explosión del Mayo Francés y la obsesión del cineasta por entender, acompañar y fomentar aquel espíritu revolucionario conforman ese panorama inicial. Lo que podría haber sido una película sobre un personaje y una época se transforma en un ajuste de cuentas con la idea de bajarlo del pedestal en el que muchos cinéfilos lo mantienen. Pero la irreverencia es aquí más una postura que una realidad. Lo peor no es solo lo caricaturesco del retrato de Godard, sino que la mayoría de las escenas no funciona en el terreno de la sátira en el que está planteado.
El lado oculto de un icono del cine El director de El artista no le teme a Monsieur God Art y lo muestra pasar de la felicidad mientras filmaba La chinoise al aislamiento progresivo, tanto artístico como personal. Y lo hace de un modo entretenido, glamoroso y no demasiado riguroso. ¿Quién le teme a Monsieur God Art? Muchos. Dado el carácter de tótem cultural que la secta de Los Godardianos ha erigido para el realizador de Pierrot le fou en el curso del último medio siglo, el hoy nonagenario Jean-Luc Godard se convirtió en intocable. Como suele suceder, de esas alturas lo bajó una ex. No necesariamente despechada en este caso, ni tampoco una que recuerda con ira, sino alguien que pasó tres años a su lado, que lo quiso, que además de sus fulgurantes epigramas, audaces reflexiones teóricas y hermosos travellings laterales conoció también sus malos humores matinales, sus maltratos a más de un semejante, sus tendencias asociales. Se trata de Anne Wiazemsky, recordada protagonista de La chinoise (1967) y cinco films posteriores del suizo más famoso, que se convirtió en Mme. Godard antes incluso del estreno de La chinoise, y lo fue durante tres años. Hasta que tomó coraje y le dijo adiós. Fallecida en setiembre del año pasado a los 70 años, Wiazemsky, reconocida escritora desde el momento en que dejó el cine (mediados de los 80), recogió en un dueto de novelas la vida que vivió junto al autor de Vivir su vida. Las novelas son como espejos: la primera, Une année studieuse, es de 2012, narra su encuentro y plena felicidad con Godard, y no tiene traducción al castellano. La siguiente, Un an après, tres años posterior, hace centro en la abismal corrosión de la pareja, y Anagrama la editó con el título Un año ajetreado. Le redoutable, la película de Michel Hazanavicius que hoy se estrena en la Argentina con el título Godard mon amour, toma un poco de ambas, en particular de la segunda de ellas. Redoutable quiere decir temible, y refiere doblemente al hoy casi nonagenario cineasta. En sentido literal, por el carácter de cuco cultural señalado más arriba, y en sentido alegórico, en tanto en la película se alude a cierto submarino francés conocido por ese apelativo, que podría representar la batalla entre encierro progresivo y voluntad de conexión con el mundo (el periscopio del submarino) en que el cineasta se debate. Godard mon amour presenta al icono del cine moderno –asombrosamente caracterizado por Louis Garrel, que está igualito (a Godard y al actor argentino Gabriel Wolf, exmiembro del grupo Los Macocos)– en pleno rodaje de La chinoise, supervisando uno de aquellos travellings laterales con su sello. Se lo ve feliz a Godard, casi como un niño, en ese inconfundible decorado, que la película reproduce tan minuciosamente como cada detalle evocador. Es seguramente el último momento de felicidad. Convertido al maoísmo, el cineasta espera que el mismísimo Timonel abrace ese monumento de la agit-pop como a un dazibao, y lo que encuentra, en una reunión con sus mandarines, es que en opinión oficial La chinoise es una basura pequeñoburguesa, y están dispuestos a impedir incluso que la película lleve ese título. Primer globo que se le pincha a Jean-Luc de unos cuantos que lo van a hacer caer del sueño a la realidad. Ese trayecto constituye uno de los ejes de la película escrita y dirigida por Michel Hazanavicius, el de El artista. Como se sabe, un año después de La chinoise Francia estrenó una película aun más célebre: mayo del ‘68. Ese es el otro punto nodal de Godard mon amour (habilísimo título local, que encadena un doble gancho dirigido al cinéfilo). Godard participó, del brazo con Wiazemsky (encarnada por la modelo Stacy Martin, que dobla en belleza a la original) de marchas, enfrentamientos con la policía, piedrazos, consignas y asambleas políticas en la universidad de Nanterre, epicentro del levantamiento. Segundo fracaso en el mundo real: el navegante insignia de la nouvelle vague es recibido con aclamaciones y respondido con abucheos, no una vez sino dos. Mientras tanto, en la calle se cruza con gente que lo saluda pero no entiende sus películas, o que las entiende pero le reclama que vuelva a hacerlas entretenidas. Haciendo pie sobre ese aislamiento progresivo, que va de lo artístico (Godard califica a todo su cine previo de “porquería”, proclama su propia muerte y se reinventa al frente del grupo Dziga Vertov, con la intención de hacer cine político) a lo personal (ruptura de su círculo de amigos, maltrato verbal a su mujer, celos, inseguridad y posesividad amorosa), Hazanavicius comete un “pecado” que no se le perdonó cuando la película se estrenó en Cannes: se permite ridiculizar a God Art, mostrándolo tan torpe que de a ratos (los más graciosos, que son varios) parece más su coetáneo Woody Allen que él mismo. Sólo los muy fanáticos no advertirán la honestidad, ética, coraje intelectual y hasta sentido del humor (son sus últimos escarceos en ese terreno) que la película rescata de él. Como sucedía con la vituperada El artista, Godard mon amour es lo que el cine ya raramente es: una película muy entretenida. Entretenida, glamorosa (esos rojos-fuego y azules eléctricos hipergodardianos, en vestidos y tapizados) y no demasiado rigurosa (narradores en off que aparecen y desaparecen, miradas a cámara, entretítulos godardianos, citas a sus películas y juegos de palabras que también). En cuanto a la posible misoginia en el retrato de una Wiazemsky que observa como escolar @da a su ídolo-marido, sin saber qué decir, habrá que tener en cuenta que la película se basa en un libro de la propia Wiazemsky. Será cuestión de leerlo y comparar.
