Propuesta polémica por donde se la mire, invita a la reflexión a partir de la búsqueda de una periodista que desea dar con el paradero de un asesino de mujeres. Es una lamentable pena que al realizador no le guste el fuera de campo, que, en algunas escenas, principalmente las de asesinatos, podría haber apelado a elementos cinematográficos para amedrentar la violencia extrema que expone en un país en donde la mujer es tratada como, al menos, un animal.
El film se basa en la historia real de Saeed “Spider Killer” Hanaei (Mahdi Bajestani), un hombre que asesinó a 16 trabajadoras sexuales en la ciudad iraní de Mashhad entre los años 2000 y 2001, atrapado gracias a la solitaria, intensa y más que riesgosa investigación realizada por la valiente periodista Rihimi (Zar Amir Ebrahimi), quien se sumerge en los suburbios de una de las metrópolis más grandes de Irán y principal peregrinación islámica, sin ningún tipo de protección ni compañía de la policía local. En los primeros minutos de iniciada la película observamos al asesino y su accionar entre los callejones oscuros y escabrosos de la ciudad, escenarios que actúan de forma directa sobre los personajes así también como en la mente del espectador, dejando en claro la intención del realizador que no pretende con estás imágenes cautivar al turismo religioso. El individuo, un trabajador de la construcción, veterano de la guerra Irán-Irak, se muestra amoroso con su familia mientras por las noches se aprovecha de las mujeres matándolas a sangre fría.
La cacería es mutua Y pensar que hubo una época en la que la prostitución como temática -o la libido al mejor postor, sin sonseras remilgadas de clase media- se trataba en los films del mainstream y el indie y no había desaparecido casi por completo como en el Siglo XXI, un tiempo en el que todo tiene que estar higienizado y dividido en compartimentos estancos -el sexo en el porno, pero no en los productos para el consumo prosaico- porque las temáticas complejas, sucias o problemáticas quedan flotando en el vacío cuando se privilegia maniáticamente el escapismo bobo de siempre y sus tópicos favoritos asociados, casi todos bastante pueriles y repetitivos ya que ese es el ecosistema cultural por antonomasia del grueso del público y la crítica. En vez de igualar/ equiparar al sexo y al trabajo, dos actividades que involucran explotación capitalista sin que ninguna amerite una condena moral mayor con respecto a la otra porque ambas implican el uso del mismo cuerpo, a la prostitución se la suele fetichizar más de la cuenta -incluso en nuestros días de cinismo todo terreno y mucho marketing banal- como si fuese sinónimo automático de Infierno de la fe (para los fundamentalistas apestosos), trata de personas (para las feministas paranoicas blancas de concha seca), una vida metropolitana glamorosa (desde el punto de vista de muchos imbéciles del ámbito artístico y de la cultura) o un inconveniente de salubridad pública (esta es la perspectiva principal de los gobiernos mierdosos del nuevo milenio, casi todas mafias de derecha que apoyándose en sus respectivos aparatos represivos continúan atosigando a las meretrices, los travestis y los taxi boys bajo distintas modalidades policiales, jurídicas y discursivas). Araña Sagrada (Holy Spider, 2022), tercer largometraje de Ali Abbasi, realizador iraní asentado en Dinamarca conocido por Shelley (2016) y Border (Gräns, 2018), compensa el faltante en el cine contemporáneo e incluso contextualiza al lenocinio en una sociedad tan hipócrita como la occidental pero más demonizadora, la iraní: el proyecto sufrió muchas demoras primero por el éxito global de Border, luego por la pandemia del coronavirus y finalmente por su misma impronta polémica, planteo que le impidió a Abbasi rodar en Irán y Turquía y lo llevó a conformarse con una Jordania que hace las veces de Mashhad, la segunda ciudad más poblada de Irán luego de la capital Teherán, durante los años 2000 y 2001, época en la que un psicótico después identificado como Saeed Hanaei (1962-2002) estranguló a 16 mujeres, la mayoría prostitutas y/ o drogadictas, en lo que definió como una cruzada contra la decadencia de la comunidad impulsada por un hecho callejero fortuito, la confusión de su esposa -madre con él de tres hijos- con una meretriz. El chiflado, un albañil y veterano de la Guerra entre Irak e Irán (1980-1988) que había sido violentado por su madre cuando niño, inspiró un más que importante apoyó no sólo en la prensa fascistoide de siempre en su versión musulmana, esa adepta a dedicarle una yihad a las putas sólo por serlo, sino también en buena parte de una población que comparte la costumbre occidental del fariseísmo, nos referimos a consumir en la privacidad del hogar lo que se condena en público, el sexo, por considerarlo inapropiado para las familias, el Estado o los “altísimos” ideales o valores que todos estos frígidos, lelos y/ o malcogidos supuestamente atesoran. El caso, que derivó en la condena a muerte por estrangulamiento de Hanaei y en lecturas previas y olvidables como el documental Y Llegó una Araña (And Along Came a Spider, 2002), de Maziar Bahari, y aquella propuesta ficcional Araña Asesina (Ankaboot, 2020), de Ebrahim Irajzad, está atravesado por la iconografía simbólica arácnida por un apodo de la lacra mediática masiva en función del modus operandi del psicópata, el cual solía atraer a las víctimas hasta su hogar y las estrangulaba con sus pañuelos para finalmente desechar los cadáveres en terrenos baldíos de Mashhad. El guión de Abbasi y Afshin Kamran Bahrami combina la historia de Hanaei (Mehdi Bajestani), quien efectivamente vive con su esposa y tres hijos y siente placer al matar a las furcias por más que se crea un héroe inmaculado del Islam, y el derrotero de una periodista ficticia llamada Rahimi (Zar Amir-Ebrahimi), la cual arriba desde Teherán y se tiene que comer el acoso de burócratas del pasado y el presente, como su editor o el policía encargado de la pesquisa, no obstante termina trabajando con un colega varón, Sharifi (Arash Ashtiani), que la ayuda en su propia investigación, llegando incluso a hacerse pasar por prostituta en la noche de Mashhad y escapando por poco de las garras de Saeed, un payaso que es arrestado aunque bajo elogios del pueblo, su familia y miembros varios de la comunidad religiosa y gubernamental, a fin de cuentas llamando poderosamente la atención la justificación semi naturalista de su esposa, Fátima (Forouzan Jamshidnejad), y su hijo mayor, Ali (Mesbah Taleb), quienes celebran que el patriarca haya enviado al averno a todas esas “mujeres depravadas de las calles” que viven invisibilizadas. Abbasi en primer lugar desromantiza a los asesinos en serie, jugada retórica que subraya la estupidez de tanto cine de idiosincrasia hollywoodense que tiende a construir un enigma alrededor de la figura del demente que aquí se esfuma porque desde el vamos queda claro que es un mediocre, un delirante y un fascista como lo son tantos tarados del vulgo que se piensan parte de las elites dirigentes, en segunda instancia señala que la misoginia iraní es más cultural que religiosa, política o siquiera institucional, de allí que al describir la película el realizador haya hablado de un film sobre toda una “sociedad asesina en serie”, y en tercer lugar le da continuidad a aquellas reflexiones sobre los marginados de Border, sustituyendo el componente fantástico de antaño por un realismo sucio que va desde las muertes en sí, cuyas víctimas no son sólo furcias y drogadictas sino hembras embarazadas, en situación de calle, deprimidas y perseguidas por el Estado, hasta el circo legal de la segunda mitad del metraje, siempre coqueteando con una exoneración que asoma su cabeza desde las corruptelas y simpatías ortodoxas del poder concentrado, ese que detesta el olor de la vagina impertinente. Araña Sagrada, con un gran duelo actoral entre Amir-Ebrahimi y Bajestani ya que la cacería es mutua, viene a “desempatar” la carrera de Abbasi porque supera a la floja Shelley, un rip-off de El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968), de Roman Polanski, y se acopla a la perfección con la extraordinaria Border, odisea de trolls hermafroditas y segunda traslación de un relato de John Ajvide Lindqvist luego de Criatura de la Noche (Låt den Rätte Komma in, 2008), aquella obra maestra de Tomas Alfredson…
Son los tiempos del gore urbano, del psycho killer como el enfermo predilecto para el consumo masivo. Holy Spider tiene pulso de thriller, pero no apuesta al misterio, sino a la construcción de un escenario cultural que fabrica a sus propios femicidas. Sórdida, violenta, impúdica, sus imágenes se ubican en la frontera de la misma explotación que denuncia para mostrar a Irán como un infierno primitivo para las mujeres.
Entre el psycho thriller y el film de denuncia Tres líneas narrativas se trabajan en Holy Spider, en ocasiones de manera contrastante y en otras de forma complementaria. La película, basada en hechos reales de hace un par de décadas, donde un buen esposo, padre y persona respetadísima en su mundo privado y laboral, desparramó su furia asesina en los cuerpos de 16 prostitutas de la ciudad de Masshad con el fin de “limpiar a la sociedad”, ofrece condimentos destacables y en otros se sumerge en una lectura urgente y actual (el rol que ocupa la mujer en Irán) que neutraliza los logrados momentos donde la trama se inclina por narrar una historia de la manera más clásica posible sin apelar a subterfugios coyunturales y opiniones de inmediato impacto. Por un lado, todo lo relacionado a Saeed (el asesino), su ámbito social y familiar, las tradiciones iraníes a la orden del día, el respeto de sus hijos, y claro está, su paseos nocturnos en moto a la búsqueda de prostitutas. Cuatro asesinatos son mostrados en la película con lujo de detalles, de la manera más cruda y realista posible, a pura violencia tal que recuerda, por momentos, a la visceralidad física (gratuita o no) de Gaspar Noé o a Henry, retrato de un asesino de James MacNaughton. Pero el sujeto narrador no es Saeed sino una periodista de Teherán, Rahimi, metida de cabeza en el caso y descubriendo, de a poco, el nulo interés de la policía y las autoridades en general en revelar la identidad y el accionar del psicópata. En este sector narrativo, la película también gana puntos porque describe con sutileza el contexto poco favorable que se le transmite a la inquieta reportera. El punto más álgido y discutible de Holy Spider surge en la última media hora con la captura de Saeed, segmento donde la película se reconvierte en otra, auscultando el interés en la denuncia social, juicio de por medio y condena o salvataje de último minuto que no revelaré por acá. No está mal que la trama gire hacia una zona más cómoda y de fácil digestión para un espectador luego de los crímenes descriptos de la forma más directa posible. Pero ocurre que la combinación de historia de psycho thriller y película de denuncia de un contexto social determinado solo deja mostrar las costuras más débiles de un relato donde esos dos ejes temáticos no encajan a la perfección. Aclaración final: la historia real que cuenta el film del director iraní Ali Abbasi (radicado en Dinamarca), también responsable de la muy elogiada Border (2018), que aún no vi, tiene un documental de 2003 (And Along Came a Spider) en donde, supuestamente, el asesino y su familia describen los hechos de otra manera, dando a entender, a futuro, claro, de las libertades que se tomaría el cineasta para contar su propia visión del asunto. A quienes acusaron a la película (periodistas locales y extranjeros) de ciertas exageraciones que decidió Ali Abassi les recordaría que el cine, entre otras cosas, es el arte de la manipulación y que para nada necesita de mentes bienpensantes sumergidas en supuestas correcciones políticas o de cualquier otra índole.