No es una biografía del cineasta franco suizo, definido por el director y guionista Michel Hazanavicius (“EL artista”) como la “nouvelle vage” en si mismo. Es un acercamiento a un talentoso y revolucionario cineasta, que después de sus tres primeras y festejadas películas, realiza una cuarta no bien recibida, “La chinoise” (luego revalorada como siempre ocurre), con una joven actriz de l9 años, 20 años mas joven que el director, que se transformara en su esposa. Y es la autobiografía de ella (Anne Wiazemsky) en la que se basa Hazanavicius. En esa relación y en la enorme influencia del mayo francés, corren los años l967 y 1968, donde Godard interviene, discute, saca conclusiones, cuestiona, y es rechazado, abucheado, se enoja con amigos como Bertolucci, se cuestiona como siempre su propia profesión. Caprichoso y único, fiel a si mismo, confundido y enredado. Todavía le quedan por hacer obras maestras. Una mirada sobre un creador que sigue dando que hablar a sus 87 años, capaz de hacerle un desaire doloroso a Agnes Varda (ver “Vissages villages”), y de decir que esta idea de película es, como era de esperar de su juicio, “una estúpida, estúpida idea”. Porque ningún creador es totalmente asible, porque su cabeza inquieta y creativa nunca será totalmente comprendida, este film vale para un momento específico donde el artista entró en un estado de confusión. Con una magistral interpretación de Louis Garrel, vale la pena embarcarse en este entretenimiento irónico y, aunque no parezca, respetuoso de una mente excepcional.
Mi Amigo Godard Louis Garrel interpreta de manera inmejorable a Jean-Luc Godard en Godard, mon amour (Le Redutuable, 2017), pequeña biopic que narra el momento más angustioso en la vida del director. El bajón artístico luego de sus obras emblemáticas, la esposa de 19 años y su obsesión por pertenecer al movimiento revolucionario francés, dan cuenta del instante en el que el creador de la Nouvelle Vague perdió el horizonte artístico. Michel Hazanavicius (creador de la controversial ganadora del Oscar, El Artista (The Artist)) presentó en el 70 Festival de Cannes Godard, mon amour, película basada en el libro de Anne Wiazemsky, ex esposa de Jean-Luc Godard. El film toca costas argentinas gracias a Les Avant Premiere. Gran jugada de la muestra francesa al traer una película que, de varios modos, humaniza al autor más creativo y venerado de la época. Francia, 1967. Sin aliento (À bout de soufflé,1960), Band Apart (Bande à part,1964) y El desprecio (Le mépris,1963) ya habían pasado. El mayo francés prometía contagio revolucionario a todos los jóvenes universitarios. La historia entre el realizador francés y estos acontecimientos es, de por sí, conocida; Godard se ve impregnado por este movimiento y decide hacer La Chinoise (1967), obra infravalorada en su momento. Lo que nos revela Hazanavicius junto a Louis Garrel en el protagónico, es hasta qué punto se vio afectado el francosuizo por el rechazo a esta producción, la cual más tarde, como suele pasar, también sería tenida en cuenta por la crítica. Tal vez sus tres primeras icónicas películas pasaron muy rápido y con mucho éxito. Lo cierto es que Godard, mon amour no deja de ser un material para acercar la figura a los jóvenes estudiantes del cine, con el fin de conocer el pasaje más polémico y confuso en la vida del cineasta. Todo sumado al talentoso actor de Los soñadores (The Dreammers, 2003), quien logra reconstruir hasta la voz del autor de Alphaville (1965). “Me gusta el movimiento, no la parte estudiantil del movimiento estudiantil”, le dice algo perdido a Anne. Así de contradictorios fueron esos años donde vemos a Godard tirarle piedras a la policía, rompiendo los anteojos varias veces, siendo abucheado en las reuniones universitarias y hasta una reproducción (que puede no ser exacta) de la pelea con su par italiano Bertolucci. Todo en tono de comedia no ostentosa, hecha para que tomemos con humor el mal carácter que a veces agarraba por sorpresa hasta al mismo director. Sería erróneo tomar la película como una burla a la personalidad del realizador. Mas bien es hasta un feliz acontecimiento que se haya podido exhibir esta realización inusual, que expone el momento de más contracción ideológica de este artista. Insistimos, altamente recomendable para jóvenes recién llegados a carreras cinematográficas, para que entiendan desde qué lugar Godard hizo sus películas, tan personales como imprevisibles. ¿Lo más importante? Hazanavicius se redime luego de El Artista (The Artist) y hace un sentido homenaje en vida a una mente artística brillante, que como le puede pasar a cualquiera en este ambiente, también se quedó sin aliento durante algún momento de su historia.