Basada en hechos reales acaecidos en 2001, nos narra el trabajo de investigación de Rahimi (Zar Amir Ebrahimi), una periodista de Teheran que llega a la ciudad sagrada de Mashaad, la segunda más poblada de Irán, en relación asesinatos de prostitutas, que se están produciendo. Los primeros 10 minutos seguimos el recorrido de Somayeh (Alice Rahimi), una madre soltera, adicta, que ejerce la prostitución, el director no escatima en imágenes de injusticia, perversión, decadencia y violencia, incluyendo la falta de todo orden de humanidad, simbolizada en un pote de crema o degradación en sexo oral explicito. Para presentarnos también a Saeed Azimi (Mehdi Bajestani) un trabajador de la construcción de 50 años, un amoroso hombre de familia, que se dedico a matar prostitutas durante un período de dos años antes de que la policía finalmente lo atrapara. Rahimi cree que hay una maniobra encubridora en torno a la investigación, en el sentido
"Holy Spider", un thriller que se impone como denuncia El film del iraní nacionalizado danés Ali Abbasi se basa en el caso de Saeed Hanaei, un hombre que entre 2000 y 2001 asesinó a 16 prostitutas en la ciudad sagrada de Mashhad, a la que pretendía “limpiar de impurezas”. El director busca exponer las condiciones de vida de las mujeres en los países donde rige la cultura islámica radical. Las películas de asesinos seriales han llegado a convertirse, a fuerza de la insistencia (y el éxito), en un género en sí mismo. Algunas de ellas son fantasía pura (o casi), como El silencio de los inocentes (Jonathan Demme, 1991) y otras, como Zodíaco (David Fincher, 2007), aprovechan casos tomados de la realidad, que como se sabe, lugar común mediante, suele superar a la ficción en inventiva y atrocidad. Dentro de ese subgénero que se mueve con soltura entre el policial y el terror, la coproducción Holy Spider tiene algunos rasgos que la distinguen del resto. En primer lugar por su origen. Se trata de una coproducción europeo - asiática dirigida por el cineasta iraní nacionalizado danés Ali Abbasi, elegida por Dinamarca como representante a los Oscar 2023. De hecho, hasta este martes integró junto a Argentina,1985, de Santiago Mitre, la lista de 15 precandidatas a conformar la terna de Mejor Película Internacional, de la que, a diferencia del film argentino, finalmente no forma parte. Pero además Holy Spider está ambientada en Irán a comienzos del siglo XXI y sus acciones se basan en el caso de Saeed Hanaei, un hombre que entre 2000 y 2001 asesinó a 16 prostitutas en Mashhad, la ciudad más sagrada dentro de Irán, a la que pretendía “limpiar de impurezas”. Abbasi, conocido por Border (2018), su extraordinario trabajo anterior, usa la historia de Saeed (la película evita dar su apellido) para pintar un fresco que está más a tono con el clima social de la segunda década del siglo XXI, que con el de aquella en la cual ocurrieron los hechos. Es decir, una película que se propone como denuncia de las condiciones en las que viven las mujeres en los países donde rige la cultura islámica radical. Acá se trata de Irán, enemigo de Occidente, pero las condiciones son similares en países “amigos”, como Arabia Saudita. De ese modo, Holy Spider no solo funciona como policial (lo mejor de la película surge de esa línea, donde la investigadora es una periodista interpretada con intensidad por la iraní Zar Amir-Ebrahimi, ganadora del premio a Mejor Actriz en el último Festival de Cannes), sino también un thriller político y social. Por ese camino, Holy Spider se vuelve un poco subrayada en su intención de exponer algunas de las aberraciones a las que las mujeres son sometidas ahí. Por supuesto, que el caso de Mahsa Amini haya ocurrido pocos meses después del estreno en Cannes habla de la capacidad de la película para exponer un determinado cuadro de la realidad en el momento mismo en que este se desarrolla. Sin embargo, Holy Spider queda presa de esa necesidad discursiva, justificada como acto político, pero que termina debilitando al objeto cinematográfico. La película cae incluso en algunos excesos que se comprueban fácilmente viendo el documental And Along Came a Spider (Maziar Bahari, 2003) que incluye testimonios directos del asesino, su esposa y su hijo adolescente (gratis en vimeo.com/52737965).
Un thriller violento, perturbador por momentos por lo explicito, que se basa en un hecho real. Un asesino serial de prostitutas en Mashhad, La tercera ciudad más grande de Irán, con un santuario que la transforma en el principal lugar de peregrinación islámica. Pero la película también tiene una crítica certera al sistema judicial teocrático y a una sociedad donde la mujeres son siempre las culpables, aún cuando son asesinadas. En este inquietante escenario la historia del ex combatiente que se conoce como “el asesino de arañas”, que mató 16 veces, es visto y hasta se auto convence, que lleva a cabo una misión, limpiar a Irán de sus vicios. Y hasta es considerado un superhéroe. Es que en los márgenes de esa ciudad sagrada están los despreciados, los que no tienen nada, las prostitutas, los mendigos. Una mujer periodista pondrá en riesgo su vida para lograr apresar al culpable, pero lo que sufre en su trabajo es tremendo. No solo se enfrenta al asesino serial sino al acoso de un policía en una escena impresionante. El director Ali Abbasi pone al descubierto una cultura de la hipocresía y el fanatismo religioso que sacude. El escribió el guión con Afshin Kamaran Bahrami, y realizó la película en Jordania., por obvias razones. Un clima tenso, fotografiado en la nocturnidad del mundo marginal, un suspenso por momentos casi insoportable, pero con una claridad de denuncia que estremece.
Ali Abbasi, talentoso director formado en Suecia y radicado en Dinamarca, regresó a su Irán natal para abordar un caso real que hace dos décadas conmovió a la sociedad de su país. El realizador, que había sorprendido al universo cinéfilo con esa deforme y fascinante fábula romántica que fue Border, cambió por completo de registro al apostar por una historia hiperrealista: la reconstrucción de la historia de Saeed Hanaei (Mehdi Bajestani), un trabajador de la construcción, veterano de la guerra de Irak y ejemplar padre de familia de la ciudad santa de Masshad, que se convirtió entre 2000 y 2001 en un asesino serial con al menos 16 prostitutas entre sus víctimas y al que se lo conoció, precisamente, como Holy Spider. La protagonista, de todas formas, es Rahimi (Zar Amir Ebrahimi), una perseverante periodista de Teherán cuya propia experiencia con el acoso sexual impulsa su cruzada para atrapar al asesino, aunque para ello deba arriesgarse y sumergirse en los barrios más peligrosos de esa urbe. Hay en la historia de este “justiciero” misógico y psicópata y en la investigación periodística y policial que se lleva adelante algunas conexiones con la muy superior Zodíaco, de David Fincher, y un bienvenido cuestionamiento al fanatismo religioso, pero luego Abbasi toma varias decisiones bastante cuestionables en cuanto a la representación de la violencia y el punto de vista que adopta (hay algo de exhibicionismo, manipulación, explotación y regodeo en el asunto) y, así, el resultado final es un poco decepcionante.
Está claro que el caso de Saeed Hanaei es atractivo para el cine: antes de esta película de Ali Abbasi -director iraní que estudió en Suecia y vive hace años en Dinamarca- hubo otra ficción y un documental que lo utilizaron como eje, aprovechando el impacto internacional que produjo, su peso simbólico como reflejo de un problema que en la actualidad es de agenda permanente en Oriente y Occidente -la violencia contra las mujeres- y las características macabras de una historia criminal de esas que hemos visto más de una vez con el sello de Hollywood (por ejemplo en el cine de David Fincher). El de Abbasi -a quien HBO le confió recientemente la dirección de dos capítulos de su poderoso tanque The Last of Us- es un enfoque que combina los códigos del thriller con la denuncia explícita sin alcanzar un resultado del todo convincente. Funciona más o menos bien cuando el hilo conductor es la recreación ficcional de la doble vida de un psicópata que mató dieciséis mujeres en Teherán sin abandonar su rutina como trabajador de la construcción ni su ordenada vida familiar. Esa dualidad del personaje, heredera como tantas otras de aquella tan influyente que imaginó Stevenson a fines del siglo XIX cuando publicó su novela El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, está bien trabajada: los fanáticos suelen ver enemigos y sospechosos en todas partes, y esa paranoia alienta su inclinación a permanecer en las sombras, como queda patente en el tenso y sugestivo comportamiento del protagonista. Exveterano de la guerra entre Irán e Irak que abarcó casi toda la década del 80, Hanaei se lamentaba de no haberse redimido como un mártir y consideraba que en su ciudad hacía falta “limpiar las calles” a cualquier costo. Condenado por la justicia de su país, igual fue celebrado como héroe por los sectores más reaccionarios de la sociedad. En su recreación, Abbasi encapsula la brutalidad de ese aval irreflexivo en la actitud mafiosa de la familia, que apoya incondicionalmente al patriarca con la convicción férrea que exige la lógica teocrática. Pero en la necesidad de incorporar algunos andamiajes ya reconocidos como fórmula para crear una atmósfera de suspenso que no dependa de la intriga pero se ajuste al canon del cine de entretenimiento, la película le inventa al villano dos oponentes muy estereotipados que protagonizan las escenas más convencionales y menos verosímiles del film: una periodista tan intrépida como para encerrarse en un cuarto con el asesino sin más proteccion que un diminuto cuchillo y su solitario aliado, un colega crédulo y atemorizado. Esas decisiones de Abassi, destinadas a aligerar un relato que luce mejor en su faceta más cruda y a remarcar el rol de una heroína modélica que corporiza un reclamo naturalmente extendido en un mundo globalizado, son menos eficaces que su capacidad para explorar los pliegues de lo monstruoso, probada con creces en la estimulante extravagancia de Border (2018), sin dudas su obra más consumada, y más discretamente en el preciosista terror psicológico de Shelley (2016).