Mientras lo homenajea Cannes, se estrena este film del director de la oscarizada El Artista, que recrea, con gracia, la vida conyugal -y artística, y activista-, de jean luc godard, interpretado por louis garrel. liviana, lúdica, e interesante no sólo para cinéfilos.
Hazanavicius reposa la mirada en Godard y en un momento particular de su vida amorosa y particular para reflexionar sobre la creación, el cine, y los vínculos en general. Hacer cine como hecho político, la imposibilidad de escapar de esta decisión aun creyendo que se puede, configuran algunas ideas sobre las que avanzará la narración en una película potente y necesaria.
Godard, mom amour, de Michel Hazanavicius Por Gustavo Castagna Mis disculpas para el lector de estas líneas pero recurriré a la primera persona en varias zonas de la nota. Di varias vueltas y pensé más de una vez cómo empezar estos 3400 caracteres de Godard, mon amour de Michel Hazanavicius, el responsable de ese bofe estético oscarizado llamado El artista. Pues bien: se está frente a un imbécil del cine, un cineasta de limitada capacidad neuronal para transmitir algo interesante en imágenes, una idea original, un atisbo de inteligencia por el bien de la historia del cine. Aclaro de entrada: no me molesta que ridiculice a Godard y lo muestre como un tarado, un misógino, un adolescente tardío que en una escena de sexo oral con su mujer sigue pensando sobre la importancia de la Revolución China de Mao. El problema más grave es la relectura que MH hace de aquel Godard comprometido con la política y el mundo, con el inminente Mayo Francés, con su visión nueva sobre el cine que desprecia a su etapa anterior (iniciada con Sin aliento) en medio de su historia de amor con la joven actriz Anne Wiazemsky, luego del divorciarse de Anna Karina. Justamente, este producto fílmico que parece guionado por los creadores de Rebelde Way junto a la mirada superficial de los 70 revisada por los 90 que tenía el biopic local sobre Tanguito, parte del libro de memorias de la actriz, fallecida no hace menos de un año. MH cree que recrear el mundo de Godard es copiar groseramente la textura, los colores y algunas acciones de los personajes de Pierrot, el loco, El desprecio (mostrando a Stacy Martin –AW- tomando sol desnuda como Briggite Bardot en el clásico de Godard) y La chinoise, invocar casi cinco minutos Sin aliento, ofrecer a un personaje central que parece salido de una comedia slapstick por su torpeza y, por si fuera poco, disparando frases que se convierten en aforismos políticos dignos de graffitis creados por iniciados en el tema. En fin, MH confía en que se puede transmitir el desconcierto ideológico de un burgués a pleno como Godard mostrándolo en playas paradisíacas mientras es repudiado en ambientes universitarios o se dedica a hacer chistes y decir ironías de adolescente “comprometido” con el maoísmo sesentista que tanto cautivó a la burguesía gala. Pero creo que MH no es el único responsable de semejante desmadre pseudoadolescente sobre un emblema del cine, un artista de dos siglos que aun sigue en actividad. Creo que se trata del ajuste de cuentas tardío de una buena parte de la cofradía cinematográfica francesa que desprecia a Godard, encabezada por otro cineasta menos que discreto como Bertrand Tavernier (ojo, en comparación, acabo de citar a un genio) y de un grupo de adláteres anti-Nouvelle Vague y anti-Cahiers du Cinéma que aun existen y siguen haciendo algo parecido al cine. En lo personal hubiera preferido que un irresponsable, engreído y aun veinteañero como Xavier Dolan construyera su versión de Godard en lugar del casi nulo reciclador del cine silente. Al fin y al cabo, así como Godard presenta su nuevo trabajo en estos días en el Festival de Cannes, no creo que dentro de veinte años o más la obra de Michel Hazanavicius merezca una retrospectiva. Posdata final: Louis Garrel y Stacy Martin convencen con sus interpretaciones dentro del tono dietético y lavadito que propone la película. A propósito, me gustaría conocer la opinión de Philippe Garrel sobre tan particular biopic de dos años de la vida y la obra de JLG. GODARD, MOM AMOUR Le redoutable. Francia, 2017. Dirección: Michel Hazanavicius. Guión: M. Hazanavicius sobre el libro de memorias de Anne Wiazemsky. Producción: Florence Gastaud, Michel Hazanavicius, Riad Sattouf. Fotografía: Guillaume Schiffman. Montaje: Anne-Sophie Bion, Michel Hazanavicius. Con: Louis Garrel, Stacy Martin, Bérénice Bejo, Grégory Gadebois. Duración: 107 minutos.