Bastante polémica causó en su premiere mundial en la última edición del Festival de Cannes la proyección de Holy Spider. Ali Abbasi, reconocido cineasta iraní, que sorprendió con Border en 2018, estudió cine en Suecia y está radicado en Dinamarca, y por eso Holy Spider fue enviada por este último país a la competencia al Oscar a la mejor película internacional (no entró y no compite con Argentina, 1985), y no Irán, que es donde transcurre la trama. La película se basa en hechos reales, ocurridos entre 2000 y 2001. El título del filme refiere a un misterioso asesino que ahorcó a 16 prostitutas en la ciudad santa de Masshad, creyendo que era un abanderado de la moralidad y estaba limpiando la ciudad de corrupción. Y se convirtió en un popular héroe de la derecha religiosa. Un psicópata, sí. Saeed Hanaei (interpretado por Mehdi Bajestani) es en apariencia un ejemplar padre de familia. Veterano de guerra que se desprecia a sí mismo por no haber sido un héroe o un mártir, trabaja en la construcción pero, en cuanto tiene una oportunidad y su familia no está en su casa, sale a la noche con su moto, “contrata” el servicio de alguna prostituta en la calle, la lleva a su hogar y las mata. Utiliza siempre el mismo método. La policía no tiene ni un solo sospechoso, y allí es donde ingresa la periodista de Teherán Rahimi (Zar Amir Ebrahimi, que ganó el premio a la mejor interpretación femenina en Cannes). Ella tiene una teoría: que si el asesino sigue libre es porque la policía no se preocupa del caso, y lo mismo el poder judicial. Todos serían parte de un rancio patriarcado. La periodista está en contacto con un colega local (Arash Ashtiani), al que Spider llama cada vez que comete un asesinato desde un teléfono público. Se entiende el motivo: el Holy Spider desea que lo que hace, tenga máxima difusión, y se entere todo el mundo. Y Rahimi imagina una situación para dar con el criminal: se hace pasar por una trabajadora sexual, con la esperanza de que el asesino la contrate y el periodista amigo los siga. Puede parecer algo inverosímil -de hecho, los personajes de los periodistas son ficticios-, y la película plantea por esos momentos una historia entre detectivesca y poco probable: si el periodista pierde en el camino al asesino y a Rahimi, lo que es una posibilidad real, bueno, la película iría por otro lado. Donde acierta Abbasi es en la construcción del personaje de Holy Spider. Tanto en sus acciones hogareñas, como luego sentado en el banquillo de los acusados, el tipo parece tan seguro de sí mismo -y desafiante- que da terror. Esta película que estrena este jueves en ocho salas en la Argentina, llegará en el mes de marzo al streaming, por MUBI.
Sin llegar a estar el nivel de ellos, Holy Spider tiene inspiración de obras de cineastas como Scorsese o Fincher, al momento de explorar la mente humana a través de personajes atormentados en una sociedad decadente.
Holy Spider es de esos atípicos policiales negros en los que, ya desde un comienzo, vemos el rostro del asesino y sabemos quién es. De este modo, cuando acompañamos la investigación pertinente, la incógnita del perpetrador ya se encuentra resuelta, y pasan a ser los procedimientos para llegar hasta él lo crucial para resolver el caso. Así, una periodista (Zar Amir-Ebrahimi, ganadora del premio a mejor actriz en Cannes por este papel) llega desde Teherán a la ciudad de Mashad para investigar una serie de misteriosos y truculentos asesinatos de prostitutas.