La mayor parte se encuentra ambientada en la década del 60 y comienzos de los 70, retratando los momento que vive Jean-Luc Godard (Louis Garrel), su relación con la sociedad y con Anne Wiazemsky (Stacy Martin), quien es su segunda esposa a partir de 1967 luego de la separación de Anna Karina de 1965. Vamos viviendo su militancia, su participación en los acontecimientos del Mayo Francés de 1968, y los problemas que trajo la suspensión de la edición de ese año del Festival de Cannes, su pelea con Bernardo Bertolucci, acusándolo de traicionar sus ideales marxistas y la actuación de Wiazemsky en “Il Seme dell’Uomo”, 1969) de Marco Ferreri, acontecimiento que trae aparejado celos por parte de Godard. Hasta un hipotético intento de suicidio. Tiempo después llegan a la separación en 1979. La cámara avanza para que apreciemos cada detalle, construyendo buenos planos en el relato, contiene mucho humor, visualmente atractiva resaltando los colores: rojos, azules, y amarillos en los objetos y el vestuario. Además cuenta con las destacadas actuaciones de: Stacy Martin y Louis Garrel. Esta película participó en la sección oficial del pasado Festival de Cannes. Además tiene todo el talento de su director francés, Michael Hazanavicius, que intenta mostrar una época y una historia de vida, algo similar como lo hizo en la película “El artista” ganadora de 5 Oscar, protagonizada por la actriz franco-argentina Bérénice Bejó, su esposa.
La cámara es como un microscopio que puede ver lo infinitamente pequeño o un telescopio que percibe lo infinitamente distante” Jean-LucGodard Para retratar al gran Jean-LucGodard, el director Michel Hazanavicius (asombrosamente ganador del Oscar por “El Artista”) toma el material del libro de memorias de la ex pareja de la época más revolucionaria del director, Anne Wiazemsky (“Une anéestudieuse”) y lo enmarca en pleno contexto del compromiso político de Mayo del ´68 para dar vida al estreno de este jueves, “GODARD, MON AMOUR” (“Le redoutable”, en el original). No solamente es un momento en que la sociedad francesa vive un punto de inflexión en lo político y en lo social, sino que en cierto modo también lo es para la propia vida privada de Jean-Luc. Se encuentra comenzando esta relación amorosa con Wiazemsky, quien fuese su actriz en “La Chinoise”, una comedia negra sobre un movimiento revolucionario de estudiantes maoístas que ha marcado un indudable y rotundo fracaso dentro de su carrera. Godard, el mismo que por pasarse horas en la Cinemateca Francesa se había involucrado y trabado amistad con cineastas como François Truffaut, Eric Rohmer, Alain Resnais o Claude Chabrol,sería también uno de los gestores de un movimiento completamente revolucionario para la cinematografía de la época y que actualmente aún sigue formando parte de la historia del cine como uno de los más trascendentes: la Nouvelle Vague. Este fue, claramente, un movimiento diferente, vanguardista y experimental con una mirada nueva, de libre expresión y de nuevas técnicas, redefiniendo la manera de narrar en el cine. Hazanavicius elige retratarlo en este momento donde luego del fracaso de “La Chinoise”, su carrera comienza a tomar un rumbo diferente, con su fuerte compromiso político como estandarte y como ese apasionamiento militante que logra teñir, inclusive, sus decisiones cinematográficas. Tan así es, que JLG se aboca a la creación de otro grupo completamente revolucionario –aunque de mucha menos trascendencia que la Nouvelle Vague- como fue DzigaVertovque tuvo como manifesto fundador de cine autogestivo al filme “Viento del Este”, que es justamente la película que se encuentra filmando cuando lleguemos al epílogo del “Godard, mon amour”. Lamentablemente, Hazanavicious no alcanza a construir un filme de una solidez tal, que haga honor a una figura de la envergadura de JLG. Si bien acierta en ciertas decisiones (uso de los mismos colores que usó Godard en esa época, momentos en los cuales las escenas están veladas, personajes que hablan a la cámara, el escenario y vestuario de la época, la división del filme en capítulos parafraseando títulos de canciones, obras literarias o frases célebres) se nutre también de otros recursos que generan un clima de desacierto casi permanente. Los fragmentos en donde irrumpe el humor son completamente disonantes con la propuesta general del filme y desafinan tanto que lo que se propone como un pequeño paso de comedia, podría terminar confundiéndose como una falta de respeto, dándole un toque inmerecidamente infantil y burlón a la figura de JLG. En la primera mitad del filme, con las imágenes con las que Hazanavicius representa alos sucesos acontecidos en Mayo del ´68, el film toma cuerpo y gana contundencia. Pero luego elige dirigir esa mirada política con un tono que hasta parece interpelar la toma de posición de JLG, sus decisiones y su militancia política. Y recién sobre el final, abandona totalmente esos pasos de comedia tan poco atinentes para ponerse serio e imprimir un tono dramático, más intimista y más reflexivo,con el que la propuesta hubiese tenido una mayor coherencia. Para armar este retrato, Michel Hazanavicius elige denodadamente dejar de lado toda la faceta de creador y pensador del cine de JLG, para sumergirse casi exclusivamente en el costado político y sentimental del cineasta, descartando lo que quizás hubiese potenciado más el interés de narrar una biografía con el marco del cine dentro del cine. Porque si bien en algunos tramos lo hace, la superficialidad con la que encara toda la propuesta es llamativa, sin dejar ningún otro rastro que se está refiriendo al gran JLG que repetir varias veces su nombre o de utilizar recursos propios de los filmes de Godard, como una funcional voz en off que va reforzando algunas de las imágenes. Y justamente el filme transcurre en ese post-Mayo ´68 en donde Godard intenta no solamente ser un artista, un creador sino comenzar a ser un militante, que va dejando atrás su intelectualidad para pasar a ser combativo: incluso su relación con la propia Wiazemsky (Stacy Martin, de “Ninfomaniac” y “Todo el dinero del mundo” que pasea su rostro y su agraciada figura por pantalla pero que no logra en ningún momento darle alma a su personaje ni dotarlo de la fuerza necesaria para darle contundencia dentro del relato) es radical en su postura, dado que ella era la hija de un político conservador. A la gélida Stacy Martin se suma Bérénice Bejo que se encuentra completamente desaprovechada en un papel prácticamente inexistente, sin textura alguna y se destaca, por supuesto, Louis Garrel (quizás sea un guiño que el hijo de Philippe Garrel –un constante evocador en su cine de la nouvelle vague- haya sido elegido para este personaje) quien logra apoderarse del phisique du rol adecuado, se mimetiza con el seseo, esa forma particular de Godard al hablar y logra imponer su presencia que hace honor justamente al título original del filme: Le Redoutable: el temible, el terrible. Y por más que Hazanavicious haga gala de su falta de inventiva para una puesta completamente chata y unidimensional para un retrato tan importante como éste, la oportunidad de mostrar lo que la figura de Godard significó para el cine y el aire que imprime Garrel en pantalla, hacen que quede alguna huella, sobre todo en el tramo final, de ese “enfant terrible” del cine francés que aún hoy con sus vitales 87 años se encuentra presentando su última película en el Festival de Cannes… Ese mismo festival que en pleno Mayo del 68, terminó anticipadamente y no pudo declarar ganadores y en el que el propio JLG tuvo mucho que ver cuando junto con Truffaut se colgaban de las pantallas para impedir que se vieran las películas, los manifestaciones estudiantiles invadían las proyecciones y se respiraba ese aire de revolución que JLG tan notablemente sigue representando.
Sin importar que se lo piense como un cineasta transgresor o uno sobrevalorado, Jean Luc Godard es uno de los cineastas más relevantes de la historia. Godard Mon Amour es la historia de una de estas transgresiones, planteando muchas preguntas sobre cuál es (o debería ser) el verdadero rol del cine. Jean Luc le fou Tras el rodaje de Le Chinoise, el cineasta Jean Luc Godard se casa con su actriz protagonista, Anne Wiazemsky, 17 años más joven que él. Ella ama su inteligencia e ingenio, él su juventud y la admiración que le tiene. Esta unión no pudo haber llegado en un momento más desafiante: el deseo de Godard de ser reconocido como un revolucionario más allá del cine. El que su película haya sido rechazada por la comunidad intelectual, y que justo se desate el Mayo Francés, no ayuda nada a la situación y menos que menos al futuro de su relación. Godard Mon Amour no es un romance ni pretende serlo. Si lo hay, no es otra cosa que una puerta de entrada, un marco de referencia sobre lo que realmente apunta a contar: un debate sobre el verdadero rol del cine. Pero no tanto el debate por todos conocido (entretenimiento o reflexión intelectual), sino el de su utilización como herramienta de manifestación política. El deseo de Godard de ser un revolucionario político es el que motoriza una gran parte de la película: veremos el repudio en respuesta como un provocador gratuito, como un frívolo, como un pretencioso. No obstante, Godard sigue adelante con esta determinación que paulatinamente lo aleja de todo: de sus amigos, de la comunidad cultural, de su público, de la mujer que ama. Las intensas peleas y el compromiso sostenido de Godard a no doblegarse es lo que le dan a la película su atractivo. También es necesario señalar las múltiples referencias a los recursos visuales de Godard a lo largo del film (en particular Vivre Sa Vie y El Desprecio, por mencionar algunas), y por otro lado, ciertos recursos utilizados de forma irónica. Por ejemplo, que los dos personajes estén íntegramente desnudos al discutir la utilidad o lo gratuito del desnudo en el cine. En materia actoral, Louis Garrel entrega una notable labor interpretativa como el legendario cineasta francés. Stacy Martin, lo acompaña poniendo el cuerpo con mucho sentimiento en más de una escena. En materia técnica, lo que es fotografía y montaje se mantiene bastante tradicional, pero es en la dirección artística donde vamos a encontrar el mayor grosor de las referencias Godardianas, particularmente en la forma que utiliza los colores rojo, azul y blanco, que curiosamente son la paleta de colores que definieron a El Desprecio. Conclusión Godard Mon Amour es una película que si bien ilustra efectivamente el deseo de un hombre de trascender más allá de la frivolidad, tiene demasiadas referencias para acceder a un público general. El verdadero debate se generará entre la comunidad cinéfila, porque estamos hablando de una narración muy tradicional sobre un cineasta que se ha distinguido por estar escapando constantemente de dicho modelo.