Después de ver “Border” no queda la menor duda que Ali Abbasi es un director del que resulta prácticamente imposible permanecer indiferente. Su cine provoca, inquieta, incomoda. En su nuevo filme “HOLY SPIDER” ya no recurre a una fábula tan fantástica como perturbadora, sino que esta nueva historia, se encuentra basada en la historia real de Saeed Hanaei, quien entre 2000 y 2001 asesinó a 16 prostitutas en una de las ciudades más sagradas de Irán, Mashhad, bajo el lema de “limpiar de impurezas su ciudad”. Es así como un honorable padre de familia y trabajador dentro del rubro de la construcción, se pone a sus espaldas esa misión que siente, de tener que ordenar y purificar la ciudad, erradicando lo sucio, el pecado, las impurezas para preservar el orden moral y construir una ciudad más digna y menos corrupta. Cabe aclarar que Abbasi decide partir a “HOLY SPIDER” en dos películas de tono y objetivos bien diferentes. Más allá de estas dos mitades perfectamente bien diferenciadas, en ambos casos lo que privilegia es usar la cámara de una forma que impacte y conmocione al espectador, duplicando la apuesta al tratar ciertas temáticas completamente tabú dentro del cine iraní –si bien la producción es europea-, apelando incluso a secuencias explícitas y poniendo todo dentro del campo, sin que nada quede sin subrayar, lo que construye una mirada cruda e impresionante del caso. En la primera parte algunos pequeños detalles comenzarán a construir las condiciones en las que viven las mujeres en los países de cultura islámica con la presión machista omnipresente, cruzada con un fundamentalismo que hasta impide asignar una habitación de hotel a una mujer sola sin estar casada. Allí donde la vida de una mujer no pareciera tener valor alguno, el protagonista decide matar impiadosamente a las prostitutas con las que se va cruzando y Abbasi se empeña en un tono revulsivo y sórdido –aunque sumamente efectivo- que recuerda al Fatih Akin de “El guante dorado / El monstruo de St. Pauli” donde la oscuridad y la atrocidad es extrema. En ese caso Abbasi no ahorra ningún subrayado, no deja nada fuera de la pantalla y lo que pretende denunciar llega de forma llana y provocadora: una sociedad que indirectamente valida el hecho de que “el fin justifica los medios” pero impone en esta delgada línea entre víctimas y victimarios, el tema de la culpa y sobre todo el de la religión que lo atraviesa todo y está presente en cada uno de los actos cotidianos. Dentro de este esquema moral que “HOLY SPIDER” pretende poner en jaque, aparece con un lugar preponderante cómo el fundamentalismo impone discursos radicales que se van perpetuando a través de las generaciones y justamente uno de los objetivos de poner esta historia en pantalla podría ser despertar conciencias hacia un cambio. Así se estructura la segunda parte de la película con un ritmo de thriller donde aparece una periodista que intenta encontrar y desenmascarar toda la verdad respecto del asesino (Zar Amir Ebrahimi, ganadora como mejor actriz en Cannes por ese papel), donde construye un rol de figura femenina heroica pero que al mismo tiempo hace caer a la historia en diferentes estereotipos incluido el típico relato de juicio y posterior condena -con los vericuetos de un proceso judicial en una cultura como la que describe-, desplegando un discurso ético y moral mucho menos lanzado que el de la primera parte y mucho más políticamente correcto. Aún con las disparidades que pueden presentar en tonos y puntos de vista estas dos partes tan diferentes, “HOLY SPIDER” es una obra que crece como alegato potente frente a estos crímenes y que sobre todo intenta revelar cómo ciertos sectores de la sociedad -inclusive algunos medios- apoyaron a estos actos completamente aberrantes moviendo los límites de la ética, de acuerdo con la connivencia propia del sistema y revictimizando a quienes fueron asesinadas. Abbasi vuelve a expresarse como un autor que quiere sacudir al espectador, moverlo a la reflexión y lograr que quede absolutamente involucrado en el clima de la historia. Algunos pensarán que en ese afán hay una cierta manipulación, una exposición indebida y sin pudor de los rasgos más sórdidos de la historia. Otros, que aún con ciertos excesos, estamos en presencia de un cineasta que con pinceladas de Gaspar Noé, Xavier Dolan, Lars Von Trier o el mencionado Akin –como podrían ser Michel Franco, Escalante o Larraín dentro de los directores latinoamericanos-, buscan un estilo propio con un sello de autor, poniendo el ojo de la cámara donde otros aún no se atreven.