Basado en la novela autobiográfica “Une année studieuse” escrita por Anne Wiazemsky, quien fuera la segunda esposa de Jean Luc Godard, el filme intenta plasmar algo del orden de lo quimérico, tratando no sólo de ser una radiografía de un personaje sino una representación de su época, cambiante, expresiva y explosiva. Las contradicciones en la vida cotidiana y de relaciones, junto a sus propias debilidades, en el cuerpo de un hombre coherente y firme en su concepción sobre que es el arte en permanente evolución. Un hombre de calvicie incipiente, sin pelos en la lengua, si es que sirve la metáfora, es lo que parece haber querido retratar el director de “El artista” (2011), olvidándose de la imposibilidad de compendiar en una biopic cualquier ser humano, por más simple que su vida haya sido, sabiendo que estamos en la situación opuesta. No apunta a la criatura misantropía del entretenimiento vacuo, sino a la soledad del creador como criatura, un megalómano intelectual con complejo de inferioridad afectiva, si cabe el término. El problema es que para hacerlo el director acude a todo el catalogo de recursos narrativos y de rupturas puestas en juego por Godard, con la salvedad de que Jean Luc lo hizo casi como estandarte estético-ideológico, y el otro como un homenaje que se queda en tono de comedia. Como ejemplo los travellings laterales, acompañando a los personajes en sus caminatas citadinas sin dar cuenta de nada, pero el espectador se choca con escrituras en las paredes que no se llegan a leer. O que los personajes hagan o se instalen en exactamente lo contrario a lo que están diciendo, desnudos incluidos. Lo que resulta es una comedia por momentos divertida, y si esto sucede se debe en gran parte a las actuaciones del dúo protagónico, pues en tanto construcción y desarrollo de los mismos queda a mitad de camino, sin poder definir cuál fue su deseo. Ante la ausencia de necesidad de presentación, era de esperar una mayor profundización de los mismos en su desarrollo, así tenemos a Jean Luc Godard (Louise Garrel) en el momento del estreno de “La chionoise”, corre el año 1966, recién divorciado de Anna Karina, su primer mujer, y enamorado de su actriz, Anne Wiazemsky (Stacy Martin) casi 20 años menor que él. Todo transcurre en unos pocos años, que incluye el mayo francés del 68, donde podemos ver a Godard queriendo ser un revolucionario, (por eso el filme “La chinoise”) comportándose realmente como “un burgués pequeño, pequeño”, tal vez incauto, por momentos iracundo, celoso al extremo e insufrible. Termina siendo el retrato de un ser que en lo cotidiano es casi ignominioso, narcisista, sin la menor idea sobre que esta hablando, desde lo político, donde la militancia es una patología de una edad determinada con cura por el tiempo, sin idea como atravesarla, pero sabiendo como filmarlo y por eso todavía nos produce ternura. Algo así como cuando Roland Barthes se refirió a los cineastas que filmaban la pobreza sin conocerla. Hay una recurrencia puesta en juego permanentemente, sus anteojos y la rotura de los mismos de manera asidua. Casi parece un paso de comedia que por repetirlo se volverá efectivo o gracioso. Es mas, un personaje hasta le dice “….sin los lentes no lo reconocí”. Pero sin lentes tampoco podía ver y, según la mirada de Michel Hazanavicius, es tanto querer ser un revolucionario sin dejar de lado la comodidad burguesa, lo cual hasta se podría entender como una desazón del director de “Sin aliento” (1959). Casi al revés de lo que pregonaba Roland Barthes sobre Charles Chaplin, “…muchos podrán filmar la pobreza, Chaplin la conocía”…. Los amantes de cine, o seguidores del realizador, no quedarán demasiado satisfechos, los que nada saben de la Nouvelle Vague y sus derivaciones, sólo les resultara otra comedia pasatista.
Michel Hazanavicius escribe y dirige la adaptación del libro en el que Anne Wiazemsky narra su conflictiva historia de amor con el director Jean-Luc Godard. Godard, mon amour no es una biopic sobre el director francés, sino que bien podría ser la historia de un amor tóxico o de una pareja que empieza a quebrarse. Con el punto de vista de Anne, la actriz que se enamora del director y se va a vivir con él y se casa, Hazanavicius pinta un retrato de Godard poco amigable aunque sea, como se supone, desde la admiración. Así como el director contó en su película oscarizada la historia de un actor que fracasa con el traspaso del cine mudo al sonoro y para eso copió el estilo de aquellas películas, acá Hazanavicius juega con el estilo del cine francés de la Nouvelle vague, la nueva ola que durante la década de los ’60 comienza a aflorar. Pero mientras en El artista, más allá de la falta de inspiración, había un notable cariño hacia el personaje y esa época del cine, en Godard, mon amour apuesta a algo más parecido a la parodia. Entonces el director y su actriz ahora devenida en esposa pueden discutir desnudos sobre lo innecesario y gratuito que resulta que muchas veces los actores aparezcan desnudos en escena. El contexto nos sitúa en un tiempo posterior a que Godard realizara La Chinoise. Mientras la promociona en poco exitosas conferencias de prensa, los espectadores y la prensa no dejan de preguntarle cuándo va a volver a realizar una película como El desprecio, un tipo de cine que él empieza a considerar viejo y malo ahora que se interesa de manera más vehemente en la política y el momento que transita su país. Lo curioso de esta película es que estamos la mayor parte del relato ante una comedia ligera, con situaciones no hilarantes pero simpáticas. Y sin embargo la historia que narra es bastante agridulce, aunque recién al final se opte por un tono más dramático. Godard se presenta como un patético snob, alguien soberbio cuyas actitudes lo van alejando de sus amistades y, progresivamente, de su mujer, a quien cela a ciegas hasta acusándola de infidelidades que él se inventa. Y ella lo soporta, soporta todo, porque lo ama y porque entiende que es un artista turbado. Y además porque lo ve como alguien fuerte en sus convicciones en medio de una época de revolución. Louis Garrel es el encargado de dar vida a Godard y si bien el actor despliega gran parte de su carisma y dotes actorales su caracterización lo acerca más a la caricaturización. Stacy Martin, en cambio, aporta una dosis de frescura y sensualidad aunque parece haber nacido más apropiada para encarnar a Anna Karina que a Anne Wiazemsky. Aunque entretenida y con algunos momentos ingeniosos (como la escena en que van al cine a ver La pasión de Juana de Arco y discuten y esas líneas parecen salir de la película proyectada), al film se lo percibe algo vacío en contenido. También es entendible por qué el propio Godard desacredita este retrato, más allá incluso de que la propia Agnés Vardá en su reciente Visages Villages no haya podido dejar una imagen positiva de la persona que es su colega. Y sin embargo ahí está Hazanavicius promocionando su película, con la frase que él dijo al saber de esta producción, en uno de sus pósters: “Una estúpida idea”. Entonces, ¿cuál es el propósito de Hazanavicius? ¿Homenajearlo o burlarse de él?
Esta comedia centrada en la vida personal y profesional de Jean-Luc Godard en la segunda mitad de los ’60, cuando empieza a abandonar el cine de autor comercial para pasarse a la militancia revolucionaria, ofrece una mirada crítica y un tanto agresiva de parte de un mediocre realizador contra uno de los más grandes y revolucionarios directores de la historia del cine. Tanto pasa y tan rápido en Cannes que unos días después de haber visto esta un tanto inocente y bastante bobalicona comedia sobre la vida en pareja de Jean-Luc Godard uno empieza a recordarla, tras un par de oscuras y negrísimas películas en competencia, hasta con cierta simpatía. De hecho, si GODARD, MON AMOUR hubiese mantenido a lo largo de todo su metraje el tono zumbón de su primera mitad, en la que formalmente se homenajeaba la forma de hacer cine de JLG a la vez que se mostraba las peculiaridades de su vida personal, podía haber sido una amable banalidad. Pero luego Hazanavicious decide empezar a volverse cada vez más agresivo contra el realizador de SIN ALIENTO, criticándolo por sus posiciones políticas y sus decisiones cinematográficas a partir de la última parte de los ’60 –esa etapa en la que dejó el “cine convencional” para pasar, post mayo del ’68, a crear el grupo cinematográfico revolucionario Dziga Vertov– que la amabilidad del tono desaparece y el filme se convierte en una suerte de diatriba anti-intelectual respecto no solo al realizador sino a ciertas formas de entender el cine. El filme del director de la sobrevalorada EL ARTISTA tiene algunos puntos en común con aquel filme al tratar de remedar un estilo cinematográfico muy marcado. En aquel caso era el cine mudo y aquí son las películas de la primera etapa de Godard (la que va de SIN ALIENTO a, digamos, PIERROT LE FOU), cuando era un joven e iracundo miembro de la Nouvelle Vague, todavía más pop que político, más cinéfilo que militante. Pero el filme transcurre un poco después, cuando ya está cambiando de intereses y formas e inicia una relación con Anne Wiazemsky, una joven modelo hija de un prominente político conservador, a la que tuvo como protagonista en LA CHINOISE y que lo acompañará en esos años en que se fue radicalizando estética y personalmente. Louis Garrel imita a la perfección el acento, el seseo y la particular forma de hablar del director, a quien pinta como un intelectual combativo y caprichoso, pero también como un amante primero devoto y luego celoso y siempre fácilmente irritable. Siempre con sus anteojos puestos–capricho con el que la película hace un gag recurrente–, el Godard de Garrel (suena raro, pero es así) arranca el filme fracasando comercialmente con ese filme maoísta y empezando a enfrentar dos cambios fundamentales de época: la sensación frustrante de que a su público no le interesaba su nueva manera de hacer cine pero a la vez su fascinación y entusiasmo por los aromas revolucionarios del momento. Pero la película ocupa buena parte de su tiempo en crear gags cómicos que homenajean a las películas de JLG poniendo al propio “Godard” y a su mujer (interpretada por Stacy Martin) a hacer algunas escenas al estilo de filmes como UNA MUJER ES UNA MUJER o VIVIR SU VIDA, con los habituales juegos de voces en off y otros recursos godardianos tan originales de entonces. Pero la película transcurre una vez que esa época ya terminó en el cine de Godard, por lo que se siente un tanto desfasada y se corresponde más a la época en la que el director estaba y trabajaba con Anna Karina. Post fracaso de LA CHINOISE, Godard se pone cada vez más combativo en lo público/político y en lo personal también, peleándose con amigos, colegas cineastas, maltratando a quien se le cruza por el camino y poniéndose cada vez más posesivo y a la vez condescendiente con su mujer. La película pierde ahí esa inocencia y se va volviendo amarga. Como el propio Godard, sí, pero en vez de acompañarlo, o tratar de entenderlo en función del contexto, Hazanavicious se vuelve directamente contra él. Y es allí donde el homenaje burlón se vuelve amargo y hasta desagradable, la queja de un cineasta que es el colmo de lo convencional –como el realizador de EL ARTISTA— burlándose y maltratando a uno de los cineastas que, más allá de lo que cada uno pueda opinar sobre él, jamás dejó de hacer evolucionar, a su manera, el arte y el discurso cinematográfico. Hazanavicious lo quiere como una pieza de museo, pero Godard se le escapa y eso lo fastidia. No hay solución para ese problema. Aquí parece que la despechada no es tanto la entonces mujer de JLG sino el propio realizador.