Entre 2000 y 2001, en la ciudad iraní de Mashad un obrero de la construcción y veterano de la guerra de Irán-Iraq llamado Saeed Hanaei secuestró y asesinó a 16 prostitutas, a quienes recogía en las calles, las llevaba a su casa donde vivía con sus hijos y esposa y las estrangulaba mientras ellos no estaban. Su fundamentalismo religioso justifica las muertes: la misión es limpiar las calles del vicio y la corrupción moral. Apodado “el asesino araña” por la prensa, Hanai se convirtió en un héroe de la derecha religiosa, pero también el de una buena parte del pueblo iraní que veía en sus crímenes el accionar de la justicia divina hecho carne. Porque esta historia no es solamente la de un hombre monstruoso, sino también la del orden patriarcal de una sociedad que tiene una amplia cultura de profunda misoginia y desprecio por la vida. Holy Spider (Santa araña) es la nueva película de Ali Abassi (Border) y ficcionaliza la historia de Saeed Hanaei en forma de un thriller con un aire neo noir en el registro del realismo social. Para construir un relato más propio del género, Abassi introduce dos personajes ficticios: Rahimi (Zar Amir Ebrahimi) una periodista feminista y progresista que viene de Teherán para investigar el caso y conseguir evidencia para arrestar al asesino serial; y Sharifi (Arash Ashtiani) un periodista de Mashad que recibe llamadas de Hanaei (Mehdi Bajestani) luego de cada homicidio. Como retrato socio-político, Holy Spider es tan descarnado como contundente. No podría ser de otra manera. Si bien no llega a transitar el realismo sucio, se acerca bastante. Noches peligrosas y amenazantes, calles apenas iluminadas, casas y edificios de una pobreza lastimosa dibujan un paisaje urbano desolador. Y nunca falta el opio para intentar paliar la angustia de tanta desidia. Nada es apariencia, simplemente es así de crudo. Como en muchos neo noirs, la ciudad es la gran protagonista de Holy Spider. En el curso de su investigación, Rahimi se convierte en una figura irritante para el establishment. Es ninguneada por la policía y los magistrados, acosada sexualmente por un colega y hasta rechazada por buena parte de la población, incluyendo los familiares de las víctimas que no quieren que las vidas privadas de sus hijas sean investigadas – aun cuando esto podría ayudar a capturar al asesino. Pero, de hecho, poco importa si colaboran en la investigación o no ya que los oficiales de la ley y el orden consideran que estas mujeres son descartables. Su inacción no es casual. Lo que no se visibiliza no existe. Y lo que no existe pero existe, queda en los márgenes. En tanto relato criminal, Holy Spider funciona muy bien. Sigue las convenciones de un thriller clásico casi al pie de la letra. No busca innovar y no tiene por qué hacerlo. Sin anestesia, Agassi confronta al espectador con un escenario que, a veces, se hace difícil de ver. Se podría cuestionar cómo las muertes están filmadas. Vemos primeros planos de los rostros de las mujeres mientras son estranguladas, los ojos llenos de sangre, la mirada que se va perdiendo en el vacío; escuchamos jadeos, gritos ahogados, sonidos guturales que van desapareciendo de a poco. Antes vinieron los forcejeos y los golpes. No creo que si todo esto se hubiese filmado en fuera de campo, como cierto pudor cinematográfico pediría, el efecto emocional en el espectador habría sido el mismo. Es imprescindible que sepamos qué pasa, pero no es solamente eso lo que le importa a Agassi. Se trata de mostrar el horror en su dimensión más cruda, tal como sucedió. Es una elección válida y elocuente. La impresión que deja en la memoria es indeleble.
Holy Spider es una película ambientada en la ciudad sagrada de Mashhad en Irán. Cuenta la historia de la periodista Rahimi (Zar Amir Ebrahimi), que investiga los asesinatos de varias trabajadoras sexuales en manos del “asesino araña”, que cree cumplir una misión divina para limpiar la ciudad de pecadores. La película está basada en un asesino real y más allá de algunos cambios que se hicieron, la trama principal sigue los eventos ocurridos. La película del director iraní radicado en Dinamarca Ali Abbasi es particularmente cruda y sin estridencias. Reduciendo al mínimo los recursos para construir la historia, generando una tensión mucho mayor en cada una de las escenas violentas desde el comienzo de la película hasta el cierre de la historia. Estéticamente no es minimalista, pero está despojada de todo aquello que podría ser un efecto dramático más allá de lo que aparece en pantalla. Este triunfo de puesta en escena impacta mucho más en el espectador. Por supuesto la película no está filmada en Irán, sino en Jordania. A la historia de la periodista y el asesino se le agregan inevitables descripciones de un gobierno donde las mujeres no tienen los mismos derechos que los hombres y donde el terror no es sólo por los asesinos de mujeres, sino por una sociedad donde reina el sexismo absoluto. Como confirmación de esto, luego de que la protagonista, Zar Amir-Ebrahimi, nacida en Irán, ganara el premio a la Mejor Actriz en el Festival de Cannes, funcionarios iraníes la acusaron a ella y al director de “blasfemia”. Algunos incluso han ido más allá, pidiendo su ejecución. La Organización de Asuntos Cinematográficos y Audiovisuales de Irán, que opera bajo los auspicios del Ministerio de Cultura y Orientación Islámica, emitió un comunicado calificando la película de “obscenidad desvergonzada”. Más allá del contenido político del film, sus méritos son narrativos y puramente cinematográficos. Una película difícil de ver, perturbadora, ambientada en la sociedad iraní, pero con elementos que serían igualmente impactantes en cualquier otro tiempo y lugar. Siempre es mejor para una película con contenido político, tener una calidad por encima del promedio, de lo contrario no solo se ve afectada la película sino también sus ideas del mundo.
EL PESO DE LO REAL Holy spider, la película recientemente estrenada de Ali Abbasi, contiene una secuencia inicial que promete, o mejor dicho, que le debe más al cine que al imperativo por exponer un drama social. Si bien se inscribe en esa tradición de sordidez que tanto cotiza hoy en día, no se puede obviar que el desarrollo narrativo y dramático posee una fuerza visceral que difícilmente genere indiferencia. Se trata de la representación de uno de los 16 crímenes perpetrados a mujeres, trabajadoras sexuales, por parte de Saeed, padre de familia, que con su moto sale a matar para “limpiar” a la ciudad de lo que él considera una escoria y una ofensa a Alá. Enmarcada en un espacio genérico que mucho le debe al terror, más allá del peso de lo real, es el primer eslabón del caso que sacudió (y no necesariamente conmovió) a la sociedad iraní aunque permitió develar los inconvenientes de un sistema en el que la justicia terrenal no puede ser jamás objetiva ante las creencias religiosas. A base de un registro por momentos documental, Abbasi arma en este primer tramo un potente cuadro expresivo que no ofrece concesiones de ningún tipo y que pone en jaque a cualquier alma que se muestre sensible ante hechos de tal naturaleza. En otras palabras, estamos ante la presencia de un cineasta y no meramente de un cronista, que se toma libertades para dar cuenta de un monstruo con apariencia respetable y fundamentos morales, conectado con esas otras ficciones al estilo de La sombra de una duda (Alfred Hitchcock), La noche del cazador (Charles Laughton) o El silencio de los inocentes (Jonathan Demme). Sin embargo, a diferencia de aquellas, el peso de lo real es demasiado para que el director pueda dejar en un segundo plano la preeminencia del drama social y cultural de fondo. Por ello, no pasará más de media hora para que sepamos que todo está cocinado, y que la intriga, el terror y la construcción de personajes fuertes cedan el paso a las ideas. En esa tensión se juega la película tempranamente su destino y va cayendo, como si de un carro alado se tratara, tironeada por la necesidad de denuncia. De modo tal que la urgencia del presente termina condicionando la libertad formal de la secuencia inicial y el alto impacto visual se apaga paulatinamente para caer en convenciones harto vistas en un mundo de artilugios globales satisfactorios para la obtención de premios importantes. La clave es la incorporación de una protagonista reportera dispuesta a investigar los crímenes que no parecen ser de primordial interés para las autoridades. Si bien no es del todo convincente el modo en que logra involucrarse en la investigación, sí es interesante la manera en que sin ser asesinos seriales los hombres pueden ser una amenaza constante para las mujeres en un país de raíces dogmáticas y opresivas. Una muy buena escena traza un paralelo al respecto. Luego, Abbasi introduce una coda con los ribetes judiciales del caso y una vuelta de tuerca, pero ya estamos de lleno en un terreno de ideas que empobrecen el imaginario de posibilidades cinematográficas. El peso de lo real y la crónica son una tentación irresistible, y como ocurre en estos casos, son más atractivos los documentales que las ficciones propiamente dichas sobre casos resonantes. Esta no es la excepción (ver en lo posible And along came a spider, 2003).
Lo que el director Ali Abbasi hace en Holy Spider no es solamente una película sobre un asesino serial, sino también una denuncia a una cultura religiosa que, en casos extremos, transmite de generación en generación ideas que atentan contra el prójimo en nombre de Alá. A diferencia de la deforme y fantástica Border, en Holy Spider el director iraní-danés aborda el thriller con asesino serial de una manera mucho más realista y violenta, metiéndose de lleno en lo más oscuro de una sociedad que tiene a la religión como la educación espiritual que determina la vida y el comportamiento de sus habitantes. La película se basa en el caso real de un asesino que mató a 16 mujeres que ejercían la prostitución entre 2000 y 2001 en “la ciudad santa” de Mashhad, Irán, y en la investigación de una periodista que le hizo frente a un sistema corrupto que no hacía nada para detener al responsable. Holy Spider tiene la valentía de señalar la causa verdadera de los asesinatos, que no sólo están ejecutados por una mente enferma, sino también por una cultura religiosa que, llevada al extremo, no acepta que sus feligreses se salgan del camino que marcan las sagradas escrituras que respetan a rajatabla. Al lugar llega la periodista Rahimi (Zar Amir-Ebrahimi) dispuesta a investigar los asesinatos del “asesino de arañas”, como lo llaman a Saeed (Mehdi Bajestani), un albañil y padre de familia ultrarreligioso. Cada vez que mata a una mujer, Saeed llama por teléfono al periodista Sharifi (Arash Ashtiani) para indicarle dónde dejó el cuerpo. Saeed se molesta cuando la prensa lo llama asesino porque está convencido de que lo suyo es el “yihad contra la decadencia”. Saeed se cree un mandado de Dios para limpiar la ciudad. Por otra parte, su hijo adolescente Ali (Mesbah Taleb) lo tiene como un referente y allí está la clave de la película, que de a poco va mostrando cómo el hijo quiere seguir los pasos del padre. Como todo policial, Holy Spider desenmascara la corrupción de una ciudad, con jueces, políticos y policías que obstaculizan la investigación debido a que, en el fondo, y por la religión que profesan, están de acuerdo con que el asesino mate a las prostitutas, lo que también habla de la política con la que se manejan en Mashhad. La actuación de Zar Amir-Ebrahimi cumple con su rol de la periodista temeraria que arriesga la vida con tal de cazar al asesino, entregando escenas de mucha tensión y nerviosismo. Y el trabajo de Mehdi Bajestani como Saeed es sólido y aterrador. A Abbasi no le importa recurrir al trazo grueso porque no pretende hacer una película refinada sobre un asesino serial, sino más bien marcar un problema religioso grave de una ciudad (y de una cultura) que se expresa a través de creyentes que ponen en peligro la vida de quienes no cumplen con su deber de servidores de Alá. En los últimos minutos (los más inquietantes y perturbadores), vemos lo mejor de Holy Spider, ya que el director se las ingenia para mostrar cómo el fanatismo religioso puede convertir a sus adeptos en potenciales asesinos.
La investigación de un caso de asesinato serial en Irán es la puerta de entrada a un mundo de tensiones sociales. Investiga una mujer: el asesino mata prostitutas. El fanatismo religioso gira alrededor del caso; también la administración de justicia y el rol de lo femenino en una sociedad represiva. Sin salir nunca del caso (que es apasionante), la película hace lo que el mejor cine debe: pintar un mundo y permitirnos comprenderlo.