El primer intertítulo reza “Wolgang Amadeus Godard” dejando visible que la gráfica del mismo propone una copia (suponemos que homenaje) a la utilizada por el paradigmático cineasta mentor de la Nouvelle Vague, rey de una vanguardia definitoria: Jean Luc Godard. Así, esta película que se presenta con intenciones de comedia tira sobre la pantalla un manojo de indicios cinematográficos que son todos Godardianos: primeros planos femeninos constantes y de específico encuadre, travellings de seguimiento, cortes y repeticiones , colores saturados, iluminación plana y envolvente, imprevistas imágenes en negativo, uso estilizado del blanco y negro, desnudos femeninos como imágenes fotográficas, ruptura de la cuarta pared, falso raccord, loops sonoros, y la lista continúa. ¿Es el filme un “homenaje” solo por utilizar una serie de huellas autorales que extirpadas de otras obras como hitos sueltos terminan siendo utilizadas livianamente en otro relato? Definitivamente no. Godard mon amour, creemos que pretende ser un homenaje al realizador suizo, pero la factura de la obra no deja en pie nada la idea de homenajear. Si el procedimiento más nítido como el de hacer referencia a una serie de claves del lenguaje ya se presentan como una pura superficialidad que no tiene trasfondo alguno. Y ni siquiera hay un nivel estético decoroso para tamaña referencia cinéfila. La trama en su formato de biopic narra un fragmento de la vida del ya mencionado Jean Luc, cercano a tres eventos claves sobre los fines de la década del 60: la filmación y posterior exhibición fallida de La chinoise, la relación amorosa con la joven actriz Anne Wiazemsky – autora de la novela que dispara ésta película- y el Mayo Francés cristalizado en la revolución estudiantil que toma vida parisina. Aglomera en estos años los avatares hacia su etapa de cine maoísta dejando atrás las hazañas del autor de Vivir su vida, Una mujer es una mujer, La banda aparte, Los carabineros y Pierrot el loco, entre otras. Todo el relato conduce a ver el acabose del joven cineasta: las revueltas estudiantiles del mayo francés y su participación activa, la intervención en el Festival de Cannes del 68, la creación del grupo de cineastas por la revolución “Dziga Vertov”, más la final y ya sabida separación con Anne, entre otros acontecimientos todos presentados como hechos banales de una vida superflua. Vemos en el filme a un Godard en estado de malestar constante: se ve viejo en sus 37 años. Oxidado en sus ideas creativas, decadente como intelectual y como hombre, resumiendo: un muerto en vida. La radiografía que hace Michel Hazanavicius sobre el “suizo” deja una constante sensación de desprecio y hasta despecho por la vida imperfecta de un grande, su análisis biográfico sobre el autor de Sin Aliento se basa en una crítica totalmente descalificante. Las situaciones que elije para “dejar ver” la esencia del cineasta son todas menores, vulgares, burdas llegando a terreno de presentarse como indecorosas. Lo muestra un inconsistente como intelectual, un pobre tipo que se la pasa vociferando frases de pacotilla sobre el cine la política y la vida, insolvente como orador, egoísta y envidioso como hombre, celoso hasta lo retrogrado, narcisista, posesivo y cobarde. No lo rescata con el humor ni se lo desmitifica con profundidad. Si esto fuera una parodia donde cae un ídolo que miramos con inteligencia y sagacidad el resultado sería redescubrir a Godard. Pero aquí no se hace culto y crítica del objeto parodiado sino que se lo mira en una sola dirección, sin reveses, sin matices, sin rescates. Luis Garrell con sus gafas y su seseo podría ser muy bien un típico personaje de aquel primer Woody Allen, pero hasta su actuación (buena composición podríamos decir) se transforma en una pantomima caricaturesca. Nunca lo vemos como un audaz pensador y jamás como un revolucionario. No hay ni una huella de aquel cinéfilo y cineasta que puso en marcha una de las nuevas olas del séptimo arte. Trabajó deconstruyendo un lenguaje del que cambiaría muchas reglas y del cual ha nacido una nueva forma de hacer cine. Godard mon amour parece ver tan solo a un aburrido burgués que hace películas casi a pesar de sí mismo. La película de Hazanavicius me dejó una clara sensación más literaria que cinematográfica: fue como leer una biografía sobre “José Luis Cortázar” escrita por Paulo Coelho. Por Victoria Leven @victorialeven